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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Síomha Talbot Vie Feb 26, 2016 8:48 pm

I've been clay in the hands of a potter
I've been rosin of a tree
And a leaf, by the breeze carried away

The Song Of Life, Eluveitie

Mi cuerpo estaba fatigado de correr por el bosque y la oscuridad que se cernía sobre mí con la llegada de la noche no ayudaba a mi propósito. El deja vú no me dejaba vivir, los recuerdos constantes de la huida del manos del otomano estaban ahí  aunque con una diferencia; ahora yo tenía el control. Era verdad, me sentí acorralada, me sentía como el mismo cervatillo herido y asustado que a los veinte años había sido, pero esta vez sabía defenderme. Si algo me había enseñado la inquisición, aparte de que fui la culpable de innumerables muertes no solo de criaturas supuestamente despreciables, era la defensa personal. Estaba lista para luchar contra aquellos que me perseguían, aunque esos eran los hombres que yo había considerado mis hermanos durante al menos media vida. De repente, un impacto. No vi llegar el golpe, ni a mi agresor, pero lo sentí bastante bien pues la sangre no tardo en correr desde mi nariz y mi boca sobre mi rostro. Estaba intentando detenerme mi propio amigo, aquel muchacho desgarbado que había conocido nada más entrar en la inquisición. Al principio había sido un hombre asustadizo, pero poco a poco la fe y los soldados habían hecho un hombre despreciable de él. No culpaba tanto a la fe, como a los soldados. Aquella casta no había tenido respeto por nadie, ni por los humanos, cuando se suponía que nosotros solo nos encargábamos de aquellas criaturas que no merecían vivir. Yo misma era la culpable de más de una decena de esas muertes. Había contribuido a matar personas inocentes sin darme realmente cuenta. Mis armas habían hecho que sangraran y mi alma sangraba en ese momento por todas las atrocidades de las que había sido participe.

Los labios de mi amigo se despegaron con una súplica, después de darme otro golpe esta vez en la tripa. Me estaba pidiendo con aquella voz grave y rota que recapacitara, que le siguiera, dado que no deseaba matarme ¿Recapacitar? ¿En serio? ¿Acaso pensaba que yo podía vivir con todas aquellas muertes a mi cuesta? Al parecer mi amigo era más idiota de lo que yo pensaba. Cuando levantó el brazo para darme otro golpe en el rostro, se lo paré en seco con el brazo y le rematé con una patada en la entrepierna. Cayó al suelo como un peso muerto y le pegue otra patada en la cabeza sin pensármelo dos veces. Quedo inconsciente, pero no muerto y no me sentí capaz de rematarle con la pistola que estaba sacando del pequeño bolso donde guardaba además de eso, el diario de armas. No podía dejar que aquellos hombres se quedaran con el diario de armas, no cuando eso significaba la muerte de más gente inocente y más sangre sobre mis manos.

Un primer disparo me sacó de mi ensimismamiento y entonces fui realmente consciente de lo cerca que estaban los otros dos miembros de mí. El siguiente disparo casi me alcanzó, pero me di la vuelta a tiempo con el arma cargada y la suficiente determinación como para disparar. No me dio tiempo a ver si la bala le había alcanzado, ya que salí corriendo por segunda vez hacía la dirección en donde pensaba que estaba la cabaña. Buscaba al inquisidor traidor, aquel convertido en una bestia y cuya mujer suponía que la habían matado unos inquisidores. Había visto la ficha de él en un desesperado intento de buscar a alguien que me ayudara y entre todos los candidatos él les tenía la suficiente manía a los inquisidores como para ir contra ellos. Me estaba arriesgando a que me matara nada más verme, pero eso era mil veces mejor que dejar que usasen mis inventos para matar a otros. Cargue el arma disparada a toda prisa y aun en movimiento, porque había empezado a escuchar otra vez pasos a mi espalda justo cuando estaba casi llegando a la cabaña. No quería morir, no antes de llegar a mi destino, pero al parecer el destino tenía para mí un plan muy inmediato. En cuanto me di la vuelta otra vez con el arma en alto y vi a quien tenía a pocos pasos de distancia, se me helo la sangre en las venas. No había visto un retrato suya nunca, pero supe quién era nada más mirar sus ojos feroces
– Valborg … ¡Que Dios me ayude! – murmuré eso último más bajo dejando el arma caer sobre el suelo. El sonido que hizo debido al impacto no rompió la magia tenebrosa de aquel ambiente, pero si dejo claro en cierto aspecto que no pensaba hacerle ningún daño y esperaba fervientemente que él a mi tampoco.


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Mensaje por Miklós Valborg Sáb Mar 19, 2016 11:12 pm

Tenía miedo. Miedo a que me culparas por truncar tus deseos de venganza. Miedo a que me repudiaras como lo haces ahora. Miedo a que te volvieses en mi contra y me acusaras con el resto de la facción. Miedo a que me obligaran a perderlo. Miedo a que… Miedo a que me hicieran justamente lo que nosotros hacemos a quienes practican la herejía.



Las palabras dichas por Zainhé, hacía cuatro años, se reproducían una y otra vez en su mente. Torturándolo. ¡Condenándolo! La inquisidora, no había escondido la existencia de Lorand por egoísmo, sino por temor a lo que harían los altos mandos cuando se enteraran de que había tenido un hijo fuera del matrimonio, concebido bajo sus narices. ¡¿Y qué había hecho él?! ¡Prometerle que nada les pasaría! Que velaría por el bienestar de ellos, ¡que daría su vida antes de perderlos! Tonto, estúpido, arrogante. Había fracasado. No había protegido a ninguno. Se encontraba completamente solo, sentado en el piso, con la espalda contra la pared; observando los despojos del interior de esa cabaña. ¡Lo había destrozado todo! Su odio, ira y dolor, habían arrasado con los muebles y objetos que hacían de ese lugar, un hogar. ¡¿No decían que los vampiros no sentían?! Lo habían estafado, maldita sea. Su fuerza y sentidos, no eran lo único que se había agudizado, ¡también estaban esos jodidos sentimientos en su pecho! Abrasándolo, destrozándolo. Zainhé había muerto. Nunca más volvería a escuchar su hermosa voz, ni a sentir sus caricias, o a perderse en el brillo de su mirada. El cuarto que compartían antaño, era ahora ruinas. La cama, las sábanas, el tocador; cualquier maldita cosa que se la recordasen, eran pedazos inservibles, partes de un rompecabezas que nadie podría resolver. Sus hijos, no estaban más. Lorand, de cuatro años e István de unos meses de recién nacido, habían sido arrancados de su lado. El cuarto de ellos, era la única habitación que se mantenía inalterable. Traian se había negado a entrar en ese santuario y profanarlo. La idea de no volver a acariciar los cabellos dorados de sus hijos y escucharlos llamarlos papá, ¡estaba volviéndolo loco! Quería sacarse su negro corazón y aplastarlo, para dejar de sentir el vacío. Por unos meses, él había saboreado el cielo. Antes de ser convertido en vampiro, antes de ir contra el enemigo de los Valborg, había sido feliz. Sí. Eso tenía que ser. ¿Qué era, sino dicha, lo que lo embargaba cuando sostenía entre sus brazos a su pequeño? La única cosa buena que había hecho en toda su puta vida, antes del nacimiento de su segundo hijo, había sido esa criatura. Zainhé, le había dado un regalo invaluable, trayendo a su existencia, dos seres perfectos y puros. Él, que había sido esclavo de un vampiro por más de quince años, no podría haber estado tan jodido si tenía la capacidad para engendrar seres como ellos. No lo lamentaba. Era tan vil y egoísta, que no podía lamentar sus nacimientos, incluso si eso significaba la pérdida de ella. Si alguien tenía que pagar una falta, ese siempre había sido él.

Pero, ¿no era eso lo que estaba pagando? Su condena sería eterna. No era una herida que cicatrizaría con el tiempo. No. Le habían robado lo último que le mantenía cuerdo. Si antes, había matado inocentes para llamar la atención de su hermano, en su estúpido afán por ser estacado y librarse de sus tormentosos demonios; ahora, alimentarlos hasta la saciedad, no tenía nada que ver con sus deseos de muerte. Los odiaba. A todos ellos. A la organización y a sus miembros, especialmente a aquellos que jugaron un papel especial en la captura de sus hijos y en la muerte de su mujer. Uno a uno, los encontraría y liquidaría. No habría perdón, ni misericordia. Ellos no habían mostrado ninguna, y él, les devolvería el favor. No verían llegar a la cobra. Con esa nueva resolución, el frío se abrió paso por su mente, convirtiendo en granito sus facciones. La oscuridad, que antes le perseguía, ahora lo envolvía, como si de una capa se tratase. La noche llegaba, trayendo caos y desesperanza. Mientras que el Sol ponía sus grilletes durante el día, la Luna le liberaba. El terror de París, se desataba. El sonido de disparos, no muy lejos de su cabaña, llamó su atención. ¿Qué idiota se atrevía a cazar en sus confines? ¿Le estaban buscando? ¿No habían escarmentado? Había matado al pequeño grupo que creyó que lo habían acorralado. Las trampas, que rodeaban la cabaña y ciertos terrenos de los bosques, aún se encontraban activas. Los viejos hábitos, eran difíciles de cambiar y él, siempre había sido un experto en esos trucos. Un inquisidor, había tenido la desdicha de caer en una de ellas cuando fueron a por sus hijos. Así era como él se había enterado del papel que jugasen éstos en su desaparición. Si el olor de la sangre, aunado a su ira, no hubiese sido tan potente, Traian no habría bebido del bastardo hasta drenarlo. Lamentaba no haberlo interrogado, seguro de que con sus métodos de tortura, habría hablado en menos de lo que canta un gallo. Se dirigió a la puerta y, en el camino, aplastó un juguete de Lorand. Su máscara, completamente amenazadora y cargada de infinito odio, con evidentes tintes de locura, apareció en su rostro. No tardó en darle alcance. – Dios no puede ayudarle. – Sentenció, con una siniestra voz, sus colmillos mostrándose en todo su esplendor. Era una de ellos. Lo sabía por el arma que, sin duda, era propiedad de la Santa Inquisición. Los tecnólogos, solían poner su sello. La arrogancia, lleva al final a muchos, pensó con aversión. – Está muy lejos de casa. Tal parece que se alejó de su rebaño. ¿O es que ahora envían a mujeres a cazarme? – Despectivo, el húngaro, siempre lo había sido. – Pero no puedo quejarme, no cuando la cena ha sido dispuesta. – Avanzó, rápido para el ojo humano.


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Vi en tus ojos, brillantes como la Luna, la imagen de un ser ya perdido para mí.

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Mensaje por Síomha Talbot Mar Mar 22, 2016 2:13 pm

Mis ojos lo veían todo a cámara lenta mientras mis oídos escuchaban con claridad aquellas palabras envenenadas. La anticipación se había anidado en mi interior como un nudo en el estómago y había hecho a todo mi cuerpo temblar con anticipación. Estaba cerca de la meta, la estaba saboreando, casi tocando y solo podía conseguirlo si no dejaba que aquel vampiro me matara. Él era mi meta, él era mi salvación y yo probablemente la única capaz de darle algo que deseaba, la venganza y a la vez librar a sus hijos de esa cárcel que era la Inquisición. Ningún ser humano debía vivir engañado y luego darse cuenta de la cantidad de muertes de la que había sido participe y menos unos niños. Estaba segura de que la inquisición los utilizaría como armas y por eso era imperativo que no se hicieran con mi diario de armas. Mi diario de armas era una bomba silenciosa. Ahí había más de cien tipos de venenos y ninguno para matar a criaturas; como mucho podían causarles parálisis, en cambio a los humanos podían fácilmente borrarles de la faz de la tierra. Tenía miedo por aquellos pobres inquisidores con el cerebro lavado, tenía miedo por aquellos humanos implicados sin culpa alguna en estos sucesos ¡Por todos los dioses! Aun podía escuchar a aquella humana, acusada de brujería, que gritaba misericordia mientras le cortaban la piel a tiras con uno de mis cuchillos. Cuchillo que por otro lado había sido untado antes con un estimulante para que no se desmallara de dolor. La pobre había tenido que sufrir miles de cortes, sin dejarse llevar por la inconsciencia, mientras yo no había hecho nada por remediarlo. Me sentía sucia, me sentía mala, me sentía igual o peor que una asesina.  

–No dejare que eso vuelva a suceder– murmuré por lo bajo viendo como Valborg venía hacía mí. Sus ojos me decían que si podía, no me dejaría salir con vida de esta, pero tenía muy mala suerte porque yo no pensaba morir sin hacer pagar a los que me habían traicionado; o mejor dicho, los que habían traicionado la confianza de todo el mundo. Me incline con suficiente rapidez como para sacar una estaca de las botas de debajo del vestido. Había venido preparada para algo así y justo en el momento en el cual se iba a abalanzar sobre mi, clave la estaca en su estómago. No lo quería muerto, pero si atravesado para hablar con él antes de que se curara para volver a la carga. Sentí mis dedos empapados con aquel líquido rojo que manaba de su cuerpo ya muerto y su respiración artificial prácticamente en mí. Me moví para alcanzar su oído con mis labios y empecé a hablar, aunque en ningún momento había soltado la estaca –No estoy aquí para matarte, no estoy aquí por ellos, estoy aquí por vengan…– las palabras se me atragantaron en la boca en cuanto una intensa punzada atravesó mi hombro ¡Un disparo! Me habían disparado porque había estado demasiado impresionada con la presencia del vampiro como para vigilar a mí alrededor. Flaquee y caí al suelo de rodillas aun sujetando la estaca con la mano buena. Los vi por encima del hombro de Valborg, eran dos, mi viejo amigo ahora convertido en enemigo y el otro al que no había llegado a hacer nada. Supe, por sus gestos, que si no actuaba rápido, mi queridísimo vampiro, iba a acabar en una tumba de verdad. Solté la estaca lo más apresuradamente posible y alcance el arma que antes había dejado caer en el suelo. La adrenalina alimentaba cada una de mis extremidades porque incluso el brazo del disparo me funcionaba con normalidad. Me levante y sentí las vibraciones provenientes de los disparos de mi propio arma, pero no fui consciente de todo el proceso hasta que vi a mi supuesto amigo con un disparo en el pecho y al otro individuo con un disparo directamente en la frente.

Fue el gemido de dolor del que quedaba vivo lo que rompió la parálisis en la que se hallaba sumido mi cuerpo tras el disparo. Verlo ahí en el suelo retorciéndose de dolor y pidiendo clemencia para seguir viviendo debería haberme ablandado el corazón, pero al parecer ya no había lugar para la compasión en mi interior. Deje a Valborg aun con la estaca y me fui caminando despacio hacia aquella cucaracha. En cuanto lo alcance lo miré desde la superioridad que me proporcionaba aquella posición y le apunte con el arma –No mereces vivir, no mereces respirar maldita cucaracha. Tu sabias de las masacres que hacían y no me avisaste. Mereces… mereces… no mereces morir así de fácil, así de simple, sin dolor– caí de rodillas ante su cabeza y empecé a darle con el mango del arma directamente en la cara sin importarme su sufrimiento. Sentía cada uno de sus huesos partirse ante mis duros golpes, sentí su sangre salpicar mi rostro y como mis lágrimas tenían el suyo con mi amargo sufrimiento. La crueldad en mi cuerpo amenazaba con volverme una mujer peor que el vampiro que tenía detrás de mí, pero no podía parar, no me sentía capaz de ello –Confié en vosotros ¡Confié en todos vosotros! No quería que una pobre chica volviese a sufrir lo que sufrí yo a manos de ese licántropo turco, pero vosotros fuisteis bestias peores ¡Peores! ¡Pobres almas! Vais a arder en el infierno y yo voy a seguiros para ayudar a que vuestro castigo sea peor que el mío por llevarme vuestras vidas. Muere sabiendo que nunca vais a conseguir mi diario de arma ¡Nunca!– palabras duras que demostraban lo partida que estaba mi alma, pero pronunciadas a un cuerpo frío, inerte y lleno de sangre. Después, me deje caer al lado del cuerpo y estuve ahí unos segundos, callada, tan solo escuchando el sonido de mi respiración hasta que tuve las fuerzas suficientes como para hablar. –Por venganza, por eso estoy aquí. Ellos me han traicionado. Ellos han matado a humanos a sangre fría sin importarles su sufrimiento y lo peor, han utilizado mis armas para hacerlo. Sé que eres un vampiro, sé que la inquisición te tuvo, y se lo que te hicieron porque tus fichas estaban entre los más buscados. Te necesito…– tomé airé y me intente sentar, pero el dolor que cruzó mi brazo disparado esta vez fue más intenso que la simple molestia que había sentido antes. Al parecer la adrenalina había drenado mi cuerpo de la fuerza suficiente como para aguantar el disparo.


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