You are growing your grave with your teeth | Privado

La mujer se movía con soltura encima del escenario, casi lo podría hacer con los ojos cerrados. Y eso no era extraño, cuando se encontraba recitando algún verso en voz alta o prestando su voz y su cuerpo a un personaje para permitirle traspasar el papel y dotarlo, de esa forma, de vida, se sentía como pez en el agua. Ese era su sitio. O lo sería si la obra fuera a tener más relevancia, si no se tratara de una obra del tres al cuarto con la que no conseguiría recuperar la fama que comenzó a  saborear cuando era joven y que se le había escapado entre los dedos sin poder hacer nada para evitarlo. No era la obra de sus sueños, era cierto, pero necesitaba el dinero que ese trabajo le garantizaba. Las deudas comenzaban a ahogarla de nuevo y sus vestidos no iban a aceptar más remiendos sin parecer lo que eran: viejas reliquias que solo servían para hacer trapos de cocina.

Respiró hondo, tomando aire para decir las últimas palabras de la frase de su personaje y dotarlas así de un mayor dramatismo, pero fue interrumpida por el dramaturgo que había escrito esa obra y que se encargaba de supervisar la puesta en escena, de dirigirla. Apretó ligeramente los puños, intentando controlarse, pero pocos instantes después se giró para mirarlo de arriba abajo, con una ligera sonrisa ladeada dibujada en sus labios. Era una mujer orgullosa, no iba a permitir que nadie la menospreciara delante de unos aspirantes a actores que no sabían más que sobreactuar.-Intentaba darle algo de vida al texto, querido-comentó-Está lleno de clichés y resulta algo árido y aburrido, pero si deseas que lo recite tal cuál...Seguiré tus órdenes-añadió.

Sus compañeros se habían quedado callados, estáticos, observando la escena que se estaba representando ante ellos, sin atreverse a decir nada que pudiera hacer que la ira de alguno de los dos protagonistas de ese diálogo estallara contra ellos.-Oh, no me pienso eso, querido-ladeó la cabeza-Al igual que tampoco pienso que te olvides de mi nombre con la frecuencia que lo haces. ¿Nadie te ha dicho que ese truco para enojar a alguien está demasiado manido?-le preguntó y descendió del escenario hasta quedar a la altura del dramaturgo.-Por mí puedes acostarte con la compañía entera, sabes que solo hay una cosa que me interese de ti, dos como mucho-añadió y se acercó hasta su oído.-Y enredarme entre tus sábanas no es una de ellas.

Se giró sin más, mirando esta vez a sus compañeros.-Creo que es la hora del descanso-añadió y aunque algunos quisieron replicar, un gesto por parte de la morena y una mirada les bastó para que no lo hicieran y se marcharan de las entrañas del teatro, rumbo al mundo exterior, aunque solo fuera por un breve lapso de tiempo.-Creo que no les gusta nada tener este horario tan intempestivo-murmuró y volvió a mirarlo, desafiándolo ahora que estaban solos.-No deberías jugar con fuego, Marlowe.

Lucille sonrió, aunque de lo que realmente tenía ganas era de propiciarle una bofetada, pero no lo hizo.-Olvidas, querido, que gran parte de esos trabajos de los que hablas, esos en los que he trabajado, han sido obras tuyas-le dijo, aunque puede que el vampiro tuviera, en parte, razón. La mujer se limitaba a recitar de memoria versos aprendidos. Había perdido su magia. O puede que, sencillamente, había perdido sus ganas.

Puede que fueran los dos. Tanto el vampiro como la mujer habían perdido su magia, su ilusión...La desesperación comenzaba a anidar en sus corazones, en sus almas, reduciéndolos a meros fantasmas que se dedicaban a vagar por el mundo, tratando de recuperar algo que habían perdido. La tristeza inundó, por unos segundos, la mirada de Lucille. Si se encontrara sola, a salvo en sus aposentos, cada vez más vacíos por el haber tenido que vender algún que otro mueble para poder cambiar su vestuario y seguir manteniendo la mentira en la que se había convertido su vida en los últimos años.

Sin embargo, sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos y se centró en el dramaturgo. No iba a permitir que nadie la viera deshecha, eso solo se lo permitía cuando se encontraba completamente sola, oculta entre las sábanas de su cama. Era en ese momento cuando dejaba que la debilidad y la tristeza que sentía la invadiera por completo. Hasta que el sueño la vencía por completo se dedicaba a lamerse las heridas, como si se tratara de un animal herido. Volvió a mirar de manera altiva a Marlowe, alzando una ceja. La tensión se podía palpar en el ambiente, por eso había mandado a todos los del reparto fuera. ¿Quién era ella para hacerlo? Esa era una buena pregunta. Lucille contestaría que la estrella de la obra, pero en el fondo sabía que eso no era cierto. ¿La amiga del director? Tampoco, por supuesto. Lo que le unía con el dramaturgo no era más que sus propios secretos y el teatro.  

Las siguientes palabras de Marlowe hicieron que se quedara en silencio. La sangre comenzó a hervirle y el enfado se adueñó de ella. La había herido, y por eso mismo lo había hecho. Buscaba hacerle daño de la misma forma que ella buscaba hacerle daño a él. ¿Por qué? Por la simple razón de que el otro era conocedor de su secreto y no podía permitir que lo sacara a la luz. Se hacían daño porque tanto el uno como el otro sabía que el otro podía hundir su vida, más todavía.

-¿Me estás amenazando, Marlowe?-le preguntó, acercándose más a él y sintiendo como el vampiro pasaba su dedo índice por su barbilla, apartándolo ella con un movimiento de su mano-Ni se te ocurra hacerlo-añadió, enfurecida.-¿Quieres que haga mi trabajo como Dios manda? Escribe algo que consiga estimularme, algo más allá de un par de frases manidas-añadió, sin moverse ni un centímetro, sin apartar su mirada de él, sosteniéndola para hacerle ver que no le temía, aunque era cierto que tenía su vida en sus manos. Se podía decir que ambos lo tenían.-Haré la mejor actuación que hayas visto sobre este escenario-le comentó-No me será muy complicado superar a mis compañeros, casi parecen aficionados-añadió, ladeando la cabeza y elevando su mano para señalar al vampiro con su dedo índice-Si tengo o no tengo casa no es tu problema, Marlowe. Lo nuestro es un simple pacto, algo beneficioso para los dos, pero no voy a permitir que lo utilices para atacarme. Recuerda, cariño, que esto, lo que nos une, es un arma de doble filo. No juegues conmigo, puede que estés más cerca del infierno, pero yo no me alejo mucho. Y soy la única aquí que conoce tu secreto-añadió.

Lucille sentía cómo la sangre le hervía, como su pulso se iba acelerando, en parte por culpa de las palabras del vampiro, pero también por su cercanía. Su piel respondía al sentir el aliento del hijo de la noche sobre ella, su cuerpo se debatía entre el desprecio y la atracción. Lo odiaba o, quizás, lo que realmente odiaba era en lo que ella misma se había convertido. No era más que una meretriz que vendía su sangre, en lugar de un rato entre las sábanas. Era tan solo un trato, negocios que le servían para mantener el estatus de vida que quería llevar, pero que, en el fondo, la hundían poco a poco en un pozo sin fondo del que no sabía si podría salir alguna vez.

Se quedó unos segundos en silencio, sopesando las palabras que él había pronunciado. Alzó una ceja y clavó su mirada en la figura que se dibujaba delante de ella. Deslizó sus ojos por su cuerpo, al tiempo que ladeaba, de forma inconsciente la cabeza y se mordía el labio inferior.─El sexo es una buena manera de estimular─comenzó a decir, entre susurros, mientras se acercaba al vampiro─Pero me temo que, al igual que pasa con cualquiera de tus obras, no sabrías cómo comenzar a estimularme. Dices que yo no sé nada del teatro, aunque sabes tan bien como yo que el problema no es mi falta de conocimiento. Has perdido a tu musa, cariño, y no logras contagiar a nadie de la emoción que toda buena obra despierta en cualquiera─observó por el rabillo del ojo cómo él colocaba sus manos sobre sus propios hombros y tragó saliva para controlar la reacción de su cuerpo. Lucille no podía resistirse a los retos, menos cuando eran lanzados por él.─Tú y yo solos─comentó, no estaba dispuesta a que volvieran a entrar al teatro sus compañeros de escena.─Representaré una de las escenas de tu nueva obra solo para ti─comentó, mientras se alejaba, observando el escenario que tantas veces había pisado.

Tomó el pergamino en el que se encontraban los diálogos y las acotaciones, aunque había leído tantas veces esas líneas, sin que despertaran emoción alguna en ella, que ya se las sabía de memoria. Buscó en su interior, se alejó de las indicaciones del vampiro. No se trataba de una representación propiamente dicha, no necesitaba nada de atrezzo. O casi nada. ─No me lo llevo al terreno personal, querido, pero has jugado con fuego, no te extrañes si te quemas. O si hago que te tragues tus palabras─dijo, aunque lo cierto es que estaba realmente molesta, como siempre que él la atacaba tachándola de mala actriz. ─Oh, vaya…¿Así que piensas en tenerme entre tus sábanas, querido?─rió─Me temo que eso se quedará en tu escasa imaginación.

Subió al escenario y apagó todos los candelabros que allí se encontraban, dejando el teatro iluminado, únicamente, por la luz de la vela que ella misma sostenía en la mano. La miró unos segundos, antes de volverla a colocarla en su sitio y respiró hondo.─Nada de artificios, nada que pueda distraernos de la esencia misma de la obra, aunque no tenga mucha─comentó, dando la espalda al vampiro y pensando durante unos instantes. Deshizo el recogido que llevaba, dejando que su cabello cayera en cascada sobre su espalda y se descalzó. Estiró las cintas que ataban su corpiño y dejó caer la tela de su vestido, quedándose en enaguas. Le gustara o no, existía cierto grado de confianza entre ellos, por lo que no le importó que la viera así.

Tomó de nuevo el candelabro con esa única vela encendida y lo dejó en medio del escenario. A continuación, se dejó caer en el suelo, con las piernas flexionadas y su piel iluminada por esa cálida luz y se dispuso a recitar los pensamientos en voz alta de su propio personaje. Desnudó su alma, se dejó llevar, herida por las palabras del vampiro, aunque eso sería algo que no confesaría nunca. Más tarde, en la soledad de sus aposentos, se dedicaría a lamer sus propias heridas. Solo por esa noche.

Cuando terminó, volvió a encender con esa vela, ya casi consumida, el resto de candelabros y miró fijamente al vampiro, mientras se vestía lentamente. Volvía a ser ella, volvía a ponerse la máscara que siempre llevaba. Había sido un momento de debilidad, un instante en el que se había dejado llevar por el reto de Marlowe, pero ese instante ya había pasado. El orgullo volvía a estar a flor de piel, no iba a permitir que terminada de hundirla, no esa noche. ─No te importa si la herida se ha curado ya o no, lo sabes tan bien como yo─comentó y contuvo el aliento unos segundos cuando acarició su cuello. ─No creo que mi opinión, más allá del precio a discutir, te interese demasiado. ¿O es que me vas a decir, querido, que te interesa algo que no sea mi sangre?

El teatro es la dualidad más exquisita que existía en la faz de la tienda. O eso era lo que Lucille pensaba. Era vida y era muerte. El beso más tierno y la pasión más abrasadora. La muchacha había devorado bajo la tenue luz de una vela todos los manuscritos que habían llegado a sus manos desde que tenía uso de razón. Deseaba que el día del estreno llegara y se escondía tras el telón, entre bambalinas, para observar una actuación de la que bebía como si le fuera la vida en ello.

Había sido feliz, tal vez más de lo que nunca llegaría a serlo, pero este arte era un amante exigente que hacía ya tiempo que se había olvidado de ella, enterrándola en lo más oscuro de su escenario, representando un papel que no lograba despertar en ella ningún tipo de sensación. Aguantó el insulto del dramaturgo con la mayor entereza que pudo, respirando hondo antes de contestar. Apretó sus manos, intentando controlarlas, porque de lo que realmente tenía ganas es de abofetearlo por semejante ofensa.-Me olvidaba de tu falta de modales, cariño-se limitó a decir, dándole la espalda para que no pudiera ver como su tez se enrojecía por la rabia que él despertaba en ella.

-¿Es que tu realidad comienza a distorsionarse, querido?-le preguntó, clavando de nuevo su mirada en la del hombre.-Tal vez ese sea el motivo por el que ya no distingues una profesión de otra-comenzó a decir, ladeando ligeramente la cabeza-¿O es que la única forma que tienes de encontrar algo de consuelo y un poco de compañía es pagando?-añadió, aunque era más por responder a su ataque que por cualquier otra cosa, pues en el fondo ella sabía que era una meretriz. Puede que no se acostaran, pero él le pagaba por beber de su sangre. Un trato beneficioso para ambos, o eso es lo que le pareció en un primer momento. Ahora...no estaba tan segura. Y es que ellos dos no podían pasar más de unos minutos sin discutir. Esa era la única relación que existía entre ambos.

En el momento en el pensaba que, en cierta manera, se acercaban, un abismo volvía a separarlos. Debía reconocer que el dramaturgo tenía un don especial para encenderla, en diferentes sentidos. Cuando estaba cerca, cuando le hacía ver lo mal actriz que estaba siendo, el fuego recorría sus entrañas y la rabia salía disparada por su boca. Ataque continuos, pulsos eternos. Eso era todo.

Cuando pisó descalza el escenario y sintió la calidez de la madera bajo sus pies, sonrió, feliz. Volvió a encontrarse, durante unos segundos, con su propia esencia, con esa niña inocente que intentaba abrirse un hueco en un mundo complicado. A su cabeza acudieron cientos de recuerdos, como cada vez que ayudaba a alguno de los actores a pasar el texto. Esa era Lucille, o al menos la versión que había enterrado en lo más hondo de su propia alma para que nadie la volviera a dañar. Miró al vampiro cuando dijo esas palabras y se mordió el labio inferior.-¿Yo?-preguntó, confusa, aturdida. Sabía que, seguramente, era una artimaña del vampiro para beber su sangre, pero Lucille no pudo evitar sonreír cuando pronunció la palabra necesitar.

Sus ojos perdidos en los suyos, su mano sobre su pecho,encima de la suya, sintiendo el ritmo de su propio corazón.-Que no lo sientas, no significa que no lo tengas-susurró, pero no se atrevió a decir nada más. En su lugar desvió unos segundos la mirada, recogió su cabello, colocándolo sobre uno de sus hombros, dejando su cuello desnudo, ofreciéndoselo, aunque no sabía si quería beber de ella en el teatro o prefería otro lugar, uno en el que no pudieran sorprenderlos, en el caso de que alguno de los otros actores decidiera volver por cualquier motivo.