The winds of winter [privado] [+18]

Tras el viaje llegamos finalmente al norte, atracamos en el puerto de las afueras de Agder y bajamos del barco cuando ya el sol se había ocultado. El viento frío nos dio la bienvenida mientras nos colocábamos los petates en la espalda. Observé al ángel negro bajo la claridad de la luna, guardé silencio y me pregunté internamente que pensamientos se le estaban cruzando por la cabeza. Sus brillantes pozos estaban clavados en el escenario que se expandía frente a nosotros, era su primera impresión del norte y repentinamente me interesaba bastante saber si iba a gustarle.

El viento le mecía el oscuro pelo, tenía el rostro más blanco que de costumbre, podía notar algunas diferencias, tal vez fuesen más inadvertidas ante los ojos de otros, pero los míos se percataban de que no tenía la fortaleza usual, como yo tampoco la tenía. Mi rostro había adquirido una palidez que indicaba lo anémica que me encontraba. Sabíamos al iniciar el viaje que este nos iba a debilitar porque él únicamente se alimentaría de mi, y así lo habíamos hecho.

Señalé hacia el frente indicándole que si seguíamos hacia el norte, íbamos a encontrar una posada para viajeros. Conocía muy bien el camino puesto que se estábamos en los territorios de mi familia. Por supuesto estábamos aún muy lejos de la fortaleza que me vio crecer, pero tan solo poner un pie de regreso hacía que mi ser se inundase de una sensación distinta a cualquier otra.

Habíamos caminado alrededor de una media hora cuando las piernas me fallaron. Ya hace muchos días que había sobrepasado el límite de la deprivación que podía soportar mi organismo, estaba demasiado débil, pero decidí no decirle absolutamente nada a él para que siguiera alimentándose de mi. Ahora finalmente mi cuerpo decidió que no quería andar más y con ello vino la inminente caída.

Aunque esta no llegó a acontecer, porque cuando volví a abrir los ojos, Ilhan me llevaba en brazos. Ni decir que percatarme de ello hizo que sintiera un vuelco en el pecho, no estaba acostumbrada a este tipo de situación, siempre me valía por mi misma y mi orgullo me orillaba a querer saltar aunque fuera para arrastrarme sobre el camino. -Puedo caminar.-

Su respuesta fue un movimiento negativo de su cabeza y un, déjame hacerme cargo de ti. Por un momento permanecí muda, con el tiempo el ángel negro se había convertido en una necesidad tan intrínseca que insistir en no aceptarlo requería una obstinación desmedida, habiéndose convertido él en la mejor y la peor de mis adicciones.

Y lo peor de todo era que ni quería saltar realmente, por un momento el viento nocturno me traía recuerdos, padre llevándome en brazos cuando era una niña, esa misma sensación de estar a salvo que tuve hace tantos años atrás regresaba y me recorría de nuevo.

Muy a mi pesar.

Daba cabezadas sobre su pecho cuando llegamos a la posada y para cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en una habitación desconocida y el rostro de un hombre con cabello veteado de canas se encontraba sentado a mi diestra tomándome los signos vitales.

-Finalmente despiertas Skadi, me tenías preocupado.- Abrí los ojos desmesuradamente, por supuesto reconocía el rostro, en otra vida el dr. Karlsen me había tratado innumerables veces a lo largo de los años.

-¿Qué hace aquí doctor? ¿No debería de estar en la ciudad?-

-Hace unos cinco años que trabajo aquí, pero como podrías saberlo, has estado ausente mucho tiempo.- Asentí antes de que mi mente me llevara a percatarme de que Ilhan no estaba en la habitación, lo cual me hizo sufrir un sobresalto buscando a mi alrededor.

-Él está afuera esperando, lleva horas preguntando por ti, la posadera dice que es tu esposo.- La mirada del doctor se agudizó, escudriñándome.

Me sentí más tranquila al saber que él estaba cerca y desvié la mirada hacia la ventana. -Quiero enseñarle el norte.- Mi mirada se fijó en el exterior  y poco a poco se fue tornando oscura.

El médico me ayudó a sentarme con la espalda apoyada en las almohadas y me dio a beber un menjurje que hizo arder mi garganta. -Tómalo todo, aparte de la medicina contiene un par de extractos curativos potenciados por una vieja bruja.- Alcé la ceja al oír aquello. -Con todo lo que trato cada día, la medicina a secas no bastaba, tuve que aumentar mis recursos.- me explicó.

Asentí y lo bebí todo. -Nadie debe de enterarse de mi regreso, nadie.- Hice hincapié en eso último, la anciana cabeza asintió al escucharme, conocía bastante bien la historia de los Rendahl y de alguna manera yo sabía que no me delataría.

A mis oídos llego el sonido de un portazo y la figura de Ilhan hizo aparición en la habitación. Dejé de prestarle atención al médico. Bastó un instante en el que nuestras miradas se conectaron para que mi pulso se acelerara.

Detestaba que me viera debilitada, pero sabía que sus sentidos acababan de percibir como su presencia provocó que de inmediato la temperatura de mi piel aumentara, que mi cuerpo ardiera de los pies a la cabeza, y que mi sangre corriera desbocada, me era imposible no desearle con una intensidad que destruía cualquier raciocinio.

Cuando el ángel negro entró en la habitación y vi su sonrisa al bromear acerca de si le había echado de menos, supe que, sin percatarme, poco a poco me había ido metiendo en un lío.

Lío, dificultad, imprevisto, percance, embrollo…

Joder, cien maneras y ninguna de describir una situación para la cual no estaba preparada.

Me moví en la cama, inquieta, siguiéndolo con la mirada. Me sentí anclada a la cama, al momento, a este instante más que otro. Le dije al médico que quería enseñarle el norte al ángel negro, ¿y no es el médico alguien con quien te confiesas? Con él no sueles mentir, le dices las verdades, salen de forma más fácil. Los médicos escuchan, comprenden, no te juzgan, o al menos si lo hacen se lo callan, y al terminar la consulta todo queda en esa conversación, así que sueles sincerarte con ellos.

Solo había tardado segundos entre aparecer en la habitación y aproximarse a la cama, pero parecía que los segundos alcanzaban para provocar en mi el enredo de sea como se llame eso que se removía en mi interior. ¿Emociones? No las había sentido en tanto tiempo que me costaba comprender que hubieran despertado de su letargo.

Lo miré sentarse en la cama y las palabras calladas se mezclaban con pensamientos, con recuerdos… El norte lo cambiaba todo, en este lugar mi instinto prevalecía, aquí me podían cobijar las sombras… a la mejor podía pasar por alto que habíamos dicho cosas la noche en la que nos drogamos juntos, porque con el paso del hambre y la debilidad subsecuente, no volvimos a tocar el tema.

Y regresaba la evidencia del lío, la mezcla de cierta incertidumbre, con deseo y adrenalina… fuego en mi sangre y por debajo de mi piel. Se me oscurecía la mirada con su presencia, algo que él notaba, pero creo que a él también se le escapaba comprender el panorama completo porque me hablaba de no querer ser únicamente el tío al que follaba de vez en cuando. Lo miré fijamente cuando dijo esas palabras, ¿pensaba que era eso?

-Ya sabes Skadi, has de tomar el remedio puntualmente, no saltes dosis o no funcionara.- Asentí, desviando mi atención un instante, el doctor me dejaba un frasco sobre la mesa.

-Me alegra que se modernice.- Esbocé una semi sonrisa, creo que él sabía que también me daba gusto verlo. Había conocido a toda mi familia, era un lazo con mi pasado y verle me resultaba agridulce, pero supongo que lo mismo podía decirse de tantas cosas en el norte.

El médico se despidió de Ilhan, estrechándole la mano antes de salir por la puerta.

-Te he dado sangre porque la necesitabas y lo haría de nuevo.- No lo dije a la ligera, lo miré y aunque parecía serena, comenzaba a sentir que mi batalla estaba más que perdida, ya estaba inmersa en el lío, ya había una brecha en mi corazón helado.

-Sin mi sangre hubieras tenido que recurrir a otras soluciones que nos hubieran causado graves problemas en el barco.-

Me abstuve de añadir lo más que evidente, la razón por la que le di mi sangre y se la seguiría dando de buena gana, aunque se me terminara de escapar la existencia.

Me mordí el labio, maldición. Le veía la sonrisa y daba unas zancadas aproximándose y me parecía con sus actos algo tan indescriptiblemente atrayente, feroz y primitivo al mismo tiempo, oscuro en su naturaleza, me gustaban sus alas negras y apenas creía que pensara que lo consideraba el tío que me follaba de vez en cuando.

El deseo reptaba entre mis piernas y mi ceño se fruncía al mirarlo. -Aún no has comprendido que no podría desear a secas.- Al parecer me atoraba con esas palabras, el asunto es que era él precisamente quien le había dado un vuelco a eso, me hubiera sido imposible estar con alguien únicamente por un mero deseo carnal. -Recuerda que no follaba.-

Con él la cosa era distinta, por ejemplo ahora, solo había dicho unas cuantas palabras y su voz se colaba adentro mío, se mezclaba con el frío que guardaba allí, se internaba en lo más profundo de mis entrañas e inevitablemente se me aceleraba la respiración deseando que estuviera adentro de mis bragas. Maldición,¿deseo a secas?

Justo entonces se escucharon un par de golpes en la puerta, nos traían la comida. No tenían idea de que mi acompañante no consumía alimento así que no era de extrañar que aproximarse él a la puerta descubriera un par de brazos con una charola cargada de tazones humeantes.

-Espero que usted y su esposa tengan buen apetito.-

Se despidió del médico antes de volver a mirarme y caminar en dirección hacia mí. -Se por qué me has dado de beber...el barco, no querías que nos descubrieran, me descubrieran.- Su profunda voz me provocó distintas reacciones, la maraña de eso que aún intentaba descifrar como sentimientos pero que mi parte oscura, la misma que me había mantenido intacta estos años, la que protegía mi coraza, se negaba a revelar. Aún así su voz se enroscó en mis entrañas como parecía que mucho de él lo hacía últimamente.

Había perdido mucha sangre, se suponía que debía de sentirme más apagada que de costumbre, pero bastó que se dejara caer en la cama para que todas las células de mi cuerpo cobrasen vida.

Alcé la mirada esperando encontrarme con sus pardos y en su lugar vi sus ojos teñidos de carmesí, un vistazo a ello y la adrenalina se disparó en mis venas. Una cosa era cierta, fuera como fuere, entre nosotros no existía la indiferencia.

Mi mirada se ancló a la de él, chispas saltaron entre los dos, innegables. Casi, casi me animé a tocarlo, el tono rojo de sus ojos se me subió a la cabeza como si fuera una droga, una que me dio hace ya tiempo, que oscurecía mis ojos y que me mantenía adicta.

-No follabas...¿por que ahora si? - Se había acercado, los labios me quemaban, su aliento mecía mi pelo, mis manos aún sobre las sábanas ardían por tocarlo.

El par de golpes en la puerta hizo que se levantara, la voz afable comentó que esperaba que a él y a su esposa nos gustara la comida.

Me quedé de una pieza al escuchar aquello, el corazón en mi pecho bombeó más todavía, se aceleró, lo maldije en silencio porque seguramente él iba a percatarse.

¿Y de cuando acá tenía yo este tipo de reacciones?

Mis ojos se desviaron hacia él, aún estaba de pie hablando con la mujer y dándome la espalda, así que no iba a enterarse de la intensidad con la que lo estaba mirando, percatándome de que todo en él me atraía con una fuerza que era imposible de explicar.

Su pregunta se había quedado en el aire, ¿por qué antes no follaba y ahora si?

Dejé escapar el aire, él no parecía estar del todo consciente de lo que había hecho, ¿lo estaba yo? ¿Era posible que se hubiera colado entre mis grietas?

¿No era él la esencia de todo lo que podía atraerme sin que yo supiera que existía alguien que pudiera hacerlo? ¿Hasta que le encontré en la playa?

Esto estaba mal, terriblemente mal… mis pensamientos no podían irse por esos rumbos.

-Mi esposa necesita comer – Desvié el rostro hacia la ventana para que ocultar mi expresión.

Cerró la puerta y regresó con la bandeja en las manos. Aún me empeñaba en mirar hacia afuera, no iba a dejar que vislumbrara la manera en la que me sacudió escucharle decir esas palabras.

Ya había vuelto a sentarse frente a mi, así que pretendí estar interesada en el estofado humeante que me traía.

-¿Por que? ¿Por que ahora si follas?- Mordí mi labio en silencio, no estaba dispuesta a soltar prenda. Además, ¿qué iba a soltar?

-Soy el diablo, o al menos soy una similitud de alguno de esos que plagan el infierno en el que crees.- Después de la perdida nunca volvió a importarme nadie, la palabra de cuatro letras era el mayor de los engaños, un precipicio sin fin al cual yo me había dicho que nunca saltaría.

-Harías bien en tomar tu rosario y renovar tus plegarias para alejarte de mi.- Intenté explicárselo otra vez, que estaba con la parca, que solo sabía destruir.

Me debatía de nuevo, la pregunta persistía, ¿por qué follaba ahora?

Durante unos minutos permanecí en silencio. -¿Aún no lo descubres?- Luchaba conmigo misma, luchaba ahora mismo al ver sus carmesís observándome intensamente, y ¿no los veía siempre de todas maneras? Cuando cerraba los ojos adonde estuviera, los veía, veía su boca, su pelo, su cuerpo, veía sus alas negras.

Me moví hasta pegarme a él y cuando lo hice dejé de pensar, solo sentí su roce, el deseo, la necesidad de él, la poderosa adicción, la maraña en mi interior que tiraba de mi por primera vez en mi vida.

-Qué diablos… Tócame Ilhan.-

Lamí su boca, su aliento se metió en mi cuerpo y en mis venas mientras separaba sus labios con mi lengua. Quería esa mirada roja sobre la mía, deseaba el eterno invierno de sus manos, quería que al tocarnos nos liberásemos de los demonios, olvidarme de las mil razones por la que no debería de necesitarlo, de querer algo con él, porque eso es lo que quería, tener ese algo, fuera lo que fuera, quería fervientemente arder en sus alas.  

Tócame, le pedí. ¿Cuándo había sido la última vez que le pedí a alguien que lo hiciera? ¿Alguna vez deseé de esta manera sentir un par de manos sobre mi cuerpo? Enterré mis dedos en los negros mechones de su pelo, sus labios eran fríos, se pegaron a los míos, carnosos, suaves, así me parecían, la manifestación de ese invierno al que me sujetaba, uno que hacía que mi cuerpo reaccionara como no lo hacía con ningún otro, como no deseaba que sucediera antes de él.

En solo un instante, el contacto del frío con el calor desató el deseo que hizo que mi cuerpo ardiera. Caímos sobre la cama, su cuerpo duro y gélido entró en contacto con el mío y cada terminal nerviosa que poseía se electrificó, el deseo más puro se adueñó de mi mientras su lengua penetraba mi cavidad, con nuestras salivas entremezclándose, hundiéndome más y más en el sabor compartido de nuestras bocas.

Tiré de su pelo, sus colmillos emergieron y se deslizaron por mi lengua húmeda encendiéndome a mil. -Ilhan…- dejé escapar su nombre, nos mordimos los labios y saboreamos nuestra mutua sangre.

De un tirón desgarró mi camisón, apenas alcancé a ver sus ojos escarlatas unos segundos y una poderosa oleada de excitación y ansiedad me invadió cuando su lengua resbaló por mi cuerpo dejando un rastro húmedo por mi piel, descendiendo por mi cuello hasta mis costillas, pasando por mis pechos que se hincharon sensibles, llenándome de ansiedad con las mordidas y lametones que confirmaron mi adicción a su cuerpo, a su alma, a tocarnos, a nosotros.

Un sonido grave y ronco escapó de mi garganta cuando sus labios llegaron hasta mis cicatrices, mi peor recuerdo… aquellas que no quería que nadie viera o tocara… Tiré de su pelo con fuerza cuando se aproximó a ellas para que alzara el rostro y me mirara.

Durante un instante nos miramos, me resistí fútilmente, antes de que mis dedos aflojaran y mi voluntad cediera, rindiéndose a sus caricias, pidiéndole lo que nunca había pedido a nadie al perderse mis dedos entre sus suaves mechones, le pedía que las sintiera, que las consolara, que las expiara y las limpiara…

Sus labios se deslizaron por esas marcas, lleno de deseo las recorrió, provocando que me estremeciera bajo sus atenciones y que un ejército de llamas devorara mi piel.

Llévame al infierno me pidió, mis manos alcanzaron su pantalón y ansiosas sacaron su falo hinchado en todo su esplendor. Mi mirada se oscureció al ver su rigidez, caliente palpitó en mi mano y comencé a bombeársela, regando las gotas que escupía por su glande y por las gruesas venas debajo de la piel, logrando que un gemido se le escapara de la garganta.

Le di un empujón y caí sobre él. Sonreí ladeadamente al mirarlo, mi cuerpo se arqueo empujando mi mojada vagina hacia la erección que aún sostenía en mi mano. Moví la punta sobre mi entrada, masturbándola y torturando con ella nuestros sexos, dejándola en medio de mis pliegues mientras movía hacia adelante y hacia atrás mis caderas, suavemente.

Me incliné sobre él inhalando su masculino aroma, mi útero se estremeció por el éxtasis que me producía la idea de que se introdujera en mí.

Mi mirada ardiente compitió al encenderse con el fuego de las tierras a las que habíamos regresado cuando dejé salir la interrogante. -¿Por qué sigues aquí?- Mi mirada se oscureció aún más, se mantuvo salvaje en la suya, danzó sobre su rostro, expectante, posesiva, inquieta.

Volví a arquear mis caderas, le arañé los hombros al bajar por su piel mientras mis labios descendían sobre su cuello y succionaba, lo maldecía internamente y a la vez lo necesitaba, lo deseaba más allá de todo. Alcancé su clavícula y me detuve en esa misma área que probé aquella primera noche, pasé mi lengua por ella y mordiendo le rompí la piel para lamer las gotas con ardiente veneración, para embriagarme de su esencia, y apaciguar mi adicción a su sabor y a él.

Alcé el rostro aún relamiéndome las gotas carmesí, con un delgado hilo de su vitae escurriendo por mi boca. Ángel caído y diablo del norte… la combinación más extraña e inesperada… su miembro presionando mi sexo, mis dos aberturas palpitando enloquecidas, el aire entrando por la ventana lamiendo mi coño abierto y mojado… el deseo y la necesidad se tornaban insoportables.-¿Qué sientes por mi?-

Me relamí los labios, aún mantenía en ellos el sabor de las gotas de su vitae, mis ojos brillando le observaban con atención. Le había hecho una pregunta, quería conocer la respuesta.

Continué moviendo mis caderas lentamente, insertando su glande en mi entrada y sacándolo premeditadamente. Estaba jugando un poco, la realidad es que, aunque aún no me penetrara, la sensación no dejaba de ser menos intensa.

Así era todo con él, de un modo u otro, todo se tornaba intenso. El apetito que sentía por él superaba cualquier otro, y no podía precisar exactamente el por qué. Pensé en ello, intentando esclarecer la respuesta mientras le escuchaba respirar en mi oído, notando como su enorme miembro estaba tenso, ansioso por alcanzar mis confines. Goteaba líquido preseminal que al tocar mi entrepierna hacía que palpitara al tiempo que mis fluidos se deslizaban sobre su miembro.

Por mi mente se desplazaron retazos de nuestras noches juntos, follando sin parar, demostrándome el deseo innegable que sentíamos por el otro y que se volvía a palpar en este instante. Estaba segura de que podía oler mi coño mojado, percibir mi ano deseoso y palpar como mis pechos comenzaban a sentirse pesados.

Porque eres mi droga, me dijo. Eché la cabeza hacia atrás sintiéndole acariciar mis pechos, y al notarlo, los apreté entre mis manos ofreciéndoselos, deslizando mis dedos sobre los suyos al desplazarse sobre mis pezones para ayudarle a pellizcarlos.

Gemí cuando se metió una de mis tetas en la boca y comenzó a rodar mi pezón entre sus dientes. Nadie me había acariciado como lo hacía él, y la realidad es que únicamente a él le dejaba tocarme. Sólo él me había hecho perder la noción de todo a mi alrededor, estuviésemos drogados o sobrios, ambos terminábamos ebrios de la piel del otro.

Como ahora, todo lo que quería era que me perforara con su enorme polla, no podía pensar en otra cosa más que en mi deseo ardiente de él.

Sus manos apresaron mis nalgas y tiraron de mi para atravesar mi coño de forma salvaje. En cuento me dilató empecé a moverme en círculos mientras sus manos sujetaban mis caderas para alzarme y bajarme sobre su polla.

Me agarré a sus hombros mientras seguía explicándome lo que sentía, me hablaba de su deseo, de sus ganas de follarme por todos lados. Alargué mi brazo para tomar la jarra de hidromiel que me habían traído con la cena, bebí un poco antes de hundir mis dedos en su pelo para besarlo y dejar que el líquido navegara entre nuestras lenguas.

Me concentré en cabalgarlo, toda mi existencia se concentró en una sola cosa, él. Su aroma, la temperatura de su piel evaporándose junto a la mía, sus penetraciones fuertes que me llenaban acariciando mis más profundos rincones, y sus manos alternando entre una de mis nalgas y la otra mientras el sonido húmedo que emitíamos al follar se escuchaba una y otra, y otra vez a nuestro alrededor.

-Tú eres el único al que he querido traer conmigo al que fuera antaño mi hogar… el único al que quiero enseñarle mi pasado. Quiero enseñarte el norte para de algún modo puedas echar un vistazo a quien soy, y a lo que soy...-

En este momento nada me importaba realmente más que esto, más que lo que estaba sucediendo. No tenía idea de que hechos acontecerían en los días siguientes, no quería saber de mi odio ni recordar mi venganza, solo quería que él fuera parte de mi mundo y perderme en su cuerpo y en su ser, oscuro... parecido a mi. -Fóllame duro y profundo esta noche.-

Me lo saqué de adentro dándole un ligero empujón para hacerle caer sobre su espalda. Sabía perfectamente lo que me había preguntado y al mirarlo, me percaté de que él iba a abrir más mis grietas, y a pesar de eso necesitaba que lo hiciera, aunque me resquebrajara en el proceso.

Derramé hidromiel sobre su polla y la lamí lentamente saboreandolo todo, de la base a la cabeza y giré mi lengua alrededor de su glande.

-Quiero que sientas lo que siento en este momento, estando contigo.-

Levanté la mirada al decirlo, todo mi cuerpo ardía, la intensidad de mi necesidad fluía inevitablemente. El fuego crepitaba en mis ojos porque, aunque había luchado contra ello, nadie más me había hecho sentir de esta manera.

No me detuve, estimulé con mi lengua la abertura de su uretra, hice una breve pausa al relamerme, y me lo metí en la boca.