AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Me requería Santidad? ~#Privado
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¿Me requería Santidad? ~#Privado
El viaje de regreso a Italia había resultado bastante agotador. Pero, a pesar de que me sentía agotada, tanto física como mentalmente sabía que no tenía ni podía permitirme unas horas de descanso. La misiva que me había llegado a París resultaba bastante clara y concisa al respecto, y lo último que podía hacer era tomarme un “urgente” como un “no tan urgente”. No en este caso, no teniendo en cuenta quién realmente había solicitado mi presencia. No, definitivamente no podía permitirme el lujo de cometer el mas mínimo error. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había pisado los Estados Pontificios, desde que había sido destinada a París. Aún así, todo seguía pareciendo igual que siempre, el silencio reverberaba igual por los pasillos, igual que el siempre presente halo de misterio y las voces susurradas en las salas por las que pasaba. No, definitivamente nada había cambiado. Pero mis pasos hoy no me llevaban a un lugar en dónde estuviera acostumbrada a estar si no a un lugar que no había llegado a pisar nunca antes. Tras varios minutos, finalmente paré delante de las puertas que daban a las oficinas del Papa.
Si era sincera conmigo mismo, la curiosidad me consumía lentamente, no sabía realmente nada del motivo que me había traído hasta aquí y en la misiva no especificaba nada al respecto; simplemente que tenía que presentarme con la máxima presteza y que no debía decirle a nadie sobre a dónde iba. Tras unos minutos de espera, sumida en mis propios pensamientos, los guardias me indicaron que pasara y que esperara en el interior, algo que hice sin mediar palabra alguna, puesto que tampoco lo consideraba algo oportuno. Manteniendo la mirada gacha, a pesar de la curiosidad que pudiese sentir al respecto de cómo era el lugar, me mantuve quieta, serena y en silencio hasta que un leve sonido me alertó de que ya no me encontraba sola; no necesitaba indicativo alguno para saber que me encontraba en presencia del Papa. Instintivamente, hinqué una rodilla en el suelo e hice un leve asentimiento de cabeza a modo de reverencia.
—Es un honor estar en su presencia, su Santidad —musité en un tono tranquilo, apacible pero que, a la vez no mostraba falsedad alguna en mis palabras, antes lo contrario, resaltaba la sinceridad de las mismas—. ¿En que puede complacerle ésta humilde servidora? —concluí mis palabras, quedando de nuevo en silencio, inmóvil en el lugar y sin cambiar de posición. No tenía necesidad alguna de recordar todas y cada una de las lecciones que mi padre se había ocupado de inculcarme desde el momento en que se había dado cuenta de que mi madre no iba a darle otro hijo, de que no tendría a nadie mas que prosiguiera con el legado de la familia si no era yo quién lo hacía. Ahora, mas que nunca, era total y absolutamente consciente de la infinidad de lecciones que había recibido en mi juventud, del verdadero peso que había depositado mi progenitor sobre mis espaldas y del hecho de que no estaba para nada dispuesta a ser yo quien mancillara y destruyera ni el honor ni el legado de mi familia. No podía hacerlo.
Si era sincera conmigo mismo, la curiosidad me consumía lentamente, no sabía realmente nada del motivo que me había traído hasta aquí y en la misiva no especificaba nada al respecto; simplemente que tenía que presentarme con la máxima presteza y que no debía decirle a nadie sobre a dónde iba. Tras unos minutos de espera, sumida en mis propios pensamientos, los guardias me indicaron que pasara y que esperara en el interior, algo que hice sin mediar palabra alguna, puesto que tampoco lo consideraba algo oportuno. Manteniendo la mirada gacha, a pesar de la curiosidad que pudiese sentir al respecto de cómo era el lugar, me mantuve quieta, serena y en silencio hasta que un leve sonido me alertó de que ya no me encontraba sola; no necesitaba indicativo alguno para saber que me encontraba en presencia del Papa. Instintivamente, hinqué una rodilla en el suelo e hice un leve asentimiento de cabeza a modo de reverencia.
—Es un honor estar en su presencia, su Santidad —musité en un tono tranquilo, apacible pero que, a la vez no mostraba falsedad alguna en mis palabras, antes lo contrario, resaltaba la sinceridad de las mismas—. ¿En que puede complacerle ésta humilde servidora? —concluí mis palabras, quedando de nuevo en silencio, inmóvil en el lugar y sin cambiar de posición. No tenía necesidad alguna de recordar todas y cada una de las lecciones que mi padre se había ocupado de inculcarme desde el momento en que se había dado cuenta de que mi madre no iba a darle otro hijo, de que no tendría a nadie mas que prosiguiera con el legado de la familia si no era yo quién lo hacía. Ahora, mas que nunca, era total y absolutamente consciente de la infinidad de lecciones que había recibido en mi juventud, del verdadero peso que había depositado mi progenitor sobre mis espaldas y del hecho de que no estaba para nada dispuesta a ser yo quien mancillara y destruyera ni el honor ni el legado de mi familia. No podía hacerlo.
Última edición por Crystal von Angelucci el Jue Jul 28, 2016 2:28 am, editado 1 vez
Crystal von Angelucci- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
Observaba fijamente a dos hombres jóvenes, su rostro inexpresivo sólo dejaba entrever las mínimas arrugas cinceladas en su piel con el pasar de las años; aún así, sus ojos, contenían un fulgor que era capaz de estremecer en su propio cuerpo a cualquier alma que osara en mirarle directamente. En el semblante de Caraffa no existía emoción alguna, sólo una frialdad que hacía que a aquellos dos hombres les temblara las piernas. ¿Cuál sería tan terrible castigo para esas dos almas infelices que se mancharon con la traición? Serían aún más altas las penas de su condena luego de una muerte dolorosa. Pero el Papa siempre estaba dispuesto a dar una última oportunidad a cambio de algo que le resultara particularmente beneficioso a sus intereses.
Los tres Custodios que se hallaban a sus espaldas, contemplaban la escena a la expectativa de los dictámenes de su líder; no se atrevían siquiera a pronunciar palabra que fuera a levantar más las llamas de la ira que consumían al primer hombre.
En aquel salón sólo reinaba un silencio incómodo y sombrío, capaz de helar la sangre del más valiente. Apenas se podían apreciar las grotescas formas que hacían las flamas de las velas al danzar; parecían diablos renaciencia del fuego, dispuestos a saciar su voraz apetito. Pero ellos no eran más que lacayos invisibles al servicio de los cuatro hombres que yacían de pie frente a los dos inquisidores postrados de rodillas en el suelo, pidiendo una misericordia que no era atendida por los oídos de los demonios.
—¿Acaso pensábais que vuestras acciones pasarían por alto? ¿Por quién me estáis tomando? Sois unos insensatos y habéis marcado vuestras almas con el sello de la traición —dijo con calma, paseándose de un lado a otro, con las manos entrelezadas sobre la parte baja de su espalda. El largo hábito negro que llevaba puesto se arrastraba con elegancia y el eco de cada pisada, aumentaba más los nervios—. Estoy decepcionado... Muy decepcionado por vuestra infamia. Mirad que venderse a esos protestantes herejes es algo que no toleraré y menos en esta Iglesia que ha sido forjada con el sacrificio de mártires y santos. —Observó a los jóvenes, como si quisiera arrancar sus almas—. Esta era la última oportunidad que os di y la habéis echado al pozo... Llevadse a estos traidores de mi vista, que la pena máxima recaiga sobre ellos.
Sentenció, sin mostrar condolencia alguna. Simplemente se apartó y salió del salón a toda marcha; afuera lo esperaba un mensajero suyo, quien se le acercó discretamente, anunciándole que la persona que esperaba había llegado a la basílica. Se dirigió entonces a su despacho, aguardando un poco antes de recibir a su invitada. Iba acompañado de un joven clerigo, quien le tenía al tanto de todo. Caraffa escuchaba atento a su ayudante, hasta que éste finalizó por organizar todo lo relacionado con las obligaciones del Santo Padre.
—Bien, decidle que pase. La atenderé de inmediato y contactad de una vez con Barbariccia —ordenó mientras se acomodaba en su asiento.
El clerigo salió y pidió a los guardias que dejasen pasar a la muchacha al despacho del Papa. Cuando ella atravesó el umbral, se retiró, pues a Caraffa poco le agradaban las interrupciones.
—Crystal von Angelucci... bienvenida —mencionó con tono tranquilo—. Tranquila, hija, dejad esas reverencias. Guardadlas cuando te presentes ante nuestro Señor. —Hizo una pausa y le miró en silencio, hallando un inicio adecuado para la plática que se desarrollaría en breve—. El motivo de vuestro citatorio es un asunto delicado. Antes que nada, me gustaría felicitaros por vuestra eficiencia en el tiempo que has formado parte de las filas inquisitoriales y precisamente por tan buenas referencias que he recibido sobre vos, he pedido que vinierais hasta aquí para ofreceros una nueva misión.
Los tres Custodios que se hallaban a sus espaldas, contemplaban la escena a la expectativa de los dictámenes de su líder; no se atrevían siquiera a pronunciar palabra que fuera a levantar más las llamas de la ira que consumían al primer hombre.
En aquel salón sólo reinaba un silencio incómodo y sombrío, capaz de helar la sangre del más valiente. Apenas se podían apreciar las grotescas formas que hacían las flamas de las velas al danzar; parecían diablos renaciencia del fuego, dispuestos a saciar su voraz apetito. Pero ellos no eran más que lacayos invisibles al servicio de los cuatro hombres que yacían de pie frente a los dos inquisidores postrados de rodillas en el suelo, pidiendo una misericordia que no era atendida por los oídos de los demonios.
—¿Acaso pensábais que vuestras acciones pasarían por alto? ¿Por quién me estáis tomando? Sois unos insensatos y habéis marcado vuestras almas con el sello de la traición —dijo con calma, paseándose de un lado a otro, con las manos entrelezadas sobre la parte baja de su espalda. El largo hábito negro que llevaba puesto se arrastraba con elegancia y el eco de cada pisada, aumentaba más los nervios—. Estoy decepcionado... Muy decepcionado por vuestra infamia. Mirad que venderse a esos protestantes herejes es algo que no toleraré y menos en esta Iglesia que ha sido forjada con el sacrificio de mártires y santos. —Observó a los jóvenes, como si quisiera arrancar sus almas—. Esta era la última oportunidad que os di y la habéis echado al pozo... Llevadse a estos traidores de mi vista, que la pena máxima recaiga sobre ellos.
Sentenció, sin mostrar condolencia alguna. Simplemente se apartó y salió del salón a toda marcha; afuera lo esperaba un mensajero suyo, quien se le acercó discretamente, anunciándole que la persona que esperaba había llegado a la basílica. Se dirigió entonces a su despacho, aguardando un poco antes de recibir a su invitada. Iba acompañado de un joven clerigo, quien le tenía al tanto de todo. Caraffa escuchaba atento a su ayudante, hasta que éste finalizó por organizar todo lo relacionado con las obligaciones del Santo Padre.
—Bien, decidle que pase. La atenderé de inmediato y contactad de una vez con Barbariccia —ordenó mientras se acomodaba en su asiento.
El clerigo salió y pidió a los guardias que dejasen pasar a la muchacha al despacho del Papa. Cuando ella atravesó el umbral, se retiró, pues a Caraffa poco le agradaban las interrupciones.
—Crystal von Angelucci... bienvenida —mencionó con tono tranquilo—. Tranquila, hija, dejad esas reverencias. Guardadlas cuando te presentes ante nuestro Señor. —Hizo una pausa y le miró en silencio, hallando un inicio adecuado para la plática que se desarrollaría en breve—. El motivo de vuestro citatorio es un asunto delicado. Antes que nada, me gustaría felicitaros por vuestra eficiencia en el tiempo que has formado parte de las filas inquisitoriales y precisamente por tan buenas referencias que he recibido sobre vos, he pedido que vinierais hasta aquí para ofreceros una nueva misión.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
En silencio, dejé que las palabras calaran lentamente en mi, asimilándolas y analizándolas con cuidado tal y cómo solía hacerlo con todo, intentando que ningún detalle pudiera quedarse en las sombras puesto que a veces, el detalle mas nímio, el mas mínimo error, podía llegar a resultar fatal y eso era algo de lo que estaba mas que consciente. Aún en silencio, me incorporé lentamente y levanté la mirada, a pesar de que la mantuviera ligeramente baja, por respeto. El saber que el motivo de la citación no era por algo que hubiera hecho mal a pesar de la manera meticulosa que solía hacerlo todo era, tal vez, un leve motivo para que pudiera relajarme, pero por contrapartida, sabía bien que no era el momento de ponerse cómoda: ante todo era una profesional, una profesional que se tomaba completamente en serio cualquier cosa. —Gracias Padre —musité levemente, agradeciendo tanto sus palabras como el hecho de que, a pesar de que no fuera una de las mas veteranas me hubiera tenido en cuenta.
Mordiéndome levemente el labio por un momento, mi expresión se tornó pensativa por un momento, antes de que esta se transformara de nuevo en una tranquila, serena y seria—. Puedo comprender que el tema de la citación sea algo delicado —a fin de cuentas, una gran mayoría de las misiones que habían caído en mis manos habían sido o bien temas delicados o bien que requerían un alto de nivel de secretismo y confidencialidad, motivos de sobras por los que nunca hablaba de mi trabajo con nadie, ni tan solo siquiera con aquellos que eran mas cercanos a mi—. De la misma manera, debo asumir que Usted deseará que cualquier cosa que se diga o se trate entre estas cuatro paredes quede y permanezca en la mas absoluta confidencialidad, discreción y secreto —de la misma manera que mi expresión, mi voz sonó calmada y seria, dejando que la profesionalidad prevaleciera sobre cualquier curiosidad que pudiera sentir al respecto de la misión que se perfilaba en las palabras del santo padre.
—Siendo así, no serán ni mis palabras ni mis acciones las que dejen traslucir el mas mínimo indicio al respecto, de ello puedo daros mi palabra —ante mis propias palabras, en mi mirada brilló levemente la determinación entremezclada tanto con la seriedad cómo el reflejo de tan inquebrantable era para mi el hecho de dar mi palabra; algo que nunca hacía a la ligera ni en cualquier ocasión. Cerrando mis ojos por unos escasos segundos, tomé una leve respiración antes de volver a abrirlos—, estoy lista para cualquier misión o tarea que Usted desee encomendarme —musité tras un breve momento, tras abrir de nuevo los ojos, en los cuales seguía brillando la misma determinación, determinación de la que mis palabras no estuvieron carentes a pesar de que mi voz sonó de forma queda pero lo suficientemente alta como para ser oída sin problema.
Mordiéndome levemente el labio por un momento, mi expresión se tornó pensativa por un momento, antes de que esta se transformara de nuevo en una tranquila, serena y seria—. Puedo comprender que el tema de la citación sea algo delicado —a fin de cuentas, una gran mayoría de las misiones que habían caído en mis manos habían sido o bien temas delicados o bien que requerían un alto de nivel de secretismo y confidencialidad, motivos de sobras por los que nunca hablaba de mi trabajo con nadie, ni tan solo siquiera con aquellos que eran mas cercanos a mi—. De la misma manera, debo asumir que Usted deseará que cualquier cosa que se diga o se trate entre estas cuatro paredes quede y permanezca en la mas absoluta confidencialidad, discreción y secreto —de la misma manera que mi expresión, mi voz sonó calmada y seria, dejando que la profesionalidad prevaleciera sobre cualquier curiosidad que pudiera sentir al respecto de la misión que se perfilaba en las palabras del santo padre.
—Siendo así, no serán ni mis palabras ni mis acciones las que dejen traslucir el mas mínimo indicio al respecto, de ello puedo daros mi palabra —ante mis propias palabras, en mi mirada brilló levemente la determinación entremezclada tanto con la seriedad cómo el reflejo de tan inquebrantable era para mi el hecho de dar mi palabra; algo que nunca hacía a la ligera ni en cualquier ocasión. Cerrando mis ojos por unos escasos segundos, tomé una leve respiración antes de volver a abrirlos—, estoy lista para cualquier misión o tarea que Usted desee encomendarme —musité tras un breve momento, tras abrir de nuevo los ojos, en los cuales seguía brillando la misma determinación, determinación de la que mis palabras no estuvieron carentes a pesar de que mi voz sonó de forma queda pero lo suficientemente alta como para ser oída sin problema.
Crystal von Angelucci- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
Desde que era apenas un infante, Caraffa había guardado una estrecha relación con la Inquisición; conocía perfectamente como funcionaba ésta y cuáles eran los pecados que en su interior se propagaban como un incendio en un reguero de polvora. Pero ahí no estaba para purgar aquellas pestes, sino para encargarse de que éstas fueran haciéndose más fuertes. El único interés de Caraffa recaía en el poder y en el control de todo y todos; no había mayor valor, para su espíritu contaminado, que la destrucción del mismo mundo que habitaba y al que se sentía condenado. Había visto en aquella institución religiosa una oportunidad para cumplir con sus objetivos, y ayudado por las sombras astutas de Malacoda y Malebranche, logró hacerse con el liderazgo de la religión dominante. Desde su trono en Roma, se sentía poderoso e intocable; pero, para su desgracia, su alma había heredado un cuerpo que iba desgastándose con los años, algo que le causaba especial malestar. Por suerte, contaba con la compañía de sus esbirros y, al menos, éstos le quitaban un peso de encima, por lo que su atención se centraba sólo en su cargo como Vicario de Cristo y desde luego, como el líder de la nefasta Inquisición.
Y para su indignación, hacía unas semanas atrás, había sido advertido de movimientos poco usuales dentro de las filas inquisitoriales. Algún grupo se había dado la tarea de dudar de la grandeza de Caraffa y de sus servidores y, desde luego, empezaron a inmiscuirse en asuntos que poco les tenía que interesar. Pero no sólo se trataba de los que dudaban del Papa, o de aquellos que no estaba contentos con su labor, sino con los que pretendían beneficiarse de alguna manera con los grandes secretos que encerraba San Pedro y cada uno de sus líderes. Caraffa estaba consciente de que la ambición del hombre no tenía límites; no obstante, tampoco iba a permitir que simples hambrientos por el dinero y la gloria, fueran a entorpecer su misión por tomar la corona de este mundo. Había conversado con sus Custodios y lo más recomendable era que se tomaran los peones más importantes para beneficiarse de éstos.
Crystal von Angelucci figuró entre los nombres de la selecta lista y ahora era momento de probar su fidelidad.
Caraffa la escudriñó con la mirada; con esa misma mirada que arrancaba las mentiras de los ojos profanos de los herejes que condenada. Su oído agudo estuvo atento al tono de su voz y encontró determinación en la muchacha. Eso, de algún modo, hizo que el Papa se sintiera un tanto complacido, pues confiaba en que la elección hecha por Barbariccia no hubiera fallado.
—Os lo diré de esta manera: Cuando entráis al confesionario, nosotros estamos en la obligación, con Dios y con vos, de que lo ahí dicho no sea revelado para no ser usado como falso testimonio en contra de nadie. Aquí ocurre lo mismo, hija mía —respondió con calma, transmitiéndole serenidad a través de una sutil sonrisa—. Hay ciertas misiones que tienen que ser tomadas con cautela, y por supuesto, silenciando nuestra alma para que nadie se atreva a irrumpir en la secreta labor encomendada. —Se recargó en el sillón sin dejar de mantener una postura erguida, elegante, propia de su estatus—. Y lo que os pediré es un asunto delicado. No podéis contarle a nadie, ni a vuestra sombra, sobre esto.
Y luego de aquellas palabras sólo hubo silencio. Y tras haber transcurrido varios segundos, el Santo Padre se puso de pie; entonces se dirigió al inmenso ventanal que adornaba la estancia.
—Antes de revelar de qué se trata todo este asunto que ha llevado a vuestro citatorio, os quisiera hacer una pregunta de gran importancia. —Giró sobre sus talones y le observó con la seriedad marcada en su rostro—. ¿Seréis capaz de convetiros en espía hasta de vuestra propia familia? ¿Seréis capaz de no confiar en absolutamente nadie, salvo en vos misma? Deberíais saber lo que implica la labor de un espía dentro las filas inquisitoriales; en una misión, ni vuestro compañero es un aliado seguro.
Y para su indignación, hacía unas semanas atrás, había sido advertido de movimientos poco usuales dentro de las filas inquisitoriales. Algún grupo se había dado la tarea de dudar de la grandeza de Caraffa y de sus servidores y, desde luego, empezaron a inmiscuirse en asuntos que poco les tenía que interesar. Pero no sólo se trataba de los que dudaban del Papa, o de aquellos que no estaba contentos con su labor, sino con los que pretendían beneficiarse de alguna manera con los grandes secretos que encerraba San Pedro y cada uno de sus líderes. Caraffa estaba consciente de que la ambición del hombre no tenía límites; no obstante, tampoco iba a permitir que simples hambrientos por el dinero y la gloria, fueran a entorpecer su misión por tomar la corona de este mundo. Había conversado con sus Custodios y lo más recomendable era que se tomaran los peones más importantes para beneficiarse de éstos.
Crystal von Angelucci figuró entre los nombres de la selecta lista y ahora era momento de probar su fidelidad.
Caraffa la escudriñó con la mirada; con esa misma mirada que arrancaba las mentiras de los ojos profanos de los herejes que condenada. Su oído agudo estuvo atento al tono de su voz y encontró determinación en la muchacha. Eso, de algún modo, hizo que el Papa se sintiera un tanto complacido, pues confiaba en que la elección hecha por Barbariccia no hubiera fallado.
—Os lo diré de esta manera: Cuando entráis al confesionario, nosotros estamos en la obligación, con Dios y con vos, de que lo ahí dicho no sea revelado para no ser usado como falso testimonio en contra de nadie. Aquí ocurre lo mismo, hija mía —respondió con calma, transmitiéndole serenidad a través de una sutil sonrisa—. Hay ciertas misiones que tienen que ser tomadas con cautela, y por supuesto, silenciando nuestra alma para que nadie se atreva a irrumpir en la secreta labor encomendada. —Se recargó en el sillón sin dejar de mantener una postura erguida, elegante, propia de su estatus—. Y lo que os pediré es un asunto delicado. No podéis contarle a nadie, ni a vuestra sombra, sobre esto.
Y luego de aquellas palabras sólo hubo silencio. Y tras haber transcurrido varios segundos, el Santo Padre se puso de pie; entonces se dirigió al inmenso ventanal que adornaba la estancia.
—Antes de revelar de qué se trata todo este asunto que ha llevado a vuestro citatorio, os quisiera hacer una pregunta de gran importancia. —Giró sobre sus talones y le observó con la seriedad marcada en su rostro—. ¿Seréis capaz de convetiros en espía hasta de vuestra propia familia? ¿Seréis capaz de no confiar en absolutamente nadie, salvo en vos misma? Deberíais saber lo que implica la labor de un espía dentro las filas inquisitoriales; en una misión, ni vuestro compañero es un aliado seguro.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
Permanecí quieta, en silencio mientras escuchaba atentamente cada una de sus palabras y observaba con detenimiento cada movimiento o expresión, haciendo que cada una de ellas hicieran que, cada vez mas, fuera plenamente consciente de hasta que punto podía llegar a alcanzar aquello que se encontraba sin revelar. Por unos escasos segundos, tras sus últimas palabras, el silencio reinó en la habitación, adueñándose del lugar mientras mi mente giraba velozmente alrededor de sus palabras consciente de la seriedad implícita que ahora reinaba en el ambiente. Dejando escapar un leve suspiro, asentí ligeramente con la cabeza antes de poner palabras a todos aquellos pensamientos que giraban en éste momento y que, en otro momento, me hubiera tomado la licencia de un mayor tiempo para pensar y analizar cada uno de ellos. —Soy plenamente consciente de qué implica la tarea de un espía, del hecho de que el menor error o descuido puede llegar a ser fatídico y letal; de igual forma, soy consciente de que cualquier conocimiento puede llegar a resultar una arma de doble filo si cae en manos inadecuadas y que por ello hay que saber tener una memoria selectiva para que ni la peor de las torturas los pueda dejar salir a la luz —mi voz sonó firme, sin mostrar la mas mínima vacilación en mis palabras, no cuando el concepto de las mismas era algo que había quedado grabado a fuego en mi mente.
Por escasos segundos, mientras hablaba, me vi transportada al sótano de la mansión von Angelucci, pocos meses después de que, finalmente, mi padre hubiera comprendido el hecho de que, si realmente quería que al menos uno de sus descendientes siguiera sus pasos, solo me tenía a mi, pero si éste había sido duro desde un inicio en lo que refería a mi educación, la dureza y la exigencia se había incrementado en el momento en que, mi progenitor, había decidido que no le bastaba que fuera buena, ni siquiera excelente si no que quería que fuera perfecta. El hecho de que éste no hubiera permitido ni el mas mínimo indicio de vacilación ni el mas mínimo error, había tenido que aprender no solo con rapidez y presteza, si no hasta el punto de forzar mis propios límites. Incluso si recordar esos momentos en particular en otra ocasión me hubiera podido llegar a resultar improcedente, inconexo y sin sentido alguno, sabía bien el motivo por qué estos habían acudido a mi en este preciso momento y no en otra ocasión.
—Desde pequeña, fui educada para ser capaz de mantener alejada mi vida personal del trabajo a cualquier precio y que mi mente permaneciera analítica y fría como un témpano de hielo y mi corazón y mis emociones blindadas, me hicieron comprender que, cuando se trata del trabajo de un espía, no existen aliados, amigos o familia: solo uno mismo y sus habilidades; por ello mismo, mi respuesta a su pregunta solo puede ser una: si, soy capaz de ello de igual manera que olvidaré que estuve aquí incluso si ojos indiscretos afirman haberme visto entrar o salir. —Aunque el tono de mi voz sonara bajo y suave, éste no carecía ni de la firmeza ni de la seriedad; no hacía falta ser extremadamente inteligente para saber que algo grave debía estar pasando, de la misma manera que sabía que muy probablemente tendría que poner mas que los cinco sentidos en ello si no que también habría que poner en uso todas y cada una de mis habilidades sin llegar a bajar, ni por un solo segundo, la guardia.
Por escasos segundos, mientras hablaba, me vi transportada al sótano de la mansión von Angelucci, pocos meses después de que, finalmente, mi padre hubiera comprendido el hecho de que, si realmente quería que al menos uno de sus descendientes siguiera sus pasos, solo me tenía a mi, pero si éste había sido duro desde un inicio en lo que refería a mi educación, la dureza y la exigencia se había incrementado en el momento en que, mi progenitor, había decidido que no le bastaba que fuera buena, ni siquiera excelente si no que quería que fuera perfecta. El hecho de que éste no hubiera permitido ni el mas mínimo indicio de vacilación ni el mas mínimo error, había tenido que aprender no solo con rapidez y presteza, si no hasta el punto de forzar mis propios límites. Incluso si recordar esos momentos en particular en otra ocasión me hubiera podido llegar a resultar improcedente, inconexo y sin sentido alguno, sabía bien el motivo por qué estos habían acudido a mi en este preciso momento y no en otra ocasión.
—Desde pequeña, fui educada para ser capaz de mantener alejada mi vida personal del trabajo a cualquier precio y que mi mente permaneciera analítica y fría como un témpano de hielo y mi corazón y mis emociones blindadas, me hicieron comprender que, cuando se trata del trabajo de un espía, no existen aliados, amigos o familia: solo uno mismo y sus habilidades; por ello mismo, mi respuesta a su pregunta solo puede ser una: si, soy capaz de ello de igual manera que olvidaré que estuve aquí incluso si ojos indiscretos afirman haberme visto entrar o salir. —Aunque el tono de mi voz sonara bajo y suave, éste no carecía ni de la firmeza ni de la seriedad; no hacía falta ser extremadamente inteligente para saber que algo grave debía estar pasando, de la misma manera que sabía que muy probablemente tendría que poner mas que los cinco sentidos en ello si no que también habría que poner en uso todas y cada una de mis habilidades sin llegar a bajar, ni por un solo segundo, la guardia.
Crystal von Angelucci- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
Había hecho caer al cordero, lo había atrapado entre sus garras lobunas, llevándolo hasta su guarida. No era la primera vez; es más, de ese mismo modo había llegado al puesto que ahora presumía con excelsa personalidad. Caraffa reunía todos los rasgos de un líder nato, alguien en el cual sus soldados confían plenamente. Él se había ganado eso a pulso, pero no porque realmente se preocupaba por el bienestar de la humanidad, sino, porque debía forjar con acero indestructible, un ejército de creyentes, dispuestos a combatir y sacrificar sus vidas. Caraffa era un titiritero; el mejor de todos. No hacía falsas promesas, no era su estilo. Él simplemente conocía las debilidades de sus seguidores, los estudiaba desde abajo, y cuando lo creía conveniente, los usaba para sus fines. Le había dado poder a la Inquisición; poder que le quitaría en algún momento, como se tenía planeado desde las altas esferas de poder del Vaticano.
Los propósitos no estaban a disposición de cualquiera. El Papa estaba rodeado de personas poderosas, desconocidas, y sumamente inteligentes; algo que despertaba tanto desconfianza como admiración. Parecía que éste hombre pretendía guiar a la Iglesia hacia un futuro próspero, o tal vez no. Y menos, cuando el mundo, estaba en completa decadencia. Aun así, debía demostrar en su religión, que era la única salvación.
Crystal era, tal vez, de los pocos que creían en esa visión. Comprometida con su linaje, y su poderoso deber, se había convertido en la candidata perfecta para las pretensiones de Caraffa. Aunque ella no estuviera muy al tanto, él la escudriñaba con la mirada, prestando atención a cada gesto que hacía. A un inquisidor viejo no se le puede engañar tan fácilmente.
—Bien, esas palabras me gustaron. Veo que conocéis bien de que se trata todo este asunto —agregó el Papa, sin moverse de su lugar. Sin siquiera cambiar un poco su postura—. Me gusta que tengáis esa visión tan profesional, Von Angelucci. Últimamente hemos contado con soldados nefastos, inseguros... y eso me decepciona muchísimo. Es como si esos estuvieran engañando al Señor. Han quebrado el juramento que hacen al entrar en este lugar.
Exhaló y empezó a caminar lentamente por la habitación, apartando la mirada, sólo para fijarla en las penumbras.
—Supongo que recordáis perfectamente ese juramento. Romperlo es imperdonable. Cuando entráis a la Inquisición, ya no hay más nada en el exterior que pueda ocuparos; vivís para estar al servicio de Cristo y de su Iglesia. Pero no quiero ahondar tanto en algo que conocéis de memoria —dijo con calma, volviéndose a ella—. Vos sois una mujer capaz, estoy seguro. Por eso, entre varios candidatos, os escogí. La lista era enorme y las recomendaciones variadas. Pero yo no podía arriesgar misión tan importante en cualquiera. —Dio unos pasos hacia adelante, sonriendo ampliamente—. ¿Podéis ser los ojos y los oídos de alguien? ¿Sois capaz de divulgar cualquier actitud inadecuada de vuestros compañeros, si la llegasen a cometer? Recordad que, ser espía carece de principios; dejáis al lado a la familia, a los amigos y sólo pensaréis en el deber. Para esta misión en particular, deberéis abandonar vuestros sentimientos con los demás. Sólo existirán, Dios, vuestro líder y vos. ¿Ha quedado claro?
Los propósitos no estaban a disposición de cualquiera. El Papa estaba rodeado de personas poderosas, desconocidas, y sumamente inteligentes; algo que despertaba tanto desconfianza como admiración. Parecía que éste hombre pretendía guiar a la Iglesia hacia un futuro próspero, o tal vez no. Y menos, cuando el mundo, estaba en completa decadencia. Aun así, debía demostrar en su religión, que era la única salvación.
Crystal era, tal vez, de los pocos que creían en esa visión. Comprometida con su linaje, y su poderoso deber, se había convertido en la candidata perfecta para las pretensiones de Caraffa. Aunque ella no estuviera muy al tanto, él la escudriñaba con la mirada, prestando atención a cada gesto que hacía. A un inquisidor viejo no se le puede engañar tan fácilmente.
—Bien, esas palabras me gustaron. Veo que conocéis bien de que se trata todo este asunto —agregó el Papa, sin moverse de su lugar. Sin siquiera cambiar un poco su postura—. Me gusta que tengáis esa visión tan profesional, Von Angelucci. Últimamente hemos contado con soldados nefastos, inseguros... y eso me decepciona muchísimo. Es como si esos estuvieran engañando al Señor. Han quebrado el juramento que hacen al entrar en este lugar.
Exhaló y empezó a caminar lentamente por la habitación, apartando la mirada, sólo para fijarla en las penumbras.
—Supongo que recordáis perfectamente ese juramento. Romperlo es imperdonable. Cuando entráis a la Inquisición, ya no hay más nada en el exterior que pueda ocuparos; vivís para estar al servicio de Cristo y de su Iglesia. Pero no quiero ahondar tanto en algo que conocéis de memoria —dijo con calma, volviéndose a ella—. Vos sois una mujer capaz, estoy seguro. Por eso, entre varios candidatos, os escogí. La lista era enorme y las recomendaciones variadas. Pero yo no podía arriesgar misión tan importante en cualquiera. —Dio unos pasos hacia adelante, sonriendo ampliamente—. ¿Podéis ser los ojos y los oídos de alguien? ¿Sois capaz de divulgar cualquier actitud inadecuada de vuestros compañeros, si la llegasen a cometer? Recordad que, ser espía carece de principios; dejáis al lado a la familia, a los amigos y sólo pensaréis en el deber. Para esta misión en particular, deberéis abandonar vuestros sentimientos con los demás. Sólo existirán, Dios, vuestro líder y vos. ¿Ha quedado claro?
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: ¿Me requería Santidad? ~#Privado
Por un momento, permanecí en silencio, asimilando con detenimiento y cuidado cada una de las palabras que él pronunciaba, la cautela y la precaución que, con los años de aprendizaje había quedado grabada en mi eran las que hacían que necesitara sospesar cada cosa que oía, cada palabra que decía y cada acción que realizaba. De la misma manera, sabía que tampoco podía permitirme el lujo de dejar que el silencio se prolongara, no por demasiado tiempo puesto que éste podría llegar a interpretarse de una manera en que no debía de ser interpretado. Aún en silencio, asentí de forma leve y concisa con la cabeza, ganando así unos últimos segundos para ordenar cualquier pensamiento antes de decirlo en voz alta. —Por supuesto que recuerdo con total nitidez ese juramento —cómo si pudiera llegar a olvidar eso en alguna ocasión— de la misma manera que, por mucho que lo piense, por mucho que intente comprender cómo, mi mente no alcanza encontrar una respuesta adecuada a cómo alguien podría olvidar eso —si bien era cierto que había conocido algunos casos de miembros que habían sido instados a unirse por voluntad de la familia, eran apenas unos pocos los que no lo hacían por voluntad propia.
—Si bien había oído rumores, ecos lejanos sobre ello, nunca llegué a pensar que pudiera ser tan... grave —por un momento mi expresión se volvió pensativa, intentando recordar si, entre esos rumores había destacado algún nombre, pero ninguno vino a mi mente. Dejando eso a un lado, ya intentaría ahondar en ello mas tarde, volví a concentrar toda mi atención en el Pontífice—. Realmente agradezco el voto de confianza que deposita en mi y estoy mas que dispuesta a poner todas y cada una de mis habilidades y conocimientos de cualquier cosa que se me encomiende, sin importar que tan dura ni difícil pueda resultar, no hay nada que pueda quebrar mi determinación —no había ni vacilación y duda en mis propias palabras, puesto que era de esa manera que las sentía— mis oídos estarán atentos y no dejarán escapar ni el mas mínimo murmullo, incluso si hay que perseguirlo y desenterrarlo de dónde se esconda y mis ojos no perderán ni el más mínimo y pequeño detalle, aunque este pueda parecer banal y común; puedo olvidar qué es sentir, en qué consisten los sentimientos y la confianza en cualquier lazo afectivo en pro del deber y del cumplimento del mismo.
La determinación volvió a brillar en mi mirada, insoldable e inquebrantable, sin ninguna fisura ni grieta creada por dudas o inseguridad—. Si, me ha quedado claro y cristalino como el cristal mas puro. Y si, soy perfectamente capaz de ello, puesto que dudo que se pueda considerar compañero a alguien que no es capaz de mantenerse firme y fiel a sus propios juramentos, no si éste no es capaz de enfrentar con entereza sus propios errores y superarlos o enmendarlos en vez de esconderlos o huir de ellos. —Por mucho que pudiera ser condescendiente con todos aquellos que, con el tiempo flaqueaban y se veían envueltos en dudas que conducían a errores no podía serlo: si alguien cometía un error o una equivocación y, por pequeña e “insignificante” que pudiera parecer, ni lo solucionaba ni cargaba con sus responsabilidades, era imposible que ése alguien pudiera llegar a aspirar a provocar en mi la mas mínima compasión ni pena alguna por el castigo que pudiera esperarle.
—Si bien había oído rumores, ecos lejanos sobre ello, nunca llegué a pensar que pudiera ser tan... grave —por un momento mi expresión se volvió pensativa, intentando recordar si, entre esos rumores había destacado algún nombre, pero ninguno vino a mi mente. Dejando eso a un lado, ya intentaría ahondar en ello mas tarde, volví a concentrar toda mi atención en el Pontífice—. Realmente agradezco el voto de confianza que deposita en mi y estoy mas que dispuesta a poner todas y cada una de mis habilidades y conocimientos de cualquier cosa que se me encomiende, sin importar que tan dura ni difícil pueda resultar, no hay nada que pueda quebrar mi determinación —no había ni vacilación y duda en mis propias palabras, puesto que era de esa manera que las sentía— mis oídos estarán atentos y no dejarán escapar ni el mas mínimo murmullo, incluso si hay que perseguirlo y desenterrarlo de dónde se esconda y mis ojos no perderán ni el más mínimo y pequeño detalle, aunque este pueda parecer banal y común; puedo olvidar qué es sentir, en qué consisten los sentimientos y la confianza en cualquier lazo afectivo en pro del deber y del cumplimento del mismo.
La determinación volvió a brillar en mi mirada, insoldable e inquebrantable, sin ninguna fisura ni grieta creada por dudas o inseguridad—. Si, me ha quedado claro y cristalino como el cristal mas puro. Y si, soy perfectamente capaz de ello, puesto que dudo que se pueda considerar compañero a alguien que no es capaz de mantenerse firme y fiel a sus propios juramentos, no si éste no es capaz de enfrentar con entereza sus propios errores y superarlos o enmendarlos en vez de esconderlos o huir de ellos. —Por mucho que pudiera ser condescendiente con todos aquellos que, con el tiempo flaqueaban y se veían envueltos en dudas que conducían a errores no podía serlo: si alguien cometía un error o una equivocación y, por pequeña e “insignificante” que pudiera parecer, ni lo solucionaba ni cargaba con sus responsabilidades, era imposible que ése alguien pudiera llegar a aspirar a provocar en mi la mas mínima compasión ni pena alguna por el castigo que pudiera esperarle.
Crystal von Angelucci- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/02/2016
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