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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Lun Ene 16, 2017 10:23 pm

Durante el tiempo que llevaba en París, había tenido que aprender a hacer cosas que nunca imaginó. Las tareas domésticas, definitivamente, no eran lo suyo. Se sentía ridícula en aquel rol, pero no soportaba que la suciedad se acumulara. Le costaba demasiado, era torpe, no sabía cómo tomar los elementos y terminaba agotada. Algo tan simple como barrer, para ella, había sido un suplicio. Pero lo que menos toleraba era lavar la ropa. Sus manos, que otrora habían sido suaves y cuidadas, las tenía constantemente irritadas a causa del fregado. Claro, su guardaespaldas colaboraba, pero la hacía sentir aún peor, pues parecía el hombre más autosuficiente e independiente del planeta. Lo que tuviera que hacer, lo hacía con rapidez y agilidad, mientras que ella podía demorar horas enteras. Petra estaba completamente irascible, pero agradecía que, al menos, las largas jornadas de limpieza, la hacían caer rendida en la cama, y el insomnio parecía darle tregua algunas noches.

Otra de las cosas que tampoco soportaba, era el encierro. No entendía por qué no podía andar libremente, por qué tenía que estar casi todo el día mirando las paredes de esa horrible casa en la que debía vivir. Milo no respondía a sus cuestionamientos, y en ocasiones, creía que se volvería loca. Extrañaba su vida social, sus empleados, los lujos, las comodidades, extrañaba a su padre…ah… ¡Cuánto extrañaba a Leopold! Las charlas, especialmente. El empleado de su familia designado para su protección, era un hombre de pocas palabras, distante, y ella lo consideraba inferior, por lo que podían pasar horas sin dirigirse la palabra. Petra no era demasiado conversadora, pero le gustaba departir, hacer gala de su cultura, y con Albrechtsberger eso era verdaderamente imposible. La relación entre ellos era tensa, porque seguía considerándolo su empleado –a pesar de que se encontraban en la misma posición- y lo trataba de esa manera, ordenándole que cumpliera sus caprichos. Lo peor de todo eso, era que Milo no era condescendiente.

El carácter su guardián, al menos con ella, era más bien hosco. Sólo en una oportunidad se había mostrado sensible y comprensivo, y había sido cuando ella más lo necesitó. Pero Petra prefería no pensar en eso, y optaba con la percepción que siempre había tenido de él, y que se exacerbaba en la convivencia. Fue por eso que se sorprendió esa mañana, cuando la alcanzó aquella risita femenina. Soltó la escoba y se asomó por la ventaba de la cocina, que daba a la parte delantera de la casa, y lo descubrió conversando con aquella insoportable muchacha que les llevaba la leche. Milo era el que siempre la atendía, y Petra espiaba. Desde la primera vez que la vio, supo que ella estaba encantada con él. Claro, la propia Petra lo hubiera estado de no haber sido él de una posición tan inferior. La austríaca no toleraba la actitud de la niña, con toda su juventud a flor de piel, su cabello pelirrojo siempre impecable, los ojos verdes brillantes de deseo y las mejillas arreboladas por el frío y el rubor de algún comentario que Albrechtsberger le hizo. Petra hizo una mueca de desprecio, pero pronto se acomodó frente a la puerta, escoba en una mano y la otra en la cintura. Cuando Milo entró, ella ya estaba golpeando el suelo con un pie, impaciente.

Deberías aconsejarle a tu novia que no pierda tanto tiempo en todos los lugares a los que va, la leche va a pudrirse —por un instante, una perversa comparación cruzó por su cabeza. La joven lucía maravillosa, incluso realizando aquella tarea. Ella, sin embargo, tenía el cabello despeinado, un delantal que no era calificado como hermoso, y el rostro sin un gramo de pintura. Estaba tan natural que le aterraba. Se sentía vulnerable. Y a pesar de que él ya la conocía así, pues estaban juntos todos los días, la idea de que él trazase un paralelismo con la lechera y ella, sólo sirvió para acentuar su mal humor. —No tengo problema con lo que hagas con tu vida privada, pero voy a agradecerte que no traigas a tus conquistas aquí. No olvides quién soy y quién eres tú, y cuál es el lugar de cada uno —y se quedó allí, parada con la mayor de las dignidades, mientras la sensación de humillación comenzaba a esparcirse por todo su cuerpo.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Lun Ene 23, 2017 9:14 pm


“Sometimes even to live is an act of courage.”
― Seneca


Sobrevivir. Cuidar de la señorita von Sacher-Masoch, a pesar de todo. No pensar en que, si los enemigos de su patrón habían triunfado, muy probablemente ninguno de los dos tuviera familia ya. Cumplir con su deber, sin importar cómo, o cuándo. Era algo muy pesado que tenía que cargar en silencio. Ella, Petra, no se lo hacía fácil con sus comentarios y desplantes; Milo sólo la miraba, la dejaba hacer sus rabietas y luego se iba a dormir.

Había cuidado de ella desde que era una niña, pero siempre, siempre lo había tratado así, aún ahora, cuando no tenía nada ya del poder que pudo haber enarbolado con su apellido. Y a pesar de ello, Milo sólo guardaba silencio; como había sido siempre.

Tocaron a la puerta y por la hora, seguro sería Uranie, esa chica pelirroja y bella, como de la edad de la propia Petra, que les llevaba la leche puntualmente. A veces lo hacía su hermano menor, pero últimamente era la joven en persona quien acudía cada tercer día a dejarles dos botellas de leche fresca, producto de las vacas de su padre. ¿Cómo sabía todo eso? Preguntando. Con Petra no hablaba mucho y Milo, aunque tras el incidente con su padre, no era muy parlanchín, realmente extrañaba interactuar de manera normal con otras personas. Y con esa joven había encontrado la dinámica, al grado que tenían un par de chistes privados y demás.

Tras reírse de un comentario de ambos y despedirla, se giró con las dos botellas de leche, una en cada mano y cerró la puerta con el pie, sólo para toparse con la imagen molesta de la mujer a la que debía proteger. Se quedó genuinamente consternado ante el reclamo que encontró fuera de lugar. ¿Qué iba a decirle? No podía decirle nada. En cambio, caminó en línea recta, parecía que iba hacia ella, sin embargo, la pasó de largo y se dirigió a la cocina, para dejar la leche.

Uranie no es mi novia —aclaró con tono parco, distante, frío—. Pero me cae muy bien —con ella podía reír y bromear y preguntarle como iba su día. Sin embargo, no podía decirle a Petra que lo hacía porque con ella no podía, sobre todo si ella seguía imponiendo esa barrera entre ambos. Ella la ama y él el sirviente. A esas alturas le parecía intrascendente, y que si lograban un día llevarse bien, sobrellevarían la situación de manera más fácil.

Sé perfectamente cuál es mi lugar —continuó—, no necesita recordármelo —quizá la que necesitaba un recordatorio era ella, pero Milo, en ese afán de servir y hacer las cosas bien, no se sentía con el poder para hacerlo. Sólo se callaba, se tragaba todo, la miraba sin expresión en su rostro. No ganaba nada con discutir, aunque, si era sincero, la que tenía más por perder era ella. Él perfectamente podía sobrevivir por sí solo, ¿Petra? No lo creía.

Entonces se escuchó un escandaloso crash y una de las botellas de leche estaba en el suelo, hecha añicos, con el líquido blanco regado por el suelo. Una mano le sangraba también, se la llevó de inmediato a la boca, era esa parte canina suya que lo condujo a hacerlo. Maldijo por lo bajo y alzó la mirada para verla, a ver si se ofrecía a limpiar. Seguro no se lo tomaría a bien, sobre todo si consideraba que había estado barriendo ese mismo lugar. Aunque todavía no hiciera un trabajo satisfactorio, Milo no la criticaba en voz alta.

Si me apresuro aún puedo alcanzar a Uranie para que nos deje una botella nueva —propuso, sin embargo, no se movió de su lugar, con los zapatos y el pantalón, sucio de leche.
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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Dom Mar 19, 2017 9:54 pm

Petra revoleó los ojos cuando su empleado tiró la leche. Iba a lanzar comentarios mordaces o alguna burla sobre la jovencita, pero eligió observarlo desde su lugar, con los brazos cruzados y la mirada altanera que acostumbraba a utilizar para humillar a los que estaban por debajo. Su actitud le hacía parecer nervioso, aunque no lo estaba. Milo parecía, perfectamente, dueño de sí mismo, como si nada, por más pésimo que fuere, tuviera el poder para alterarlo. Petra, al contrario, vivía con los nervios de punta, alterada por situaciones que no tenían una respuesta lógica, por el cambio drástico en su vida y, por sobre todas las cosas, por los interrogantes que habían comenzado a abrirse, una vez que la distancia y el tiempo, la ayudaron a ver a su padre desde otro ángulo. ¿Quién era realmente? ¿Qué función había cumplido Milo, entonces? Le costaba dudar de la palabra del único hombre que valía la pena y que le había pedido que confiara en ella. Pero no podía hacerlo, no después de ver en el sucucho que la había metido, de encontrarse realizando tareas domésticas en horarios que antes utilizaba para descansar, asistir a algún evento o arreglar su aspecto.

Si querías seguir conversando con tu novia —hizo caso omiso a la aclaración de que no lo era— no era necesario que hicieras éste enchastre —en un total gesto de dignidad, se acomodó el cabello y le dio la espalda. Se perdió por el único pasillo de la pequeña vivienda, y se adentró en una pequeña habitación. Regresó con un trapo limpio y un recipiente con agua y otro vacío. —Aléjate. Bastante trabajo me costó dejar esto en buenas condiciones. Estoy verdaderamente molesta, por si no lo habías notado —se arrodilló y comenzó a juntar los trozos de vidrio, que colocó en una bolsita que extrajo del bolsillo del delantal.

Una vez retirados los trozos grandes, embebió la tela en el agua, y comenzó a limpiar. Estrujaba el trapo en el recipiente vació, y no pudo evitar las lágrimas. Petra jamás lloraba, pero se vio a sí misma en aquella denigrante situación, y se sumaron los pequeños cortes en los dedos, producto de los trozos de vidrio más pequeños. Se sentó sobre sus talones, en una actitud completamente derrotista. Tiró el trapo sobre el agua y se llevó las manos sucias al rostro, fatigada. Ya no quería continuar con todo eso, quería regresar a su casa, donde tenía a sus doncellas, a sus empleados, a su padre, donde era querida, mimada y protegida. No había nacido para plebeya, y se preguntaba cuál había sido su pecado para merecer tamaño castigo.

Quiero irme a mi casa —musitó. No sabía si Milo continuaba en la habitación, tampoco le importaba demasiado. Estaba hablando con su propia alma. —Ya no soporto todo esto —sollozaba entre sus dedos, incapaz de contenerse. El llanto, simplemente, brotaba desde sus entrañas. —Papá, ven a buscarme. Por favor —sintió en las piernas la humedad del suelo. El agua y la leche habían traspasado la tela de la falda. Era todo un verdadero asco. Una puntada se le asentó en la boca del estómago y amenazó con dejarla sin aire. Respiró profundo varias veces, hasta que logró que el dolor calmara, pero las lágrimas no cesaban. —Ya no quiero vivir así. Estoy tan cansada… —estaba cansada, sí que lo estaba. De limpiar, de fregar, de intentar mantener reluciente ese espacio pequeño, incómodo, de no tener privacidad, de no poder hacer amigos. —Deseo morir… —y lo deseaba. La imagen de su madre acudió inmediatamente a su mente y la aturdió.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Lun Abr 17, 2017 9:20 pm


“If by my life or death I can protect you, I will. ”
― J.R.R. Tolkien, The Fellowship of the Ring


Comenzó a sentir el inconfundible escozor de las heridas sanando; eran las ventajas de ser cambiante como él, o su padre y hermanas y cada miembro de su familia. Eran esas habilidades las que los habían unido de manera tan estrecha con los von Sacher-Masoch, después de todo. Capaces de protegerlos, de aguantar, de servir como perros fieles también.

Se quedó de pie, sin saber qué hacer a continuación. Ni siquiera contestó a las absurdas acusaciones. Quizá sí, quizá debía irse con Uranie, que obviamente le coqueteaba y dejar a Petra, a ver qué hacía. A ver si era capaz de sobrevivir, porque hacer mal las labores del hogar no era para nada una cualidad que le serviría en el mundo real. Pero se tragó todas esas palabras y cerró las manos en puños, donde la sangre que se había secado sobre su piel, crujió un poco. La escuchó quejarse como la niña consentida que era, como si todas las lecciones que habían tenido que sufrir últimamente no le hubieran servido de nada. Soltó aire por las fosas nasales y reaccionó sólo ante sus últimas palabras. Porque las había escuchado antes de esos mismos labios, cuando la encontró tras su boda fallida, un tema del que ninguno de los dos hablaba.

Se agachó y la detuvo. Detuvo sus manos que seguían limpiando el piso, pero éste era tan precario que todo pronto se absorbería y no importaba, era una tarea inútil. Apretó su suficiente la muñeca para que soltara el trapo y miró los pequeños cortes.

Yo me hago cargo. Lávese las manos y póngase algo de alcohol —la soltó. Le dijo con ese mismo tono seco y falto de emociones con el que acostumbraba para dirigirse a ella. Se incorporó y la tomó por los codos para obligarla a hacer lo mismo.

Ambos estamos en esto. Y yo… yo tengo una misión, que es protegerla, le guste o no, y conforme pasan los días, me queda claro que no le gusta, pero ni modo, es mi trabajo y lo voy a hacer bien —conforme fue hablando, las palabras le fueron saliendo más y más amargas, y es que esa decisión reverberaba de manera más profunda en su interior. Era su obsesión, hacer las cosas bien, no fallar, ya había fallado demasiado.

Regresaremos a casa cuando sea momento, ¿de acuerdo? Por ahora no tenemos más opción. Créame, señorita, tampoco es donde me veía en el futuro —la verdad, para como fue su educación, nunca se vio demasiado a futuro. Supuso que su vida iba a ser la misma que la de su padre y la de su abuelo, y todos los hombres Albrechtsberger antes que ellos. Que su sueño de dedicarse al arte era sólo eso, algo intangible e inalcanzable.

Y si desea morir, por favor, que no sea bajo mi guardia. No podría decepcionar así a su familia —sacó el pecho y levantó el mentón. Algo del orgullo de los suyos, de esa estirpe de lobos, habitaba en él, irremediablemente. No podía luchar contra lo que era, eso era obvio. Se lo dijo así, con una seguridad que no dejaba lugar a dudas, pero la verdad era que el propio Milo temía que ya no hubiera familia von Sacher-Masoch a la cual rendirle cuentas. Claro, no iba a transmitirle sus temores a la señorita.

No iré tras Uranie, podré vivir sin leche por dos días. La botella que resta es para usted —declaró y se encaminó a la puerta que daba a la pequeña sala. Algo lo detuvo y se giró—. Sus manos, cúrelas, antes de que se infecten —señaló vagamente a la mujer y finalmente se marchó. No fue demasiado lejos, se dejó caer con cansancio en un viejo sofá que él había llevado y que había cambiado con un hombre por un dibujo de su hija.
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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Miér Abr 19, 2017 9:45 pm

Entendió, perfectamente, que no era la única afectada por toda la situación. Claro, no iba a admitir que era capaz de comprender a otro, pero dejó de quejarse, en especial, por la presión que ejercían las manos de Milo sobre sus codos. Estaba siendo brusco sin darse cuenta; y Petra, que era caprichosa pero no estúpida, supo que había pasado un límite y había orillado a ese hombre, siempre compuesto y paciente, al límite de su tolerancia. Él jamás había actuado de esa forma con ella, y a pesar de que, se suponía, era su trabajo, tampoco tenía por qué aguantar todos sus berrinches como si fuese su doncella. Era su guardia, y nada más. Ahora lograba verlo; lograba ver que ambos estaban metidos en aquel brete, que esa tampoco era la vida orgullosa que la estirpe familiar llevaba a cabo al servicio de los von Sacher-Masoch. Incluso, ella tenía un cariño enorme por el padre de Milo, un celoso empleado de su padre y de su abuelo, que siempre la había consentido y tratado con amor. A su pobre hijo, le había tocado la nefasta tarea de asistir a una persona de un carácter endemoniado y que creía que todo el mundo debía rendirle pleitesía, por el sólo hecho de ser quién era.

¿Quién era? Era Petra von Sacher-Masoch, pero en su tierra natal, esa que había tenido que abandonar una madrugada, como una delincuente. Los ojos enormes y claros, húmedos, enrojecidos e hinchados, se abrieron aún más para escuchar al cambiante. La heredera no salía de su asombro ante la reacción del hombre, pero asintió. Debía reconocer que la había puesto en su lugar. Se quedó con la cabeza gacha mientras él se iba hacia el sofá, que ella se negaba a usar porque lo consideraba de pésima calidad, como el resto de la casa y los pocos muebles que contenía. No se sentía con fuerza para hacerse ninguna curación, el piso seguía estando sucio y ella un desastre. Tampoco quería seguir peleando con Milo, no lo merecía. Petra sabía cuándo lo había hostigado lo suficiente, y esa era la oportunidad. Lo único que quería, era volver a la vida que alguna vez había tenido, repleta de carencias afectivas y de infelicidad, pero donde era amada, estaba cómoda y siempre olía bien, cosas que ahora valoraba como nunca. Observó a Albrechtsberger y caminó hacia él. Terminó arrodillada a su lado, sollozando como una criatura.

Discúlpame —esa era una palabra que, difícilmente, saliera de la boca de Petra. Pero estaba muy movilizada. La imagen de su madre ahorcada no dejaba de atormentarla, especialmente, porque por un instante deseó ser ella. —Me he comportado muy mal contigo, y no lo mereces. Siempre has sido un buen trabajador, no merecías terminar como mi niñero —intentó sonreír, pero no lo consiguió. Apoyó las palmas lastimadas en el antebrazo ancho de Milo.

¿Nunca me dirás por qué tuvimos que irnos? —hizo un puchero, como si se tratase de esa pequeña indefensa que alguna vez fue, y no una mujer de veintiséis años. —Debo saberlo. ¿Sabes por qué? Porque es mi familia, y si tuvimos que irnos así, es porque había peligro, por eso te mandaron conmigo —lo apretó suavemente. —Necesito saber, Milo. Necesito saber si mi padre está muerto, si tengo a alguien en el mundo o si estaré sola aquí, para siempre, condenada a la miseria —hipaba, culpa del llanto. —Y necesito saberlo, también, para liberarte. Si no hay nadie a quién recurrir, no puedes quedarte conmigo para siempre. Debes…debes hacer tu vida, aún estás a tiempo — ¿por qué demonios decía todo eso? ¿Acaso estaba actuando de forma sensible? Inclinó la cabeza y la apoyó en su pecho. Odiaba admitir lo mucho que necesitaba un abrazo, así éste fuera de un ser tan por debajo de ella.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Dom Mayo 28, 2017 4:36 am


Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, descansándola en el respaldo del sofá. Por un momento no escuchó nada. Nada en realidad y eso le preocupó, porque con sus habilidades era capaz de captar incluso el aleteo de los insectos que sobrevolaban la fruta cuando estaba a punto de echarse a perder. ¡Mierda! Se estaba quedando dormido y aunque en realidad ahora no importaba, jamás había hecho algo como eso mientras se suponía, estaba cuidando a la señorita Petra. Estaba condicionado, como buen perro, que al escuchar la campana empieza a salivar.

Al abrir los ojos y levantar la cabeza, vio a Petra a su lado, ¿hincada? ¿Disculpándose? De no ser porque la estaba sintiendo, el contacto de su suave piel contra la suya más áspera, hubiera jurado que se trataba de un sueño. Frunció el ceño, confundido. Que no fuera un sueño lo volvía todo más extraño aún. Y luego la comprensión llegó a él con inusitada calma. Como algo que el oleaje deja en la playa, así nada más.

Señorita, no… —pero no supo qué contestar. En cambio, con delicadeza, una que quizá resultaba anacrónica con su propia corpulencia, movió a Petra para acomodarla y al final, la rodeó con su brazo por los hombros. Él no debía tener esas interacciones con los patrones. Esos acercamientos con ellos, pero ¿acaso importaba ahora? Ya nada de eso valía bajo las circunstancias en las que se encontraban. La escuchó y sintió sollozar. Apoyó la barbilla sobre la cabeza ajena y la dejó llorar. Le hacía falta. Él también tenía ganas de llorar.

No lo sé, señorita. Tampoco lo sé con certeza. Esa noche me despertaron y sólo me dijeron que debía salir cuanto antes con usted. Alejarla de la casa todo lo que pudiera. Su padre me dio dinero, mismo que nos hizo llegar hasta aquí antes de acabarse. Yo… —se mordió la lengua, no sabía si continuar. Lo que venía a continuación era más complicado—. Yo mismo tomé algunos ahorros personales —decidió continuar—, eso nos alcanzó para comprar esta casa, lamento si no es mucho. Pero es un techo sobre nuestras cabezas —continuó. Estaba usando el mismo tono de voz que utilizó aquella fatídica vez en la que Petra no pudo casarse. Como si se tratara de una niña perdida. Lo era. Los lujos y la riqueza no la habían dejado madurar como al resto de las chicas de su edad. Como sus propias hermanas, por las que todas las noches temía.

Se tragó, eso sí, el detalle de los negocios turbios de los von Sacher-Masoch, de los cuales Milo tenía muy poco conocimiento (su padre tenía mejor Norte al respecto, y a él apenas le estaban confiando las cosas más graves), mismos que, a su parecer, debían ser la causa de todo eso.

Oh, no, escúcheme señorita —la separó y la miró. Con una mano la tomó del mentón para obligarlo a verlo a los ojos—. Mi deber es para con usted, y voy a cumplirlo hasta el último día. Aunque si su orden es que me vaya, lo haré —la soltó, pero no se movió. Se quedó atento. Ella sufriría más si se separaban. Milo ya veía todo aquello más como una supervivencia, que como un trabajo, y aunque Petra era desagradable con él, y lo veía como un inferior, ese tonto corazón que tenía, le impedía abandonarla, porque oportunidades de hacerlo ya había tenido muchas para entonces.
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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Dom Sep 10, 2017 4:50 pm

Cuando sufrió aquella humillación tan terrible, esa que la convirtió en el hazmerreír de toda la sociedad, había deseado desaparecer del mundo. Sin embargo, lo que más había necesitado era un abrazo, uno amoroso, cálido, que le dijera que no importara que todo a su alrededor se cayera, ella estaría contenida entre esos brazos. En aquel entonces, deseó que fuera su padre o alguno de sus hermanos; sin embargo, eso que se volvió oxígeno, llegó de la mano de quien menos ella esperaba: Milo, su guardaespaldas. Como ese día, en su presente volvía a necesitar un abrazo fuerte, que la consolara, y era en ese mismo hombre que volvía a encontrarlo. El pecho del cambiante se volvió su refugio, su hogar, ese sitio donde nada malo podría ocurrirle. El trabajador parecía ser su salvador, ese que la sacaba de los pozos más profundos y oscuros. Su gesto se convirtió en paz, y a pesar de que las palabras que él pronunciaba no eran demasiado alentadoras, Petra supo que podría quedarse ahí para siempre, que estaba a donde pertenecía.

La idea, de cierta forma, la perturbó. Pero era tal su desconsuelo, que dejó que su mente se cargara de fantasías que, en un momento de frialdad, estaría lejos de tener. Por algún motivo imposible de descifrar, no le molestaba mostrarse vulnerable ante Milo, como si con él pudiera ser verdaderamente ella: oscura, inmadura, inestable, débil. Ella lejos estaba ser como se mostraba, y a pesar de que hacía un gran esfuerzo por mantener una imagen, había llegado a un punto en que se había vuelto insostenible. Había acumulado lo suficiente como para terminar llorando en los brazos de alguien que ella consideraba un hombre muy debajo suyo. Pero, al fin de cuentas, en las circunstancias que se encontraban, no importaba el lugar en el que había nacido cada uno: en ese momento, eran iguales y estaban atravesando lo mismo. Ambos estaban alejados de sus familias y obligados a convivir, a pesar de no tolerarse.

—Hiciste muy mal en gastar tu dinero —sollozó, sintiéndose incapaz, aún de separarse de él. Creía que si lo hacía, las paredes se vendrían sobre ella. Era como si Albrechtsberger hubiera construido un muro sobre ella para que nada ni nadie le hiciera daño. Aquella armonía la experimentó hasta que el llanto cedió lo suficiente. Luego, el panorama comenzaba a aclararse, especialmente por la posición en que la había colocado. ¿Sería capaz de decirle que se fuera? Una parte suya decía que no podía tenerlo encadenado a ella; la otra, empero, egoísta y ególatra, se regodeaba ante la posibilidad de amarrarlo, de tener a alguien que la cuidara por siempre, como su padre no había hecho con ella. ¿Cuál ganaría?

Petra se alejó, muy poco, sólo lo suficiente para poder mirarlo a los ojos. Los propios estaban hinchados y rojos, y sintió vergüenza por cómo debía verse. Eso ya no importaba. Tragó con dificultad, podía sentir la respiración de Milo cerca de la suya y eso la perturbó más. No era correcto todo lo que se cruzaba por su mente.

—Mi orden es que hagas lo que quieras hacer —le lanzaba la pelota a él. —Yo no sería capaz de obligarte a que te quedes. No soy una buena mujer, pero no soy tu dueña. Ya ni siquiera puedo pagarte un salario, por ende, eres un hombre libre —se relamió, tenía la boca y los labios secos. —Respetaré cualquier decisión que tomes —intentó sonreír, pero no lo consiguió.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Sáb Oct 21, 2017 11:55 pm


A pesar de lo arrogante, berrinchuda, exasperante e inútil que era Petra, en ese instante Milo la vio hermosa, más allá de los ojos hinchados y rojos por el llanto. Quizá siempre lo había creído, pero no se había atrevido a articular el pensamiento en su cabeza por la posición en la que ambos estaban, y siempre estuvieron, pero ¿ahora? ¿Qué lo detenía de dar rienda suelta a su imaginación? Si acaso, solamente ese arraigado y estorboso sentido del deber que tenía, a pesar de todo. Los Albrechtsberger eran criados, como los perros que eran, para esa única labor en la vida, la de cuidar y proteger a los von Sacher-Masoch, y sin esa misión, no tenían ninguna otra razón en su existencia; lo cual era sumamente triste, si se analizaba.

Suspiró, tratando de no moverse mucho, y sólo entornó la mirada al escucharla. La soltó, pero no se alejó. Pareció que las palabras ajenas lo tomaron desprevenido, y que éstas, poco a poco, se fueron acomodando dentro de él para formar algo coherente. Aunque nada de lo sucedido últimamente lo fuera. Y por toda respuesta, esbozó una sonrisa. Una sonrisa como hace mucho que no formaban sus labios, desde que mató accidentalmente a su padre.

¿Sabe, señorita? —comenzó—, le tomaré la palabra. —Y con ello, se puso de pie. ¿En serio iba a largarse, aún cuando él mismo sabía que Petra no iba a sobrevivir sin él? Se sacudió las manos en el pantalón y luego la observó de nuevo.

Es mejor mujer de lo que cree —dijo entonces—. Pero tiene razón, ya no hay nada que nos una. Yo debería buscar empleo y comenzar una vida aquí. —Miró por la ventana hacia el exterior. Después se giró, para verla de nuevo a ella, y le ofreció su mano, como si la estuviera sacando a bailar—. No la voy a abandonar, señorita, pero creo que es tiempo de que dejemos de ser ama y sirviente, patrón y protector. Debemos trabajar juntos, para salir de esta. Por supuesto que voy a buscar empleo, y sé que eso de trabajar a usted no se le da, así que… sólo hágase cargo de esta casa, y ya no me trate como si fuera un sucio perro callejero. —Volvió a sonreír.

Es tiempo de que dejemos atrás lo que vivimos y lo que fuimos. Es tiempo de tratarnos como iguales, ¿acepta? —Terminó con ambas cejas levantadas en un gesto suspicaz. Su oferta era más que sensata, era la única manera que tenían, sobre todo ella, de sobrevivir. Lo único que estaba pidiendo Milo era respeto, ¿sería Petra capaz de dárselo?

Desde que llegamos he estado haciendo algo, algo que puede darnos para vivir unos días… —Alzó el índice diestro, como si fuera a agregar algo más, en cambio, desapareció tras la puerta que daba a una de las habitaciones, para regresar en unos segundos con una caja de madera.

Volvió a sentarse donde habían estado, y esperó a que ella se acercara. Abrió la caja, y ahí dentro, estaban todos los dibujos que había hecho desde su arribo a París. Milo tenía un hermoso y enorme talento que estaba siendo opacado por la labor que tenía para con Petra, el mismo talento que significó el desencuentro con su padre, y su subsiguiente muerte. Miró los pedazos de papel con trazos en ellos. Desde Ebba, su hermana, no le mostraba a nadie lo que hacía. No supo porqué Petra era merecedora de ese honor, pero ahí estaban ahora.


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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Dom Nov 05, 2017 11:37 pm

De una forma u otra, se sentía reconfortada. Y, también contrariada. Pues, para ser sincera consigo misma, detestaba la idea de que un sirviente la consolara. No era la primera vez y, por lo visto, tampoco sería la última. Debía comenzar a aceptar la idea de que ya nada volvería a ser como era antes. Debía acomodarse a la nueva realidad, porque sino perecería en el intento. Porque, a pesar de los ondulantes ánimos de Petra, tenía un deseo profundo de vivir. Tal vez en una lucha constante por no ser como su madre y por demostrarse que ella trazaría un destino diferente. Quería encontrar la fortaleza en su interior y la había terminado encontrando en la mirada de aquel servidor silencioso que la había acompañado, desde las sombras, a lo largo de su vida. Sufrió un instante de estupor cuando él se puso de pie y comenzó a hablar, ¿de verdad iba a hacerle caso e irse? Por un instante, se arrepintió de su acto de dramática nobleza y se sintió más huérfana que nunca.

Contrario a los miles de pensamientos que se cruzaron por su mente, Albrechtsberger le ofreció su mano y algunas frases que se le quedarían grabadas. Jamás le habían dicho que era una buena mujer y abrió los ojos de par en par ante semejante afirmación. Petra se consideraba de muchas maneras, pero no así. Y escucharlo se convirtió en una revelación completamente inesperada. ¿Se refería a ella? Lo demás se hubiera convertido en secundario y estrechó la mano de Milo por un instante. Le hubiera gustado permanecer sostenida a él, pero una corriente le recorrió el brazo y le hizo vibrar el pecho. Lo disimuló como la dama que era, pero esa sensación también fue nueva. Parecía que estaba descubriendo a una persona de la que no tenía idea de su existencia y, no era otra que ella misma.

Acepto —dijo. Estuvo por agregar algunas aclaraciones pertinentes, pero él desapareció, y la dejó allí, sentada, aún sumida en la sorpresa y con aquel calor en la mano que no terminaba por abandonarla. << ¿Qué demonios ocurre conmigo?>> se reprochó. <<Demasiada relación con personas inferiores…>> sin embargo, no se reconoció en ese pensamiento. La Petra de antaño hubiera reaccionado así, pero esta que estaba transformándose ya no. Se sintió culpable, claro que sí. Debía reconciliarse con esa pequeña morada y con la sencillez de su existencia, poder moldearse y aceptarse… Milo regresó, con la sonrisa de un niño tímido iluminándole el rostro. Jamás lo había visto de esa forma, jamás lo había visto…

Esto es… —dijo, cuando se acercó para observar lo que había en el interior de la caja. Tomó una de las hojas y la observó detenidamente. Era una conocedora del arte, una mujer culta y preparada, tenía ojo para aquellas cosas. —Fascinante —musitó. Tomó otro dibujo y fue pasando uno a uno, en completo silencio, ese silencio sagrado que genera la belleza. Porque era lo único en lo que podía concentrarse. En el trazo delicado, preciso y apasionado. Albrechtsberger había ocultado aquel talento, ¡no podía creerlo! ¿Qué hacía sirviéndole a una familia?

Estás verdaderamente loco si crees que convertiremos tu arte en un trabajo —decretó, al tiempo que devolvía, con solemnidad, las obras a la caja. —El trabajo es tedioso. Y esto es…tu alma —sí, había encontrado la frase precisa. —Aunque no lo creas, sé coser, bordar y diseñar. No pienso quedarme trapeando y limpiando mientras tú sales a buscar cómo darnos de comer —se puso de pie y caminó hacia una ventana. Observó el exterior, pero no pudo concentrarse en lo que veía. Volteó, más relajada. —No venderemos tus dibujos. Búscate otro trabajo, yo haré lo propio. Pero, bajo ningún punto de vista, tu arte se convertirá en una obligación. Y esta es mi última orden. Ahora seremos… ¿Amigos? —y la palabra le bailoteó en la punta de la lengua, con cierta gracia.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Jue Ene 11, 2018 10:54 pm


Mientras ella pasaba uno a uno sus dibujos, Milo no dejó de observarla. Era extraño mirar a alguien, mientras ese alguien veía lo que él hacía, arte si se le quería poner un adjetivo. Pero más allá de eso, encontró, por una vez, serenidad en los rasgos de Petra, al menos desde que estaban metidos en aquel problema. (Juntos, se recordó también).

Fue a decir algo, sin embargo, las palabras de la señorita… es decir, de Petra, lo tomaron totalmente desprevenido. Sintió una rara sensación en el pecho, la palabra «arte» hizo eco entre sus costillas y al lado del corazón. Aguantó un suspiro, algo se acomodó en su interior, pero no fue reconfortante, al contrario, lo incomodó un poco. No supo qué responder, y aunque hubiera tenido palabras adecuadas, no habría dicho nada, sólo se relamió los labios, nervioso, inquieto y consternado.

La realidad fue apabullante, no supo cómo manejarla. La sola noción de que con un rápido vistazo Petra entendiera la profundidad del arte en su vida, y de él, respecto al arte, lo conmocionó. Torció las cejas, pero la boca seca no le permitió articular nada, sólo tragó saliva. Fue algo… no tuvo en ese instante una palabra para describirlo, pero fue hermoso, y quizá tuvo miedo de darse cuenta y por eso prefirió dejar el hecho como un trazo vago dentro de su mente. La siguió con la mirada, y luego se puso de pie.

Yo… —musitó muy quedo y cuando ella se giró, sólo pudo hacer una cosa: sonreír. Le dedicó, una vez más, una sonrisa—. Sí, eso, amigos —reafirmó de manera más clara y concisa.

Se giró y comenzó a guardar los dibujos de vuelta en la caja. Pensó que quizá esa había sido la razón para mostrarle ese talento que antaño sólo le había traído pena y desgracia, salvo por su complicidad con Ebba, su hermana. Necesitaba que alguien como Petra le dijera la verdad de manera meridiana, y que comprendiera el significado de todo, aunque no supiera conscientemente que poseía tal conocimiento. ¿Desde cuándo su relación se había vuelto tan metafísica? Tal vez ese día, ni más, ni menos.

No sé hacer muchas otras cosas —continuó hablando, su tono fue tranquilo, cándido incluso—, fui entrenado para proteger, y dibujar siempre se me dio bien, o eso creo; pero buscaré algo, y usted… tú, también. Deberíamos ir a la ciudad, a ver qué nos ofrecen, ¿no? —Se irguió, con la caja cerrada entre las manos. Se encogió de un hombro.

Si se observaba con detenimiento, se podía notar algo diferente en él, algo como un brillo, o como un gesto. Algo sutil, pero presente. Si él mismo en ese instante se observaba en el espejo, hubiera podido precisar el qué. Lucía como el hombre que alguna vez fue, antes de la muerte accidental de su padre, provocada por su propia negligencia. Quizá no del todo, pero sí la promesa de retornar a ser ese Milo más luminoso. Porque la huida sólo había ajado más su potencial, lo había teñido de un tono gris ceniza que no lo dejaba ni respirar.

¿Por qué no vamos mañana? Y disfrutemos de hoy como nuestro último día como personas no productivas de la sociedad. —Rio levemente y negó con la cabeza. Lo dijo así, aunque en realidad él sólo conocía lo que era trabajar, estaba preocupado por ella, y esta preocupación era genuina, pues ya nadie le pagaba por hacerlo. Con un poco de suerte, encontrarían empleos en el mismo lugar, o cerca. Aunque luego una idea cruzó por su cabeza.

¿O prefieres trabajar desde casa? Yo… er… —Batalló con las palabras—. Podríamos iniciar un pequeño proyecto. Yo encontraría empleo en la ciudad en lo que esto arranca, pero si soy yo el que va a viajar todos los días, podría encontrar clientes para que les ayudes con la ropa. —Alzó ambas cejas. No conocía esa vena emprendedora en él, pero le pareció que quizá, tal vez eso iba más con Petra.


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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Sáb Mar 31, 2018 5:29 pm

Milo le transmitió ternura. Sí, ternura era la palabra exacta. Y, para que una mujer como Petra sintiera algo así, era porque realmente todo comenzaba a cambiar en su vida. Ella, que podía resultar inconmovible, con un corazón de acero forjado a fuego lento, sintió una oleada de aquella extraña sensación, y no supo bien cómo reaccionar ante eso. Por un momento, pensó en acorazarse nuevamente, volver a la postura de dama de hierro y que Milo le besase los pies, como siempre. Pero el problema radicaba en que ya nada era como siempre, ya nada era como antes, y si no lograba adaptarse, moriría de tristeza o, en el peor de los casos, de hambre. Por lo tanto, decidió relajarse, eso que jamás se había permitido a lo largo de sus veintiséis años. Y, como ya estaba para quedarse a vestir santos, había tomado la decisión de no ser solo una carga para alguien, sino convertirse en alguien autosuficiente y adulto, capaz de lidiar consigo misma. Sería injusto para Milo cargar con ella de por vida, cuando aún era una mujer joven y fuerte, capaz de hacerse valer.

Ni se te ocurra dejarme aquí sola todo el día —se horrorizó, llevándose una mano al pecho, en un intento de agregarle mayor dramatismo a su situación. —Puede pasarme cualquier cosa, ¿no has visto la gente vulgar que nos rodea? Prefiero ir a la ciudad y trabajar allí —reflexionó su última frase, sumiéndose en un mutismo extraño. Volteó, para acomodar las hojas y volver a colocarlas en su sitio. La idea de trabajar era algo completamente ajeno, lejano, nunca imaginó que ella tendría que hacer algo semejante, no la habían criado para eso. Petra tenía muchas herramientas intelectuales, y era una dama elegante, pero las aptitudes que poseía servían para una reunión con amigos de su padre, no para manejarse en un lugar como aquel.

Debo admitir que todo esto me da pánico… —rompió el silencio, y se deslizó hacia el suelo, donde quedó sentada. —Para ti, tal vez, no es un cambio tan radical. Es decir, estás acostumbrado a trabajar pero yo… Mira mis uñas —le mostró el dorso de sus manos, estirando los dedos. Tenía las uñas limpias, pero demasiado cortas y descuidadas. —Debo parecerte una ridícula, pero no puedo verme así, con estos trapos, fregando, con el cabello así —se tomó un mechón y también se lo expuso. —Me siento horrible, espantosa, inútil. Ninguna modista de alta costura me aceptará en estas fachas. Tú no sabés cómo lucen las doncellas que trabajan en esos talleres, están de punta en blanco. Me angustia tanto mirarme al espejo, no me reconozco —y era real.

Petra ya no toleraba la idea de la poca ropa que había logrado llevarse. Que había terminado gastándose, y a pesar de la calidad de la tela, se notaba el paso del tiempo y el maltrato por las tareas hogareñas. En esos momentos odiaba a su padre, por no haberle permitido irse de otra forma, haber armado una maleta decente, en la que pudiera llevarse sus perfumes, aceites, jabones, esencias, prendas, chapines, joyas… ¡Cuánto añoraba sus diamantes! Los recordó y se le llenaron los ojos de lágrimas. Alzó las rodillas y se abrazó a ellas, apoyando el mentón. Para cualquiera podría resultar una ridiculez total su sufrimiento, pero Petra nunca había padecido necesidad material alguna, había estado acostumbrada a su séquito de empleadas, a su guardarropas interminable, a los lujos y a codearse con lo más alto de la sociedad. Estaba reducida a escombros, a cenizas, ya no era ni una sombra de esa mujer que fue hasta no hacía demasiado tiempo. Ojala algún día recibiera las explicaciones pertinentes.
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Mensaje por Milo Albrechtsberger Lun Jul 09, 2018 9:33 pm


Dejó la caja de lado y se llevó las manos a los bolsillos del pantalón desgastado y remendado que vestía. Pronto tendría que cubrir necesidades más allá de la comida y un techo, tendría que comprarse ropa, nuevos utensilios para el día a día, y no podían gastar más tiempo. Milo pensó en aquello, pero no dijo nada, en cambio, se balanceó sobre sus talones como un niño pequeño, con las manos aún ocultas, escuchando a Petra. Rio levemente, pero el momento se vio roto rápidamente.

Siguió con la mirada a la señorita, y estuvo a punto de querer sostenerla, como si temiera que estuviera cayendo. Se detuvo cuando se dio cuenta que sólo se estaba sentando en el suelo. Por algunos segundos la miró desde su lugar, sin saber qué hacer, con la boca formando una línea delgada y recta en su rostro, símbolo del silencio que estaba guardando, más por temor que por respeto. Vaya, como siempre había sido cuando se trataba de sus amos, aunque el contexto fuera diferente.

No, qué dices… —Entonces reaccionó y fue hasta ella. Recordó aquel fatídico día cuando fue plantada en el altar y la encontró hecha un ovillo, tuvo que cargarla, y nadie nunca más volvió a hablar de ese pasaje de sus vidas. Pero ahora no iba a haber silencio, no podía, sólo eran ellos dos contra el mundo, la pareja más inverosímil y que ahí estaba, luchando por sobrevivir. Se acuclilló a su lado y estiró una mano para tomarla del mentón y levantarle el rostro.

Petra, quizá es de mí de quien menos quieres escucharlo —le dijo con voz suave—, pero creo que eres hermosa, así como estás. Así más que nunca, sin la artificialidad de la alta sociedad. Es que… ¡mírate! Aun en nuestro estado logras deslumbrar, eso no lo conseguiría ninguna de tus amigas allá en Graz… —Rio con tristeza y con el pulgar limpió unas de las lágrimas del rostro ajeno.

Aún tenemos un poco de dinero. Podemos hacer algunas compras, un vestido y… bueno, tú sabrás lo que necesites. Prepararte para ver a las mejores costureras de la ciudad, ¿te parece buena idea? Petra... —Se detuvo y se relamió los labios—. Petra, dime qué es lo que necesitas y haré lo posible para dártelo —entonces dijo con claridad y algo más profundo, como una zozobra velada.

Lo habían entrenado para cuidar de ella, para no dejar que nada malo le sucediera, y aunque habían llegado a aquel acuerdo, aún sentía la necesidad de protegerla. Eran tan frágil, tan falta de mundo, tan consentida, que creía que no tenía otra opción, pero lo más raro de todo es que no sentía obligación, sólo necesidad. Suspiró y se dejó caer hacia atrás, para quedar sentado junto a ella.

Yo no sé mucho de esas cosas, pero podemos ir a la ciudad, comprar lo más sencillo de todo. Estoy seguro que con tu encanto lograrás conquistar a quien te propongas, costureras que te den trabajo u hombres que quieran hacerte su esposa —dijo y jugó de manera distraída con los hilos sueltos del filo de su pantalón. Rio también de sus propias palabras. No era una idea descabellada, que ella encontrara un marido, tal vez no como el que hubiera desposado en su tierra natal, pero sí uno que le evitara tantas tristezas.

Porque, se dio cuenta, no importaba lo que hiciera, él jamás lo iba a conseguir.
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Mensaje por Petra von Sacher-Masoch Sáb Sep 15, 2018 9:40 am

Debía sentirse como la mujer adulta, de veintiséis años, que era. Sin embargo, se sentía como una niña a la que su padre no quiere comprarle una muñeca. Claro, a ella eso nunca le había pasado, pues Leopold le había comprado todo lo que había deseado y más. Petra nunca había tenido límites, y su vida se había convertido en una completa limitación. Hacia donde mirara había una frontera imposible de cruzar. Tenía los pies estaqueados al suelo, no podía moverse, y ella, que había sido una persona inquieta, no toleraba la monotonía y la quietud. Se ahogaba, con un dramatismo desmedido, en un vaso de agua; y no era capaz de buscar alternativas. Si nada salía como lo había planeado, se abatía por completo.

La voz de Milo la trajo de regreso a la realidad. Nunca imaginó que él le diría unas palabras como aquellas. Instintivamente, Petra rió entre lágrimas e hipos. No pensó que volvería a escuchar halagos, y mucho menos contempló la posibilidad de que los mismos vinieran del que había sido su guardador. Ella vivía fastidiándolo, tal vez por llamar su atención, y él siempre se había mostrado indiferente a su hostigamiento, lo que hacía que éste acrecentara. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió mujer, y sintió que un hombre la miraba como una. En la sencillez de aquel acto encontró consuelo; un consuelo verdadero, que la llenó de paz.

No quiero que gastemos nuestros últimos recursos en mí —y la voz le salió gangosa, producto del llanto que aún no se atrevía a ceder. Si hubiera sido la Petra de unos días atrás, aceptaba sin poner peros, lo hubiera sentido un derecho, pero esa dama egoísta y ególatra había comenzado a quedar atrás. —Compraremos telas y haré ropa. Para ti y también para mí. Eso es lo que necesito —y no se arriesgó a darle voz a la necesidad de besarlo que había nacido en su interior. Ella también se relamió los labios y el gusto salobre de sus propias lágrimas la hizo recapacitar.

Cuando Milo se colocó a su lado, Petra se dejó llevar. Le envolvió uno de sus brazos –le sorprendió lo fuertes que eran- con los suyos, tan delgados y estilizados, y apoyó la cabeza en el hombro del cambiante. Se movió un poco más y quedó pegada a él, aferrada a ese hombre que tenía intenciones de desvivirse por hacerla feliz.

Nunca me casaré —sentenció. —Pues diré que estoy casada contigo. Nadie verá con buenos ojos que conviva con un hombre que no sea mi marido —allí estaban los vestigios de esa Petra que no se quería ir aún, esa que decidía por los dos. ¿Por qué no le consultó? Inmediatamente se dio cuenta de lo que había dicho y se tensó. —Si estás de acuerdo, por supuesto. Quizá tienes una novia real y, al enterarse de éste lazo, por más ficticio que sea, puede generarte algún inconveniente —alzó el rostro para examinar el ajeno.

Las mujeres te desean, Milo —comentó, risueña. —Seré la envidia de más de una si llegas a aceptar si mi esposo —bromeó, aunque había una gran nota de verdad en su discurso. El atractivo de su acompañante era innegable, incluso ella lo había mirado disimuladamente en el pasado, donde se ubicaba por encima de todos y los observaba como si se tratasen de simples insectos.
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