L'Obscurité de mes Carrés [Perbidius]

Con el último rayo solar, con el último alboroto del comercio, cuando el cielo se nublaba para otorgar la supremacía a la luna y provocar la desaparición del astro rey, Perbidius emergía de entre las tinieblas de su desconocido refugio en la ciudad de París con el objetivo de dar cuerda a sus planes y asuntos entre la comunidad mortal, desconocedor aún de la organización de los inmortales en aquél lugar. Y aunque ciertamente no tenía la información suficiente para opinar, bien le parecía un estado sumamente caótico y anárquico, al menos comparado a la Necrópolis Subterránea de Constantinopla.

Antes de abandonar el refugio había decidido que ropajes decorarían su eternidad. Como el actor que elige su disfraz, Perbidius había optado por su nueva piel esa noche. La nueva estética victoriana le agradaba y había apostado por sus más altos diseños. Elegante inició su paseo por las nocturnas calles de París vistiendo un oscuro traje de blanca camisa, el manto que cubría sus hombros ondeaba a cada largo paso que daba, siendo acompañado por un estático sombrero de copa oscuro que le otorgaba un sentido señorial. Sin ser suficiente, sus manos, enguantadas en cuero negro, se balanceaban con un porte rítmico, llevando en la diestra con gran destreza un bastón tallado en madera de nogal, tintado de azabache y coronado con detalles plateados.

Su andar era mecánico e indiferente, pese a restar ataviado con las mejores ropas de la nueva moda parisina su comportamiento y su percepción del entorno seguían siendo las mismas. Nada cambiaba, y a medida que cruzaba cada callejón para proseguir su camino, contemplaba como las casas y residencias se repetían una y otra vez, formando la enorme e impersonal obra que era la Gran Ciudad. Tan solo algunas de sus peculiares personas lograban que desviara la mirada, sin detener no obstantes su acelerado paso, acompañado por el incesante golpe de bastón cada dos pasos. Su ritmo y velocidad se enardecían de un modo continuo, rellenándose de un cierto hastío progresivo. Su mente empezaba a divagar entre las distintas posibilidades nocturnas que le quedaban abiertas, tomando en consideración el ir al burdel, en busca de cortesanas que le fueran de utilidad como contactos y le mantuvieran informados a cambio de un grato trato y una profunda bolsa.

Su desesperación por encontrar una distracción empezaba a cansarle, y ciertamente también se veía en la necesidad de saciarse. Su rostro de neutralidad se había ido enfadando poco a poco, y el ritmo de sus pasos ya era claramente iracundo, sin embargo algo le detuvo… Había visto algo unos metros atrás, o más bien dicho, no lo había visto. Una sensación extraña le recorrió tal si acabara de perderse algo que no debería haber ignorado.

Pacientemente su figura se giró con estoica lentitud, acercándose a una casera muestra de cuadros y pinturas, no había reparado en nada más que en el arte de las mismas. No existía vendedora ni viandantes, siquiera existía la manta donde se apoyaban, que hubiera roto el romanticismo de la exposición. En realidad no podía creer que esa expresión artística se encontrara allí, en la calle, de cualquier modo. Los cuadros no expresaban lo que él deseaba ver, pero la experiencia de la artista y el estilo tenían un gran potencial.

… Su fría e inescrutable mirada buscó a la dueña …

Una leve y lento parpadeo evidenció la profunda indiferencia de contemplar una mortal, ciertamente era probable que aquello que más le había impresionado en aquél instante hubiera sido el momento en que el cuadro hizo amago de poder echarse a perder al resbalar de las manos de la dama. El Arte, tan delicado, debía preservarse con cariño, y sin duda las sencillas y angostas calles de la húmeda y sucia París no eran el mejor lugar. En un gesto de desatención a la pregunta de Freya, su rostro se volvió con paciencia, mirando hacia la dirección de la cual procedía durante breves segundos.

- En realidad sí, mi señora.-Su rostro volvió a ella con una suave sonrisa, tal estuviera analizando como proceder ante aquello. Ciertamente hacía siglos que no realizaba aquello que se disponía a hacer, y le resultaba gratificante, así como le devolvía una leve sensación melancólica del pasado borrado por la locura humana.- No he podido evitar reparar en vuestro magnífico arte, dado que presumo que tales cuadros llevan vuestro calor, intensidad y metodismo creativo.- Apoyó el bastón en el suelo, reposando entonces la mano izquierda sobre la diestra, quedando estoicamente acomodado.

- Debo deciros que mi mayor y más profundo deseo es que me concedierais una conversación acerca del mismo, una conversación versada sobre vuestro arte y las posibilidades que lo envuelven.- Inclinó tenuemente el rostro, dejando que el sombrero de copa proyectara una cierta sombra sobre su blanco semblante, en tanto que su ceño se fruncía levemente, expresivo.- Apuesto por una preservación de vuestro trazo, mi señor. ¿Nunca habéis pensado en dedicaros íntegramente al Arte?- La pregunta quedó suspendida en el aire en tanto que sus labios se desenvolvían en una suave sonrisa, falsamente espontánea.

A decir verdad hacía tiempo, y eso era extraño considerando donde se encontraba, que no había hallado buenos marchantes de arte, y mucho menos artistas prometedores en las calles. Ah sí, esa joven podría ser una nueva inversión para sus finanzas y su placidez artística.

El inmortal parpadeó una única vez con cierta pesadez, manteniendo entonces un rostro frío e impávido, contemplando con cierta indiferencia la reacción de la dama, tan susceptible a cada gesto o movimiento por su parte. De semblante apagado, dirigió su mirada iridiscente de nuevo a los cuadros, repasándolas con detalle durante breves instantes antes de dejar caer el brazo izquierdo, utilizando la diestra para elevar y descender dos veces el bastón, provocando que este resonara contra la calle con dureza.

- Si, lo comprendo, no debéis poseer los medios suficientes para alcanzar tan caprichoso estilo de vida.- Afiló el rostro inclinando la barbilla, en tanto que se llevaba la izquierda al sombrero de copa y lo retiraba con lentitud, colocándolo sobre su pecho en tanto que meditaba, permitiendo que su oscuro cabello se mostrara, fijo y sin inmutarse, atado en una coleta. Tras unos segundos de reflexión, ostentó una nueva y superficial sonrisa, realzando el mentón a la par que se colocaba el sombrero, acariciando el ala izquierda del mismo con el pulgar y el índice.

- Pero eso puede cambiar en realidad, y puede cambiar con abrumadora facilidad, tal de un sueño se tratara.- Mantuvo un silencio apenas perceptible, deslizando la mano izquierda del sombrero al espacio entre Freya y su figura, señalándola sin parecer acusador. – Podéis alcanzar una renta económica más que provechosa, vivir del arte que creáis.- Su sonrisa se acusó con lentitud, mostrando su blanca dentadura sin demasiado pudor, incluyendo unos colmillos que pese a ser afilados y esbeltos, no eran desproporcionados o amenazantes.- Os ofrezco una oportunidad, mi señora. Una oportunidad para difundir vuestro trazo, para que vuestra pintura alcance lo que jamás pudisteis.

Entrecerró la mirada en tanto que la observaba, bajando poco a poco el dedo que la señalaba. Su torso se inclinó tenuemente para susurrar de cerca, con una intimidad mayor.- Puedo ser vuestro Mecenas, mi señora, si estáis dispuesta a escuchar mis condiciones….

La pregunta de la dama era el verdadero centro neurálgico de la cuestión, donde se reunían los intereses y los contrapesos a las maravillosas sumas, financiaciones y garantías que pudiera ofrecerle a ella, a Freya, para que esta logara dar una salida posible a sus cualidades artísticas, sin verse forzada a contaminar y malgastar su tiempo libre con banalidades tales como el cuidado de ganado o la venta de productos alimenticios. Una suave brisa se alzó sobre la ciudad, recorriendo sus calles unos instantes en tanto que el silencio del inmortal se hacía patente. Tan solo alcanzó a esbozar una enigmática sonrisa, permitiendo que el viento provocara el ondear de su oscuro manto, y el tenue movimiento de algunos cabellos, los cuales se escapaban a la jaula que imponía mayestático, su sombrero de copa.

Su mirada cristalina restó fija en los ojos de la dama, provocando un cierto punto de tensión en la conversación en tanto que permitía que la mortal imaginara todo cuanto deseara en su insegura mente. Finalmente, tras unos largos y pausados instantes de forzada violencia mental, los labios de Perbidius se entreabrieron tanto como sus párpados caían, dejando escapar su sedosa voz con lo que bien pudieran ser condiciones o puntos de un trato a firmar.

- Las condiciones y requerimientos son los siguientes, mi señora.- Enarcó ambas cejas en tanto que su mano izquierda se alzaba para gesticular de un modo pragmático, manteniendo su eterna y tenue sonrisa.- En primer lugar, vuestra única e ineludible dedicación profesional será la de dar rienda a vuestra creatividad en expresión artística, sea del tipo que sea. En segundo lugar…-Promulgó elevando el índice y el corazón.-… toda obra deberá ser revelada ante mí antes de que el público pueda observarla. Me garantizo también el derecho a vetar exposiciones si considerara que estas no benefician a vuestro nombre o reputación…-. Afirmó con el anular, para finalmente levantar el meñique, manteniendo el pulgar apretado contra la palma.- La venta de obras deberá ser consensuada entre ambos, yo siempre tendré preferencia como comprador si estuviera interesado, pero vos os quedareis el ochenta por ciento de todo lo que vendáis.

Su sonrisa se mantuvo inexpugnable, descendiendo su mano a continuación para apoyarla en su vientre de forma acomodada. – Vos decís, mi señora.

Enarcó tenuemente una ceja ante la reacción de incredulidad de la dama, había opuesto más resistencia de la que creía, sin embargo tampoco ninguna que se opusiera a su plan. Tan solo era una reminiscencia de dolor, la cual parecía hacerle reflexionar acerca de la imposibilidad de que algo tan especial le ocurriera. Mantuvo su sonrisa y se limitó a abrir ambos brazos en un gesto teatral, negando con soberana paciencia.

- No hay truco, el contrato, mi señora, es el que os he dicho. Tales son las reglas, tales son las condiciones. Si os agradan firmadlo antes de que me lo hagáis pensar dos veces, firmadlo de forma categórica y simple…- Su voz se tornó susurrante para acercar su rostro, concentrando su gélida mirada en los orbes esmeraldas de la joven artista.- Firmadlo con un Sí…..- Su voz se desplazó como el viento, alargando la última palabra de forma íntima y suave.

Su postura quedó quieta e inexpugnable, esperando una reacción por parte de Freya en tanto que aguardaba. Su figura tenebrosa esperaba paciente, permitiendo que las luces de las lámparas y farolas de las calles parisinas proyectaran una creciente sombra sobre las cuencas de sus ojos, tornando su propuesta y el momento, en algo más clandestino.

- ¿Qué decís?-. Fue su última intervención, devolviendo la habitual sonrisa a sus labios en tanto que mantenía ambas cejas enarcadas, ladeando suavemente la cabeza con asombrosa naturalidad, sin que el sombrero se moviera en absoluto o amenazara con caerse, descubriendo sus cabellos oscuros de nuevo a la luz de la luna.

La pregunta formulada por la mortal era lógica y racional, siendo una clara consecuencia de la profunda abstracción que había sentido en el momento de interesarse por el Arte de la dama. Sus sentidos se habían agudizado tanto en algo tan carente de vida, que todo cuanto hubiera palpitado alrededor, no le hubiera captado la más mínima atención. Ahora sí, y siendo consciente de la evolución de la conversación, era más urgente que nunca ofrecer su falso nombre por el cual debía conocérsele en París, y de ese modo sellar el contrato.

- Mi nombre, mi humilde señora, os será otorgado con sumo gusto y no sin disculpa, dada mi ausente caballerosidad en el momento de quedar prendado de tan bellos óleos.- Su sonrisa se mantuvo expresada, realizando una leve, aunque elaborada, inclinación formal.- No obstante he de deciros que antes de solicitar un nombre, mademoiselle, es costumbre ofrecer el propio, o así lo creo, y es dictado por la cortesía y lo tradicional en lo que a modales se refiere.- Selló sus labios entonces, reincorporando su columna al mismo tiempo que sus labios susurraban con paciencia.- Cyrille de Chartres, podéis llamarme así y os reconoceré.

Con un gesto parsimonioso apoyó ambas manos sobre el mango del bastón de nogal, enarcando una ceja, quizás sencillamente aguardando una muestra de reciprocidad, es decir, que le fuera otorgado el nombre de la dama con quién debería hacer tratos, y de ser estos fructíferos, proteger de todo mal. De ese modo la rueda seguiría girando, y el arte fluyendo, restaurándose en la época que se erigía, y espantando a los demonios modernos que deformaban la concepción artística en más de una ocasión.

Su rostro se mantuvo educadamente afable, en cierto grado inflexible, tal mantuviera sus emociones atadas a su voluntad. Ese comportamiento le permitía llevar un férreo control de sus actos, posiblemente desarrollado a mitad y mitad entre su frialdad y la deshumanización provocada por el paso del tiempo. Con un movimiento lento asintió con su rostro concluida la presentación, y posteriormente, adelantó su mano derecha en un gesto sutil, tendiéndosela a la dama en un ademán, por la palma. Manteniendo ese gesto, inició un ligero discurso inclinado a satisfacer su real objetivo en aquél contrato, el precio que en realidad, al margen de toda fabulosa cláusula legal, le otorgaría el control absoluto sobre las acciones y movimientos de la señorita Di Stella.

- Es para mí un grato placer conocer un nombre tan hermoso y al mismo tiempo repleto de contraste. Estoy seguro de que su familia posee raíces muy divergentes.-Mantuvo su sonrisa para a continuación enarcar ambas cejas, elevando la mano libre para gesticular con delicadeza, manteniendo la diestra en un gesto que sin duda parecía pedir.- Si me lo permitís, saldemos este trato, el contrato, con una prenda de su merced. Un pañuelo me servirá mademoiselle, sencillamente quiero poder recordarla para visitaros pronto.

Ladeo la mirada con lentitud, fijando sus orbes iridiscentes en el rostro de la dama, esperando una solícita respuesta, y en cierto grado una aceptación hacia su propuesta, que no tendría porque despertar sospecha ninguna. Más allá de algo retorcido, parecía un inocente cortejo.

Una sonrisa lenta y paciente hizo gala en su rostro con una respetuosa moderación. Esta aparición fue seguida de un silencio que tan solo la fría brisa otoñal que recorría las húmedas y sucias calles de París quiso acompañar. Sus telas oscuras ondearon lentamente y con ellas los mechones de cabello que escapaban al control de la estética. Su mirada había quedado curiosamente reposada sobre el pañuelo que le había mostrado en ofrenda, y ahora lo contemplaba como un triunfo, sin llegar siquiera a rozarlo aún, saboreando aquél instante tal fuera un importante rito para el inmortal.

Tras un paciente parpadeo su mirada se alzó con lentitud, encarando la visión de la artista para asentir una vez, enarcando una ceja posteriormente. Su mano izquierda se había adelantado para tomar la prenda con respeto y cuidado, dejándola plácidamente acomodada en su palma, tal el viento y el entorno fueran inexistentes, tal gozara de una total inmunidad a la existencia en su mano. Tras esos momentos de extraño y perpetuo silencio, terminó por acercarse la tela a su rostro en un gesto cargado de parsimonia, oliendo así la fragancia que este cargara a la par que agudizaba la mirada, clavándola sobre los ojos de Freya para contemplar su reacción ante tal.

- El aroma más intenso es aquél que solo se concede en la intimidad de una prenda, y su frugal olor no es más que una suave esencia en realidad de los más poderosos instintos.- Mantuvo la ceja enarcada para guardar entonces el pañuelo lentamente en uno de sus bolsillos, junto a su reloj de bolsillo.- Ha sido un verdadero placer conocerla, madeimoselle. Y no dude en que veré a verla pronto, a su casa.

Su rostro se volvió hacia un lado y otro de la calle, retornando inmediatamente a la dama entonces.- Estoy ansioso por descubrir su hogar, su arte, y su mente…- Comentó como un último apunte antes de retornar la mirada a algún punto inconcreto, a espaldas de Freya, agudizando la mirada.