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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Abbey Appleby Dom Feb 21, 2016 11:10 am

Amanecía un día más en aquel lugar el cual, aún no se había acostumbrado y dudaba que así fuese. El murmullo de sus compañeras, le obligó a taparse con las sabanas hasta la cabeza, ruido que no se desvaneció, se hizo incluso más insoportable. Imposible dormir un poco más, ¿por qué tenían que despertarse tan temprano? Pocas veces acudía a las primeras clases, se las ingeniaba de tal forma que casi siempre se salía con la suya. Esa mujer no permitía que Abbey terminase haciendo lo que le diese la gana y a regañadientes, al menos asistía a la mayoría…hacerle caso ya es otro tema.

Tras asearse y vestirse, siguió el pasillo, largo e interminable y se sentó en su sitio. Alguna mirada curiosa y cuchicheos sobre la señorita Appleby. ¿Cómo reaccionaba ella? alzando la barbilla orgullosa, mostrando esa sonrisa de superioridad y causar lo que esperaba, temor y dar más que hablar.

La clase, se interrumpió de golpe ante la llegada de una persona ajena a la residencia. Cuando así era, las jóvenes no tardaban en revolotear por los salones, esperando enterarse de algo y nunca atinaban a lo que realmente sucedían, se quedaban tan solo en rumores y habladurías. Abbey, se quedó sentada mientras sus compañeras intentaban asomarse por las escaleras para de algún modo averiguar. Ella fue más hábil, caminó en sentido contrario, perdiéndose entre los incontables pasillos.

Acabó en el hall de abajo, mirándose en el espejo. Se oían voces no muy lejos, quizás la señora Gilbert y esa persona estarían comentando cualquier cosa, ¿qué mejor momento que ese para largarse de allí? tenía que ser cauta, saber qué momento aprovechar para marcharse. Disimuladamente, caminó hasta la puerta de salida, ocultándose tras una columna de piedra decorativa. Una mujer y se marchaba. Perfecto” pensó cuando el alboroto despistó a la institutriz y aprovechó que la recién llegada se marchase para salir junto a ella.

No dijo nada, solo la miró fijamente a los ojos unos segundos, los suficientes para mostrar la picardía y traviesa, nada inocente como todas esas jovencitas que vivían allí. No llegó lejos, esa maldita mujer cerró con nada más y nada menos que tres vueltas con su llave maestra ¿Y dónde estaba la llave? Misterio sin resolver. ¿Su reacción al saber que no podría escapar al menos esa tarde? Maldecir y tirar de la cadena como si con su fuerza lograse arrancarla.

-Maldita sea…¡maldición! Esa mujer… pienso lanzarla a la lumbre cuando tenga ocasión -refunfuñó oyendo unos pasos, miró de reojo por encimad e su hombro…no iba a ayudarla… así que al menos podía enterarse de lo que pasaba, parecía…importante.

-Nos ha engañado, no podemos salir de aquí…¿tiene alguna llave maestra? Nos sería de gran ayuda si no… mientras hacemos tiempo y esa amargada mujer me arrastra a hacer ganchillo durante toda la mañana y parte de la noche… ¿a qué vino aquí? No hay nada más que risitas, murmullos y aprender cosas aburridas… -sonrió de medio lado, cruzada de brazos, solo parecía caminar por el jardín y poco más cuando la realidad…era otra.
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Mensaje por Astrid J. Bergès Lun Feb 22, 2016 8:06 am

El pasillo principal se extiende cuan largo es ante mi. Avanzo al compás del eco de mis botines sobre el suelo de piedra en el cual el reflejo de las vidrieras de las puertas crea destellos irregulares. A mi lado la Señora Gilbert, profesora de guardia e intitutriz, prosigue sin pausa su monólogo.

-Y como podrá notar, en el establecimiento se respira templanza a cualquier hora-su voz sobresale más de lo normal entre las silenciosas paredes, tiene un timbre agudo y desquiciante-Nuestras niñas acuden a clase puntuales, al cambio lo hacen en silencio y en las horas de descanso proceden a las labores comunitarias.

Mi mirada recorre el lugar mientras asiento solemne. En este lugar no parece haber vida,  lo que se respira en realidad es un cierto tipo de desolación, todo aquí es opaco y sin sonido. Comienza a ponerme nerviosa el movimiento del polizón de su vestido, quizás demasiado recargado para la ocasión, abotonado hasta las muñecas y perfectamente ajustado a su cuello. Hago una pausa para permitirme observar a través del ventanal del aula 027B, las jovencitas atienden con entusiasmo fingido a la lectura que, por lo que logro escuchar, se trata de un párrafo de Historia de dos ciudades, del maravilloso Charles Dickens. Me trae cierta nostalgia y sonrío levemente mientras repaso con la mirada a las jovencitas, que no tardan en percatarse de mi presencia.

-¿Dice que todas asisten a clase?-comento, señalo levemente el pupitre vacío junto a la ventana. Las niñas comienzan a animarse dentro del aula y saludan coquetas en mi dirección.

-Por supuesto, inspectora-suelta indignada, cada vez que pronuncia esa palabra me mira de reojo, desde el vuelo de mi vestido de gasa hasta la punta de mi nariz, como si no terminara de creerse que una mujer tan joven pueda tener un cargo semejante. Y no la culpo, ni yo me lo creo. Inspectora de sustitución, no sé en qué momento se me ocurrió utilizar esta escusa para entrar en la Residencia de Señoritas Appleby, "el pobre señor Roggers está muy enfermo". Sonrío en su dirección alzando una ceja y espero explicación, ya son varias las ausencias que percibo en diferentes aulas a pesar de su insistencia en demostrar lo contrario. Una vez repara en el asiento vacío, recapitula- Bueno, al fin y al cabo estamos hablando de mujercitas, usted ya me entiende, ciertos días necesitan una pequeña pausa. No estoy segura de que el inspector Roggers comprendiera la situación-no parece convencida de su propia respuesta.

-Por suerte yo no soy el señor Roggers-hago una seña para indicarle que podemos proceder -Dígame señora Gilbert, ¿han persistido los incidentes redactados en el informe?- pronuncio con determinación, y digo incidentes por no decir asesinatos. En el transcurso de las últimas semanas cuatro han sido las jóvenes fallecidas, todas desangradas por heridas múltiples en cuello y muñecas. Sobran palabras para decir lo que sospecho- Sabrá que no estoy aquí solo de visita.

Se queda muda, y no parece querer reaccionar. Seguimos caminando, bajamos escaleras, cruzamos pasillos y acabamos en el Hall. Me está invitando a irme.

-Siento comunicarle que ese es un tema que debe tratar con el señor Appleby, no dispongo de la autoridad para comentar con usted los asuntos de nuestra querida residencia-su voz se ha tornado fría, casi desafiante. Mi mirada, descarada, cruza la suya en busca de lo que calla.

-Comprendo-en vez de volver a ponerme los guantes como cabría esperar, juego con ellos. Ella sigue caminando con paso firme por el sendero de entrada, atravesando los jardines- Haga llamar al señor Appleby pues, no pretenderá que me vaya con las manos vacías, sobretodo teniendo en cuenta la larga lista de faltas que colecciona su querida residencia-sí, es una amenaza.

-Espere por aquí-sin más, comprueba que la cerradura de la puerta de entrada esté en su sitio, más en un acto monótono que de desconfianza, y se larga por donde ha venido. En otras circunstancias me habría molestado con creces quedarme plantada donde estoy, considerando que se trata de una falta gravde de respeto, pero esta situación me da ganas de relamerme los labios. Estoy justo donde quería estar, y es momento de actuar. Mientras hago memoria de las armas que llevo conmigo bajo mi abrigo, comienzo a caminar hacia la puerta principal y escucho pasos tras de mi. Al mirar de reojo descubro a una alumna pisandome los talones que, al cabo de un instante, me adelanta y se abalanza sobre la puerta. Lo que pasa a continuación me resulta curioso y un tanto divertido, la cantidad de jovencitas que intentan escaparse a diario de sus residencias es incontable. Me cruzo de brazos y la observo despotricar en alto sin ningún tipo de miramientos.

-¿Te has perdido, jovencita?-digo entonces, quizás nuestra diferencia de edad no es tan grande como pretendo hacer parcer, debe estar en uno de ños años superiores y su figura y no calza en la de una niña. La rubia se pavonea por los jardines a mi alrededor sin dejar de hablar, quizás demasiado alto y un tanto rápido-No, querida, me temo que me he dejado la llave maestra en casa-miro mi reloj de pulsera y me apremio a mi misma-Soy la inspectora Jane O'connel, y me harías la espera más amena si respondieras a una serie de preguntas, me temo que tu intitutriz no estaba muy entusiasmada-sin esperar confirmación, me uno a ella en su paseo sin sentido-¿Qué sabe de los incidentes ocurridos en las últimas tres semanas?-pregunto mirandola fijamente-Si responde usted con sinceridad podría abrir sin querer la puerta y fingir que no veo cómo se escapa de aquí-le guiño un ojo con malicia esperando que pique el anzuelo-Por cierto, me encantaría saber su nombre.

Seguimos paseando, parece que la joven se hace de rogar aunque tendrá que esforzarse si quiere acabar con mi paciencia, al fin y al cabo yo también fui adolescente y no está tratando con sus profesoras. El sol de medio día cae en picado sobre nosotras y quema la punta de los árboles perfectamente acicalados. Espero que este encuentro traiga respuestas.
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Mensaje por Abbey Appleby Miér Feb 24, 2016 4:51 am

Aquel lugar, parecía una zona apartada de la hermosa París. Un sitio en el que solo se respiraba disciplina, obligaciones y un sinfín de cosas que aprender, todas inútiles. La nube gris que se alzaba envolviendo la casa, parecía hasta cosa de magia. Le daba ese toque lúgubre, frío e inhóspito. Y últimamente, podía notarse aún más la tensión en el ambiente después de los sucesos. Esas chicas no tuvieron mucha suerte, “chicas inocentes, jóvenes asesinadas anónimamente y de una manera horrible”. No se hablaba de otra cosa, entre murmullos y cuchicheos como si de algún modo nadie se atreviese a dar lugar a falsos testimonios por medio a ser justiciados o señalados como culpables cuando nadie tenía ni la más remota idea quién había sido.

Y la señora Gilbert, no dejó ni por asomo que ninguna se entrometiese en aquella conversación privado con aquella mujer recién llegada. Apenas la había visto de lejos, caminaban por la estancia despreocupadamente, pero a la señora Gilbert jamás se le pasaría por la cabeza poner en peligro la residencia, echaría la culpa a las jóvenes tachándolas de “insensatas, no sabía lo que hacían y cosas por el estilo” pero jamás, pondría en juego ese sitio que le daba cobijo y de comer.

Que estuviese distraída con aquella persona, le impulsó a marcharse de allí, sin importarle si se exponía a que le ocurriese o algo o no, siempre se arriesgaba y esa noche no iba a ser menos esa cerradura iba a entrometerse, algo tan simple con un movimiento y sería libre pero no tenía esa llave, no iba a escalar la pared… no porque se manchase si no porque terminaría en el suelo de cabeza, no era buena en eso así que tendría que esperar un poco más…¿cuánto? Suspiró pesadamente, soltando el candado y provocar un ruido metálico contra las rejas. Esa voz, le hizo mostrar una leve sonrisa ¿si se había perdido? Podría usar a la chica inocente como excusa pero estaba tan cansada de estar allí que no le saldría bien.

-Perdida…¿y quién no lo está en algún momento, señora? Podía decirse que sí, estoy perdida si eso me va a salvar de chivarse a la señora Gilbert por portarme mal y querer escapar de esta…cloaca -frunció un tanto el ceño, girándose despacio, sin prisa…siempre tomándose su tiempo. La elegancia de sus movimientos, tan diferentes a esa mirada traviesa, fuerte e inquebrantable. Toda una señorita, supuestamente pero a cada palabra dejaba claro que era mucho más que eso -Mi institutriz no conoce el significado del entusiasmo, madame… ya se habrá dado cuenta, esa voz no es que transmita alegría o viveza…me desespera y no soy a la única -mostró una leve sonrisa, observándola en silencio, aquellas orbes azules se fijaron solo en la mujer, buscando encontrar algo, alguna pista de que pudiese confiar en ella para contar ciertas cosas.

-¿Qué es lo que sé? Que hay que ser muy estúpida para no solo dejarse ver por las calles de París como una presa fácil, todas fueron la primera vez que salían… hay que tener cuidado. La vida tras estos muros no es tan bonita, no huele a lavanda ni a té rojo. -miró de reojo hacia la puerta, cerrada, cosa que aún sabiéndolo…le hizo chasquear la lengua -Bien, paseemos -le indicó con la mano que comenzasen a caminar, ¿su nombre? Si no era ella , la señora Gilbert seguramente le diese una lista con todas las señoritas de la residencia y ella, rezaría en primer lugar -Abbey Lynn Appleby. Y sí, mi padre es uno de los dueños de este sitio y no solo por eso tengo privilegios, si los tuviese no estaría intentando escaparme y está bien, hablo demasiado y no es lo que quiere saber -carraspeó, volviendo a su posición, su manía de hablar sin parar era un hecho que no podía controlar.

-Todas eran menores que yo y todas ya tenían quién les cortejase fuera de aquí, puede indagar por esas compañías… pero no sé quién pudo haberlo hecho. Solo sé, que no dejaron ni una gota de sangre en sus frágiles y menudos cuerpos…-hablaba con una naturalidad tal que asustaba para supuestamente ser de alta cuna -¿Sabe? No me asusta lo que hay fuera…pero sí lo que hay dentro, somos muchas, demasiadas… y sería una manera muy fácil de deshacerse de las que son todo un fastidio ¿no cree? Es mi opinión, puede tenerla en cuenta o no… -se pasó la lengua por los labios, riendo por lo bajo de golpe, sin más y antes de que la mujer le preguntase, ella como siempre… se adelantaría a la jugada.

-Hay muchas chicas que intentan escapar como yo pero no tantas veces lo han conseguido, encabezo la lista, soy un “enemigo público” aquí pero claro, soy la hija de un Appleby …no puede pasarme nada, no sé si me entiende -miró de reojo a la mujer y sí, todo encajaba pero aún así, la rubia se mostraba ante todo tranquila, pocas cosas le infligían temor y esas cosas no iban a ser una de ellas.
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Mensaje por Astrid J. Bergès Jue Feb 25, 2016 6:24 am

No sé qué me resulta más interesante, que los asesinatos fuesen cometidos fuera de la Residencia por voluntad propia o que la mismísima hija del Director Appleby esté frente a mis narices. ¿Qué lleva a un padre a encerrar a su hija? Y lo que es más, ¿qué lleva a su hija a querer escaparse? No puede tratarse solo de una rebelación adolescente. ¿O sí? La muchacha camina a mi lado con mirada de fiera, habla sin parar y parece sentirse encantada de ser el centro de atención.

-Tiene usted razón, señorita Appleby, le sorprendería la verdad que puede encontrar tras estos muros-comento, aunque dudo que mi voz se haya hecho notar sobre la suya. Sigo escuchándola con pausa, anotando cada detalle en mi cabeza, cada mínima palabra que pueda determinar si esta joven sabe más de lo que realmente cuenta. Me fijo en sus manos, la forma del movimiento de sus cejas al hablar y controlo las pausas que hace entre frases. Resulta de lo mas cómico, y reprimo una leve sonrisa ante sus maneras contradictorias, luce el porte de una dama pero su mente es una mecha, presiento que la hija del señor Appleby podría hacer estallar todo a su paso. Y sí, habla demasiado-Permítame la pregunta-empiezo, cortando un segundo su monólogo-¿Tiene usted alguien que la corteje fuera de aquí? ¿Puede ser ese uno de los motivos por los que le interesa escaparse?-la miro fijamente, parece una chica lista y espero estar equivocada, pero cuanto más haga incapié en su orgullo de señorita, más podré saber. Abbey Lynn Appleby posee una tranquilidad retorcida, deduzco, su comentario sobre lo sencillo que sería deshacerse de sus compañeras me parece de lo mas inapropiado, pero mantengo mi postura de señora inspectora y simplemente le resto importancia a sus palabras, ya que algo me dice que lo menos que puedo hacer con esta joven es ponerme a jugar bajo sus reglas.

-Oh, la muerte no entiende de apellidos, jovencita-digo ante su último comentario, y me siento extraña al procurar mantener la distancia de edades teniendo en cuenta de que en realidad no debo sobrepasarle en unos tres o cuatro años. Se crea un silencio entre nosotras, algo me dice que no es consciente de la gravedad del asunto, a una bestia poco le importará que demuestre ser la hija de uno de los caballeros más consagrados y adinerados actualmente residentes en Paris. La bestia solo sonreirá con gusto al desgarrar su bonito y frágil cuerpo.

Nuestros pasos nos llevan a un laberinto de jardín decorativo, arbustos como muros de piedra de elegantes y excesivas formas. Como Alicia en el País de las Maravillas, nos adentramos en él, y yo agradezco en cierta forma poder permanecer ocultas de miradas indiscretas. Sopeso que, por hacerse notar, la señora Gilbert tardará más de la cuenta en aparecer con tal de relamerse ante mi impaciencia. Cuan equivocada puede llegar a estar, soy totalmente consciente de que el director no se encuentra hoy en su puesto de trabajo. Apenas damos dos cambios de dirección cuando hago una seña a la joven para que guarde silencio, dejé de escucharla en cuanto pisamos el laberinto y un olor putrefacto cargó el ambiente.

-Silencio-parece no entender, así que la hago callar de manera verbal-Quizás debería usted volver a lo que fuese que estaba haciendo-el lugar, pese a la luz cenital del sol sobre nosotras y el ambiente a primavera de este inusial día de invierno, está plagado de una cortina de inquietud. Algo va mal. Compruebo con disimulo que mis armas están donde tiene que estar bajo mi abrigo mientras apresuro el paso. No he avanzado ni dos metros cuando un camino de gotas carmesí se extiende ante nosotras. Frunzo el ceño y sonrío a mi pesar, esto no ha hecho más que comenzar, y parece que todas las pistas entán al alcance de mis dedos. Desabrocho mi abrigo y saco mi daga, preparada para lo que venga, no es momento de mantener las apariencias y, si la joven Appleby es tan inteligente cómo hace saber, se habrá ido ya por donde ha venido.

Es entonces cuando lo veo, la figura propia de un hombre parmanece de espaldas a mi posición y parecer carga en brazos a quien pocas horas atrás pudo tratarse de una joven risueña y de mejillas ardientes. La vida de escapa del cuerpo con la sangre que gotea de su cuello hasta el suelo de gravilla.

-Por fin te encuentro, encanto-suelto sin más y me muerdo el labio concentrada, el vampiro se gira con parsimonia y, una vez cara a cara, descubro que ha hecho una masacre con el cuerpo de la joven. Neófito. Si hubiese tenido experiencia no se habría hecho notar, la sed puede más que su sentido común- Lo has puesto todo perdido- lanzo la primera daga, impacta contra su muslo y lo hace arrodillarse y soltar a su víctima, que rueda hasta la pared de hojas. Esta escena está fuera de lugar, demonios y destrucción en un lugar de ensueño. En el fondo tengo la vana esperanza de escuchar la respiración de la joven- Se acabó el juego.

Armada de nuevo, avanzo con paso firme mientras el vampiro jadea desconcertado y extasiado por la cantidad de sangre que seguramente ha debido de robarle a esa muchacha. No tengo tiempo de comprobar si la señorita Appleby se a marchado, aunque espero que así sea ahora mismo mi prioridad es otra.
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Mensaje por Abbey Appleby Vie Feb 26, 2016 5:53 am

En ningún momento, pasó desapercibido para la joven Appleby, cada palabra de la inspectora. Una cosa era solo escucharse a sí misma y otra, hacer como que no lo había oído. “Le sorprendería la gran verdad que puede encontrar tras estos muros”, más que sorprenderla, era un hecho que quería descubrir. Paris, albergaba un sinfín de secretos, personas, lugares…que aún no había descubierto y otras muchas cosas que anhelaba. Por el momento, estar en aquella residencia era la mayor razón de peso pero esos descubrimientos cuando se escapaba del lugar en el que la tenían prisionera, era la recompensa después de todo lo que tenía que soportar durante largos días, pues por solo uno, valía la pena permanecer en su jaula de oro.

De repente, una pregunta la pilló de improviso, deteniéndose de golpe. Una suave brisa, meció el cabello rubio suelto de la joven, desviando la mirada hacia la mujer, esos ojos azules podían traspasarla, tomando cierto brillo de soberbia, orgullo y algo más que no podía descifrarse. No contestó al pronto, sopesó la idea de no haberla escuchado pero el anhelo la traicionó. Su ceño se frunció ligeramente, entreabriendo los labios, vete a saber si para gritar o susurrar…esa chica era una completa caja de sorpresas.

-Mis motivos los atribuye a que tenga a alguien pero ¿no hay mayor motivo que salir de aquí? No es un lugar cualquiera , preferiría vivir en la calle , con eso lo digo todo. Y sobre lo del cortejo, no podría llamarse así, no sé exactamente qué es… y es todo lo que debe saber. -las últimas palabras, las susurró como si fuese un secreto. Su mirada, se suavizó de golpe, recordando aquellas palabras que justo ahora, en ese momento, dudó de que no fuesen reales, si no un sueño…uno que tuvo hace tiempo. “Quédate esta noche, Abbey…por favor”. Suspiró pesadamente, deleitándose en el recuerdo de esas palabras y el recuerdo de su mirada, nadie, jamás…le había mirado de ese modo y le abrumaba. Al igual que esos rumores sobre asesinatos…no temía por nadie en especial, sabía que estaría a buen recaudo, a salvo.

Como si atendiese una de esas clases, asintió con aprobación. No podía afirmar que estuviese preparada para uno de esos ataques pero siempre, llevaba consigo un arma. Un arma que podía manejar todo lo bien que le permitía su inexperiencia. No sabía con certeza qué ocurría por Paris pero últimamente los asesinatos incrementaban y se prometió no ser una víctima más. Miró hacia la dirección donde aquella mujer pareció oír algo. Solo se oían el cantar de algún pájaro, las hojas moverse con suavidad por culpa de la brisa pero… había algo más. Dio un paso hacia atrás, en guardia, esperando cualquier cosa…que no llegó.

¿Marcharse? Abbey no eran de las que se asustaba por cualquier cosa, permanecer allí sería muerte segura pero en ese instante, no le importó. Siguió los pasos de la mujer con sigilo, buscando a tientas lo que esperaba tener en mano antes de que ocurriese cualquier desgracia. En la cintura de su vestido, deslizó los dedos por una pequeña abertura, el frío metal acarició los dedos de la joven. Tomó la pequeña daga entre sus dedos, ocultándola sobre su palma y la manga del vestido de gasa.

Se ocultó tras uno de los setos del jardín, observando la escena. No dio crédito a la atrocidad que aquel ser hizo con aquella joven que llevaba en los brazos, más le sorprendió la actitud de la inspectora. Le enfrentó de tal forma que era digno de admirar y no, no iba a quedarse de brazos cruzados ¿desde cuándo lo hacía? Con paso decidido, calculó los pasos que le separaban tanto de la mujer como de la bestia que se quejaba. Sus quejidos, le pusieron la piel de gallina al igual que sintió como comenzaba a tener nauseas, no era el momento para pensar si no actuar.

Siseó, lo justo para que aquel se fijase en ella. Cerró uno de sus ojos azules, alzando la mano y calcular la distancia que los separaba. Iría directo a uno de sus ojos, la daga no daba a más y se adentraría en el ocular hasta desangrarle por completo. La lanzó con fuerza, un movimiento impecable y calculado, dando justo donde deseaba. El peso muerto de la bestia, cayó ante los pies de ambas mujeres. Abbey se acercó a la inspectora, ofreciéndole su mano. Su semblante era serio a la vez que desconcertante.

Otra persona, se hubiese horrorizado, salido corriendo, histeria, se habría vuelto loco…pero ella seguía allí, dispuesta a seguir con la charla. Nada ni nadie le interrumpía y ni con eso iban a conseguirlo. La joven aún se encontraba en el suelo, dudaba que viviese. Solo miró de soslayo, podía ser ella misma y se preguntó tan solo una cosa…¿alguien la echaría de menos? sus pensamientos, la abrumaron aún más y su voz no podía quedar retenida por más tiempo.

-No puedo morir antes de salirme con la mía. Me encerraron aquí y no es algo que vaya a olvidar jamás. Dígame ¿cómo puedo defenderme de esas cosas? enséñeme y a cambio, le daré toda la información que oiga en la residencia y puede que le responda a preguntas indiscretas -enarcó una ceja, mostrando una sonrisa cómplice, una especie de pacto o el inicio de algo diferente…
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Mensaje por Astrid J. Bergès Sáb Mar 05, 2016 4:12 pm

No lo puedo creer, simplemente no doy crédito a lo que presencian mis ojos. Como el susurro de una flecha un objeto pasa a centímetros de mí e impacta en el rostro del neófito. No necesito adivinar quién a podido ser capaz de osar a hacer algo así, solo tengo que mirar de reojo para encontrar la maraña de cabellos rubios flotando en una esquina. El vampiro cae y todo parece haber acabado. Pobre de aquel que crea que la muerte se apiada de nosotros. Frunzo el ceño al darm cuenta de que estamos a pleno sol y tengo un vampiro a mis pies, su capa apenas cube su piel claramente quemada y llena de yagas, lo que me hace estremecer al combrobar que la sed ha sido más fuerte que su sentido común.

Abbey Lynn Aplebby me ofrece su mano como si un pacto hubiese surgido entre nosotras, mientras yo solo puedo mirarla con el gesto de desaprobación y mil palabras malsonantes a punto de salir de mi preciosa boquita de piñón. Quisiera taparle los ojos y apartar de ella todo lo que ha ocurrido, borrar lo que acaba de proponer de un plumazo para que se mantenga lejos de esta realidad. Ella se mantiene impasible, observa un segundo el cuerpo de la joven que yace en el polvoriento suelo y vuelve la vista hacia mi. Me siento tan frustrada que por un momento olvido el objetivo.

-¿Ha acabado ya tu momento heróico, Abbey?-me permito tutearla y tratarla con descaro, el papel de inspectora y maniática del control a terminado. Ante la rubia ha aparecido una parte de la Astrid de verdad, la que no tiene tiempo para dar rodeos. La que sonríe tímidamente al suelo se ha quedado en casa-¿Crees que esto es un juego? Esa chica podrías ser tú-señalo con el mentón hacia el cuerpo. No sé qué me asombra más, su despiadada forma de actuar o su silencio repentino.

No pierdo de vista al vampiro, la gravilla bajo el rostro de la bestia revolotea cerca de sus labios, aún respira, por supuesto. Aprovecho para acercarme a la joven herida y tomo su pulso, que es débil como el aleteo de una polilla que lucha por acercarse a la luz, por respirar. No tenemos mucho tiempo para actuar.

-Si vas a quedarte aquí empieza por hacer algo útil-digo sin más mientras envuelvo el cuello de la víctima con un retal de su propia camisa, no tarda en empañarse en sangre. Le hago una ceña a la rubia para que se aparte del camino para poder mover el malherido cuerpo de aquí, si despierta y se encuentra con la verdad podría no recuperarse del shock. Si Abbey está hablando no soy capaz de prestarle atención, solo puedo ver las heridas abiertas de la joven y sus lágrimas caer por su rostro. Comienzo a arrastrarla con todo el cuidado que puedo ya que no tengo tiempo de que Abbey se decida a ayudar, no sé que pasa por la cabeza de esta chica y presiento que sus demonios luchan por conquistarla.

Cuando alzo la vista me encuentro con mi gran fallo, como quien saluda a un viejo amigo y se prepara para el puñal. Pienso en la humanidad antes que en la realidad. La humanidad es la chica que sufre y aún puedo salvar; la realidad es el vampiro que despierta de su perplejidad y se acerca despiadado hacia Abbey, cuya vida podría dar por perdida. Corriendo tras el tiempo saco mi arma de fuego, apunto y me preparo.

-¡Al suelo!-espero que entienda que de su reacción depende su vida. El vampiro ni siquiera se ha tomado la molestia de arrancar de la cuenca de su ojo la daga que la rubia lanzó en un tiro limpio, más que ciego está loco de sed, rabioso rozando la esquizofrénia. Se lanza con todo lo que tiene entre garras y dientes hacia Abbey, y yo avanzo en su dirección arma en mano con el blanco fijo, apremiando a mis pies para que sean lo suficientemente rápidos. Como si corriese sobre fuego alcanzo a Abbey, que en este momento se me antoja la persona más pequeña, desprotegida y fuera de lugar del mundo, la aparto de la unica forma que se me ocurre y la patada la lanza a un lado, el momento exacto en el que mi dedo apreta el gatillo y el cráneo del vampiro estalla en sangre. Me quedo un segundo así, sin poder respirar, asimilando cual es el siguiente paso o qué debo decir. En éstos momento Gael es el que tiene la capacidad de cerrar el asunto y borrar el horror de los ojos de las víctimas. Lo que ha pasado aquí lo hará enfurecer y yo tendré que tragarme las palabras.

Me acerco al cuerpo desgarrado del vampiro y lo observo con semblante inexpresivo, algo en mi se parte cada vez que arrebato la vida de alguien, si es que esta bestia es alguien o realmente vive. Suelo imanigar quienes eran antes de convertirse en lo que son ahora, personas de alta clase, panaderos, esposas, hermanos, doncellas... intento adivinar qué los llevo a encontrarse con la oscuridad y en mi cabeza no hay respuestas.

-Lo siento-susurro para mi, en un secreto sellado ante el mundo. Quisiera encontrar humanidad donde solo hay cenizas. Arrastro el cuerpo ensangrentado hacia los matorrales y como puedo lo oculto entre el borde del muro de hiedras del laberinto. Me giro hacia Abbey y solo tengo que mirarla para reconocer la mirada que ponen todos ante situaciones como esta, esa que pregunta ¿cómo es posible? Una vez a su altura la sujeto del brazo y ayudo a incorporarse.

-Tenía que hacerlo-digo, refiriéndome al golpe que le he dado y disculpándome con la mirada. Algo en ella se mantiene intacto, quizás es el fiero azul de sus ojos o su afán por amntenerse firme ante el horror. Comienzo a caminar con ella del brazo esperando que no oponga resistencia. Una vez al lado del cuerpo de la joven comienzo a arrastrarla de nuevo hasta la entrada del laberinto. No digo ni una palabra hasta que la dejo reposando sobre la hierba-Parece que la verdad ha traspado los muros, Abbey Lynn Aplebby, y este ya no es lugar donde quedarse-la miro fijamente y antes de que pueda decir nada añado-Lo que has visto hoy no es más que un pequeño trozo de realidad, la vida ahí fuera es suspiro y te aseguro que jamás estarás preparada para lo que te espera-hago una pausa y respiro eliminando todos los manos momentos que afloran tras mis pupilas, me acerco a ella y tomo su mano. No sé qué clase de afecto está acostumbrada a recibir o cual está dispuesta a aceptar-Pero un trato es un trato, nos vamos.

A lo lejos el ajetreo es palpable, está claro que el disparo se ha escuchado más allá de lo jardines en los que nos encontramos, la residencia es un eco de vodes femeninas que gritan y corren por lo pasillos y podría casi jurar que la señora Gilbert ésta a punto de salir por la puerta principal. Tenemos escasos mirnutos para actuar.
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Mensaje por Abbey Appleby Miér Mar 09, 2016 9:55 am

"Hay quienes se consideran perfectos,
pero es sólo porque exigen menos de sí mismos."



Todo pasó demasiado rápido. La llegada de esa mujer intentando poner en orden lo que ocurrió con sus compañeras, la invitación de echar de algún modo que no resultase sospechoso a la inspectora, el encuentro de Abbey y Jane a las puertas de la casa y… lo que acababa de ocurrir. Como un flash, pasó por delante de los ojos de la rubia, aún recuperándose del susto y es que ¿qué había pasado realmente?.

Jane lo sabía, lo supo desde el primer segundo. Abbey Lynn Appleby, no era como cualquier joven de clase alta y no por su descaro, ni porque quisiese escaparse de aquel infierno. Albergaba un fuego interior, una entereza y valentía que muy pocas personas obtienen a lo largo de su vida. Apenas con su edad, ya había vivido muchas cosas y psicológicamente…estaba preparada para otras ¿por qué? Su forma de ver la vida, tan diferente… pues, no se conformaba con lo que intentaban hacerle creer ver. Había más y en ese momento, supo que siempre tuvo razón, siempre la había tenido.

Una sonrisa de medio lado, acababa de salirse con la suya de algún modo. Terquear con otras personas de la existencia de otras especies, otras clases de vida…sería perder el tiempo. Y el destino, por llamarlo de alguna manera, le había traído a Astrid Jane Bergés. Esa mujer tampoco era como las demás, en su mirada se leía determinación, fiereza y ganas por superarse a sí misma , a pesar, de hacerle sombra a cualquiera. Admiró mentalmente sus cualidades, esa mujer tenía mucho que ofrecerle y ambas podían hacer un intercambio.

No recordaba lo ocurrido hacia escasos minutos, apenas lo había entendido hasta que el olor putrefacto de aquel cuerpo sin vida se extendía ante ellos. Iba a atacarla, como todas esas personas que no la aceptaban, solo que este ser…al menos se abalanzó, dejando claras sus intenciones. Parpadeó porque no pudo creer ¿hacer algo útil?  Se aparta, para que la joven pueda mover el cuerpo e hiciese lo que tuviese que hacer pero no sin antes dejar claro una cosa, si pensaba que ahora se iría corriendo muerta de miedo estaba más que equivocada.

-Eh, eh, eh…espera ¡aguarda! -alzó la mano para que esperase un momento, aceleró el paso hasta la inspectora y el vampiro aún más muerto, y buscó su daga. No dudó en inclinarse, tirar de ella para recuperarla, enseñándosela a la mujer y acto seguido, hacer algo insólito. Con todas las ganas y fuerzas que reunió de alguna parte de su cuerpo, le dio una patada, otra y otra más al cuerpo sin vida de aquel ser. Sus mejillas ardieron de rabia, su ceño se frunció y volvió hasta clavarle la daga en uno de sus costados, vengándose de alguna manera por el hecho de intentar atacarla.

-Yo también tuve que hacerlo, maldito sea… -se dejó llevar hasta las puertas, esperando su ansiada libertad. Sabía mucho mejor después de lo que había ocurrido, tenía la sensación de que en algún punto ambas habían encontrado el equilibrio, como si de verdad alguien la necesitase y eso…era nuevo.

Las palabras de la inspectora, hicieron mella en ella. Sí, tenía razón, no sabía a lo que se enfrentaba, no era nada con lo que podía ocurrir tras esos muros pero…fuese lo que fuese, visto lo visto…no importaba.

-Nací preparada, señora…bueno, déjeme que la llame al menos por su nombre, Jane ¿de acuerdo? -tan descarada y tan sincera… ¿para qué iba a andarse con rodeos? -Nací preparada para otras cosas pero no para de dónde acabamos de salir. Me hago muchas preguntas y ahí no me son capaces de responder. Tengo muchas, demasiadas pero quiero tomarme mi tiempo en saber ¿qué son esas cosas? ¿por qué se dedican a asesinar y qué obtienen a cambio? Empecemos por ahí y ya luego me dice…porque los persigue. Lo siento, acaba de condenarse, me va a tener de compañera toda la tarde…es la culpable de mi libertad y pienso pagársela con ¿un café? Necesita estar despierta, cuerda…por si nos atacan otra vez. Solo tengo mi daga -volvía a hablar sin parar, así que tomó aire y lo soltó…dejando pasar un par de minutos.

-No se me da mal el tiro al blanco, ensayo cada día con dibujos de mis hermanas, de mi padre… y ya no fallo, doy en el blanco -sí, una confesión algo siniestra pero por esa sonrisa de lo más divertida….¿cómo iba a poder hacer daño a nadie? tenía sus motivos y…tenían esa tarde para saberlo una de la otra.
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Mensaje por Astrid J. Bergès Mar Mar 29, 2016 9:10 am

El episodio de odio que ha protagonizado Abbey en el último minuto hace que guarde silencio mientras la observo avanzar hacia mi, sus manos manchadas de sangre innecesariamente ni tiemblan. Busco en su mirada algo que pueda ayudarme descifrar qué esconde en su cabeza, sus ojos brillan ardientes, casi quebrados. Cuando llega a mi altura empieza a parlotear y sus palabras se tropiezan unas con otras, supongo que la situación y los nervios pueden haberla superado, aunque algo me dice que esta chica es así siempre. Comienzo a caminar, casi correr, hacia la puerta principal, los barrotes dorados se alzan hasta el cielo y terminan justo en el escudo de la familia Appleby. No hay tiempo para responder a sus respuestas ya que el bullicio proveniente de la residencia es cada vez mayor y más histérico. Frunzo el seño ante su confesión, ¿una como diana los retratos de su familia? No sé que te lleva a tales extremos, pero nada bueno me temo.

-No aquí, Abbey-le hago una seña, tendrá las respuesta que espera, solo algunas, pero ahora toca la huida. Una vez frente a la cerradura saco una horquilla de mi cabello y comienzo a intentar desbloquear el cierre buscando el punto indicado. Por lo general los candados no suelen dificultad, todos se rigen por los mismo patrones y al final depende más de la habilidad de las manos que del instrumento en sí-Ya casi está, avísame si viene alguien-procuro no frustrarme y me muerdo el labio para controlar los nervios, necesitamos salir de aquí ya.

-¡Inspectora O´Connel!-no puedo evitar reírme cuando escucho la voz de ardilla enloquecida de la institutriz, más aún cuando se entere de que ni soy inspectora ni me llamo así -¡Abbey Lynn Appleby vuelve aquí inmediatamente!-solo un poco más y la cerradura dará de si, solo tengo que… ¡voilá! Abro la puerta lo justo para ambas podamos pasar y vuelvo a cerrarlas tras nosotras. Miro a Abbey en un estado de euforia y casi podría decir que ella se siente igual.

-Hora de correr-le guiño un ojo y sin esperar si quiera que asimile lo que está pasando mis pies se ponen en marcha, por el camino recojo el vuelo del vestido sin ningún tipo de pudor ya que necesito mayor movilidad para correr el trecho hasta el carruaje. Alfred debe estar de los nervios, lo que se suponía que sería una inspección rutinaria a terminado siendo una locura que se ha alargado más de lo necesario. Casi puedo imaginar la expresión de su cara cuando me vea aparecer con éstas pintas y una persona más. El cochero jamás hace preguntas inapropiadas, aceptar de forma fiel y solemne todas y cada una de las indicaciones que se le dan y lleva tantos años en la familia que más que un empleado es el abuelo particular. Una vez llegamos al final del camino éste se divide en tres direcciones, yo tomo la derecha y solo dos metros por delante se encuentra el carruaje. Estaba en los cierto, su cara me lo dice todo. Me pregunto qué pensara mientras me observa correr hacia él con mi vestido manchado en sangre, mis medias a la vista y mi cabello fuera de control, con la sonrisa de quien ha roto la vajilla entera.

-Querido Alfred, ¡tú siempre tan paciente!-digo divertida, me tomo un momento para respirar y echo la vista atrás esperando ver a aparecer la maraña de cabellos dorados por la esquina. Por la zona no transcurren vehículos ni transeúntes, la residencia está situada en un lugar desolado, escondida entre los árboles y con el pueblo más cercano a veinte minutos a caballo.

-Mi señora, ¿está herida?-su rostro se nubla por la preocupación y reprimo las ganas de darle un abrazo, después de mi familia es la persona que más atenta y calidad que he conocido jamás. Niego y le sonrío, para que se quede tranquilo palpo la zona manchada de sangre.

-No es mía-me quito los guantes y se los doy-Al final estábamos en lo cierto, la residencia se empeña en camuflarlo con un fuerte virus de gripe-me encojo de hombros y suspiro mirando sus ojos sinceros- Por suerte o desgracia sabíamos que no era así, hemos hecho bien en venir aquí Alfred, he podido poner fin antes de que la situación se descontrolase.

-Su tío se alegrará al saberlo… creo que tiene compañía-el cochero abre mucho los ojos y hace una mueca al ver aparecer a Abbey. Me mira sin añadir nada más y abre la puerta.

-No hay de qué preocuparte, tiene carácter pero es inofensiva… o casi-sonrío a la rubia y la invito a montarse en el carro, sus pecho sube y baja después de la carrera y sus mejillas están sonrosadas, somos un cuadro-Hablemos dentro, Abbey. Cuanto antes nos alejemos de aquí, mejor. Alfred, la señorita Appleby y yo necesitamos tomar un refrigerio, la jornada ha sido agotadora-entro primero para quizás, trasmitirle un poco de confianza, al fin y al cabo soy una total desconocida. Una vez en el asiento espero paciente a que decida entrar. Cuando la puerta se cierra tras ella la miro-Empecemos por el principio-comienzo a desatar el corpiño que llevo puesto ya que la sangre lo ha ensuciado. A mi lado hay un cambio de ropa pulcramente doblado que Alfred se ha encargado de dejar preparado ya que, conociéndome, sabía que lo iba a necesitar. Las armas a mi costado están a la vista pero nada hago por ocultarlo, Abbey ya ha visto de qué trata todo esto-No soy inspectora, ni señora, soy Astrid Jane Bergès, sobrina de Pierre Contrier, estoy casi segura de que el nombre de mi tío será conocido para alguien de tu posición-intento hacer memoria a todas sus preguntas y me limito a contestar a las que yo creo convenientes-Quisiera poder decir que esas cosas no son seres de este mundo pero la realidad es que caminan entre nosotros, son pesadillas en carne y hueso y su existencia es milenaria. ¿Por qué lo hacen? Placer, necesidad, maldad… Sea cual sea el motivo no es justificable. Si crees en dios, Abbey, este no va a salvarte-mis ojos cruzan los suyos, a su espalda el paisaje parece difuso y en movimiento. Abbey es de esa clase de jovencitas que va contracorriente y rompe cadenas, algo en su mirada me hace comprender que entiende las palabras, que dentro de ella la sospecha de lo sobrenatural ya existía o, al menos, sabía que en esta vida existen cosas peores que la propia muerte. Tomo su mano para limpiar la sangre ajena con un pañuelo-Hay ciertas cosas que escapan a la razón pero solo una es cierta, o cazas o eres cazado- acaricio por un segundo su mano dejando que absorba la información, todo lo que tenga que escuchar debe ser a su debido tiempo ya que no me gustaría que colapsase pese a la fuerza inaudita que ha demostrado tener hasta el momento. Lo quiera o no, para Abbey no hay vuelta atrás.

El carruaje hace parada justo cuando termino de ajustar el corsé, me pongo el nuevo abrigo oliendo a lavanda, es rojo y jovial. Suelto mi cabello y con ello me desprendo de todo lo que que tenía que ver con la Inspectora O’Connel. Guardo las prendas sucias en el compartimento bajo el asiento y le tiendo una gabardina a Abbey, fuera hace frío y no nos conviene que se pasee por el pueblo luciendo su uniforme de colegiala fugitiva. Cuando bajamos sonrío ante la mano que me tiende Alfred y espero a que Abbey haga lo propio.

-Os espero paciente, mi señorita-le doy un leve apretón en la mano a modo de agradecimiento y me giro hacia Abbey, el abrigo le queda estupendo, ahora que la miro con detenimiento parece mucho mayor de lo que creí en un primer momento, tengo curiosidad por saber su edad pero no estamos aquí para tratar temas superficiales.

-¿Un café, pues? A mi me apetece tarta de manzana.

Un caballero nos abre la puerta de la cafetería para cedernos el paso, ahora es Abbey quien tiene el turno de palabra.
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Mensaje por Abbey Appleby Sáb Abr 09, 2016 3:40 pm

La amistad va de la mano
de la confianza.



La paciencia no era una de sus virtudes, observar  a la otra joven intentar abrir el candado con ¿una horquilla? Sí que era desquiciante. Si lograba abrir dicho candado, esperaba la enseñase cómo hacerlo pues le sería útil en el futuro. Esa mujer era toda una caja de sorpresas, lograba sorprenderla y muy pocas personas lo habían conseguido, hasta ahora. Imposible que una traviesa risa se le escapase al ver cómo la señora Gilbert se acercaba a toda prisa a ellas. Ambas risas, se entremezclan entre los gritos de la mujer quien no contenta con fastidiar la huida, logró que la atención de la residencia con esas miradas curiosas y acusadoras…cayesen sobre ambas.

-¡La ha abierto, maldita sea! -un “já” de lo más inesperado, en plena euforia, entre pasos rápidos, no sin antes cerrar la verja que separa la libertad del deber. El escudo del apellido Appleby, la observó en silencio sobre la reja de entrada, majestuoso y elegante…recordándole quién es , quién sería siempre bajo su  manto, su nombre y algo que sin duda, le perseguiría el resto de su existencia. Sus orbes azules, se apartaron de la verja, centrándose en seguir a la joven. Inusual que una señorita de clase alta vaya con un traje tan recargado y en este caso, los vestidos de gala…quedaron guardados en el baúl, un vestido de tonos color crema… se movía con  la misma agilidad que el paso acelerado de la rubia.

La respiración, se aceleró al mismo son que su corazón palpita con fuerza con la sola idea de haber abandonado por fin la residencia. Saborea, los primeros minutos de libertad y todo gracias a aquella mujer y su horquilla. Abbey, sonríe de medio lado al recordarlo…deteniéndose ante el carruaje en donde es recibida. Observadora, uno de sus puntos a favor, se da cuenta de que aquel hombre no es cualquier criado…alguien cercano y de confianza. Por un segundo, se acuerda del pobre señor Milles quien seguramente…estaría en esos momentos consolando a la señorita Gilbert, vuelve a reír, sonoramente…sin venir a cuento y tachándose de loca pero ¿cómo no reaccionar ante la idea?

Y lejos de dudar o titubear en entrar en el carruaje o no, lo hizo sin preámbulos, sentándose frente a Jane. Se acomodó en el asiento, desviando sus orbes azules tras la cortinilla de encaje y asegurarse de que nadie las seguía. Suspiró largamente, un silencio incómodo pues saber cómo era de inquieta y que siempre tenía algo que decir o añadir, en este caso… las palabras quedaron en la residencia, de momento. Y no le pilló de sorpresa que hubiese mentido, ella misma sabía que en aquel sitio ocurrían cosas , disfrazadas con “horribles sucesos” a los que nadie daba explicación. Rió, una sonrisa sincera acabada en una sonrisa de lo más divertida, como si fuesen dos niñas pequeñas que acabasen de hacer la peor de las travesuras, hacía mucho no se sentía así, desde…

-No es inspectora, como tampoco soy una de esas niñas ricas de sonrisa perfecta, Jane -esperaba que la comprendiese, cosa que no dudaba… si estaba en ese carruaje, lo dejaba claro -No hay dios que me salve pero sí demonio que me tiente a obrar de forma estúpida en según qué ocasiones, ocasiones en las que salí airosa, no siempre la suerte del mal estará a mi favor…lo tengo muy en cuenta y a la orden del día pero… no pienso quedarme de brazos cruzados ¿quién dice que no está aquí para eso? para salvarme , para salvarla… -si sus pasos se habían encontrado en un punto, no podía significar cualquier cosa ni dejarlo pasar.

Entrecerró los ojos al notar como tomaba su mano, al principio, la retiró un tanto… pero al ver sus intenciones, le dejó hacer… y ese gesto, un gesto tan insignificante que lo cambió todo en un segundo y no fue otro que esa muestra de cercanía. Contrariada, buscó su mirada, encontrándola y sentirse…extrañamente protegida, en armonía con su compañía…nada que ver a cómo le hacían sentir aquellas estúpidas niñas que no sabían decir su nombre entero sin reírse por lo bajo. Guardó silencio hasta que el carruaje se detuvo y esperó a que ella bajase , se puso la gabardina por encima, sobre los hombros.

-Invito yo, por el paseo secundó la idea del café, mirándola intensamente con aquellos ojos azul cielo, un cielo plagado de nubes negras. -Tarta de manzana, buena opción… la mía doble, me gusta demasiado -sonrió más relajada, siendo la propia Abbey quien la guiase hacia una de las cafeterías de la zona. Estaba algo apartada de dónde dejaron el carruaje, cubría las espaldas de ambas por si alguien las había visto subir o bajar del carruaje y no ser un blanco fácil -¿Por qué la sobrina del señor Contrier no está tomando el té y buscando marido? Es lo que se suele hacer pero como yo…va contra marea ¿no es cierto?  -rió por lo bajo, antes de que su acompañante contestase, ella se adelantó -Nadie está a salvo en ninguna parte pero si no hacemos algo al respecto, para seguir saltándonos las reglas y sobrevivir ¿quién lo hará? Cuénteme más cosas de , quiero decir, cuéntame más cosas de ti, Jane… ¿por qué estás en Paris? Estarías en la residencia conmigo, no creo que te comportes tan bien como tu tío quisiera…es solo una impresión -

Alzó las manos , avisaba de que tan solo eran suposiciones pero por lo que había visto hasta ahora…tenía mucho más que ver con la rubia que con el mundo rosa de la clase alta-media. Una señora se acercó a tomarles nota y ella no dudó ni un segundo, siempre tomaba lo mismo, tanto de beber como para comer.

-Café solo y … dos porciones de tarta de manzana, por favor…más dorada por los bordes, no me gusta comer masa cruda -hizo un mohín con la nariz de lo más gracioso, desviando la mirada hacia la cristalera del escaparate, por un segundo, buscó a alguien entre los transeúntes. Se mordió el labio inferior justo por el medio, enfadándose por el simple hecho de no encontrarle… -Paris, no pensaba que encontraría a gente tan diferente y sí, la considero distinta a todas las demás…damas.  ¿Por qué, Jane? Va detrás de esos seres pero no tiene que ser un porque sí… ¿por qué no le importa mancharse las manos de sangre? No tengo ni idea… de cómo acabar con ellos, ni diferenciarlos pero me gustaría…aprender, lo básico…y puede llenarme a preguntas, claro que, no pienso responderlas a todas…y sé que será lo mismo por su parte. No confío en nadie y es obvio pero si lo hago… me dejo llevar, como me he dejado llevar al subirme a ese carruaje sin pensar. -

Era todo lo sincera que aquella mirada, siempre fija en los ojos oscuros ajenos… mostrándole que la confianza, se podía crear o disipar en un segundo pero ¿por qué no? no tenían nada que perder.
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Mensaje por Astrid J. Bergès Dom Mayo 29, 2016 10:58 am

El aroma de la cafetería nos envuelve y es grato comprobar que siempre hay lugares y momentos en los que, no importa qué, puede surgir una sonrisa. El recepcionista se ofrece a tomar mi abrigo pero opto por dejármelo puesto, la estancia es cálida y agradable pero mi cuerpo no entra en temperatura. El frío de la muerte ha impregnado mi piel. Dejo que Abbey escoja el lugar donde quiere sentarse y me acomodo frente a ella, las cortinas entreabiertas del ventanal mantienen nuestros rostros ocultos pero fácilmente podemos observar el exterior. Sonrío levemente y pido una porción de tarta de manzana también y una taza de té negro mientras escucho las palabras de la rubia. Su rostro irradia algo que no sabría describir, está ansiosa y a la vez tranquila, una nueva capa de Abbey ha salido a la luz. Presiento que comienza el ataque de preguntas y a estas alturas no podré escapar. Tampoco quiero. La luz dentro de la cafetería es tenue y sutil, nos envuelve un ambiente de susurros, nadie alza la voz demasiado y podría decir que todos los clientes son mujeres.

-Me temo que no sirvo para esas cosas, Abbey. Y llámame Astrid, por favor.- escuchar ese nombre en otros labios me da escalofríos, hasta la fecha solo he podido sportarlo cuando él lo pronuncia y, aún así, se siente como cuchillas. Espanto esos pensamientos y río también por lo bajo, ¿buscar marido? Sí, supongo que eso es lo que debería estar haciendo, debería encontrar una estabilidad y alguien que pueda ofrecerme protección. Debería centrarme en ser ama de casa y criar con amor a todos los hijos que pueda darle al supuesto amor de mi vida. Pero esa oportunidad murió junto con mi pasado hace mucho tiempo. ¿Cómo podría criar a mis hijos en un mundo donde la muerte mece la cuna? Frunzo el ceño un instante-Hay quienes se conforman con seguir el camino y quienes prefieren trazar el suyo propio. Estoy segura de que tú ya has empezado a trazar el tuyo ¿Me equivoco?-observo la estancia y examino las mesas que están más cerca a nosotras, no me fío ni de mi sombra. Sin embargo, la presencia de Abbey resulta elocuente y contradictoria, nadie diría que esa joven presenció la caza de un vampiro hace una hora, así como tampoco se la ve muy afligida por haber encontrado a su compañera de clase desangrada. No vuelvo a hablar ya que es ella quien pone el ritmo de nuestra conversación, dejo que haga las preguntas oportunidad y sopeso cuales contestar y cuales evitar. Sonrío cuando me tutea, empezaba a cansarme de los formalismos.

-Huí de mi hogar hace mucho tiempo y no tengo intención de volver. Atrás no queda nada.-la camarera hace acto de presencia y nos sirve, yo guardo silencio hasta que se marcha. La tarta tiene una pinta estupenda y algo me dice que no es la primera vez que Abbey vienen a este lugar, le han servido las porciones más grandes que han podido y el café de su taza casi roza el borde. Yo sirvo el té en mi taza y espero a que repose-¿Por qué?-repito, para mi la respuesta es más que obvia, o al menos eso creo-Cuando lo pierdes todo, tus decisiones son lo único que te queda. Soy lo que soy para no perderme a mi misma-doy un sorbo al té y la miro fijamente, procuro no pronunciar las palabras claves como para no levantar sospechas, nunca sabes quien puede estar escuchando. Alzo una ceja ¿No me importa mancharme las manos de sangre?-Mis manos no están limpias, jamás lo estarán, eso es algo que debo cargar conmigo para siempre y te aseguro que sí que importa, ya sea sangre inocente o culpable, sangre de víctima o no-apenas he terminado de pronunciar las palabras ella dice algo que me deja helada un instante-¿Aprender lo básico? Abbey, ¿sabes si quiera lo que significa ser lo que soy?-este mundo se empeña en ponerme a prueba, la rubia habla de la situación como si fuera algo casual. No se aprende lo básico sobre la muerte si antes no has aprendido a vivir. No se trata de saber manejar una daga y dar en el blanco, no se trata de correr más rápido o ser ágil con la espada. No se trata de un capricho. Es lo que me gustaría decirle, sin embargo inspiro profundamente antes de hablar y procuro sonar lo más tranquila posible-Tienes la suerte de tener más opciones-tomo el tenedor y corto un trozo de tarta pero no encuentro el apetito para llevármelo a la boca, me muerdo el labio. Realmente solo es una niña y pocos son los años que nos separan, no puedo ceder ante su propuesta y dejar que lo que queda de su inocencia se manche con sangre. Abbey aún puede salvarse-¿Por qué el señor Applebby encierra a su hija en un sitio como ese? ¿Crees que tu padre conoce el mundo sobrenatural?-miro a Abbey intentando encontrar la respuesta antes de sus palabras, si miente, lo sabré. Fuera el cielo se nubla y comienza a teñirse la tarde de gris, el frío que siento ya no se trata solo del malestar.
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Mensaje por Abbey Appleby Jue Jun 02, 2016 11:43 am

La amistad surge sin esperarlo, nace un vínculo entre ambas personas, como una estrella que solo brilla para ti.


El hecho de que le pidiese encarecidamente llamarla Astrid, la alertó. Sus orbes azul cielo la habían estado observando todo el tiempo, su inquietud al llamarla “Jane”, no debía de traerle buenos recuerdos y ella, no era nadie para atormentarla… a ella no. Asintió levemente con la cabeza, disculpándose al agachar la mirada un segundo al plato donde se encontraba su dulce favorito. En otra ocasión, el pastel de manzana captaría toda su atención y pensamiento, en este caso no. Se preguntó, qué pasaría por la cabeza de aquella joven, mucho más reservada y madura que ella misma. Es un hecho que no admitiría pero sin embargo, admiraba.

-El camino que cada uno escoge, muchas veces no es el correcto ni el que desea. No sé exactamente si he comenzado a trazar el mío, intento que sea lo más llevadero posible. Me casaré seguramente no dentro de mucho tiempo. -hizo una pausa, dejando la información en el aire, parecía tan tranquila como resignada, con una pizca de resignación al apenas susurrar la última palabra “no dentro de mucho tiempo”. Se encogió de hombros, la risa de la joven cortó el silencio que acababa de formarse, como un cuchillo de doble filo en sus palabras -Un matrimonio de conveniencia, lo típico , solo que el mío es diferente porque sabemos cada uno lo que queremos del otro… nada -dejó con cierta rudeza el tenedor sobre el plato. El recuerdo de aquel joven de ojos oscuros la atormentaba a cada segundo, él era su camino, su futuro y dejar de ser quién era pero como todos los sueños y promesas en palabras, se desvanecen.

-Astrid. Volver hacia atrás en tus pasos, solo significará una cosa… recaer. No dejes nunca que nada ni nadie te haga flaquear. Eres fuerte, lo suficientemente para no solo trazar tu camino, sabes defenderte muy bien sola. Sé de lo que hablo -alzó la mirada hasta la mirada ajena, sonriendo de medio lado, no mentía en cada una de las palabras, las sentía de verdad. -Perderse a sí misma es cuando entonces… ya no habría vuelta atrás. No pierda jamás tu esencia, eres quien eres y nada ni nada puede cambiar eso -

Sus dedos , martillearon con impaciencia sobre la mesa. Acababa de ser insolente, como si ser cazador fuese como comprarse un vestido bonito. Chasqueó la lengua, negando con la cabeza, intentaba buscar las palabras exactas pero no sabía cuáles. Qué necia. ¿Cómo iba a aprender lo que ella elaboró durante tanto tiempo? no tuvo opción, a saber lo que le había pasado a aquella joven.

-Discúlpame Astrid, no debí sugerirte tal cosa -carraspeó, pedir disculpas no es que fuese uno de sus fuertes. Tomó aire y lo soltó, la pregunta que acababa de formularle era clave, ¿por qué su padre la encerraba? Unida a eso que acababa de decir “tener más opciones”. La cafetería estaba llena, lo suficiente para que alguien pudiese escucharlas, así que acercó la silla a la joven, codo con codo… no sin antes darle un trago a su café solo. Necesitaba aquello, le daba fuerzas al menos a no ser vulnerable…no dar lo que tanto procuraba no mostrar: pena -Mi padre. Mi padre es un interrogante con todas las letras. Ten cuidado con él, Astrid. No le gusta que ronden su territorio. No sé si sepa lo sobrenatural pero es mejor no saberlo, créeme .

Quedaba lo peor, contarle la razón por la que se encontraba en Paris, no sería fácil, tampoco podía detallarlo todo como quisiera. Llegar a Paris, vivir en la ciudad parisina… estaba cambiando su vida, dando pasos agigantados. Partió un trozo de tarta, cuánto le gustaba, le recordaba tanto aquel olor… ese sabor. Tragó de golpe , los recuerdos volvían a acecharla y mostró una sonrisa… de temor porque ella dejase de hablar, de preguntarle.

-Soy la hija pequeña de los Appleby. Familia católica como habrás podido ver, santos por todas partes, educación y buenos modales que intentan inculcarte en ese lugar del demonio -suspiró, mirando por unos segundos por la ventana, perdiendo su mirada azulada , la cual se oscureció por unos segundos -Todas mis hermanas, ya se han casado, tienen algún hijo y ya me toca seguir los pasos. No soy la típica Appleby, elegante, buenos modales, ejemplo a seguir, conocida por su saber estar y complaciente con su esposo, madre ejemplar . Siempre he sido así, como caballo desbocado, haciendo lo que siempre me ha dado la gana. He perdido personas por el camino, he sufrido la ira de mi familia por tacharme de… ser esto, un estorbo, una mancha negra en la familia. Si me caso con ese hombre, es para que me dejen en paz. No va a ser para siempre, querrán que tenga hijos, siente la cabeza y deje de comportarme como una loca… sí, me llaman loca, Astrid -no sabía si esa chica estaba contratada por sus padres para sacarle información pero… algo dentro de ella le decía que se fiase de ella -Venir a Paris… fue mi condena, aquí empezaría mi tortura, tendría que asistir a todas las fiestas, comportarme como una señorita…como intentan que allí sea. No creía que Paris me traería ciertas cosas. Conocí a alguien… de casualidad, me dibujaba mientras tomaba una de mis manzanas en aquel salón. No sé si es amor, el amor se supone que es lo más fuerte, inquebrantable y no importa lo que pase porque seguirás esperando…pero ya ha pasado mucho tiempo

Sus manos se cerraron entorno al borde de la mesa, estaba enfadada, mucho por aquella desilusión. Suspiró, cerrando los ojos con fuerza, luchando para no volver a ser tan estúpida de ser vulnerable ante nadie.

-Empiezo a conocer a gente en Paris, algún que otro encuentro. Mi vida cambiará de un momento a otro y más que miedo, siento alivio porque saldré de allí aunque los tenga siempre pisando los talones ¿tengo opciones, Astrid? No tengo más opciones que esta. No me importa, de todos modos, nadie va a venir a salvarme en un corcel blanco No lo necesito, me basto yo sola y sé, que tú también puedes. Eres fuerte, te lo repito para que te lo creas ¿por qué te lo cuento y me lo cuentas? No busquemos porqué… solo, somos dos personas en una cafetería que quizás no vuelvan a encontrarse nunca pero me gustaría que eso no pasase -le dedicó una sonrisa divertida, cómplice…
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Mensaje por Astrid J. Bergès Vie Jul 01, 2016 8:45 am

Observo a Abbey como quien lee un libro inacabado, tiene la mirada de aquellos que esperan las respuestas que saben que jamás llegarán, un mar de nubes sobre su cabeza. Siento el miedo aflorando dentro de mi pecho mientras veo cómo juega con las cascadas doradas de su cabello, siento miedo por una persona que apenas acabo de conocer y a la que he involucrado en un mundo que puede consumirla y denigrar todo lo bueno que quede en ella. Doy un sorbo al té buscando el calor que me falta mientras la escucho, tiene la cualidad de no quedarse sin palabras sea cual sea la situación y eso, pese a que al principio me resultaba exasperante, ahora me parece de lo más curioso. Sonrío casi con pena ante sus palabras. Matrimonio de conveniencia, el drama de las jóvenes de la actualidad, un drama que me acosó a mi en su momento y del que aún no me he librado. Nuestras miradas se cruzan en la más sincera de las comprensiones, ni siquiera creo necesario decir nada al respecto, ambas podríamos despotricar sobre el matrimonio y quemar el lugar con nuestra indignación, pero una dama no hace esa clase de barbaridades.

-Comenzarás a trazar tu camino cuando tomes tus propias decisiones-alzo una ceja y doy otro sorbo, el té negro y la miel se funden en mi boca. Abbey no parece una joven con ganas de ser domada y mucho menos por factores externos a ella, un matrimonio de conveniencia puede hacer que algo en ella explote o, por el contrario, se apague. Su forma de reír me da a entender que quizás sopese la rendición, como muchas otras mujeres sin voz ni voto. Frunzo el seño y cuando vuelvo a hablar procuro que mi tono se mantenga casual-Puede parecer una locura pero no serías la primera que no se presenta al altar. El honor y el apellido de la familia siempre estarán por delante ante los ojos de nuestros padres, jamás te lo perdonarían pero, Abbey, existen peores cosas en este mundo que el matrimonio-sonrío esperando infundirle algo del coraje que a mi me falta-Sabrás qué hacer cuando llegue el momento.

Dejo que asimile todo lo que implican mis palabras mientras el recuerdo me invade sin poder evitarlo. Maldita mente y malditos todos. Me arde el cuerpo cuando el rostro de aquel que asesinó a mi familia aparece en mi memoria. A veces me sorprendo mirando hacia atrás cuando camino sola pensando que quizás él pueda estar cerca, él y su sed, su ansia de sangre. Atendiendo al consejo que acabo de darle a Abbey quizás no haya sido lo mejor, la primera y última vez que fui comprometida por conveniencia con alguien, rechacé la oferta en un arrebato de rebeldía y todo mi mundo se vino abajo. ¿Cómo iba a saber que mi prometido era un vampiro? ¿Cómo iba a saber siquiera que esos seres existían? Inspiro profundamente para recuperarme de la conmoción, mi rostro apenas a mostrado algún indicio de lo que he estado pensando, más bien parezco demasiado ocupada en descuartizar el trozo de tarta que tengo delante. Cuando Abbey vuelve a hablar lo hace con una seguridad que no podría haber creído propia en ella, dice que soy fuerte y yo casi podría abrirme en canal para mostrarte todos los juguetes y recuerdos rotos que llevo dentro. Sin embargo le sonrío, porque lo que ha dicho verdaderamente tiene su reconocimiento, la rubia no me conoce y pese a eso entre nosotras no encuentro barreras.

La camarera aparece ofreciéndonos más té y galletas de limón, pese a que las adoro, declino la oferta de lo segundo. No tengo apetito después de todo lo ocurrido hoy. Miro por el ventanal, entre las cortinas, y puedo divisar a Alfred por la zona, lo que hace que me quede más tranquila.

-No tienes que disculparte, habría sido peor que te guardases ese pensamiento para ti-digo, aún mirando al exterior buscando cualquier aspecto sospechoso-Yo renegué de esta condición en un principio, no quería aceptar la existencia sobrenatural en el mundo pero, cuando ves de lo que son capaces con tus propios ojos, cuando tienes la muerte susurrándote al oído, sabes que no hay otra opción. Puedo enseñarte lo básico, responder a tus preguntas en otro lugar, en otro momento, lo prometo-si me sintiese capaz de poder entrenarla lo haría sin dudarlo, pero no quiero a Abbey cerca de las criaturas de la noche, no deseo su muerte temprana o que priorice la pérdida antes que la vida-Si tu padre es un interrogante yo pienso encontrar la respuesta-la miro entonces con determinación, es imposible que en la Residencia Appleby rondasen neófitos y que nadie haya advertido de su presencia, además, el señor Appleby se muestra demasiado reservado como para no tentar a mi curiosidad. Sigo la dirección de su mirada hacia el exterior para dejarle espacio mientras me relata su situación. Abbey es esa hija no deseada que no encaja en ninguna parte, ni con ella misma. Niego con la cabeza cuando me confiese que la tachan de loca, hacer algo así puede acarrear consecuencias irrevertibles, que Abbey Appleby sea acusada de locura podría ser el peor de sus destinos.

-Quizás venir a París no haya sido tu condena, tal vez aquí encuentres un motivo por el que luchar-me sirvo un poco más de té y dejo que enfríe, alzo la vista hasta las orbes azules de la joven-El amor es un niño caprichoso al que nadie invita y nadie quiere dejar ir, no te voy a decir que el tiempo lo cura toda porque es la mayor mentira que nos han hecho creer a todos-tomo la mano de Abbey ya que me he percatado de que aún tiene restos de sangre, con toda la pasividad del mundo tomo mi pañuelo, lo humedezco en el té que queda en mi taza y limpio su piel. Sangre ajena, sangre de vampiro-Yo consideraría esto como el principio de algo, no te vas a desprender de mi tan fácilmente señorita, no ahora que el mundo se ha abierto para ti. Te esperan muchos cambios y varia noches sin dormir-guardo de nuevo el pañuelo cuando el pálido y suave dorso de su mano queda limpio. Aparto mi taza a un lado para que la camarera proceda a recogerlo en cuanto aparezca-Ahora que ya has escapado de la Residencia, ¿qué harás, Abbey? Si puedo hay algo que pueda hacer solo tienes que pedirlo.

Me cruzo de brazos y espero paciente su respuesta, las manecillas del reloj al fondo del salón avanzan lentas y me digo que aún puedo permitirme más tiempo con ella, un tiempo para conversar. Se hace el silencio mientras la camarera recoge el plato vacío de Abbey y la tarta de manzana descuartizada que queda en el mío, por la mirada de la rubia casi podría jurar que he hecho un sacrilegio al no probar bocado. Aprovecho para observar la situación tras la ventana, no me quedo tranquila si no compruebo cada tanto todo lo que nos rodea, en otras circunstancias no le habría dado tanta importancia pero, literalmente Abbey es una fugitiva y yo una asesina, presiento que irán detrás nuestra, quién lo que habrán pensando al desaparecer nosotras. Una figura llama mi atención, como tantas otras veces, todas las sombras me resultan iguales pero, esta vez, me devuelve la mirada. Los transeúntes se entrelazan y me es imposible distinguir la identidad del hombre, que desaparece entre la multitud. Frunzo el ceño y me doy cuenta de que me he mordido el labio demasiado fuerte. Cuando vuelvo a mirar a Abbey corro un tupido velo entre mis pensamientos y ella. No puede ser, simplemente no puede ser. Creo que no he escuchado la primera frase de la rubia pero pongo toda mi atención en ella pese a que siento como la sangre me abandona el rostro.
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Mensaje por Abbey Appleby Lun Jul 04, 2016 9:23 am

No siempre... nos quedará Paris




El silencio, la mejor respuesta que podían darse. No esperaba ni pedía consejo, simplemente dejó que las palabras y pensamientos, se manifestasen en voz alta. Astrid Jane, Jane, tampoco era como cualquier joven de clase alta. Su sencillez y determinación, la madurez con la que se comportaba, hablaba y observaba a todo aquel que se cruzase en su camino, era simplemente absorbente…de confianza. Las miradas que se dedicaron, les bastó para saber que lo dicho en aquella cafetería, no saldría del lugar… una promesa en completo silencio, palabras que se dedicaban y esperaban que la otra creyese, consejos que solo una igual…una amiga podía darte. Sonrió de forma leve ante aquella frase, ella también lo creía así pero hasta que trazase su camino aún quedaba tiempo, solo le quedaba tomar decisiones… justo para eso, trazar ese sendero del que ella mencionaba.

-Sé que hay cosas peores que el matrimonio. Lo sé bien. -frunció ligeramente el ceño, entendía a Jane… y muy bien porque aunque su jaula no fuese de oro , estaba forrada con otro papel llamado sufrimiento, dolor y desamparo. Lo leyó en sus ojos, el ser observadora le llevó a leer algo que le dijo sin palabras , con ese “hay cosas peores” lo comprendió -Nuestras jaulas están forradas de diferentes colores, es cierto pero ¿y tú sabrás que hacer cuando llegue el momento? No lo he afirmado, te lo he preguntado -no se andaba por las ramas y su acompañante tampoco. Podía matar a cualquier ser de aquellos, lo demostró pero ¿lidiar con sus obligaciones familiares? Eran jóvenes, estaban continuamente en el mercado y lo de la Iglesia le arrancó a Abbey una risa -Ser la novia sin haber boda, no me importa pero unirte a alguien al que sabes que no vas a amar nunca y menos te dome… eso es peor que el apellido. Soy chica muerta como se me ocurriese hacer eso, seguramente me tengan vigilada cuando pase -sonrió sin mucho ánimo, en cierto modo no se equivocaba tanto.

Tragó saliva, llevándose a los labios la taza y al dejarla, soltar un suspiro. Esa chica había sufrido mucho por culpa de esos seres, no iba a preguntar qué ocurrió, sería remover pero tampoco hizo falta. Suspiró, el silencio volvía a responder por ambas y una leve sonrisa, se formó en los labios de la manzana. Nunca había conversado con alguien de forma tan amena, no de su mismo sexo. Solo fue transparente para una persona en especial que ya no estaba y se arrepentía cada día de haberle dado el placer de descubrir esa parte de ella que tenía bien guardada.

-Lo harás. Ese lugar debe de cambiar. Es una cárcel cuando no deberíamos sentirnos así, aún así, ten cuidado. Mi familia es poderosa, te advierto, no te amenazo… pues yo misma te ayudaré a encontrar dicha respuesta, si me dejas. No te pido que me entrenes, quizás, alguien me ayude a eso -recordó a aquel hombre del cementerio, Lazarus, la carta que le envió no hace mucho sopesaba la idea de poder buscar de otra forma ser libre… conseguiría eso -Ya tengo el motivo, Jane. Ayudarte, al menos uno de los motivos por el que debo permanecer aquí -inconscientemente, intentó que no la tocase, siendo imposible pues ella le atrapó y no tuvo más remedio que dejarse limpiar aquella sangre ajena… no puso ningún gesto, no era tan especial como otras y eso Jane lo sabía.

-El amor. No necesito amor para ser yo misma, Jane. Pero es cierto, es un niño caprichoso… y a mí me ha robado todas mis manzanas, me ha dejado el cesto vacío -podía sonar como una broma pero por cómo se oscurecieron sus ojos azules, estaba claro que aquel que se adentró tanto en su corazón hizo mella en él. Lo había querido, ¿Y amado? No le dio tiempo. Poco a poco la vida pasaba y él iba perteneciendo al pasado, uno muy cercano. las palabras de Jane, provocan que Abbey se sienta nerviosa. No es un nerviosismo de miedo, si no de emoción. Desde lo de su amigo, no tuvo amigos…no tan cercanos y aunque se acabasen de conocer, ambas sabían mucho de la otra… más que cualquier persona que les rodease.

-No lo sé. Pensaba buscarle pero ¿cómo buscar a alguien que no quiere ser encontrado? Caminaré sin rumbo, conoceré la ciudad y viviré cada segundo de mi libertad, la que me has conseguido dar…como si fuese la última noche de mi vida. -rió divertida, risa que se congeló al ver el sacrilegio que hizo con la tarta de manzana -¡Jane! La tarta no es uno de ellos, está deliciosa… no puede quedarse aquí -sin importarle, de una cucharada tomó lo que sobraba y lo devoró, cuánto podía gustarle esa tarta. Se levantó, ofreciéndole su mano y tirar de ella cuando se decidió cogerla, volverían a la calle y la sacaría de ese ensimismamiento-Supongo que no vienes -frunció un tanto el ceño, ella no sabía despedirse así que… tiró de la muñeca ajena y apoyó su cabeza en la de la joven, era extraño aquel gesto pero…-Sabes donde encontrarme, estaré allí, siempre -mejor promesa que esa, ambas sí que las cumplían. Por una eterna…¿amistad?
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