AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Escapando [Privado]
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Escapando [Privado]
Las calles de París seguían siendo un misterio para la joven, a pesar de que llevaba varios meses viviendo en cada oscuro rincón que encontraba. El frío comenzaba a adueñarse de las noches, lo que empezaba a ser un problema para la muchacha, pero se intentó animar a sí misma, diciendo que encontraría algún abrigo viejo y un par de mantas raídas. Las familias más pudientes solían deshacerse de las que ya apenas abrigaban cuando el invierno volvía a llegar, pero para Nerea los desechos de todas personas serían más que suficientes. Tenían que serlo.
Colocó un mechón de su rubia cabellera detrás de su oreja y deslizó sus pies por los adoquines de la calle, observando a su alrededor. Los olores que desprendían las distintas especias que se vendían en el mercado, junto a la fruta fresca y a alguna que otra golosina, hicieron que la joven recordara que había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sin comer. Su estómago rugió, su boca se hizo agua y tuvo que morderse el labio inferior para poder disimular un poco. No había tenido suerte y en los últimos días no había conseguido obtener nada decente que llevarse a la boca. Había intentado trabajar a cambio de un plato caliente, servir de camarera, limpiar alguna casa…pero nadie había confiado en una desconocida. Y ella no los culpaba. Simplemente se marchaba con una sonrisa y acababa acostada en algún parque, mirando las estrellas, diciéndose que al día siguiente iría mejor.
Observó a su alrededor. La gente iba y venía, comprando todo lo que necesitaban para su despensa. Ancianas que regateaban, alegando que el precio de los repollos era excesivo o comentando entre ellas que el sabor de los tomates era mucho mejor cuando eran jóvenes. Nerea sonrió, sin poder evitarlo, divertida. Se imaginó cómo serían esas mujeres cuando no eran más que unas mozas que ocupaban su tiempo con tareas como bordar o leer cientos de historias. Leer…lo echaba de menos. O, mejor dicho, echaba de menos al que consideraba su tío, aquel que siempre le leía antes de acostarla. Pero no quería ponerse triste, de eso hacía ya varios años. Era mucho mejor centrarse en lo que el día le tenía deparado. Siguió dedicándose a observar a la gente, hasta que su mirada se topó con la de un muchacho. La joven le dedicó una tierna sonrisa cuando pasó por su lado, sin apartar sus ojos de los de él, hasta que no tuvo más remedio que hacerlo. Incluso le pareció que él también la miraba, aunque eso era normal, puesto que solía llamar la atención con su ropaje, sus manos sucias…Sintió vergüenza, como siempre, pero intentó que eso no interfiriera en lo que había ido a hacer allí.
Robar, a eso había ido. No era algo que le gustaba, pero no le quedaba otra salida si quería comer algo. Había hecho todo lo que había podido para evitarlo, pero el hambre acuciaba y necesitaba llegar el estómago, aunque fuera con un par de manzanas o una cuña de queso y algo de pan. Dio una vuelta por el mercado, estudiando todos los puestos que allí vendían, hasta que no pudo más y el hambre actuó por ella. Miró a su alrededor, y aprovechando que el tendero estaba despachando a una mujer con grandes requisitos, tomó un par de longanizas secas y algo de pan recién sacado del horno. Se marchó de allí, como si nada, pero cuando estaba a punto de dar el primer bocado unas grandes manos la zarandearon. Se giró, asustada, y vio al tendero de antes, que le gritaba algo que le costaba entender. Intentó zafarse, dio empujones, pisotones…todo lo que pudo hasta que ese hombre la soltó un instante, momento que aprovechó para salir corriendo, sin saber qué dirección tomar para estar completamente a salvo.
Colocó un mechón de su rubia cabellera detrás de su oreja y deslizó sus pies por los adoquines de la calle, observando a su alrededor. Los olores que desprendían las distintas especias que se vendían en el mercado, junto a la fruta fresca y a alguna que otra golosina, hicieron que la joven recordara que había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sin comer. Su estómago rugió, su boca se hizo agua y tuvo que morderse el labio inferior para poder disimular un poco. No había tenido suerte y en los últimos días no había conseguido obtener nada decente que llevarse a la boca. Había intentado trabajar a cambio de un plato caliente, servir de camarera, limpiar alguna casa…pero nadie había confiado en una desconocida. Y ella no los culpaba. Simplemente se marchaba con una sonrisa y acababa acostada en algún parque, mirando las estrellas, diciéndose que al día siguiente iría mejor.
Observó a su alrededor. La gente iba y venía, comprando todo lo que necesitaban para su despensa. Ancianas que regateaban, alegando que el precio de los repollos era excesivo o comentando entre ellas que el sabor de los tomates era mucho mejor cuando eran jóvenes. Nerea sonrió, sin poder evitarlo, divertida. Se imaginó cómo serían esas mujeres cuando no eran más que unas mozas que ocupaban su tiempo con tareas como bordar o leer cientos de historias. Leer…lo echaba de menos. O, mejor dicho, echaba de menos al que consideraba su tío, aquel que siempre le leía antes de acostarla. Pero no quería ponerse triste, de eso hacía ya varios años. Era mucho mejor centrarse en lo que el día le tenía deparado. Siguió dedicándose a observar a la gente, hasta que su mirada se topó con la de un muchacho. La joven le dedicó una tierna sonrisa cuando pasó por su lado, sin apartar sus ojos de los de él, hasta que no tuvo más remedio que hacerlo. Incluso le pareció que él también la miraba, aunque eso era normal, puesto que solía llamar la atención con su ropaje, sus manos sucias…Sintió vergüenza, como siempre, pero intentó que eso no interfiriera en lo que había ido a hacer allí.
Robar, a eso había ido. No era algo que le gustaba, pero no le quedaba otra salida si quería comer algo. Había hecho todo lo que había podido para evitarlo, pero el hambre acuciaba y necesitaba llegar el estómago, aunque fuera con un par de manzanas o una cuña de queso y algo de pan. Dio una vuelta por el mercado, estudiando todos los puestos que allí vendían, hasta que no pudo más y el hambre actuó por ella. Miró a su alrededor, y aprovechando que el tendero estaba despachando a una mujer con grandes requisitos, tomó un par de longanizas secas y algo de pan recién sacado del horno. Se marchó de allí, como si nada, pero cuando estaba a punto de dar el primer bocado unas grandes manos la zarandearon. Se giró, asustada, y vio al tendero de antes, que le gritaba algo que le costaba entender. Intentó zafarse, dio empujones, pisotones…todo lo que pudo hasta que ese hombre la soltó un instante, momento que aprovechó para salir corriendo, sin saber qué dirección tomar para estar completamente a salvo.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Las mañanas en el mercado ambulante eran lo que Virgile y sus compañeros ladrones llamaban, juego de niños. En aquel lugar repleto de puestos, gente, alimentos y cosas varias; los ladrones se daban gusto tomando tanto como podían raramente siendo descubiertos, detalle que les animaba más a realizar sus actos delictivos en aquel lugar. Esa mañana sin embargo, era diferente. El líder del grupo había decidido de buenas a primeras, dividir el enorme grupo y mandarlos a todos a diferentes sitios y si bien tanto Virgile como el resto refunfuñaron por ello, su líder les explico que era necesario hacerlo para que la gente no comenzara a memorizar sus caras como grupo. Fue ese entonces el motivo por el que ese día, Virgile se encontraba a solas en el mercado.
Con expresión de aburrimiento y pasos perezosos, el ladrón caminaba entre los puestos, observando si es que existía un botín digno de arriesgar el pellejo. En esos tiempos ni él, ni el grupo necesitaban grandes cantidades de mercancía robada ya que “trabajar” arduamente todo el año rendía sus frutos, de hecho, las salidas realizadas las últimas semanas eran únicamente de recreación para ellos. Pasaba pues por un puesto cuando un collar de apariencia fina llamo su atención y con una ligera sonrisa de bondad en el rostro, se acercó al puesto y aprovechando que la mujer que atendía charlaba alegremente con unas jóvenes sobre las tendencias de moda invernal, la mano de Virgile se deslizo con suavidad hasta hacerse del objeto que tenía en la mira y únicamente se retiro del sitió cuando la joya se encontró a salvo en uno de los bolsillos de su humilde pantalón. La satisfacción de salirse con la suya era tal que más animado comenzó a andar buscando lo siguiente con lo que planeaba hacerse.
Buscando puestos que prometieran grandes tesoros, fue cuando sus ojos se cruzaron con los de una chiquilla estática en la calle. Las ropas de la jovencita aquella le indicaron que pertenecía a los suyos, a los menos afortunados y la sonrisa que le dedicará tan desinteresadamente, le dejaron claro a Virgile que aún era demasiado ingenua y bondadosa como para sobrevivir mucho tiempo en las calles hostiles. Abandonando sus ojos la figura de la fémina, se dijo a si mismo que lo que a ella le pasara no tenía que ver con él, ya tenía después de todo, muchas otras cosas por las cuales preocuparse. Caminó entonces unos cuantos pasos más, los suficientes como para salir de la vista de la chica, pero no tantos como para no poder verla y sin comprender el por qué, se mantuvo observandola.
Con una sonrisa divertida en el rostro y los brazos cruzados a la altura del pecho, el ladrón la siguió con la mirada, observando de manera atenta como es que ella se acercaba a un puesto y de manera un tanto descarada, se hacía de algunos alimentos antes de alejarse con un sentimiento de triunfo que Virgile estaba seguro, no le duraría mucho tiempo.
– Mal hecho niña… – susurró para si, siendo el momento en que el tendero comenzaba a caminar con dirección a ella cuando Virgile decidió interferir. Los pasos del ladrón pasaron a convertirse en un trote al ver que la joven era capaz de liberarse. La chiquilla aquella corría confundida con el tendero tras de ella, amenazándole con que si la atrapaba se arrepentiría de haberle robado por el resto de su vida. Ja! Aquellas palabras resultaron para el muchacho un reto que estaba dispuesto a tomar y antes de que aquel furioso hombre diera alcance a la muchacha, la mano de Virgile se cerró sobre el delgado brazo de la fémina – Ven acá torpe – dijo, tirando bruscamente de ella para comenzar a correr a una mayor velocidad – ¡QUISIERA VERTE INTENTAR ALCANZARNOS! – gritó entre risas, retando al hombre que antes les siguiera y que comenzaba a darse por vencido.
Con expresión de aburrimiento y pasos perezosos, el ladrón caminaba entre los puestos, observando si es que existía un botín digno de arriesgar el pellejo. En esos tiempos ni él, ni el grupo necesitaban grandes cantidades de mercancía robada ya que “trabajar” arduamente todo el año rendía sus frutos, de hecho, las salidas realizadas las últimas semanas eran únicamente de recreación para ellos. Pasaba pues por un puesto cuando un collar de apariencia fina llamo su atención y con una ligera sonrisa de bondad en el rostro, se acercó al puesto y aprovechando que la mujer que atendía charlaba alegremente con unas jóvenes sobre las tendencias de moda invernal, la mano de Virgile se deslizo con suavidad hasta hacerse del objeto que tenía en la mira y únicamente se retiro del sitió cuando la joya se encontró a salvo en uno de los bolsillos de su humilde pantalón. La satisfacción de salirse con la suya era tal que más animado comenzó a andar buscando lo siguiente con lo que planeaba hacerse.
Buscando puestos que prometieran grandes tesoros, fue cuando sus ojos se cruzaron con los de una chiquilla estática en la calle. Las ropas de la jovencita aquella le indicaron que pertenecía a los suyos, a los menos afortunados y la sonrisa que le dedicará tan desinteresadamente, le dejaron claro a Virgile que aún era demasiado ingenua y bondadosa como para sobrevivir mucho tiempo en las calles hostiles. Abandonando sus ojos la figura de la fémina, se dijo a si mismo que lo que a ella le pasara no tenía que ver con él, ya tenía después de todo, muchas otras cosas por las cuales preocuparse. Caminó entonces unos cuantos pasos más, los suficientes como para salir de la vista de la chica, pero no tantos como para no poder verla y sin comprender el por qué, se mantuvo observandola.
Con una sonrisa divertida en el rostro y los brazos cruzados a la altura del pecho, el ladrón la siguió con la mirada, observando de manera atenta como es que ella se acercaba a un puesto y de manera un tanto descarada, se hacía de algunos alimentos antes de alejarse con un sentimiento de triunfo que Virgile estaba seguro, no le duraría mucho tiempo.
– Mal hecho niña… – susurró para si, siendo el momento en que el tendero comenzaba a caminar con dirección a ella cuando Virgile decidió interferir. Los pasos del ladrón pasaron a convertirse en un trote al ver que la joven era capaz de liberarse. La chiquilla aquella corría confundida con el tendero tras de ella, amenazándole con que si la atrapaba se arrepentiría de haberle robado por el resto de su vida. Ja! Aquellas palabras resultaron para el muchacho un reto que estaba dispuesto a tomar y antes de que aquel furioso hombre diera alcance a la muchacha, la mano de Virgile se cerró sobre el delgado brazo de la fémina – Ven acá torpe – dijo, tirando bruscamente de ella para comenzar a correr a una mayor velocidad – ¡QUISIERA VERTE INTENTAR ALCANZARNOS! – gritó entre risas, retando al hombre que antes les siguiera y que comenzaba a darse por vencido.
Virgile- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 28/10/2012
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Re: Escapando [Privado]
El olor a especias inundaba las calles cercanas al mercado. Nerea aspiró el aire, dejando que ese aroma tan característico de París la inundara por completo. No podía negar que la ciudad era hermosa, aunque echaba de menos su Londres natal. Durante los últimos años no lo había considerado su hogar, pero añoraba el tiempo en el que así había sido, cuando su madre y su tío estaban en su vida. Sus ojos se humedecieron, las lágrimas estuvieron a punto de escaparse de su mirada para recorrer sus mejillas, pero sacudió la cabeza y parpadeó varias veces para evitarlo. No, no podía llorar. No de nuevo. El pasado nunca vuelve, y ella debía asumirlo de una vez por todas, aunque costara. Un mundo de posibilidades se abría ante ella y solo tenía que aprovecharlo, disfrutarlo, aunque en ocasiones sintiera que todo le quedaba demasiado grande, que no encajaba en ningún lugar.
Quizás, solo quizás, París se acabaría convirtiendo en su lugar en el mundo, en su hogar. No lo podía saber, aunque soñaba con encontrar esas raíces que hacía ya un tiempo que había perdido. El futuro era incierto y el presente demasiado acusado como para seguir divagando, como para seguir pensando en lo que depararía el día de mañana. El hambre comenzaba a pasarle factura, debía encontrar algo que llevarse a la boca o no podría soportar otra noche a la intemperie. La muchacha no robaba bienes materiales, a pesar de que no podía evitar que las finas joyas que allí se vendían llamara su atención. No le gustaba robar, pero en ocasiones como estas no le quedaba más remedio. La supervivencia era lo único que importaba y la desesperación se hacía dueña de sus actos. Y ese fantástico olor que envolvía al mercado no ayudaba a que pudiera concentrarse, centrarse en pensar algún plan para poder robar algo de comida y huir de allí. Más bien hacía que se volviera impulsiva, imprudente. El hambre comenzaba a ganar la batalla.
Y fue ese le motivo, precisamente, por lo que se llevó aquellos alimentos sin fijarse realmente en si el tendero estaría dándose cuenta de todo. Había actuado de manera torpe, era cierto, pero no podía pensar con claridad. Si cerraba los ojos, lo único que escuchaba era el rugido que sus tripas producían. Se asustó cuando el hombre la agarró por los hombros y comenzó a amenazarla, a decirle que pagaría muy caro su osadía, que él se encargaría de que recibiera un buen escarmiento. A su mente acudió el momento en el que la echaron de su casa, en el que le arrebataron lo único que le quedaba y tuvo que vivir en las calles londinenses. Algo le decía que lo que el tendero buscara para ella sería mucho peor, que la encerrarían en una prisión o la llevarían a galeras. ¡Cientos de aterradoras historias se contaban sobre ladrones que habían sido atrapados! Y por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo.
Los dedos del hombre comenzaban a formar surcos rojos en la blanquecina piel de la muchacha. La ropa que llevaba era demasiado fina como para que pudiera actuar como escudo protector. Pero esas marcas no le preocupaban. Desesperada, se movía, intentando escapar, como una presa que ve cerca su fin e intenta, por todos los medios, liberarse, huir lejos.
Por fin logró zafarse, pero eso no significaba que todo hubiera acabado. Corría desesperada, buscando una salida, un camino que la alejara de ese hombre, hasta un lugar en el que sentirse segura, si es que eso era posible. Estaba a punto de darse por vencida, comenzaba a pensar que tarde o temprano la atraparía, cuando alguien la agarró. Chilló, pensando que se trataba de él, pero pronto comprobó que no era así. Reconoció al muchacho de antes, al que le había regalado una sonrisa y lo miró de nuevo, pidiéndole en silencio que la ayudara, confundida, temiendo que, en realidad, lo que él quería no era más que entregarla. Sin embargo, pronto se vio de nuevo corriendo, escuchando como ese desconocido le gritaba al tendero que le gustaría verlo intentar alcanzarlos. Nerea corrió todo lo que sus pies le permitieron, ayudada por el muchacho. Su respiración se iba alterando, pero no se detuvo hasta que él lo hizo. ─¿Estamos a salvo? ─preguntó, preocupada, mirando a su alrededor, intentando reconocer el lugar en el que se encontraba. Cuando vio que ya nadie los seguía, volvió a mirar al joven. ─Yo…lo siento─comenzó a decir, nerviosa, jugueteando con sus dedos, enredándolos en su falda─Gra…gracias por…tu ayuda…yo…─Quiso decir algo más, pero las palabras no salían de su boca, por lo que se limitó a desviar la mirada, a clavarla en el suelo, avergonzada.
Quizás, solo quizás, París se acabaría convirtiendo en su lugar en el mundo, en su hogar. No lo podía saber, aunque soñaba con encontrar esas raíces que hacía ya un tiempo que había perdido. El futuro era incierto y el presente demasiado acusado como para seguir divagando, como para seguir pensando en lo que depararía el día de mañana. El hambre comenzaba a pasarle factura, debía encontrar algo que llevarse a la boca o no podría soportar otra noche a la intemperie. La muchacha no robaba bienes materiales, a pesar de que no podía evitar que las finas joyas que allí se vendían llamara su atención. No le gustaba robar, pero en ocasiones como estas no le quedaba más remedio. La supervivencia era lo único que importaba y la desesperación se hacía dueña de sus actos. Y ese fantástico olor que envolvía al mercado no ayudaba a que pudiera concentrarse, centrarse en pensar algún plan para poder robar algo de comida y huir de allí. Más bien hacía que se volviera impulsiva, imprudente. El hambre comenzaba a ganar la batalla.
Y fue ese le motivo, precisamente, por lo que se llevó aquellos alimentos sin fijarse realmente en si el tendero estaría dándose cuenta de todo. Había actuado de manera torpe, era cierto, pero no podía pensar con claridad. Si cerraba los ojos, lo único que escuchaba era el rugido que sus tripas producían. Se asustó cuando el hombre la agarró por los hombros y comenzó a amenazarla, a decirle que pagaría muy caro su osadía, que él se encargaría de que recibiera un buen escarmiento. A su mente acudió el momento en el que la echaron de su casa, en el que le arrebataron lo único que le quedaba y tuvo que vivir en las calles londinenses. Algo le decía que lo que el tendero buscara para ella sería mucho peor, que la encerrarían en una prisión o la llevarían a galeras. ¡Cientos de aterradoras historias se contaban sobre ladrones que habían sido atrapados! Y por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo.
Los dedos del hombre comenzaban a formar surcos rojos en la blanquecina piel de la muchacha. La ropa que llevaba era demasiado fina como para que pudiera actuar como escudo protector. Pero esas marcas no le preocupaban. Desesperada, se movía, intentando escapar, como una presa que ve cerca su fin e intenta, por todos los medios, liberarse, huir lejos.
Por fin logró zafarse, pero eso no significaba que todo hubiera acabado. Corría desesperada, buscando una salida, un camino que la alejara de ese hombre, hasta un lugar en el que sentirse segura, si es que eso era posible. Estaba a punto de darse por vencida, comenzaba a pensar que tarde o temprano la atraparía, cuando alguien la agarró. Chilló, pensando que se trataba de él, pero pronto comprobó que no era así. Reconoció al muchacho de antes, al que le había regalado una sonrisa y lo miró de nuevo, pidiéndole en silencio que la ayudara, confundida, temiendo que, en realidad, lo que él quería no era más que entregarla. Sin embargo, pronto se vio de nuevo corriendo, escuchando como ese desconocido le gritaba al tendero que le gustaría verlo intentar alcanzarlos. Nerea corrió todo lo que sus pies le permitieron, ayudada por el muchacho. Su respiración se iba alterando, pero no se detuvo hasta que él lo hizo. ─¿Estamos a salvo? ─preguntó, preocupada, mirando a su alrededor, intentando reconocer el lugar en el que se encontraba. Cuando vio que ya nadie los seguía, volvió a mirar al joven. ─Yo…lo siento─comenzó a decir, nerviosa, jugueteando con sus dedos, enredándolos en su falda─Gra…gracias por…tu ayuda…yo…─Quiso decir algo más, pero las palabras no salían de su boca, por lo que se limitó a desviar la mirada, a clavarla en el suelo, avergonzada.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
A diferencia de otros días, esa mañana en el mercado era mucho más tranquila, todo debido a que Virgile estaba solo. Si bien la adquisición de bienes no era lo que se hubiera esperado, lo obtenido era suficiente como para que regresara con sus compañeros satisfecho por al menos, no perder la mañana en tonterías. ¿Qué era lo que él consideraba tonterías? Precisamente lo que vino después de que observará a una joven que llamó su atención.
La chiquilla de cabello rubios y ropajes humildes sonrió al ladrón, demostrándole con eso que ambos pertenecían al mismo mundo de supervivientes de la calle y si bien ese era el indicador de que era necesario alejarse, él no lo hizo. Virgile apenas y camino lo suficiente como para mantenerse fuera de la vista de ella, pero lo suficientemente cerca como para observarla con atención. ¿Qué planeaba hacer viéndola? En realidad no planeaba hacer nada (o no lo hacía consciente aún), quizás solo mirarla un rato, ver que hacía y después irse de una buena vez, sabiendo que al hacerlo lo más probable es que no la viese de nuevo.
Permaneciendo ahí demasiado tiempo como para considéralo algo normal o sano, Virgile observó la manera tan descuidada en que ella robaba algo de alimento, solo para terminar siendo perseguida y amenazaba por el tendero, quien a la vista del ladrón, no era más que un aprovechado. La joven de los cabellos rubios era bajita, frágil y a su parecer bastante temerosa además de descuidada y fue la vulnerabilidad de ella lo que le llevó a intervenir, sujetando firme a la muchacha y dedicándole una sonrisa divertida. Los pasos de Virgile fueron firmes y el trayecto a seguir claro, pues una vez que sujeto firmemente el brazo de la joven no se detuvo, ni siquiera para burlarse del tendero que le seguía, algo que hubiera hecho de estar con todos sus compañeros de robo habituales. El ladrón de hecho andaba quizás con demasiada cautela, pues en otras circunstancias definitivamente se hubiese expuesto mucho más pero la realidad y aunque Virgile no lo aceptará o tardara mucho tiempo en hacerlo, era que la joven a quien llevaba de la mano le había interesado de una manera muy diferente a lo que le interesaran otros. Corriendo y riendo al ver como el tendero no les seguía más, arrastró a la chica hasta un callejón en el que sabía que estarían completamente seguros en lo que recuperaban el aliento.
– Por supuesto que lo estamos – respondió, observando la manera en que ella miraba a un lado y a otro, temerosa de que en algún momento apareciera alguien que se los llevará. El temor era entendible; las historias que existían sobre los calabozos parisinos y lo que ahí se les hacía a los ladrones eran de lo peor, sin embargo, ella no tenía que temer, no mientras él estuviera cerca – Deja de mirar a todos lados – la reprendió, retomando lentamente la normalidad en su respiración y recargando después la espalda en la pared más cercana – Es por eso que te han descubierto, te haces del delito y es imposible ignorarlo.
Una risotada escapó de sus labios al escucharle pedir disculpas.
– No tienes que disculparte y mucho menos agradecerme – le miró con interés – Te he ayudado porque quise así que no es nada importante – Alejándose de la pared, Virgile se acercó a la chica y levantó una de sus manos para sujetarla de la barbilla y hacer que lo mirara – ¿Cómo te llamas? Y obsérvame cuando hablemos que no te voy a hacer nada.
La chiquilla de cabello rubios y ropajes humildes sonrió al ladrón, demostrándole con eso que ambos pertenecían al mismo mundo de supervivientes de la calle y si bien ese era el indicador de que era necesario alejarse, él no lo hizo. Virgile apenas y camino lo suficiente como para mantenerse fuera de la vista de ella, pero lo suficientemente cerca como para observarla con atención. ¿Qué planeaba hacer viéndola? En realidad no planeaba hacer nada (o no lo hacía consciente aún), quizás solo mirarla un rato, ver que hacía y después irse de una buena vez, sabiendo que al hacerlo lo más probable es que no la viese de nuevo.
Permaneciendo ahí demasiado tiempo como para considéralo algo normal o sano, Virgile observó la manera tan descuidada en que ella robaba algo de alimento, solo para terminar siendo perseguida y amenazaba por el tendero, quien a la vista del ladrón, no era más que un aprovechado. La joven de los cabellos rubios era bajita, frágil y a su parecer bastante temerosa además de descuidada y fue la vulnerabilidad de ella lo que le llevó a intervenir, sujetando firme a la muchacha y dedicándole una sonrisa divertida. Los pasos de Virgile fueron firmes y el trayecto a seguir claro, pues una vez que sujeto firmemente el brazo de la joven no se detuvo, ni siquiera para burlarse del tendero que le seguía, algo que hubiera hecho de estar con todos sus compañeros de robo habituales. El ladrón de hecho andaba quizás con demasiada cautela, pues en otras circunstancias definitivamente se hubiese expuesto mucho más pero la realidad y aunque Virgile no lo aceptará o tardara mucho tiempo en hacerlo, era que la joven a quien llevaba de la mano le había interesado de una manera muy diferente a lo que le interesaran otros. Corriendo y riendo al ver como el tendero no les seguía más, arrastró a la chica hasta un callejón en el que sabía que estarían completamente seguros en lo que recuperaban el aliento.
– Por supuesto que lo estamos – respondió, observando la manera en que ella miraba a un lado y a otro, temerosa de que en algún momento apareciera alguien que se los llevará. El temor era entendible; las historias que existían sobre los calabozos parisinos y lo que ahí se les hacía a los ladrones eran de lo peor, sin embargo, ella no tenía que temer, no mientras él estuviera cerca – Deja de mirar a todos lados – la reprendió, retomando lentamente la normalidad en su respiración y recargando después la espalda en la pared más cercana – Es por eso que te han descubierto, te haces del delito y es imposible ignorarlo.
Una risotada escapó de sus labios al escucharle pedir disculpas.
– No tienes que disculparte y mucho menos agradecerme – le miró con interés – Te he ayudado porque quise así que no es nada importante – Alejándose de la pared, Virgile se acercó a la chica y levantó una de sus manos para sujetarla de la barbilla y hacer que lo mirara – ¿Cómo te llamas? Y obsérvame cuando hablemos que no te voy a hacer nada.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
Nerea nunca esperaba que nadie la ayudara, porque nunca nadie lo había hecho, a no ser que quisiera algo a cambio. Por eso le había sorprendido que un completo desconocido hubiera puesto su propia integridad en juego para ayudarla, sobre todo cuando se trataba de algo como ayudarla a escapar cuando había sido atrapada robando. Pero ese no era momento para pensar en esas cosas. Lo único que debía tener en mente era correr y correr, lejos de aquel tendero que increpaba a su paso, que les dedicaba cientos de improperios, hasta que su voz se perdió entre las calles de París.
Cuando se detuvieron, y mientras recuperaba el aliento, observó con detenimiento al muchacho. Era el mismo al que había visto escasos momentos antes de caer en la tentación, de dejarse llevar por el hambre y robar de esa forma algo de comida. Temió que fuera a entregarla a las autoridades, pero dudaba que las fuerzas del orden entregaran algún tipo de recompensa por una vulgar ladroncilla como ella. Así que no la había ayudado a escapar del vendedor por el dinero. Tal vez…tal vez su tío tenía razón y sí existían personas buenas, solo que hasta ese momento no se había encontrado con ninguna en su vida, a excepción del sacerdote que la crió.
Llevaba demasiado tiempo sola como para seguir pensando ciegamente, sin el menor atisbo de duda, que las personas eran buenas. Tiempo atrás, cuando no era más que una niña que apenas podía dar un par de pasos sin tropezar, así lo creía. Su tío le hacía ver el mundo con ojos ilusionados, pero desde que los dos pilares de su vida faltaron, la dejaron sola en un mundo que no dudaba en mostrarse hostil, que intentaba borrarle la sonrisa de su boca, golpe tras golpe. Tragó saliva y apretó sus labios, como si así pudiera controlar el sonido que sus tripas continuaban haciendo. No sabía si hubiera podido seguir el ritmo de la carrera demasiado tiempo. Sus pies eran pequeños y su pálida piel se teñía de rojo tras un esfuerzo más intenso de lo normal. Tenía miedo, demasiado, pero no podía evitar ver a ese chico como su caballero de brillante armadura, su salvador. No quería ni pensar en lo que le hubiera pasado si él no hubiera aparecido. Antes de que las lágrimas acudieran a sus ojos debido al miedo que le recorrió al pensar en eso, se acercó al muchacho y lo abrazó, hundiendo su rostro en el pecho del chico, dejando que el calor corporal que desprendía calmara un poco los temblores de su propio cuerpo. Pero el contacto duró apenas unos segundos, casi de inmediato se separó, arrepentida de lo que había hecho. Jugueteó con su cabello de forma nerviosa y volvió a desviar la mirada, sin atreverse a hablar.
Sonrió cuando él le aseguró que estaban a salvo. Eso hizo que la muchacha de rubios cabellos soltara un suspiro, aliviada, y que, inmediatamente se sintiera más ligera. No le iba a pasar nada, aunque tendría que aprender a ser más cuidadosa cuando la necesidad llegaba a esos límites. Asintió ante lo que el muchacho le dijo.─Tenía hambre…yo…no pensé, simplemente actué. Me dejé llevar ─ le explicó, aunque lo cierto era que el chico no le había pedido ningún tipo de explicación. De hecho, no le había pedido nada de nada.
Alzó una ceja cuando él se rió, sin entender qué pasaba. ¿Había dicho algo gracioso? No lo sabía, pero sin querer, esa risa se le contagió y escasos segundos después ella también estaba riendo. ─Es que nunca nadie había hecho algo así por mí ─le confesó, sonriendo tímidamente. Cuando él la tomó de la barbilla e hizo que lo mirara, la muchacha clavó sus ojos claros en los suyos, sin borrar la sonrisa de sus labios, aunque sus mejillas se encendieron levemente. ─Nerea ─le contestó, mientras una de sus manos se posaba en una de las del chico. ─¿Y tú? Me gustaría saber el nombre del caballero que me ha salvado de esa bestia.
Cuando se detuvieron, y mientras recuperaba el aliento, observó con detenimiento al muchacho. Era el mismo al que había visto escasos momentos antes de caer en la tentación, de dejarse llevar por el hambre y robar de esa forma algo de comida. Temió que fuera a entregarla a las autoridades, pero dudaba que las fuerzas del orden entregaran algún tipo de recompensa por una vulgar ladroncilla como ella. Así que no la había ayudado a escapar del vendedor por el dinero. Tal vez…tal vez su tío tenía razón y sí existían personas buenas, solo que hasta ese momento no se había encontrado con ninguna en su vida, a excepción del sacerdote que la crió.
Llevaba demasiado tiempo sola como para seguir pensando ciegamente, sin el menor atisbo de duda, que las personas eran buenas. Tiempo atrás, cuando no era más que una niña que apenas podía dar un par de pasos sin tropezar, así lo creía. Su tío le hacía ver el mundo con ojos ilusionados, pero desde que los dos pilares de su vida faltaron, la dejaron sola en un mundo que no dudaba en mostrarse hostil, que intentaba borrarle la sonrisa de su boca, golpe tras golpe. Tragó saliva y apretó sus labios, como si así pudiera controlar el sonido que sus tripas continuaban haciendo. No sabía si hubiera podido seguir el ritmo de la carrera demasiado tiempo. Sus pies eran pequeños y su pálida piel se teñía de rojo tras un esfuerzo más intenso de lo normal. Tenía miedo, demasiado, pero no podía evitar ver a ese chico como su caballero de brillante armadura, su salvador. No quería ni pensar en lo que le hubiera pasado si él no hubiera aparecido. Antes de que las lágrimas acudieran a sus ojos debido al miedo que le recorrió al pensar en eso, se acercó al muchacho y lo abrazó, hundiendo su rostro en el pecho del chico, dejando que el calor corporal que desprendía calmara un poco los temblores de su propio cuerpo. Pero el contacto duró apenas unos segundos, casi de inmediato se separó, arrepentida de lo que había hecho. Jugueteó con su cabello de forma nerviosa y volvió a desviar la mirada, sin atreverse a hablar.
Sonrió cuando él le aseguró que estaban a salvo. Eso hizo que la muchacha de rubios cabellos soltara un suspiro, aliviada, y que, inmediatamente se sintiera más ligera. No le iba a pasar nada, aunque tendría que aprender a ser más cuidadosa cuando la necesidad llegaba a esos límites. Asintió ante lo que el muchacho le dijo.─Tenía hambre…yo…no pensé, simplemente actué. Me dejé llevar ─ le explicó, aunque lo cierto era que el chico no le había pedido ningún tipo de explicación. De hecho, no le había pedido nada de nada.
Alzó una ceja cuando él se rió, sin entender qué pasaba. ¿Había dicho algo gracioso? No lo sabía, pero sin querer, esa risa se le contagió y escasos segundos después ella también estaba riendo. ─Es que nunca nadie había hecho algo así por mí ─le confesó, sonriendo tímidamente. Cuando él la tomó de la barbilla e hizo que lo mirara, la muchacha clavó sus ojos claros en los suyos, sin borrar la sonrisa de sus labios, aunque sus mejillas se encendieron levemente. ─Nerea ─le contestó, mientras una de sus manos se posaba en una de las del chico. ─¿Y tú? Me gustaría saber el nombre del caballero que me ha salvado de esa bestia.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Virgile había dejado su amabilidad de lado el día que se decidió a dejar a su familia. Nada bueno nacía de las buenas intenciones y eso lo comprobó mientras crecía, por eso cambió un hogar y una familia sanguínea demasiado buena, por personas que como él, sabían que el mundo no siempre era bondadoso y por lo tanto, estaban dispuestos a obtener todo lo que deseaban aunque no de la mejor manera. El grupo de ladrones al que pertenecía eran su familia y el día que llego a ellos prometió no preocuparse por otros, al menos no otros que no fueran parte del grupo. Ahora, corriendo por las calles con aquella muchacha de cabellos rubios, se daba cuenta de que no podría cumplir aquella promesa y peor aún, no le importaba no cumplirla.
El ladón se había arriesgado de más por alguien ajeno a los suyos, pero fue la sonrisa de la joven y su posterior temor lo que le llevaron a actuar sin premeditar sus actos. Ahora que se encontraban fuera de peligro, Virgile sabía que cuestionarse más sobre sus actos era inútil, lo hecho…hecho estaba y no quedaba más opción que enfrentar las consecuencias fueran buenas o malas. De un momento a otro la joven se abalanzó a él y debido a la sorpresa, Virgile se mantuvo inmóvil, recibiendo entonces el abrazo de la chiquilla aquella. Era poco común que él ayudase a alguien y mucho menos común que recibiera un abrazo, así que cuando ella se separo de él, lo primero que atino a hacer fue a carraspear para calmarse a si mismo. Como la muchacha no dijo nada, él tampoco habló sobre el abrazo, así que lo dejaría pasar como si nada sucediera. Al verla jugueteando con cabello no pudo hacer más que reír, relajando de esa manera la tensión acumulada en el ambiente.
Ambos eran ladrones, personas de la calle en las que no se podía confiar pero ahí, en aquella callejuela a la que llegaron estaban a salvo de todo.
– Me doy cuenta de que no pensaste, pero dejarse llevar significa peligro en las calles – se rasco la nuca y suspiro – Existen mejores maneras de robar comida – Virgile las aprendió todas y cada una, por eso es que llevaba tanto tiempo viviendo en la calle, algo que no muchos tenían el placer de contar.
La risa que atacó a ambos jóvenes fue de los más extraño, pero de lo más divertido que podía suceder.
– Y te aseguro que nadie más haría algo como eso nuevamente, a menos que sea yo quien te vea de nuevo– eso era seguro, él era el único idiota capaz de meterse en problemas como esos por una chica bonita. Una sonrisa apareció en sus labios al escuchar el nombre de la joven. Nerea, quien sin temor alguno llevaba su mano hasta la de Virgile, quien se apresuró a retirar su mano y desviar la mirada – Virgile y no soy un caballero – la miró de reojo – pero ese hombre si que era una bestia – soltó antes de volver a estallar en una carcajada.
Enfocándose primero en lo que creía más importante, había omitido por completo el motivo por el que Nerea trató de robar.
– Demonios, lo olvide por completo – observó con intensidad el rostro de la chica y le sujeto de la mano – Vamos por comida para ti – dijo antes de arrastrarle fuera de la seguridad de aquella callejuela y embarcarse juntos nuevamente en el mercado – Y de paso… te mostrare como es que se roba y se pasa desapercibido ¿Esta bien? – con diversión le guiño un ojo mientras que buscaba con la mirada el puesto adecuado.
El ladón se había arriesgado de más por alguien ajeno a los suyos, pero fue la sonrisa de la joven y su posterior temor lo que le llevaron a actuar sin premeditar sus actos. Ahora que se encontraban fuera de peligro, Virgile sabía que cuestionarse más sobre sus actos era inútil, lo hecho…hecho estaba y no quedaba más opción que enfrentar las consecuencias fueran buenas o malas. De un momento a otro la joven se abalanzó a él y debido a la sorpresa, Virgile se mantuvo inmóvil, recibiendo entonces el abrazo de la chiquilla aquella. Era poco común que él ayudase a alguien y mucho menos común que recibiera un abrazo, así que cuando ella se separo de él, lo primero que atino a hacer fue a carraspear para calmarse a si mismo. Como la muchacha no dijo nada, él tampoco habló sobre el abrazo, así que lo dejaría pasar como si nada sucediera. Al verla jugueteando con cabello no pudo hacer más que reír, relajando de esa manera la tensión acumulada en el ambiente.
Ambos eran ladrones, personas de la calle en las que no se podía confiar pero ahí, en aquella callejuela a la que llegaron estaban a salvo de todo.
– Me doy cuenta de que no pensaste, pero dejarse llevar significa peligro en las calles – se rasco la nuca y suspiro – Existen mejores maneras de robar comida – Virgile las aprendió todas y cada una, por eso es que llevaba tanto tiempo viviendo en la calle, algo que no muchos tenían el placer de contar.
La risa que atacó a ambos jóvenes fue de los más extraño, pero de lo más divertido que podía suceder.
– Y te aseguro que nadie más haría algo como eso nuevamente, a menos que sea yo quien te vea de nuevo– eso era seguro, él era el único idiota capaz de meterse en problemas como esos por una chica bonita. Una sonrisa apareció en sus labios al escuchar el nombre de la joven. Nerea, quien sin temor alguno llevaba su mano hasta la de Virgile, quien se apresuró a retirar su mano y desviar la mirada – Virgile y no soy un caballero – la miró de reojo – pero ese hombre si que era una bestia – soltó antes de volver a estallar en una carcajada.
Enfocándose primero en lo que creía más importante, había omitido por completo el motivo por el que Nerea trató de robar.
– Demonios, lo olvide por completo – observó con intensidad el rostro de la chica y le sujeto de la mano – Vamos por comida para ti – dijo antes de arrastrarle fuera de la seguridad de aquella callejuela y embarcarse juntos nuevamente en el mercado – Y de paso… te mostrare como es que se roba y se pasa desapercibido ¿Esta bien? – con diversión le guiño un ojo mientras que buscaba con la mirada el puesto adecuado.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
No, la gente no solía ser amable. No con ella, al menos. Pero parecía que ese día iba a ser todo diferente. Quizás fuera la ciudad, quizás fuera…No lo sabía, pero un completo desconocido no había dudado en ayudarla, a pesar de que eso podría suponerle un problema. Y nada menos que con la justicia. La muchacha de rubios cabellos se mordió el labio inferior, mientras miraba de soslayo al chico que corría a su lado, sin soltarla ni un momento, como si temiera que, de hacerlo, se fuera a perder o, lo que todavía era peor, volviera a ser agarrada por ese tendero. Lo examinó con detenimiento cuando se detuvieron, conteniendo, por unos segundos, el aliento de una respiración ya de por sí irregular a causa de la carrera.
El cabello castaño, algo despeinado, que la tentaba a alzar la mano para acariciarlo. La mirada clara, directa…ahora clavada en ella. Eso hizo que se pusiera algo nerviosa, pero apretó ligeramente sus manos, sobre la tela de su falda, intentando controlar dichos nervios. Le debía mucho, eso lo tenía más que claro, pero tras sus palabras diciéndole que no tenía nada que agradecer…poco más podía decir. Por eso se limitaba a contemplarlo, en silencio, esbozando una ligera sonrisa mientras intentaba orientarse un poco. No debían estar demasiado lejos del mercado, el rumor de cientos de voces todavía se podía escuchar desde allí. Quizás se encontraban en un callejón de difícil acceso, oculto entre otros. Quizás, y solo quizás, el muchacho sabía cómo convertir las calles de París en un auténtico laberinto. En otra ocasión se sentiría todavía más nerviosa, ya que no conocer el terreno que pisaba significaba ser, todavía, más vulnerable, pero no estaba sola. La simple compañía de su particular caballero de brillante armadura servía para que se tranquilizara, al menos en parte.
─Sé lo que significa, llevo muchos años viviendo en las calles ─confesó, volviendo a desviar la mirada, como siempre hacía cuando sus palabras la turbaban. No era la primera vez que decía eso, pero cada vez que esa información salía de sus labios, la otra persona la miraba con desprecio o lástima, y no soportaba nada de eso. Y, aunque no sabía muy bien por qué, aún soportaría menos que él la mirara así. ─He intentado que me dieran algo de comer a cambio de fregar suelos o algo por el estilo, pero…nadie ha querido confiar en mí ─se encogió de hombros, como si así pudiera hacerle creer que eso no le afectaba.─Por eso he actuado así…no he podido evitarlo.
─Lo sé─comenzó a decir─No hay muchas personas que se arriesguen a ayudar a una desconocida, por no decir que ninguna. Se quedó unos segundos en silencio, alzando una ceja ante las palabras de él.─Virgile─dijo, pronunciando su nombre de forma lenta, reteniéndolo su nombre en su memoria, algo que no le resultaba demasiado complicado. No olvidaría ese momento y, por descontado, no olvidaría al chico, aunque no lo volviera a ver nunca más.─Para mí sí eres un caballero─susurró, sabía que estaban lo suficientemente cerca como para que él lo escuchara sin tener que elevar el tono de voz.─Mi caballero─añadió, con una nueva sonrisa en sus labios.
Se rieron. Ambos. A carcajadas. Nerea no recordaba la última vez que se había reído tan a gusto, pero se prometió que volvería a reír así, aunque algo le decía que lo hacía porque realmente se sentía bien con ese muchacho. ─¿Vas a volver al mercado?─lo miró, abriendo mucho los ojos, asombrada y, por qué no decirlo, preocupada.─Estoy bien…No es el primer día que me quedo sin comer, podré aguantar, pero si te ven…Si nos ven, nos meteríamos en problemas.─añadió, mordiéndose el interior de la mejilla mientras rezaba para que su propio estómago revelara que estaba realmente hambrienta.
El cabello castaño, algo despeinado, que la tentaba a alzar la mano para acariciarlo. La mirada clara, directa…ahora clavada en ella. Eso hizo que se pusiera algo nerviosa, pero apretó ligeramente sus manos, sobre la tela de su falda, intentando controlar dichos nervios. Le debía mucho, eso lo tenía más que claro, pero tras sus palabras diciéndole que no tenía nada que agradecer…poco más podía decir. Por eso se limitaba a contemplarlo, en silencio, esbozando una ligera sonrisa mientras intentaba orientarse un poco. No debían estar demasiado lejos del mercado, el rumor de cientos de voces todavía se podía escuchar desde allí. Quizás se encontraban en un callejón de difícil acceso, oculto entre otros. Quizás, y solo quizás, el muchacho sabía cómo convertir las calles de París en un auténtico laberinto. En otra ocasión se sentiría todavía más nerviosa, ya que no conocer el terreno que pisaba significaba ser, todavía, más vulnerable, pero no estaba sola. La simple compañía de su particular caballero de brillante armadura servía para que se tranquilizara, al menos en parte.
─Sé lo que significa, llevo muchos años viviendo en las calles ─confesó, volviendo a desviar la mirada, como siempre hacía cuando sus palabras la turbaban. No era la primera vez que decía eso, pero cada vez que esa información salía de sus labios, la otra persona la miraba con desprecio o lástima, y no soportaba nada de eso. Y, aunque no sabía muy bien por qué, aún soportaría menos que él la mirara así. ─He intentado que me dieran algo de comer a cambio de fregar suelos o algo por el estilo, pero…nadie ha querido confiar en mí ─se encogió de hombros, como si así pudiera hacerle creer que eso no le afectaba.─Por eso he actuado así…no he podido evitarlo.
─Lo sé─comenzó a decir─No hay muchas personas que se arriesguen a ayudar a una desconocida, por no decir que ninguna. Se quedó unos segundos en silencio, alzando una ceja ante las palabras de él.─Virgile─dijo, pronunciando su nombre de forma lenta, reteniéndolo su nombre en su memoria, algo que no le resultaba demasiado complicado. No olvidaría ese momento y, por descontado, no olvidaría al chico, aunque no lo volviera a ver nunca más.─Para mí sí eres un caballero─susurró, sabía que estaban lo suficientemente cerca como para que él lo escuchara sin tener que elevar el tono de voz.─Mi caballero─añadió, con una nueva sonrisa en sus labios.
Se rieron. Ambos. A carcajadas. Nerea no recordaba la última vez que se había reído tan a gusto, pero se prometió que volvería a reír así, aunque algo le decía que lo hacía porque realmente se sentía bien con ese muchacho. ─¿Vas a volver al mercado?─lo miró, abriendo mucho los ojos, asombrada y, por qué no decirlo, preocupada.─Estoy bien…No es el primer día que me quedo sin comer, podré aguantar, pero si te ven…Si nos ven, nos meteríamos en problemas.─añadió, mordiéndose el interior de la mejilla mientras rezaba para que su propio estómago revelara que estaba realmente hambrienta.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Ayudar a otro dada su situación era una completa locura. Las personas que vivían en las calles de París veían por si mismas y por los que consideraban sus amigos, dejando a todos los demás fuera de sus actos de bondad y aunque Virgile ya tenía a su grupo, no dudo ni un segundo en lanzarse al rescate de Nerea. Ante su valeroso acto, recibió el agradecimiento de la joven algo que no le caía muy bien. El ladrón no estaba acostumbrado a recibir las gracias. Desde hacía ya varios años que la gente únicamente le gritaba groserías y que entre los suyos, ayudarse era una cosa tan común que no ameritaba gastar saliva en palabrería.
Pese a no tener necesidad ni de ayudarla, ni de advertirle, Virgile lo hacía, así que al recibir la respuesta de que Nerea sabía lo que significaba la vida en la calles, suspiro. Ante los ojos del ladrón, la inocente Nerea no debía llevar mucho tiempo viviendo en las calles, todo lo contrario a lo que ella profesaba. Ese detalle perturbaba y molestaba enormemente a Virgile, quien no paraba de cuestionarse ¿Cómo es que había sobrevivido tanto tiempo haciendo cosas como esa?, al mismo tiempo se tranquilizaba de saber que aquel intento de robo, no había terminado con nadie preso. Una sonrisa apareció en los labios masculinos al escucharle decir que trató de ganar dinero o comida mediante trabajo noble, algo que sin duda debía ser lo mejor para una chiquilla con tan malas habilidades en el robo.
– Bueno es complicado que las personas confíen en nosotros así que no es tu culpa eso y tampoco es tu culpa haber actuado así, el hambre es algo difícil de soportar – le aseguraba, puesto que dudaba que existiera alguien en esos momentos que la comprendiera mejor que él. Virgile podía recordar perfectamente sus primeros días en las calles y el sufrimiento que eso significo; si bien eso era cosa del pasado, los recuerdos le atacaban en situaciones inesperadas – Aún así, necesitas mejorar o la siguiente ocasión que pase algo como esto, terminaras en los calabozos – y aunque aquello podía asustar a cualquiera, la intención del ladrón era hacerla ser más cuidadosa y consciente.
Las advertencias de Virgile podían sonar duras pero iban con la mejor de las intenciones algo que pese a no ser aceptado por él mismo, era visto por los demás. Ser llamado caballero estaba demasiado lejos de su realidad, motivo por el que no tardó en negar a su acompañante eso que aseguraba; aún así Nerea insistió y escucharla llamarle caballero nuevamente, lo alegró. Nunca antes se había sentido tan verdaderamente útil y quizás era porque nunca había ayudado de corazón. Su rostro se sintió caliente debido al sonrojo que sufrió cuando los labios de Nerea lo llamaron “mi caballero”; aquel parecía ser un inocente gesto por parte de la joven, pero en Virgile esas simples palabras significaban más de lo que su simple sonrojo demostraba.
Simulando que no había escuchado lo que tanto lo avergonzó, se dejo llevar por el buen momento que estaba pasando al lado de Nerea siendo de un momento a otro cuando su papel de caballero exigía ser llevado a la practica.
– Vamos a volver juntos al mercado – aseguró a Nerea al tiempo que su mano se cerraba sobre la femenina y tirando de ella para que lo siguiera, Virgile negó ante las últimas palabras que salían de aquellos dulces labios – No puedes andar por ahí sin comer, además… ¿No confías en mi? – observándola con una sonrisa en los labios, la llevó hasta las calles del mercado una vez más. Andando lentamente y llevando de la mano a Nerea, Virgile miraba de un lado a otro – ¿Qué quieres comer? – preguntó a la joven – Puedo conseguir cualquier cosa que quieras – y no mentía; las habilidades del ladrón eran grandes y por eso, podía dar a Nerea lo que quisiera.
Pese a no tener necesidad ni de ayudarla, ni de advertirle, Virgile lo hacía, así que al recibir la respuesta de que Nerea sabía lo que significaba la vida en la calles, suspiro. Ante los ojos del ladrón, la inocente Nerea no debía llevar mucho tiempo viviendo en las calles, todo lo contrario a lo que ella profesaba. Ese detalle perturbaba y molestaba enormemente a Virgile, quien no paraba de cuestionarse ¿Cómo es que había sobrevivido tanto tiempo haciendo cosas como esa?, al mismo tiempo se tranquilizaba de saber que aquel intento de robo, no había terminado con nadie preso. Una sonrisa apareció en los labios masculinos al escucharle decir que trató de ganar dinero o comida mediante trabajo noble, algo que sin duda debía ser lo mejor para una chiquilla con tan malas habilidades en el robo.
– Bueno es complicado que las personas confíen en nosotros así que no es tu culpa eso y tampoco es tu culpa haber actuado así, el hambre es algo difícil de soportar – le aseguraba, puesto que dudaba que existiera alguien en esos momentos que la comprendiera mejor que él. Virgile podía recordar perfectamente sus primeros días en las calles y el sufrimiento que eso significo; si bien eso era cosa del pasado, los recuerdos le atacaban en situaciones inesperadas – Aún así, necesitas mejorar o la siguiente ocasión que pase algo como esto, terminaras en los calabozos – y aunque aquello podía asustar a cualquiera, la intención del ladrón era hacerla ser más cuidadosa y consciente.
Las advertencias de Virgile podían sonar duras pero iban con la mejor de las intenciones algo que pese a no ser aceptado por él mismo, era visto por los demás. Ser llamado caballero estaba demasiado lejos de su realidad, motivo por el que no tardó en negar a su acompañante eso que aseguraba; aún así Nerea insistió y escucharla llamarle caballero nuevamente, lo alegró. Nunca antes se había sentido tan verdaderamente útil y quizás era porque nunca había ayudado de corazón. Su rostro se sintió caliente debido al sonrojo que sufrió cuando los labios de Nerea lo llamaron “mi caballero”; aquel parecía ser un inocente gesto por parte de la joven, pero en Virgile esas simples palabras significaban más de lo que su simple sonrojo demostraba.
Simulando que no había escuchado lo que tanto lo avergonzó, se dejo llevar por el buen momento que estaba pasando al lado de Nerea siendo de un momento a otro cuando su papel de caballero exigía ser llevado a la practica.
– Vamos a volver juntos al mercado – aseguró a Nerea al tiempo que su mano se cerraba sobre la femenina y tirando de ella para que lo siguiera, Virgile negó ante las últimas palabras que salían de aquellos dulces labios – No puedes andar por ahí sin comer, además… ¿No confías en mi? – observándola con una sonrisa en los labios, la llevó hasta las calles del mercado una vez más. Andando lentamente y llevando de la mano a Nerea, Virgile miraba de un lado a otro – ¿Qué quieres comer? – preguntó a la joven – Puedo conseguir cualquier cosa que quieras – y no mentía; las habilidades del ladrón eran grandes y por eso, podía dar a Nerea lo que quisiera.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
Nerea sabía lo que era intentar encontrar un lugar en el mundo en el que poder sentirse a salvo, lejos de las miradas reprobatorias que se cernían sobre ella solo por ir manchada, con el pelo revuelto o, sencillamente, deambulando de un lado a otro, intentando conseguir algo de comida, algo de calor…O una simple sonrisa. No pedía demasiado, pero la vida no le había otorgado, ni siquiera, con aquello que anhelaba más que nada en el mundo. De todas formas, no se quejaba. Vivía el día a día, pensando que seguramente cuando volviera a salir el sol todo iría mejor. No perdía la esperanza, ni la sonrisa, aunque más de una vez antes que reír de lo que tenía ganas era de llorar.
Se encogió sobre sí misma y sacudió la cabeza antes de volver a mirar a Virgile. Se removió inquieta, con esa sensación de amargura que la invadía cada vez que intentaba esforzarse por no derrumbarse. No podía hacerlo, solo se tenía a ella misma. Llevaba demasiado tiempo viviendo en las calles, pero había aprendido una cosa, aunque el robar no fuera, precisamente, su punto fuerte. Había aprendido que el pasado era el pasado, que carecía de importancia sobre todo cuando tenía que mantenerse despierta para poder sobrevivir. Llevaba demasiado tiempo a solas, por lo que la mano amiga que el joven le estaba tendiendo la desconcertaba y le gustaba a partes iguales.
─No tengo nada con lo que pagarte…─comenzó a decir, como si temiera que cuando el muchacho se enterara de que no tenía nada de valor decidiera que ya la había ayudado bastante al exponerse a que lo atraparan a él también. Tragó saliva, nerviosa, y desvió la mirada de esos ojos unos segundos antes de volver a hablar. ─No quiero ir a los calabozos─murmuró─Pasear por las calles es una de pocas cosas que me quedan que me gustan hacer. Todavía me quedan muchos secretos de París por descubrir─añadió, encogiéndose de hombros─Así que si todavía estás dispuesto…Me gustaría aprender─comentó. Aunque la idea de robar no era de su agrado, sabía que no podría soportar demasiados días sin probar bocado. Dormir en la calle y en invierno ya era lo suficientemente duro como para hacerlo con el estómago vacío.
Lo observó, interesada, durante unos segundos y pudo darse cuenta del rubor que enrojecía sus mejillas. Alzó una ceja mientras se acercaba más hasta él ─¿Te encuentras bien? ─le preguntó, preocupada, al mismo tiempo que depositaba el dorso de su mano sobre la frente del muchacho, esperando que no tuviera fiebre. ─Parece que no es nada…Quizás sea por la carrera de antes ─comentó, mientras su mano se deslizaba por la mejilla del chico hasta volver a su posición inicial, sobre la falda del viejo vestido de Nerea. La chica de cabellos rubios esperaba que su caballero particular no estuviera incubando algo porque ella no podía evitar preocuparse. Se mordió el labio inferior. Acababa de llamarlo su caballero y ahora había pensado ese mismo apelativo, pero eso era algo que tampoco podía evitar. Nunca nadie había hecho nada por ella en todos los años que llevaba sola en el mundo, y ahora…él había decidido ayudarla, salvarla.
Volver a hablar de comida, imaginarse cualquiera de los alimentos que había visto en su pequeño paseo hizo que el estómago se le volviera a encoger de hambre. Asintió levemente, incapaz de decir ni una sola palabra, deslizando su mirada hasta el lugar en el que sus manos se habían entrelazado.─Solo confío en ti─dijo la muchacha mientras lo seguía hasta volver al mercado. Todos y cada uno de los manjares que allí se vendían hicieron que a la chiquilla se le abrieran mucho los ojos, imaginando lo que sería tener una despensa con un poco de cada cosa, pero pronto se olvidó de eso. Solo necesitaba un poco.─Queso─pidió, hacía demasiado que no comía─Y algo de carne ¿puede ser?─le preguntó, mirándolo, ilusionada, ante la posibilidad de poder comer algo caliente, algo que no fuera un trozo de pan duro o, todavía peor, nada de nada. ─¿Comerás conmigo?─añadió, nerviosa por la respuesta del muchacho, aunque no sabía muy bien por qué.
Se encogió sobre sí misma y sacudió la cabeza antes de volver a mirar a Virgile. Se removió inquieta, con esa sensación de amargura que la invadía cada vez que intentaba esforzarse por no derrumbarse. No podía hacerlo, solo se tenía a ella misma. Llevaba demasiado tiempo viviendo en las calles, pero había aprendido una cosa, aunque el robar no fuera, precisamente, su punto fuerte. Había aprendido que el pasado era el pasado, que carecía de importancia sobre todo cuando tenía que mantenerse despierta para poder sobrevivir. Llevaba demasiado tiempo a solas, por lo que la mano amiga que el joven le estaba tendiendo la desconcertaba y le gustaba a partes iguales.
─No tengo nada con lo que pagarte…─comenzó a decir, como si temiera que cuando el muchacho se enterara de que no tenía nada de valor decidiera que ya la había ayudado bastante al exponerse a que lo atraparan a él también. Tragó saliva, nerviosa, y desvió la mirada de esos ojos unos segundos antes de volver a hablar. ─No quiero ir a los calabozos─murmuró─Pasear por las calles es una de pocas cosas que me quedan que me gustan hacer. Todavía me quedan muchos secretos de París por descubrir─añadió, encogiéndose de hombros─Así que si todavía estás dispuesto…Me gustaría aprender─comentó. Aunque la idea de robar no era de su agrado, sabía que no podría soportar demasiados días sin probar bocado. Dormir en la calle y en invierno ya era lo suficientemente duro como para hacerlo con el estómago vacío.
Lo observó, interesada, durante unos segundos y pudo darse cuenta del rubor que enrojecía sus mejillas. Alzó una ceja mientras se acercaba más hasta él ─¿Te encuentras bien? ─le preguntó, preocupada, al mismo tiempo que depositaba el dorso de su mano sobre la frente del muchacho, esperando que no tuviera fiebre. ─Parece que no es nada…Quizás sea por la carrera de antes ─comentó, mientras su mano se deslizaba por la mejilla del chico hasta volver a su posición inicial, sobre la falda del viejo vestido de Nerea. La chica de cabellos rubios esperaba que su caballero particular no estuviera incubando algo porque ella no podía evitar preocuparse. Se mordió el labio inferior. Acababa de llamarlo su caballero y ahora había pensado ese mismo apelativo, pero eso era algo que tampoco podía evitar. Nunca nadie había hecho nada por ella en todos los años que llevaba sola en el mundo, y ahora…él había decidido ayudarla, salvarla.
Volver a hablar de comida, imaginarse cualquiera de los alimentos que había visto en su pequeño paseo hizo que el estómago se le volviera a encoger de hambre. Asintió levemente, incapaz de decir ni una sola palabra, deslizando su mirada hasta el lugar en el que sus manos se habían entrelazado.─Solo confío en ti─dijo la muchacha mientras lo seguía hasta volver al mercado. Todos y cada uno de los manjares que allí se vendían hicieron que a la chiquilla se le abrieran mucho los ojos, imaginando lo que sería tener una despensa con un poco de cada cosa, pero pronto se olvidó de eso. Solo necesitaba un poco.─Queso─pidió, hacía demasiado que no comía─Y algo de carne ¿puede ser?─le preguntó, mirándolo, ilusionada, ante la posibilidad de poder comer algo caliente, algo que no fuera un trozo de pan duro o, todavía peor, nada de nada. ─¿Comerás conmigo?─añadió, nerviosa por la respuesta del muchacho, aunque no sabía muy bien por qué.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
Si ya se había arriesgado a ayudar a Nerea una vez, ¿Por qué no hacerlo dos veces? Después de todo, la confianza de Virgile en sus habilidades eran infinita y estaba completamente seguro de que juntos, no iba a pasarles nada malo; sin mencionar que no planeaba dejar a aquella joven a la deriva después de ver lo que había estado a punto de sucederle. Era su deber como caballero auxiliar a la hermosa dama en aprietos, o algo por el estilo.
Enarcó la ceja extrañado cuando ella le aseguró no tener con que pagar su ayuda y estirando la mano le dio un ligero golpecito en la frente.
– ¿Acaso te he pedido algo a cambio? – suspiró entonces solo para cruzar los brazos a la altura de su pecho – Ya te dije antes que estoy ayudándote porque quiero, así que no pienses que estos aguardando algo de tu parte – Aquella ayuda la ofrecía de manera completamente voluntaria y más valía que aquella chiquilla la aceptara o nunca más en la vida Virgile haría algo así. Pese a la ligera molestia que la creencia de Nerea le ocasiono, volvió a sonreír satisfecho en el momento en que ella le aseguraba que no deseaba ir a los calabozos. Más valía que ella fuera cuidadosa y si para serlo era necesario que él le asustara, pues eso haría – Bueno no te preocupes que al menos por este día estas a salvo y podrás seguir conociendo París – se quedó callado unos segundos – Aunque conocer sus secretos… No creo que existan tantos – Claro, eso desde su perspectiva. El ladrón prácticamente conocía cada rincón de la ciudad así que era sencillamente imposible que no supiera él ya todos los secretos de las calles. La sonrisa que ya luciera en el rostro se amplio al escucharla aceptar aprender la manera en que debía robar, así que sin perder tiempo, Virgile dio un aplauso y frotó sus manos – Perfecto, eso era lo que quería escucharte decir. Te prometo que una vez que te muestre como conseguir comida, no volverás a preocuparte o temer por caer en los calabozos.
Con extrañeza observó los profundos ojos de Nerea. El ladrón no comprendía a que se debía la pregunta que ella le hacía y antes de poderle siquiera responder que se encontraba en perfectas condiciones, la delicada mano femenina se posó sobre su frente, incrementando de esa manera el sonrojo en sus mejillas.
–¿Qué… qué haces? – la sorpresa le impidió hacer cualquier cosa que no fuera soltar con dificultad aquella pregunta y no fue sino hasta que la mano de Nerea abandonó su rostro que él mismo se tocó la frente – Estoy bien, me siento perfecto así que no es necesario que vuelvas a hacer algo como eso – el contacto no le había molestado, por el contrario le había gustado y hecho sentir nervioso como nunca antes, algo que atribuía al hecho de que nunca antes alguna mujer se había acercado de esa manera a él y mucho menos le habían llamado de la manera en que Nerea lo hacía – Y vayamos de una vez, antes de que te de mucha más hambre – dijo para tomarla de la mano y llevársela de regreso al mercado, fingiendo nuevamente no escucharle hablar. Saber no solo que ella le consideraba su caballero, sino que además era el único en quien confiaba, aumentaba muchísimo el sentido de responsabilidad que Virgile sentía ya para con ella. Ese detalle era bastante extraño pues apenas y podía decirse que era responsable para con él mismo, sin embargo, por algún motivo misterioso le agradaba saber que en aquellos momentos tenía algo, bueno más bien alguien, por quien luchar y esforzarse de verdad con todo y que fuera solo por un día.
Ya de regreso en las conglomeradas calles del mercado, Virgile cuestiono a la joven sobre lo que deseaba para comer e incluso, la alentaba a pedirle cualquier cosa.
– ¿Solo queso? – la observo con curiosidad. El ladrón le ofrecía pedir cualquier cosa que deseara y lo único que se le ocurría a ella era pedirle queso – Bien… carne y ¿Qué te parece un poco de pan? – preguntó mientras que con la mirada analizaba los puestos, encontrando primero aquel donde de hecho se vendía algo de pan caliente. La gente se aglomeraba para llevar algunas piezas recién hechas y ese detalle era uno que lo beneficiaria al momento de llevarse lo que ocupaba – Por supuesto que comeré contigo, ahora, ¿Ves aquel puesto de joyas? – con su dedo señalaba un pequeño puesto atendido por una mujer anciana – Quédate cerca de ese lugar y no me pierdas de vista – soltó la mano de Nerea y no fue sino hasta que la vio llegar a donde le indicaba que Virgile avanzó de manera despreocupada en dirección al puesto de pan y mezclándose entre la gente que pedía, estiró su mano por en medio de todos mientras que su voz, sonaba junto con la de las demás personas que pedían ser atendidas.
Casi tan rápido como acercó la mano a los panes, Virgile se hizo de unos cuantos, los que escondió entre su desgastada camisa, todo antes de exclamar que se daba por vencido y que iría a un lugar donde le atendiesen más pronto. Así pues de la misma manera calma y despreocupada en la que se acercó al puesto, el ladrón se alejo, caminando en dirección a Nerea.
– Uno de los secretos del robo radica en no hacerse del delito y siempre escoger puestos donde más de dos personas estén comprando – dicho eso, sacó los panes de entre su camisa y se los ofreció a Nerea – Ahora busquemos la carne y el queso.
Enarcó la ceja extrañado cuando ella le aseguró no tener con que pagar su ayuda y estirando la mano le dio un ligero golpecito en la frente.
– ¿Acaso te he pedido algo a cambio? – suspiró entonces solo para cruzar los brazos a la altura de su pecho – Ya te dije antes que estoy ayudándote porque quiero, así que no pienses que estos aguardando algo de tu parte – Aquella ayuda la ofrecía de manera completamente voluntaria y más valía que aquella chiquilla la aceptara o nunca más en la vida Virgile haría algo así. Pese a la ligera molestia que la creencia de Nerea le ocasiono, volvió a sonreír satisfecho en el momento en que ella le aseguraba que no deseaba ir a los calabozos. Más valía que ella fuera cuidadosa y si para serlo era necesario que él le asustara, pues eso haría – Bueno no te preocupes que al menos por este día estas a salvo y podrás seguir conociendo París – se quedó callado unos segundos – Aunque conocer sus secretos… No creo que existan tantos – Claro, eso desde su perspectiva. El ladrón prácticamente conocía cada rincón de la ciudad así que era sencillamente imposible que no supiera él ya todos los secretos de las calles. La sonrisa que ya luciera en el rostro se amplio al escucharla aceptar aprender la manera en que debía robar, así que sin perder tiempo, Virgile dio un aplauso y frotó sus manos – Perfecto, eso era lo que quería escucharte decir. Te prometo que una vez que te muestre como conseguir comida, no volverás a preocuparte o temer por caer en los calabozos.
Con extrañeza observó los profundos ojos de Nerea. El ladrón no comprendía a que se debía la pregunta que ella le hacía y antes de poderle siquiera responder que se encontraba en perfectas condiciones, la delicada mano femenina se posó sobre su frente, incrementando de esa manera el sonrojo en sus mejillas.
–¿Qué… qué haces? – la sorpresa le impidió hacer cualquier cosa que no fuera soltar con dificultad aquella pregunta y no fue sino hasta que la mano de Nerea abandonó su rostro que él mismo se tocó la frente – Estoy bien, me siento perfecto así que no es necesario que vuelvas a hacer algo como eso – el contacto no le había molestado, por el contrario le había gustado y hecho sentir nervioso como nunca antes, algo que atribuía al hecho de que nunca antes alguna mujer se había acercado de esa manera a él y mucho menos le habían llamado de la manera en que Nerea lo hacía – Y vayamos de una vez, antes de que te de mucha más hambre – dijo para tomarla de la mano y llevársela de regreso al mercado, fingiendo nuevamente no escucharle hablar. Saber no solo que ella le consideraba su caballero, sino que además era el único en quien confiaba, aumentaba muchísimo el sentido de responsabilidad que Virgile sentía ya para con ella. Ese detalle era bastante extraño pues apenas y podía decirse que era responsable para con él mismo, sin embargo, por algún motivo misterioso le agradaba saber que en aquellos momentos tenía algo, bueno más bien alguien, por quien luchar y esforzarse de verdad con todo y que fuera solo por un día.
Ya de regreso en las conglomeradas calles del mercado, Virgile cuestiono a la joven sobre lo que deseaba para comer e incluso, la alentaba a pedirle cualquier cosa.
– ¿Solo queso? – la observo con curiosidad. El ladrón le ofrecía pedir cualquier cosa que deseara y lo único que se le ocurría a ella era pedirle queso – Bien… carne y ¿Qué te parece un poco de pan? – preguntó mientras que con la mirada analizaba los puestos, encontrando primero aquel donde de hecho se vendía algo de pan caliente. La gente se aglomeraba para llevar algunas piezas recién hechas y ese detalle era uno que lo beneficiaria al momento de llevarse lo que ocupaba – Por supuesto que comeré contigo, ahora, ¿Ves aquel puesto de joyas? – con su dedo señalaba un pequeño puesto atendido por una mujer anciana – Quédate cerca de ese lugar y no me pierdas de vista – soltó la mano de Nerea y no fue sino hasta que la vio llegar a donde le indicaba que Virgile avanzó de manera despreocupada en dirección al puesto de pan y mezclándose entre la gente que pedía, estiró su mano por en medio de todos mientras que su voz, sonaba junto con la de las demás personas que pedían ser atendidas.
Casi tan rápido como acercó la mano a los panes, Virgile se hizo de unos cuantos, los que escondió entre su desgastada camisa, todo antes de exclamar que se daba por vencido y que iría a un lugar donde le atendiesen más pronto. Así pues de la misma manera calma y despreocupada en la que se acercó al puesto, el ladrón se alejo, caminando en dirección a Nerea.
– Uno de los secretos del robo radica en no hacerse del delito y siempre escoger puestos donde más de dos personas estén comprando – dicho eso, sacó los panes de entre su camisa y se los ofreció a Nerea – Ahora busquemos la carne y el queso.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
Nadie tiende su mano, ofrece su ayuda, si no espera algo a cambio de la otra persona. En su corta experiencia, eso era lo que Nerea había aprendido a base de golpes, de tropezarse una y otra vez con la misma piedra, como si no tuviera remedio alguno. Por eso no podía dejar de observar con curiosidad al chico, tratando de averiguar qué podía querer de ella, puesto que no tenía absolutamente nada. ¿Podía ser cierto que no quisiera nada? ¿Qué lo hubiera hecho por el simple hecho de ayudarla? Hacía demasiado tiempo que nadie hacía nada por ella, desde que murió su tío y se quedó sola, por lo que no estaba acostumbrada a recibir ese trato.
─Sé qué no me has pedido nada ─comenzó a decir, entre susurros, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Aunque ni siquiera se había parado a pensarlo, sentía la necesidad de bucear en sus ojos, como si la mirada del muchacho tuviera algo que la atrapaba. ─Pero es que hace demasiado tiempo que no le importo a nadie que me cuesta comprender que alguien que no me conoce se haya arriesgado para ayudarme─añadió y se quedó unos segundos en silencio. Por un momento pensó que su comentario le había molestado, puesto que la muchacha pudo observar que la sonrisa que Virgile tenía dibujada en sus labios se borró, pero respiró aliviada cuando el chico volvió a sonreír. No le hubiera gustado que se molestara con ella, pero es que en ocasiones no sabía medir sus palabras, sus comentarios. Quiso darle de nuevo las gracias, pero se mordió el labio inferior a tiempo y en su lugar se limitó a escuchar sus palabras.─Para mí sí tiene muchos secretos. Es una ciudad tan diferente a mi Londres…─le dijo, entornando ligeramente la cabeza, recordando sus frías calles, la lluvia constante…─Me gusta perderme, disfrutar de la puesta de sol desde Montmartre…¡Pasear descalza por los campos Elíseos!─exclamó, divertida─Puede sonar extraño, pero esos pequeños detalles me gustan, aunque la gente me mire, reprobando mi comportamiento─se encogió de hombros. No, no era una de esas señoritas con un vestido bonito y una exquisita educación. Ella ni siquiera sabía leer o escribir, no podía compararse con una dama con modales. Lo sabía y aunque le avergonzaba que se supiera su pequeño secreto, no podía hacer nada para cambiarlo. Al menos no sola.
Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso ahora, ese tema era uno de los pocos que conseguían sumirla en una profunda tristeza porque le hacía acordarse de su tío y de que falleció antes de poderle enseñar todo lo que él sabía. No, no iba a estar triste. No el único día desde hacía mucho que no estaba sola. Quería disfrutar de Virgile, de lo que le tuviera que enseñar, de algo de compañía en su solitaria vida.
─Solo comprobaba que no te estuvieras poniendo malo. Yo…me preocupaba, lo siento, no lo volveré a hacer─le dijo, separándose un poco, dando un par de pasos para alejarse y romper de esa forma la cercanía que ella misma había creado entre los dos. Asintió ante lo siguiente que dijo, dejando que él la condujera hasta el mercado. A pesar de haber estado un rato recorriendo los puestos ese día, no podía evitar mirarlo asombrada. Todo allí parecía estar rebosando vida. Los chiquillos jugaban, correteando de un puesto a otro y escondiéndose bajo las faldas de las señoras que discutían sobre el precio del producto que querían comprar o que hablaban entre ellas, seguramente, sobre el último rumor que se había extendido como la pólvora sobre la ciudad. Se permitió imaginar la vida de todos aquellos a los que podía ver, durante unos segundos, antes de volver a clavar su mirada en la de Virgile, esperando a que actuara, observando todos y cada uno de sus movimientos, dispuesta a grabarlos a fuego en su mente.
─¿Y algunos huesos?─le preguntó, entusiasmada ante la idea que se le acababa de ocurrir─El otro día vi a un perro buscando comida, le podría dar uno y hacer algo de caldo con el resto. Seguro que viene bien para entrar en calor cuando el sol haya abandonado por completo la ciudad─comentó. Era una buena forma de combatir el frío nocturno, sobre todo si no conseguía una manta desechada por alguna familia rica. Se sintió ilusionada cuando Virgile le dijo que por supuesto comería con ella. Saber que podría pasar un poco más de tiempo a su lado, que no iba a volver a estar sola al menos ese día…Era mucho más de lo que habría imaginado nada más levantarse. Asintió de manera enérgica ante sus indicaciones y se acercó hasta el puesto de joyas, sin poder evitar contemplarlas suspirando. Nunca tendría nada tan bonito entre sus manos o colgando de su cuello. Pero no le importaba. Lo único importante ahora era ver a su caballero en acción y anotar mentalmente todo lo que hacía para poder repetirlo ella en otra ocasión, cuando se volviera a ver necesitada de nuevo. Aunque no lo volviera a ver, esa sería su forma de demostrarle que había significado algo en su vida, aunque fuera algo fugaz.
Cuando el muchacho volvió a por ella, Nerea asintió ante todo lo que él dijo.─La próxima vez tendré todas tus indicaciones en mente, te lo prometo─le dijo mientras le dedicaba una sonrisa. Le había asombrado la facilidad con la que había robado por lo que no pudo evitar preguntarse si él, tal y como le pasaba a ella, llevaba mucho tiempo deambulando por las calles, durmiendo en cualquier parte de la ciudad, según donde le pillara la caída de la noche. Pensó en si se habría sentido tan solo como ella las noches de tormenta y tragó saliva. Quiso decirle que no estaría solo, que ahora la tendría a ella, pero era más que posible que todo fueran divagaciones suyas, que él tuviera una familia, alguien esperándolo al final del día. Al pensar eso, bajó la mirada hasta sus propios zapatos, entristecida sin saber realmente el motivo.
─Sé qué no me has pedido nada ─comenzó a decir, entre susurros, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Aunque ni siquiera se había parado a pensarlo, sentía la necesidad de bucear en sus ojos, como si la mirada del muchacho tuviera algo que la atrapaba. ─Pero es que hace demasiado tiempo que no le importo a nadie que me cuesta comprender que alguien que no me conoce se haya arriesgado para ayudarme─añadió y se quedó unos segundos en silencio. Por un momento pensó que su comentario le había molestado, puesto que la muchacha pudo observar que la sonrisa que Virgile tenía dibujada en sus labios se borró, pero respiró aliviada cuando el chico volvió a sonreír. No le hubiera gustado que se molestara con ella, pero es que en ocasiones no sabía medir sus palabras, sus comentarios. Quiso darle de nuevo las gracias, pero se mordió el labio inferior a tiempo y en su lugar se limitó a escuchar sus palabras.─Para mí sí tiene muchos secretos. Es una ciudad tan diferente a mi Londres…─le dijo, entornando ligeramente la cabeza, recordando sus frías calles, la lluvia constante…─Me gusta perderme, disfrutar de la puesta de sol desde Montmartre…¡Pasear descalza por los campos Elíseos!─exclamó, divertida─Puede sonar extraño, pero esos pequeños detalles me gustan, aunque la gente me mire, reprobando mi comportamiento─se encogió de hombros. No, no era una de esas señoritas con un vestido bonito y una exquisita educación. Ella ni siquiera sabía leer o escribir, no podía compararse con una dama con modales. Lo sabía y aunque le avergonzaba que se supiera su pequeño secreto, no podía hacer nada para cambiarlo. Al menos no sola.
Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso ahora, ese tema era uno de los pocos que conseguían sumirla en una profunda tristeza porque le hacía acordarse de su tío y de que falleció antes de poderle enseñar todo lo que él sabía. No, no iba a estar triste. No el único día desde hacía mucho que no estaba sola. Quería disfrutar de Virgile, de lo que le tuviera que enseñar, de algo de compañía en su solitaria vida.
─Solo comprobaba que no te estuvieras poniendo malo. Yo…me preocupaba, lo siento, no lo volveré a hacer─le dijo, separándose un poco, dando un par de pasos para alejarse y romper de esa forma la cercanía que ella misma había creado entre los dos. Asintió ante lo siguiente que dijo, dejando que él la condujera hasta el mercado. A pesar de haber estado un rato recorriendo los puestos ese día, no podía evitar mirarlo asombrada. Todo allí parecía estar rebosando vida. Los chiquillos jugaban, correteando de un puesto a otro y escondiéndose bajo las faldas de las señoras que discutían sobre el precio del producto que querían comprar o que hablaban entre ellas, seguramente, sobre el último rumor que se había extendido como la pólvora sobre la ciudad. Se permitió imaginar la vida de todos aquellos a los que podía ver, durante unos segundos, antes de volver a clavar su mirada en la de Virgile, esperando a que actuara, observando todos y cada uno de sus movimientos, dispuesta a grabarlos a fuego en su mente.
─¿Y algunos huesos?─le preguntó, entusiasmada ante la idea que se le acababa de ocurrir─El otro día vi a un perro buscando comida, le podría dar uno y hacer algo de caldo con el resto. Seguro que viene bien para entrar en calor cuando el sol haya abandonado por completo la ciudad─comentó. Era una buena forma de combatir el frío nocturno, sobre todo si no conseguía una manta desechada por alguna familia rica. Se sintió ilusionada cuando Virgile le dijo que por supuesto comería con ella. Saber que podría pasar un poco más de tiempo a su lado, que no iba a volver a estar sola al menos ese día…Era mucho más de lo que habría imaginado nada más levantarse. Asintió de manera enérgica ante sus indicaciones y se acercó hasta el puesto de joyas, sin poder evitar contemplarlas suspirando. Nunca tendría nada tan bonito entre sus manos o colgando de su cuello. Pero no le importaba. Lo único importante ahora era ver a su caballero en acción y anotar mentalmente todo lo que hacía para poder repetirlo ella en otra ocasión, cuando se volviera a ver necesitada de nuevo. Aunque no lo volviera a ver, esa sería su forma de demostrarle que había significado algo en su vida, aunque fuera algo fugaz.
Cuando el muchacho volvió a por ella, Nerea asintió ante todo lo que él dijo.─La próxima vez tendré todas tus indicaciones en mente, te lo prometo─le dijo mientras le dedicaba una sonrisa. Le había asombrado la facilidad con la que había robado por lo que no pudo evitar preguntarse si él, tal y como le pasaba a ella, llevaba mucho tiempo deambulando por las calles, durmiendo en cualquier parte de la ciudad, según donde le pillara la caída de la noche. Pensó en si se habría sentido tan solo como ella las noches de tormenta y tragó saliva. Quiso decirle que no estaría solo, que ahora la tendría a ella, pero era más que posible que todo fueran divagaciones suyas, que él tuviera una familia, alguien esperándolo al final del día. Al pensar eso, bajó la mirada hasta sus propios zapatos, entristecida sin saber realmente el motivo.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Las dudas que Nerea le expresaba sobre su ayuda no hacían más que molestar a Virgile. El ladrón no tendría demasiados escrúpulos al momento de robar o lastimar a otros, pero eso era cuando su supervivencia dependía de ello, por eso era que en momentos como aquel donde realmente no necesitaba grandes cosas, se ofrecía a auxiliar a quien pasaba por una situación de pobreza similar a la suya, agregando además que algo en Nerea le provocaba deseos de protegerla (lo que él decía era simplemente la torpeza al momento de actuar por parte de la muchacha). La reprendió por las dudas expresadas pero al escuchar la explicación que ella tenía para dar, Virgile le sonrió.
– Es cierto que en su mayoría las personas ayudan esperando algo a cambio y me estoy cansando de repetirte que yo no hare eso; puede resultarte extraño que decidiera ayudarte – ladeo el rostro – pero era mi deber ahorrarnos la vergüenza a los ladrones de que una muchacha tan inexperta ensuciara nuestro nombre – dijo aquello, observando entonces de reojo a Nerea antes de soltar una carcajada – aunque para no saber robar, corriste como toda una experta – volvió la mirada a ella – y no nos conocíamos, pero ahora si; así que de una buena vez deja de preocuparte por cosas sin sentido – puntualizó, dispuesto a impedir que ella siguiera mostrando dudas al menos con respecto a él.
– Londres… – susurró aquel nombre, entrecerrando los ojos al mirarla. ¿Cómo es que una muchacha de Londres había terminado en París? ¿Su familia estaría en aquel lugar? ¿Ella también habría abandonado a los suyos al igual que Virgile? Nerea era un misterio, uno de esos que gritaban por ser descubiertos y aunque fuera en una tarde, el ladrón se lanzaría a descubrir tanto como pudiera de ella – Bueno, yo no sabía de donde eras – se encogió de hombros, a modo de disculpa, riendo después al ver lo animada que se tornaba al hablar de ciertos lugares – Algún día deberíamos pasear juntos, así me muestras tus lugares favoritos y yo te muestro los míos – sitios donde podía pensar, donde la soledad se lo tragaba lentamente o sitios donde robar fuera extremadamente sencillo; esos eran los lugares que más visitaba el ladrón – La gente siempre nos observara extraño, no somos de su clase pero aprenderás a ignorarles – aseguró, sabiendo que más pronto que tarde, ella aprendería a hacer las cosas dejando de pensar en lo que dirían los demás. La pobreza era un mundo aparte, uno donde lentamente te volvías invisible para todos, menos para los tuyos. Cada clase actuaba solo pensando en impresionar a los de su estatus y ellos; ellos solo actuaban para sobrevivir.
Carraspeando para dejar de lado la sorpresa causada por el tacto de Nerea, Virgile observó a otro lado.
– Me encuentro en perfecto estado, no tienes que preocuparte por mi – le miro de reojo – más bien tendrías que preocuparte por ti – Él era capaz de cuidarse por si mismo (aunque no fuera capaz de evitar lo que sentía ante la cercanía y el tacto de la muchacha), tan capaz que más bien se preocupaba de ella y de lo que pudiera sucederle. Decidió a evitar que ella pasara otro mal rato, fue que la llevó de vuelta al mercado, donde mostraría como es que se robaba de manera adecuada, sin exponerse tanto al peligro; conocimiento que sospechaba, le serviría a Nerea para el futuro. Avanzando pues hasta regresar al mercado, caminando entre la gente que compraba una cosa u otra, Virgile asentía a todo lo que ella pedía, sorprendido en el instante que ella menciono al perro. Definitivamente Nerea no estaba hecha para las calles, su corazón era demasiado puro y bondadoso para ello – Por supuesto, conseguiré todo lo que me pidas – garantizó, dispuesto a hacer a su compañera del día feliz al menos por lo que restaba del día, revisando de un lado a otro los puestos y dándole indicaciones, antes de ir por algo de pan.
Victorioso, regreso al lado de su acompañante a quien le ofreció los panes aun calientes.
– Pues la próxima vez esta más cercana de lo que tu esperas, porque conseguiré todo menos el queso – sonrió – ese te tocara a ti – No le pedía que robara para hacerla sentir mal o burlarse si es que fracasaba, la verdad es que él sabía que llegaría el momento donde debieran separarse y quería de cierta manera, estar seguro de que ella había puesto atención a las enseñanzas, porque su vida dependería de ello. Observando entonces la manera en que la muchacha dejaba de mirarlo, Virgile pensó que sería más sencillo si le decía que se quedaría a su lado, que la protegería y le conseguiría todo cuanto necesitara; pero no podía hacerlo, no porque si la invitaba a quedarse a su lado tarde o temprano la suciedad de Virgile terminaría por devorar la pureza de ella; Nerea se daría cuenta de que no era ningún caballero y él prefería quizás quedarse en ella como enseñanzas o una buena experiencia que como el hombre que era cuando estaba con su grupo de ladrones – Nerea… – la llamó entonces, inclinándose para tratar de que sus ojos se encontraran con los de ella – ¿Estas bien?... Si no quieres no tienes porque robar, yo lo hare todo – no iba a obligarla, no porque según lo que sabía, los caballeros no obligaban a las bonitas doncellas a hacer cosas que no querían. Podía ser pues un ladrón bastante bruto la mayor parte del tiempo, pero su lado más bondadoso, salía por aquella muchacha.
– Es cierto que en su mayoría las personas ayudan esperando algo a cambio y me estoy cansando de repetirte que yo no hare eso; puede resultarte extraño que decidiera ayudarte – ladeo el rostro – pero era mi deber ahorrarnos la vergüenza a los ladrones de que una muchacha tan inexperta ensuciara nuestro nombre – dijo aquello, observando entonces de reojo a Nerea antes de soltar una carcajada – aunque para no saber robar, corriste como toda una experta – volvió la mirada a ella – y no nos conocíamos, pero ahora si; así que de una buena vez deja de preocuparte por cosas sin sentido – puntualizó, dispuesto a impedir que ella siguiera mostrando dudas al menos con respecto a él.
– Londres… – susurró aquel nombre, entrecerrando los ojos al mirarla. ¿Cómo es que una muchacha de Londres había terminado en París? ¿Su familia estaría en aquel lugar? ¿Ella también habría abandonado a los suyos al igual que Virgile? Nerea era un misterio, uno de esos que gritaban por ser descubiertos y aunque fuera en una tarde, el ladrón se lanzaría a descubrir tanto como pudiera de ella – Bueno, yo no sabía de donde eras – se encogió de hombros, a modo de disculpa, riendo después al ver lo animada que se tornaba al hablar de ciertos lugares – Algún día deberíamos pasear juntos, así me muestras tus lugares favoritos y yo te muestro los míos – sitios donde podía pensar, donde la soledad se lo tragaba lentamente o sitios donde robar fuera extremadamente sencillo; esos eran los lugares que más visitaba el ladrón – La gente siempre nos observara extraño, no somos de su clase pero aprenderás a ignorarles – aseguró, sabiendo que más pronto que tarde, ella aprendería a hacer las cosas dejando de pensar en lo que dirían los demás. La pobreza era un mundo aparte, uno donde lentamente te volvías invisible para todos, menos para los tuyos. Cada clase actuaba solo pensando en impresionar a los de su estatus y ellos; ellos solo actuaban para sobrevivir.
Carraspeando para dejar de lado la sorpresa causada por el tacto de Nerea, Virgile observó a otro lado.
– Me encuentro en perfecto estado, no tienes que preocuparte por mi – le miro de reojo – más bien tendrías que preocuparte por ti – Él era capaz de cuidarse por si mismo (aunque no fuera capaz de evitar lo que sentía ante la cercanía y el tacto de la muchacha), tan capaz que más bien se preocupaba de ella y de lo que pudiera sucederle. Decidió a evitar que ella pasara otro mal rato, fue que la llevó de vuelta al mercado, donde mostraría como es que se robaba de manera adecuada, sin exponerse tanto al peligro; conocimiento que sospechaba, le serviría a Nerea para el futuro. Avanzando pues hasta regresar al mercado, caminando entre la gente que compraba una cosa u otra, Virgile asentía a todo lo que ella pedía, sorprendido en el instante que ella menciono al perro. Definitivamente Nerea no estaba hecha para las calles, su corazón era demasiado puro y bondadoso para ello – Por supuesto, conseguiré todo lo que me pidas – garantizó, dispuesto a hacer a su compañera del día feliz al menos por lo que restaba del día, revisando de un lado a otro los puestos y dándole indicaciones, antes de ir por algo de pan.
Victorioso, regreso al lado de su acompañante a quien le ofreció los panes aun calientes.
– Pues la próxima vez esta más cercana de lo que tu esperas, porque conseguiré todo menos el queso – sonrió – ese te tocara a ti – No le pedía que robara para hacerla sentir mal o burlarse si es que fracasaba, la verdad es que él sabía que llegaría el momento donde debieran separarse y quería de cierta manera, estar seguro de que ella había puesto atención a las enseñanzas, porque su vida dependería de ello. Observando entonces la manera en que la muchacha dejaba de mirarlo, Virgile pensó que sería más sencillo si le decía que se quedaría a su lado, que la protegería y le conseguiría todo cuanto necesitara; pero no podía hacerlo, no porque si la invitaba a quedarse a su lado tarde o temprano la suciedad de Virgile terminaría por devorar la pureza de ella; Nerea se daría cuenta de que no era ningún caballero y él prefería quizás quedarse en ella como enseñanzas o una buena experiencia que como el hombre que era cuando estaba con su grupo de ladrones – Nerea… – la llamó entonces, inclinándose para tratar de que sus ojos se encontraran con los de ella – ¿Estas bien?... Si no quieres no tienes porque robar, yo lo hare todo – no iba a obligarla, no porque según lo que sabía, los caballeros no obligaban a las bonitas doncellas a hacer cosas que no querían. Podía ser pues un ladrón bastante bruto la mayor parte del tiempo, pero su lado más bondadoso, salía por aquella muchacha.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
Nerea no estaba acostumbrada a que alguien la ayudara, eso era cierto, pero a pesar de eso, a pesar de sus dudas y de sus miedos, no podía evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro ante la ayudaba que, de manera desinteresada, le brindaba Virgile. Hacía demasiado tiempo que no se sentía así, que no experimentaba la sensación de que alguien cuidara de ella. Porque eso era lo que el muchacho estaba haciendo, aunque no tuviera ni idea de la repercusión que sus actos podían tener en la joven. Puede ser que solo se debiera a que había visto demasiada torpeza en sus actos, pero fuera como fuera, se sentía extrañamente bien. Llevaba años teniendo que cuidarse ella sola, caminando en soledad por las calles, aunque el escenario hubiera cambiado. Londres, París…daba igual. Nada la ataba ya a la ciudad que un días había sido su hogar, y tampoco nada la ataba a la ciudad francesa, era cierto, pero tal vez, y solo tal vez, el saber que alguien se preocupaba por que ella sobreviviera, al menos, un día más, hiciera que no se sintiera como una completa extraña en cualquier parte.
─Está bien ─ asintió, dedicándole una sonrisa. ─No volveré a decir nada así, de verdad─ añadió y colocó un mechón de su cabello tras la oreja. Aunque esa sonrisa se borró de su boca cuando él añadió que era su deber ahorrarles a los ladrones la vergüenza de que una muchacha tan inexperta ensuciara el nombre de los ladrones. Bajó la vista y tragó saliva. Así que solo se trataba de eso. Tomó un poco de aire, dejando que este hinchara su pecho y parpadeó un par de veces. Se había sentido un poco más cerca de casa, pero…Había estado completamente equivocada. Y lo peor era la sensación que le dejaba el saber que él solo se había acercado a ella para que no dañara la reputación de los ladrones parisinos.
La joven asintió cuando él pronunció el nombre de la ciudad inglesa. Sí, de ahí venía, aunque no le quedaba nada de ese lugar, más allá de sus recuerdos. No sabía muy bien por qué había escogido París para vivir, quizás ni siquiera lo había escogido, puede que simplemente fuera el destino del barco en el que había conseguido entrar y ella había aceptado ese destino porque, en realidad, le daba igual dónde fuera a parar, solo sabía que tenía que marcharse de Inglaterra. Asintió lentamente, diciendo con ese leve movimiento que no se preocupara, que no tenía razones por las que saber que ella no era más que una extraña en la ciudad. Nerea volvió a recuperar la sonrisa cuando Virgile le dijo que deberían pasear juntos, que le mostraría sus lugares favoritos. ─¿De verdad? ─preguntó, ilusionada, dejando que una extraña sensación de calor inundara todo su cuerpo.─Sería estupendo. Hay una zona en la orilla del Sena, tras uno de sus impresionantes puentes de piedra, en la que puedes ver como el sol se va poniendo poco a poco sobre los tejados de la ciudad. A pesar de la gente, a pesar de todo, ahí no suele haber mucha gente, tal vez porque prefieren pasear que quedarse horas y horas sentados sobre la hierba, con la espalda apoyada en el muro de piedra, observando el movimiento del agua de río.
Saber que Virgile se encontraba bien tranquilizó a Nerea. La muchacha se dijo a sí misma que se había preocupado porque él había accedido a ayudarla, porque ese día había evitado que acabara con sus huesos en algún húmedo y sombrío calabozo. ─Tú te has preocupado por ayudarme, yo me he preocupado por ti ─comentó─ Estamos empatados ─añadió, sonriendo. ¿Por qué era tan fácil sonreír con él? Aunque Nerea intentaba no perder nunca la sonrisa, lo único que de verdad tenía, en muchas ocasiones no podía hacerlo, pero estando él delante… Le salía sola. ─Estaré bien, de verdad. Llevo mucho tiempo cuidándome sola, mañana volveré a hacerlo─le dijo, aunque se podía leer más en sus palabras, como si con ellas hubiera querido decir que esperaba que ese día la cuidara él, algo que, cuando se despertó, no había imaginado. No esperaba pasar el día en compañía de nadie, mucho menos que alguien se interesara en conseguirle algo de comida, en cumplir sus deseos. Esa idea hizo que las mejillas de Nerea se tiñeran de rojo, algo que aumentó cuando el ladrón comentó que conseguiría todo lo que ella le pidiera. ¿Decía que no era un caballero de brillante armadura? Se equivocaba, para ella sí que lo era. Nadie se había preocupado tanto por ella, todavía menos cuando no eran más que un par de desconocidos que no sabían de la existencia del otro hacía unas horas.
Observó la soltura con la que Virgile se movía, como si llevara toda su vida robando y se preguntó qué secretos escondería. Por primera vez en mucho tiempo deseó que las horas no pasaran, que le dieran una tregua para poder conocerlo un poco más antes de que, sin que pudieran hacer nada para evitarlo, él se marchara. Porque la muchacha sabía que, con el paso de las horas y la llegada de la noche, el chico se iría y puede que no lo volviera a ver. Solo pedía unas horas más, un poco más de tiempo para poder conocerlo un poco. Alzó una ceja cuando Virgile le dijo que la próxima vez estaba más cerca de lo que pensaba porque iba a robar todo lo que le había pedido menos el queso, que era ella la que tendría que conseguirlo. Contuvo el aliento y retorció sus manos, nerviosa. ¿Iba a ser capaz de hacerlo? No hacía mucho que lo había intentado y le habían pillado, por lo que no sabía si en esta ocasión lo conseguiría, a pesar de que había tomado nota de todo lo que el ladrón había hecho. Sin embargo, no tenía miedo. Sabía que si no lo hacía bien, él acudiría en su ayuda. Sí, lo iba a hacer. Por supuesto. Miró a Virgile y sacudió la cabeza.─Estoy bien─le dijo, sonriendo─Lo haré, quiero que te sientas orgulloso de mí─le confesó y avanzó un par de pasos, observando todos los puestos del mercado, pensando en cuál sería más apropiado para ir a robar. Sus ojos se detuvieron en uno en el cual muchas mujeres se amontonaban, pidiéndole al pobre tendero que las atendieran, a pesar de que el hombre se encontraba solo y no tenía más que dos manos para servirles lo que le pedían.
Respiró hondo y se dirigió hasta allí, dando un pequeño rodeo, haciendo como si estuviera observando la mercancía de los puestos vecinos. Poco a poco se fue acercando hasta allí, mezclándose con esas mujeres. Recordó mentalmente todo lo que había hecho Virgile y lo puso en práctica. ─¿Ha visto la hora qué es?─se quejó, como si el tiempo se le echara encima y tuviera prisa. Tomó el queso y algo de fiambre y comenzó a suspirar, mientras participaba en la conversación que tenían las mujeres de su lado.─¿Llevan mucho tiempo esperando?─les preguntó y ellas asintieron. Nerea puso los ojos en blanco y exclamó un maldita sea.─No puedo quedarme aquí esperando con todo lo que tengo que hacer─se quejó─Ya vendré mañana si eso─añadió, volviendo a dejar todo lo que había tomado del mostrador entre maldiciones y comentarios sobre que el día no tenía suficiente horas para hacer todo lo que tenía que hacer. Dejó todo, sí, a excepción de la cuña de queso, que la guardó con discreción en su manga. Se alejó de allí caminando tranquilamente, mirando por el rabillo del ojo al tendero, por si se daba cuenta de lo que había pasado, hasta llegar a donde se encontraba Virgile, un lugar apartado en el que se encontraba ya fuera del campo de visión del tendero, que continuaba demasiado apurado intentando atender a todas las mujeres que allí había. Sonrió al ladrón y le enseñó el queso.─¿Qué tal lo he hecho?
─Está bien ─ asintió, dedicándole una sonrisa. ─No volveré a decir nada así, de verdad─ añadió y colocó un mechón de su cabello tras la oreja. Aunque esa sonrisa se borró de su boca cuando él añadió que era su deber ahorrarles a los ladrones la vergüenza de que una muchacha tan inexperta ensuciara el nombre de los ladrones. Bajó la vista y tragó saliva. Así que solo se trataba de eso. Tomó un poco de aire, dejando que este hinchara su pecho y parpadeó un par de veces. Se había sentido un poco más cerca de casa, pero…Había estado completamente equivocada. Y lo peor era la sensación que le dejaba el saber que él solo se había acercado a ella para que no dañara la reputación de los ladrones parisinos.
La joven asintió cuando él pronunció el nombre de la ciudad inglesa. Sí, de ahí venía, aunque no le quedaba nada de ese lugar, más allá de sus recuerdos. No sabía muy bien por qué había escogido París para vivir, quizás ni siquiera lo había escogido, puede que simplemente fuera el destino del barco en el que había conseguido entrar y ella había aceptado ese destino porque, en realidad, le daba igual dónde fuera a parar, solo sabía que tenía que marcharse de Inglaterra. Asintió lentamente, diciendo con ese leve movimiento que no se preocupara, que no tenía razones por las que saber que ella no era más que una extraña en la ciudad. Nerea volvió a recuperar la sonrisa cuando Virgile le dijo que deberían pasear juntos, que le mostraría sus lugares favoritos. ─¿De verdad? ─preguntó, ilusionada, dejando que una extraña sensación de calor inundara todo su cuerpo.─Sería estupendo. Hay una zona en la orilla del Sena, tras uno de sus impresionantes puentes de piedra, en la que puedes ver como el sol se va poniendo poco a poco sobre los tejados de la ciudad. A pesar de la gente, a pesar de todo, ahí no suele haber mucha gente, tal vez porque prefieren pasear que quedarse horas y horas sentados sobre la hierba, con la espalda apoyada en el muro de piedra, observando el movimiento del agua de río.
Saber que Virgile se encontraba bien tranquilizó a Nerea. La muchacha se dijo a sí misma que se había preocupado porque él había accedido a ayudarla, porque ese día había evitado que acabara con sus huesos en algún húmedo y sombrío calabozo. ─Tú te has preocupado por ayudarme, yo me he preocupado por ti ─comentó─ Estamos empatados ─añadió, sonriendo. ¿Por qué era tan fácil sonreír con él? Aunque Nerea intentaba no perder nunca la sonrisa, lo único que de verdad tenía, en muchas ocasiones no podía hacerlo, pero estando él delante… Le salía sola. ─Estaré bien, de verdad. Llevo mucho tiempo cuidándome sola, mañana volveré a hacerlo─le dijo, aunque se podía leer más en sus palabras, como si con ellas hubiera querido decir que esperaba que ese día la cuidara él, algo que, cuando se despertó, no había imaginado. No esperaba pasar el día en compañía de nadie, mucho menos que alguien se interesara en conseguirle algo de comida, en cumplir sus deseos. Esa idea hizo que las mejillas de Nerea se tiñeran de rojo, algo que aumentó cuando el ladrón comentó que conseguiría todo lo que ella le pidiera. ¿Decía que no era un caballero de brillante armadura? Se equivocaba, para ella sí que lo era. Nadie se había preocupado tanto por ella, todavía menos cuando no eran más que un par de desconocidos que no sabían de la existencia del otro hacía unas horas.
Observó la soltura con la que Virgile se movía, como si llevara toda su vida robando y se preguntó qué secretos escondería. Por primera vez en mucho tiempo deseó que las horas no pasaran, que le dieran una tregua para poder conocerlo un poco más antes de que, sin que pudieran hacer nada para evitarlo, él se marchara. Porque la muchacha sabía que, con el paso de las horas y la llegada de la noche, el chico se iría y puede que no lo volviera a ver. Solo pedía unas horas más, un poco más de tiempo para poder conocerlo un poco. Alzó una ceja cuando Virgile le dijo que la próxima vez estaba más cerca de lo que pensaba porque iba a robar todo lo que le había pedido menos el queso, que era ella la que tendría que conseguirlo. Contuvo el aliento y retorció sus manos, nerviosa. ¿Iba a ser capaz de hacerlo? No hacía mucho que lo había intentado y le habían pillado, por lo que no sabía si en esta ocasión lo conseguiría, a pesar de que había tomado nota de todo lo que el ladrón había hecho. Sin embargo, no tenía miedo. Sabía que si no lo hacía bien, él acudiría en su ayuda. Sí, lo iba a hacer. Por supuesto. Miró a Virgile y sacudió la cabeza.─Estoy bien─le dijo, sonriendo─Lo haré, quiero que te sientas orgulloso de mí─le confesó y avanzó un par de pasos, observando todos los puestos del mercado, pensando en cuál sería más apropiado para ir a robar. Sus ojos se detuvieron en uno en el cual muchas mujeres se amontonaban, pidiéndole al pobre tendero que las atendieran, a pesar de que el hombre se encontraba solo y no tenía más que dos manos para servirles lo que le pedían.
Respiró hondo y se dirigió hasta allí, dando un pequeño rodeo, haciendo como si estuviera observando la mercancía de los puestos vecinos. Poco a poco se fue acercando hasta allí, mezclándose con esas mujeres. Recordó mentalmente todo lo que había hecho Virgile y lo puso en práctica. ─¿Ha visto la hora qué es?─se quejó, como si el tiempo se le echara encima y tuviera prisa. Tomó el queso y algo de fiambre y comenzó a suspirar, mientras participaba en la conversación que tenían las mujeres de su lado.─¿Llevan mucho tiempo esperando?─les preguntó y ellas asintieron. Nerea puso los ojos en blanco y exclamó un maldita sea.─No puedo quedarme aquí esperando con todo lo que tengo que hacer─se quejó─Ya vendré mañana si eso─añadió, volviendo a dejar todo lo que había tomado del mostrador entre maldiciones y comentarios sobre que el día no tenía suficiente horas para hacer todo lo que tenía que hacer. Dejó todo, sí, a excepción de la cuña de queso, que la guardó con discreción en su manga. Se alejó de allí caminando tranquilamente, mirando por el rabillo del ojo al tendero, por si se daba cuenta de lo que había pasado, hasta llegar a donde se encontraba Virgile, un lugar apartado en el que se encontraba ya fuera del campo de visión del tendero, que continuaba demasiado apurado intentando atender a todas las mujeres que allí había. Sonrió al ladrón y le enseñó el queso.─¿Qué tal lo he hecho?
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Una sonrisa le ilumino el rostro, que ella aceptara dar por cerrado el tema de la desconfianza y por sobre todo los motivos que llevaron a Virgile a ayudarle, eran de cierta manera un descanso para el alma del ladrón, quien aun era completamente incapaz de descubrir los verdaderos motivos que lo llevaron a salvar a Nerea del tendero; sin embargo, viendo la sonrisa que la joven le ofrecía de manera tan sincera, los motivos no importaban, eran lo último que podía importar. Cuando a manera de broma Virgile habló de la manera en que ella ponía por los suelos el renombre de los ladrones de París, el ladrón noto la manera en que Nerea parecía sumergirse en la tristeza, algo que lo llevó a carraspear y sentirse un tonto por decir cosas tan groseras a una muchacha tan frágil, aún así, pedir perdón no era algo que se le daba muy bien así que simplemente, aprovecho lo que Nerea decía sobre su ciudad de origen y sus sitios favoritos para cambiar de tema.
Él no conocía muchos lugares, realmente solo conocía París y algunas ciudades cercanas así que su curiosidad salió a flote.
– ¿Cómo es Londres? ¿Mejor o peor que París? – y preguntaba solo acerca de la ciudad porque aunque deseaba conocer más detalles personales de Nerea, le parecía demasiado rudo de su parte cuestionar de manera directa sobre su familia, mucho más tomando en cuenta que ya había metido la pata una vez con ella, y eso era algo que no pensaba hacer dos veces. Asintió a la muchacha – Por supuesto, compartir sitios favoritos son cosas que los conocidos hacen ¿o no? – además de que claro, deseaba con todas sus fuerzas verla una vez más y asegurarse de que estuviera a salvo. La fragilidad de Nerea, esa manera tan sincera de mostrarse a los otros y esa pureza que despedía; generaban no solo curiosidad en él sino una sincera preocupación y deseo de protección. Era como si de alguna manera al verla, Nerea se hubiera convertido en una parte importante de la vida de Virgile. Observándola, prestó atención a todo lo que le dijo respecto al Sena y a la emoción que transmitían sus ojos, provocando que Virgile le sonriera – La orilla del Sena será entonces nuestra primer parada de conocimiento sobre París y podremos quedarnos ahí tanto cuanto quieras – prometió – de hecho, sería una buena idea que nos turnáramos en mostrar nuestros sitios favoritos, tú me llevas al Sena y después yo te llevare a Luna Park – era una buena idea que después de observar el atardecer se asistiera al parque de diversiones Parisino. Luna Park no era solo un sitió perfecto para robar, sino también uno en el que podías distraerte y olvidarte de tus propias angustias, algo que todo perteneciente a la clase baja necesitaba de vez en cuando.
El sonrojo de Virgile no iba a desaparecer nunca si es que ella continuaba diciendo o haciendo cosas que sacaban al ladrón de su zona de seguridad. Aún así, pese a las nuevas sensaciones y emociones que experimentaba, el ladrón trato de mantenerse lo más sereno posible.
– Empatados entonces – le guiño – al menos por ahora – menciono con una sonrisa que no duró mucho en sus labios, pues nuevamente la preocupación por e futuro de Nerea le llegaba a la mente. Mañana ella volvería a cuidarse sola y él regresaría a la seguridad de los suyos, ¿Era eso justo? Por supuesto que no, porque al menos él sabía como cuidarse solo, mientras que ella estuvo a punto de ser capturada y enviada a los calabozos, eso no era precisamente saber cuidarse de la mejor manera. Pensando entonces en enseñar algo a Nerea, el ladrón la llevó de regreso al mercado, en donde estaba dispuesto a mostrarle como es que se robaba sin llamar demasiado la atención.
Caminando con normalidad y fingiendo ser un comprador más, Virgile pudo hacerse de un par de panes recién salidos calientes, los que sin esperar mucho llevó hasta donde le esperaba su compañera en el crimen. Creyendo entonces que no existía mejor maestro que la practica, el ladrón le pidió a Nerea que obtuviera ella el queso para la comida de ambos, sin embargo, fue la mirada ausente de la joven la que encendió en la mente del ladrón una alarma. Dispuesto a robar todo él mismo, le dijo a Nerea que ella no necesitaba hacer nada. Claro que de robar todo él, ella no tendría ninguna clase de conocimiento lo que volvía a llevar los pensamientos de Virgile a la preocupación. ¿Qué podía hacer para mantener segura a Nerea? Comenzaba a darle vueltas a ese asunto, a pensar en una solución decente cuando la voz de Nerea lo llevó de regreso al momento. Sonriendo de manera animada, la joven le aseguraba no solo que iba a hacer lo que Vigile le pedía sino que además, con su acto, lo haría sentirse orgulloso de ella. ¿Había entonces algo que pudiera enorgullecerle más que el simple hecho de haberse topado con ella? Por supuesto que no.
Antes de siquiera esperar un consejo o alguna advertencia por parte de Virgile, Nerea ya se había lanzado al ruedo. Los ojos de la joven iban de un lado a otro, mientras que los de Virgile se mantenían fijos en ella. Sin perder detalle, el ladrón observo como es que ella se acercaba al puesto más concurrido, provocando ese sencillo acto, que sonriera. Nerea se mezclo demasiado bien con las personas comprando, tomaba algunas cosas y después las dejaba para entre quejas, comenzar a andar con paso calmo hasta donde él se encontraba. Para el momento en que Nerea llegó a su lado, el tendero y todas las mujeres ya debían haber olvidado la presencia de la muchacha ahí, sin embargo, sería al momento de contar ganancias cuando el hombre se daría cuenta de que fue robado. La sonrisa en el rostro del muchacho se volvió mucho más amplia al ver el queso y dejándose llevar por la emoción de un trabajo bien hecho, comenzó a reír y acercándose a Nerea la rodeo de la cintura, la levanto y dio un giro con ella antes de dejarla de nuevo con los pies en el suelo.
– ¡Lo has hecho excelente! – aseguró con emoción – Tienes un talento nato para esto, aprendes que hacer con mucha facilidad y… – de un momento a otro se quedo entonces inmóvil y en silencio, percatándose de que seguía demasiado cerca de ella – ha sido sorprendente – dijo al tiempo que ponía un paso de distancia entre ambos – ahora… iré por lo que hace falta – y antes de que la pena por su impulsiva manera de festejar llegará hasta él y el sonrojo atacara sus mejillas nuevamente, Virgile comenzó a andar en dirección a un puesto de carne, donde usando la técnica ya enseñada a Nerea, se hizo de un buen trozo de lo que parecía ser un corte de los más selectos, así que pronto, regresaba hasta donde se encontraba la joven – ¿A dónde vamos a preparar nuestra deliciosa comida? – preguntó, mostrando la carne que consiguió y sonriendo a la joven.
Él no conocía muchos lugares, realmente solo conocía París y algunas ciudades cercanas así que su curiosidad salió a flote.
– ¿Cómo es Londres? ¿Mejor o peor que París? – y preguntaba solo acerca de la ciudad porque aunque deseaba conocer más detalles personales de Nerea, le parecía demasiado rudo de su parte cuestionar de manera directa sobre su familia, mucho más tomando en cuenta que ya había metido la pata una vez con ella, y eso era algo que no pensaba hacer dos veces. Asintió a la muchacha – Por supuesto, compartir sitios favoritos son cosas que los conocidos hacen ¿o no? – además de que claro, deseaba con todas sus fuerzas verla una vez más y asegurarse de que estuviera a salvo. La fragilidad de Nerea, esa manera tan sincera de mostrarse a los otros y esa pureza que despedía; generaban no solo curiosidad en él sino una sincera preocupación y deseo de protección. Era como si de alguna manera al verla, Nerea se hubiera convertido en una parte importante de la vida de Virgile. Observándola, prestó atención a todo lo que le dijo respecto al Sena y a la emoción que transmitían sus ojos, provocando que Virgile le sonriera – La orilla del Sena será entonces nuestra primer parada de conocimiento sobre París y podremos quedarnos ahí tanto cuanto quieras – prometió – de hecho, sería una buena idea que nos turnáramos en mostrar nuestros sitios favoritos, tú me llevas al Sena y después yo te llevare a Luna Park – era una buena idea que después de observar el atardecer se asistiera al parque de diversiones Parisino. Luna Park no era solo un sitió perfecto para robar, sino también uno en el que podías distraerte y olvidarte de tus propias angustias, algo que todo perteneciente a la clase baja necesitaba de vez en cuando.
El sonrojo de Virgile no iba a desaparecer nunca si es que ella continuaba diciendo o haciendo cosas que sacaban al ladrón de su zona de seguridad. Aún así, pese a las nuevas sensaciones y emociones que experimentaba, el ladrón trato de mantenerse lo más sereno posible.
– Empatados entonces – le guiño – al menos por ahora – menciono con una sonrisa que no duró mucho en sus labios, pues nuevamente la preocupación por e futuro de Nerea le llegaba a la mente. Mañana ella volvería a cuidarse sola y él regresaría a la seguridad de los suyos, ¿Era eso justo? Por supuesto que no, porque al menos él sabía como cuidarse solo, mientras que ella estuvo a punto de ser capturada y enviada a los calabozos, eso no era precisamente saber cuidarse de la mejor manera. Pensando entonces en enseñar algo a Nerea, el ladrón la llevó de regreso al mercado, en donde estaba dispuesto a mostrarle como es que se robaba sin llamar demasiado la atención.
Caminando con normalidad y fingiendo ser un comprador más, Virgile pudo hacerse de un par de panes recién salidos calientes, los que sin esperar mucho llevó hasta donde le esperaba su compañera en el crimen. Creyendo entonces que no existía mejor maestro que la practica, el ladrón le pidió a Nerea que obtuviera ella el queso para la comida de ambos, sin embargo, fue la mirada ausente de la joven la que encendió en la mente del ladrón una alarma. Dispuesto a robar todo él mismo, le dijo a Nerea que ella no necesitaba hacer nada. Claro que de robar todo él, ella no tendría ninguna clase de conocimiento lo que volvía a llevar los pensamientos de Virgile a la preocupación. ¿Qué podía hacer para mantener segura a Nerea? Comenzaba a darle vueltas a ese asunto, a pensar en una solución decente cuando la voz de Nerea lo llevó de regreso al momento. Sonriendo de manera animada, la joven le aseguraba no solo que iba a hacer lo que Vigile le pedía sino que además, con su acto, lo haría sentirse orgulloso de ella. ¿Había entonces algo que pudiera enorgullecerle más que el simple hecho de haberse topado con ella? Por supuesto que no.
Antes de siquiera esperar un consejo o alguna advertencia por parte de Virgile, Nerea ya se había lanzado al ruedo. Los ojos de la joven iban de un lado a otro, mientras que los de Virgile se mantenían fijos en ella. Sin perder detalle, el ladrón observo como es que ella se acercaba al puesto más concurrido, provocando ese sencillo acto, que sonriera. Nerea se mezclo demasiado bien con las personas comprando, tomaba algunas cosas y después las dejaba para entre quejas, comenzar a andar con paso calmo hasta donde él se encontraba. Para el momento en que Nerea llegó a su lado, el tendero y todas las mujeres ya debían haber olvidado la presencia de la muchacha ahí, sin embargo, sería al momento de contar ganancias cuando el hombre se daría cuenta de que fue robado. La sonrisa en el rostro del muchacho se volvió mucho más amplia al ver el queso y dejándose llevar por la emoción de un trabajo bien hecho, comenzó a reír y acercándose a Nerea la rodeo de la cintura, la levanto y dio un giro con ella antes de dejarla de nuevo con los pies en el suelo.
– ¡Lo has hecho excelente! – aseguró con emoción – Tienes un talento nato para esto, aprendes que hacer con mucha facilidad y… – de un momento a otro se quedo entonces inmóvil y en silencio, percatándose de que seguía demasiado cerca de ella – ha sido sorprendente – dijo al tiempo que ponía un paso de distancia entre ambos – ahora… iré por lo que hace falta – y antes de que la pena por su impulsiva manera de festejar llegará hasta él y el sonrojo atacara sus mejillas nuevamente, Virgile comenzó a andar en dirección a un puesto de carne, donde usando la técnica ya enseñada a Nerea, se hizo de un buen trozo de lo que parecía ser un corte de los más selectos, así que pronto, regresaba hasta donde se encontraba la joven – ¿A dónde vamos a preparar nuestra deliciosa comida? – preguntó, mostrando la carne que consiguió y sonriendo a la joven.
Virgile- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 28/10/2012
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Escapando [Privado]
Nerea se sintió extrañamente bien cuando el chico sonrió. Saber que ella era la causante de esa sonrisa hizo que su cuerpo sintiera un ligero cosquilleo, pero pronto apartó los pensamientos que eso le ocasionaba, puesto que era más importante para la muchacha atender a todo lo que su improvisado caballero de brillante armadura tuviera que decirle. Llevaba demasiado tiempo sola, luchando día tras día por sobrevivir en un mundo que la trataba de forma hostil, por lo que encontrar a alguien que se preocupaba por ella, cuando no tenía ningún motivo para hacerlo, puesto que hasta antes del incidente no se conocían, era algo nuevo para ella. Algo agradable, sin duda. Durante unos segundos se entristeció, puesto que una parte de la joven esperaba que la ayuda que el ladrón le brindaba fuera por algo más que por evitar que difamara con sus acciones el hacer de los ladrones. Sin embargo, esa sensación no duró mucho. La risa de Virgile, sus acciones…todo lo que provenía de él, hacía que la muchacha se sintiera feliz, algo que no le pasaba realmente desde que tenía uso de razón.
Cuando le preguntó si Londres era mejor o peor que París, la rubia se estremeció. ─Es una ciudad más─susurró, para después paralizar, durante unos segundos, cualquier palabra que pugnara por salir de su garganta. ¿Cómo podía explicarle todo lo que había vivido en Londres? No lo sabía. Oraciones enteras se atropellaban en su cabeza y la chica no era capaz de encontrar la forma de comenzar. No le había contado a nadie lo que le había ocurrido allí, era un secreto que llevaba sobre sus hombros y que, de vez en cuando, oprimía su pecho y desataba sus lágrimas. Nadie le había preguntado sobre su origen desde que había llegado. Allí, tan lejos de la ciudad que una vez llamó hogar, nadie la conocía, aunque eso no significaba que no la juzgaban, porque lo hacían, constantemente. Sin embargo, aunque no le gustaba hablar de su pasado, una parte de ella quería contarle todo al joven, abrirse a él como un libro, aunque ella no fuera capaz de entender las palabras que habían escritas en él. ─No escogí este destino─comenzó a decir─ El único barco al que tuve acceso tenía como destino esta ciudad, pero habría servido cualquier otra─lo miró unos segundos antes de continuar hablando─Tenía que huir de Londres, el destino no importaba. Nerea asintió, aunque la palabra conocidos le escoció.─También es algo que hacen los amigos…creo─susurró, dedicándole una ligera sonrisa.
A la chiquilla le ilusionó el hecho de que Virgile quisiera compartir su pequeño trozo de paraíso con ella, aquel lugar en el que la muchacha dejaba de preocuparse por el tiempo y se dedicaba a contemplar el recorrido del sol, dejando que esa calma la inundara por completo. No era mucho, pero esos momentos de calma era una de las pocas cosas que Nerea atesoraba y quería compartirlo con él. Alzó una ceja cuando escuchó Luna Park. Había oído hablar de ese lugar poco después de poner por primera vez un pie en París, pero tan solo se había atrevido a observar el recinto ferial desde lejos, como si adentrarse allí, estar rodeada de tanta gente, supusiera la constatación de que ella no encajaba en ningún lado. Pero todo se veía diferente si el ladrón la acompañaba. ─Me parece una idea estupenda─confesó y dio unas palmaditas, mostrando así su entusiasmo.
Nerea pensaba aprovechar las horas que pasara al lado del ladrón, puesto que su compañía tenía fecha de caducidad. Al día siguiente, cuando se despertara, volvería a estar sola y aunque eso la entristecía, se dijo a sí misma que mañana sería otro día, que ahora solo quería disfrutar de la compañía, algo que le había sido vedado tiempo atrás. Y que se mantendría sana y salva por el ladrón, aunque él ya no la viera. Le demostraría así, aunque él nunca lo supiera, que sus lecciones formarían parte de sus pequeños tesoros, de las escasas pertenencias que tenía y que lograban hacerle más llevadera su propia vida, logrando que sacara fuerzas de flaqueza cuando tenía la sensación de que todo le venía demasiado grande, de que estaba sola en medio de un montón de gente que pasaba por su lado ignorándola o, todavía peor, juzgándola. Cuando eso le volviera a ocurrir pensaría en él, seguro que así todo mejoraría. ─Tú lo has dicho, por ahora─le dijo, guiñándole un ojo, divertida.
Puede que fuera un poco pronto para volver a intentar robar, pero Nerea quería que el ladrón supiera que había aprendido observándole, que sus gestos no pasaban desapercibidos para ella. Era su forma de darle las gracias por su preocupación, aunque él ya le había dicho que no tenía que agradecerle nada. Tal vez esa sería la única oportunidad para demostrarle que estaría bien gracias a él. Y la chica iba a aprovechar dicha oportunidad para que Virgile pudiera comprobarlo por sí mismo. Además, se sentía segura a su lado. Sabía que nada malo le podía ocurrir si el joven velaba por su seguridad, puesto que volvería a salvarla si la cazaban de nuevo, aunque esta vez sí que tendrían que huir sin mirar atrás y adentrarse en el laberinto que formaban las calles de París para evitar que alguien volviera a fijarse en ellos y los pudieran reconocer ante las fuerzas del orden. Se sentía preparada. Respiró hondo un par de veces y se lanzó a recorrer el mercado, con calma, estudiando todos los puestos, buscando el más adecuado para robar sin que nadie se diera cuenta.
Y lo consiguió. Las mujeres que allí había estaban demasiado pendientes del paso del tiempo, que se les echaba encima, como para darse cuenta de que ella no había devuelto todos los víveres que había seleccionado. Y el pobre tendero intentaba multiplicar sus manos, sin éxito, para atender a todas las peticiones de las parroquianas que acudían a comprar a su humilde puestecito. La muchacha sonrió ampliamente cuando volvió a estar frente a frente con Virgile. ¡Había salido airosa de esa situación! Y todo gracias a él. Ambos comenzaron a reír, pero la carcajada se paralizó en la boca de Nerea cuando él se acercó a ella y rodeó su cintura. Tragó saliva y se mordió el labio inferior, poniéndose nerviosa sin entender el motivo. Soltó un grito cuando la alzó en el aire y comenzó a dar vueltas con ella. Rodeó el cuello del chico con sus brazos y hundió su rostro allí, cerrando los ojos y volviendo a reír sin parar. Cuando sus pies volvieron a tocar tierra firme, las mejillas de la chiquilla se sonrojaron, por lo que desvió la mirada y jugueteó con su cabello mientras intentaba serenarse. Estar tan cerca de él, haber olido el perfume que desprendía su piel…Todo eso la había turbado más de lo que podría reconocer. Pero una cosa estaba clara, no iba a olvidar ese olor tan fácilmente.
─Gracias─susurró la muchacha mientras hacía una pequeña reverencia, notando todavía la cercanía del chico. Asintió cuando le comentó que iba a ir a por lo que faltaba y la chica utilizó esos minutos para serenarse, aunque no dejó de observarlo desde donde se encontraba ni un solo momento. No tardó mucho en volver y cuando lo hizo y le preguntó que a dónde iban, Nerea se quedó unos segundos pensativa.─¿Qué tal el bosque? A algún claro. Allí seguro que no nos molesta nadie y podríamos hacer una hoguera─lo miró, pero no esperó contestación alguna. En su lugar, tomó la mano del chico, entrelazó sus dedos con los de él y comenzó a andar, tal vez movida por el hambre, tal vez porque quería volver a sentir esa cercanía con Virgile. Les quedaba un paseo por delante, pero la idea de poder degustar todo lo que el ladrón había robado para ella, la animaba. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien.
Cuando le preguntó si Londres era mejor o peor que París, la rubia se estremeció. ─Es una ciudad más─susurró, para después paralizar, durante unos segundos, cualquier palabra que pugnara por salir de su garganta. ¿Cómo podía explicarle todo lo que había vivido en Londres? No lo sabía. Oraciones enteras se atropellaban en su cabeza y la chica no era capaz de encontrar la forma de comenzar. No le había contado a nadie lo que le había ocurrido allí, era un secreto que llevaba sobre sus hombros y que, de vez en cuando, oprimía su pecho y desataba sus lágrimas. Nadie le había preguntado sobre su origen desde que había llegado. Allí, tan lejos de la ciudad que una vez llamó hogar, nadie la conocía, aunque eso no significaba que no la juzgaban, porque lo hacían, constantemente. Sin embargo, aunque no le gustaba hablar de su pasado, una parte de ella quería contarle todo al joven, abrirse a él como un libro, aunque ella no fuera capaz de entender las palabras que habían escritas en él. ─No escogí este destino─comenzó a decir─ El único barco al que tuve acceso tenía como destino esta ciudad, pero habría servido cualquier otra─lo miró unos segundos antes de continuar hablando─Tenía que huir de Londres, el destino no importaba. Nerea asintió, aunque la palabra conocidos le escoció.─También es algo que hacen los amigos…creo─susurró, dedicándole una ligera sonrisa.
A la chiquilla le ilusionó el hecho de que Virgile quisiera compartir su pequeño trozo de paraíso con ella, aquel lugar en el que la muchacha dejaba de preocuparse por el tiempo y se dedicaba a contemplar el recorrido del sol, dejando que esa calma la inundara por completo. No era mucho, pero esos momentos de calma era una de las pocas cosas que Nerea atesoraba y quería compartirlo con él. Alzó una ceja cuando escuchó Luna Park. Había oído hablar de ese lugar poco después de poner por primera vez un pie en París, pero tan solo se había atrevido a observar el recinto ferial desde lejos, como si adentrarse allí, estar rodeada de tanta gente, supusiera la constatación de que ella no encajaba en ningún lado. Pero todo se veía diferente si el ladrón la acompañaba. ─Me parece una idea estupenda─confesó y dio unas palmaditas, mostrando así su entusiasmo.
Nerea pensaba aprovechar las horas que pasara al lado del ladrón, puesto que su compañía tenía fecha de caducidad. Al día siguiente, cuando se despertara, volvería a estar sola y aunque eso la entristecía, se dijo a sí misma que mañana sería otro día, que ahora solo quería disfrutar de la compañía, algo que le había sido vedado tiempo atrás. Y que se mantendría sana y salva por el ladrón, aunque él ya no la viera. Le demostraría así, aunque él nunca lo supiera, que sus lecciones formarían parte de sus pequeños tesoros, de las escasas pertenencias que tenía y que lograban hacerle más llevadera su propia vida, logrando que sacara fuerzas de flaqueza cuando tenía la sensación de que todo le venía demasiado grande, de que estaba sola en medio de un montón de gente que pasaba por su lado ignorándola o, todavía peor, juzgándola. Cuando eso le volviera a ocurrir pensaría en él, seguro que así todo mejoraría. ─Tú lo has dicho, por ahora─le dijo, guiñándole un ojo, divertida.
Puede que fuera un poco pronto para volver a intentar robar, pero Nerea quería que el ladrón supiera que había aprendido observándole, que sus gestos no pasaban desapercibidos para ella. Era su forma de darle las gracias por su preocupación, aunque él ya le había dicho que no tenía que agradecerle nada. Tal vez esa sería la única oportunidad para demostrarle que estaría bien gracias a él. Y la chica iba a aprovechar dicha oportunidad para que Virgile pudiera comprobarlo por sí mismo. Además, se sentía segura a su lado. Sabía que nada malo le podía ocurrir si el joven velaba por su seguridad, puesto que volvería a salvarla si la cazaban de nuevo, aunque esta vez sí que tendrían que huir sin mirar atrás y adentrarse en el laberinto que formaban las calles de París para evitar que alguien volviera a fijarse en ellos y los pudieran reconocer ante las fuerzas del orden. Se sentía preparada. Respiró hondo un par de veces y se lanzó a recorrer el mercado, con calma, estudiando todos los puestos, buscando el más adecuado para robar sin que nadie se diera cuenta.
Y lo consiguió. Las mujeres que allí había estaban demasiado pendientes del paso del tiempo, que se les echaba encima, como para darse cuenta de que ella no había devuelto todos los víveres que había seleccionado. Y el pobre tendero intentaba multiplicar sus manos, sin éxito, para atender a todas las peticiones de las parroquianas que acudían a comprar a su humilde puestecito. La muchacha sonrió ampliamente cuando volvió a estar frente a frente con Virgile. ¡Había salido airosa de esa situación! Y todo gracias a él. Ambos comenzaron a reír, pero la carcajada se paralizó en la boca de Nerea cuando él se acercó a ella y rodeó su cintura. Tragó saliva y se mordió el labio inferior, poniéndose nerviosa sin entender el motivo. Soltó un grito cuando la alzó en el aire y comenzó a dar vueltas con ella. Rodeó el cuello del chico con sus brazos y hundió su rostro allí, cerrando los ojos y volviendo a reír sin parar. Cuando sus pies volvieron a tocar tierra firme, las mejillas de la chiquilla se sonrojaron, por lo que desvió la mirada y jugueteó con su cabello mientras intentaba serenarse. Estar tan cerca de él, haber olido el perfume que desprendía su piel…Todo eso la había turbado más de lo que podría reconocer. Pero una cosa estaba clara, no iba a olvidar ese olor tan fácilmente.
─Gracias─susurró la muchacha mientras hacía una pequeña reverencia, notando todavía la cercanía del chico. Asintió cuando le comentó que iba a ir a por lo que faltaba y la chica utilizó esos minutos para serenarse, aunque no dejó de observarlo desde donde se encontraba ni un solo momento. No tardó mucho en volver y cuando lo hizo y le preguntó que a dónde iban, Nerea se quedó unos segundos pensativa.─¿Qué tal el bosque? A algún claro. Allí seguro que no nos molesta nadie y podríamos hacer una hoguera─lo miró, pero no esperó contestación alguna. En su lugar, tomó la mano del chico, entrelazó sus dedos con los de él y comenzó a andar, tal vez movida por el hambre, tal vez porque quería volver a sentir esa cercanía con Virgile. Les quedaba un paseo por delante, pero la idea de poder degustar todo lo que el ladrón había robado para ella, la animaba. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Acababan de conocerse y de alguna manera, Virgile sentía que tenían no solo ciertas cosas en común sino también, algo que vivir juntos. Resultaba extraño pues que siendo él regularmente alguien que buscaba poco contacto con personas fuera de su circulo, hubiera terminado auxiliando a una completa desconocida, sin embargo, su decisión por extraña que le pareciera en un inicio, acabo siendo de lo mejor de su vida o al menos eso pensaba hasta esos momentos.
Con una enorme sonrisa en el rostro que desaparecía muy poco estando al lado de Nerea, Virgile le interrogó sobre su ciudad natal esperando de cierta manera que lejos de París ella hubiera estado en una mejor situación, menos sola y corriendo menos peligros. Observo con atención el rostro de la muchacha que le aseguraba que Londres era solo una ciudad más, pero si era así ¿Por qué en el rostro de Nerea se veía tanta tristeza? Y por unos momentos, el ladrón de quedo en silencio, respetando de cierta forma los pensamientos femeninos, esos que no sabía a donde era que se dirigían ni si sería prudente hablarle y hacerla olvidar lo que había preguntado. Una vez más, Virgile decía algo que terminaba al parecer hiriendo los sentimientos de la muchacha; se sentía un completo idiota, un bruto que no sabía diferenciar lo que se debía decir o callar. La mente del ladrón comenzaba a tramar el siguiente paso a seguir para hacer que Nerea sonriera una vez más, solo que su plan se vio frustrado en el momento que inesperadamente ella abrió nuevamente los labios. Las palabras que Virgile escucho no eran lo que esperó. Él de verdad había soñado que ella no fuera tan desdichada como él o todos los suyos, pero al parecer todos los que vivían en la calle tenían historias dolorosas.
– Aún así en ningún otro lugar nos hubiéramos topado – mencionó, tratando de hacerle ver a ella que aunque debió huir de Londres sin importar el destino, ahí en París ahora lo tenía a él – y tienes razón – le sonrió acercándose un poco más a ella – también son cosas que hacen los amigos como nosotros – decir esas palabras le provoco sin embargo un sentimiento agridulce. Claro que quería estar cerca de Nerea pero como su amigo… de eso no estaba tan seguro y aún así, le aseguro que eso eran, todo para no verla entristecerse una vez más.
Quedar en ver el Sena y después ir a Luna Park era una forma de crear la ilusión de que podrían verse de nuevo. El ladrón realmente deseaba que después de separarse ese día, volvieran a encontrarse en un futuro cercano y quien sabía, quizás al final de ese día decidieran un día y un sitio para encontrarse e ir a compartir sus lugares favoritos con el otro.
– Es una promesa entonces – estiró entonces la mano y levantó el dedo meñique en un gesto bastante infantil pero que era usado bastante por él y los suyos. Ninguno de los chicos del grupo de ladrones rompía una promesa una vez que era sellada por el meñique. Si Nerea respondía a su gesto, se dejaría llevar aquel día con mayor serenidad, pensando que después de su separación pronto volvería a verla y que al hacerlo, ambos podrían ser nuevamente felices simplemente con la presencia de otro ser humano.
Los gestos de la joven eran tan trasparentes, tan carentes de un sentido mayor que cada acto que realizaba cerca de Virgile llevaba al ladrón a sentirse apenado o a notar un revoloteo en el estomago que nunca antes experimentará. Se decía claro una y otra vez que se debía a su falta de contacto con mujeres, pero la realidad es que en el fondo estaba experimentando algo más. Hasta verla guiñarle el ojo a manera de broma le puso nervioso, eso aunque él lo había hecho primero. El ladrón simplemente no podía negar que la presencia de Nerea le afectaba de una manera como nunca antes le afecto la de alguna otra persona y contrario a sentirse mal al respecto, le gustó notarlo.
A manera de hacer que Nerea se mantuviera a salvo cuando él no se encontrará presente, Virgile le pidió que robará algo justo como se lo mostró y si bien en un principio creyó que eso era un error, la decisión de Nerea por demostrarle de lo que era capaz, lo llevó a observar desde la distancia cada uno de sus movimientos. La muchacha se mezcló perfectamente con las clientas de un puesto y siguiendo precisamente su método, Nerea logró hacerse de un queso. Emocionado por el éxito de la muchacha, el ladrón se dejó llevar y apenas la vio cerca de él, la abrazo haciéndola elevarse algunos centímetros. La alegría del momento llegó a su fin en el segundo en que él se percato de lo que hacía, provocando que con cuidado la volviese a poner en el suelo y después de unas torpes palabras se alejó con las mejillas sonrojadas a terminar de hacerse de lo que les faltaba para comer.
Una vez que regresó al lado de Nerea, comenzó a pensar en el sitió apropiado al que debían ir. Uno donde nadie les molestara y pudieran preparar la comida lo mejor que pudieran; sin embargo, sus pensamientos quedaron envueltos en la nada justo en el preciso momento en que los ojos de Nerea se posaron sobre los suyos y la frágil mano femenina tomó la suya para comenzar a guiarle por entre las personas.
– Un… un claro me parece lo mejor – susurró, caminando junto a ella y sin saber del todo como no ponerse nervioso – así no estaremos tan lejos de la ciudad y podremos hacer una hoguera sin nadie que nos moleste, ¿Sabes donde esta uno cerca o quieres que te guie yo a uno? – la velocidad de sus pasos se sincronizo con los de Nerea, su mano sujetaba de manera firme la de la muchacha y sus ojos iban del camino que seguían a la muchacha. Ella era realmente hermosa, tanto que Virgile pensaba que verla debía ser lo más cercano a ver un ángel, su ángel.
Con una enorme sonrisa en el rostro que desaparecía muy poco estando al lado de Nerea, Virgile le interrogó sobre su ciudad natal esperando de cierta manera que lejos de París ella hubiera estado en una mejor situación, menos sola y corriendo menos peligros. Observo con atención el rostro de la muchacha que le aseguraba que Londres era solo una ciudad más, pero si era así ¿Por qué en el rostro de Nerea se veía tanta tristeza? Y por unos momentos, el ladrón de quedo en silencio, respetando de cierta forma los pensamientos femeninos, esos que no sabía a donde era que se dirigían ni si sería prudente hablarle y hacerla olvidar lo que había preguntado. Una vez más, Virgile decía algo que terminaba al parecer hiriendo los sentimientos de la muchacha; se sentía un completo idiota, un bruto que no sabía diferenciar lo que se debía decir o callar. La mente del ladrón comenzaba a tramar el siguiente paso a seguir para hacer que Nerea sonriera una vez más, solo que su plan se vio frustrado en el momento que inesperadamente ella abrió nuevamente los labios. Las palabras que Virgile escucho no eran lo que esperó. Él de verdad había soñado que ella no fuera tan desdichada como él o todos los suyos, pero al parecer todos los que vivían en la calle tenían historias dolorosas.
– Aún así en ningún otro lugar nos hubiéramos topado – mencionó, tratando de hacerle ver a ella que aunque debió huir de Londres sin importar el destino, ahí en París ahora lo tenía a él – y tienes razón – le sonrió acercándose un poco más a ella – también son cosas que hacen los amigos como nosotros – decir esas palabras le provoco sin embargo un sentimiento agridulce. Claro que quería estar cerca de Nerea pero como su amigo… de eso no estaba tan seguro y aún así, le aseguro que eso eran, todo para no verla entristecerse una vez más.
Quedar en ver el Sena y después ir a Luna Park era una forma de crear la ilusión de que podrían verse de nuevo. El ladrón realmente deseaba que después de separarse ese día, volvieran a encontrarse en un futuro cercano y quien sabía, quizás al final de ese día decidieran un día y un sitio para encontrarse e ir a compartir sus lugares favoritos con el otro.
– Es una promesa entonces – estiró entonces la mano y levantó el dedo meñique en un gesto bastante infantil pero que era usado bastante por él y los suyos. Ninguno de los chicos del grupo de ladrones rompía una promesa una vez que era sellada por el meñique. Si Nerea respondía a su gesto, se dejaría llevar aquel día con mayor serenidad, pensando que después de su separación pronto volvería a verla y que al hacerlo, ambos podrían ser nuevamente felices simplemente con la presencia de otro ser humano.
Los gestos de la joven eran tan trasparentes, tan carentes de un sentido mayor que cada acto que realizaba cerca de Virgile llevaba al ladrón a sentirse apenado o a notar un revoloteo en el estomago que nunca antes experimentará. Se decía claro una y otra vez que se debía a su falta de contacto con mujeres, pero la realidad es que en el fondo estaba experimentando algo más. Hasta verla guiñarle el ojo a manera de broma le puso nervioso, eso aunque él lo había hecho primero. El ladrón simplemente no podía negar que la presencia de Nerea le afectaba de una manera como nunca antes le afecto la de alguna otra persona y contrario a sentirse mal al respecto, le gustó notarlo.
A manera de hacer que Nerea se mantuviera a salvo cuando él no se encontrará presente, Virgile le pidió que robará algo justo como se lo mostró y si bien en un principio creyó que eso era un error, la decisión de Nerea por demostrarle de lo que era capaz, lo llevó a observar desde la distancia cada uno de sus movimientos. La muchacha se mezcló perfectamente con las clientas de un puesto y siguiendo precisamente su método, Nerea logró hacerse de un queso. Emocionado por el éxito de la muchacha, el ladrón se dejó llevar y apenas la vio cerca de él, la abrazo haciéndola elevarse algunos centímetros. La alegría del momento llegó a su fin en el segundo en que él se percato de lo que hacía, provocando que con cuidado la volviese a poner en el suelo y después de unas torpes palabras se alejó con las mejillas sonrojadas a terminar de hacerse de lo que les faltaba para comer.
Una vez que regresó al lado de Nerea, comenzó a pensar en el sitió apropiado al que debían ir. Uno donde nadie les molestara y pudieran preparar la comida lo mejor que pudieran; sin embargo, sus pensamientos quedaron envueltos en la nada justo en el preciso momento en que los ojos de Nerea se posaron sobre los suyos y la frágil mano femenina tomó la suya para comenzar a guiarle por entre las personas.
– Un… un claro me parece lo mejor – susurró, caminando junto a ella y sin saber del todo como no ponerse nervioso – así no estaremos tan lejos de la ciudad y podremos hacer una hoguera sin nadie que nos moleste, ¿Sabes donde esta uno cerca o quieres que te guie yo a uno? – la velocidad de sus pasos se sincronizo con los de Nerea, su mano sujetaba de manera firme la de la muchacha y sus ojos iban del camino que seguían a la muchacha. Ella era realmente hermosa, tanto que Virgile pensaba que verla debía ser lo más cercano a ver un ángel, su ángel.
Virgile- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 28/10/2012
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Re: Escapando [Privado]
Recordar Londres hizo que Nerea se perdiera durante unos minutos en sus propios recuerdos. Cerró los ojos y contuvo el aliento mientras a su cabeza acudían imágenes de cuando era feliz, de cuando su tío se preocupaba por su bienestar y por hacerla sonreír, aunque sus circunstancias no fueran las mejores. Habían pasado varios años desde entonces, pero ahora estaba experimentando una sensación parecida. Con Virgile se sentía segura, a salvo, y eso era algo que no sentía desde hacía demasiado tiempo.
La muchacha tuvo la impresión de que podría pasar todo el tiempo a su lado y no le importaría, en absoluto. La idea de separarse al acabar el día y volver a tener que estar a sola la angustiaba, pero se decidió a disfrutar de la compañía que el ladrón estuviera dispuesto a regalarle, sin pensar en nada más que en eso. No le había importado contarle lo que le había ocurrido en Inglaterra, aunque tan solo fuera a grandes rasgos y sabía perfectamente que le contaría todo lo que él quisiera saber casi sin dudar. Tenía la imperiosa necesidad de que el muchacho la conociera, que lo hiciera mejor que nadie, incluso mejor que sí misma. Se mordió el labio inferior. Tal vez no era más que una tontería, pero eso era lo que sentía, lo que necesitaba, aunque no fuera capaz de expresarlo en voz alta, aunque no se atreviera a hacerlo. Ella quería contarle todo, pero temía abrumar al chico o, todavía peor, aburrirlo y hacer que se diera cuenta que compartir unas cuantas horas con ella no era la mejor de las ideas. Sí, se había dicho que disfrutaría de todo el tiempo que Virgile quisiera regalarle, pero esperaba que fueran, al menos, unas cuantas horas y no solo unos minutos, por lo que no sabía si hacer caso a lo que necesitaba y seguir contándole su historia o callar y dejar que el silencio reinara. Se decidió por una opción intermedia.─¿Siempre has vivido aquí?─le preguntó, clavando su clara mirada en la de él.
─Tienes razón─comentó, volviendo a sonreír y tomando su mano, entrelazando sus dedos con los de él mientras que con su mano libre trazaba dibujos de manera inconsciente sobre la piel de la palma de Virgile.─Me daba igual el destino del barco, solo quería huir─comenzó a decir─Pero me alegro haber venido a París y haberte conocido─le dijo e hizo como él, se acercó más, le dedicó una sonrisa y le dio un beso en la mejilla. Era cierto que él le había dicho que no hiciera esas cosas, pero no había podido evitarlo. No era para darle las gracias o algo parecido, sino que le había apetecido hacerlo y no se había podido contenter.─Sí…amigos como nosotros─repitió sus palabras al separarse y avanzó un par de pasos.
Saber que Virgile quería pasar más tiempo con ella, que quería volver a verla hizo que el corazón de la muchacha se acelerara. Y a consecuencia de eso, su sonrisa se amplió más que nunca, puesto que ahora no solo sonreía por costumbre, sino que le apetecía. El ladrón, a pesar de que lo acababa de conocer, causaba ese efecto en la muchacha. Hacía que no pudiera parar de sonreír, sin importar el motivo. Era su presencia la que causaba esa sonrisa perenne en sus labios.
─Por supuesto que es una promesa─dijo mientras observaba el meñique levantado del chico y se rió, alzando el suyo propio y estrechándolo, moviendo ligeramente su mano, como si de un saludo se tratara. Estaba contenta ante la idea de volver a verlo, de que su encuentro no solo se viera reducido a ese día, al presente inmediato.─Y tengo muchas ganas de cumplirla─añadió. Estaba emocionada, por supuesto que lo estaba. En ese momento no se le ocurría nada mejor que volver a verlo. No había nada que le apeteciera más y cualquier excusa le parecía bien.
Había encontrado pequeños remansos de paz en la ciudad de París, pero ninguno como el que estaba contemplando ahora. Nerea carraspeó levemente porque pensar en lo realmente tranquila que se sentía junto a Virgile hacía que sus mejillas se tintaran de un suave tono rojizo. Contempló al ladrón, observándolo desde el rabillo del ojo. Le gustaba la sonrisa que mostraba su rostro y, en ese instante, supo que haría cualquier cosa que estuviera en su mano para que sonriera siempre. No sabía muy bien por qué, pero lo haría. Eso sin ningún tipo de duda. Tal vez era para compensarle por haberla ayudado, pero algo en su interior le decía que estaba completamente equivocada. Que había mucho más detrás de esa necesidad, pero en ese momento no pensaba perderse ninguno de los gestos del ladrón.
─Entonces estamos de acuerdo, yo también creo que sería el mejor lugar. Podemos hacer una hoguera, como ha dicho, y acurrucarnos junto al fuego mientras comemos. ¡Y te contaré una historia! Mi tío me contaba muchas y recuerdo algunas muy buenas─sonrió y comenzó a caminar, pero se detuvo en seco cuando él le preguntó si sabía de alguno cerca. Lo miró, ladeando la cabeza unos instantes y negó, encogiéndose de hombros.─¿Por qué no me enseñas tú uno?─le pregunté─Te dejo que me sorprendas─añadió, riendo mientras se volvía a acercar a él y tomaba su brazo, acariciando levemente el mismo y apoyando su cabeza en su hombro mientras caminaban.
Estaba emocionada, no solo porque por fin iba a poder comer algo decente, sino por pasar unas cuantas horas con Virgile. Confiaba en él, algo para lo que no tenía explicación, pero lo había hecho desde que lo había visto, antes incluso de que la salvara de aquel tendero y se ofreciera a enseñarle a robar. Había confiado en él cuando sus miradas se cruzaron nada más entrar ella en el mercado, aunque en ese momento no lo sabía. Le contaría una historia, puesto que era el único regalo que podía hacerle. Y para ella era uno de los mejores. Fueron caminando, acompasando su propia respiración a la de otro, pero Nerea se detuvo nada más llegar. Era, sencillamente, un lugar hermoso. El sol se filtraba entre las ramas de cientos árboles tan altos que parecían rozar el cielo, creando claroscuros en el valle. La hierba tenía un color verde extremadamente vivo, solo interrumpido por pequeñas motas multicolores que resultaron ser flores silvestres. La muchacha soltó la mano de Virgile, se descalzó, y corrió por el lugar, persiguiendo a una mariposa azul que parecía estar siguiéndole el juego. Minutos después se dejó caer en la hierba y le hizo un gesto para que se acercara.─Siéntate a mi lado, por favor─le pidió, sin perder ni un segundo la sonrisa─¿Este es uno de tus lugares secretos?─le preguntó─¿Podemos compartirlo?
La muchacha tuvo la impresión de que podría pasar todo el tiempo a su lado y no le importaría, en absoluto. La idea de separarse al acabar el día y volver a tener que estar a sola la angustiaba, pero se decidió a disfrutar de la compañía que el ladrón estuviera dispuesto a regalarle, sin pensar en nada más que en eso. No le había importado contarle lo que le había ocurrido en Inglaterra, aunque tan solo fuera a grandes rasgos y sabía perfectamente que le contaría todo lo que él quisiera saber casi sin dudar. Tenía la imperiosa necesidad de que el muchacho la conociera, que lo hiciera mejor que nadie, incluso mejor que sí misma. Se mordió el labio inferior. Tal vez no era más que una tontería, pero eso era lo que sentía, lo que necesitaba, aunque no fuera capaz de expresarlo en voz alta, aunque no se atreviera a hacerlo. Ella quería contarle todo, pero temía abrumar al chico o, todavía peor, aburrirlo y hacer que se diera cuenta que compartir unas cuantas horas con ella no era la mejor de las ideas. Sí, se había dicho que disfrutaría de todo el tiempo que Virgile quisiera regalarle, pero esperaba que fueran, al menos, unas cuantas horas y no solo unos minutos, por lo que no sabía si hacer caso a lo que necesitaba y seguir contándole su historia o callar y dejar que el silencio reinara. Se decidió por una opción intermedia.─¿Siempre has vivido aquí?─le preguntó, clavando su clara mirada en la de él.
─Tienes razón─comentó, volviendo a sonreír y tomando su mano, entrelazando sus dedos con los de él mientras que con su mano libre trazaba dibujos de manera inconsciente sobre la piel de la palma de Virgile.─Me daba igual el destino del barco, solo quería huir─comenzó a decir─Pero me alegro haber venido a París y haberte conocido─le dijo e hizo como él, se acercó más, le dedicó una sonrisa y le dio un beso en la mejilla. Era cierto que él le había dicho que no hiciera esas cosas, pero no había podido evitarlo. No era para darle las gracias o algo parecido, sino que le había apetecido hacerlo y no se había podido contenter.─Sí…amigos como nosotros─repitió sus palabras al separarse y avanzó un par de pasos.
Saber que Virgile quería pasar más tiempo con ella, que quería volver a verla hizo que el corazón de la muchacha se acelerara. Y a consecuencia de eso, su sonrisa se amplió más que nunca, puesto que ahora no solo sonreía por costumbre, sino que le apetecía. El ladrón, a pesar de que lo acababa de conocer, causaba ese efecto en la muchacha. Hacía que no pudiera parar de sonreír, sin importar el motivo. Era su presencia la que causaba esa sonrisa perenne en sus labios.
─Por supuesto que es una promesa─dijo mientras observaba el meñique levantado del chico y se rió, alzando el suyo propio y estrechándolo, moviendo ligeramente su mano, como si de un saludo se tratara. Estaba contenta ante la idea de volver a verlo, de que su encuentro no solo se viera reducido a ese día, al presente inmediato.─Y tengo muchas ganas de cumplirla─añadió. Estaba emocionada, por supuesto que lo estaba. En ese momento no se le ocurría nada mejor que volver a verlo. No había nada que le apeteciera más y cualquier excusa le parecía bien.
Había encontrado pequeños remansos de paz en la ciudad de París, pero ninguno como el que estaba contemplando ahora. Nerea carraspeó levemente porque pensar en lo realmente tranquila que se sentía junto a Virgile hacía que sus mejillas se tintaran de un suave tono rojizo. Contempló al ladrón, observándolo desde el rabillo del ojo. Le gustaba la sonrisa que mostraba su rostro y, en ese instante, supo que haría cualquier cosa que estuviera en su mano para que sonriera siempre. No sabía muy bien por qué, pero lo haría. Eso sin ningún tipo de duda. Tal vez era para compensarle por haberla ayudado, pero algo en su interior le decía que estaba completamente equivocada. Que había mucho más detrás de esa necesidad, pero en ese momento no pensaba perderse ninguno de los gestos del ladrón.
─Entonces estamos de acuerdo, yo también creo que sería el mejor lugar. Podemos hacer una hoguera, como ha dicho, y acurrucarnos junto al fuego mientras comemos. ¡Y te contaré una historia! Mi tío me contaba muchas y recuerdo algunas muy buenas─sonrió y comenzó a caminar, pero se detuvo en seco cuando él le preguntó si sabía de alguno cerca. Lo miró, ladeando la cabeza unos instantes y negó, encogiéndose de hombros.─¿Por qué no me enseñas tú uno?─le pregunté─Te dejo que me sorprendas─añadió, riendo mientras se volvía a acercar a él y tomaba su brazo, acariciando levemente el mismo y apoyando su cabeza en su hombro mientras caminaban.
Estaba emocionada, no solo porque por fin iba a poder comer algo decente, sino por pasar unas cuantas horas con Virgile. Confiaba en él, algo para lo que no tenía explicación, pero lo había hecho desde que lo había visto, antes incluso de que la salvara de aquel tendero y se ofreciera a enseñarle a robar. Había confiado en él cuando sus miradas se cruzaron nada más entrar ella en el mercado, aunque en ese momento no lo sabía. Le contaría una historia, puesto que era el único regalo que podía hacerle. Y para ella era uno de los mejores. Fueron caminando, acompasando su propia respiración a la de otro, pero Nerea se detuvo nada más llegar. Era, sencillamente, un lugar hermoso. El sol se filtraba entre las ramas de cientos árboles tan altos que parecían rozar el cielo, creando claroscuros en el valle. La hierba tenía un color verde extremadamente vivo, solo interrumpido por pequeñas motas multicolores que resultaron ser flores silvestres. La muchacha soltó la mano de Virgile, se descalzó, y corrió por el lugar, persiguiendo a una mariposa azul que parecía estar siguiéndole el juego. Minutos después se dejó caer en la hierba y le hizo un gesto para que se acercara.─Siéntate a mi lado, por favor─le pidió, sin perder ni un segundo la sonrisa─¿Este es uno de tus lugares secretos?─le preguntó─¿Podemos compartirlo?
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
Nerea se abría ante él de una manera tan sincera, tan transparente y pura que a Virgile le resultaba imposible no responderle tratando de ser de la misma manera. El ladrón sabía que existía un mundo de diferencia entre la pureza de Nerea y la de él, aún así, se esforzaba por ser alguien mejor ante ella como si la mera presencia femenina le diera un sentido completamente nuevo a su existencia. Con todo y que trataba de demostrar lo mejor de si, Virgile no podía evitar sentirse un completo bobo en los momentos donde la mirada de Nerea adquiría un toque de tristeza y dolor ante las preguntas que el ladrón efectuaba, aún así, le gustaba la manera que ella tenía de dejar de lado sus penas y sonreírle nuevamente a pesar del dolor. Virgile quería conocer todo de ella, escuchar sobre sus alegrías y tristezas pero sobre todo, deseaba con todo el corazón poder estar siempre a su lado, protegerla de los peligros que la rodearan y ser el único capaz de ver siempre aquella hermosa sonrisa. A pesar de los deseos que tenía por preguntar más respecto a ella y su vida, el ladrón decidió guardar silencio. Creía que ya le había hecho recordar demasiadas cosas tristes por un día, siendo ese uno de los motivos que lo llevó a sonreír mientras respondía a su interrogante.
– Así es, siempre he vivido aquí – Los ojos de ambos se encontraron y la sonrisa en los labios de Virgile se ensancho – nunca he salido de aquí, por eso es que sé tanto sobre la ciudad – se rió – quizás sé demasiado… debería pensar en viajar un poco ¿No lo crees?
El simple contacto de Nerea le ponía de nervios pero le gustaba. Los ojos de Virgile continuaban fijos en el rostro de la muchacha, mientras que el cosquilleo en su mano le provocaba un revoloteo en el estomago.
– A mi también me alegra mucho que llegarás aquí – la mano que tenía libre la llevó hasta la mejilla de ella para de esa manera acariciarla, siendo sorprendido segundo después por un nuevo beso en su mejilla que trajo de vuelta el sonrojo. La muchacha actuaba de maneras que Virgile no se esperaba y eso le agradaba tanto como le alegraba. Se alegraba también de poder pasar el tiempo con ella y en claro de ser su amigo, aunque fue capaz de notar la molestia que la palabra “amigo” le generaba, al igual que la molestia que le ocasiono el que la distancia entre ambos creciera.
El ladrón quería saberla a salvo, que sus ojos fueran capaces de vigilarla todo el tiempo y su cuerpo de sentirla cerca, sin embargo, sabía que eso no sería siempre posible. Saber que tarde o temprano deberían separarse le ocasionaba una sensación de desagrado que oculto tras una sonrisa y la promesa de volver a verse. Si bien en un inicio su sonrisa fue un intento de ocultar su pesar, la sonrisa de su acompañante provocó que la suya se volviese más natural, más sincera.
– No puedes arrepentirte, tendrás que cumplir esta promesa aunque sea lo último que hagas – advirtió mientras observaba como es que Nerea levantaba también el meñique y lo unía al suyo. Aquel gesto era tan inocente y aún así tan significativo para él, al igual que las palabras que siguieron a la acción – Yo también tengo ganas de cumplirla – y en sus labios se ahogaron más palabras, esas que tenían como finalidad decirle que también tenía ganas de ver su bonito rostro y sonrisa otra vez.
Tratando entonces de centrarse en el presente para disfrutarlo al máximo, Virgile abandonó los sueños del futuro. El joven se concentro entonces en robar, enseñarle a Nerea como hacerlo y disfrutar cada segundo que pasaba a su lado, alegrarse de sus triunfos y dejarse arrastrar por ella cuando pensaron que tenían todo lo necesario para comer. Avanzando entonces a su lado, observando de cuando en cuando su rostro, Virgile sonrió.
– ¡Me encantaría escuchar una historia! Hace tanto que no oigo ninguna – y eso era verdad. El ladrón solo escuchaba de robos, personas a las que debía darles una lección y maneras de eludir a la justicia parisina, así que una historia que no tuviera nada que ver con lo que escuchaba diariamente sería un descanso para su alma.
Hablaban respecto al claro cuando ante la pregunta de él, Nerea se detuvo en seco.
– ¿Pasa algo? – la cuestiono, recibiendo como respuesta una pregunta nueva y después un reto – Tengo en mente el sitio perfecto, te va a encantar – y dicho eso, comenzó a andar con ella sujetando su brazo y recargada en su hombro. El camino hasta el claro que Virgile tenía en mente no era muy largo, pero si un tanto oculto. Aquel lugar al que guiaba a la muchacha era después de todo un sitió sumamente seguro donde pocas personas llegaban – Estamos cerca – le aseguró cuando reconoció un grupo de arboles, los cuales atravesaron para entrar a un lugar completamente diferente y mágico.
En el claro existían una gran variedad de flores silvestres que brindaban un espectáculo maravilloso, al igual que las mariposas que revoloteaban por un lado y otro.
– ¿Te gusta? – preguntó observando a Nerea, quien se quedó inmóvil en el sitio. La mirada del ladrón fue nuevamente al claro y Virgile pensó en que aquel lugar era perfecto para Nerea, poseía mucha de la belleza de la joven, al igual que su pureza. Su teoría se vio respaldada en el preciso instante que la muchacha le soltó la mano y comenzó a correr tras una mariposa color azul. Los ojos del joven la siguieron de un lado a otro, fascinado por como es que ella encajaba a la perfección con el pensamiento que antes tuviera de ella sobre los ángeles. Los pies de Virgile permanecieron inmóviles en el sitio mientras que su corazón latía desbocado en su pecho y las ganas de correr tras ella para rodearle con sus brazos lo atacaban. Para fortuna de él, Nerea se dejó caer en el suelo poco después de que ese deseo lo atacará y fueron las palabras de ella las que lo sacaron del embrujo en que se encontraba – Ya… ya voy – respondió sacudiendo un poco la cabeza y llevando todo el botín adquirido hasta donde la muchacha se encontraba.
Una carcajada se le escapo al escuchar como es que ella le pedía compartir aquel sitio.
– Es uno de mis lugares secretos, sí – la miró de reojo, mientras que se sentaba a su lado para comenzar a arrancar la hierba del sitió donde planeaba hacer la hoguera – y de no pensar en compartirlo, no te hubiera traído – volvió a mirarla, esta vez más directamente – este sitio va contigo – le sonrió – eres tan hermosa como este lugar – al darse cuenta de lo que acababa de decir y de la manera en que estaba tan perdido en los ojos de Nerea, Virgile carraspeo, desviando la mirada a las hierbas que tenía que continuar arrancando – este será nuestro lugar secreto ¿Te parece? – soltó antes de volver a arrancar hierba.
– Así es, siempre he vivido aquí – Los ojos de ambos se encontraron y la sonrisa en los labios de Virgile se ensancho – nunca he salido de aquí, por eso es que sé tanto sobre la ciudad – se rió – quizás sé demasiado… debería pensar en viajar un poco ¿No lo crees?
El simple contacto de Nerea le ponía de nervios pero le gustaba. Los ojos de Virgile continuaban fijos en el rostro de la muchacha, mientras que el cosquilleo en su mano le provocaba un revoloteo en el estomago.
– A mi también me alegra mucho que llegarás aquí – la mano que tenía libre la llevó hasta la mejilla de ella para de esa manera acariciarla, siendo sorprendido segundo después por un nuevo beso en su mejilla que trajo de vuelta el sonrojo. La muchacha actuaba de maneras que Virgile no se esperaba y eso le agradaba tanto como le alegraba. Se alegraba también de poder pasar el tiempo con ella y en claro de ser su amigo, aunque fue capaz de notar la molestia que la palabra “amigo” le generaba, al igual que la molestia que le ocasiono el que la distancia entre ambos creciera.
El ladrón quería saberla a salvo, que sus ojos fueran capaces de vigilarla todo el tiempo y su cuerpo de sentirla cerca, sin embargo, sabía que eso no sería siempre posible. Saber que tarde o temprano deberían separarse le ocasionaba una sensación de desagrado que oculto tras una sonrisa y la promesa de volver a verse. Si bien en un inicio su sonrisa fue un intento de ocultar su pesar, la sonrisa de su acompañante provocó que la suya se volviese más natural, más sincera.
– No puedes arrepentirte, tendrás que cumplir esta promesa aunque sea lo último que hagas – advirtió mientras observaba como es que Nerea levantaba también el meñique y lo unía al suyo. Aquel gesto era tan inocente y aún así tan significativo para él, al igual que las palabras que siguieron a la acción – Yo también tengo ganas de cumplirla – y en sus labios se ahogaron más palabras, esas que tenían como finalidad decirle que también tenía ganas de ver su bonito rostro y sonrisa otra vez.
Tratando entonces de centrarse en el presente para disfrutarlo al máximo, Virgile abandonó los sueños del futuro. El joven se concentro entonces en robar, enseñarle a Nerea como hacerlo y disfrutar cada segundo que pasaba a su lado, alegrarse de sus triunfos y dejarse arrastrar por ella cuando pensaron que tenían todo lo necesario para comer. Avanzando entonces a su lado, observando de cuando en cuando su rostro, Virgile sonrió.
– ¡Me encantaría escuchar una historia! Hace tanto que no oigo ninguna – y eso era verdad. El ladrón solo escuchaba de robos, personas a las que debía darles una lección y maneras de eludir a la justicia parisina, así que una historia que no tuviera nada que ver con lo que escuchaba diariamente sería un descanso para su alma.
Hablaban respecto al claro cuando ante la pregunta de él, Nerea se detuvo en seco.
– ¿Pasa algo? – la cuestiono, recibiendo como respuesta una pregunta nueva y después un reto – Tengo en mente el sitio perfecto, te va a encantar – y dicho eso, comenzó a andar con ella sujetando su brazo y recargada en su hombro. El camino hasta el claro que Virgile tenía en mente no era muy largo, pero si un tanto oculto. Aquel lugar al que guiaba a la muchacha era después de todo un sitió sumamente seguro donde pocas personas llegaban – Estamos cerca – le aseguró cuando reconoció un grupo de arboles, los cuales atravesaron para entrar a un lugar completamente diferente y mágico.
En el claro existían una gran variedad de flores silvestres que brindaban un espectáculo maravilloso, al igual que las mariposas que revoloteaban por un lado y otro.
– ¿Te gusta? – preguntó observando a Nerea, quien se quedó inmóvil en el sitio. La mirada del ladrón fue nuevamente al claro y Virgile pensó en que aquel lugar era perfecto para Nerea, poseía mucha de la belleza de la joven, al igual que su pureza. Su teoría se vio respaldada en el preciso instante que la muchacha le soltó la mano y comenzó a correr tras una mariposa color azul. Los ojos del joven la siguieron de un lado a otro, fascinado por como es que ella encajaba a la perfección con el pensamiento que antes tuviera de ella sobre los ángeles. Los pies de Virgile permanecieron inmóviles en el sitio mientras que su corazón latía desbocado en su pecho y las ganas de correr tras ella para rodearle con sus brazos lo atacaban. Para fortuna de él, Nerea se dejó caer en el suelo poco después de que ese deseo lo atacará y fueron las palabras de ella las que lo sacaron del embrujo en que se encontraba – Ya… ya voy – respondió sacudiendo un poco la cabeza y llevando todo el botín adquirido hasta donde la muchacha se encontraba.
Una carcajada se le escapo al escuchar como es que ella le pedía compartir aquel sitio.
– Es uno de mis lugares secretos, sí – la miró de reojo, mientras que se sentaba a su lado para comenzar a arrancar la hierba del sitió donde planeaba hacer la hoguera – y de no pensar en compartirlo, no te hubiera traído – volvió a mirarla, esta vez más directamente – este sitio va contigo – le sonrió – eres tan hermosa como este lugar – al darse cuenta de lo que acababa de decir y de la manera en que estaba tan perdido en los ojos de Nerea, Virgile carraspeo, desviando la mirada a las hierbas que tenía que continuar arrancando – este será nuestro lugar secreto ¿Te parece? – soltó antes de volver a arrancar hierba.
Virgile- Humano Clase Baja
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Re: Escapando [Privado]
El pasado era algo que, a pesar del paso del tiempo, siempre estaba sobre los hombros de la muchacha. Se había tenido que acostumbrar a su peso, aunque en ocasiones se le hacía demasiado duro sostener semejante carga y no podía evitar descargar lágrimas amargas cuando la soledad se hacía tan presente que, incluso, la asfixiaba. No recordaba con exactitud la última vez que se había sentido protegida, que alguien había estado a su lado cuidándola. A pesar de su corta edad, hacía demasiado que nadie se preocupaba por ella y que tenía que sobrevivir en las calles, ya fueran las de Londres o las de París, por sus propios medios. No le gustaba robar, no le gustaba que la miraran de manera acusadora tan solo por ir con un vestido viejo y sucio, pero no podía hacer nada para evitarlo. Intentaba no hacer caso a esas miradas, pero en ocasiones no podía evitar que se le clavaran en el alma, desgarrándola poco a poco. Tuvo ganas de refugiarse en los brazos de Virgile, de hundir su rostro en su pecho y llorar mientras sentía sus brazos rodeándole la cintura, pero se contuvo. A pesar de que sentía que con él nada malo podría ocurrirle y que necesitaba sentir su calor envolviéndola, se contuvo y se limitó a intentar sonreír de nuevo, como si su pasado no le afectara para nada.
─Me ensañarás todos los secretos de esta ciudad ¿vale?─le pidió, ilusionada, aunque no sabía si era por poder llegar a conocer todo lo que la ciudad escondía o por poder pasar más tiempo junto al ladrón. ─En los barcos te mareas─comentó, recordando los primeros días de travesía, escondida en el almacén en el que se encontraban los bártulos de los viajantes.─¿Es que quieres alejarte de aquí?─le preguntó, preocupada por volver a quedarse sola, pero no podía reprocharle nada. Ella misma había huido de su ciudad natal y no tenía derecho a pedirle nada a él.
Nerea se mordió el labio inferior al sentir de manera prolongada su mirada sobre la de ella. La ponía nerviosa, pero le gustaba. Al igual que el calor que sentía en la mano que él sostenía. Respiró hondo y volvió a regalarle una sonrisa.
─¿De verdad?─le preguntó, ilusionada─Normalmente nadie suele alegrarse de tenerme cerca. O al menos, hace demasiado que nadie lo hace─comentó, encogiéndose de hombros, pero no fue capaz de decir nada más porque Virgile acarició su mejilla y el mundo se detuvo para ella. Incluso se olvidó de respirar durante unos segundos, contuvo el aliento. Junto a él todo parecía tan fácil que todo lo demás dejaba de tener importancia. Se alegraba de que el barco en el que se coló tuviera como destino esa ciudad, porque de lo contrario no lo habría conocido.
La muchacha rió, mientras asentía ante las palabras del chico.─No me voy a arrepentir, de verdad. Puede que el que se arrepienta seas tú cuando vaya a buscarte porque quiero conocer todos los rincones de la ciudad─susurró, aunque lo que no dijo es que también quería conocerlo a él, descubrir todo lo que le permitiera. En su lugar calló, esbozó de nuevo una sonrisa y selló la promesa uniendo el dedo meñique al del ladrón.
A la joven le encantaban los cuentos, siempre le habían gustado, aunque no supiera leer. Su imaginación inventaba historias para evadir una realidad que la agobiaba, que la entristecía. Esos cuentos lograban transportarla a una época en la que era feliz, recordaba a su tío arropándola y contándole mil y una aventuras antes de dormir. Lo echaba de menos, mucho, y tal vez por eso rememoraba esas historias que le contaba o se inventaba otras nuevas.
─Entonces trato hecho─comenzó a decir, sonriendo─Te contaré la mejor historia que tengo. Mi favorita─dijo, mientras daba un par de palmadas, entusiasmada ante la idea. Coleccionaba en su memoria miles de cuentos, pero tenía uno que era el que más le gustaba, aunque no sabía muy bien por qué. Quizás porque de pequeña le gustaba soñar despierta e imaginar que era ella la protagonista. No lo sabía.
La muchacha sacudió la cabeza a modo de contestación a la pregunta de Virgile. No, no pasaba nada. O al menos nada que mereciera más atención en ese momento que el ladrón.─Confío en ti─le dijo cuando él le comentó que tenía en mente el lugar perfecto para pasar un rato, hacer una hoguera, comer y, sobre todo, estar juntos. Aunque tal vez eso solo estuviera en la mente de la chiquilla. Caminó a su lado, apoyándose en su hombro y permitiéndose cerrar los ojos unos segundos mientras aspiraba su olor. Quería grabarlo a fuego en su mente, no olvidarse nunca de él. Aunque no lo haría, pudieran cumplir su promesa o no.
Cuando llegaron, Nerea se quedó asombrada. No se esperaba un lugar así, era…sencillamente perfecto.─Es mágico─susurró mientras soltaba la mano de Virgile y corría por el claro, persiguiendo la mariposa, riendo…disfrutando como hacía tiempo que no hacía. Entre risas se dejó caer al suelo y le hizo un gesto para que se sentara a su lado. Se descalzó, dejando que la hierba fresca acariciara sus pies. Observó lo que el chico hacía y lo ayudó, arrancando ella también algunas hojas para que el muchacho pudiera hacer la hoguera. Cuando acabó, se dedicó a preparar todo lo que habían robado, mientras esperaba que él encendiera el fuego. Ese sitio hacía que se sintiera en paz, algo a lo que no estaba acostumbrada, pero una voz en su cabeza le decía que se sentiría así en cualquier lugar al que él la hubiera llevado. Le decía que era la presencia del ladrón la que le hacía sentirse así. Tragó saliva y observó por el rabillo del ojos a su amigo. No le gustaba esa palabra, hacía que algo en su interior se removiera, pero no iba a pensar en eso ahora. Quería disfrutar de ese lugar, de él.
─Gracias por compartirlo conmigo─le dijo, mientras lo abrazaba por la espalda, recostando su cabeza en el hueco que quedaba entre el cuello y el hombro del muchacho. Se sonrojó, sin poder evitarlo, cuando él le dijo que era hermosa. Nunca nadie le había dicho algo así y que fuera Virgile el que lo hubiera hecho…hacía que cientos de mariposas como la que había perseguido se instalaran en su estómago.─No soy hermosa─susurró, desviando la mirada y volviendo a sentarse a su lado.─Hermosas son las muchachas de aquí, de París. Ellas son tan…delicadas, frágiles…Cualquiera caería rendido a sus pies, yo solo soy una muchacha que siempre pasa desapercibida─murmuró mientras jugueteaba con unas flores silvestres que allí crecían. Arrancó una y se la colocó en el cabello. Ese tipo de adornos era a lo más que ella podía aspirar.
─Me ensañarás todos los secretos de esta ciudad ¿vale?─le pidió, ilusionada, aunque no sabía si era por poder llegar a conocer todo lo que la ciudad escondía o por poder pasar más tiempo junto al ladrón. ─En los barcos te mareas─comentó, recordando los primeros días de travesía, escondida en el almacén en el que se encontraban los bártulos de los viajantes.─¿Es que quieres alejarte de aquí?─le preguntó, preocupada por volver a quedarse sola, pero no podía reprocharle nada. Ella misma había huido de su ciudad natal y no tenía derecho a pedirle nada a él.
Nerea se mordió el labio inferior al sentir de manera prolongada su mirada sobre la de ella. La ponía nerviosa, pero le gustaba. Al igual que el calor que sentía en la mano que él sostenía. Respiró hondo y volvió a regalarle una sonrisa.
─¿De verdad?─le preguntó, ilusionada─Normalmente nadie suele alegrarse de tenerme cerca. O al menos, hace demasiado que nadie lo hace─comentó, encogiéndose de hombros, pero no fue capaz de decir nada más porque Virgile acarició su mejilla y el mundo se detuvo para ella. Incluso se olvidó de respirar durante unos segundos, contuvo el aliento. Junto a él todo parecía tan fácil que todo lo demás dejaba de tener importancia. Se alegraba de que el barco en el que se coló tuviera como destino esa ciudad, porque de lo contrario no lo habría conocido.
La muchacha rió, mientras asentía ante las palabras del chico.─No me voy a arrepentir, de verdad. Puede que el que se arrepienta seas tú cuando vaya a buscarte porque quiero conocer todos los rincones de la ciudad─susurró, aunque lo que no dijo es que también quería conocerlo a él, descubrir todo lo que le permitiera. En su lugar calló, esbozó de nuevo una sonrisa y selló la promesa uniendo el dedo meñique al del ladrón.
A la joven le encantaban los cuentos, siempre le habían gustado, aunque no supiera leer. Su imaginación inventaba historias para evadir una realidad que la agobiaba, que la entristecía. Esos cuentos lograban transportarla a una época en la que era feliz, recordaba a su tío arropándola y contándole mil y una aventuras antes de dormir. Lo echaba de menos, mucho, y tal vez por eso rememoraba esas historias que le contaba o se inventaba otras nuevas.
─Entonces trato hecho─comenzó a decir, sonriendo─Te contaré la mejor historia que tengo. Mi favorita─dijo, mientras daba un par de palmadas, entusiasmada ante la idea. Coleccionaba en su memoria miles de cuentos, pero tenía uno que era el que más le gustaba, aunque no sabía muy bien por qué. Quizás porque de pequeña le gustaba soñar despierta e imaginar que era ella la protagonista. No lo sabía.
La muchacha sacudió la cabeza a modo de contestación a la pregunta de Virgile. No, no pasaba nada. O al menos nada que mereciera más atención en ese momento que el ladrón.─Confío en ti─le dijo cuando él le comentó que tenía en mente el lugar perfecto para pasar un rato, hacer una hoguera, comer y, sobre todo, estar juntos. Aunque tal vez eso solo estuviera en la mente de la chiquilla. Caminó a su lado, apoyándose en su hombro y permitiéndose cerrar los ojos unos segundos mientras aspiraba su olor. Quería grabarlo a fuego en su mente, no olvidarse nunca de él. Aunque no lo haría, pudieran cumplir su promesa o no.
Cuando llegaron, Nerea se quedó asombrada. No se esperaba un lugar así, era…sencillamente perfecto.─Es mágico─susurró mientras soltaba la mano de Virgile y corría por el claro, persiguiendo la mariposa, riendo…disfrutando como hacía tiempo que no hacía. Entre risas se dejó caer al suelo y le hizo un gesto para que se sentara a su lado. Se descalzó, dejando que la hierba fresca acariciara sus pies. Observó lo que el chico hacía y lo ayudó, arrancando ella también algunas hojas para que el muchacho pudiera hacer la hoguera. Cuando acabó, se dedicó a preparar todo lo que habían robado, mientras esperaba que él encendiera el fuego. Ese sitio hacía que se sintiera en paz, algo a lo que no estaba acostumbrada, pero una voz en su cabeza le decía que se sentiría así en cualquier lugar al que él la hubiera llevado. Le decía que era la presencia del ladrón la que le hacía sentirse así. Tragó saliva y observó por el rabillo del ojos a su amigo. No le gustaba esa palabra, hacía que algo en su interior se removiera, pero no iba a pensar en eso ahora. Quería disfrutar de ese lugar, de él.
─Gracias por compartirlo conmigo─le dijo, mientras lo abrazaba por la espalda, recostando su cabeza en el hueco que quedaba entre el cuello y el hombro del muchacho. Se sonrojó, sin poder evitarlo, cuando él le dijo que era hermosa. Nunca nadie le había dicho algo así y que fuera Virgile el que lo hubiera hecho…hacía que cientos de mariposas como la que había perseguido se instalaran en su estómago.─No soy hermosa─susurró, desviando la mirada y volviendo a sentarse a su lado.─Hermosas son las muchachas de aquí, de París. Ellas son tan…delicadas, frágiles…Cualquiera caería rendido a sus pies, yo solo soy una muchacha que siempre pasa desapercibida─murmuró mientras jugueteaba con unas flores silvestres que allí crecían. Arrancó una y se la colocó en el cabello. Ese tipo de adornos era a lo más que ella podía aspirar.
Nerea A. Bennet- Humano Clase Baja
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: Escapando [Privado]
El pasado los perseguía a ambos, quizás no de la misma manera a los dos pero ahí estaba, causando estragos en el presente de los jóvenes que por azares del destino se habían encontrado aquel día. La compañía de Nerea incitaba a Virgile a olvidar el pasado y vivir el presente. A su lado el ladrón olvidaba completamente de que pronto deberían separarse y sobre todo olvidaba que tendría que regresar a su vida delictiva, esa que siempre le había gustado pero que al lado de la rubia le pesaba tanto. El muchacho había enseñado a Nerea como robar, sin embargo, su enseñanza había estado orientada simplemente a evitar que ella fuera capturada y pudiera conseguir lo necesario para vivir el día a día, él en cambio, robaba solo por el placer de hacerlo y porque podía.
Alejando una vez más todos los oscuros pensamientos de su mente, Virgile dejó que la sonrisa de Nerea llenara de luz su día y en respuesta a su sonrisa, el ladrón le dedico una.
– Por supuesto que te enseñare todos los secretos de París, no hace falta que me lo pidas – se encogió de hombros y desvió la mirada – Igual pensaba llevarte a los mejores lugares de la ciudad, te volverás una experta en estas calles y sabrás donde ocultarte de aquellos que traten de atraparte o hacerte daño – al pronunciar las ultimas palabras, el estomago le dio un vuelco. Realmente no quería verla en peligro, no quería saber que debía luchar por su vida y era por eso que imaginarla en su ciudad natal, donde él no estaba cerca para protegerla le hacía sentir aún peor. Virgile llevaba apenas unas horas de conocerla y aún así, ya deseaba protegerla por siempre de todos los males del mundo, incluso de él mismo si era necesario. La pregunta de la muchacha respecto a si él quería irse la respondió primero con una negativa firme de su cabeza – No voy a irme, antes lo pensaba mucho pero ahora no quiero siquiera pensarlo – la idea de viajar le parecía entretenida pero no quería hacerlo mientras tuviera que dejar detrás a Nerea. Cuando viajara fuera de París le pediría a la muchacha que lo acompañara.
La sonrisa en el rostro del ladrón se amplió al ver que decirle que le agradaba su compañía la volvía feliz.
– Claro que digo la verdad y puede que no tuvieras a alguien que se alegre de tenerte cerca, pero ahora me tienes a mi – garantizó alejando su mano de la mejilla femenina y dándose un golpe en el pecho, poniendo cara solemne – Y nunca me arrepentiría de llevar a una muchacha como tú a conocer todo París, será más bien un enorme placer ver que vas a buscarme – Pensó en todos sus compañeros y en como se pondrían al ver que era buscado por una chica. Seguro que todos enloquecerían y no dejarían a Nerea en paz ni un segundo. Una mueca apareció entonces en su rostro – Pero será mejor que yo te busque, no quiero que los demás te vean – No porque se avergonzara de ella o de la relación de amistad que llevarían, sino que no la quería cerca de nadie más que no fuera él.
Una vez que el trato respecto a la historia que Nerea le contaría, Virgile comenzó a guiarla entusiasmado. Las manos de ambos se mantenían unidas y Nerea garantizaba confiar en él, así que el viaje rumbo al lugar secreto del ladrón no pudo ser más placentero. El francés no quería dejar ir nunca la mano de Nerea, no quería dejar de verla y mucho menos quería dejar de escuchar su voz. Ella lo calmaba, lo hacía feliz meramente con su presencia y aunque le resultaba extraño todo eso al ladrón, no le era desagradable en lo más mínimo. Durante su andanza, la rubia recargó su cabeza en Virgile, algo que hizo sonreír al ladrón quien para ese instante ya se sentía el hombre más feliz y dichoso de la tierra. Dicha y felicidad que no hizo más que aumentar en el instante que llegaron al claro repleto de flores.
Nerea relucía en aquel lugar. Atraía a Virgile incluso más de lo que lo hiciera segundos atrás, provocando que el ladrón usara toda su fuerza de voluntad para no ir a abrazarla o besarla. Pensar en cualquiera de esas dos cosas le hizo sonrojar. No debían pensarse esas cosas cuando se era amigo de alguien, sin importar que ese alguien fuera un ser tan puro y hermoso como Nerea, a quien debía forzarse a ver como amiga aunque algo dentro de él la quisiera a su lado como algo más.
Cuando fue llamado por ella, el francés desterró todos esos pensamientos de su mente y se enfoco en encender la fogata para cocinar. Una tras otra las hierbas eran arrancadas con cuidado por él, pero fue el momento en que Nerea le abrazo por la espalda cuando su misión se interrumpió y una vez más sus pensamientos volaron en otra dirección. Su corazón latía como loco en su pecho y de sus labios salieron las primeras palabras que se le vinieron a la mente, esas que aseguraban a la muchacha que era hermosa. La respuesta que le dio Nerea le hizo mirarla de soslayo. No sabía de donde era que ella sacaba esas ideas tan equivocadas, para él, ella era la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto alguna vez y como ya lo había dicho una vez, ¿Qué más daba decirlo otra?
– Claro que eres hermosa – su voz sonó más firme en esa ocasión – Eres más hermosa que cualquier muchacha de París y tu no necesitas ropas caras, peinados extravagantes o listones – dijo estirando su mano para acomodar bien la flor que ella había dejado en sus cabellos – Con solo esta pequeña flor luces perfecta – y dicho eso le sonrió. Ya no se sentía avergonzado de sus palabras por el contrario, se sentía sumamente satisfecho y dispuesto a mostrarle a Nerea que sin duda alguna ella era la mujer más bonita de todo París.
Alejando una vez más todos los oscuros pensamientos de su mente, Virgile dejó que la sonrisa de Nerea llenara de luz su día y en respuesta a su sonrisa, el ladrón le dedico una.
– Por supuesto que te enseñare todos los secretos de París, no hace falta que me lo pidas – se encogió de hombros y desvió la mirada – Igual pensaba llevarte a los mejores lugares de la ciudad, te volverás una experta en estas calles y sabrás donde ocultarte de aquellos que traten de atraparte o hacerte daño – al pronunciar las ultimas palabras, el estomago le dio un vuelco. Realmente no quería verla en peligro, no quería saber que debía luchar por su vida y era por eso que imaginarla en su ciudad natal, donde él no estaba cerca para protegerla le hacía sentir aún peor. Virgile llevaba apenas unas horas de conocerla y aún así, ya deseaba protegerla por siempre de todos los males del mundo, incluso de él mismo si era necesario. La pregunta de la muchacha respecto a si él quería irse la respondió primero con una negativa firme de su cabeza – No voy a irme, antes lo pensaba mucho pero ahora no quiero siquiera pensarlo – la idea de viajar le parecía entretenida pero no quería hacerlo mientras tuviera que dejar detrás a Nerea. Cuando viajara fuera de París le pediría a la muchacha que lo acompañara.
La sonrisa en el rostro del ladrón se amplió al ver que decirle que le agradaba su compañía la volvía feliz.
– Claro que digo la verdad y puede que no tuvieras a alguien que se alegre de tenerte cerca, pero ahora me tienes a mi – garantizó alejando su mano de la mejilla femenina y dándose un golpe en el pecho, poniendo cara solemne – Y nunca me arrepentiría de llevar a una muchacha como tú a conocer todo París, será más bien un enorme placer ver que vas a buscarme – Pensó en todos sus compañeros y en como se pondrían al ver que era buscado por una chica. Seguro que todos enloquecerían y no dejarían a Nerea en paz ni un segundo. Una mueca apareció entonces en su rostro – Pero será mejor que yo te busque, no quiero que los demás te vean – No porque se avergonzara de ella o de la relación de amistad que llevarían, sino que no la quería cerca de nadie más que no fuera él.
Una vez que el trato respecto a la historia que Nerea le contaría, Virgile comenzó a guiarla entusiasmado. Las manos de ambos se mantenían unidas y Nerea garantizaba confiar en él, así que el viaje rumbo al lugar secreto del ladrón no pudo ser más placentero. El francés no quería dejar ir nunca la mano de Nerea, no quería dejar de verla y mucho menos quería dejar de escuchar su voz. Ella lo calmaba, lo hacía feliz meramente con su presencia y aunque le resultaba extraño todo eso al ladrón, no le era desagradable en lo más mínimo. Durante su andanza, la rubia recargó su cabeza en Virgile, algo que hizo sonreír al ladrón quien para ese instante ya se sentía el hombre más feliz y dichoso de la tierra. Dicha y felicidad que no hizo más que aumentar en el instante que llegaron al claro repleto de flores.
Nerea relucía en aquel lugar. Atraía a Virgile incluso más de lo que lo hiciera segundos atrás, provocando que el ladrón usara toda su fuerza de voluntad para no ir a abrazarla o besarla. Pensar en cualquiera de esas dos cosas le hizo sonrojar. No debían pensarse esas cosas cuando se era amigo de alguien, sin importar que ese alguien fuera un ser tan puro y hermoso como Nerea, a quien debía forzarse a ver como amiga aunque algo dentro de él la quisiera a su lado como algo más.
Cuando fue llamado por ella, el francés desterró todos esos pensamientos de su mente y se enfoco en encender la fogata para cocinar. Una tras otra las hierbas eran arrancadas con cuidado por él, pero fue el momento en que Nerea le abrazo por la espalda cuando su misión se interrumpió y una vez más sus pensamientos volaron en otra dirección. Su corazón latía como loco en su pecho y de sus labios salieron las primeras palabras que se le vinieron a la mente, esas que aseguraban a la muchacha que era hermosa. La respuesta que le dio Nerea le hizo mirarla de soslayo. No sabía de donde era que ella sacaba esas ideas tan equivocadas, para él, ella era la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto alguna vez y como ya lo había dicho una vez, ¿Qué más daba decirlo otra?
– Claro que eres hermosa – su voz sonó más firme en esa ocasión – Eres más hermosa que cualquier muchacha de París y tu no necesitas ropas caras, peinados extravagantes o listones – dijo estirando su mano para acomodar bien la flor que ella había dejado en sus cabellos – Con solo esta pequeña flor luces perfecta – y dicho eso le sonrió. Ya no se sentía avergonzado de sus palabras por el contrario, se sentía sumamente satisfecho y dispuesto a mostrarle a Nerea que sin duda alguna ella era la mujer más bonita de todo París.
Virgile- Humano Clase Baja
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