El As negro

Súbitamente recordó la carta de la santa Inquisición, la trama de conspiraciones alrededor de su persona, y las recomendaciones de que siempre fuera cauto. Bajó lentamente la carta, contemplando completamente atónito la llama de la lámpara de aceite. ¿Qué clase de proposición era aquella? ¿Acaso la iglesia había enloquecido? Tomar a un simple soldado para un lugar tan especial como tal era una demencia. Había doblado la carta rápidamente en aquel entonces, como un rayo, luego de haber observado fuera de las ventanas, contemplando que nadie estuviera cerca. La luna lo iluminaba todo e incluso aplacaba el dolor de los herejes encerrados en los calabozos. O al menos eso era lo que él quería creer, pues la puerta maciza de roble en el suelo tenía una apariencia casi celestial, como si lentamente Dios estuviera limpiando sus putrefacciones.

“Fuera de la iglesia no hay salvación”
“Fuera de Dios jamás encontrarás redención”

¿Para qué exactamente quería redención alguien tan desequilibrado como Darko? Pues para eso mismo, para extirpar todo los pecados que alguna vez pudo cometer, para acariciar el deseo de matar a todo lo que a sus ojos se vieran mal. ¡Pronunciar palabras que nadie más pudiera! Y así la llegada al Ángel exterminador se hizo al final. Era una sociedad encubierta, soldados, ingenieros, espías, los mejores habían sido juntados para acabar con el mal que había en la tierra; para hacer que la realeza de todos los países sea fiel a la Santa Iglesia Católica una vez más. Para conservar lo bueno y destruir lo malo. Bajo la jurisdicción de jamás hablar de ella. En su interior las llamas estaban hirviendo, no era solo uno de los primeros condenados sobrenaturales que subía de rango, sino que era el primero en participar en la abadía de Dios. Destruyendo grimorios malditos, matando ciudades enteras que según los escritos, adoraban al demonio en secreto.

Así es como el As negro de la inquisición comenzó a hacer mella de su nombre, los peores exorcismos, junto a los peores herejes eran llevados junto a él. El arte de la pregunta se había hecho una anomalía. Darko DeGrasso no era ni más ni menos que la personificación en vida misma de la maldad de Dios, era la mano sucia y pedía ser limpiada todas las noches después de una oración, confesando, muy en lo profundo, que lo había disfrutado. Sí, aquel sádico pecado había estado conviviendo con sí mismo desde tiempos inmemorables y cada vez se hacía más evidente. Llegando al punto de tener que esconder sus propios deseos de todos los demás. Para que nadie sospechara que bajo su capa de Inquisidor General, se encontraba otro apóstata más en la lista. E incluso, quizá, el peor de todos. ¿Pero cómo limpiar el mal si no es con algo más poderoso que eso mismo?

Todavía era un recuerdo vivo en la mente de DeGrasso. La primera vez que había asesinado mordazmente a un hechicero. De su boca había caído un espeso hilo de baba. Antes de morir no dijo nada, el iracundo hereje le había mirado a los ojos, trasluciendo la destrucción, el odio y la blasfemia hacia la mismísima iglesia y santa inquisición. Lo que sucedió después había sido rápido en sus brazos. La muerte de sangre y sin desconsuelo.
El As era una persona fría que mantenía una misión encaminada pero sin demasiados remolinos ni altibajos. Solo se podía recordar tres, sí, tres eran suficientes para sus ciento treinta años.

El primero con la muerte dulce y perfecta de sus muy malditos familiares que lo habían tratado como un asqueroso sangre sucia. ¡Un deshonor a la familia por ser simplemente un humano! Ya los había tachado de la lista de los vivos. Años, muchos años más tarde había sucedido el otro pliegue. Incluso la primera muerte que había hecho con sus propias manos no le había afectado tanto como el hecho de convertirse en un licántropo. El hecho de excitarse hasta perder el control y someter su voluntad no le hacía ninguna gracia y aun así supo superar ese problema utilizándolo a su favor. Buscando con ello matar a más de los “suyos” de la calaña de lobos de la luna. Era una buena manera de camuflarse y a la vez ir destruyendo sin tener que preocuparse por terceros en discordia. Nadie lo podría reconocer. En esa última inflexión pensó que nada podía sorprenderlo más. Pero llegó un momento exacto en donde conoció algo demasiado irreal para ser cierto. Una joven tan hermosa que no pudo reconocer nada de su sobrenaturalidad.

Un As demasiado joven para entender las auras. ¿Acaso no había nacido él del fruto del odio? ¿De nada que se parecía al amor? ¿Entonces cómo podía amar y obsesionarse como lo había hecho? Esa última desviación fue la que marcó al inquisidor para siempre. La sencilla belleza y luego el valor espeluznante de los sentimientos. La irregularidad de la vida y las bisagras rotas de lo que quizá nunca habría imaginado que podía existir. Sin duda el Santo Oficio había mal educado a Darko en aquellas fatídicas intenciones, una precesión de la cual no había sido informado. ¿Quién habría sido tan vivaracho de avisarle que la traición duele más cuando no la esperas? Un millar de hojas esperan la redacción de su triste final, pero nadie podría merecer escuchar lo que un viejo pensadero puede realmente contar.