AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Reminiscence [Privado]
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Reminiscence [Privado]
Y el Arcángel volvió ante el Trono y exoró a Cristo nuevamente.
Soy un combatiente, Señor... Sin armas no sé pelear.
(Emilia Pardo Bazán)
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Se deslizó entre las penumbras del extenso pasillo de una de las tantas secciones que conformaban el edificio del Collège, una de las instituciones más importantes de Francia, cuya fundación se remontaba al año 1530. Era un lugar, que desde un principio, le había interesado a Imhotep, consiguiendo, incluso, ser profesor de una de las cátedras vacantes. Aunque, eso significaba que sólo podría impartirla en horario nocturno, debido a su peculiar condición. Había tenido bastante suerte en poder conseguir aquel puesto, en especial, porque tenía bajo su custodia a una humana y no podía ser un nómada en aquella ciudad civilizada. Estaba consciente de ello y gracias a sus influencias, logró establecerse sin mayores obstáculos.
Había sorprendido a los ilustres de aquel lugar con el perfecto dominio de diferentes lenguas ya extintas. Claro, dicha "habilidad", la había adquirido con los siglos y con su constante dedicación al aprendizaje. Imhotep bien sabía que estaba atrapado en un recipiente mortal y que habitar el mundo terrenal tenía sus desventajas, así que, debía acostumbrarse a las imperfecciones como mejor podía. Pues, conservar un cuerpo longevo no era tarea sencilla, pero, si le proporcionaba grandes ventajas, especialmente a alguien como él. Su esencia demandaba aferrarse a este mundo y más en los tiempos falaces que se acercaban con pasos agigantados.
Se trasladó a París, no por querer cambiar de ambiente, más bien, lo hizo por intereses muy personales. Tenía que resguardar gran parte de la herencia de Egipto. Herencia que no podía caer en las manos equivocadas. Y no se trataba de las riquezas materiales a las que muchos aspiran, sino, a otras cosas que podrían traer graves consecuencias en el futuro, por más infantil que resultase aquella idea.
Terminó dentro de uno de los tantos salones con los que contaba la institución y sólo había silencio. La gran mayoría de los alumnos prefería asistir durante las horas diurnas y sólo unos cuantos iban por las noches. Eso, de cierta manera, le agradaba al vampiro, quien ya estaba acostumbrado a la serenidad del Cairo y en ciudades en constante crecimiento como París, era casi imposible poder conservar dicha tranquilidad. Aprovechó aquel instante de soledad para detenerse frente a una de las pinturas que decoraban las paredes del salón; la escena apocalíptica del juicio final, cargada de imágenes de ángeles y humanos consumiéndose por las eternas llamas, lo abstrajo durante largos minutos. No era por la riqueza de las tonalidades usadas en la obra, era por su contenido en sí. Imhotep estuvo contemplando aquella pieza mucho rato, hasta que unos pasos acercándose arrancaron su mente del letargo en el que había caído. Supuso que se trataba de algún alumno, pero no fue así. Era uno de los encargados, pidiéndole un favor bastante particular: Ser el tutor personal de un miembro que acababa de unirse al Collège.
Imhotep no se esperaba tal propuesta, pero con mucha humildad, terminó aceptando. No era la primera vez que debía ser guía de alguien; además, era algo que le agradaba y continuaría haciéndolo gustosamente.
Mantuvo una conversación breve con el otro hombre en lo que llegaba su nuevo aprendiz, al que pudo percibir a la distancia, notando el origen sobrenatural de éste. Pero quien no representaba amenaza alguna. No había oscuridad en sus intenciones y eso era bueno.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Reminiscence [Privado]
Había pasado toda mi vida encerrado, aprendiendo de lo que un supuesto padre me podía dar. Sin duda había sido un logro con la música, podía leerla, escribirla y componerla a mi propio gusto. Sin embargo me faltaban las cosas básicas, la historia, al menos la del país en el que ahora habitaba. Increíblemente no tenía la menor idea de quien se hallaba antes como el monarca y del de ahora no estaba tan al tanto tampoco, ese que se suponía, era elegido por Dios. Ni qué regiones se asentaban alrededor. A decir verdad, los libros que pude haberme leído cuando llegue a la ciudad eran sobre historia de la música, instrumentos, personas, ideales. También terminé intentado con la matemática, los resultados eran nulos, fallidos, decrépitos e irrecordables absolutamente. Incluso más que eso, a duras penas podía hacer las cuentas necesarias para pagar lo que compraba y que no me robaran demasiado. Y por supuesto cualquiera alcanzaba a tratarme de ignorante. Ellos, por supuesto, desconocían por completo que me habían manipulado los recuerdos hasta desquebrajarlos. No podía distinguir bien que era real y que mentira. Los sueños de la verdad eran como las sombras de aquella leyenda que me había aprendido alguna vez, en donde los hombres solo conocían una mentira de juegos con luces y oscuridad. Ese era mi mundo, una mentira que lentamente bajaba el telón.
Luego de los grandes choques con Nicolás sobre contarme las cosas para no parecer tan ignorante, había tomado una decisión. La muerte en forma de cenizas y el fuego sobre y alrededor de mí, me dijeron que era hora de hacer las cosas correctamente. Incluyendo a aquel 'psicólogo' que había conseguido, tal señor era de lo más extraño que había conocido, más joven que yo por bastantes años, pero con una mente abierta y suspicaz que me conseguía convencer de muchas situaciones que creía demasiado maniáticas. Quizá no era lo más convencional, sin embargo la idea de ir a una escuela no era tan estúpida como realmente aparentaba. Por supuesto, me negaba rotundamente a ir con otros humanos, me tratarían de idiota y terminaría queriéndomelos comer. O más bien, eso desearía, pues ya sabía bien que terminaría llorando de depresión en algún rincón. Por suerte ser de clase alta tenia algunos lujos y por sumas considerables de dinero había conseguido que un decano me consiga un tutor especial. Las reglas eran ir a la institución al menos las primeras veces hasta convencer que no era un peligro y que ir a mi hogar no significaría la muerte de nadie. Sentía un calor recorrerme, un ser vivo me daría clases. ¡Siquiera podía imaginarlo! Comencé a reírme, apoyando mis manos contra las mejillas en tanto esperaba encontrarme con el individuo a tratar. ¿Nervios? Quizá. Aunque me gustaba llamarlo terror escondido, o quizá, demasiado evidente para que alguien lo creyera. Mis faroles de un negro profundo se quedaron abiertos al notar la presencia de otro inmortal. ¡Era un maldito y odioso chiste! Infle los morros todo lo sorprendido que pude estar y me paré frente al señor. Cabellos largos y ojos englobados. ¿Por qué no estaba feliz de que fuera alguien no vivo? Hacía tan solo unos momentos me quejaba de lo contrario. Quizá porque ya había aceptado el hecho y ahora cambiarme todo, de repente, era algo que me costaba asimilar. — ¿Usted es quien me enseñará? ¿Por qué? Me llamo Hero... ¿Usted? Si a ti no te molesta a mí tampoco me molesta. Pero como quieras. ¿Sabes mucho, no? Yo estudiaré bien. — Firme y con el mentón bien alzado me crucé de brazos con los mofletes algo inflados de pena, utilizando términos mezclados con absoluta inocencia, era obvio que ser del oriente me jugaba muy en contra. Parecía que le estaba retando, mas era la única manera de expresarme que tenía, lo más directa pero orgullosa que podía. ¿Orgullo? No, por supuesto que yo no tenía de eso, siquiera una pizca. Faltaba que aquel señor mirara unos segundos a un costado para que yo mismo comenzara a rogarle que me enseñara algo. ¡Cualquier cosa estaría bien! Yo estaba listo para anotar y para llevarme las cosas a casa y leerlas y releerlas todo lo necesario para que quedaran adentro de mi cerebro no latente. Así que solo esperé unos segundos a verle a la cara y me apresuré a sentarme en uno de los bancos que estaba cerca. Mis piernas se movían y parecía estar tan hiperactivo como en un principio.
Luego de los grandes choques con Nicolás sobre contarme las cosas para no parecer tan ignorante, había tomado una decisión. La muerte en forma de cenizas y el fuego sobre y alrededor de mí, me dijeron que era hora de hacer las cosas correctamente. Incluyendo a aquel 'psicólogo' que había conseguido, tal señor era de lo más extraño que había conocido, más joven que yo por bastantes años, pero con una mente abierta y suspicaz que me conseguía convencer de muchas situaciones que creía demasiado maniáticas. Quizá no era lo más convencional, sin embargo la idea de ir a una escuela no era tan estúpida como realmente aparentaba. Por supuesto, me negaba rotundamente a ir con otros humanos, me tratarían de idiota y terminaría queriéndomelos comer. O más bien, eso desearía, pues ya sabía bien que terminaría llorando de depresión en algún rincón. Por suerte ser de clase alta tenia algunos lujos y por sumas considerables de dinero había conseguido que un decano me consiga un tutor especial. Las reglas eran ir a la institución al menos las primeras veces hasta convencer que no era un peligro y que ir a mi hogar no significaría la muerte de nadie. Sentía un calor recorrerme, un ser vivo me daría clases. ¡Siquiera podía imaginarlo! Comencé a reírme, apoyando mis manos contra las mejillas en tanto esperaba encontrarme con el individuo a tratar. ¿Nervios? Quizá. Aunque me gustaba llamarlo terror escondido, o quizá, demasiado evidente para que alguien lo creyera. Mis faroles de un negro profundo se quedaron abiertos al notar la presencia de otro inmortal. ¡Era un maldito y odioso chiste! Infle los morros todo lo sorprendido que pude estar y me paré frente al señor. Cabellos largos y ojos englobados. ¿Por qué no estaba feliz de que fuera alguien no vivo? Hacía tan solo unos momentos me quejaba de lo contrario. Quizá porque ya había aceptado el hecho y ahora cambiarme todo, de repente, era algo que me costaba asimilar. — ¿Usted es quien me enseñará? ¿Por qué? Me llamo Hero... ¿Usted? Si a ti no te molesta a mí tampoco me molesta. Pero como quieras. ¿Sabes mucho, no? Yo estudiaré bien. — Firme y con el mentón bien alzado me crucé de brazos con los mofletes algo inflados de pena, utilizando términos mezclados con absoluta inocencia, era obvio que ser del oriente me jugaba muy en contra. Parecía que le estaba retando, mas era la única manera de expresarme que tenía, lo más directa pero orgullosa que podía. ¿Orgullo? No, por supuesto que yo no tenía de eso, siquiera una pizca. Faltaba que aquel señor mirara unos segundos a un costado para que yo mismo comenzara a rogarle que me enseñara algo. ¡Cualquier cosa estaría bien! Yo estaba listo para anotar y para llevarme las cosas a casa y leerlas y releerlas todo lo necesario para que quedaran adentro de mi cerebro no latente. Así que solo esperé unos segundos a verle a la cara y me apresuré a sentarme en uno de los bancos que estaba cerca. Mis piernas se movían y parecía estar tan hiperactivo como en un principio.
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Re: Reminiscence [Privado]
Apreciaba los lugares como aquel, en donde el conocimiento era el objetivo principal. La enseñanza de las artes y las ciencias, era, sin duda, esencial para el crecimiento del ser humano; gracias a éstas, las sociedades podían levantarse una y otra vez, o al menos eso consideraba Imhotep, un hombre que había vivido tantos siglos, como la civilización misma. En su época, también se preocupaba por el aprendizaje de los jóvenes, aunque muchas veces, éste se limitaba y sólo era dado a unos pocos. Eso no había cambiado, a pesar de que habían pasado ya varios milenios.
Contemplar la escena apocalíptica de la pintura, despertaba en él, un sentimiento extraño; un sentimiento, que obviamente, no pertenecía a Imhotep, sino, a su verdadera esencia. Disfrutaba tanto de la imagen, como del olor del óleo, que ya empezaba a agrietarse en algunas esquinas del cuadro, indicando su antigüedad. Estaba absorto en sus pensamientos, nada más con el silencio y las temblorosas luces de las velas de un candelabro, haciéndole compañía. Había rememorado guerras, conflictos de todo tipo, desgracias y un sinfín de situaciones aberrantes por las que habían pasado los seres humanos desde el principio de sus días. ¿Motivos? Habían muchos o quizás no. Todo se resumía a una ley de eterno retorno, en donde las cosas no pasaban por casualidad o porque algo las provocaba; tenían que pasar así porque no había de otra, porque así lo dictaba el equilibrio universal.
Pudo haberse quedado pensando en esa infinidad de teorías, pero justo había sido interrumpido, no de mala manera. La verdad, es que debía iniciar con sus obligaciones actuales. Ya no tenía el mismo tiempo para sentarse a pensar con detenimiento sus objetivos como lo hacía en Egipto. Cada segundo en París demandaba su atención con algo nuevo y eso, en partes, era tan interesante como frustrante. Lo mismo que aquel joven que ahora se le presentaba. Lo miró de arriba abajo, no con prepotencia o de mala manera, sino, con la neutralidad que siempre conservaba con los desconocidos. Era una manera de reconocer quienes eran en realidad. Así pudo deducir la escasa existencia del muchacho como vampiro, aparte de reconocer que no era occidental; también era un forastero como él. La única diferencia entre ambos, radicaba en las edades de sus espíritus.
—Mucho gusto, Hero. Bienvenido —dijo con tranquilidad, dirigiéndole una leve reverencia con la cabeza—. Y sí, como se te ha mencionado, seré tu tutor. Puedes llamarme Imhotep. —Se aclaró la garganta, ocultando la gracia que le hacían las palabras del joven, pero evitó sonreír por educación—. No podría decirte si sé mucho o poco, uno nunca termina aprendiendo todo, pues, el tiempo cambia y surgen nuevos descubrimientos.
Habló con toda la paciencia que solía reservar con casi todos. No le molestaba en lo absoluto tener que ser profesor, prácticamente toda su existencia se había dedicado a ello. Incluso, tenía bajo su protección a una jovencita mucho menor que aquel vampiro que tenía en frente en ese momento.
—¿Qué te parece si tomamos asiento? Así podrás platicarme de lo que te gustaría aprender, antes que nada. No es mi intención forzarte a aprender algo que te sea complicado y mucho menos innecesario —explicó, mientras le hacía un ademán para que se sentara cerca del escritorio del modesto salón—. No te preocupes si te equivocas en algo, es algo que puede pasarle a cualquiera. Sólo es cuestión de mantener la mente serena y aceptar con paciencia y humildad que hemos errado y no rendirse jamás.
Imhotep se dirigía a él con serenidad, como siempre lo había hecho con sus alumnos cuando era sacerdote de Zoser, hacía bastante siglos atrás. Aquella escena le hizo recordar aquel antiguo hecho y de cierta manera, le agradaba volver a sentirse como el mortal que alguna vez y que no siempre dejó olvidado en las arenas del desierto.
Contemplar la escena apocalíptica de la pintura, despertaba en él, un sentimiento extraño; un sentimiento, que obviamente, no pertenecía a Imhotep, sino, a su verdadera esencia. Disfrutaba tanto de la imagen, como del olor del óleo, que ya empezaba a agrietarse en algunas esquinas del cuadro, indicando su antigüedad. Estaba absorto en sus pensamientos, nada más con el silencio y las temblorosas luces de las velas de un candelabro, haciéndole compañía. Había rememorado guerras, conflictos de todo tipo, desgracias y un sinfín de situaciones aberrantes por las que habían pasado los seres humanos desde el principio de sus días. ¿Motivos? Habían muchos o quizás no. Todo se resumía a una ley de eterno retorno, en donde las cosas no pasaban por casualidad o porque algo las provocaba; tenían que pasar así porque no había de otra, porque así lo dictaba el equilibrio universal.
Pudo haberse quedado pensando en esa infinidad de teorías, pero justo había sido interrumpido, no de mala manera. La verdad, es que debía iniciar con sus obligaciones actuales. Ya no tenía el mismo tiempo para sentarse a pensar con detenimiento sus objetivos como lo hacía en Egipto. Cada segundo en París demandaba su atención con algo nuevo y eso, en partes, era tan interesante como frustrante. Lo mismo que aquel joven que ahora se le presentaba. Lo miró de arriba abajo, no con prepotencia o de mala manera, sino, con la neutralidad que siempre conservaba con los desconocidos. Era una manera de reconocer quienes eran en realidad. Así pudo deducir la escasa existencia del muchacho como vampiro, aparte de reconocer que no era occidental; también era un forastero como él. La única diferencia entre ambos, radicaba en las edades de sus espíritus.
—Mucho gusto, Hero. Bienvenido —dijo con tranquilidad, dirigiéndole una leve reverencia con la cabeza—. Y sí, como se te ha mencionado, seré tu tutor. Puedes llamarme Imhotep. —Se aclaró la garganta, ocultando la gracia que le hacían las palabras del joven, pero evitó sonreír por educación—. No podría decirte si sé mucho o poco, uno nunca termina aprendiendo todo, pues, el tiempo cambia y surgen nuevos descubrimientos.
Habló con toda la paciencia que solía reservar con casi todos. No le molestaba en lo absoluto tener que ser profesor, prácticamente toda su existencia se había dedicado a ello. Incluso, tenía bajo su protección a una jovencita mucho menor que aquel vampiro que tenía en frente en ese momento.
—¿Qué te parece si tomamos asiento? Así podrás platicarme de lo que te gustaría aprender, antes que nada. No es mi intención forzarte a aprender algo que te sea complicado y mucho menos innecesario —explicó, mientras le hacía un ademán para que se sentara cerca del escritorio del modesto salón—. No te preocupes si te equivocas en algo, es algo que puede pasarle a cualquiera. Sólo es cuestión de mantener la mente serena y aceptar con paciencia y humildad que hemos errado y no rendirse jamás.
Imhotep se dirigía a él con serenidad, como siempre lo había hecho con sus alumnos cuando era sacerdote de Zoser, hacía bastante siglos atrás. Aquella escena le hizo recordar aquel antiguo hecho y de cierta manera, le agradaba volver a sentirse como el mortal que alguna vez y que no siempre dejó olvidado en las arenas del desierto.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Reminiscence [Privado]
¿Im… qué? Su nombre entró por una de mis orejas y salió disparada por la otra, miré a ambos lados con completa ansiedad, ya volvería a preguntarle el nombre al señor unas mil veces más, no había que preocuparme tan rápido, ¿qué le pasaba a las personas? ¿Qué pensaban sus padres cuando los apodaban? Negué un par de veces, acariciando los cabellos que cuidadosamente estaban peinados a un costado de la oreja. Pronto, mis cejas se vieron alzadas por las palabras del vampiro, ¡era viejo! ¡Era tan antiguo que parecía descascararse por los costados como los jarrones viejos de la mansión de Nicolás! ¿Acaso me tomaba por idiota? Me decía que nunca se terminaba por aprender todo, pues claro, el futuro no se podía aprender, por algo era futuro, ¿o no? Fruncí un poco la nariz, me sentí amenazado por aquel hombre que en realidad no estaba diciendo, haciendo o insinuando nada en mi contra. Simplemente era una manera de proteger mi integridad, como los gatos arañan a cualquiera que no les cae demasiado bien, una cuestión de piel, llegué a pensar. Sin embargo, eso debía anularse rápidamente. Yo quería aprender, los libros no eran suficiente, no me quedaban en la memoria tan bien como cuando escuchaba a una persona hablar, parecía que mi manera de entender y conservar conocimientos no era a base de lo que veía sino de lo que escuchaba, tenía un nombre, memoria auditiva o algo similar. Aparentemente esa era mi única oportunidad, de alguna forma resultaba mejor que fuese un vampiro, así no tendría que estar pendiente de mis impulsos y podría concentrarme solo en el bendito estudio.
— Pero si son nuevos los aprendes cuando salen, ¿o sea que sabes todo lo anterior a los nuevos descubrimientos que aún no se hicieron? Wow. Bueno, me gustas, te compro. — Moví los deditos de manera que hicieron un ruido algo chistoso y asentí con gusto y algo de aceptación. Sentándome en el asiento que él ofrecía, ya empezaba a ponerme nervioso, mis ojos se abrieron como un pollo a punto de pasar por el matadero y pestañeé todo lo rápido que mis reflejos me permitieran. Pensaba en qué responderle, ¿qué sería adecuado? ‘Todo’ no era una opción, sin contar que sabía bastante de música porque me había dedicado a eso desde que tuve sentidos, incluso en esa mortalidad que me rompía las esperanzas cada vez que se alzaba a mis recuerdos, ¡ese maldito Nicolás que había roto todas las barreras! Estiré el cuello, mirando al techo asentí, no estaba seguro de que mi respuesta fuese apropiada no obstante, lo hice sin titubear, jamás lo hacía, tenía la lengua floja. — Historia, no la vieja, sino cosas actuales de política, religión y cultura. También un poco de matemática porque la última vez que compré algo solo, me estafaron. Aunque eso puedo dejárselo a los demás… Música conozco mucho, aunque si piensas que me puedes ayudar en algo siempre puedes decirme un poco. ¿Qué te gusta enseñar más a ti? — Apoyé mis manos y dedos cruzados en el modesto escritorio, moviendo los pulgares de un lado a otro, en lo que observaba un poco el cuadro que estaba por detrás, parecía una escuela de bellas artes, pero éstas, aunque servían para dar un buena impresión con las demás personas, no me ayudaban en la vida cotidiana, sin contar que conocía algunas, las más emblemáticas, las había estudiado para poder quedar bien en las fiestas privadas a las que podían llamarme para tocar el piano. Me gustaba estar a la altura de los demás, aunque fuese una mentira, una máscara rota. — No me preocupo, pedí a alguien discreto y que sepa mucho porque me voy a equivocar y espero que no salga en ningún lado siquiera que estoy aprendiendo. No sé nada porque nunca me enseñaron, ¡no es mi culpa! Y aunque leí muchos libros cuando vine a Paris es muy difícil, no me quedan las cosas. ¿No notas que no hablo fluido? Mrrggh... Oh, qué poético resultas, ¿te gusta la poesía? Nunca las entiendo bien, me puedes dar una clase de eso también. Pagaré muy bien, ¿cuándo empezamos? ¿Quieres hablar de alguna cosa antes? — Estaba completamente entusiasmado, tanto que no me di cuenta ni lo que dije, ni como lo dije. ¿Habría sonado mal, egoísta o impertinente en alguna parte? Mordí apenas mis labios, mi rostro estaba transformándose a uno algo desesperado por intentar arreglar lo que había dicho, aún cuando no conocía bien de qué se trataba. Bufé, ofuscado y un tanto alarmado, separando a sí mismo las manos que estaban apoyadas en la mesa, parecía que iba a entrar en pánico, aunque lo mantuve callado durante un par de segundos en donde el suicidio no fue mala opción.
— Pero si son nuevos los aprendes cuando salen, ¿o sea que sabes todo lo anterior a los nuevos descubrimientos que aún no se hicieron? Wow. Bueno, me gustas, te compro. — Moví los deditos de manera que hicieron un ruido algo chistoso y asentí con gusto y algo de aceptación. Sentándome en el asiento que él ofrecía, ya empezaba a ponerme nervioso, mis ojos se abrieron como un pollo a punto de pasar por el matadero y pestañeé todo lo rápido que mis reflejos me permitieran. Pensaba en qué responderle, ¿qué sería adecuado? ‘Todo’ no era una opción, sin contar que sabía bastante de música porque me había dedicado a eso desde que tuve sentidos, incluso en esa mortalidad que me rompía las esperanzas cada vez que se alzaba a mis recuerdos, ¡ese maldito Nicolás que había roto todas las barreras! Estiré el cuello, mirando al techo asentí, no estaba seguro de que mi respuesta fuese apropiada no obstante, lo hice sin titubear, jamás lo hacía, tenía la lengua floja. — Historia, no la vieja, sino cosas actuales de política, religión y cultura. También un poco de matemática porque la última vez que compré algo solo, me estafaron. Aunque eso puedo dejárselo a los demás… Música conozco mucho, aunque si piensas que me puedes ayudar en algo siempre puedes decirme un poco. ¿Qué te gusta enseñar más a ti? — Apoyé mis manos y dedos cruzados en el modesto escritorio, moviendo los pulgares de un lado a otro, en lo que observaba un poco el cuadro que estaba por detrás, parecía una escuela de bellas artes, pero éstas, aunque servían para dar un buena impresión con las demás personas, no me ayudaban en la vida cotidiana, sin contar que conocía algunas, las más emblemáticas, las había estudiado para poder quedar bien en las fiestas privadas a las que podían llamarme para tocar el piano. Me gustaba estar a la altura de los demás, aunque fuese una mentira, una máscara rota. — No me preocupo, pedí a alguien discreto y que sepa mucho porque me voy a equivocar y espero que no salga en ningún lado siquiera que estoy aprendiendo. No sé nada porque nunca me enseñaron, ¡no es mi culpa! Y aunque leí muchos libros cuando vine a Paris es muy difícil, no me quedan las cosas. ¿No notas que no hablo fluido? Mrrggh... Oh, qué poético resultas, ¿te gusta la poesía? Nunca las entiendo bien, me puedes dar una clase de eso también. Pagaré muy bien, ¿cuándo empezamos? ¿Quieres hablar de alguna cosa antes? — Estaba completamente entusiasmado, tanto que no me di cuenta ni lo que dije, ni como lo dije. ¿Habría sonado mal, egoísta o impertinente en alguna parte? Mordí apenas mis labios, mi rostro estaba transformándose a uno algo desesperado por intentar arreglar lo que había dicho, aún cuando no conocía bien de qué se trataba. Bufé, ofuscado y un tanto alarmado, separando a sí mismo las manos que estaban apoyadas en la mesa, parecía que iba a entrar en pánico, aunque lo mantuve callado durante un par de segundos en donde el suicidio no fue mala opción.
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Re: Reminiscence [Privado]
Imhotep era dueño de una fortaleza espiritual tremenda, al igual que de una paciencia que parecía inagotable. Sabía perfectamente cómo lidiar con aquel joven al que tomó como estudiante particular. Estuvo a punto de reír ante los gestos del muchacho, pero se contuvo por respeto. Era interesante tratar con personas así; de alguna manera, le brindaba un aire diferente, algo que le empezaba a hacer falta últimamente. También admiraba el interés que mostraba el nuevo estudiante por querer aprender, eso era algo que poco veía en la mayoría de los alumnos. En realidad, muchos estaban ahí por obligación y por mantener las apariencias; los otros que, verdaderamente estaban interesados en aprender, eran jóvenes no tan adinerados que querían formarse como verdaderos intelectuales. Esos eran quienes hacían mantener las esperanzas de Imhotep en la humanidad.
Permaneció sentado frente a Hero, escuchándolo con interés, con una sutil sonrisa en los labios. No fue capaz de intervenir, pues aquel hablaba muy rápido, como si quisiera decir todo lo que pasaba por su mente. No estaba mal, en realidad, le agradaba que así fuera. Pero también hubo una señal de alerta en Imhotep. Aquella particular habilidad para conversar tan espontáneamente podría traer consecuencias, y eso no era nada bueno. Había gente con corazón oscuro, y ese chico no estaba en ese grupo. Imhotep iba a ser su profesor, y también un guía.
—Muy bien, veo que estás interesado en muchas cosas. Por suerte, aparte de ser profesor de Lenguas Antiguas, también sé varias cosas que podrían ayudarte. Pero, todo con calma. Hay que ir desde abajo hacia arriba. No pretenderemos alcanzar la cima si nos saltamos los primeros peldaños, ¿cierto? —Habló despacio, dirigiéndole una mirada serena al otro vampiro—. Y no te preocupes, Hero. Nadie sabrá sobre esto, solamente nosotros; puedes estar tranquilo. Es más, me atrevo a decir que me agrada tu interés. Aunque los libros contengan mucha información sobre el mundo, no siempre son de utilidad. No sin la práctica. La teoría es buena, pero sin la práctica, de nada sirve.
Bajó la mirada y exhaló, meditando sus próximas palabras. Hero había dicho muchas cosas, e Imhotep, siendo un hombre sumamente organizado, debía tener claro por dónde empezar. A veces, ser tutor no era una tarea sencilla. Él lo vivió en Egipto cuando era un mortal, y luego con Sagira, siglos más tarde. No siempre se acertaba correctamente con el pensar de otros y menos cuando se trataba de personas que estaban bajo tutela, impacientes por aprender cosas nuevas.
—Y sí, la poesía me gusta. Es un arte magnífico, pero por los momentos no lo vas a necesitar. El pago es lo de menos, has venido a adquirir conocimiento y te voy a ayudar, así que no te ofusques. Quizá en un principio sea complicado, pero si tienes ganas de hacer las cosas bien, verás que si se puede. —Le dedicó una sonrisa sincera y se puso de pie—. Es más, te invito a dar un paseo por las instalaciones del College. Así me cuentas cuáles son tus pasatiempos favoritos. Mientras más sepa de tus intereses, más me ayudarás a comprender tus necesidades. Pues cada persona aprende de manera diferente y no todos necesitan las mismas lecciones.
Permaneció sentado frente a Hero, escuchándolo con interés, con una sutil sonrisa en los labios. No fue capaz de intervenir, pues aquel hablaba muy rápido, como si quisiera decir todo lo que pasaba por su mente. No estaba mal, en realidad, le agradaba que así fuera. Pero también hubo una señal de alerta en Imhotep. Aquella particular habilidad para conversar tan espontáneamente podría traer consecuencias, y eso no era nada bueno. Había gente con corazón oscuro, y ese chico no estaba en ese grupo. Imhotep iba a ser su profesor, y también un guía.
—Muy bien, veo que estás interesado en muchas cosas. Por suerte, aparte de ser profesor de Lenguas Antiguas, también sé varias cosas que podrían ayudarte. Pero, todo con calma. Hay que ir desde abajo hacia arriba. No pretenderemos alcanzar la cima si nos saltamos los primeros peldaños, ¿cierto? —Habló despacio, dirigiéndole una mirada serena al otro vampiro—. Y no te preocupes, Hero. Nadie sabrá sobre esto, solamente nosotros; puedes estar tranquilo. Es más, me atrevo a decir que me agrada tu interés. Aunque los libros contengan mucha información sobre el mundo, no siempre son de utilidad. No sin la práctica. La teoría es buena, pero sin la práctica, de nada sirve.
Bajó la mirada y exhaló, meditando sus próximas palabras. Hero había dicho muchas cosas, e Imhotep, siendo un hombre sumamente organizado, debía tener claro por dónde empezar. A veces, ser tutor no era una tarea sencilla. Él lo vivió en Egipto cuando era un mortal, y luego con Sagira, siglos más tarde. No siempre se acertaba correctamente con el pensar de otros y menos cuando se trataba de personas que estaban bajo tutela, impacientes por aprender cosas nuevas.
—Y sí, la poesía me gusta. Es un arte magnífico, pero por los momentos no lo vas a necesitar. El pago es lo de menos, has venido a adquirir conocimiento y te voy a ayudar, así que no te ofusques. Quizá en un principio sea complicado, pero si tienes ganas de hacer las cosas bien, verás que si se puede. —Le dedicó una sonrisa sincera y se puso de pie—. Es más, te invito a dar un paseo por las instalaciones del College. Así me cuentas cuáles son tus pasatiempos favoritos. Mientras más sepa de tus intereses, más me ayudarás a comprender tus necesidades. Pues cada persona aprende de manera diferente y no todos necesitan las mismas lecciones.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Reminiscence [Privado]
Él tenía razón, yo lo había aprendido a la fuerza. Pensaba que ser vampiro me ayudaría a ser un sabio, pues casi todos los inmortales parecían conocer todo en ese mundo, como si le hubieran transmitido la información por la sangre de su creador. En mi caso no había nada más contrario a eso. Cuando había intentado empezar a leer los libros de los ilustrados o los llamados “sofistas”, fue la primera vez que encontré mí orgullo herido, uno que en su momento no tenía nada que ver con mi personalidad actual. En aquel entonces, hace poco menos de seis años, pensaba que todo estaba a mi alcance y que nadie podía ser mejor que yo. Las caídas habían sido una más molesta que la otra y abrieron paso a ese carisma y respeto por las personalidades de verdad sabias que me rodeaban. El cambio había sido claro, sin embargo me faltaba la parte en que aprendía a ser como ellos. Eso buscaba con él y no iba a parar hasta conseguirlo, no por orgullo, era simple deseo y curiosidad. — Sí, está bien. Te pagaré lo que quieras, tienes que darme tus honorarios luego, porque yo me olvidaré y eso no sería nada bueno. — Alcé un dedo, casi como si fuese una obligación que me dijera. Pedir algo sin dar nada a cambio que tenga el mismo valor o más, no era algo posible para mí. Aunque probablemente no me iba a alcanzar el dinero que tenía para pagar algo que se iba a quedar en mi cabeza por siempre, es decir, lo material con el conocimiento en realidad no podían compararse. Así que me quedé meditando un poco, en lo que escuchaba algunas de las respuestas a mis preguntas, era algo que me pasaba seguido. La inmensa necesidad de hablar y escupir conversaciones para que al menos una pudiera ser de interés para la otra persona. Era la manera en la que me comunicaba, porque hallar una pregunta única que fuese la correcta me resultaba demasiado difícil, casi imposible.
— Es que sin la teoría la práctica es en base a muchos errores. Y me molesta confundirme cuando también perjudica a los demás. No es justo para los que no se equivocaron. — Mis ojos achinados se habían abierto mucho, tal cual la forma de unos faroles brillantes en la esquina de la avenida Les Champs-Élysées. En cosa de segundos aplaqué la mirada para sonreírle casi con la misma intensidad, levantándome de un salto de la silla en tanto asentía, cruzando los brazos y moviéndolos para los lados animosamente. No podía parar de emocionarme y la única descarga que había para no perder los estribos era estirarme para todos lados como un títere mal usado. ¿Pasatiempos? Aparte de cantar, hasta el momento no hacía nada más. Ser patrocinador de algunos salones y mantener negocios por la ciudad no podía considerarse un pasatiempo, básicamente no hacía nada, tan solo invertir y utilizar habilidades vampíricas para que no me estafaran. Tampoco los utilizaba para explotarlos, sino que los dejaba ser y que el dinero llegara a mí de forma discreta. La herencia familiar tenía que seguir, no por mí y mi adoración por los bienes materiales, sino que pensaba en Amadeo y Camila y las miles maneras de regalarles cosas que tenía. Así que comencé la caminata al lado del inmortal y simpático vampiro. Hacía años no conocía a uno que no quisiera matarme o tuviese complejo de grandeza. Desde Svein exactamente. Ahora me sentía feliz y no podía despegar la vista de arriba del peli largo. — Me gustan las lecciones en las que tú hablas y yo repito. Por eso necesito que me cobres mucho, seguramente te voy a molestar todo el tiempo que sea que me des. Como me gusta la música me es más fácil recordar sonidos y tempos. Pero igual sería lindo aprender técnicas de memorización de libros. No sé si tengo muchos pasatiempos que sean cultos. Cantar, cocinar y comprarme bienes no creo que estén en ese rango. — Se me soltó una risa de pensarlo, era exactamente lo que se tomaba mal de los jóvenes de la clase social alta, y aún así no podía evitarlo. Mi personalidad, aunque lo había intentado, no cambiaba y ahora pretendía obligarla a torcerse hasta poder ser algo útil en esa y mil vidas más. Así que asentí y miré a un costado observando alguno de los cuadros y obras que había. Muchas personas vivían de eso, mas la época industrial estaba consumiendo a los artesanos cada vez más rápido. Y con ello, los músicos caían también. — Me gustaría hacer una empresa nueva, usualmente invierto en ellas y solo me llegan las acciones. Me gustaría hacer algo para ésta ciudad, pero no tengo las capacidades. ¿Alguna vez hiciste algo así? Tienes muchos años, deberías. ¿No? —
— Es que sin la teoría la práctica es en base a muchos errores. Y me molesta confundirme cuando también perjudica a los demás. No es justo para los que no se equivocaron. — Mis ojos achinados se habían abierto mucho, tal cual la forma de unos faroles brillantes en la esquina de la avenida Les Champs-Élysées. En cosa de segundos aplaqué la mirada para sonreírle casi con la misma intensidad, levantándome de un salto de la silla en tanto asentía, cruzando los brazos y moviéndolos para los lados animosamente. No podía parar de emocionarme y la única descarga que había para no perder los estribos era estirarme para todos lados como un títere mal usado. ¿Pasatiempos? Aparte de cantar, hasta el momento no hacía nada más. Ser patrocinador de algunos salones y mantener negocios por la ciudad no podía considerarse un pasatiempo, básicamente no hacía nada, tan solo invertir y utilizar habilidades vampíricas para que no me estafaran. Tampoco los utilizaba para explotarlos, sino que los dejaba ser y que el dinero llegara a mí de forma discreta. La herencia familiar tenía que seguir, no por mí y mi adoración por los bienes materiales, sino que pensaba en Amadeo y Camila y las miles maneras de regalarles cosas que tenía. Así que comencé la caminata al lado del inmortal y simpático vampiro. Hacía años no conocía a uno que no quisiera matarme o tuviese complejo de grandeza. Desde Svein exactamente. Ahora me sentía feliz y no podía despegar la vista de arriba del peli largo. — Me gustan las lecciones en las que tú hablas y yo repito. Por eso necesito que me cobres mucho, seguramente te voy a molestar todo el tiempo que sea que me des. Como me gusta la música me es más fácil recordar sonidos y tempos. Pero igual sería lindo aprender técnicas de memorización de libros. No sé si tengo muchos pasatiempos que sean cultos. Cantar, cocinar y comprarme bienes no creo que estén en ese rango. — Se me soltó una risa de pensarlo, era exactamente lo que se tomaba mal de los jóvenes de la clase social alta, y aún así no podía evitarlo. Mi personalidad, aunque lo había intentado, no cambiaba y ahora pretendía obligarla a torcerse hasta poder ser algo útil en esa y mil vidas más. Así que asentí y miré a un costado observando alguno de los cuadros y obras que había. Muchas personas vivían de eso, mas la época industrial estaba consumiendo a los artesanos cada vez más rápido. Y con ello, los músicos caían también. — Me gustaría hacer una empresa nueva, usualmente invierto en ellas y solo me llegan las acciones. Me gustaría hacer algo para ésta ciudad, pero no tengo las capacidades. ¿Alguna vez hiciste algo así? Tienes muchos años, deberías. ¿No? —
Invitado- Invitado
Re: Reminiscence [Privado]
No le preocupaba el dinero, eso era algo que lo tenía muy aparte. Si estaba en aquel lugar no era por obtener ingresos, sino, porque deseaba enseñar y ayudar a otros. Y también lo usaba como un perfecto camuflaje, mientras se encargaba de tareas diversas, muy cercanas a sus verdaderos intereses. Imhotep era una persona muy neutral, tranquila, y también, inteligente; no por nada había sido sacerdote de un faraón tan importante como Zoser. Todo ese peso de conocimiento, acumulado por siglos y siglos de existencia, le ayudaba a saber más de los mortales, a intentar convivir a menudo con ellos, tratando de comprender sus victorias y derrotas. Pero, a medida que el tiempo transcurría, se daba cuenta de algo más: no sólo los mortales necesitaban comprensión; no sólo ellos necesitaban conocerse a sí mismos. Tal parecía que el mundo era un lugar con mucho más misterio que el universo mismo. Toparse con aquel muchacho lo hizo sacar aquella conclusión, sorprendiéndose por tal descubrimiento.
—Ya te dije que el dinero es lo de menos, sino las ganas de aprender que tengas —respondió amablemente—. Muchas veces, vale más el gesto de la persona y su esfuerzo, que un par de monedas de oro. —Empezó a avanzar con paso calmado, llevándose las manos hacia atrás—. He visto casos de personas que pagan cantidades exageradas en los estudios de sus herederos, ¿y de qué les sirve? De nada, porque esos jóvenes no sienten deseo de mejorar su aprendizaje. Pero ese no es tu caso; me enorgullece saber que eres de los pocos que quieren hacer las cosas bien.
Imhotep fue sincero en todo momento, sentía que con ese joven podía ser completamente transparente. No existían barreras entre ese neófito y él, lo que resultaba agradable. En París había encontrado a pocas personas así y era lamentable; por es temía por Sagira. Ella era demasiado ingenua, y una ciudad nueva, con demonios en las esquinas, podía consumir su integridad como persona. Tal idea lo abstrajo por unos minutos, olvidándose de lo que le había planteado Hero. De verdad le preocupaba lo que pudiera ocurrirle a su protegida; era como si de repente su lado más humano emergiera desde las profundidades de su mente.
Pero, al darse cuenta en donde estaba, se avergonzó un poco. Aclarándose la garganta, volvió a retomar la plática con su nuevo estudiante.
—Lo lamento, me has dejado un poco ensimismado con tus palabras. No te preocupes, no es nada malo. —Esbozó una sonrisa ladina—. Entonces, por lo que me has dicho, se te da mejor la música, ¿no? —Asintió, intentando encontrar alguna alternativa a tan curiosa respuesta—. Bien, creo que podrías explorar la música como un don personal. Para ello deberás asistir a clases con profesores que sean expertos en esa área. Sin embargo, eso es algo aparte a lo mío. Es decir, estoy aquí para ayudarte con tu gran dilema: los libros. —Hizo una pausa breve, llevándose la mano a la barbilla—. Antes que nada, ¿de dónde eres? Creo que tu dificultad está en el idioma. Al no comprender muchas palabras, es obvio que te cuesta expresarte de manera fluida. Tranquilo, Hero, es normal.
Volvió a callar y le miró, quizás un poco sorprendido, pero sin evitar sonreír.
—Eres muy atento. ¿Cómo supiste que tengo “muchos años”? —Le dedicó una mirada suspicaz. Pondría a prueba sus atributos como sobrenatural—. ¿Cuántos crees que tengo?
—Ya te dije que el dinero es lo de menos, sino las ganas de aprender que tengas —respondió amablemente—. Muchas veces, vale más el gesto de la persona y su esfuerzo, que un par de monedas de oro. —Empezó a avanzar con paso calmado, llevándose las manos hacia atrás—. He visto casos de personas que pagan cantidades exageradas en los estudios de sus herederos, ¿y de qué les sirve? De nada, porque esos jóvenes no sienten deseo de mejorar su aprendizaje. Pero ese no es tu caso; me enorgullece saber que eres de los pocos que quieren hacer las cosas bien.
Imhotep fue sincero en todo momento, sentía que con ese joven podía ser completamente transparente. No existían barreras entre ese neófito y él, lo que resultaba agradable. En París había encontrado a pocas personas así y era lamentable; por es temía por Sagira. Ella era demasiado ingenua, y una ciudad nueva, con demonios en las esquinas, podía consumir su integridad como persona. Tal idea lo abstrajo por unos minutos, olvidándose de lo que le había planteado Hero. De verdad le preocupaba lo que pudiera ocurrirle a su protegida; era como si de repente su lado más humano emergiera desde las profundidades de su mente.
Pero, al darse cuenta en donde estaba, se avergonzó un poco. Aclarándose la garganta, volvió a retomar la plática con su nuevo estudiante.
—Lo lamento, me has dejado un poco ensimismado con tus palabras. No te preocupes, no es nada malo. —Esbozó una sonrisa ladina—. Entonces, por lo que me has dicho, se te da mejor la música, ¿no? —Asintió, intentando encontrar alguna alternativa a tan curiosa respuesta—. Bien, creo que podrías explorar la música como un don personal. Para ello deberás asistir a clases con profesores que sean expertos en esa área. Sin embargo, eso es algo aparte a lo mío. Es decir, estoy aquí para ayudarte con tu gran dilema: los libros. —Hizo una pausa breve, llevándose la mano a la barbilla—. Antes que nada, ¿de dónde eres? Creo que tu dificultad está en el idioma. Al no comprender muchas palabras, es obvio que te cuesta expresarte de manera fluida. Tranquilo, Hero, es normal.
Volvió a callar y le miró, quizás un poco sorprendido, pero sin evitar sonreír.
—Eres muy atento. ¿Cómo supiste que tengo “muchos años”? —Le dedicó una mirada suspicaz. Pondría a prueba sus atributos como sobrenatural—. ¿Cuántos crees que tengo?
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Re: Reminiscence [Privado]
¿El dinero era lo de menos? Mofaba internamente ante tal respuesta de su parte, ¡el dinero simplemente lo era todo en esa época! Sin él no se podía comprar jabón de Marsella y tampoco se podía nadar en piletas grandes.
La nariz pequeña y respingada hacia abajo que tenía se arrugó con incertidumbre y continué siguiéndole completamente curioso. ¿Así que aún con esa aura fría y muerta mis capacidades para empatizar seguían funcionando? Sonreí de lado a lado, mostrando cada uno de los dientes romos que llevaba con mucho más que diversión, prácticamente me había anotado en una carrera para buscar que me digan más cosas lindas sobre mí mismo. Era inevitable, luego de años seguía adorando escuchar adjetivos buenos hacia mi persona. — No me gusta mucho estudiar, pero vivir la eternidad sin saber nada es bastante patético y mucho menos me gusta ser así. Quiero hacer cosas relevantes. ¿En qué piensas? No puedo leer la mente. — Curioso como habitualmente era fue que me adelanté para estar a su lado, alzando los parpados para verlo fijo, parecía que quería atravesarlo, seguramente una entidad cósmica era muy sabia. Si hubiese nacido en la muerte con la habilidad de leer pensamientos sería todo un problema para el mundo en general. Al final me distraje con la primera pintura que apareció, pestañeando por la oleada de sangre descrita. Una cara algo asqueada y volví a la conversación.
— Claro, soy el mejor cuando se trata de música, puedo tocar el piano, la guitarra y estoy aprendiendo violín con un hombre muy conocido en el rubro. Y canto muy bonito, ¡dicen que tengo la voz de un ángel! — Un poco bromeando y otro tanto emocionado fue que terminé de avergonzarme por esa manía de narciso que se metía en mi lengua sin dejarme pensar. Apoyé ambas manos en mi mejilla que a duras penas podía sonrojarse por la sangre que se diluía en mis venas. Bufé y cerré los ojos, estirando los brazos en tanto me detenía en una silla que estaba en un costado, al lado de una mesa que tenía una especie de hamaca con bolitas, se trataba del péndulo de Newton pero en ese entonces desconocía por completo su existencia. — ¿Mmm? Soy de la imperiosa Dinastía Joseon, si sigues derecho por tierra durante unos meses, pasando por toda Asia, la encuentras. Mi padre me trajo aquí porque están más avanzados. Para un vampiro es mejor estar donde está la tecnología. Eso dicen. — Con esa misma sinceridad y común concordancia fue que me acerqué a uno de los péndulos, dejándolo caer para ver como inmediatamente se movía el que estaba al final de la fila, lo cual me hacía ver como algo inimaginable tal suceso. Se me escapó una risa más, que provocaba que mis parpados se achinen casi sin dejarme ver. — Esto es genial, ¿lo hizo una bruja? No me gustan las brujas igualmente. — Me apresuré a decir, como si me hubiesen atacado, aunque yo mismo me había asustado solo. Me levanté poniendo las manos delante de mis ojos, buscando si algún mal se me había impregnado luego de tocar eso. Más tarde reaccioné a su pregunta y recordé como Lara me lo había preguntado alguna vez, ¿tan difícil era reconocer edades? Seguramente la manía de rastrear mediante olores y colores me había dado esa especie de capacidad, aparte que mi padre me había explicado miles de veces, para saber a quiénes acercarme y a quienes no. — Las auras de los viejos son espesas, no se dispersan y aparte parece que se van a morir aunque beban sangre, siempre pálidos, parecen estatuas. Siempre me fijo, la mayoría de los antiguos se piensan que son los reyes del mundo, entonces no me acerco a esos. Me hacen enojar. ¿También reconoces la mía, no? Tengo diez años así, no es mucho. — Aclaré antes de que me pudiera responder y busqué acomodar mis cabellos detrás de las orejas pálidas y pequeñas. Pronto enredé los dedos unos con otros y me pregunté a dónde íbamos exactamente. — ¿A dónde vamos? ¿Recorremos el colegio? Es muy lindo. —
La nariz pequeña y respingada hacia abajo que tenía se arrugó con incertidumbre y continué siguiéndole completamente curioso. ¿Así que aún con esa aura fría y muerta mis capacidades para empatizar seguían funcionando? Sonreí de lado a lado, mostrando cada uno de los dientes romos que llevaba con mucho más que diversión, prácticamente me había anotado en una carrera para buscar que me digan más cosas lindas sobre mí mismo. Era inevitable, luego de años seguía adorando escuchar adjetivos buenos hacia mi persona. — No me gusta mucho estudiar, pero vivir la eternidad sin saber nada es bastante patético y mucho menos me gusta ser así. Quiero hacer cosas relevantes. ¿En qué piensas? No puedo leer la mente. — Curioso como habitualmente era fue que me adelanté para estar a su lado, alzando los parpados para verlo fijo, parecía que quería atravesarlo, seguramente una entidad cósmica era muy sabia. Si hubiese nacido en la muerte con la habilidad de leer pensamientos sería todo un problema para el mundo en general. Al final me distraje con la primera pintura que apareció, pestañeando por la oleada de sangre descrita. Una cara algo asqueada y volví a la conversación.
— Claro, soy el mejor cuando se trata de música, puedo tocar el piano, la guitarra y estoy aprendiendo violín con un hombre muy conocido en el rubro. Y canto muy bonito, ¡dicen que tengo la voz de un ángel! — Un poco bromeando y otro tanto emocionado fue que terminé de avergonzarme por esa manía de narciso que se metía en mi lengua sin dejarme pensar. Apoyé ambas manos en mi mejilla que a duras penas podía sonrojarse por la sangre que se diluía en mis venas. Bufé y cerré los ojos, estirando los brazos en tanto me detenía en una silla que estaba en un costado, al lado de una mesa que tenía una especie de hamaca con bolitas, se trataba del péndulo de Newton pero en ese entonces desconocía por completo su existencia. — ¿Mmm? Soy de la imperiosa Dinastía Joseon, si sigues derecho por tierra durante unos meses, pasando por toda Asia, la encuentras. Mi padre me trajo aquí porque están más avanzados. Para un vampiro es mejor estar donde está la tecnología. Eso dicen. — Con esa misma sinceridad y común concordancia fue que me acerqué a uno de los péndulos, dejándolo caer para ver como inmediatamente se movía el que estaba al final de la fila, lo cual me hacía ver como algo inimaginable tal suceso. Se me escapó una risa más, que provocaba que mis parpados se achinen casi sin dejarme ver. — Esto es genial, ¿lo hizo una bruja? No me gustan las brujas igualmente. — Me apresuré a decir, como si me hubiesen atacado, aunque yo mismo me había asustado solo. Me levanté poniendo las manos delante de mis ojos, buscando si algún mal se me había impregnado luego de tocar eso. Más tarde reaccioné a su pregunta y recordé como Lara me lo había preguntado alguna vez, ¿tan difícil era reconocer edades? Seguramente la manía de rastrear mediante olores y colores me había dado esa especie de capacidad, aparte que mi padre me había explicado miles de veces, para saber a quiénes acercarme y a quienes no. — Las auras de los viejos son espesas, no se dispersan y aparte parece que se van a morir aunque beban sangre, siempre pálidos, parecen estatuas. Siempre me fijo, la mayoría de los antiguos se piensan que son los reyes del mundo, entonces no me acerco a esos. Me hacen enojar. ¿También reconoces la mía, no? Tengo diez años así, no es mucho. — Aclaré antes de que me pudiera responder y busqué acomodar mis cabellos detrás de las orejas pálidas y pequeñas. Pronto enredé los dedos unos con otros y me pregunté a dónde íbamos exactamente. — ¿A dónde vamos? ¿Recorremos el colegio? Es muy lindo. —
Invitado- Invitado
Re: Reminiscence [Privado]
Aunque muchos no lo vieran de ese modo, quizás por su apariencia fría y distante, Imhotep solía ser alguien con una elevada paciencia. Tenía una respuesta para todo y parecía no inmutarse por palabra ajena, muy al contrario, le gustaba escuchar siempre a otros, era un don que aún conservaba, a pesar de todos los siglos que habían pasado por él. Por eso la enseñanza se le daba tan bien; tenía tacto con los estudiantes y sabía perfectamente como guiarlos. No le disgustaba en lo absoluto ser de ese modo. Existían personajes que, creyéndose seres superiores, detestaban el contacto con otros, tildándolos de ignorantes o incompetentes, sólo por el hecho de que no eran tan estudiados o ignoraban más cosas. Pero, al fin y al cabo, nadie nace aprendido, es algo que se va adquiriendo con el tiempo. Pasa que algunos le dedican más tiempo que otros; he ahí la gran diferencia.
Por eso, en vez de sentirse agobiado por las respuestas de Hero, demostró interés en cada palabra proferida por el chico. Hasta admiró aquella energía con la que se expresaba el asiático; era elocuente, sagaz y curioso, sobre todo curioso. Una vez más, estaba más seguro que no había ninguna maldad en él, sólo sufrimiento. Imhotep no pudo sentirse más agradecido de tener la oportunidad de poder ayudar a ese muchacho tan particular. De verdad le agradaba la idea de poder ser su tutor; además, serían horas agradables, pues, en mucho tiempo no había sido capaz de sonreír con completa sinceridad.
—Vivir la eternidad sin tener un motivo que te lleve a querer continuar, puede ser más patético. Estamos en un mundo en constante cambio, es algo que debería aprovecharse, ¿no lo crees? —Agregó con completa seguridad, después de todo, él llevaba milenios existiendo sin llevar una pizca de aburrimiento encima—. Y tranquilo, leer la mente no es de buena educación. —Rió un poco—. Con que tienes la voz de un ángel, eso se oye interesante.
Y también le resultó curioso, siendo él uno auténtico. Pero eso era algo que Hero nunca tendría que saber; sería un riesgo terrible para alguien tan incauto, que sólo sentía el deseo de aprender y vivir para su música. Dejó que el otro vampiro continuara platicando, que dejara fluir todos sus pensamientos. Incluso se detuvo cuando él lo hizo, observando atentamente aquel objeto particular, que de inmediato reconoció. Sin embargo, su atención se la llevó la breve historia de Hero. No pudo evitar enarcar sutilmente las cejas. ¿Una dinastía asiática? Algo sumamente interesante.
—No comparto la opinión de tu padre, pero la respeto. No siempre puedes hallar el conocimiento en las ciudades que pretender ser avanzadas; todo cuanto veas es superficial. Aunque claro, hay algo de verdad en todo ello, pues en las grandes ciudades desarrolladas suelen concentrarse la mayoría de intelectuales, ya que encontrarían el aburrimiento en espacios amplios y de poca actividad —expuso con toda la sabiduría que era capaz de transmitir—. Los vampiros podemos aprender de mil maneras, y si estamos con las personas correctas, es mucho más fácil. —Volvió a observar el péndulo y esbozó una sonrisa, acercándose al objeto—. No, no lo hizo una bruja. No nada de fantástico y sobrenatural en esto. Es el péndulo de Newton y pone en práctica la teoría sobre la energía, la cual puede pasar de un cuerpo a otro. Está presente en la naturaleza y todos somos parte de ella; es algo complicado que llevará horas de estudio. Pero si quieres que hablemos de ello, con gusto te ilustraré.
Sin embargo, aún le quedó duda sobre las brujas, sólo que prefirió guardarla para el final. Al parecer, lo antes dicho iba a tener que hablarlo en ese mismo instante. Imhotep llevó una mano al hombro de Hero, como gesto de apaciguarlo un poco.
—¿Por qué no te agradan las brujas? Sabes, no todas son malvadas, como te las pintan en los cuentos de hadas o en la Inquisición. La maldad no elige habilidad. Puede estar latente en un ser humano común o en un sobrenatural, porque es parte de la naturaleza igual. ¿Recuerdas lo que te conté de la energía? Funciona también de ese modo —explicó—. Las brujas canalizan su energía en sus habilidades especiales, tienen un desarrollo mental más elevado que el de otros humanos. Por eso ellas también pueden ver auras, como nosotros. Su energía va transformándose, por eso sus auras reflejan su verdadera esencia, así como ocurre con nosotros.
Tal vez había entrado en un terreno complicado, pero, era mejor que fuera de ese modo. Habían cosas que no podían simplemente evadirse.
Por eso, en vez de sentirse agobiado por las respuestas de Hero, demostró interés en cada palabra proferida por el chico. Hasta admiró aquella energía con la que se expresaba el asiático; era elocuente, sagaz y curioso, sobre todo curioso. Una vez más, estaba más seguro que no había ninguna maldad en él, sólo sufrimiento. Imhotep no pudo sentirse más agradecido de tener la oportunidad de poder ayudar a ese muchacho tan particular. De verdad le agradaba la idea de poder ser su tutor; además, serían horas agradables, pues, en mucho tiempo no había sido capaz de sonreír con completa sinceridad.
—Vivir la eternidad sin tener un motivo que te lleve a querer continuar, puede ser más patético. Estamos en un mundo en constante cambio, es algo que debería aprovecharse, ¿no lo crees? —Agregó con completa seguridad, después de todo, él llevaba milenios existiendo sin llevar una pizca de aburrimiento encima—. Y tranquilo, leer la mente no es de buena educación. —Rió un poco—. Con que tienes la voz de un ángel, eso se oye interesante.
Y también le resultó curioso, siendo él uno auténtico. Pero eso era algo que Hero nunca tendría que saber; sería un riesgo terrible para alguien tan incauto, que sólo sentía el deseo de aprender y vivir para su música. Dejó que el otro vampiro continuara platicando, que dejara fluir todos sus pensamientos. Incluso se detuvo cuando él lo hizo, observando atentamente aquel objeto particular, que de inmediato reconoció. Sin embargo, su atención se la llevó la breve historia de Hero. No pudo evitar enarcar sutilmente las cejas. ¿Una dinastía asiática? Algo sumamente interesante.
—No comparto la opinión de tu padre, pero la respeto. No siempre puedes hallar el conocimiento en las ciudades que pretender ser avanzadas; todo cuanto veas es superficial. Aunque claro, hay algo de verdad en todo ello, pues en las grandes ciudades desarrolladas suelen concentrarse la mayoría de intelectuales, ya que encontrarían el aburrimiento en espacios amplios y de poca actividad —expuso con toda la sabiduría que era capaz de transmitir—. Los vampiros podemos aprender de mil maneras, y si estamos con las personas correctas, es mucho más fácil. —Volvió a observar el péndulo y esbozó una sonrisa, acercándose al objeto—. No, no lo hizo una bruja. No nada de fantástico y sobrenatural en esto. Es el péndulo de Newton y pone en práctica la teoría sobre la energía, la cual puede pasar de un cuerpo a otro. Está presente en la naturaleza y todos somos parte de ella; es algo complicado que llevará horas de estudio. Pero si quieres que hablemos de ello, con gusto te ilustraré.
Sin embargo, aún le quedó duda sobre las brujas, sólo que prefirió guardarla para el final. Al parecer, lo antes dicho iba a tener que hablarlo en ese mismo instante. Imhotep llevó una mano al hombro de Hero, como gesto de apaciguarlo un poco.
—¿Por qué no te agradan las brujas? Sabes, no todas son malvadas, como te las pintan en los cuentos de hadas o en la Inquisición. La maldad no elige habilidad. Puede estar latente en un ser humano común o en un sobrenatural, porque es parte de la naturaleza igual. ¿Recuerdas lo que te conté de la energía? Funciona también de ese modo —explicó—. Las brujas canalizan su energía en sus habilidades especiales, tienen un desarrollo mental más elevado que el de otros humanos. Por eso ellas también pueden ver auras, como nosotros. Su energía va transformándose, por eso sus auras reflejan su verdadera esencia, así como ocurre con nosotros.
Tal vez había entrado en un terreno complicado, pero, era mejor que fuera de ese modo. Habían cosas que no podían simplemente evadirse.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Reminiscence [Privado]
No era como si realmente pensara antes de hablar, simplemente lo hacía igual que un pez que nada contra la corriente con toda su fuerza de voluntad. ¡Llevaba siempre mis ideas hasta el rincón más profundo que existiera en ese mundo! Y nadie me detenía, solo yo mismo podía hacerlo. Y para ser sincero aquel viejo vampiro estaba siendo una buena representación de mi conciencia. Eso provocaba que mis ojos, delgados y ovalados, se movieran para todos lados, recorriendo sus cabellos largos y su mirada seria que me recordaba inevitablemente a alguna pintura vieja de la casa. Sus verdades claramente me molestaban de a ratos, como si no quisiera convencerme de que lo que decía tenía todo el sentido del mundo. Después de todo, una característica casi básica que tenía era querer llevarle la contra a todo. — Sí, ¿no? La eternidad suena tan absurda, es como hablar de infinito o del cero o de la oscuridad y la luz. Me hace doler un poco la cabeza, porque no tiene sentido en palabras. Menos cuando todavía no llegas a una edad ocurrente humana. No sé si voy a vivir mañana y pienso en mil años en adelante. Eso sí es raro. ¿Ah? No dudes de mi voz, es mi única arma. — jugué y se pudo ver un orgullo y a su misma vez una especie de humildad y emoción por demostrar algo en lo que sabía que era bueno, como si toda mi experiencia estuviese acumulada en un simple tarrito de cristal. Por supuesto, la conversación victoriosa sobre lo que era verdad o no fue lo que empezó a calar en el ambiente y produjo inevitablemente una mueca que desfilaba entre lo incómodo y triste. Tampoco yo compartía la opinión de mi padre, él siquiera era mi padre, aun así era la única manera que tenía para llamarlo. Y por supuesto que estaba seguro que vivir en la dinastía Joseon sería mucho mejor que en esa tierra en donde la voz se transcribe en palabras y lo tergiversado en chismes. Enseguida le sonreí y asentí, volviendo a tocar una vez más el péndulo para dejarlo moverse tan uniformemente que me espantaba. — Parece un dominó. Bien, tampoco me gusta mucho la ciudad para ser sincero, aunque es interesante el humo negro que pueden largar las cosas esas gigantes de metal. En mis tierras no se entiende nada de eso, viven en guerra con la isla de abajo. Y son muy aislados, salir de las fronteras es mucho más difícil. Desde acá puedo ir a visitar Italia sin problemas. Oh, sí está bien, me gusta Newton, creó algo bonito de ver. —
Era extraño como podía ser tan simple y complicado a la vez, como podía batirme en problemas existenciales en medio segundo y al mismo tiempo podía estar seguro de algo en un mismo lapso. Pues claramente estaba seguro de algo: si alguien creaba algo hermoso y digno de ver, yo quería aprenderlo. No era lo mismo con el tema que acababa de tocar, peor cuando lo que tocó fue mi hombro y alcé la vista como un gato que pide clemencia para que lo dejen entrar a la casa en una noche de lluvia. Contestarle era más difícil que verle a los ojos. ¿Acaso él no creía lo mismo que yo? Los hechiceros, ¿no eran gente extremadamente extraña y fuera de lugar en el mundo? No, ya sabía que no era la culpa de ellos ser así, sin embargo todo podía ser más fácil si supieran controlarse. ¡Ah! Incluso yo mismo me daba respuestas a las preguntas y enojos que tenía. ¿Cómo podían controlarse? ¿No eran acaso como un neófito sediento de sangre? Sí, podía ser, tampoco estaba del todo seguro. — Lo sé, si le creyera a la Inquisición estaría con grandes problemas psicológicos, porque para ser sincero estoy esperando que la inquisición se extinga. Si no es que me acoplo para extinguirla otra vez. Pero las brujas tienen esos poderes… Ah, son un dolor de cabeza. No me gusta cuando la gente se puede meter en mi destino. Es mío, nadie debería intentar saberlo o querer modificarlo. ¿”Verdadera esencia”? ¿Qué sería eso? No me malinterpretes, conozco algunas. Solo me dan miedo, sospecho de ellas. ¿Nunca escuchaste la historia de la bruja que se roba a las mujeres vírgenes para bañarse en su sangre y vivir eternamente? No sé si es verdad, pero hay algunas brujas que son escalofriantes como ellas. Es decir, no es lo mismo ser un vampiro, que ser una bruja. Ellas pueden mover energía de otra manera. Nosotros nacemos como nacemos, con los poderes que nos hereden y nada nos hace más o menos poderosos. Solo los años. Ellas no son así. ¿Nunca tuviste a una de enemigo? Da miedo. Pueden hacer cosas con las almas que no me gustan. — el recuerdo anhelante de Nicolás siendo torturado hacía que un dolor algo difícil de disimular se expandiera, aunque claro que estaba completamente curioso por entrar al otra aula que estaba cerca de nosotros, parecía un salón de música, podía darme cuenta por el acolchado de las paredes que le daba un trabajo de insonoridad al ambiente, no tardé en abrir la puerta y meterme a dentro como lo haría una rata de biblioteca a eso mismo. — ¿Qué sabes de esto? ¿Me podrás enseñar cosas nuevas? Ya sabes, me gusta aprender, te pagaré mucho dinero para que me enseñes. Solo sé hacer negocios que me son remunerables. Pero eso no me sirve tanto como piensan algunos. — si había algo que no me había faltado en el tiempo era astucia, podía hacer dinero con cualquier cosa, convertir situaciones o hasta gente, inútil en algo de valor era algo de lo que no me arrepentía y no por nada ahora era el simple administrador del teatro de los vampiros. — ¡Oh! ¿Alguna vez fuiste? Al teatro de los vampiros. —
Era extraño como podía ser tan simple y complicado a la vez, como podía batirme en problemas existenciales en medio segundo y al mismo tiempo podía estar seguro de algo en un mismo lapso. Pues claramente estaba seguro de algo: si alguien creaba algo hermoso y digno de ver, yo quería aprenderlo. No era lo mismo con el tema que acababa de tocar, peor cuando lo que tocó fue mi hombro y alcé la vista como un gato que pide clemencia para que lo dejen entrar a la casa en una noche de lluvia. Contestarle era más difícil que verle a los ojos. ¿Acaso él no creía lo mismo que yo? Los hechiceros, ¿no eran gente extremadamente extraña y fuera de lugar en el mundo? No, ya sabía que no era la culpa de ellos ser así, sin embargo todo podía ser más fácil si supieran controlarse. ¡Ah! Incluso yo mismo me daba respuestas a las preguntas y enojos que tenía. ¿Cómo podían controlarse? ¿No eran acaso como un neófito sediento de sangre? Sí, podía ser, tampoco estaba del todo seguro. — Lo sé, si le creyera a la Inquisición estaría con grandes problemas psicológicos, porque para ser sincero estoy esperando que la inquisición se extinga. Si no es que me acoplo para extinguirla otra vez. Pero las brujas tienen esos poderes… Ah, son un dolor de cabeza. No me gusta cuando la gente se puede meter en mi destino. Es mío, nadie debería intentar saberlo o querer modificarlo. ¿”Verdadera esencia”? ¿Qué sería eso? No me malinterpretes, conozco algunas. Solo me dan miedo, sospecho de ellas. ¿Nunca escuchaste la historia de la bruja que se roba a las mujeres vírgenes para bañarse en su sangre y vivir eternamente? No sé si es verdad, pero hay algunas brujas que son escalofriantes como ellas. Es decir, no es lo mismo ser un vampiro, que ser una bruja. Ellas pueden mover energía de otra manera. Nosotros nacemos como nacemos, con los poderes que nos hereden y nada nos hace más o menos poderosos. Solo los años. Ellas no son así. ¿Nunca tuviste a una de enemigo? Da miedo. Pueden hacer cosas con las almas que no me gustan. — el recuerdo anhelante de Nicolás siendo torturado hacía que un dolor algo difícil de disimular se expandiera, aunque claro que estaba completamente curioso por entrar al otra aula que estaba cerca de nosotros, parecía un salón de música, podía darme cuenta por el acolchado de las paredes que le daba un trabajo de insonoridad al ambiente, no tardé en abrir la puerta y meterme a dentro como lo haría una rata de biblioteca a eso mismo. — ¿Qué sabes de esto? ¿Me podrás enseñar cosas nuevas? Ya sabes, me gusta aprender, te pagaré mucho dinero para que me enseñes. Solo sé hacer negocios que me son remunerables. Pero eso no me sirve tanto como piensan algunos. — si había algo que no me había faltado en el tiempo era astucia, podía hacer dinero con cualquier cosa, convertir situaciones o hasta gente, inútil en algo de valor era algo de lo que no me arrepentía y no por nada ahora era el simple administrador del teatro de los vampiros. — ¡Oh! ¿Alguna vez fuiste? Al teatro de los vampiros. —
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