El Nombre De La Rosa † Privado

EN NOMBRE DE LA ROSA

En París no se encontraba ningún templo ortodoxo, por lo cual había tenido que hacer aparición en aquella iglesia. De cualquier modo era la casa de Dios, por lo tanto, no habría problema si entraba a hacer mis oraciones a ese sitio.

El lugar era enorme, con una arquitectura impresionante, digna de una catedral católica, con sus soberbios detalles en oro y una nave en forma de cruz, circundada por dos pequeñas. Inmensas arañas de cristal colgaban de los altos techos y cúpulas iluminando el espacioso lugar.

Pasaban de las diez, por lo que ya había pasado hacía horas la última misa y la catedral se encontraba prácticamente sola. Salvo por un par de monjas que encendían las veladoras del altar a una de tantas vírgenes, un hombre indigente que simulaba hacer penitencia para quedarse a pasar la noche helada en aquel recinto y la silueta de una mujer.

Caminé hacia uno de los bancos de cara al altar principal; en el centro, la figura de un cristo misericordioso me devolvía la mirada con ojos cansados, que reflejaban el dolor de verse crucificado eternamente. La humanidad jamás le permitiría bajar de la cruz, porque preferían tenerle ahí, en sufrimiento, seguramente para recordarle que se debía a ellos. Después de todo, era el cordero, el sacrificio a su propio creador para su salvación.

Sin embargo ahí residía mi "extraña fe" recién restablecida, tatuada a sangre y hierro, por una culpa que no era mía, pero cargaba con el supuesto pecado en mi sangre. Porque ¿Qué hijo tiene la culpa de haber nacido? ¿Qué hijo escoge a sus padres? ¿Por qué les habían asesinado?

Me hinqué y me persigné cerrando los ojos, mis manos se entrelazaron para dirigir una plegaria a Dios que me observaba desde aquella cruz. Los santos, dirigían sus miradas vacías desde sus nichos, indiferentes ante el dolor, la angustia y la culpa de los fieles. Tras unos segundos de orar en silencio, terminé con la oración de siempre.

“-Domine Iesu, dimitte nobis debita nostra, salva nos ab igne inferiori, perduc in caelum omnes animas, praesertim eas, quae misericordiae tuae maxime indigent. Amen”

Me persigné de nuevo y me levanté para dirigirme hacia donde se encontraban las veladoras, encendí una en agradecimiento y finalmente me dirigí a la salida de la catedral. Las enormes puertas estaban cerradas, pero una puerta pequeña lateral permanecía abierta para que terminase de salir la gente que quedaba dentro, faltaba poco para que cerrasen la casa de Dios por esa noche.

Desvié mi mirada hacia dentro nuevamente percatándome de que aún había una persona dentro. si no se daba prisa, le dejarían dentro:

–Creo que la iglesia está a punto de cerrar sus puertas–, dije en voz alta para que la persona me escuchase.


Finalmente salí del templo. El viento helado de la calle despeinó mis cabellos, los cuales arrancaba tenues destellos la luz de una farola cercana, donde ya me estaba apeteciendo fumar un cigarrillo.
Bajé los escalones hacia la plazuela frente al edificio religioso y me coloqué los guantes decidiendo a dónde debía ir. Tenía la noche libre.

EN NOMBRE DE LA ROSA

A punto estaba de dar un paso más para comenzar mi caminata noctura, cuando sentí en mi hombro un par de golpecitos que me hicieron girar con rapidez. No estaba acostumbrado hacer "tocado" por nadie que no fuese yo mismo, por lo que mi instinto de conservación, me puso en alerta. ¡Pero cuál sería mi sorpresa! al notar, que se trataba de una señorita, con ese velo oscuro tan característico de las personas que van a orar, y el cuál le ocultaba el rostro. Me mostró el pañuelo y seguidamente lo reconocí como mío. Lo había olvidado en la banca en la cuál me había reclinado para orar. Habría sido una pérdida enorme, ya que había sido un hermoso regalo de mi difunta esposa.

-Efectivamente es mío. Le doy las gracias por haberse tomado la molestia.-trataba de imaginar su rostro entre el enmarañado tejido de su velo, más nada podía conseguir. Era una muralla de seda negra impenetrable. -Creo haberle visto hace unos minutos en el templo. -finalmente tomé el pañuelo, le doble con delicadeza y le deposité en uno de los bolsillos de mi abrigo. El azul oscuro para ser exactos, con bisutería en oro y plata. -¿Se dirige hacia su carruaje madame? Sería un honor escoltarle, si me lo permite, en agradecimiento por su noble y desinteresado gesto.

Incliné mi cuerpo hacia adelante, realizando una pequeña reverencia.

-Rikkert Vranken Moos, a su servicio. ¿Podría conocer el nombre de mi salvadora? - me fue imposible evitar una sonrisa. No quería que la dama pensase que era un completo mal educado, por querer saber algo tan sencillo como su nombre.

EN NOMBRE DE LA ROSA

La dama levantó su delicado velo, para revelar su rostro. Pocas veces me había sentido impresionado por la imagen de alguna damisela - pues en mi basta experiencia había creído ver todas las bellezas alrededor del mundo- pero la mujer que me había encontrado por casualidad al salir del la catedral, revelaba una belleza inusitada. Sus ojos claros y sus labios rojos y carnosos me cautivaron de inmediato. No había duda de que los milagros existían, aunque su mirada me hizo recordar a alguien a quien había amado hacia un par de años, pero que por cosas del destino, perdí para siempre. Deseché el recuerdo inmediatamente; no era el momento adecuado para atormentarme con sufrimientos de un pasado - que aunque recientes- poco a poco iban sanando.

-No tenga apuro mademoiselle Bärbel, le escoltaré el tiempo que sea necesario.

Ofreciéndole el brazo, terminamos de dar ésos últimos pasos para llegar hacia el borde del camino, esperando que la silueta del cochero apareciese por entre la espesa bruma que paulatinamente iba devorando las calles parisinas. Todavía nos encontrábamos en invierno y el viento gélido jugaba un papel importante. Lo sabía yo, que era marino por profesión, por gusto personal. Era preferible que los grandes buques aparcasen en puerto seguro ya que por extrañas e inexplicables visicitudes de la vida, perdíamos el rumbo inesperadamente a causa de la neblina. De ahí surgían las grandes leyendas del mar, que hablaban de hermosas sirenas, de las bestias marinas y un sin fin de historias increíbles.

-Efectivamente, aunque con asencencia belga por parte de padre. -Sonreí afable.

Decidí no contar más allá, no revelando mi cargo y mi puesto como marino. Ya había traspasado la etapa adolescente y rebelde, en la cuál me gustaba alardear por todo. Ahora lo que necesitaba en mi vida era tranquilidad y ser simplemente un caballero común y corriente. Distaba mucho de serlo, pero en más de una ocasión me había llevado sin sabores, con damas que me buscasen por simple interés.

-Asumo que my lady, no es francesa. Su apellido revela mucho sobre su origen extranjero, aunque de estar equivocado, le ruego me disculpe.

El carromato por fin apareció, tirado por dos nobles corceles negros. El hombre anciano que le manejaba nos dio con cortesía las buenas noches. Bajó y abrió la puerta para que Bärbel subiera en primera instancia como dictaban los cánones. Le ayudé a apearse, esperando no le importase servirle de acompañante. Deseaba conocerle un poco más.

EN NOMBRE DE LA ROSA

Me sentía extraño en la compañía de una bella mujer. Desde que murió mi esposa jamás me había permitido ésta clase de placeres. Por un lado porque el estado de ánimo no me lo permitía, segundo, el escaso tiempo libre que me proporcionaba mi agitado estilo de vida. Siempre yendo de un lado hacia el otro, en constante movimiento. Aunque debo agradecer el hecho de mantenerme activo, porque de lo contrario me hubiese vuelto loco. La soledad es mala consejera aunado al hecho de haber pedido a la compañera de vida. Era esa clase de herida que jamás sanaba, pero que - o aprendías a vivir de ella- o dabas por perdida la batalla.

Decidí echar las velas, para que el viento me llevasen a donde quisiesen. El destino era lo de menos, yo quería hundirme, lo recuerdo perfectamente. Las largas horas en vela, las copa de vino entre mis manos, y su recuerdo siempre presente haciendo mella.

Fueron días difíciles.

Ahora se presentaba un panorama diferente. Había decidido tomar nuevamente las riendas de mi vida con un doble propósito, ya que la tristeza desembocó un deseo mucho más fuerte: El de venganza. Encontraría a los bastardos que me arrebataron la felicidad, importando poco el tiempo que me llevase tal proeza.

-No se preocupe Bärbel, la noche es joven y soy un viejo lobo de mar. Sabría llegar a cualquier puerto, hasta con los ojos cerrados - Sonreí, sorprendiéndome a mi mismo, del comentario y del propio gesto - Tal vez no lo crea, pero, hacía tiempo que no disfrutaba de tan placentera compañía. Loa caminos y los tiempos de Dios son perfectos. Estaba escrito que la iglesia fuese el punto de reunión para que usted bella dama y yo, intercambiásemos, tiempo y palabras. ¿No le parece?

Le observé con disimulo, observando por la ventanilla del carruaje. La bruma comenzaba a deslizarse paulatinamente por las calles de París, dándole un marco lúgubre