Pequeña heredera de los cielos |Flashback-Tyler|

por **Danna Dianceht** Dom Mar 13, 2016 7:01 am

Pues a sus ángeles mandará acerca de ti,
Para que te guarden en todos tus caminos,
pequeña heredera de estos cielos.
—Sonata de Ishba.

La tormenta hacía años había amainado en Escocia. Aquella tormenta cual había visto nacer a la pequeña y primera primogénita de los Dianceht, se extinguió tan pronto la pequeña nació y saludó a la vida. Fue uno de los momentos más duros de la duquesa y sintiendo que podría haber muerto en las semanas siguientes al difícil parto, consiguió sobrevivir por su hija, por estar a su lado hasta que sus brazos no pudieran sostenerla al paso de su vejez, y finalmente, muerte. Así había sido el juramento de la licántropa a su pequeña y así, al paso de los días y años, aquel lazo eterno que ambas mantendrían por siempre fue afianzándose. Diana fue su salvación y con ella Escocia celebró una nueva era. Ya atrás habían quedado los días llenos de oscuridad, los días infelices y tristes, ahora el ducado era un sinfín de alegrías y sorpresas a medida la pequeña que tenía a todos encandilados crecía, haciéndose más fuerte y tan o más parecida a su propia madre, de lo que nadie habría podido imaginar jamás. Muchos decían veían la reencarnación de Ishbet, la primera de las Dianceht conocida como la ninfa de los bosques en Diana, más otras voces decían ver a una copia exacta de Danna en pequeña.

Fuera como fuere, la duquesa creía fervientemente en que su pequeña era mejor que ellas dos unidas y es que con apenas nacer ya había hecho alarde de la gran fuerza que reinaba en su interior. ¿Serían casualidades las tormentas que se acercaban a Escocia cuando la pequeña lloraba? No, claro que no, coincidía siempre Danna sonriendo sin poder creerse que de ella hubiese nacido una hechicera. Diana; su hija, sería una de las más bonitas tormentas del lugar al crecer —si no lo era ya— y de ello, no le cabía duda alguna en su amor infinito de madre.

En aquel ambiente feliz, pasaron los años de una forma tan rápida que sin darse cuenta la pequeña ya con dos años cumplidos, corría por los jardines vigilada por Ariyne, su niñera cuando Danna no podía perseguirla en sus juegos. Madre e hija se encontraban todo el tiempo que podían juntas y a los dos años de la inquieta Diana, haría semanas que debía de haberse celebrado el acontecimiento del momento en el ducado. El bautizo de la pequeña futura duquesa, Diana de Dianceht debía de haberse ya celebrado semanas atrás justo el día de su aniversario en el santuario que se escondía en lo que llamaban la colina del lobo. El agua de aquel lugar, el nacimiento del río de Ongar, había dado abastecimiento desde siglos atrás a todos sus territorios y a sus gentes, por lo que el lugar tras años de discusiones, terminó proclamándose lugar sagrado. Allí desde la época anterior a Ishbat, todos los Dianceht habían sido bautizados y no iba a ser Danna la que rompiese años después con aquella antigua tradición familiar.

Aquella mañana al despertar todo fueron pasos, corredizas y preparativos de un lado a otro. Como el lugar de la comitiva era apartado, las cuadras de la familia no tuvieron un solo descanso desde bien entrada la mañana, todos los sirvientes necesitaban caballos para llegar hacia el lugar y los mozos del establo no daban abasto entregando los caballos y recogiéndolos. Por suerte, los invitados que se reunirían con la duquesa y su hija en el santuario llegarían allí con sus propios caballos, lo que haría que los jóvenes mozos pudieran descansar ligeramente.

Desde la ventana Danna con su hija observaba el ajetreo de los sirvientes con los preparativos ir de un lado a otro por el patio y los jardines llevando todo tipo de telas en sus cestas, que servirían para decorar el lugar de la ceremonia. Diana con dos años recién hechos imitando a su madre, no dejaba de ver la gente que salía y entraba al castillo desde sus brazos. —Mira, se llevan a Fusco— le señalo la duquesa a través del cristal al semental oscuro y de mayor tamaño del establo. —¿Nos despedimos de él?—Diana lo miró y siguiéndolo con la mirada con una mano le dijo adiós—Aios caballito—se despidió entonces la pequeña sonsacando la sonrisa de su madre que besándola en la mejilla con amor, le dio la espalda a la ventana y con su hija en brazos se dispuso a salir finalmente de su habitación.

Ambas ya se encontraban alistadas con sus trajes para la ceremonia. Diana con un vestido vaporoso blanco lleno de cintas, parecía un pequeño ángel salido del cielo y Danna con un vestido color ocre, ligeramente diferente al blanco de su hija concluía la estampa familiar de ambas féminas. En sus vestidos lucían los emblemas familiares, y los emblemas celtas de protección, sanación y cura. Entre las telas los nudos celtas se enlazaban como hilos y terminando con unas coronas de flores sobre sus cabezas, no podían estar más preparadas. Bajando las escaleras con seguridad, el salón principal no parecía estar mejor que los exteriores. Ante la mirada de ambas, miles de sirvientes iban de un lado a otro sin descanso. Con una sonrisa la duquesa inmediatamente identificó entre todo aquella venida e ida a Viktor, quien se encargaba de las cosas en el castillo y dirigiéndose a él con una pregunta firmemente anclada en su cabeza y es que en todo aquel lapso de tiempo que había estado contemplando todo desde la ventana no había visto le había faltado la presencia de alguien importante, antes siquiera de llegar ante él, un grito de su hija la hizo detenerse y mirar al exterior a través de una de las ventanas del salón desde donde se veía una figura llegar al ducado a caballo. Y aquella figura la conocía demasiado bien y su hija también.

—Ty… Ty—Canturreó la pequeña al verlo bajar del caballo.

Con una sonrisa la duquesa bajó a su hija de sus brazos y yendo detrás de ella, siguió cada uno de sus pasos hasta salir por la puerta principal y ver como su hija corría hacia él. Ya había llegado la tercera figura importante de la cerimonia despúes de la pequeña y su madre; el padrino.

por **Tyler Fausten** Jue Mar 31, 2016 12:41 pm

Ríe, y su carcajada tiene notas del agua fugitiva;
llora, y en cada lágrima un poema de ternura infinita.
-Gustavo Adolfo Bécquer.

Sorpresa y orgullo. Aquellas dos palabras resumían a la perfección cómo se sentía Tyler, con respecto a ser el padrino de la pequeña Dianceht. El hecho de ser el que la protegería de todos sus pasos ya fuesen acertados o no, para él suponía el mayor de los honores, pues siempre se sintió de alguna forma ligado a su madre. Amigos de la infancia, que crecieron por caminos separados y volvieron a unirse una y otra vez sin llegar a perder la conexión que una vez tuvieron, quizás acertada o quizás no, debido al peligro que en ocasiones englobaba a ambos pero aquello no era escusa para Tyler, que siendo fiel a su alma, acudía a Danna incluso antes de que ésta pudiera necesitar su ayuda.
Tyler dejó el lugar dónde se hospedaba, dejando la mayoría de sus pertenencias y llevándose consigo apenas un saco que ató al caballo que le llevaría al lugar dónde se celebraría todo. Acostumbrado como estaba al camino, no le importó que fuese realmente temprano, pues prefería llegar con algo de tiempo para ver de nuevo a la pequeña, que era la viva reencarnación de Danna, en vida. Eso a Tyler le confundía, ya que no podía ignorar el hecho de que en unos popcos años, Diana siguiese los pasos de su madre, convirtiéndose en una hermosa mujer. De nuevo, Tyler se preocupaba más de la cuenta por ambas, aunque aquellos pensamientos tan profundos los dejaba enterrados, mostrándose siempre gentil y amable, capaz de ayudar a cualquiera que lo necesitase. Una vez Tyler bajó del caballo, ordenó amablemente que lo llevasen a las caballerizas; entonces la vió y recortó pasos con la niña, para evitar que ésta tropezase con los escalones de la entrada de palacio. La sujetó en el aire, cual padre tratando de divertir a su hija haciéndole creer que podía volar y al pequeño ángel no le faltaban sino alas para hacerlo. Y aunque no fuese su padre, se sentía con el deber de protegerla de cualquier mal, aunque aquello significase el fin propio.

La niña rió, tratando de tocar la cara del brujo con sus aún diminutas manos, haciendo que Tyler sonriese abiertamente, añadiendo hermosas arrugas de felicidad en sus ojos. Amaba a esa criatura.
Una vez la bajó y la sustuvo en su pecho, mientras ésta jugaba con un medallón de oro que reposaba en el suello de Tyler, éste se acercó a saludar a Danna, con un escueto beso en la mejilla bajo la atenta mirada de Diana. Sabía que ante el ojo de cualquiera, aquel gesto estaría mal visto, pero ya que todos los sirvientes y amigos comúnes sabían de la gran amistad que compartían, nunca pusieron en entredicho sus actos.

- Decir que estáis hermosa sería un insulto hacia vos. - Comentó, con la cortesía que siempre apuntaban sus labios, la cual no tardó en desaparecer para dar un toque menos estricto a aquella ceremonia, más aún si tan cómodo se sentía cada vez que hablaba con ella en sus innumerables visitas a la corte. - Espero no haber llegado demasiado temprano, pero prefería pasar un rato con ustedes antes de empezar. - Tyler volvió la mirada de nuevo hacia la niña que jugaba sin cesar con las blanquecinas cuerdas de su camisa. - Le traje un pequeño detalle, quizás no sea algo con lo que pueda jugar, pero de seguro que de mayor sabrá darle el valor necesario. - Comentó, volviendo a Danna, haciéndole entrega de un pequeño saco aterciopelado, dentro, había una medalla redonda con el árbol de la vida grabado, unido a una cadena hecha también del mismo metal.

por **Danna Dianceht** Mar Jun 28, 2016 2:15 pm

Estaba segura en mi corazón,
de que erais un regalo del cielo.
El mío y el suyo.
—Takashi Hiraide

La duquesa no podía concebir mejor padrino que el que ya tenía para su hija, y si no, solo hacía ver como la pequeña corría hacia él y él preocupado por ella, aceleraba su paso y la tomaba en sus brazos haciéndola volar cual pájaro sin alas. La risa de la pequeña al volar y sentirse ligera contagió la risa de la más mayor que acompaño su risa al tiempo que se acercaba hacia ellos. Ahí estaba el único que faltaba de la ceremonia y seguramente el más importante tras ellas. Con una cordial y cariñosa sonrisa Danna fijó sus verdes ojos en los del hechicero y sintiéndose dichosa de que toda esa mañana empezara a ir como debiera, no pudo dejar de ver como su hija jugueteaba con Tyler y como él le respondía con unos ojos brillantes llenos de amor y devoción. Él que había sido casi como un padre adoptivo para la pequeña aquellos primeros años se había ganado no solo el corazón de la dulce Diana y de aquella futura duquesa que un día sería, sino también todo el cariño de la gente que trabajaba en el castillo y por supuesto, el de la propia duquesa, más aquello ya había estado casi decretado cuando de pequeños crecieron unidos. Amigos de la infancia habían sido, y para Danna aun así seguían siendo. A pesar del tiempo que pasase entre visita y visita, o lo mucho que hubiesen cambiado sus vidas, ellos siempre seguían igual. Él dispuesto a ayudarla, a anticiparse y ella siempre buscando problemas, buscando escusas para que él acudiera a Escocia. Como gato y perro o como uña y carne. Uno para otro desde siempre.

Con la sonrisa enmarcada en los labios, detuvo sus pasos justo en el rellano de la entrada y esperando que este llegara con su hija, no pudo apartar la mirada de los juegos de su hija con uno de los collares del conde. Sonrío y viendo entonces a los ojos a Tyler, sus ojos se iluminaron de felicidad, como cada vez que se encontraban en la corte o él, la visitaba de sorpresa.

— No cambiareis jamás— dijo tras aquel escueto beso en su mejilla y sonriéndole lo rodeó con sus brazos y se abrazó a él como muestra de cariño. Hacia bastante de la última vez que lo veía y ahora tenerlo de vuelta, la hacía inmensamente dichosa. — Nunca es temprano para que vengas a visitarnos— le replicó apartándose entonces del abrazo, depositando ahora ella un beso en la mejilla masculina. Su hija los miró mientras sostenía en sus manos el colgante con el que jugaba y al ver el pequeño saco que él le entregó a su madre, enseguida se mostró interesada como si supiera que lo que aquel saco guardaba era exclusivamente para ella. Y no se equivocaba.

Con delicadeza tomó el saco y abriendolo lo que se encontró la dejó sin palabras.

— El Crann bethadh. El árbol de la vida...—susurró la duquesa tras abrir y ver su contenido. Tomó con cuidado y casi con respeto aquella insignia que para su familia representaba tanto, como para los celtas y sus ojos resplandecieron. Se decía que el árbol de la vida a parte de tener significado en tanto la vida como con el porque de las cosas y del universo, era una insignia de fuerte protección. — Es precioso y estoy segura que de mayor le dará el valor que posee y que tiene recibir un regalo como este — dijo mirando con agradecimiento en la mirada al conde antes de llevar sus ojos a su hija y sonreír. Aún en brazos de él, parecía solo querer ahora el colgante nuevo, ya que el otro lo había dejado enseguida solo ver el saco. Danna se acercó a su hija y le besó en la frente antes de pasarle el colgante y atárselo con delicadeza en su pequeño cuello. — Más por ahora creo que podemos dejárselo. —añadió riendo ligeramente al verlo un tanto demasiado grande todavía para su hija. No obstante, y a pesar de ello, aquel colgante era perfecto para ella. —No hubierais podido encontrar un colgante más perfecto como este para este día Tyler. Gracias.— concluyó y con una sonrisa divertida volvió al oído de su hija ante la atenta mirada masculina. — Ahora que está aquí Ty, ¿le preguntas si nos acompaña a desayunar, pequeña? — Le preguntó haciéndole ver que era un secreto, aunque hubiese sido dicho en voz alta.

Danna guiñó un ojo a Tyler y dejó que su pequeña hiciera lo que debiera, esperando verla en acción. La futura e infante duquesa asintió enseguida y dejándose caer en los brazos de su madre y de allí; al suelo, tomó la mano del brujo y tiró de él con todas sus pequeñas fuerzas.

— Vamos… Ty. Vamos — le dijo con una mano en las suyas y la otra en el colgante que colgaba de su propio cuello.

— Creo que no seré la única terca de la familia —río Danna echando a andar hacia los jardines, donde esperaba el desayuno de la pequeña y el de ellos. — Todos creen que de seguir así, podrá superarme cuando crezca.

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