AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
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Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
La estación férrea con el silbido agudo de los trenes al llegar y partir de su parada, las cálidas muestras de recibimiento entre sonrisas y abrazos que se comparten con las lágrimas y manos agitadas, pañuelos llenos de resignación. Tras de ellos entre la multitud que arriba a la ciudad llega una joven de cabellos negros recogidos en lo alto, cubierta por una capa. El sol está en su punto más alto y aun así ella va resguardada con prendas que la cubren por completo. Sus pasos la alejan de la estación para dirigirse a la iglesia de la ciudad Parisina.
No va al hotel ni a ninguna casa si no que busca fervientemente los brazos de su amada iglesia, una vez allí se confiesa aquella alma con el sacerdote y luego de sus oraciones espera con calma a que lleguen quienes la han llamado a que viaje a esa ciudad. Su rosario en mano y sus labios moviéndose en plegarias la llevan a alejarse de todo el ruido hasta que la mano sombría de un joven la devuelve al momento.
–Señorita Heyne, he venido para que me acompañe, enviaré su equipaje al hotel en su habitación, puede ir luego, con que se identifique en la recepción bastará, ahora acompáñeme–
Ambos abandonan el sagrado recinto para dirigirse en un carruaje directo al lugar de encuentro, aquellas zonas abandonadas donde ni una alma del señor andaría, y era justo donde un grupo grande de inquisidores y cazadores les esperan. La joven baja mientras ve a los caballos marcharse raudos y veloces por el sendero, las nubes braman pero no en gotas de lluvia solo en el eco de una posible tormenta. Un joven se acerca susurrándole algo a la joven sobre la cacería de la noche y le porque de su presencia, ella asiente con una reverencia mientras la capucha que cubría su rostro se despeja delicadamente por su mano hasta dejar ver el rostro de ella. Sus labios a penas se abren pero su voz es como un eco contundente a la hora de pronunciar las palabras –Señores, lo que están por cazar es alguien único, así que tengan cuidado y recen a nuestro señor Dios por un poco de piedad y misericordia divina, pero sobre todo deben hacer buenas estrategias o no será fácil, les recomiendo que usen el lugar a su favor, preferible en los árboles y tierra pero resguárdense en los lugares abandonados–
Los hombres asienten y se dispersan por el lugar mientras uno la esconde en una mansión deteriorada y lejos de donde la cacería principal se daría, lo han usado como punto de encuentro –Señorita, por favor espere aquí, rece, rece mucho para que esta misión salga como esperamos– la joven asiente rezando plegarias con el vestido recogido pensando que estaría a salvo ya que no estaría dentro del ojo del huracán –Señor guíalos por tu senda y no dejes que caigan en tentación, si consideras que tus hijos han cumplido ya con su propósito aquí llévalos a tu gracia pero sin sufrimiento mi señor, para disfrutar a tu lado de la paz del paraíso, te pido señor por sus almas que perdones sus pecados, amen. – se persigna cubriéndose con la capucha de su oscura capa el rostro para así pasar más desapercibida en la oscura noche, pero quizás eso no funcione del todo bien, porque su corazón retumbaba tan fuerte que cualquier podría oírla.
No va al hotel ni a ninguna casa si no que busca fervientemente los brazos de su amada iglesia, una vez allí se confiesa aquella alma con el sacerdote y luego de sus oraciones espera con calma a que lleguen quienes la han llamado a que viaje a esa ciudad. Su rosario en mano y sus labios moviéndose en plegarias la llevan a alejarse de todo el ruido hasta que la mano sombría de un joven la devuelve al momento.
–Señorita Heyne, he venido para que me acompañe, enviaré su equipaje al hotel en su habitación, puede ir luego, con que se identifique en la recepción bastará, ahora acompáñeme–
Ambos abandonan el sagrado recinto para dirigirse en un carruaje directo al lugar de encuentro, aquellas zonas abandonadas donde ni una alma del señor andaría, y era justo donde un grupo grande de inquisidores y cazadores les esperan. La joven baja mientras ve a los caballos marcharse raudos y veloces por el sendero, las nubes braman pero no en gotas de lluvia solo en el eco de una posible tormenta. Un joven se acerca susurrándole algo a la joven sobre la cacería de la noche y le porque de su presencia, ella asiente con una reverencia mientras la capucha que cubría su rostro se despeja delicadamente por su mano hasta dejar ver el rostro de ella. Sus labios a penas se abren pero su voz es como un eco contundente a la hora de pronunciar las palabras –Señores, lo que están por cazar es alguien único, así que tengan cuidado y recen a nuestro señor Dios por un poco de piedad y misericordia divina, pero sobre todo deben hacer buenas estrategias o no será fácil, les recomiendo que usen el lugar a su favor, preferible en los árboles y tierra pero resguárdense en los lugares abandonados–
Los hombres asienten y se dispersan por el lugar mientras uno la esconde en una mansión deteriorada y lejos de donde la cacería principal se daría, lo han usado como punto de encuentro –Señorita, por favor espere aquí, rece, rece mucho para que esta misión salga como esperamos– la joven asiente rezando plegarias con el vestido recogido pensando que estaría a salvo ya que no estaría dentro del ojo del huracán –Señor guíalos por tu senda y no dejes que caigan en tentación, si consideras que tus hijos han cumplido ya con su propósito aquí llévalos a tu gracia pero sin sufrimiento mi señor, para disfrutar a tu lado de la paz del paraíso, te pido señor por sus almas que perdones sus pecados, amen. – se persigna cubriéndose con la capucha de su oscura capa el rostro para así pasar más desapercibida en la oscura noche, pero quizás eso no funcione del todo bien, porque su corazón retumbaba tan fuerte que cualquier podría oírla.
Última edición por Désirée Heyne el Mar Feb 02, 2016 11:54 pm, editado 1 vez
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 07/08/2014
Re: Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
¡Malditos! me había llegado la noticia de estos jóvenes inquisidores que provocaban problemas en zonas puntuales de Francia, según la carta episcopal todos los encuentros de cacería debían llevar la firma de uno o cualquier otro obispo en cuestión. El Arzobispo de la Rive no se encontraba y nuestro santo pontífice no había enviado ninguna misera carta de vuelta respondiendo ¡tamaña desfachatez!
- ¿Quien dio la orden, hijo mio? -
- No lo se su excelencia... -
La bofetada se hizo escuchar en toda la catedral en Notre Dame mientras los otros estúpidos se reunían con la cabeza en el suelo, esperando mi misericordia de aquella insolencia.
- Te preguntaré otra vez, joven diacono... ¿sabes quien dio la orden para que estos ¡malnacidos procedieran!? -
- N...n...no... no lo se su excelencia... -
Ese maldito silencio se apodero de toda la sala, sentía su temblor cerca de mí aunque se encontraba a casi un metro de mi molesta persona.
-Ah... llevenselo y matenlo... ¿Alguien sabe? -
Entre gritos ahogados gritaba el joven diacono mientras yo exigía que mi carro estuviese listo ahora mismo... quien dicto con tal desobediencia aquel acción que ponía en riesgo todos nuestros planes de renovar la Santa Inquisición.
Se me había acercado un monaguillo con una información de suave utilidad en esta molestia que reinaba de noche, era una inquisidora, Désirée Heyne quien conocía de algunas bocas inescrupulosas, era una buena capitana en el campo, bibliotecaria de nuestra Santa Iglesia pero no me importaba, aquí las cosas se dictaran como yo diga o no se haran.
- Supongo esta listo mi carro, llama a dos protectores, que me acompañen, nos dirigiremos al campo. -
La carroza estaba listo y nos dirigimos de inmediato al campo de batalla, era en una zona alejada según sabia y todo el tiempo malgastado de esta desgraciada concubina me lo haría pagar. ¡No podía ser que se haya llevado a más de 20 hombres para esta maldita misión sin autorizar con un demonio!
Hace mucho tiempo estamos tratando de renovar la inquisición, parte de las ordenes estaban dirigidas a concentrarnos en lugares donde se acumulaban indeseables monstruos que no merecían vivir y si bien día a día nos llegaban informes de focos infecciosos no podía una bibliotecaria a tomar atribuciones que no tenia, sera mejor que tuviese un permiso escrito o me las haría pagar...
¡Había dejado a esos niños en la oficina, lo estaba disfrutando joder!
- Dame un trago, necesito beber algo... -
Observaba que a lo mejor nos acompañaría una tormenta, ¿no seria bueno entonces llevar el castigador para corregir algunos malditos? ¡Ja!
Llegaríamos quizás en una hora o dos a más dar... si nos demorábamos más, prometo degollaría yo mismo al conductor, lo prometo.
Espero que tengas una muy buena excusa para haber iniciado esta empresa, joven Heyne... o que seas lo suficientemente bonita para remediarlo...
- ¿Quien dio la orden, hijo mio? -
- No lo se su excelencia... -
La bofetada se hizo escuchar en toda la catedral en Notre Dame mientras los otros estúpidos se reunían con la cabeza en el suelo, esperando mi misericordia de aquella insolencia.
- Te preguntaré otra vez, joven diacono... ¿sabes quien dio la orden para que estos ¡malnacidos procedieran!? -
- N...n...no... no lo se su excelencia... -
Ese maldito silencio se apodero de toda la sala, sentía su temblor cerca de mí aunque se encontraba a casi un metro de mi molesta persona.
-Ah... llevenselo y matenlo... ¿Alguien sabe? -
Entre gritos ahogados gritaba el joven diacono mientras yo exigía que mi carro estuviese listo ahora mismo... quien dicto con tal desobediencia aquel acción que ponía en riesgo todos nuestros planes de renovar la Santa Inquisición.
Se me había acercado un monaguillo con una información de suave utilidad en esta molestia que reinaba de noche, era una inquisidora, Désirée Heyne quien conocía de algunas bocas inescrupulosas, era una buena capitana en el campo, bibliotecaria de nuestra Santa Iglesia pero no me importaba, aquí las cosas se dictaran como yo diga o no se haran.
- Supongo esta listo mi carro, llama a dos protectores, que me acompañen, nos dirigiremos al campo. -
La carroza estaba listo y nos dirigimos de inmediato al campo de batalla, era en una zona alejada según sabia y todo el tiempo malgastado de esta desgraciada concubina me lo haría pagar. ¡No podía ser que se haya llevado a más de 20 hombres para esta maldita misión sin autorizar con un demonio!
Hace mucho tiempo estamos tratando de renovar la inquisición, parte de las ordenes estaban dirigidas a concentrarnos en lugares donde se acumulaban indeseables monstruos que no merecían vivir y si bien día a día nos llegaban informes de focos infecciosos no podía una bibliotecaria a tomar atribuciones que no tenia, sera mejor que tuviese un permiso escrito o me las haría pagar...
¡Había dejado a esos niños en la oficina, lo estaba disfrutando joder!
- Dame un trago, necesito beber algo... -
Observaba que a lo mejor nos acompañaría una tormenta, ¿no seria bueno entonces llevar el castigador para corregir algunos malditos? ¡Ja!
Llegaríamos quizás en una hora o dos a más dar... si nos demorábamos más, prometo degollaría yo mismo al conductor, lo prometo.
Espero que tengas una muy buena excusa para haber iniciado esta empresa, joven Heyne... o que seas lo suficientemente bonita para remediarlo...
Armand Duchamp- Humano Clase Alta/Miembro de la Iglesia
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Re: Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
Estruendo que retumban los oídos.
Son las trompetas del juicio que abren los cielos a la última guerra santa.
Son las trompetas del juicio que abren los cielos a la última guerra santa.
El fiero galope de los caballos del juicio que llegan estruendosos a la tierra cuya misión ha sido el campo de batalla una que se lleva acabo hace milenios y por ello era la razón de que el cielo bramara fuertemente en amenazas de lluvia, pero sin precipitaciones alguna, solo eran el sonido de truenos como si algo fuera a ocurrir aquella noche, algo malo y perverso. La sombra de la niebla cubren el suelo dejando el aire cargado de una sensación de peligro, lo sienten ambos inquisidores, la joven que apenas oculta entre las sombras con aquel manto negro que le servía para no ser detectada de los enemigos de la iglesia podía sentir el cosquilleo en su nuca. Sus rezos se elevaron entre la maldad que rondaba por aquel sector. Sus ojos se dejaron cerrar para que con sus plegarias mitigara aquel cáliz que se le acercaba.
El rosario tintinea cuando sus ojos se abren viendo a su protector siendo atacado, el horror desatado frente a sus ojos, ahí estaba la criatura por la que iban a cazar, una ser de apariencia monstruosa; sus ojos se abrieron de par en par ante la barbarie cometida por aquel ser, la sangre de su compañero correr junto a sus lágrimas, un grito ahogado murió en su garganta no podía decir o hacer nada porque en toda su vida jamás había visto semejante actos atroces.
Se irguió de su refugio con una mirada que encendía el fuego de su alma, de su vocación por servir a nuestro señor, de entre sus ropajes toma una pequeña daga acercándose amenazante a aquel ser que le a quitado la vida a su compañero –Que niña más estúpida, tú terminarás como ese de ahí, pero puedo hacer una excepción quizás te mate luego– aquellas palabras solo lograban encender a la joven que sonreía a aquel indigno. Estuvo cerca del cuerpo de su compañero al que le arrebató con respeto la espada que cargaba.
El encuentro entre ellos dos fue lo suficientemente atroz, la sangre de ambos se mezclaban, los golpes acertados y errados que se lanzaban. La figura de la joven quedó marcada por la sangre, de su rostro, especialmente de la nariz y de la sien, mientras que, el del oponente, tenía cortes en sus costados, espalda y brazos. Lo malo de aquello era su condición, el cansancio y la agitación le estaba pasando la factura tenía que acabar con ello de una buena vez. Soltó la espada –Estoy cansada y lo sabes, así que acabemos con esto. Ven y acaba con mi vida– rasga el cuello de su vestido hasta su hombro mostrando la piel blanquecina sin mancha de pecado –No voy a ser tu juguete para que te diviertas esta noche mientras mis compañeros te andan buscando– Observa al hombre acercarse a ella relamiéndose aquellas fauces.
Los colmillos listos para perforar la carne suave, la cabeza tirada con toda la fuerza hacia atrás y esos ojos claros que muestran la calma y las puertas del mismísimo paraíso perdido. Cerca, muy cerca de la muerte, el filo resplandeciente de una daga bendita en plata se clava en el corazón sin vida del sujeto, maldice y la arroja lejos con el sonido de huesos moviéndose y el grito de dolor que emite que se mezclan con los improperios dirigidos hasta ella, al menos hasta que la fría muerte se lleva a aquel lentamente. El golpe de suerte que ha tenido de salir “con vida” la llena dando gracias a los cielos por haberla protegido del mal, incluso sin importarle el dolor de su hombro y las heridas que tiene.
Espera que la noche haya terminado en éxito pero al parecer no, porque enseguida el sonido de un transporte le llega junto a la insignia que logra reconocer, una insignia de los altos mandos, unos a los que jamás había visto por respeto y educación y a los que jamás pedía ver por no considerarse digna de ellos; ahora ahí estaba uno de aquellos hombres dignos del trono y consejo de Dios, el ser para el cual ella trabaja fervientemente.
Aunque, al que buscaban estaba muerto, había otros que no, y si aquel que llegaba era uno de los altos mandos, ella no podía descansar; con espada en mano se acercó a donde el transporte había llegado.
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/08/2014
Re: Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
Y así fue... todo lo que temía... no, no, no; No era que le temiese al fervor sensual de una novata y excitante sirvienta de nuestro Dios Todopoderoso, era la idea de tener que arriesgarme en un lugar donde las alimañas pestilentes deslumbraban un hedor débil y asqueroso, que alguna de esas aberrantes criaturas pudiese tan solo manchar la investidura de su noble servidor, en paños oscuros y lienzos dorados que marcaban quien os iba a visitar, su excelencia... el más importante de los siervos de Dios, el obispo... o sea, yo.
- ¡Ja! Ya sabia esta perra acabaría con toda la diversión, ¡apúrate maldito que nos perdemos lo mejor! -
Había preparado a mi querida, la castigadora... una belleza inquisidora que solo los maestros podíamos portar, consistía en un látigo de tres salidas, o sea tres pequeñas hermanas que con algunos detalles... tu me entiendes, podía hacer valer "la misión de Dios en la tierra"
Se notaba de todas formas de lejos que una batalla se había librado, el fuego se hacia notar en algunos rincones devastados mientras la humedad de una creciente tormenta se hacia notar, estábamos en el apocalipsis de nuestras santas escrituras.
La carroza, por cierto, no vacilaba en tronar los cuerpos malolientes de las criaturas blasfemas a las cuales esta batalla había dejado, cráneos y dedos rotos sonaban al compás de un agradable griterío mientras las ruedas de la carroza pasaban sobre sus miserables existencias... ¡¿No es divertido escuchar el grito de otro, suplicando clemencia?!
Habíamos parado al fin, debía aceptar que estaba molesto, molesto no por la desobediencia que, trascurrido el camino se fue volviendo en una morbosa sensación y una sed de sangre, no por algo los maestros inquisidores eramos pocos y bastante audaces, aunque ya los años habían pasado con peso, al menos aun me encontraba para dar la ultima unción con algo de alegría en estos bastardos hijos de puta... ¡Que emoción!
La carroza paro sobre la cabeza de un maldito malnacido que yacía muerto, el sonido del cráneo romperse le daba un sentido orquestal a toda esta cacería de brujas:
- ¡¿Donde mierda se encuentra la señorita Heyne?! -
- ¡Ayuda! -
Un estridente latigazo se hizo sentir en el rostro de aquel maldito, no estaba de humor... aunque la verdad quería un poco de acción y mis dotes sanguinarios no se habían perdido, no después de tener que jalar de aquel rostro a mis bellezas que habían penetrado la carne viva...
La perra de Heyne... la verdad bastante atractiva, venia dirigiéndose a su excelencia... sabia tendría que dar cuentas de su desobediencia...
« Una estruendosa bofetada se escucha a lo lejos » - ¿Quien le dio la maldita orden de venir a las afueras de París a realizar esta hermosa masacre? Espero me tenga una respuesta señorita Heyne o le juro tendrá que responder ante la Corte Inquisitorial y yo mismo haré que pague cada desobediencia suya... -
- ¡Quien le dio la puta orden, señorita Heyne! No me haga tener que manchar su rostro de niñita virgen... -
Tal era el respeto hacia su excelencia, que en una narcisista panorámica todos y cada uno de los súbditos de de la Iglesia se arrodillaron frente a mi, mientras que esperaba una buena respuesta de la señorita Heyne... me la debía... ¡Había dejado a un tierno jovencito arrodillado en las posaderas de mi oficina mientras realizaba su castigo a su excelencia!
Espero tu excusa sea buena Heyne... o lo que te esperaran serán algo más que látigos... quizás, una visita a mi oficina.
- ¡Ja! Ya sabia esta perra acabaría con toda la diversión, ¡apúrate maldito que nos perdemos lo mejor! -
Había preparado a mi querida, la castigadora... una belleza inquisidora que solo los maestros podíamos portar, consistía en un látigo de tres salidas, o sea tres pequeñas hermanas que con algunos detalles... tu me entiendes, podía hacer valer "la misión de Dios en la tierra"
Se notaba de todas formas de lejos que una batalla se había librado, el fuego se hacia notar en algunos rincones devastados mientras la humedad de una creciente tormenta se hacia notar, estábamos en el apocalipsis de nuestras santas escrituras.
La carroza, por cierto, no vacilaba en tronar los cuerpos malolientes de las criaturas blasfemas a las cuales esta batalla había dejado, cráneos y dedos rotos sonaban al compás de un agradable griterío mientras las ruedas de la carroza pasaban sobre sus miserables existencias... ¡¿No es divertido escuchar el grito de otro, suplicando clemencia?!
Habíamos parado al fin, debía aceptar que estaba molesto, molesto no por la desobediencia que, trascurrido el camino se fue volviendo en una morbosa sensación y una sed de sangre, no por algo los maestros inquisidores eramos pocos y bastante audaces, aunque ya los años habían pasado con peso, al menos aun me encontraba para dar la ultima unción con algo de alegría en estos bastardos hijos de puta... ¡Que emoción!
La carroza paro sobre la cabeza de un maldito malnacido que yacía muerto, el sonido del cráneo romperse le daba un sentido orquestal a toda esta cacería de brujas:
- ¡¿Donde mierda se encuentra la señorita Heyne?! -
- ¡Ayuda! -
Un estridente latigazo se hizo sentir en el rostro de aquel maldito, no estaba de humor... aunque la verdad quería un poco de acción y mis dotes sanguinarios no se habían perdido, no después de tener que jalar de aquel rostro a mis bellezas que habían penetrado la carne viva...
La perra de Heyne... la verdad bastante atractiva, venia dirigiéndose a su excelencia... sabia tendría que dar cuentas de su desobediencia...
« Una estruendosa bofetada se escucha a lo lejos » - ¿Quien le dio la maldita orden de venir a las afueras de París a realizar esta hermosa masacre? Espero me tenga una respuesta señorita Heyne o le juro tendrá que responder ante la Corte Inquisitorial y yo mismo haré que pague cada desobediencia suya... -
- ¡Quien le dio la puta orden, señorita Heyne! No me haga tener que manchar su rostro de niñita virgen... -
Tal era el respeto hacia su excelencia, que en una narcisista panorámica todos y cada uno de los súbditos de de la Iglesia se arrodillaron frente a mi, mientras que esperaba una buena respuesta de la señorita Heyne... me la debía... ¡Había dejado a un tierno jovencito arrodillado en las posaderas de mi oficina mientras realizaba su castigo a su excelencia!
Espero tu excusa sea buena Heyne... o lo que te esperaran serán algo más que látigos... quizás, una visita a mi oficina.
Armand Duchamp- Humano Clase Alta/Miembro de la Iglesia
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Re: Batalla final — Noche de demonios || Armand Duchamp
Señor, Señor.
Líbrame de las aguas mansas que de las tormentosas me libraré yo.
Líbrame de las aguas mansas que de las tormentosas me libraré yo.
Trueno estruendoso que estalla con la fuerza de mil cañones sobre el rostro impoluto de marca alguna, corazón que se parte a la mitad por el sonido del rayo chocando con rodillas que juntas caen al suelo buscando la explicación misericordiosa de los voceros de Dios; lágrimas que una a una van cayendo como las gotas de lluvia a la ciudad dejando a su paso la marca de un rostro rojo afligido por el asalto del golpe y por las salinas muestra de sorpresa del acto.
La espada cae al suelo cubierta con la sangre enemiga dejando que las manos se entrelacen entre sí con aquel rosario que pide disculpas al hombre de traje oscuro frente a la mujer que solo mira hacia el suelo, muestra de arrepentimiento por le pecado cometido de la desobediencia. Sus ojos se abren sorprendidos y vidriosos por las lágrimas, traga su llanto amargo y solo el suspiro que aleja aquel quiebre de ser humano es suelto, eleva la mirada a los cielos redentores buscando con piedad el perdón divino de sus actos cometidos.
–Su excelencia, yo, jamás desobedecería una orden de vuestra merced, jamás podría ordenar tal acto en contra de usted o de los grandes hombre voceros de nuestro señor– la voz le tiembla sabiendo que no puede mentir pero tampoco desea entregar a sus compañeros que le han solicitado ayuda con información. Traga en seco aquellas lágrimas y verdad con el pestañeo de sus cándidos y puros ojos que reflejan el estado de su alma entregada a la iglesia –Más si su excelencia quiere castigar a alguien, castígueme porque he desobedecido el orden jerárquico de nuestra madre iglesia, he desobedecido en notificar mi salida y el de los soldados que me acompañaron– cierra con fuerza los ojos esperando el castigo físico y administrativo que tuviera que recibir.
Caballeros que quedaron en pie, uno de ellos se acerca mostrando el mismo respeto a su eminencia, con la cabeza al suelo señal clara de arrepentimiento, iba a acotar algo aquel hombre pero la mujer de cabellos oscuros se adelantó aun sabiendo que ello traería otro castigo –Aun así su excelencia, espero que pueda perdonar a esta pecadora por haber realizado esta empresa sin su autorización, pero mi corazón, no, no el mío, si no el de nuestro señor me hizo ver que no podemos dejar que estas criaturas que han aparecido en estos momentos acaben con inocentes personas, estos seres monstruosos no son nada como los que hemos visto anteriormente, su apariencia es diferente y por ello estoy aquí para tomar información de ellos y a su vez cumplir con lo que nuestro señor en su sagrado texto manifiesta, la protección a los siervos de Dios, peleando con el mal y acabándolo de raíz, usted también haría lo mismo para proteger al rebaño de nuestro señor, por eso le pido que me comprenda y perdone mi atrevimiento por llevarme a soldados en esta misión–
Aquel labio temblaba quebrándose la voz con los ojos que no paraban de soltar lágrimas; el hombre que había quedado junto a ella la miró sorprendido al igual que otros hombres y mujeres que no comprendían la reacción de la joven que lloraba ante sus propias palabras. Era su fervor y fe la que hablaba en ese momento, uno en el que buscaba el perdón con aquellas palabras de otro servidor de la iglesia para la cual aquella se desvivía.
Désirée D'Aramitz- Inquisidor Clase Media
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