Bambi is here!

Aunque el ser humano proviene de otro ser humano, en el caso de Bambi podríamos decir que nació de la calle y por ella fue criada. Abandonada en un basurero nada más nacer, sólo un milagro pudo mantenerla viva lo suficiente para que un vagabundo la encontrara. Y otro milagro sucedió cuándo éste, en lugar de dejarla morir, decidió dedicar algo de su tiempo a intentar que sobreviviera. Por supuesto, durante sus primeros años de vida dependió no sólo de aquel hombre sino de la comunidad callejera que, junto con él, la acogió como a tantos otros y a la que más tarde ella misma pertenecería. Sin embargo, ya a la edad de tres años empezó a manejar sus propios asuntos. Sabía lo que tenía que hacer para sobrevivir y cómo hacerlo para que no la descubrieran y, además, no le gustaba que nadie lo hiciera por ella sólo porque la consideraran una niña. Así fue como las calles de Toscana se convirtieron en su hogar, no precisamente cálido y acogedor, pero tampoco podría echar de menos lo que nunca había conocido así que no importaba demasiado.

Aunque cada día era un nuevo descubrimiento, nunca sabiendo si sería el último, en realidad los años transcurrieron rápido y sumidos en la monotonía. Lo único que importaba era, básicamente, sobrevivir. Lo que sucedió, a medida que Bambi crecía, era que cada vez le resultaba más complicado saber por qué. ¿Por qué valía la pena sobrevivir? ¿Iba a ser así toda su vida? En realidad ¿cuánto más tiempo aguantaría? A pesar de la podredumbre que la rodeaba, era cada vez más bella y su cuerpo se desarrollaba con una voluptuosidad incluso poco característica para las muchachas de su edad. A los dieciséis años sus senos eran plenos y sus curvas muy sinuosas, despertando los indeseables pensamientos de aquellos que la rodeaban. De aquellos que incluso la habían visto crecer pero que, por encima de eso, pensaban en el negocio que podrían hacer con ella. Y Bambi estaba cansada. Cansada de huir, de protegerse, de estar las veinticuatro horas pendientes de todo aquello que la rodeaba. Harta de dormir entre basura y de comer de esa misma basura. Y, finalmente, llegó a la conclusión de que no; no valía la pena continuar con tal sufrimiento.

Y hubiera muerto, de no haberse topado con Alistair ¿Quién? Un vampiro bastante peculiar que, en uno de los muchos callejones de Toscana, la encontró justo después de haberse cortado las venas. Justo mientras se le escapaba la vida que tanto sufrimiento le había aportado. Atraído por la sangre, supone ella, que la encontró. Lo que no sabe es por qué, en lugar de alimentarse de lo que todavía no se había desparramado por el suelo, fue él quién cortando su muñeca la obligó a beber curándole así cualquier herida que tuviera y devolviéndola a una vida que ella había decidido no continuar.

De eso hace ya dos años. Dos años en los que Bambi ha seguido a ese vampiro como un perro sigue a su dueño. Aparentemente obligada, siempre odiando la idea de depender de él, pero en el fondo fiel y obediente. Ella está convencida de que lo que siente por ese ser no es más que un efecto secundario de la sangre. Sangre que, desde aquel día en el callejón, se ha convertido en lo que más desea y odia a la vez. Una droga de la que intenta escapar y no puede. Una droga que la mantiene atada a Alistair de pies, manos, cabeza y corazón.