AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Jeune fille pour le loup [Eugenie]
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Jeune fille pour le loup [Eugenie]
El horario del “té” como así solían llamarlo era dentro de más de media hora. Había llegado temprano a la casa de los Florit, la razón era tan sencilla como yo mismo; investigar. Conocer el tipo de panorama que había y las charlas que podía dar a la familia para que no solo me vieran como un hombre con varias acciones en las empresas de la ciudad, sino como el entretenimiento perfecto para su hija. Me había estado paseando por las laderas forestales de la propiedad, la casa de huéspedes que estaba en uno de los lados, lejanos a la principal y un establo cercano que daba la alusión de tener varios tipos de caballos. Se notaba lo resguardado que estaba, protegido por robles y helechos en cada área del lugar. Mi ropa estaba perfectamente adecuada, formal pero no lo suficiente para irme a una gala. Sino que el marrón escobizo le daba un toque de seriedad y humildad que evidentemente me dejarían en buena posición. Siempre era recomendable empezar desde abajo en una familia como esa. Explicar y dar a entender las razones del casamiento, una sinceridad que aunque fuese una total mentira, ellos la tomarían como hermosa. ¿Hermosa? Eso es lo que era Genie y hacía días que no podía sacármela de cabeza. Con sus ojos de un intenso y profundo celeste; los labios rojizos y deseosos; y por supuesto su piel lisa y la nariz respingada y altanera.
La enorme mansión se protegía del frío con gruesos tejados de pizarra y vidrieras de rombos en las ventanas. La construcción de piedra contaba con innumerables chimeneas sobre los gabletes y un extenso invernadero. Frondosas enredaderas cubrían más de la mitad de la estructura, llegando hasta las ventanas.
El lugar era novelesco.
Y por supuesto que luego de memorizar cada uno de los lugares y cada dato de los señores de la casa, emprendí mi llegada a la puerta. — Buenas tardes, sí, soy Theodore Morandé. — La pregunta fue hecha con cordialidad y aún más lo fue mi respuesta hacia el mayordomo. No sabía de qué manera trataban a los sirvientes pero siempre era bueno darles la mejor impresión incluso a los de más bajo nivel. Los sillones de terciopelo rojo y respaldo alto estaban alrededor de una fina mesa circular. Cuatro lugares estaban preparados, obviamente, dos cercanos y los otros dos alejados de todos. Era evidente en cuál iba yo, pero esperé a que me indicaran, justo el que estaba frente al par de sillas casi unidas. — Señor Florit, señora. Gracias por atenderme esta tarde. Espero no haberles molestado. — La franqueza de mi lengua era jactanciosa, besé la mano de la mujer y me incliné en una reverencia al hombre. Eugenie, como era de esperarse, aún no había aparecido. La charla debía comenzar antes de que la desposada diera opinión alguna. Y nos sentamos al mismo tiempo, las galletas con tanto frufrú como cualquiera estaban dispuestas sobre la mesa, igual que las tazas que pronto serían llenadas con un carísimo té traído de quien sabe dónde. La realidad es que no tenía la menor intensión de estar ahí. La luna llena estaba cerca y las hormonas se transformaban en adrenalina y las irremediables ganas de salir disparado a hacer cualquier atrocidad estaban allí en la puerta de mis acciones. Sin embargo había algo que era prioridad: Tener los fondos suficientes para que la empresa de mi padre pudiera salir aún más a flote y para que la financiación de la nueva red de orfanatos y médicos empezara a crearse. Iba a ser respaldada por la realeza pero eso no era suficiente, necesitaba tener reputación, inversiones para que luego las ganancias se incrementaran cada vez más. Y por supuesto expliqué cada uno de mis deseos con una portentosa fiabilidad. Explicándole los buenos asuntos y claro que la frutilla del postre fue decir el oportuno enamoramiento que había tenido. No era de negar, la hija que tenían era hermosa y autosuficiente. Esperar a que llegara era lo único que realmente me mantenía pegado a la silla, pues de otra manera me hubiera largado. Sus caras largas eran demasiado sobreactuadas y se notaba en el padre la personalidad de mi futura esposa. No parecía querer entregarla y era increíble cómo se notaba que en la intimidad eran tan diferentes como lo era un perro asustado o feliz. Incluso me daba gracia pero, ¿qué podía esperar de la familia de una muchacha que por las noches trabajaba de prostituta y cuando el sol emergía se trataba de una joven de clase alta y formalidad absoluta? Pensar en ella me hizo sentir el aroma de su piel acercándose. Me negué a mirar, pues ningún humano podía notarlo tan fácilmente. No obstante lo sabía, se estaba avecinando. Ella tenía una misión y era proteger su secreto a cambio de ella misma.
La enorme mansión se protegía del frío con gruesos tejados de pizarra y vidrieras de rombos en las ventanas. La construcción de piedra contaba con innumerables chimeneas sobre los gabletes y un extenso invernadero. Frondosas enredaderas cubrían más de la mitad de la estructura, llegando hasta las ventanas.
El lugar era novelesco.
Y por supuesto que luego de memorizar cada uno de los lugares y cada dato de los señores de la casa, emprendí mi llegada a la puerta. — Buenas tardes, sí, soy Theodore Morandé. — La pregunta fue hecha con cordialidad y aún más lo fue mi respuesta hacia el mayordomo. No sabía de qué manera trataban a los sirvientes pero siempre era bueno darles la mejor impresión incluso a los de más bajo nivel. Los sillones de terciopelo rojo y respaldo alto estaban alrededor de una fina mesa circular. Cuatro lugares estaban preparados, obviamente, dos cercanos y los otros dos alejados de todos. Era evidente en cuál iba yo, pero esperé a que me indicaran, justo el que estaba frente al par de sillas casi unidas. — Señor Florit, señora. Gracias por atenderme esta tarde. Espero no haberles molestado. — La franqueza de mi lengua era jactanciosa, besé la mano de la mujer y me incliné en una reverencia al hombre. Eugenie, como era de esperarse, aún no había aparecido. La charla debía comenzar antes de que la desposada diera opinión alguna. Y nos sentamos al mismo tiempo, las galletas con tanto frufrú como cualquiera estaban dispuestas sobre la mesa, igual que las tazas que pronto serían llenadas con un carísimo té traído de quien sabe dónde. La realidad es que no tenía la menor intensión de estar ahí. La luna llena estaba cerca y las hormonas se transformaban en adrenalina y las irremediables ganas de salir disparado a hacer cualquier atrocidad estaban allí en la puerta de mis acciones. Sin embargo había algo que era prioridad: Tener los fondos suficientes para que la empresa de mi padre pudiera salir aún más a flote y para que la financiación de la nueva red de orfanatos y médicos empezara a crearse. Iba a ser respaldada por la realeza pero eso no era suficiente, necesitaba tener reputación, inversiones para que luego las ganancias se incrementaran cada vez más. Y por supuesto expliqué cada uno de mis deseos con una portentosa fiabilidad. Explicándole los buenos asuntos y claro que la frutilla del postre fue decir el oportuno enamoramiento que había tenido. No era de negar, la hija que tenían era hermosa y autosuficiente. Esperar a que llegara era lo único que realmente me mantenía pegado a la silla, pues de otra manera me hubiera largado. Sus caras largas eran demasiado sobreactuadas y se notaba en el padre la personalidad de mi futura esposa. No parecía querer entregarla y era increíble cómo se notaba que en la intimidad eran tan diferentes como lo era un perro asustado o feliz. Incluso me daba gracia pero, ¿qué podía esperar de la familia de una muchacha que por las noches trabajaba de prostituta y cuando el sol emergía se trataba de una joven de clase alta y formalidad absoluta? Pensar en ella me hizo sentir el aroma de su piel acercándose. Me negué a mirar, pues ningún humano podía notarlo tan fácilmente. No obstante lo sabía, se estaba avecinando. Ella tenía una misión y era proteger su secreto a cambio de ella misma.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/02/2013
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
Sostenía con elegancia una taza blanca con detalles rosáceos, era de porcelana, muy fina. Aspiraba el aroma a te verde. El agua caliente del recipiente, y la mezcla de la hierba expedía el olor con claridad. Aquel liquido era de su preferidos, siempre que repasaba aquellas lecciones de etiqueta su cuerpo lo agradecía. Consentirse a sí misma era una de sus misiones en la vida, y nunca perdía tiempo al respecto. Su mente se enfocó sólo a ese momento. El presente la abrazaba con desanimo. El tiempo lo sabía tanto como a ella: ya se había vencido. Ella sabía a la perfección que iba a casarse, que en algún plano debía ser la mujer de un hombre al cual debía honrar y darle futuros herederos, pero aunque lo sabía, siempre buscaba la manera de evitar llegar a eso, hasta que claro, se encontró frente a Theodore, una criatura caprichosa, egoísta y que tenía el arma más peligrosa de todas: conocer su secreto.
En medio de la lección, una de sus doncellas apareció, en el rostro se notaba la inquietud. La joven arqueó una ceja con disimulo, bajó la taza hasta colocarla sobre el plato que se encontraba sobre la mesa del te. Suspiró melancólicamente al escuchar el mensaje. Se puso de pie, hizo un par de reverencias formales, y al finalizar salió de aquella vieja pero elegante sala de su institutriz. De repente el aire le faltó mientras avanzaba. Tuvo que tomar pausa, recargar su frente contra una pared fría, abrir los labios para aspirar todo el aire que podía. Se estaba ahogando con la realidad. ¡Maldito sea Theodore Morandé!
Genie se quedó dormida sobre las faldas de Priscila, su doncella de toda la vida. Aquella chica la consolaba en silencio. Le había acariciado el cabello hasta que la hizo perderse de aquel mundo, y ayudarla a soñar. El camino fue breve, pero le sirvió a la jovencita para poder tomar fuerza, y quizá un poco de energía. ¿En que momento se había metido a tal guerra? Sollozó.
Ella jamás había odiado llegar a casa, muy por el contrario, pero adentrarse por la puerta principal le resultó el peor de los escenarios. En el marco de la puerta de la sala principal, su padre la esperaba con una media sonrisa. Aquello era una clara señal que el hombre estaba encantado con el futuro prometido, pero también receloso por tener que verla partir. Aunque para eso aún faltara un tiempo. Reverenció a los tres presentes, aunque el último de sus accionares fueron más dramáticos. Un claro ejemplo de recelo y molestia. ¿Por qué el hombre se había apresurado tanto? Sin duda estaban empezando con el pie equivocado. Por alguna extraña razón, sintió un mal presentimiento.
— Buena tardes — El silencio sepulcral se interrumpió. Su voz melodiosa apareció. En ocasiones parecía que la prostituta lo hacía a propósito, su voz era aterciopelada; seductora. Con ese toque que incitaba e invitaba incluso al más correcto de los seres que pisaban la tierra. — Bienvenido, Monsieur Morandé, espero mi espera no haya sido demasiado larga, no fue mi intención, pero los deberes que me competen deben ser atendidos, una disculpa sincera — Por dentro no se disculpaba, de hecho se había lamentado de haber interrumpido su momento preferido del día, porque de noche no existía duda de cual era.
La jovencita silenció. Las sirvientas se pusieron a acomodar la mesa con lo necesario: manteles personales, cubiertos, copas, vasos, velas, etc. Una especie de comida, pero sin tener que ser tan pesada iba a ser servida. De esa forma se intentaría amenizar el ambiente tan tenso que se había formado en aquella habitación. La única encantada con todo aquello era la mamá de Eugénie, quien días atrás comentaba lo angustiada que estaba por su hija, puesto que parecía ser ya una mujer “quedada” ante los ojos sociales, estaba claro que la mujer era de esas que se preocupaba demasiado por el qué duran de los demás.
Se sentía inquieta, y por esa razón decidió no andarse más con rodeos. La princesa de la casa tenía solicitudes, inquietudes y curiosidades. Siempre se le cumplía todo, ¿Por qué no pasaría en ese momento?
— Tengo entendido usted vino por aquello que habíamos hablado, y que creí era una broma — Sonrió con timidez, porque ¿para qué mentir? La realidad era que nunca creyó que él fuera tan determinado — ¿Padre? — Cuestionó — ¿Qué ha ocurrido en mi ausencia? — El patriarca le explicó con brevedad, aunque estaba claro que habían muchos puntos que aclarar — ¿Usted que desea, señor Morandé? — Ambos lo sabían, pero las palabras en voz alta del hombre, serían su sentencia, la de ambos. Porque sus vidas cambiarían, sin importar que ella fuera prostituta y el sobrenatural.
En medio de la lección, una de sus doncellas apareció, en el rostro se notaba la inquietud. La joven arqueó una ceja con disimulo, bajó la taza hasta colocarla sobre el plato que se encontraba sobre la mesa del te. Suspiró melancólicamente al escuchar el mensaje. Se puso de pie, hizo un par de reverencias formales, y al finalizar salió de aquella vieja pero elegante sala de su institutriz. De repente el aire le faltó mientras avanzaba. Tuvo que tomar pausa, recargar su frente contra una pared fría, abrir los labios para aspirar todo el aire que podía. Se estaba ahogando con la realidad. ¡Maldito sea Theodore Morandé!
Genie se quedó dormida sobre las faldas de Priscila, su doncella de toda la vida. Aquella chica la consolaba en silencio. Le había acariciado el cabello hasta que la hizo perderse de aquel mundo, y ayudarla a soñar. El camino fue breve, pero le sirvió a la jovencita para poder tomar fuerza, y quizá un poco de energía. ¿En que momento se había metido a tal guerra? Sollozó.
Ella jamás había odiado llegar a casa, muy por el contrario, pero adentrarse por la puerta principal le resultó el peor de los escenarios. En el marco de la puerta de la sala principal, su padre la esperaba con una media sonrisa. Aquello era una clara señal que el hombre estaba encantado con el futuro prometido, pero también receloso por tener que verla partir. Aunque para eso aún faltara un tiempo. Reverenció a los tres presentes, aunque el último de sus accionares fueron más dramáticos. Un claro ejemplo de recelo y molestia. ¿Por qué el hombre se había apresurado tanto? Sin duda estaban empezando con el pie equivocado. Por alguna extraña razón, sintió un mal presentimiento.
— Buena tardes — El silencio sepulcral se interrumpió. Su voz melodiosa apareció. En ocasiones parecía que la prostituta lo hacía a propósito, su voz era aterciopelada; seductora. Con ese toque que incitaba e invitaba incluso al más correcto de los seres que pisaban la tierra. — Bienvenido, Monsieur Morandé, espero mi espera no haya sido demasiado larga, no fue mi intención, pero los deberes que me competen deben ser atendidos, una disculpa sincera — Por dentro no se disculpaba, de hecho se había lamentado de haber interrumpido su momento preferido del día, porque de noche no existía duda de cual era.
La jovencita silenció. Las sirvientas se pusieron a acomodar la mesa con lo necesario: manteles personales, cubiertos, copas, vasos, velas, etc. Una especie de comida, pero sin tener que ser tan pesada iba a ser servida. De esa forma se intentaría amenizar el ambiente tan tenso que se había formado en aquella habitación. La única encantada con todo aquello era la mamá de Eugénie, quien días atrás comentaba lo angustiada que estaba por su hija, puesto que parecía ser ya una mujer “quedada” ante los ojos sociales, estaba claro que la mujer era de esas que se preocupaba demasiado por el qué duran de los demás.
Se sentía inquieta, y por esa razón decidió no andarse más con rodeos. La princesa de la casa tenía solicitudes, inquietudes y curiosidades. Siempre se le cumplía todo, ¿Por qué no pasaría en ese momento?
— Tengo entendido usted vino por aquello que habíamos hablado, y que creí era una broma — Sonrió con timidez, porque ¿para qué mentir? La realidad era que nunca creyó que él fuera tan determinado — ¿Padre? — Cuestionó — ¿Qué ha ocurrido en mi ausencia? — El patriarca le explicó con brevedad, aunque estaba claro que habían muchos puntos que aclarar — ¿Usted que desea, señor Morandé? — Ambos lo sabían, pero las palabras en voz alta del hombre, serían su sentencia, la de ambos. Porque sus vidas cambiarían, sin importar que ella fuera prostituta y el sobrenatural.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
Los ojos de crema celeste, entristecidos y algo aludidos estaban allí presentes. La mucama había llegado con el informe de que la señorita estaba llegando y todos nos levantamos, primero los hombres y luego la mujer, dirigiéndonos a esperarla en la puerta principal. Mis manos estaban cruzadas por sobre mi pecho, dispuestas a ser miradas con cautela por la familia. Había aprendido todas las clases de “inconscientes” que alguien podía hacer cuando mentía o no. Y lo que no sabían, ni se esperaban era que yo tenga incluso más edad que ellos. Después de todo con cincuenta años había aprendido más de la cuenta, razón exacta por la cual mi padre no había ido, era muy anciano y lo único que lo mantenía vivo era la espera de mi casamiento. Le sonreí a Génie cuando sus pasos comenzaron a hacerse notar, podía incluso leerle la mente. “¿Qué haces aquí? ¿Acaso esto es de verdad?” Sí, claro que lo era, una realidad que estaba perfectamente diseñada para los dos. Ella podía creer que solo era un capricho y en realidad, tenía razón. Sin embargo, mis caprichos nunca eran destructivos, no era un niño que obtenía lo que quería y al instante lo rompía pidiendo otra cosa. Por el contrario, mis intenciones siempre eran definitivas y cuando me centraba en algo difícilmente terminaba por arrepentirme. Bajé la cabeza en una fiel reverencia y pronto fue que su voz, inyectada en un halo de sexo, sensualidad y un casi “cógeme”, se me acercó. — No hay demora, después de todo no sabía de mi presencia. Que le hayan avisado me pone muy contento. ¿Entramos entonces? — La respuesta fue tan sincera como divertida. La completa realidad es que las futuras esposas no solían saber de la llegada de quien pedía la mano, pues hacía falta una aprobación mínima de los padres para que luego ella pudiera dar una opinión.
Victoria. Eso es lo que su presencia era para mí, había tanta táctica y diseño en mis palabras que era más que obvio que aquel hombre me iba a aceptar, pues aunque era celoso y controlador, distinguía quien podía ser o no un buen partido. Ni hablar de la madre, sus ojos destellaban anhelo por querer verse en traje de suegra. Me recordaba un poco a mi padre, siempre temblando de pensar qué es lo que dicen los demás o no de ellos o de su familia. Aunque en otro momento me hubiese resultado patético, ahora me daba un poco de calidez, casi una lluvia de tranquilidad al sentarme a la mesa. Pues me dispuse a tener miradas con la señora, hasta que la mesa terminó de ser acomodada y apoyé las manos sobre la misma, mostrando todos los movimientos que podría hacer. Haciendo gala de los nervios e intenciones que podría tener. — ¿Una broma? Ah, tienen una hija sin duda muy diferente de las demás. Pero no, jamás bromearía con algo como eso señorita G- Eugénie. ¿Siente disgusto entonces por mí? — Mi expresión determinada flaqueó, burlándome por dentro de tan disparatada actuación. Los sentimientos de culpa y pena se hicieron vivaces, aunque eran una mentira encubierta en piel de lobo bueno. El silencio me abarcó por completo cuando la sentencia del señor de la casa se hizo de pie y mis ojos se entrecerraron, estaba obligándome a guardar todo el regocijo que tenía por dentro y estiré apenas la mano hacía ella, pero sin siquiera llegar a tenerla a menos de treinta centímetros. Eso era algo inapropiado para quienes no tenían el visto bueno completado. — Por supuesto, deseo que seas mi esposa. Me atrevo a decir que puedo hacerte muy feliz si está de acuerdo con ello. No me gustaría un matrimonio obligado. Juro que me enamoré de su hija a primera vista. ¿Estarían de acuerdo en aceptarnos si Eugénie acepta antes, por supuesto? — Esclarecí mi voz con profundidad, el recelo estaba subiendo a mi estómago, quería reírme, reírme a carcajadas y disfrutar de una victoria completa. ¿Era posible que ella se atreviera a decir que no? Lo veía demasiado lejano, sus ojos, como los de un gato siendo acosado destilaban entre miedo y enojo. Yo me deleitaba con aquellos caprichos que ella quería decir, las ganas de estamparla y hacerle ver lo perdedora que se veía bajaban por mi entrepierna hasta hacerme erupcionar. Incluso los deseos de incrustársela cuando sus padres se fueran estaban vivos. Pues lo harían, con el solo sí de ella terminarían por moverse hacia sus tareas para dejar a la pareja a solas un momento. Permitiéndoles hablar y comentar sobre la boda. Momentos en donde podría untar cada dedo en ella hasta tatuarla con mi propia virilidad. Un leve temblor recorrió mi espalda, aparentando nervios o desesperación que eran el simple resultado de pensamientos indecentes.
Victoria. Eso es lo que su presencia era para mí, había tanta táctica y diseño en mis palabras que era más que obvio que aquel hombre me iba a aceptar, pues aunque era celoso y controlador, distinguía quien podía ser o no un buen partido. Ni hablar de la madre, sus ojos destellaban anhelo por querer verse en traje de suegra. Me recordaba un poco a mi padre, siempre temblando de pensar qué es lo que dicen los demás o no de ellos o de su familia. Aunque en otro momento me hubiese resultado patético, ahora me daba un poco de calidez, casi una lluvia de tranquilidad al sentarme a la mesa. Pues me dispuse a tener miradas con la señora, hasta que la mesa terminó de ser acomodada y apoyé las manos sobre la misma, mostrando todos los movimientos que podría hacer. Haciendo gala de los nervios e intenciones que podría tener. — ¿Una broma? Ah, tienen una hija sin duda muy diferente de las demás. Pero no, jamás bromearía con algo como eso señorita G- Eugénie. ¿Siente disgusto entonces por mí? — Mi expresión determinada flaqueó, burlándome por dentro de tan disparatada actuación. Los sentimientos de culpa y pena se hicieron vivaces, aunque eran una mentira encubierta en piel de lobo bueno. El silencio me abarcó por completo cuando la sentencia del señor de la casa se hizo de pie y mis ojos se entrecerraron, estaba obligándome a guardar todo el regocijo que tenía por dentro y estiré apenas la mano hacía ella, pero sin siquiera llegar a tenerla a menos de treinta centímetros. Eso era algo inapropiado para quienes no tenían el visto bueno completado. — Por supuesto, deseo que seas mi esposa. Me atrevo a decir que puedo hacerte muy feliz si está de acuerdo con ello. No me gustaría un matrimonio obligado. Juro que me enamoré de su hija a primera vista. ¿Estarían de acuerdo en aceptarnos si Eugénie acepta antes, por supuesto? — Esclarecí mi voz con profundidad, el recelo estaba subiendo a mi estómago, quería reírme, reírme a carcajadas y disfrutar de una victoria completa. ¿Era posible que ella se atreviera a decir que no? Lo veía demasiado lejano, sus ojos, como los de un gato siendo acosado destilaban entre miedo y enojo. Yo me deleitaba con aquellos caprichos que ella quería decir, las ganas de estamparla y hacerle ver lo perdedora que se veía bajaban por mi entrepierna hasta hacerme erupcionar. Incluso los deseos de incrustársela cuando sus padres se fueran estaban vivos. Pues lo harían, con el solo sí de ella terminarían por moverse hacia sus tareas para dejar a la pareja a solas un momento. Permitiéndoles hablar y comentar sobre la boda. Momentos en donde podría untar cada dedo en ella hasta tatuarla con mi propia virilidad. Un leve temblor recorrió mi espalda, aparentando nervios o desesperación que eran el simple resultado de pensamientos indecentes.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
Su alma había sido vendida al diablo mismo, aunque este no se pareciera en nada a aquel que describían al detalle en la Biblia, o algún texto para atemorizar a los ignorantes. Satanás tenía rostro, uno que sobrepasaba a belleza común y corriente de cualquier ser humano, con piel tostada, mirada profunda, y la tentación de un buen polvo, eso sin menospreciar la riqueza que llevaba sobre sus hombros. No iba a negar que le atraía fisicamente, la idea de llegar a tener una infinidad de polvos con él estimulaba su imaginación, lamentablemente la castaña había nacido para ser un alma libre hambrienta de sexo, algo que pocos comprendían, pero que parecía él asimilaba sin perder algún detalle, quizá el padecía su mismo mal, por algo la había escogido, aquello no era una idea descabellada, por el contrario, pero ya tendría el tiempo para poder analizar aquella situación. A fin de cuentas serán marido y mujer.
Lo que temía estaba ocurriendo. Sus padres se encontraban encantados con el prospecto que invadía la situación. Lo único que podría salvarla de casarse con aquel hombre lobo, resultaba ser su hermano, pero parecía no encontrarse en casa, lo cual le resultaba extraño, aquel que llevaba genéticamente un cincuenta por ciento que el de ella raramente salía a esas horas. Quizás el destino si existía, y además de todo se encontraba tan trazado que nadie podría romper lo que ya se había establecido. Debía rendirse, hacerse a la idea, comprender que en aquel callejón que se había metido, nunca más volvería a salir; se encontraba acorralada.
Los minutos parecían pasar con más lentitud de lo normal, resultaba que aquel día todo era una tortura. ¿Por qué la sociedad debía comportarse de esa manera? ¿Por qué debían de tener los hombres el control? ¿Por qué las mujeres debían casarse con un buen partido para no deshonrar a la familia? ¿Por qué debían de ser dominadas por el hombre? Todo aquello la enfermaba, quizás las ideas feministas debían ser utilizada más a fondo, por más personas.
Cómo era de imaginarse, sus padres sacaron el mejor licor, también un par de pipas que se encontraban en un estuche de madera con pedrería, se encargo su progenitor de llenarlas de tabaco, y cuando estuvieron listas pasó una a el nuevo integrante de la familia (políticamente hablando, por supuesto), estaban celebrando que la única mujercita de aquel matrimonio se uniría ante Dios. Un Dios que claramente no era muy cercano a la prostituta. Genie observó por la ventana, se perdió por un gran rato observando las flores, también a algunas ardillas que comían plantas en el jardín, un espectáculo que desde siempre disfrutó. Era sólo una forma de matar el tiempo.
Después de un tiempo llegaron algunos bocadillos. Te para su madre y ella. Lo único que ella podía pensar a esas alturas era ¿dónde demonios se había metido su hermano? Quizás si entretenía un poco más a la audiencia él podría llegar. Áedán no tenía planes de salir del país, y cuando llegaba a casa como un hombre correcto pasaba mucho tiempo en ella, cuando no tenía reuniones con la militancia española radicada en Francia. Unos minutos más podría hacerla de bufón, pero reconoció que tampoco aquello era u punto fuerte.
Eugenie era una mujer que se encargaba de repartir placer, no para hacerla de payaso para que los demás se mataran a carcajadas, lo suyo era arte erótico, no bufonería.
El reloj seguía avanzando, no llegaría su hermano, y sus padres parecía no tardarían en salir de la sala de invitados. Se despidieron, ambos se justificaron con las actividades cotidianas que no podían esperar. La jovencita simplemente resopló enojada, pero no podía hacer mucho, hizo una reverencia educada y se acercó a ellos para cerrar la puerta y quedarse con su futuro marido para poder iniciar con los planes de la boda, que ella estaba segura no tardaría en ocurrir. ¿No se suponía aquello era el sueño de toda mujer? ¿Por qué se encontraba tan entristecida?
— Como la soledad nos acompaña, ahora podemos hablar con naturalidad, sin bromas, sin actuaciones, dígame, mi señor, ¿cómo empezaremos nuestra boda? ¿Sabe que no moveré un dedo en la planeación? Estoy segura que lo sabe — La danza había comenzado, el lobo estaba casando a su presa, por eso ella a paso discreto se iba alejando de él en aquella habitación — Voy a averiguar tu debilidad, y te juro que con ella te haré la vida imposible — Sentenció colocándose detrás de el sillón más alargado. La distancia estaba claramente marcada.
Lo que temía estaba ocurriendo. Sus padres se encontraban encantados con el prospecto que invadía la situación. Lo único que podría salvarla de casarse con aquel hombre lobo, resultaba ser su hermano, pero parecía no encontrarse en casa, lo cual le resultaba extraño, aquel que llevaba genéticamente un cincuenta por ciento que el de ella raramente salía a esas horas. Quizás el destino si existía, y además de todo se encontraba tan trazado que nadie podría romper lo que ya se había establecido. Debía rendirse, hacerse a la idea, comprender que en aquel callejón que se había metido, nunca más volvería a salir; se encontraba acorralada.
Los minutos parecían pasar con más lentitud de lo normal, resultaba que aquel día todo era una tortura. ¿Por qué la sociedad debía comportarse de esa manera? ¿Por qué debían de tener los hombres el control? ¿Por qué las mujeres debían casarse con un buen partido para no deshonrar a la familia? ¿Por qué debían de ser dominadas por el hombre? Todo aquello la enfermaba, quizás las ideas feministas debían ser utilizada más a fondo, por más personas.
Cómo era de imaginarse, sus padres sacaron el mejor licor, también un par de pipas que se encontraban en un estuche de madera con pedrería, se encargo su progenitor de llenarlas de tabaco, y cuando estuvieron listas pasó una a el nuevo integrante de la familia (políticamente hablando, por supuesto), estaban celebrando que la única mujercita de aquel matrimonio se uniría ante Dios. Un Dios que claramente no era muy cercano a la prostituta. Genie observó por la ventana, se perdió por un gran rato observando las flores, también a algunas ardillas que comían plantas en el jardín, un espectáculo que desde siempre disfrutó. Era sólo una forma de matar el tiempo.
Después de un tiempo llegaron algunos bocadillos. Te para su madre y ella. Lo único que ella podía pensar a esas alturas era ¿dónde demonios se había metido su hermano? Quizás si entretenía un poco más a la audiencia él podría llegar. Áedán no tenía planes de salir del país, y cuando llegaba a casa como un hombre correcto pasaba mucho tiempo en ella, cuando no tenía reuniones con la militancia española radicada en Francia. Unos minutos más podría hacerla de bufón, pero reconoció que tampoco aquello era u punto fuerte.
Eugenie era una mujer que se encargaba de repartir placer, no para hacerla de payaso para que los demás se mataran a carcajadas, lo suyo era arte erótico, no bufonería.
El reloj seguía avanzando, no llegaría su hermano, y sus padres parecía no tardarían en salir de la sala de invitados. Se despidieron, ambos se justificaron con las actividades cotidianas que no podían esperar. La jovencita simplemente resopló enojada, pero no podía hacer mucho, hizo una reverencia educada y se acercó a ellos para cerrar la puerta y quedarse con su futuro marido para poder iniciar con los planes de la boda, que ella estaba segura no tardaría en ocurrir. ¿No se suponía aquello era el sueño de toda mujer? ¿Por qué se encontraba tan entristecida?
— Como la soledad nos acompaña, ahora podemos hablar con naturalidad, sin bromas, sin actuaciones, dígame, mi señor, ¿cómo empezaremos nuestra boda? ¿Sabe que no moveré un dedo en la planeación? Estoy segura que lo sabe — La danza había comenzado, el lobo estaba casando a su presa, por eso ella a paso discreto se iba alejando de él en aquella habitación — Voy a averiguar tu debilidad, y te juro que con ella te haré la vida imposible — Sentenció colocándose detrás de el sillón más alargado. La distancia estaba claramente marcada.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
Estaba casi firmado, no había nada que pudiese volver los pasos hacía atrás, o al menos nada que ella pudiese hacer. De alguna manera me sentía afortunado, pues se notaba a leguas que la mujer de efímeros ojos perlados tenía un as bajo la manga que aparentemente le había fallado. Supuse rápidamente que sería su hermano, ¿la razón? Era el mismo sujeto que me había visto con cara de pocos amigos en la fiesta anterior. Donde se suponía, yo había caído enamorado de la mirada de Génie. Lo que ellos no sabían o mejor dicho, lo que ninguno de los cuatro sabía, con ella incluida, es que yo estaba en su búsqueda desde hacía mucho antes. Había sido un simple re-filón, de pasada su entera aura se había dispuesto ante mí y con sorna me había obsesionado. Claro que de mi boca jamás saldría algo como eso. ¿Yo, obsesionado? Nada podía encarcelarme, aún si yo mismo me lo proponía. Se trataba de un licántropo después de todo, de una persona con una maldición. Estaba claro que las cosas solo podían durarme un cierto tiempo. Estaba seguro que eso sucedería con ella.
De repente, una cierta tristeza se formó en mis pensamientos, en tanto aceptaba el tabaco del hombre de apariencia mayor. Hablaba de las viejas épocas, de los días en donde los trabajos eran más fáciles y no había nada parecido a la revolución industrial. Yo podía hacerlo, no me perdía un solo detalle. Después de todo, nuestras edades no eran para nada lejanas y ambos habíamos sufrido los revuelos de la clase social baja y media en busca de nuevas reformas. Lo que yo proponía, por mi parte, era una mina de oro. Utilizar a los obreros para nuestros propios beneficios, fundando un orfanato lo suficientemente grande para lavar una cantidad de dinero razonable sin que nadie salga lastimado. Era negocio cerrado por todos lados. Los huecos legales eran mínimos y quizá con la ayuda del apellido que cargaban, podría incluso tener una validez oficial en los grupos de la alta calaña. — Señorita, ¿usted que piensa sobre los huérfanos que vemos día a día en las calles? Reconozco que no es obligación en absoluta suya de meterse en éstos asuntos, pero me encantaría saber la opinión de alguien diferente, como lo es usted. — Comenté con una soltura inigualable. No tenía ninguna clase de timbre o maleficio encarnado, había una sola realidad y era que a mí realmente me gustaban las personas con ideales. Y aunque ella había sido un choque de simple físico, lentamente me estaba proponiendo indagar en su cerebro. Saber por y para qué vivía. ¿Solo sexo? Podía ser una razón. Ella parecía necesitarlo más que sentirlo propiamente. Y era maravilloso, ya que consumía toda esa energía que muchas veces yo terminaba descargando en los barrios bajos, a base de golpes e incluso muertes.
El cierre repentino de la puerta me dio una retorcida vuelta a los planes. Al final, despedí a los progenitores de la mujer con una sonrisa de lado. Parecían no tener problemas en dejar a la nueva pareja sola, podía leerlos. Tenían dudas, pero ligeras, estaban sorprendidos y entonces supe que Eugénie era de las rebeldes de la época. De las nuevas mujeres que buscaban igualarse con los hombres y que, obviamente, no lo lograrían hacer jamás. Mi cerebro intentaba empezar a buscar los métodos para hacérselo entender. Había una sola realidad, “sólo puedes avanzar hasta donde yo diga y porque yo lo digo”. La suerte corría de su lado, me consideraba uno de los señores con la mente más sana y pacífica que había, abierto a innovaciones y a cualquier tipo de curiosidades e informaciones de cualquier providenciaría. No me importaba, mujer, hombre, cambiaformas, incluso si se trataba de una sexualidad errante, todo se podía ver en forma de beneficios y para ellos yo vivía. — ¿En serio no estarás en la planificación? Es tu boda después de todo. No tiene demasiado sentido que optes por no ver lo que se hará. Sin embargo, si eso quieres, contrataré a cualquiera para que la haga, no necesitas preocuparte. — Aseguré entonces con completa confianza, tomando la pipa que bien había quedado sobre un cenicero para calar con calma el humo de buen sabor que tenía. Le sonreí en ese momento, mirándola de reojo sin ningún apetezte de miedo o desconfianza. Levanté los hombros y subí el brazo hacía lo que sería el borde del sillón. — ¿Mi vida imposible? Si haces eso, solo harás que la tuya sea un infierno. No existe algo como poder separarnos, a menos claro, que me mates, lo cual no creo que pueda suceder, con tu tamaño, forma y lo ruidosa que te encuentro, no podrías pasar a tres metros míos sin que te distinga. El olor, principalmente el olor. — Apunté un momento con el tabaco y suspiré cansino, negando aburridamente, chasqueando los dientes en tanto buscaba en el bolsillo del saco interior una pequeña libreta. Y con cuidado deslicé un plumín de la nueva industria, mantenía una tinta recargable en la zona central, duraba poco, pero lo suficiente. Allí escribí la dirección de una casa y se la entregué. Momentos después me vi levantándome, dirigiéndome hacia la puerta. ¿Irme? Un segundo fue lo que lo pensé hasta girarme a tomarle el cuello con firmeza, tan rápido que la distancia entre ella y la salida deberían haber sido centímetros en vez de metros. — Cada segundo que pasas poniéndole peros a la situación, serán las horas que te encontrarás rogando por haberte comido tus palabras. [...] Esa es la dirección de una casa en la zona del centro. La que está alejada es la que conocen tus padres. Por cierto, ¿esperas que alguien te salve? Nadie más que yo podría querer a algo tan usado como lo estás tu. Deberías agradecerme. — Al final de la primera oración fue que la solté, hundiendo las manos en los bolsillos, como si Jekyll y Hyde estuviesen luchando dentro de mí. La parte mas macabra y aquella que buscaba la redención, aunque fuese mínima e imposible.
De repente, una cierta tristeza se formó en mis pensamientos, en tanto aceptaba el tabaco del hombre de apariencia mayor. Hablaba de las viejas épocas, de los días en donde los trabajos eran más fáciles y no había nada parecido a la revolución industrial. Yo podía hacerlo, no me perdía un solo detalle. Después de todo, nuestras edades no eran para nada lejanas y ambos habíamos sufrido los revuelos de la clase social baja y media en busca de nuevas reformas. Lo que yo proponía, por mi parte, era una mina de oro. Utilizar a los obreros para nuestros propios beneficios, fundando un orfanato lo suficientemente grande para lavar una cantidad de dinero razonable sin que nadie salga lastimado. Era negocio cerrado por todos lados. Los huecos legales eran mínimos y quizá con la ayuda del apellido que cargaban, podría incluso tener una validez oficial en los grupos de la alta calaña. — Señorita, ¿usted que piensa sobre los huérfanos que vemos día a día en las calles? Reconozco que no es obligación en absoluta suya de meterse en éstos asuntos, pero me encantaría saber la opinión de alguien diferente, como lo es usted. — Comenté con una soltura inigualable. No tenía ninguna clase de timbre o maleficio encarnado, había una sola realidad y era que a mí realmente me gustaban las personas con ideales. Y aunque ella había sido un choque de simple físico, lentamente me estaba proponiendo indagar en su cerebro. Saber por y para qué vivía. ¿Solo sexo? Podía ser una razón. Ella parecía necesitarlo más que sentirlo propiamente. Y era maravilloso, ya que consumía toda esa energía que muchas veces yo terminaba descargando en los barrios bajos, a base de golpes e incluso muertes.
El cierre repentino de la puerta me dio una retorcida vuelta a los planes. Al final, despedí a los progenitores de la mujer con una sonrisa de lado. Parecían no tener problemas en dejar a la nueva pareja sola, podía leerlos. Tenían dudas, pero ligeras, estaban sorprendidos y entonces supe que Eugénie era de las rebeldes de la época. De las nuevas mujeres que buscaban igualarse con los hombres y que, obviamente, no lo lograrían hacer jamás. Mi cerebro intentaba empezar a buscar los métodos para hacérselo entender. Había una sola realidad, “sólo puedes avanzar hasta donde yo diga y porque yo lo digo”. La suerte corría de su lado, me consideraba uno de los señores con la mente más sana y pacífica que había, abierto a innovaciones y a cualquier tipo de curiosidades e informaciones de cualquier providenciaría. No me importaba, mujer, hombre, cambiaformas, incluso si se trataba de una sexualidad errante, todo se podía ver en forma de beneficios y para ellos yo vivía. — ¿En serio no estarás en la planificación? Es tu boda después de todo. No tiene demasiado sentido que optes por no ver lo que se hará. Sin embargo, si eso quieres, contrataré a cualquiera para que la haga, no necesitas preocuparte. — Aseguré entonces con completa confianza, tomando la pipa que bien había quedado sobre un cenicero para calar con calma el humo de buen sabor que tenía. Le sonreí en ese momento, mirándola de reojo sin ningún apetezte de miedo o desconfianza. Levanté los hombros y subí el brazo hacía lo que sería el borde del sillón. — ¿Mi vida imposible? Si haces eso, solo harás que la tuya sea un infierno. No existe algo como poder separarnos, a menos claro, que me mates, lo cual no creo que pueda suceder, con tu tamaño, forma y lo ruidosa que te encuentro, no podrías pasar a tres metros míos sin que te distinga. El olor, principalmente el olor. — Apunté un momento con el tabaco y suspiré cansino, negando aburridamente, chasqueando los dientes en tanto buscaba en el bolsillo del saco interior una pequeña libreta. Y con cuidado deslicé un plumín de la nueva industria, mantenía una tinta recargable en la zona central, duraba poco, pero lo suficiente. Allí escribí la dirección de una casa y se la entregué. Momentos después me vi levantándome, dirigiéndome hacia la puerta. ¿Irme? Un segundo fue lo que lo pensé hasta girarme a tomarle el cuello con firmeza, tan rápido que la distancia entre ella y la salida deberían haber sido centímetros en vez de metros. — Cada segundo que pasas poniéndole peros a la situación, serán las horas que te encontrarás rogando por haberte comido tus palabras. [...] Esa es la dirección de una casa en la zona del centro. La que está alejada es la que conocen tus padres. Por cierto, ¿esperas que alguien te salve? Nadie más que yo podría querer a algo tan usado como lo estás tu. Deberías agradecerme. — Al final de la primera oración fue que la solté, hundiendo las manos en los bolsillos, como si Jekyll y Hyde estuviesen luchando dentro de mí. La parte mas macabra y aquella que buscaba la redención, aunque fuese mínima e imposible.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
¿Qué intentaba hacer Theodore? ¿Acaso creía que implantándole miedo la iba a doblegar? Las cosas siempre funcionaban a la inversa con ella. ¿Acaso no se daba cuenta? Tan inteligente que parecía, no resultaba nada claro cuando el mostraba su falta de tacto para con ella. Probablemente su diferencia en fuerza le daba claras desventajas, pero nada de eso la intimidaba, porque en el burdel vivió situaciones muchísimo más complicadas. En más e una ocasión fue maltratada, y a final de cuentas el dolor físico ó el miedo a la muerte, no era algo que le hiciera mantenerse tranquila. Para la joven los riesgos iban dentro de la vida, más valía tomarlos y correrlos que esconderse detrás del protocolo absurdo que la sociedad había establecido, quien sabe cuantos años atrás.
No cerró los ojos ni siquiera para pestañear, debía enfrentar aquella mirada demandante y exigente. ¿Por qué Eugénie veía deseo y algo extraño en aquella mirada? Algo en el interior de la prostituta le decía que él no la odiaba, que en realidad parecía encantado con la idea de tenerla, y no sólo para doblegarla y poseerla. Quizá no sabía con exactitud que era, pero los presentimientos femeninos terminaban por ser ligeramente certeros, o al menos se inclinaban hacía ellos. ¿Era entonces el inicio de su verdadera vida? ¿De eso se trataba todo? Quizá sólo el burdel había sido un entrenamiento para la crueldad de la realidad que le esperaba con su futuro marido.
Simuló que su respiración no se había alterado, también que no estaba nerviosa, porque aunque hubiera recibido un par de golpes con anterioridad, los riesgos existían, ella no era de acero, podía perder la vida, y si la muerte no le daba miedo, al menos quería seguir unos años más para hacer de las suyas, porque encontraría la manera de hacerlas con todo y ese marido que Dios le había puesto en el camino.
Cuando su respiración había tomado el ritmo común y corriente. La joven acarició la piel de esa zona, su cabeza de inclinó observando el escrito que había en aquel papel que él le había dado. Arqueó una ceja sin comprender demasiado, su orgullo en ese momento se sentía pisoteado, y no tenía intenciones de seguirse sintiendo de esa forma, no quería preguntar. Lo cierto es que sin cuestionamientos no existen respuestas, y sin respuestas las dudas no llegan a apaciguarse, lo que ocasionaría que la joven terminara por volverse loca de curiosidad. Si, uno de los detalles más claros en la joven era ese, su curiosidad era tanta que en ocasiones no le permitía avanzar.
— ¿Qué significa esto? — Y si, terminó por cuestionar, ¿qué le quedaba? Nada, además él tampoco parecía que fuera a darle las respuestas con rapidez y facilidad. Theodore disfrutaba molestando a la joven, parecía se había vuelto su nuevo placer pulposo, y ella tampoco podía reprocharle, porque a veces terminamos por picotear aquello que deseamos para con nosotros. Así fue como terminó cediendo ante el burdel, ante el placer que la invadía.
Se lo quedó mirando por unos momentos, debía aprender a leer un poco más a su futuro marido.
— ¿De verdad te interesa saber lo que pienso de los huérfanos? — Estaba bajando por unos segundos la guardia, aunque no lo pareciera, Eugénie se interesaba por el bien de los que no tenían las mismas oportunidades. — Creo que se les debe educar, enseñar cosas básicas como la lectura, escritura y las sumas y restas, eso los hace más funcionales, enseñarles a trabajar para que tengan ingresos propios y se valgan por sí solos, muchos de ellos sólo necesitan un poco de empuje — Se encogió de hombros, igual para él aquella idea podría ser tonta.
— Seguramente si a ti te interesan, no es por algo bueno — Sonrió con clara muestra de decepción — Así son todos los de tu circulo, abusando del débil para enriquecerse, se les olvida que son tan humanos y capaces como ustedes — Negó, y ella podía decirlo sin titubear, porque la fortuna de su familia era integra, e incluso sus ganancias en el burdel terminaban siendo destinadas para la ayuda de sus compañeras, aquellas que en su desesperación por salir adelante, o sacar del hoyo a su familia, terminaban por vender hasta el cuerpo.
No cerró los ojos ni siquiera para pestañear, debía enfrentar aquella mirada demandante y exigente. ¿Por qué Eugénie veía deseo y algo extraño en aquella mirada? Algo en el interior de la prostituta le decía que él no la odiaba, que en realidad parecía encantado con la idea de tenerla, y no sólo para doblegarla y poseerla. Quizá no sabía con exactitud que era, pero los presentimientos femeninos terminaban por ser ligeramente certeros, o al menos se inclinaban hacía ellos. ¿Era entonces el inicio de su verdadera vida? ¿De eso se trataba todo? Quizá sólo el burdel había sido un entrenamiento para la crueldad de la realidad que le esperaba con su futuro marido.
Simuló que su respiración no se había alterado, también que no estaba nerviosa, porque aunque hubiera recibido un par de golpes con anterioridad, los riesgos existían, ella no era de acero, podía perder la vida, y si la muerte no le daba miedo, al menos quería seguir unos años más para hacer de las suyas, porque encontraría la manera de hacerlas con todo y ese marido que Dios le había puesto en el camino.
Cuando su respiración había tomado el ritmo común y corriente. La joven acarició la piel de esa zona, su cabeza de inclinó observando el escrito que había en aquel papel que él le había dado. Arqueó una ceja sin comprender demasiado, su orgullo en ese momento se sentía pisoteado, y no tenía intenciones de seguirse sintiendo de esa forma, no quería preguntar. Lo cierto es que sin cuestionamientos no existen respuestas, y sin respuestas las dudas no llegan a apaciguarse, lo que ocasionaría que la joven terminara por volverse loca de curiosidad. Si, uno de los detalles más claros en la joven era ese, su curiosidad era tanta que en ocasiones no le permitía avanzar.
— ¿Qué significa esto? — Y si, terminó por cuestionar, ¿qué le quedaba? Nada, además él tampoco parecía que fuera a darle las respuestas con rapidez y facilidad. Theodore disfrutaba molestando a la joven, parecía se había vuelto su nuevo placer pulposo, y ella tampoco podía reprocharle, porque a veces terminamos por picotear aquello que deseamos para con nosotros. Así fue como terminó cediendo ante el burdel, ante el placer que la invadía.
Se lo quedó mirando por unos momentos, debía aprender a leer un poco más a su futuro marido.
— ¿De verdad te interesa saber lo que pienso de los huérfanos? — Estaba bajando por unos segundos la guardia, aunque no lo pareciera, Eugénie se interesaba por el bien de los que no tenían las mismas oportunidades. — Creo que se les debe educar, enseñar cosas básicas como la lectura, escritura y las sumas y restas, eso los hace más funcionales, enseñarles a trabajar para que tengan ingresos propios y se valgan por sí solos, muchos de ellos sólo necesitan un poco de empuje — Se encogió de hombros, igual para él aquella idea podría ser tonta.
— Seguramente si a ti te interesan, no es por algo bueno — Sonrió con clara muestra de decepción — Así son todos los de tu circulo, abusando del débil para enriquecerse, se les olvida que son tan humanos y capaces como ustedes — Negó, y ella podía decirlo sin titubear, porque la fortuna de su familia era integra, e incluso sus ganancias en el burdel terminaban siendo destinadas para la ayuda de sus compañeras, aquellas que en su desesperación por salir adelante, o sacar del hoyo a su familia, terminaban por vender hasta el cuerpo.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Jeune fille pour le loup [Eugenie]
Era un acto de cobardía por su parte, sin duda alguna, uno de los dos tenía que comenzar la conversación y como caballero u hombre que evidentemente era, esa misma era mi labor. Estaba enfundado en un traje de clase alta y actuaba como tal, pero manteniendo siempre la personalidad relativamente antipática que tenía, un poco arrogante pero a la vez lo suficientemente objetiva para pedir la opinión de cualquiera. Después de todo, no me importaba que fuese una mujer, niño, anciano o enfermo; si tenían algo para dar ya sea física, mental o monetariamente, estaba más que dispuesto a recibirlo o a tomarlo si eso era necesario. Estiré entonces los dedos, acariciando curiosamente mi palma, como si la estuviese investigando, notando como pronto los padres de la muchacha dejaban libre el lugar para darle pie a la pareja para la romántica charla. Estaba esperando escuchar sus discordias, incluso había una media sonrisa que hacía aparecer un hoyuelo en mi mejilla, completamente a la expectativa de sus tonalidades abusivas y llenas de sincericidio, porque sí, se trataba de una sinceridad que la llevaría a una tumba en la cual estaría a gusto. — ¿Acaso piensas que gasto mis palabras en vano? Si no quisiera tu opinión no lo preguntaría. Hay más de cien preguntas en la lista de “cosas para impresionar a tus padres” que podría decir. — Le murmuré con sorna, por dentro había un lobo aullando, gruñendo, incluso lanzando dentelladas al aire, es que en toda mi indecente vida, no me había cruzado con alguien tan testaruda como la mujer que, para peor, abría las piernas en los burdeles, no por dinero, no por necesidad u obligación, simplemente porque no podía estar sin una polla dentro. ¿Cómo alguien así podía reprocharme cualquiera sea la cosa? Parecía de no creer, alguna clase de musical cómico.
—Muy bien, entonces tomaré tus palabras como iniciativa para que empieces a buscar algunas mujeres u hombres más para que les enseñen. El presupuesto no alcanza para contratar profesores de verdad. Crecerá con el tiempo, por lo que solo tendrás que ayudarlos hasta que contratemos a empleados fijos. ¿Alguna objeción? ¿O es que solo te gusta dar opiniones humanitarias pero no inmiscuirte en ellas? Sería muy típico también, ¿no?— Dejé escapar una risa siniestra y a secas, indiferente por completo a cómo ella reaccionaría, en realidad, siquiera le dejé tiempo a hacerlo, simplemente me levanté, hundiendo las manos en los bolsillos del pantalón aburridamente, mirando hacia los costados como si estuviese examinando algo, la verdad es que no podía importarme menos la decoración del jodido lugar. Y obviamente lo quisquilloso de la joven volvía a salir, ¿cómo podía alguien que estaba rodeada en joyas hablar sobre clase alta o gente con más poder que otros? Silbé despreocupadamente, negando por un tiempo en lo que me acercaba un poco. Pronto me vi pasando la mano por su mejilla y luego detrás de la oreja, acariciando su sedoso cabello marrón que era inundado por unos ojos demasiado celestes para ser reales. Ella abusaba por completo de mi simpatía y sujeté su mentón con descaro. Era pequeña, demasiado menuda para tener esos bustos y caderas por debajo. Algo estaba endureciéndose en mi cuerpo y sin duda no eran mis puños. — ¿Así que me conoces mucho a mí y a la vida, no es así? Te ves más hermosa cuando no te ponen tanto maquillaje arriba, ¿lo sabías? Tu máscara es más sensual que el revoque blanco que te pusieron. Me gustaría hacerlo, ve a esa casa, el viernes estaría bien. — Ignoré por completo la falta de educación de la jerarquía, aunque supuse que ella misma sabía bien qué y por qué lo hacía. No era un inconveniente para mi mientras fuera a puertas cerradas. Solo me quedé mirándola, paseándome por todo lo que era, la realidad era bastante sencilla, me gustaba mucho más la que había conocido en el burdel, ésta, aunque fuese la original, había destrozado las ilusiones que había creado en un principio, lo cual no lo hacía malo ni bueno, solo diferente. Quizá incluso más entretenido de lo que yo había pensado, podía tener todo, una hermosa y entretenida mujer, con dinero y padres que fuesen fáciles de manipular en cuanto a negocios.
De todos modos, mis ideas siempre se enfocaban en el estudio “ganar-ganar” por lo que aunque pudiera llevarlos a la bancarrota a ciegas, no era mi intención en absoluto. ¿Para qué quitar soldados de un tablero si simplemente podía convertirlos a mi color? Me contuve, vi la salida y con ello apunté el papel una vez más. — No lo olvides, no lo querrás olvidar tampoco. — Casi la última parte no se escuchó, pero la tonada dejaba que la intuición denotara que era entre amenaza y orden. Así mismo me retiré, igual que como entré, pero con muchos más papeles y futuros acertados que antes. Todo estaba en la palma de mi mano y aunque esperaba que todo siguiera de ese modo, había un cosquilleo que me indicaba preocupación, como un sexto sentido que hacía que los vellos de mi nuca se apuntaran.
—Muy bien, entonces tomaré tus palabras como iniciativa para que empieces a buscar algunas mujeres u hombres más para que les enseñen. El presupuesto no alcanza para contratar profesores de verdad. Crecerá con el tiempo, por lo que solo tendrás que ayudarlos hasta que contratemos a empleados fijos. ¿Alguna objeción? ¿O es que solo te gusta dar opiniones humanitarias pero no inmiscuirte en ellas? Sería muy típico también, ¿no?— Dejé escapar una risa siniestra y a secas, indiferente por completo a cómo ella reaccionaría, en realidad, siquiera le dejé tiempo a hacerlo, simplemente me levanté, hundiendo las manos en los bolsillos del pantalón aburridamente, mirando hacia los costados como si estuviese examinando algo, la verdad es que no podía importarme menos la decoración del jodido lugar. Y obviamente lo quisquilloso de la joven volvía a salir, ¿cómo podía alguien que estaba rodeada en joyas hablar sobre clase alta o gente con más poder que otros? Silbé despreocupadamente, negando por un tiempo en lo que me acercaba un poco. Pronto me vi pasando la mano por su mejilla y luego detrás de la oreja, acariciando su sedoso cabello marrón que era inundado por unos ojos demasiado celestes para ser reales. Ella abusaba por completo de mi simpatía y sujeté su mentón con descaro. Era pequeña, demasiado menuda para tener esos bustos y caderas por debajo. Algo estaba endureciéndose en mi cuerpo y sin duda no eran mis puños. — ¿Así que me conoces mucho a mí y a la vida, no es así? Te ves más hermosa cuando no te ponen tanto maquillaje arriba, ¿lo sabías? Tu máscara es más sensual que el revoque blanco que te pusieron. Me gustaría hacerlo, ve a esa casa, el viernes estaría bien. — Ignoré por completo la falta de educación de la jerarquía, aunque supuse que ella misma sabía bien qué y por qué lo hacía. No era un inconveniente para mi mientras fuera a puertas cerradas. Solo me quedé mirándola, paseándome por todo lo que era, la realidad era bastante sencilla, me gustaba mucho más la que había conocido en el burdel, ésta, aunque fuese la original, había destrozado las ilusiones que había creado en un principio, lo cual no lo hacía malo ni bueno, solo diferente. Quizá incluso más entretenido de lo que yo había pensado, podía tener todo, una hermosa y entretenida mujer, con dinero y padres que fuesen fáciles de manipular en cuanto a negocios.
De todos modos, mis ideas siempre se enfocaban en el estudio “ganar-ganar” por lo que aunque pudiera llevarlos a la bancarrota a ciegas, no era mi intención en absoluto. ¿Para qué quitar soldados de un tablero si simplemente podía convertirlos a mi color? Me contuve, vi la salida y con ello apunté el papel una vez más. — No lo olvides, no lo querrás olvidar tampoco. — Casi la última parte no se escuchó, pero la tonada dejaba que la intuición denotara que era entre amenaza y orden. Así mismo me retiré, igual que como entré, pero con muchos más papeles y futuros acertados que antes. Todo estaba en la palma de mi mano y aunque esperaba que todo siguiera de ese modo, había un cosquilleo que me indicaba preocupación, como un sexto sentido que hacía que los vellos de mi nuca se apuntaran.
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Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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