Blodtørst (priv)

por **Brönte d'Auxerre** Vie Mar 18, 2016 9:51 pm

Llevaba el infierno cosido en la garganta, millones de almas se agolpaban en el interior de su carne, retorciéndose en el fuego que le abrasaba las entrañas. En su faringe se reunían el elenco de sus voces, reverberan, unas contra otras, creando un eco que se desliza entre sus labios a modo de gruñido estrangulado. En su mente ningún recuerdo similar puede hayarse para poder medir aquel grado inhumano de dolor.

Inocente e incauto, creyó que la ausencia de amor por parte de todas aquellas criaturas que deberían amarlo por su entrega, era suficiente como para morir. Más ahora sabia que había formas estúpidas de morir, como aquella a la que se había abocado en su imperiosa tozudez. El orgullo jamás le había costado tan caro a su persona, pero ahora que caía en aquella imperiosa necesidad, sabia que podría hacer cualquier cosa para sobrevivir.

Sus pies tropezaron unos con otros, llevándole a la caída estrepitosa de su cuerpo contra el oscuro asfalto que lo había acogido con dureza. Emitió un rugido doloroso que tenía más que ver con aquel terremoto que agitaba las paredes de su estómago, calentando la bilis que ascendía desde su vientre hasta la garganta. El sabor amargo y agrio golpeó su paladar, reverberación de su estado de canibalismo. Su cuerpo se devoraba a sí mismo, buscando lo que más ansiaba vivir.

Sobre su cabeza, miles de estrellas brillaban entre los tejados de París. Miles de cuerpos pululantes y pálidos que deseaba ultrajar con sus colmillos. Hasta la misma esencia cósmica parecía burlarse, observando como un espectador omnisciente, cómo caía aquel depredador.

- ¡ Joder ! - Maldijo en alto, consciente de que había perdido la calma junto a la cordura. Repitió un susurro de insultos en otros idiomas, mientras se abrazaba el estómago en el suelo. Pensando que debía levantarse y buscar sustento. Alguien, cualquiera servía. Mientras su corazón palpitase y su sangre se derramase, él iría a por él.

por **Zarek Woźniak** Lun Mar 28, 2016 1:32 pm

Existían días completamente lóbregos, donde muy pocas cosas realmente podían levantarle el ánimo. El saberse solo en un lugar de fantasía, rodeado de la pomposidad que los altos renombres presumían a la mínima provocación delineando esa tenue división en las distintas clases sociales le tenía sin cuidado. El brujo había perdido su único lazo consanguíneo por razones que iban más allá de banalidades como el tono de la piel o los bienes materiales.

Caminaba sin rumbo fijo por las calles, apenas guiado por la macilenta luminosidad que prestaban las farolas. Un par de astros titilantes prendidos de la bóveda grisácea servían como vigías, testigos de que la noche se tornaría interminable para el muchacho. Eran pocas las personas que aun deambulaban a esa hora, en búsqueda del cobijo que ofrece un hogar, derecho que para él estaba vetado de no ser las cuatro paredes que la catedral le ofrecía de vez en cuando.

Fuera de eso no tenía más resguardo.

Si en algún momento de su niñez entregó completamente su fe y devoción a un ser superior hoy en día se arrepentía de haberlo hecho, no perdía oportunidad de maldecir en su contra por haberle abandonado cuando más lo necesitaba. ¿Qué había hecho mal para recibir esas dádivas? Mismas que solo le apartaban del resto de la sociedad, pero que curiosamente le salvaban de morir de hambre, como normalmente sucedería con cualquier otro desdichado.

Llevó sus manos a los bolsillos y el tacto frio y metálico de un par de francos le recordó que si en ese lapso no conseguía algo mejor, los días venideros se tornarían más arduos aún. Sus ojos se posaron repentinamente en un par de sujetos y la mueca que se plasmó sobre sus labios solo era una muestra que algo se empezaba a cristalizar en su mente de ladronzuelo. Apresuró sus pasos para toparse con ellos, no contando con que algo más seguramente echaría abajo sus planes.

Aquellos desconocidos cambiaron su rumbo y ante la necesidad de obtener algo esa noche que aliviara su condición precaria, el brujo echó a correr detrás de ellos, sin embargo la espesa oscuridad que regía en esos rincones de mala muerte le impidió ver con claridad la presencia de alguien más. Una de esas criaturas que al igual que él, poseía una característica distinta, el choque fue algo inevitable y aturdido aún por el golpe apenas pudo reaccionar para defenderse de un posible ataque.

–No me lastime, por favor, no me haga daño–

Clamaba entre sollozos sobre el piso un pequeño de 6 años aproximadamente. El polaco conocía a la perfección sus habilidades y haría uso de las mismas para salir bien librado esa noche.

por **Brönte d'Auxerre** Miér Abr 13, 2016 9:35 am

Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta aquel chico, sólo reconocía aquella ansia devoradora. La necesidad de alimentarse era tan cruda como cualquier humano sediento que hubiera tenido que recorrer el desierto, y aquella pequeña criatura tenía en su interior lo que deseaba. Podía oler aquella sangre y su boca salivaba ya por ello, como si el destino se burlase de él, le entregaba la víctima perfecta. Un niño desvalido y lloroso, si estaba en la calle a horas tan elevadas, sólo quería decir que era lo suficiente pobre o que a su familia no le importaba en absoluto. Y aquellos argumentos le daban mayor peso a su decisión de tomar su sangre y si hiciera falta, su vida. Porque nadie echaría de menos a un pequeño bribonzuelo, ¿ no es así ?.

Se movió con rapidez y eficacia, cerniéndose sobre el cuerpo del pequeño con una mirada voraz. Agarró sus pequeñas manos y las fijó contra el suelo, permitiendo así que no pudiera removerse en su contra cuando fuera demasiado tarde.

- Sé bueno y deja de llorar. Voy a ser rápido y después te llevaré a casa.- Al menos si es que quedaba con vida después, ya que tenia el hambre suficiente como para matar a cualquier humano sin siquiera pensar en las consecuencias. Era él o aquel muchacho y la respuesta era demasiado obvia incluso para alguien que no tenía nada, salvo su eternidad.

- Necesito algo que sólo tú puedes darme - Le susurró inclinándose sobre el rostro del pequeño. Aquel aroma lo estaba torturando; cálido, especiado y dulce. Sus colmillos brillaron en la oscuridad mientras hablaba, siendo imposible para el vampiro el poder ocultar aquello que era. Aquella oscuridad que le pedía cada noche robar nuevas vidas.

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