La verdad tiene su precio [Aldana Osorio]

por **Luis Castelló** Miér Mar 16, 2016 6:14 pm

Centro de París | 11:00am | Calles

Luis esa mañana no estaba completamente cuerdo.

Había estado viajando de ciudad en ciudad hasta poder por fin parar en una pequeña taberna de Paris en la que durmió como un buen borracho después de una borrachera larga. Por fin había encontrado a Aldana y la había estado vigilando durante varios días sin que ella se diera cuenta y para las buenas noticias, no estaba comprometida ni salía con nadie en particular. Solamente le apenaba verla flaca, casi escuálida como si no quisiera comer, pero de lo que supo cuando volvió es que alguien se había hecho pasar por él solamente para poder alejar a la pareja del uno del otro y tener más deber con el aquelarre al que Luis pertenecía.

Pero jamás llego a saber quién fue.

Lo único que le importaba ahora mismo a Luis era poder hacer las paces con su esposa, tenía miedo pues por su culpa él se fue por su secreto que nunca dijo, por su culpa ahora probablemente su esposa jamás podrá volver a tener descendencia. Ahora mismo tenía que plantearse su primer plan, que era salir vivo si Aldana le prendía fuego a su cabeza. Era una mujer pasional y eso le atraía en demasía a Luis.

Luis con la resaca que llevaba encima le apetecía tomarse un café, uno bien calentito. Se miró los bolsillos de los pantalones y en ellos encontró la dirección con olor a perfume de mujer, unos billetes, unas bragas de encaje y solamente se quedó con el dinero. La ropa sensual la tiro en una papelera que había cerca. No quería que la gente pensara mal de él a pesar de la apariencia que llevaba por sí.

Se sentó en una mesa de la terraza donde el sol aun no reflejaba sus brillantes rayos solares. Solamente se sentó despacio, pues cuando se levantó la camisa vio que llevaba varios moratones por todo el torso, gimió de dolor y cuando se tocó el cuello noto dos agujeros minúsculos – Joder –Mascullo entre dientes – No más alcohol…-suspiro, se apoyó en la mesa circular de hierro que estaba bien adornado con un cristal y un mantel de flores.

Cuando volvió un poco en sí, se sentó bien en la silla, observando hacia delante la gente que aparecía y desaparecía entre los callejones de las calles.
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