Una noche de lluvia [privado]

La noche hacía ya horas que había cubierto la ciudad de París con su oscuro manto. El cielo estaba encapotado, no se veía ni una sola estrella que lograra consolar a la muchacha de cabellos rubios y el viento helado se colaba por los descosidos de su ropa, haciendo que no pudiera entrar en calor ni tumbada agarrándose a sus rodillas. Su cuerpo entero temblaba, sus dientes castañeaban y no conseguía que el cansancio la venciera y, de esa forma, sumirse en un profundo sueño. Había sido un día agotador, pero todos solían ser así. Eso no le importaba, no se quejaba si tenía que trabajar. De hecho…deseaba que alguien le ofreciera un buen plato de comida a cambio de fregar el suelo o algo por el estilo, pero eso no ocurría por más que lo intentaba. Incluso comenzaba a pensar que algo así solo era posible en Londres, en las zonas donde se encontraban personas a las que su tío confesaba y la conocían. En París todo era distinto, hermoso, pero distinto. Y no sabía si conseguiría adaptarse al cambio.

Cerró los ojos y se removió inquieta, dejando que un suspiro se escapara de sus labios. Fue entonces cuando la primera gota cayó sobre su frente. Se incorporó de inmediato, temiendo lo peor. En pocos segundos, París se vio envuelta en una cortina de agua que empañaban los cristales de las ventanas de las casas y hacían resbaladizos los adoquines del suelo. Nerea corrió y corrió, intentando resguardarse de la lluvia. Las pocas personas que a esas se encontraban en la calle la miraban como si tuviera la peste o algo parecido. La muchacha ni se molestó en preguntar si podían ayudarla, conocía muy bien esos gestos y sabía que no lo harían. En su lugar corrió y corrió, mientras notaba como sus cabellos comenzaban a empaparse y su ropaje corría la misma suerte.

A lo lejos vio a una mujer que trataba de descolgar la ropa antes de que terminara completamente empapada, tal y como estaba Nerea en ese momento.─¿Puedo ayudarla, señora?─le preguntó la joven, tiritando─Solo le pido que me deje calentarme al calor del lumbre, por favor…La noche es fría y mi vestido está empapado─la mujer, al igual que los hombres que había visto en la calle, solo se limitó a mirarla, mientras sacudía la cabeza y le cerraba la puerta sin contemplación alguna. Nerea tragó saliva y continuó caminando. Ya no corría, su mirada estaba fija en sus pies mientras intentaba controlar las lágrimas e intentaba dar con alguna solución.

Un rato después, cuando ya no podía estar más empapada, divisó una iglesia a lo lejos. Se mordió el labio inferior, recordando el calor que sentía en Inglaterra, cuando su tío, el sacerdote de la Iglesia a la que acudían muchos de sus conocidos, la abrazaba y la consolaba cuando, en noches exactamente igual a esa, el sueño se le resistía y el frío y el miedo hacían que fuera a buscarlo para que le contara un cuento y la cubriera con una manta calentita, quedándose a su lado hasta que el sueño la venciera. No se lo pensó dos veces y acudió hasta la entrada lateral de la iglesia que veía. Dentro no había nadie, o al menos eso le pareció a ella, por lo que cruzó la estancia, sin darse cuenta de que dejaba un rastro de agua a su paso, hasta la zona más oscura de la casa de Dios. Se acurrucó en una esquina, abrazando sus rodillas y con la espalda en la pared. Posó la frente en la misma y cerró los ojos. Poco a poco el cansancio le hizo mella y se quedó dormida, aunque su ropa y su cabello seguían empapados.

Poco a poco, a pesar de estar completamente empapada, Nerea se fue quedando dormida. El miedo a las tormentas y el haber estado varios días durmiendo a ratos, con un ojo abierto y atenta a cada ruido que se escuchaba en medio de la noche, por si alguien se acercaba a ella y tenía que salir corriendo, habían hecho que no descansara demasiado. Y eso se iba notando, estaba realmente cansada, por lo que se durmió en esa posición, acurrucada, con sus brazos rodeando sus propias rodillas y la cabeza apoyada en la pared.

Estaba tan agotada física y mentalmente que se dejó llevar completamente por los brazos de Morfeo, sin percatarse de que no estaba sola en esa Iglesia. No se había parado a pensar en que, quizás, alguien como ella no era bienvenida allí, que su presencia podía asquear a cualquiera que se acercara hasta allí para hablar con Dios. No era agradable tener como compañía a una muchacha sucia, completamente empapada y exhausta.

Sin embargo, no se le había ocurrido otro lugar al que acudir. Necesitaba un techo que la cobijara, que la protegiera de la lluvia y en el que poder dormir sin estar despertándose cada dos por tres, sobresaltada, temiendo que algún indeseable se acercara. No iban a poder robarle, no tenía nada, pero le aterraba la idea de despertar y ver, antes de poder ser plenamente consciente, unos grandes ojos observándola.

El cuerpecillo de Nerea tiritaba, fruto del frío que allí hacía y de estar completamente mojada, pero, al menos, se sentía segura. Y por eso se había dejado vencer por el sueño sin intentar combatirlo. Estaba agotada, necesitaba poder descansar o no duraría mucho en las calles de París.

No se dio cuenta de que alguien se acercó hasta donde ella estaba y la tomó en brazos, caminando por la iglesia. No se dio cuenta porque llevaba demasiado tiempo sin descansar y su cuerpo y su mente estaban enfrascados en el mundo de los sueños. Pero todo cambió cuando una voz le habló y ella comenzó a removerse, hasta terminar despertando.  

Cuando se despertó completamente, cuando fue consciente de que algo había cambiado, miró a su alrededor, asustada, hasta clavar la mirada en la figura masculina que tenía delante.─¡No me haga nada, por favor!─pidió─Solo quiero dormir, estoy cansada y fuera llueve. Sé qué mi presencia no es bienvenida en una iglesia tan bonita, pero por favor…No dejaré que nadie me vea, se lo prometo, pero no me haga nada, no me eche─dijo y fue entonces cuando se dio cuenta de las palabras pronunciadas por el hombre.─¿En…la cama?─lo miró confundida, pero pronto la chimenea llamó su atención─Si me deja que entre en calor le prometo que me marcharé, señor. No quiero ser una molestia.

Nerea se habría hecho un ovillo sobre ella misma si el miedo a que la echaran de la iglesia no hubiera paralizado todos y cada uno de los músculos de su cuerpecillo. En su lugar, tragó saliva y miró a los ojos al hombre que le estaba hablando.

Su empapado ropaje cayó como una losa contra su cuerpo. Era como si hasta ese momento no se hubiera dado cuenta de que estaba mojada, o como si lo hubiera olvidado, acostumbrada ya a convivir con los caprichos del clima. Llovizna, tormentas, un sol de justicia…Daba igual, ella siempre tenía que resistir lo que la naturaleza mandara. No le quedaba más remedio que hacerlo, pero esa noche, ante la amenaza de una fuerte tormenta, ante la posibilidad de rayos y truenos estallando sobre su cabeza, había corrido en busca de algo de auxilio. Una desesperada llamada de socorro que solo había encontrado respuesta en esa iglesia. ─No puedo caer enferma─musitó─No sobreviviría en las calles de ser así─añadió, desviando la mirada, preocupada.

Observó lo que el hombre estaba haciendo y miró con curiosidad por encima de su hombro. Ropa seca, limpia y que abrigaba. No podía pedir más. Eso era lo único que necesitaba, a lo único que podía acceder. Una sonrisa iluminó su cara. Puede que no fuera un bonito vestido, pero con esos ropajes, aunque le vinieran demasiado grandes, entraría en calor. Y eso era lo único que le importaba.

─Yo no he conocido a mucha gente buena─ musitó, pero la tristeza que había teñido sus palabras pronto desapareció, en cuanto el hombre comentó la posibilidad de darse un baño.─¿No le ocasionaría mucha molestia?─le preguntó─No sé cuándo fue la última vez que tomé un baño. Lo intenté una tarde, en el Sena, pero…No me sentí muy cómoda cuando un hombre se sentó en la orilla y salí corriendo antes de poner un pie en el agua─se encogió de hombros y ladeó ligeramente la cabeza.─Tal vez podría aprovechar el agua y lavar mi vestido. ¿Tendría algún inconveniente, señor?─le preguntó.

Acarició el abrigo de lana que el hombre le había tendido y sonrió levemente.─¿Es usted el párroco de esta iglesia?─le preguntó, ya que para la muchacha, las personas buenas eran siempre párrocos, dada su experiencia. Se incorporó y tendió su mano de la manera más solemne que pudo, algo que sin duda no encajaba mucho con una muchacha tan menuda como ella.─Me llamo Nerea─comentó─¿Cómo puedo pagarle por su ayuda, padre?