AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Frías noches de otoño [Athan]
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Frías noches de otoño [Athan]
Habia llegado a aquel lugar por acción de sus pies y no de su mente se habia dado cuenta tarde ando habia ido a parar, el cementerio mas la cuestión que se repetía en su mente no era sino el motivo ¿Qué hacia ahí? Ya no tenia nada porque pedirle a una tumba ya no tenia porque rezarle a los muertos porque su hermana no estaba muerta estaba viva, la habia encontrado como por cuestiones del destino en los pasados días aquella niña que en su adolescencia tantos problemas le habia dado y a quien sin embargo se habia percatado de adorar como su mayor tesoro el preciso dia en que se la habían arrebatado y ahora la tenia con el nuevamente y Dios sabia que no permitiría que nada le volviese a ocurrir.
Se abria paso entre las tumbas con el gélido aire del saliente otoño y el entrante invierno haciendo tangible en el ambiente, llevaba unos pantaloncillos negros con una camisa blanca de algodón y una especie de sueter por encima al cual se aferraba en busca de algun calor externo que extinguiese el agobio que era sentir la piel erizada chillando por algo de calor, rogando por un cobertor o un lugar calido tomar un chocolate caliente claro estaba, no tenia el dinero para hacerlo, dinero, ahora todas sus carencias giraban entorno a aquello, el dinero que su arte no le permitia adquirir.
Aquellos cuadros mas bien tétricos y demenciales que la gente se limitaba en observar y criticar mas nunca cobrar, y por nunca se refería a uno o dos al mes lo que le permitia pagar la renta y un trozo de pan o carne en los días de abundancia comenzaba a creer que necesitaba otro trabajo para mantenerse, a el a Angeliqué y a Sophia que y pese a su reducido tamaño necesitaba también alimentarse con algun bote con agua, leche un pedazo de carne no importaba que tenia la necesidad y el deber de llevarle un plato a la mesa ¿hacia cuanto no se preocupaba por alguien mas que no fuese el? “cuatro años Anuar, cuarto” y ahora habia varias personas por encima de el en sus pensamientos.
Relamio sus labios revolviendo su cabello escondiéndose tras una estatuilla cuando el viento soplo nuevamente, con brusquedad casi hostigante, sintiendo como golpeaba su rostro como un costal de papas movido por una mano robusta y llena de furia. Termino entrando en un recinto de algun difunto de prole, rozando sus manos entre si para resguardarse del frio, soplando sobre estas alzando la mirada por el lugar, en su tiempo de velador habia conocido todos y cada uno de los lugares remotos y existentes de aquel lugar.
Con el sol ya metido y el firmamento cual negra inmensidad procuraba observar lo que la plata liquida que manaba del manantial alla en el cielo le permitía, rompiéndose en ríos luminosos sobre la tierra pintando caminos en el suelo, senderos de almas en pena, las estrellas cual escarcha hacia tintinear el cielo en una inaudible melodía, sus rojizos cabellos se agitaron cuando viro el rostro y las virutas luminosas que se colaban en el lugar iluminaron sus ojos color de miel y aveces color de oro, asomo el rostro creyendo haber escuchado algo, frunciendo el ceño en aquel sosegado rostro -¿hay alguien?- cuestiono al aire sintiendo un escalofrio tensarle los músculos al recordar la ultima vez en aquel lugar.
Se abria paso entre las tumbas con el gélido aire del saliente otoño y el entrante invierno haciendo tangible en el ambiente, llevaba unos pantaloncillos negros con una camisa blanca de algodón y una especie de sueter por encima al cual se aferraba en busca de algun calor externo que extinguiese el agobio que era sentir la piel erizada chillando por algo de calor, rogando por un cobertor o un lugar calido tomar un chocolate caliente claro estaba, no tenia el dinero para hacerlo, dinero, ahora todas sus carencias giraban entorno a aquello, el dinero que su arte no le permitia adquirir.
Aquellos cuadros mas bien tétricos y demenciales que la gente se limitaba en observar y criticar mas nunca cobrar, y por nunca se refería a uno o dos al mes lo que le permitia pagar la renta y un trozo de pan o carne en los días de abundancia comenzaba a creer que necesitaba otro trabajo para mantenerse, a el a Angeliqué y a Sophia que y pese a su reducido tamaño necesitaba también alimentarse con algun bote con agua, leche un pedazo de carne no importaba que tenia la necesidad y el deber de llevarle un plato a la mesa ¿hacia cuanto no se preocupaba por alguien mas que no fuese el? “cuatro años Anuar, cuarto” y ahora habia varias personas por encima de el en sus pensamientos.
Relamio sus labios revolviendo su cabello escondiéndose tras una estatuilla cuando el viento soplo nuevamente, con brusquedad casi hostigante, sintiendo como golpeaba su rostro como un costal de papas movido por una mano robusta y llena de furia. Termino entrando en un recinto de algun difunto de prole, rozando sus manos entre si para resguardarse del frio, soplando sobre estas alzando la mirada por el lugar, en su tiempo de velador habia conocido todos y cada uno de los lugares remotos y existentes de aquel lugar.
Con el sol ya metido y el firmamento cual negra inmensidad procuraba observar lo que la plata liquida que manaba del manantial alla en el cielo le permitía, rompiéndose en ríos luminosos sobre la tierra pintando caminos en el suelo, senderos de almas en pena, las estrellas cual escarcha hacia tintinear el cielo en una inaudible melodía, sus rojizos cabellos se agitaron cuando viro el rostro y las virutas luminosas que se colaban en el lugar iluminaron sus ojos color de miel y aveces color de oro, asomo el rostro creyendo haber escuchado algo, frunciendo el ceño en aquel sosegado rostro -¿hay alguien?- cuestiono al aire sintiendo un escalofrio tensarle los músculos al recordar la ultima vez en aquel lugar.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Frías noches de otoño [Athan]
¿Qué era el cementerio? La respuesta que Athan tenía para esa pregunta tan eterna como efímera, era simple: ‘El cementerio no es más que un hotel para los débiles.’ Para él, la vida humana no era más que una simple prueba, de la que él se sentía árbitro y juez sin duda. Él mismo se atribuyó el poder de arrebatar vidas cuando le viene en gana, excusando la propia suya, por supuesto. Desde que nació se vio más poderoso que cualquier ser viviente que habitase por la tierra nuestra, y claro, eso lo ha sabido esconder bajo esa coraza de tímido y fortachón que tiene. Sabe que si alguien se entera de su ‘poder’, podría acabar reservando una habitación en el hotel de los débiles. Y no es para menos, todos querrían acabar con el juez que dictamina si pueden seguir viviendo o yacer en el triste olvido, por donde las malvas se crían en la piel de los débiles. Sin embargo, aquella noche estaba vacío, más que de costumbre. Su poder de juzgar sobre la vida o la muerte de lo ajeno se veía apagado por el deseo de hacer una visita al hotel de los débiles, donde sin duda se alojaban muchos de los que el mismo había dictaminado en alguna ocasión. Pobres almas que se vieron machacadas y aplastadas sin sentido por la maza de la injusticia. Capricho de la naturaleza el engendrar mentes tan enfermas como la de Athan, que gracias a él disminuyó la población de almas inocentes en la humanidad.
Acariciaba con sus dedos la solapa de algunas tumbas, en las que cual etiqueta descansaban los nombres de las almas piadosas que un día fueron enviadas sin remitente ni destinatario al más profundo más allá. Sus dedos surcaban cual trueno en un cielo azul iluminado los mármoles de los difuntos, profanando así su sagrada intimidad. Sonreía al tiempo que se entretenía observando los nombres de los muertos, a los que ya jamás vería caminando por este, nuestro planeta. Veía en ellos no solo letras amontonadas, que de algún modo tenían sentido según qué orden le diese el juez lector, también veía en ellas a su eterno amor. A la muerte. Como fiel amante, decidió comprometerse con ella y así será hasta que al fin pueda llegar a conocerla, algún quizá no muy lejano día. La música de un triste violín apagado retumbaba sin cesar en la enfermiza cabeza de Athan, y no le desagradaba demasiado. Resultaba repetitiva, pero era como volver a empezar de nuevo, cual memoria de pez se le olvidaba la melodía y la recordaba al instante. Dándole al mortal paseo un toque más grotesco de ser posible, debido a las tenues luces que iluminaban el triste lugar, provenientes de las farolas de gasolina que habitaban el encuentro. En el fondo del alma de Athan, si aún le quedaba de tal sustancia escasa en la mayoría de las personas que quedaban en pie, existía un leve sentimiento que podríamos catalogar como amor. Amor a lo eterno, a aquello que perdura para siempre, resistente superviviente al paso del tiempo. Por lo tanto, era un amante, sin saberlo, de la naturaleza, de la muerte. Ambas perduraran por siempre sobre la tierra, pase lo que pase. Pues si una se acaba, la otra también. No puede haber naturaleza sin muerte, pues se aglomeraría la existencia y acabaríamos echándonos a nosotros mismos de la tierra. Pero tampoco puede haber muerte sin naturaleza, pues entonces sería el fin de los tiempos de por siempre. Así, que todo lo que englobase muerte y naturaleza, en el fondo agradaba a nuestro amigo. Por eso se encontraba cómodo en un espacio como lo es un cementerio.
Pensaba, reflexionaba. Pero su corrompida cabeza no le daba más de sí que pensar injurias y blasfemas sobre un mundo que no estaba hecho para jueces. Pensamientos absurdos, tales que en su cabeza sonaban de lo más cuerdos y correctos posible. Pero, se quedaban en eso, pensamientos. La locura que radiaba de Athan ahora no estaba dando señales de vida, eso era una buena noticia para la sociedad. Como dije antes, su vocación de juez no estaba hoy muy lucida y eso hacía que no sintiese la necesidad de acabar con cualquier persona para sonreír. Su eterna sonrisa colgaba cual cuadro mal clavado en una pared corroída por la sangre.
Acariciaba con sus dedos la solapa de algunas tumbas, en las que cual etiqueta descansaban los nombres de las almas piadosas que un día fueron enviadas sin remitente ni destinatario al más profundo más allá. Sus dedos surcaban cual trueno en un cielo azul iluminado los mármoles de los difuntos, profanando así su sagrada intimidad. Sonreía al tiempo que se entretenía observando los nombres de los muertos, a los que ya jamás vería caminando por este, nuestro planeta. Veía en ellos no solo letras amontonadas, que de algún modo tenían sentido según qué orden le diese el juez lector, también veía en ellas a su eterno amor. A la muerte. Como fiel amante, decidió comprometerse con ella y así será hasta que al fin pueda llegar a conocerla, algún quizá no muy lejano día. La música de un triste violín apagado retumbaba sin cesar en la enfermiza cabeza de Athan, y no le desagradaba demasiado. Resultaba repetitiva, pero era como volver a empezar de nuevo, cual memoria de pez se le olvidaba la melodía y la recordaba al instante. Dándole al mortal paseo un toque más grotesco de ser posible, debido a las tenues luces que iluminaban el triste lugar, provenientes de las farolas de gasolina que habitaban el encuentro. En el fondo del alma de Athan, si aún le quedaba de tal sustancia escasa en la mayoría de las personas que quedaban en pie, existía un leve sentimiento que podríamos catalogar como amor. Amor a lo eterno, a aquello que perdura para siempre, resistente superviviente al paso del tiempo. Por lo tanto, era un amante, sin saberlo, de la naturaleza, de la muerte. Ambas perduraran por siempre sobre la tierra, pase lo que pase. Pues si una se acaba, la otra también. No puede haber naturaleza sin muerte, pues se aglomeraría la existencia y acabaríamos echándonos a nosotros mismos de la tierra. Pero tampoco puede haber muerte sin naturaleza, pues entonces sería el fin de los tiempos de por siempre. Así, que todo lo que englobase muerte y naturaleza, en el fondo agradaba a nuestro amigo. Por eso se encontraba cómodo en un espacio como lo es un cementerio.
Pensaba, reflexionaba. Pero su corrompida cabeza no le daba más de sí que pensar injurias y blasfemas sobre un mundo que no estaba hecho para jueces. Pensamientos absurdos, tales que en su cabeza sonaban de lo más cuerdos y correctos posible. Pero, se quedaban en eso, pensamientos. La locura que radiaba de Athan ahora no estaba dando señales de vida, eso era una buena noticia para la sociedad. Como dije antes, su vocación de juez no estaba hoy muy lucida y eso hacía que no sintiese la necesidad de acabar con cualquier persona para sonreír. Su eterna sonrisa colgaba cual cuadro mal clavado en una pared corroída por la sangre.
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Re: Frías noches de otoño [Athan]
Una roedor del tamaño de su zapato mas grande paso corriendo de un lado a otro por el suelo polvoriento y oloroso, con los hierbajos trepando por las paredes y cerniéndose a los objetos como hierba mala de aquella que la gente solia arrancar cuando visitaban tales lugares y que a su regreso volvían a parecer como si algun ente ajeno los sembrase todos los días y cuidase y velara por su seguridad y buen crecimiento, de aquellas palabras que solo arrancándolas de raíz seria posible erradicar.
El chillido que provino de aquel animal le hizo arrugar el entrecejo despeinando sus rojizos cabellos aquellos opacos no usuales, sabia bien, porque conocía, que los pelirojos solian tener los cabellos como el mas vivo y crepitante fuego, con una fogosidad que irradiaba vida ante los ojos se cualquiera mas los suyos no poseían aquella alegría característica sino que cual letárgica lengua estática se mantenían en su lugar con el color del vino añejo, con aquel sosiego que solo el podia poseer, aquella sonrisa ausente y mirada apaciguada, aquella voz áspera y aterciopelada como el rio que, llevando en su cauce agua susurra lamiendo las paredes que tierra que le sofocan, fluvial en su camino y aun asi aparentemente tranquilo.
Giro sobre sus talones levantando una humareda de tierra y polvo hasta la altura de sus rodillas, donde se quedo suspendida unos segundos y cayo nuevamente manchando esta vez sus negros zapatos y pantalón a tono, saliendo del lugar para encaminarse a esa tumba que solia visitar, aquella sin nombre que habia cedido quitar de cierta forma, porque era como cuidar la tumba de su hermana y madre aquella que creía por muertas.
Los sonidos del lugar se encargaban de recordarle la ultima vez que habia estado ahí, era antes velador, uno al que le habían sucedido un encuentro desdichado, la luna se habia alzado con todo su esplendor sobre su cabeza, se habia topado con una mujer de nombre corto “Nora” y habían huido, habían corrido hasta el alba huyendo, huyendo por aquello por que jamás volvió a aquel trabajo, el temor de ponerlo nuevamente y no salir esta vez victorioso le helaba la sangre y le robaba el sueño.
Fue entonces que se topo con un joven de platinados cabellos o cuando minimo asi lucia con la plata liquida manando del cielo cayendo sobre el –disculpe…- le dijo entrecerrando los parpados ¿Qué hacia? El ya no era el velador en nada le incumbía que hacia o dejaba de hacer aquel joven de cabellos tan extraños como los propios, dia y noche, el flequillo le cubria la frente dándole sombra a sus resplandecientes orbes -¿busca alguna tumba?- le cuestiono suponiendo que si estaba perdido podia indicarle el camino a seguir y asi el mismo seguiría el suyo hasta la tumba sin nombre que habia optado por hacer suya, por cuidar y llevar flores, pensando en su hermana al estar con ella, ella quien resultaba no muerta sino viva, agradecidamente viva.
{describo al pj porque no es como en las imagenes se muestra sino, de cabello tanto mas rojizo y flequillo en la frente, de orbes aveces del color de la miel y otras color del oro}
El chillido que provino de aquel animal le hizo arrugar el entrecejo despeinando sus rojizos cabellos aquellos opacos no usuales, sabia bien, porque conocía, que los pelirojos solian tener los cabellos como el mas vivo y crepitante fuego, con una fogosidad que irradiaba vida ante los ojos se cualquiera mas los suyos no poseían aquella alegría característica sino que cual letárgica lengua estática se mantenían en su lugar con el color del vino añejo, con aquel sosiego que solo el podia poseer, aquella sonrisa ausente y mirada apaciguada, aquella voz áspera y aterciopelada como el rio que, llevando en su cauce agua susurra lamiendo las paredes que tierra que le sofocan, fluvial en su camino y aun asi aparentemente tranquilo.
Giro sobre sus talones levantando una humareda de tierra y polvo hasta la altura de sus rodillas, donde se quedo suspendida unos segundos y cayo nuevamente manchando esta vez sus negros zapatos y pantalón a tono, saliendo del lugar para encaminarse a esa tumba que solia visitar, aquella sin nombre que habia cedido quitar de cierta forma, porque era como cuidar la tumba de su hermana y madre aquella que creía por muertas.
Los sonidos del lugar se encargaban de recordarle la ultima vez que habia estado ahí, era antes velador, uno al que le habían sucedido un encuentro desdichado, la luna se habia alzado con todo su esplendor sobre su cabeza, se habia topado con una mujer de nombre corto “Nora” y habían huido, habían corrido hasta el alba huyendo, huyendo por aquello por que jamás volvió a aquel trabajo, el temor de ponerlo nuevamente y no salir esta vez victorioso le helaba la sangre y le robaba el sueño.
Fue entonces que se topo con un joven de platinados cabellos o cuando minimo asi lucia con la plata liquida manando del cielo cayendo sobre el –disculpe…- le dijo entrecerrando los parpados ¿Qué hacia? El ya no era el velador en nada le incumbía que hacia o dejaba de hacer aquel joven de cabellos tan extraños como los propios, dia y noche, el flequillo le cubria la frente dándole sombra a sus resplandecientes orbes -¿busca alguna tumba?- le cuestiono suponiendo que si estaba perdido podia indicarle el camino a seguir y asi el mismo seguiría el suyo hasta la tumba sin nombre que habia optado por hacer suya, por cuidar y llevar flores, pensando en su hermana al estar con ella, ella quien resultaba no muerta sino viva, agradecidamente viva.
{describo al pj porque no es como en las imagenes se muestra sino, de cabello tanto mas rojizo y flequillo en la frente, de orbes aveces del color de la miel y otras color del oro}
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Frías noches de otoño [Athan]
En su eterna reflexión, enfermiza mente distorsionada tanto por la lluvia de sangre como por la tierra maldita, una voz que no había conocido en sus malditos años de existencia le sacó de sí. No es que le interrumpiese sobre meditaciones nauseabundas o profundos asesinatos imaginarios, sino que hizo que saliera de ese mundo al que se estaba sometiendo mientras mantenía una mano apoyada en una tumba de mármol, en la que se leía el nombre de Xavier Calvin. Ese nombre le resultaba muy familiar, quizás sería porque justo salió un par de semanas antes en las esquelas del periódico, con el diagnóstico de asesinato. Efectivamente, a manos de Athan. Tras dedicar una última mirada a la tumba, de la cual leyó el nombre tras sonreír, miró al dueño de la voz que le había robado su momento de dulce asesinato imaginario. Era un chico que parecía amable, con rojizos cabellos que se veían pobremente iluminados con la luz de las farolas cuya fructosa iluminación no daba más de sí. Creábase entonces en el ambiente un espeluznante pero adorable a ojos de Athan lugar, donde sería el sitio perfecto para realizar un brutal asesinato. Se imaginaba Athan mientras miraba atento al chico como sería encerrarlo en un ataúd, para después enviarlo metros bajo tierra y escuchar sus gritos nítidamente a través de la tierra, hasta que finalmente su último aliento se consumiese y yaciese muerto, como tantos débiles que había aquí encerrados. Seguramente nadie le echaría de menos, y de ser al contrario, llorarían por él. Pero solo derramarían eso, lagrimas, porque jamás encontrarían su cuerpo, y mucho menos al causante de tal atroz asesinato. Ensimismado en sus pensamientos, giró la cabeza sonriente observando el rostro peculiar de su nuevo compañero.
-Sí, creo que busco una en concreto… - Susurró Athan haciendo lentos movimientos con sus labios. Realmente era un tipo extraño, pero más que eso era demasiado peligroso para estar con otra persona a solas en un sitio tan poco contundente como es un cementerio de madrugada. La sonrisa dejó de dominar los labios de nuestro amigo, y se convirtió en una línea recta. El motivo no era más que la falsa ilusión de felicidad que su mente creaba con la sangre y la perversión se veían con plenitud absoluta, por lo tanto tenía hambre de sangre y debía estar concentrado para realizar un perfecto crimen. La víctima posiblemente sería el pobre chico que paseaba por el cementerio a estas horas de la madrugada. Aunque aún no estaba decidido. Cuantas personas había matado Athan, que ya ni lo recordaba. Brutal asesino donde los haya, sembraba el terror anónimamente por las calles de la ciudad. Todos temían al asesino que estampaba los cuerpos desmembrados de sus víctimas en la pared de las calles principales. Todos tenían ese miedo que hace cundir el pánico entre la multitud a la mínima sospecha de violencia. Todos tenían ese miedo que hacía que pocos fuesen los que se atreviesen a salir por la noche a las calles. Sus crímenes no solo eran eso, asesinatos. Escondían mensajes de su mente hacia Athan, mensajes de odio, ira destrucción que Athan de momento no entendía, pero que pronto conocería. Cual cuchillo de doble filo su mentalidad obsoleta de paz atravesaba el alma de Athan, lo que hacía que de nuevo volviese a estallar la locura dentro de él.
-Sí, creo que busco una en concreto… - Susurró Athan haciendo lentos movimientos con sus labios. Realmente era un tipo extraño, pero más que eso era demasiado peligroso para estar con otra persona a solas en un sitio tan poco contundente como es un cementerio de madrugada. La sonrisa dejó de dominar los labios de nuestro amigo, y se convirtió en una línea recta. El motivo no era más que la falsa ilusión de felicidad que su mente creaba con la sangre y la perversión se veían con plenitud absoluta, por lo tanto tenía hambre de sangre y debía estar concentrado para realizar un perfecto crimen. La víctima posiblemente sería el pobre chico que paseaba por el cementerio a estas horas de la madrugada. Aunque aún no estaba decidido. Cuantas personas había matado Athan, que ya ni lo recordaba. Brutal asesino donde los haya, sembraba el terror anónimamente por las calles de la ciudad. Todos temían al asesino que estampaba los cuerpos desmembrados de sus víctimas en la pared de las calles principales. Todos tenían ese miedo que hace cundir el pánico entre la multitud a la mínima sospecha de violencia. Todos tenían ese miedo que hacía que pocos fuesen los que se atreviesen a salir por la noche a las calles. Sus crímenes no solo eran eso, asesinatos. Escondían mensajes de su mente hacia Athan, mensajes de odio, ira destrucción que Athan de momento no entendía, pero que pronto conocería. Cual cuchillo de doble filo su mentalidad obsoleta de paz atravesaba el alma de Athan, lo que hacía que de nuevo volviese a estallar la locura dentro de él.
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Re: Frías noches de otoño [Athan]
Le observo unos instantes con extraña curiosidad cubierta por un manto de indiferencia ¿Qué habia hecho a hacer al cementerio? Siquiera llevaba su libreta bajo el brazo para apoyando en una lapida dejar que su retorcida imaginación crease lo que en la obscuridad se le antojase retratar, era asi mejor cuando la penumbra impedía a otros ver su arte y a el mismo le permitia liberarla porque acostumbrado estaba a crear bajo la luz de la luna y unas cuantas velas no era lo mismo, no no lo era.
-si me dice cual es quizá pueda ayudarle- aseguro andando algunas lapidas e diagonal, observando las fechas y nombres de los desdichados, recordaba las noches en que habia tendo que ir a velar por aquellos muertos que no eran suyos, aquellos que deberían mas importarle a sus familiares y mas sin embargo bien sabia el que el sufrimiento no duraba demasiado, después del entierro algunas semanas la tumba seguía intacta, con frescas flores y agua de rio en sus canteros aquellas que después de unos meses se marchitaban y ya nadie iba a cambiarlas pocas eran las tumbas de los preciados que seguían siendo cuidadas después de años de su perdida, recordaba a un hombre de avanzada edad ir cada tercero del mes, llevaba con pasos lentos, con su bastón al frente y un ramillete entre sus manos, la depositaba en una lapida al otro lado del cementerio, se quedaba un rato charlando con su difunta esposa y prometiéndole volver o alcanzarla en otra vida se marchaba un hombre que apenas y podia caminar.
Cayo entonces en cuenta de las palabras del joven, se giro sobre sus talones levantando las hojas secas del suelo que crujieron ante su movimiento y peso, relamió sus labios -¿crees? ¿esque has venido sin saber?- le cuestiono esta vez con seriedad si alguien iba a visitar a un difunto no creía que buscaba una tumba en especifico, la conocía ya la encontraba y ahí lloraba sus amargas penas mas aquel joven no aparentaba no lucia como un errante de su dolor por lo menos no uno que buscase a ser humano en la profundidad del suelo.
-¿Qué busca realmente?- le cuestiono con sus iris color de oro fijos en aquel hombre ¿era acaso que la paranoia se habia apoderado ya de el? ¿o con justa razón debía desconfiar de aquel joven? Los años, la vida y los instintos le indicaban e incitaban a guardar su distancia mas la curiosidad aquella que ya de tantas formas se las habia cobrado le inspiraba a quedarse, a escucharle y percatarse, desechar una hipótesis u otra, confirmar la conclusión ¿a quien de los dos la elocuencia los habia abandonado quería suponer que no a el aunque no seria sorpresa después de una vida de pesadillas errantes y volátiles, después de abismos de pasiones insensatas caer en la zanja no seria novedad –si esta perdido aquí no encontrara camino…si busca algo mas que un cuerpo putrefacto bajo la tierra…dudo que aquí logre encontrar algo mas que un lugar lóbrego envuelto en tinieblas- las mismas que se cernían sobre el alma ennegreciéndola.
Rozo con la yema de sus dedos una lapida de piedra laja cincelado el nombre con cuidado “Elena Ibaero” y debajo del nombre con letras mas diminutas “la libertad se gana con la muerte” ¿Qué tan cierto debía suponer era aquello? Lo suficiente para que algunas personas osasen creerlo.
-si me dice cual es quizá pueda ayudarle- aseguro andando algunas lapidas e diagonal, observando las fechas y nombres de los desdichados, recordaba las noches en que habia tendo que ir a velar por aquellos muertos que no eran suyos, aquellos que deberían mas importarle a sus familiares y mas sin embargo bien sabia el que el sufrimiento no duraba demasiado, después del entierro algunas semanas la tumba seguía intacta, con frescas flores y agua de rio en sus canteros aquellas que después de unos meses se marchitaban y ya nadie iba a cambiarlas pocas eran las tumbas de los preciados que seguían siendo cuidadas después de años de su perdida, recordaba a un hombre de avanzada edad ir cada tercero del mes, llevaba con pasos lentos, con su bastón al frente y un ramillete entre sus manos, la depositaba en una lapida al otro lado del cementerio, se quedaba un rato charlando con su difunta esposa y prometiéndole volver o alcanzarla en otra vida se marchaba un hombre que apenas y podia caminar.
Cayo entonces en cuenta de las palabras del joven, se giro sobre sus talones levantando las hojas secas del suelo que crujieron ante su movimiento y peso, relamió sus labios -¿crees? ¿esque has venido sin saber?- le cuestiono esta vez con seriedad si alguien iba a visitar a un difunto no creía que buscaba una tumba en especifico, la conocía ya la encontraba y ahí lloraba sus amargas penas mas aquel joven no aparentaba no lucia como un errante de su dolor por lo menos no uno que buscase a ser humano en la profundidad del suelo.
-¿Qué busca realmente?- le cuestiono con sus iris color de oro fijos en aquel hombre ¿era acaso que la paranoia se habia apoderado ya de el? ¿o con justa razón debía desconfiar de aquel joven? Los años, la vida y los instintos le indicaban e incitaban a guardar su distancia mas la curiosidad aquella que ya de tantas formas se las habia cobrado le inspiraba a quedarse, a escucharle y percatarse, desechar una hipótesis u otra, confirmar la conclusión ¿a quien de los dos la elocuencia los habia abandonado quería suponer que no a el aunque no seria sorpresa después de una vida de pesadillas errantes y volátiles, después de abismos de pasiones insensatas caer en la zanja no seria novedad –si esta perdido aquí no encontrara camino…si busca algo mas que un cuerpo putrefacto bajo la tierra…dudo que aquí logre encontrar algo mas que un lugar lóbrego envuelto en tinieblas- las mismas que se cernían sobre el alma ennegreciéndola.
Rozo con la yema de sus dedos una lapida de piedra laja cincelado el nombre con cuidado “Elena Ibaero” y debajo del nombre con letras mas diminutas “la libertad se gana con la muerte” ¿Qué tan cierto debía suponer era aquello? Lo suficiente para que algunas personas osasen creerlo.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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