I am your soldier | Privado

I am your soldier and I will keep fighting
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Decir que un hombre como Răzvan era cuidadoso de los sentimientos ajenos era decir una gran mentira. Lo que sucedía, cuando lograba ser mesurado y discreto, es que sólo estaba aguardando como el animal de presa que era. Un cazador, de almas y de situaciones. Algo había visto Dacian Sârbu en él, en todo caso, como para legarle su manada, usufructo dejado al mundo como recordatorio de que ahí estaban. Existimos, gritaban sin abrir la boca los lobos bajo su comando. Y era precisamente esa habilidad de calcular y calibrar lo que lo había hecho merecedor de tal honor. Cuando su creador, su alfa mismo, tuvo que irse, no sólo se encargó de conservar lo que le había dejado, sino agrandarlo y mejorarlo. De esas expansiones, podía destacar algo, o a alguien, mejor dicho: Ilona.

Los Szèkely habían sobresalido desde el día uno, pero pocos poseían un orgullo tan arraigado por su naturaleza regida por la luna como la más pequeña de ellos. Una chica hermosa y aguerrida, pero inteligente y fiel también, que eran finalmente las características que más apreciaba Răzvan. Pronto la hizo su favorita con justa razón. Y aunque había pasado el tiempo, al recibir la invitación, supo que había llegado el momento de volver a verla. El sitio acordado le pareció por demás peculiar, pero sin hacer más preguntas (ya las haría más tarde) asistió. Su elegancia y porte —de soberano y guerrero a partes iguales— parecía brillar entre la podredumbre del sitio abandonado. Aunque se hubiera perdido, el perfume que rezumaba Ilona era demasiado inconfundible como para no guiarse por él.

Al llegar, el lugar estaba tan solitario como el camino que lo condujo hasta ahí. Pero ella estaba presente, la sentía casi tan palpable como si en ese instante lo tomara de las manos. Sonrió de lado con gesto de suficiencia al escuchar su voz y agachó la mirada de color añil al suelo, donde el falso piso los dividía. Fue hasta allá, tras encontrar la trampilla que daba entrada y la escalera enmohecida de madera se quejó bajo su peso.

—Ah, Ilona, peculiar lugar, aunque no podía esperar menos de ti —fue su manera de saludar—. Han sido unos minutos, no escogiste el sitio más accesible para llegar —se quejó con contenida cordialidad y avanzó hasta ella con paso resuelto.

Meditó unos segundos en las palabras ajenas. Él mismo tenía noticias al respecto de sus enemigos naturales, mismos que él odiaba como pocos lobos podían jactarse. Porque su tirria no nacía en la naturaleza, sino que ahí sólo se reafirmaba. Su rencor, arraigado por años, era real y había dejado marcas en su cuerpo como para sustentarlo. Eso, sin embargo, pasó a segundo plano por ahora. Con la duquesa tenía asuntos más inmediatos que tratar.

—Por eso no debemos preocuparnos ahora. ¿Nos crees tan incapaces de lidiar con chupasangres? —Fue retador. Pero si en alguien confiaba su vida, sin duda era en ella—. Sin embargo, trataré de ser breve. Parece que ni siquiera te da gusto verme —prosiguió con cierta arrogancia que se diluía entre el enrarecido ambiente.

—Me sorprendió que me contactaras, pero resultó muy conveniente. No deberíamos separarnos por tanto tiempo, sobre nosotros pesa la manada entera —su semblante se volvió más solemne, aunque continuaba hablando con tranquilidad, como si la noticia que fuese a darle no fuera a poner de cabeza el mundo de la joven.

¿Y es que acaso importaba? Răzvan tenía maneras muy peculiares de demostrar sentimientos, buenos o malos. En este caso, era porque la tenía en tan alta estima que confiaba que, tras decirle lo que tenía que decirle, Ilona sería capaz de recomponerse y continuar con su vida. Continuar a su lado, como beta, guiando a la manada. Era en momentos como aquellos que, por una vez en su vida, sentía la incertidumbre trapera; ¿y si había cometido un error? ¿Y si ella no era lo que él siempre había visto? Exigía fidelidad de los suyos, pero no podía darla a cambio, no tras haber padecido lo que había sufrido, sucesos que lo habían tornado desconfiado sin poder evitarlo.