Padre... he pecado. {Armand Duchamp}

por **Ecaterina Ruth Bathory** Miér Ene 27, 2016 7:02 pm

Llueve sobre la tierra santa y cada paso sobre los charcos le acercan aún mas a ella. Caminando con calma y la vista fija sobre la catedral, observa a los mortales de reojo, como inquietas sombras que corren desesperadamente a refugiarse de la voluntad de la naturaleza. El tiempo corre con ellos pero no con la vampiresa. Sus cabellos castaños caen rebeldes sobre su espalda, sus hombros e incluso en su rostro blanquecino, terso cual marfil por el cual las gotas de agua helada resbalan con rapidez.

En la oscuridad su figura apenas dislumbra cuando los relampagos iluminan cielo y tierra, su rostro resalta sobre toda la oscuridad, el resplandor se refleja en sus cristalinos ojos otorgandole un aspecto tenebroso. Las sombras juegan atroses con la fémina figura y la de los arboles. El viento comienza a soplar incansable, como si el clima conspirara encontra de ella, intentando detener sus pasos tan firmes y determinantes a su destino... o tal vez tan solo intenta advertir de que nada bueno podría avecinar a su visita.

Los cabellos de Ecaterina se comienzan a revolverse y envolverse en su rostro, se elevan y vuelven azotar su cuerpo. Finalmente, llega al frente del edificio, lo observa y aprecia las tinieblas en el. Retomando el paso se dirige con la misma tranquilidad hacia la entrada principal, agachandose sin detenerse, para estirar su brazo derecho hacia el charco al cual se acerca para levantar con dicha mano un tanto de fango, el cual se esparce cual maquillaje por su rostro y el largo de cuello hasta llegar al escote.

Sube los escalones dejando atras la tempestad. Frente a la imponente puerta de madera levanta su mano- Toc... toc... toc - Recita lentamente, al mismo tiempo que llama con golpes fuertes, tales que hacen vibrar los ventanales al compás. - Llamando a las puertas de Dios... - murmura con ligero sarcasmo.

por **Armand Duchamp** Jue Ene 28, 2016 1:45 am

La naturaleza humana es decadente... comprende un amasijo de superfluas sensaciones y aberrantes motivos para los cuales existir... era quizás el motivo por el cual era Obispo y algún día... Papa.
La Catedral de Notre Dame era gigante y por lo general vacía, en el espectro de la noche gris y oscura es que relataba mis más deseosos secretos, aquellos que venían de algún macabro cuento de juglares esquizofrenicos, o de algún osado y maquiavelico obispo, como su humilde servidor...
La gran puerta había aullado y no esperaba francamente a ningún malnacido a estas horas, me encontraba ocupado de una manera bastante especial y necesitaba privacidad... me encontraba escondido en el confesionario con el pequeño Pierre... un pequeño monaguillo y huérfano a quien no le importase a nadie, pero tenia una excelente forma de complacer a su excelencia... tal como a mi me gustaba.

- Padre... he pecado... no he sido lo suficientemente entregado con su persona, pido me disculpe... -

- Tranquilo Pierre, arrodillate... Dios sabrá tienes voluntad de ser perdonado y para eso estoy yo... solo guarda silencio... -

La inocencia tenia su dulce placer y en tantos también una pizca de morbosa culpa, solo Dios nos había bendito con el poder de desgarrarla cuando quisiéramos y de restaurarla si fuese necesario... era nuestro secreto, el pequeño Pierre así lo sabia...
Eran alrededor de las 8 de la noche y el gran portón había retumbado en el eco de la Santísima Trinidad, ¿quien osaba molestar los castigos de su Santidad?

- Ve a revisar Esteffano, estoy ocupado... -

El fraile Esteffano, un italiano desgraciado quien creía se encontraba en la Basilica de San Pedro, siempre osaba espiarme y era junto conmigo quien más tiempo pasaba en la Catedral, nunca me fié de su presencia... pero no merecía castigo aun por existir... todavía no.

- Bongiorno signorina, ¿que desea a estas horas de la notte en la casa del Señor? -

No escuché que hablaron, pero dejo entrar a alguien, maldito seas Esteffano, no hay momento que pueda estar tranquilo con mis niños... me las vas a pagar.

Se dejo entrar un pavoroso viento frió de un día nublado en una Francia acabada... entre más se notaba se acercaba la presencia de aquella visitante, más se dejaba sentir un sufrimiento andante, o quizás era lo suave con que la inocencia acariciaba con sus labios que me provocaba la sensación de una culpa morbosa...

- El Obispo esta ocupado signorina, pero puede esperarlo si gusta... -

- Déjala que venga, Esteffano... no se debe dejar esperar la palabra de Dios... -

Las pisadas resonaban como un fuerte eco en lo que, a cada paso marcaba un tic tac de succiones... quizás me entenderías a que me refería...

- Ave María Purisima... -

Y mientras sostenía la cabeza del pequeño Pierre entre mis rodillas, entraba aquella sombra de evidente apariencia femenina, entre la reja escondida y la vela que marcaba la tenue luz de una Virgen en la posadera del confesionario, caían lagrimas de sangre mientras en coros mentales susurraban...

Sin pecado concedido...

Padre... he pecado. {Armand Duchamp}

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