AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Two Souls [Nínive]
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Two Souls [Nínive]
Hacía un sol abrasador aquella tarde, aunque fuera invierno, puro, el sol cuando salía era tan justiciero como cálido. La nuca de Samuel estaba enrojecida por el esfuerzo de haber estado segando toda la mañana y haber recogido las semillas para llevarla a vender por sacos a la ciudad. Le gustaba hacer el trabajo pesado, además de broncear su cuerpo y ejercitarlo, mantenía su mente despejada y libre de todo lo demás. Aspiraba el olor a hierba recién cortada, el sonido de la hoz al precipitarse para cortar y el sonido de cada paso que avanzaban en hilera, él como capataz de la finca y los trabajadores a su cargo que estaban contentos de que Samuel, al contrario que muchos otros, se dedicaba a las tareas, ayudaba y enseñaba. Se manchaba las manos como los demás y eso, le daba el don del liderazgo.
Cuando llegó al establecimiento, con la intención de vender dos sacos por 50 francos, el dependiente cogió una muestra con sus dedos y miró con atención el grano- ¿50 por los dos?- preguntó atónito- 30 por los dos- regateó el hombre- Están mojados, ¿cómo se yo que es fresco?- preguntó el hombre dubitativo en voz alta haciendo que la gente se acercara a ver lo que pasaba. Samuel era bastante sencillo, odiaba ser el centro de atención así que miró al comerciante a los ojos- El agua es por el rocío y porque se moja la hoz para que el filo corte mejor- le explicó- Está recién segado de esta mañana. Así que a pesar de que no lo haya dicho, se leer entre líneas. No intento timarle, me han dicho que lo venda por ese precio y por ese precio lo venderé. No voy a dárselo a usted cuando intenta timarme- dijo Samuel cerrando el saco y haciendo el nudo correspondiente dispuesto a marcharse. Pero cuando soltó la palabra timo de su boca, la gente empezó a murmurar y el tendro empezó a ser el cntro de las miradas y los susurros. ¿Quién iba a comprar en una tienda en el que intetaban timarle? Cuando Samuel iba a salir, el tendero elevó la mano para que se detuviera- Está bien, 50 francos por los dos- dijo sacando el dinero y tendiéndoselo a Samuel. Este con una sonrisa tomó el dinero y le ofreció la mano- Es un placer hacer negocios con usted, ha hecho una buena compra, el mejor grano de París, se lo aseguro- dijo saliendo de la tienda y viendo el dinero en su poder. En verdad su señora le había dicho que vendiera por cuarenta los dos, pero si llevaba 10 francos más podía invertirlos en la reparación de la carreta y no tendría que ir hasta la zona comercial caminando con los sacos. Cuando salió de la tienda descubrió que estaba sediento.
Tenía calor así que cogió una moneda de supropio bolsillo y dedició ir a una tasca que había cerca dispuesto a tomar agua con limón o algo revitalizante. Cuando silbaba por el camino una canción que hacía tiempo dejó a un lado. Se paró en el borde del asfalto cuando vio que venían dos coches de caballos uno para cada dirección. Metió las manos en los bolsillos y espero a que cruzaran, cuando en la acera de enfrente una figura destacó por encima de todas las demás. Tenía la piel morena, unos labios gruesos y ojos profundos. Era una mujer esbelta y muy atractiva, una belleza lobuna y reconocible para Samuel en cualquier lugar del mundo. Pero parecía ser un espejismo pues no estaba seguro de que en aquella ciudad, en aquel momento, podría convivir aquel fantasma del pasado de Samuel y él. Empezaba a perder el rasto y absorto en aquella mujer echó a andar hacia la otra acera, olvidándose de los carruajes que se cruzaban en el camino, el cual uno lo sorteó pero el otro lo arrolló por completo, haciendo que Samuel cayera al suelo, con una brecha en la cabeza. Se levantó como pudo, algo desorientado y miró hacia donde estaba la mujer, que al contrario que todo el mundo que se había parado a mirar el accidente, ella había desaparecido. El cochero gritando y maldiciendo- ¿Estás borracho?- le preguntó a Samuel que le clavó una mirada de reproche y fue consciente de sus heridas en el acto. Echó a caminar pasando de todo el mundo que se encontraba y usando su olfato para encontrar a aquella mujer. Olvidándose de la sed y de las heridas que parecían arder más que nunca. – Estoy volviéndome loco- dijo derrotado por aquella situación y emprendiendo el camino a la cantina para tomarse algo más fuerte que un vaso de agua. Cuando llegó el tendero le ofreció un paño con agua para limpiarse la herida, a lo que Samuel lo agradeció y se quedó sentado mirando un punto fijo de la mesa antes de que la puerta se abriera de nuevo. No solía girarse pero en aquella situación, quizás por el revuelto de sentimientos encontrados que tenía por aquella mujer, lo hizo inconscientemente y se volteó para encontrarse con ella. Cuando su cabeza dejó de sangrar, su corazón se había detenido. La sangre parecía no llegarle al cerebro y sintió una punzada de nervios que no sabía dónde poner las manos- ¿Niníve?- preguntó sin poder creerse aquella estampa. Se levantó de la silla, con el trapo en la cabeza absorbiendo sangre y la miró a los ojos- Pensaba que estaba volviéndome loco. ¿Qué haces en París?
Cuando llegó al establecimiento, con la intención de vender dos sacos por 50 francos, el dependiente cogió una muestra con sus dedos y miró con atención el grano- ¿50 por los dos?- preguntó atónito- 30 por los dos- regateó el hombre- Están mojados, ¿cómo se yo que es fresco?- preguntó el hombre dubitativo en voz alta haciendo que la gente se acercara a ver lo que pasaba. Samuel era bastante sencillo, odiaba ser el centro de atención así que miró al comerciante a los ojos- El agua es por el rocío y porque se moja la hoz para que el filo corte mejor- le explicó- Está recién segado de esta mañana. Así que a pesar de que no lo haya dicho, se leer entre líneas. No intento timarle, me han dicho que lo venda por ese precio y por ese precio lo venderé. No voy a dárselo a usted cuando intenta timarme- dijo Samuel cerrando el saco y haciendo el nudo correspondiente dispuesto a marcharse. Pero cuando soltó la palabra timo de su boca, la gente empezó a murmurar y el tendro empezó a ser el cntro de las miradas y los susurros. ¿Quién iba a comprar en una tienda en el que intetaban timarle? Cuando Samuel iba a salir, el tendero elevó la mano para que se detuviera- Está bien, 50 francos por los dos- dijo sacando el dinero y tendiéndoselo a Samuel. Este con una sonrisa tomó el dinero y le ofreció la mano- Es un placer hacer negocios con usted, ha hecho una buena compra, el mejor grano de París, se lo aseguro- dijo saliendo de la tienda y viendo el dinero en su poder. En verdad su señora le había dicho que vendiera por cuarenta los dos, pero si llevaba 10 francos más podía invertirlos en la reparación de la carreta y no tendría que ir hasta la zona comercial caminando con los sacos. Cuando salió de la tienda descubrió que estaba sediento.
Tenía calor así que cogió una moneda de supropio bolsillo y dedició ir a una tasca que había cerca dispuesto a tomar agua con limón o algo revitalizante. Cuando silbaba por el camino una canción que hacía tiempo dejó a un lado. Se paró en el borde del asfalto cuando vio que venían dos coches de caballos uno para cada dirección. Metió las manos en los bolsillos y espero a que cruzaran, cuando en la acera de enfrente una figura destacó por encima de todas las demás. Tenía la piel morena, unos labios gruesos y ojos profundos. Era una mujer esbelta y muy atractiva, una belleza lobuna y reconocible para Samuel en cualquier lugar del mundo. Pero parecía ser un espejismo pues no estaba seguro de que en aquella ciudad, en aquel momento, podría convivir aquel fantasma del pasado de Samuel y él. Empezaba a perder el rasto y absorto en aquella mujer echó a andar hacia la otra acera, olvidándose de los carruajes que se cruzaban en el camino, el cual uno lo sorteó pero el otro lo arrolló por completo, haciendo que Samuel cayera al suelo, con una brecha en la cabeza. Se levantó como pudo, algo desorientado y miró hacia donde estaba la mujer, que al contrario que todo el mundo que se había parado a mirar el accidente, ella había desaparecido. El cochero gritando y maldiciendo- ¿Estás borracho?- le preguntó a Samuel que le clavó una mirada de reproche y fue consciente de sus heridas en el acto. Echó a caminar pasando de todo el mundo que se encontraba y usando su olfato para encontrar a aquella mujer. Olvidándose de la sed y de las heridas que parecían arder más que nunca. – Estoy volviéndome loco- dijo derrotado por aquella situación y emprendiendo el camino a la cantina para tomarse algo más fuerte que un vaso de agua. Cuando llegó el tendero le ofreció un paño con agua para limpiarse la herida, a lo que Samuel lo agradeció y se quedó sentado mirando un punto fijo de la mesa antes de que la puerta se abriera de nuevo. No solía girarse pero en aquella situación, quizás por el revuelto de sentimientos encontrados que tenía por aquella mujer, lo hizo inconscientemente y se volteó para encontrarse con ella. Cuando su cabeza dejó de sangrar, su corazón se había detenido. La sangre parecía no llegarle al cerebro y sintió una punzada de nervios que no sabía dónde poner las manos- ¿Niníve?- preguntó sin poder creerse aquella estampa. Se levantó de la silla, con el trapo en la cabeza absorbiendo sangre y la miró a los ojos- Pensaba que estaba volviéndome loco. ¿Qué haces en París?
Samuel Oak- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Localización : París
Re: Two Souls [Nínive]
La noche anterior apenas había dormido un par de horas, la revisión de cada objeto de la colección que dirigía en el Louvre les había llevado a ella y sus empleados más de lo esperaban y habían abandonado el museo entrada la madrugada. Su puesto como directora del departamento de antigüedades egipcias en dicho lugar había sido como un regalo caído del cielo para ella, por sus raíces, estudios y experiencia el puesto le había sido concedido sin mucha dificultad. Aunque a quien le realizó la entrevista le pareció ciertamente extraño que una mujer de treinta años –edad que aparentaba por entonces- tuviera los conocimientos que ella demostraba, acabó cediendo a las evidencias y sugiriendo un periodo de prueba que superó con creces. Unos diez años llevaba desde entonces en la capital francesa viviendo y trabajando, llevando una existencia tranquila y sin meterse en problemas. Tras la escasa siesta que había podido dormir -tras el trabajo -el sol fue quien la despertó, aunque remoloneó en la cama deseando poder pasar más horas en ella. Acabó ganando el buen humor que la ponía el hecho de que hiciera bueno, había estado sufriendo el tiempo de Francia durante años y había acabado por comprender que cada día que hacía sol era un regalo que aprovechar. Allá de la tierra de la que provenía el sol era una constante y como tal su piel era reflejo de ello. Llamaba la atención de las gentes parisinas por el tono dorado de esta, por su pelo denso y moreno, la profundidad de su mirada… Era una mujer que despertaba suspicacias y dudas en muchos, atracción en otros. Nada de ello le importaba en absoluto mientras la dejaran tranquila. Con la calma que la caracterizaba salió de la pequeña casa que alquilaba dispuesta a ir al mercado a por comida ahora que tenía el día libre. Recibió los rayos del sol con una sonrisa instaurada en sus labios y un suspiro relajado.
De camino al mercado acabó por despistarse, como solía pasarle, mirando puestos de flores, joyas y demás. Parecía que todo París lucía bullicioso y alborozado esa mañana. Los olores inundaban su fino olfato guiando sus pasos más que su propio conocimiento del lugar, las compras habían pasado ya a un segundo plano. Fue entonces cuando lo descubrió entre el gentío, no la figura sino el olor. Detuvo sus pasos y se centró en él ignorando todo lo que la rodeaba, no había duda de que se trataba de Samuel. Tragó saliva y notó la garganta seca como si se tratara de una muchacha viviendo su primer amor, con la diferencia de que el lobo era su gran amor y ella no era una niña ya. Los nervios hicieron que en una primera instancia se alejara de allí, no sabía cómo actuar o qué hacer, necesitaba respirar un aire que no estuviera impregnado de ese olor con el que tanto tiempo había convivido y tan feliz le había hecho, así como infeliz cuando ambos se separaron. Poco a poco y avergonzada de sí misma por esa actitud recobró la calma. Tenía el estómago en la garganta y el pulso acelerado la delataría pero era consciente de que tenía que al menos saludar a aquel hombre. Volviendo sobre sus pasos no le fue complicado recobrar el rastro que este había dejado y, ¿era sangre lo que olía? Frunció el ceño y empujó la puerta tras la que desaparecía el olor, recibiendo la presencia de este como una bofetada. Hacía años que no se veían, que no sabían nada el uno del otro y a ella le parecía que no había pasado tiempo, que no había distancia. Estaba más guapo que nunca, curtido, moreno y fuerte.
-Déjame a mi-, estúpidas primeras palabras. De nuevo se fustigó mentalmente por ser tan cortante, tan fría, tan torpe… Recogió el paño que estaba ya manchado de sangre y lo aclaró en un barreño antes de volver a posarlo en la herida. No sabía cómo se habría hecho semejante tajazo pero agradecía tener esa excusa para poder acercarse a él y estar en contacto con su siempre ardiente piel. No tardaría el sanar, gracias a Dios, pues si se hubiese tratado de un humano normal y corriente lo más seguro es que acabase muriendo desangrado o por una infección. -Yo al principio también, pero tu olor no lo confundo con otros, por eso volví-, eso estaba mejor, quizás demasiado directo pero en resumen, era bastante más acertado que sus primeras palabras. Quería saber de él, el motivo de su estancia en París, si tenía pensado quedarse, si compartía su condición y vida con alguien. Todo. -Me dirigía a comprar comida, ¿te apetece acompañarme?-, la comodidad y la complicidad de los dos lobos era prácticamente surrealista. No había normalidad en que dos personas tan distanciadas por espacio y tiempo se desearan y se necesitaran en el mero momento en que se vieran. Dudaba que él tuviera la misma sensación pero su corazón galopaba de igual manera por lo que acabó por sonreírle y se puso en pie una vez la herida dejó de sangrar. Abandonando la taberna se miró disimuladamente en el reflejo de un cristal ya que ignoraba si las pocas horas de sueño y de preparación para ir a la compra la habrían dejado muy desganada. -¿Qué es lo que te ha traído a París?-, preguntó más por interés real que por iniciar una conversación, hubiera podido caminar todo el trecho hasta el mercado en silencio sin sentirse incómoda en absoluto pero deseaba conocer la historia de su vida desde que se habían separado y nada mejor que empezar por la razón que lo había llevado hasta ella. -Yo trabajo en el Louvre, en uno de mis viajes a Egipto estudié la historia antigua y dirijo el departamento-, comentó antes de que él le devolviera la pregunta.
De camino al mercado acabó por despistarse, como solía pasarle, mirando puestos de flores, joyas y demás. Parecía que todo París lucía bullicioso y alborozado esa mañana. Los olores inundaban su fino olfato guiando sus pasos más que su propio conocimiento del lugar, las compras habían pasado ya a un segundo plano. Fue entonces cuando lo descubrió entre el gentío, no la figura sino el olor. Detuvo sus pasos y se centró en él ignorando todo lo que la rodeaba, no había duda de que se trataba de Samuel. Tragó saliva y notó la garganta seca como si se tratara de una muchacha viviendo su primer amor, con la diferencia de que el lobo era su gran amor y ella no era una niña ya. Los nervios hicieron que en una primera instancia se alejara de allí, no sabía cómo actuar o qué hacer, necesitaba respirar un aire que no estuviera impregnado de ese olor con el que tanto tiempo había convivido y tan feliz le había hecho, así como infeliz cuando ambos se separaron. Poco a poco y avergonzada de sí misma por esa actitud recobró la calma. Tenía el estómago en la garganta y el pulso acelerado la delataría pero era consciente de que tenía que al menos saludar a aquel hombre. Volviendo sobre sus pasos no le fue complicado recobrar el rastro que este había dejado y, ¿era sangre lo que olía? Frunció el ceño y empujó la puerta tras la que desaparecía el olor, recibiendo la presencia de este como una bofetada. Hacía años que no se veían, que no sabían nada el uno del otro y a ella le parecía que no había pasado tiempo, que no había distancia. Estaba más guapo que nunca, curtido, moreno y fuerte.
-Déjame a mi-, estúpidas primeras palabras. De nuevo se fustigó mentalmente por ser tan cortante, tan fría, tan torpe… Recogió el paño que estaba ya manchado de sangre y lo aclaró en un barreño antes de volver a posarlo en la herida. No sabía cómo se habría hecho semejante tajazo pero agradecía tener esa excusa para poder acercarse a él y estar en contacto con su siempre ardiente piel. No tardaría el sanar, gracias a Dios, pues si se hubiese tratado de un humano normal y corriente lo más seguro es que acabase muriendo desangrado o por una infección. -Yo al principio también, pero tu olor no lo confundo con otros, por eso volví-, eso estaba mejor, quizás demasiado directo pero en resumen, era bastante más acertado que sus primeras palabras. Quería saber de él, el motivo de su estancia en París, si tenía pensado quedarse, si compartía su condición y vida con alguien. Todo. -Me dirigía a comprar comida, ¿te apetece acompañarme?-, la comodidad y la complicidad de los dos lobos era prácticamente surrealista. No había normalidad en que dos personas tan distanciadas por espacio y tiempo se desearan y se necesitaran en el mero momento en que se vieran. Dudaba que él tuviera la misma sensación pero su corazón galopaba de igual manera por lo que acabó por sonreírle y se puso en pie una vez la herida dejó de sangrar. Abandonando la taberna se miró disimuladamente en el reflejo de un cristal ya que ignoraba si las pocas horas de sueño y de preparación para ir a la compra la habrían dejado muy desganada. -¿Qué es lo que te ha traído a París?-, preguntó más por interés real que por iniciar una conversación, hubiera podido caminar todo el trecho hasta el mercado en silencio sin sentirse incómoda en absoluto pero deseaba conocer la historia de su vida desde que se habían separado y nada mejor que empezar por la razón que lo había llevado hasta ella. -Yo trabajo en el Louvre, en uno de mis viajes a Egipto estudié la historia antigua y dirijo el departamento-, comentó antes de que él le devolviera la pregunta.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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