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La trama del pasado | Privado [Flashback] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bathsheba Dom Mar 27, 2016 8:19 pm

"Un hombre tiene que saber mirar antes de aspirar a ver."
George R. R. Martin

Su pasado era un monstruo inconmovible, que la subía a sus rodillas y la mecía como la eterna niña abrumada por una historia demasiado pesada, demasiado absurda. Muriel Montgomery, su nueva identidad, era la primera construcción para una vida mejor, para darle a su Emily algo de todo aquello de lo que ella carecía. Le costaba acostumbrarse a los vestidos pomposos, pero había sido bendecida y maldecida con una memoria prodigiosa, y no le costaba imitar los gestos y movimientos de una clase a la que no pertenecía. A veces, el corsé le apretaba tanto la cintura que, al quitárselo, tenía las costillas marcadas en la piel; en otras tantas ocasiones, le costaba demasiado respirar. No era fácil. Ella había sido una nena y una joven de existencia humilde, nunca había usado calzado elegante, sus vestidos eran sencillos y carentes de pompa, y la sumisión de su personalidad le dificultaba el relacionarse con las personas. Pero era condenadamente buena para disimular, y no le había costado nada hacerse pasar por una rica heredera; su belleza le daba vía libre en todas las fiestas, y los caballeros caían rendidos ante ella. Las lecciones de su esposo, también facilitaban la situación. Solía preguntarse dónde había aprendido todo aquello.

Aquella era la noche de la anunciación del compromiso con el parlamentario inglés. Era un hombre entrado en años, viudo y codiciado por las casamenteras, que había quedado obnubilado por Muriel, que se mostraba dulce e interesada en sus cuestiones políticas. Ella sonreía ante todo lo que decía y se conmovía cuando los relatos se tornaban lamentables. Era un hombre de buen corazón, pero Bathsheba había perdido la sensibilidad. Veía en él, como en todos los otros, una amenaza para Emily, y cada vez que él la tocaba, sentía deseos de matarlo. Toda aquella farsa valdría la pena, si le daba un futuro mejor a su hija.

La pareja recibió a los invitados, que comieron, bebieron y brindaron en su honor. Connor lucía en extremo feliz, y Muriel no podía aparentar otra cosa que la ilusión de una joven que, finalmente, ha encontrado el amor. Se tocaban discretamente de la mano y se miraban lánguidamente a los ojos, arrancándoles suspiros a las mujeres presentes. Era maravilloso observarlos; y los caballeros no podían dejar de envidiar la suerte del político, que tendría entre sus manos a un ejemplar como la señorita Montgomery. Había caído tan bien, que nadie hacía demasiadas preguntas sobre su origen; y cuando las hacían, ella respondía escuetamente, pero de una forma tan natural, que conformaba hasta aquellos más escépticos. Así que era una velada perfecta, donde todos disfrutaban del banquete y celebraban un matrimonio por demás comentado. Los periódicos habían anunciado el evento, y en los salones más renombrados, estaba categorizada como una de las bodas del año, a pesar de que Bathsheba habría preferido mayor discreción y reserva.

Al baile, lo abrió la pareja anfitriona, que danzaron al ritmo del vals. La orquesta, contratada especialmente para esa noche, se lució desplegando notas que inundaron el ambiente, e invitaron a todos a unírseles. Pero en una de las pausas, la hechicera logró escabullirse al patio, con una copa de champagne, demasiado sofocada, demasiado harta de fingir. Era su primera experiencia, el plan iba sobre ruedas, pero tenía un mal presentimiento. Todo giraba en torno a una mentira, estaba aprisionada, y no podía parar de pensar en que Emily pasaba días a solas con su marido. ¿Y si la tocaba? ¿Y si abusaba de ella? Los pensamientos negros le nublaban la razón. Observó la Luna, y ante la idea de que su hija sufriera algún daño, apretó el envase de cristal con tal fuerza, que se partió en miles de fragmentos, que se clavaron en su mano.

Maldición… —murmuró, abandonando, por unos instantes, el acento londinense que tanto le había costado aprender. Observó su palma sangrante; los hilos rojos trazaban bifurcados caminos sobre su piel, que resplandecían gracias a la Luna, que orgullosa y llena, le regalaba su luz. —Emily… —dijo con pesar, en voz baja, como si nombrarla calmara sus dolores. Ella era lo único bueno que tenía, era el motivo por el cual vivir.
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Mensaje por Riagán O'Rourke Mar Abr 19, 2016 3:08 am


“Nothing haunts us like the things we don't say.”
― Mitch Albom, Have a Little Faith


¿La ves?

La veo, ¿qué tiene?

¿Cómo que qué tiene? ¿Qué clase de pregunta idiota es esa?

Ah, Fergus y sus amorosos modos. Riagán lo miró con una ceja arqueada, sin saber aún a qué se refería. Claro que la veía, era una joven hermosa y aunque ahí el del poder era el político, toda la atención estaba en Muriel Montgomery, su prometida. La maldita fiesta giraba a su alrededor. Joven, hermosa, encantadora, quizá demasiado buena para el hombre, sin embargo, considerando la cuenta bancaria que tenía, resultaba un intercambio equilibrado.

Surgió de la nada, ¿me entiendes? —Continuó Fergus—, para el ojo común, es una chica que de a poco se hizo presente en sociedad y con el parlamentario, es muy bella, así que nadie se cuestiona gran cosa; pero tú y yo sabemos…

Entiendo —Riagán, que aunque llevaba ya un par de años en el negocio, aún carecía del ojo del otro, mucho más experimentado. Miró a su mentor un segundo y al siguiente a la joven, que abría pista junto con su prometido. Sus movimientos eran hipnotizantes. Poseía todos los modos propios de la alta sociedad londidense, pero detrás de ello existía algo más natural y salvaje—. ¿A eso venimos? ¿A salvar a un viejo tonto del timo de su vida? —Se cruzó de brazos.

Baja la voz, coño. Y por supuesto que no, a mí me da igual; es sólo curioso, ¿no crees? A nosotros quien nos interesa es ella —con la mano con la que sostenía su copa, Fergus, un hombre alto y corpulento de fiero cabello castaño rojizo, señaló a una mujer entrada en años que hablaba animosamente con un caballero de incipiente calvicie—. Es la tía del sujeto aquel. Solterona, amante de los gatos, coleccionista de arte, uno no puede inventarse eso —soltó con sorna—. En fin, su colección de pinturas está valuada en millones. Con una pieza que te regale, estamos hechos.

Joder, ¿otra vez tengo que seducir a una vieja amarga? —Riagán se quejó—. Debe haber otro modo.

¿Quién habló de seducir? Tú eres el de la mente sucia. Ya sabes cómo son esas mujeres. Muéstrale algo de afecto. Háblale de tu madre enferma. Ayúdala con algunas diligencias y luego no te vuelve a ver —explicó el mayor.

Riagán lo fulminó con la mirada y sopló de modo que un mechón de cabello rojo se apartó de su frente. Observó a su objetivo de la noche. Era una operación relativamente sencilla. Tenía facilidad para caerle bien a esas mujeres y Fergus sabía sacarle provecho. Sin embargo, en lugar de encaminarse hacia allá para presentarse, se dirigió al lado opuesto.

¿A dónde crees que vas? —Escuchó espetar a su maestro.

Con un ademán de la mano, Riagán le restó importancia y salió al patio del lugar. Necesitaba aire fresco. Mentalizarse, pues aunque las mujeres solas de esas edad solían depositar confianza con mucha facilidad, no era algo que fuese a darse de la noche a la mañana, era algo que debía trabajar en días venideros. Se detuvo cuando escuchó un leve sonido de fino cristal quebrándose y otra voz. El acento que oyó era inconfundible, sin embargo, al ver la fuente, se sintió intrigado, aunque eso sólo confirmaba la teoría de Fergus.

No voy a preguntar quién es Emily —dijo acercándose al tiempo que sacaba un blanco pañuelo del bolsillo interior de su saco—. Pero si alguien te escuchara hablar con ese acento, todo tu teatro se vendría abajo, no sé si es error de principiante —sin pedirle permiso, tomó los trozos de la copa que aún estaban en su mano y los arrojó a la oscuridad. No hicieron ruido alguno al aterrizar en el césped. Después tomó la mano herida y amarró el pañuelo con fuerza, éste pronto se tiñó de rojo.

Tampoco voy a preguntar tu verdadero nombre, no te preocupes —la soslayó y luego miró por sobre su hombro, era desconfiado por naturaleza. Defecto que, para usos de su peculiar profesión, resultaba muy provechoso—. ¿Quiere mi consejo? Debes comprometerte. Eres la anfitriona, no deberías desaparecer. Debemos ver enemigos hasta donde no los hay para salir airosos —asintió. Era una forma velada de decirle que ambos caminaban por el mismo lado de la acera.
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Mensaje por Bathsheba Sáb Jul 16, 2016 5:59 pm

Se maldijo a sí misma por no cuidarse, por no estar atenta a su alrededor, a sus propios exabruptos. Aún era tan joven, aún sentía las cadenas tintineando en su interior. Su alma aún estaba en aquellos lares oscuros, donde había pasado por el infierno, infierno del cual nunca lograría desprenderse. Lo llevaría como una estela, como a su propia sombra. Por más lejos que viajase, por más tiempo que transcurriese, los vejámenes que habían roto con su inocencia, la habían forjado. Quizá por eso estaba tan angustiada por su niña; quería que ella conservase su inocencia todo lo que pudiera, que continuara en su infancia, en la que poco comprendía. Ella ansiaba que la pequeña se instruyese, que fuese cultivada y fina, que tuviese todo lo que ella no había tenido jamás: amor. Bathsheba se encargaba, siempre que podía, de llenarla de besos, de abrazos, de cocinarle lo que le gustase, de peinarla y decirle lo mucho que la adoraba. Lo que más le gustaba a la hechicera, era ver en los ojos de Emily el brillo de quien aún ve el mundo con ingenuidad.

Gracias —masculló, molesta por su propia estupidez. Las palabras del extraño resonaban en su cabeza. La recorrió un suave candor, era la tranquilidad de haber encontrado a un igual. Él no parecía ser tan descuidado como ella, y la joven captó que aquella confesión velada, se basaba en el pacto de silencio que habría entre ambos a partir de ese momento. Si ella llegaba a develar que no era quién decía ser, el desconocido también arremetería contra sus muros. —Emily es mi hija —murmuró, con nerviosismo, y acarició el nudo del pañuelo que cubría su herida. Tenía la profunda necesidad de decirlo; hacía semanas que negaba su existencia y ello significaba un dolor tan profundo como saber que no la podía disfrutar cada día a toda hora.

Yo tampoco preguntaré tu verdadero nombre —no había complicidad, tampoco había reproche. Bathsheba, que había aprendido a convivir con sus dones, lo estudió detenidamente. Memorizaría cada rasgo de aquel caballero, desde su particular color de cabello, sus gestos, su aroma, su tacto. Quizá el destino podía volver a encontrarlos… —No tengo deseo alguno de volver, no soporto a todas esas personas —confesó entre murmullos. La hechicera había pasado su vida como una persona simple, sin lujos, en un orfanato donde nadie la quería. Las personas, especialmente reunidas, y toda aquella esa pompa, la angustiaban y la ahogaban. Tenía miedo de fallar, a pesar de haber practicado y observado todos y cada uno de sus movimientos. Tampoco tenía demasiados temas de conversación, no sabía leer ni tampoco escribir, aunque esto no era un problema. Había muchos padres que preferían que sus hijas mujeres fueran analfabetas.

Cuando alguien la buscaba para dialogar, rehuía con elegancia. No sabía hasta qué punto, alguna historia que inventase, podía ser exagerada o ser carente de detalles. Aún no se inmiscuía demasiado en la alta sociedad, no conocía su cotidianidad, las costumbres, ni siquiera cómo era una dama cuando se levantaba. Había paseado por los salones, intentando captar algún dato que le fuese útil, pero nadie hablaba de sus propios defectos, nadie parecía prestarle atención a cosas tan insignificantes como lo que para ella era menester. Pero no se desanimaba ante los obstáculos, por ello había elegido la prudencia como modo de vida.

Y tienes razón, soy una principiante. Mi primera vez —contó con resignación. Sabía que no debía develar demasiados detalles, pero algo muy profundo, le decía que con él, sus secretos estarían a salvo. Nunca, a lo largo de todos esos años, había sentido algo como eso. Quizá porque jamás la habían tratado con aquel cuidado, nunca le habían sanado una herida ni se habían preocupado por darle un consejo. Comenzó a amigarse con la figura de Muriel, esa joven refinada que había logrado que las miradas se posasen en ella y que, en ese momento, había conseguido que alguien se preocupase, por más que fuese fugaz, por más que el destino de ambos se bifurcase y no volviesen a verse las caras. La hechicera decidió que debía dejar atrás a Bathsheba y reconciliarse con esa nueva persona, con Muriel Montgomery, que sería quien le diese a Emily todo lo que necesitaba para ser feliz.
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Mensaje por Riagán O'Rourke Mar Sep 06, 2016 10:03 pm


“Ask no questions, and you’ll be told no lies.”
— Charles Dickens, Great Expectations


Concentró su atención en ese punto donde el pañuelo cubría la mano. El lienzo blanco poco a poco tiñéndose de escarlata. El aroma de la sangre le supo como una moneda vieja debajo de la lengua. Y él sí que conocía de eso, teniendo una vida como la suya, se había visto envuelto en más de una trifulca. Suspiró y lentamente soltó la mano ajena.

No dejes de apretar —advirtió y sólo asintió ante el agradecimiento, sin mirarla. No fue hasta que ella soltó la confesión que levantó el rostro. ¡Vaya! Era más hermosa así de cerca, entendía su potencial y se preguntó si trabajaba sola; eso era raro en el negocio, pero uno nunca sabía. Lo primero que pensó fue que, de estar ella bajo el ala de Fergus, éste ya la habría regañado por la forma descuidada de desenvolverse y por confesar algo tan personal a un desconocido. Por su parte, Riagán sintió que ese pequeño trozo de la vida ajena los unía, aunque nunca más volvieran a verse. Hablaban el mismo idioma, uno oculto, ágrafo y misterioso.

Sin moverse, sólo la estudió. Escuchó su voz, sin la pretensión de su personaje, pero más allá, la inflexión de la misma. Dijo eso como si confesara al mismo tiempo que no quería dedicarse a lo que se dedicaba. Y pudo entenderla; una y otra vez Fergus lo sometía a él a situaciones que de otro modo evitaría. No obstante, supo que la diferencia entre ambos era radical. Aunque con disgusto, Riagán asumía los riesgos, ella parecía empujada, obligada y torció el gesto. Su desventaja era sencilla: era mujer. Pensó en su madre, por quien, después de todo, hacía todo esto. Para que ya no pasara noches en vela cosiendo a la luz de las velas, a riesgo de perder la vista. Muriel —el nombre con el que la conocía— tenía una motivación también, su hija. A veces, creía él, la gente los veía simplemente como villanos, no entendían el trasfondo ni el peligro. Era otra consecuencia de hacer lo que ellos hacían.

Frunció el entrecejo cuando finalmente ella confesó que era su primera vez. Creyó que era una novata, pero no así. La habían aventado al ruedo sin muchas armas, pensó. Y se notaba. Al menos, para alguien como Fergus, con años de experiencia en su peculiar negocio. Lo lamentó por ella y se movió incómodo hasta quedar a su lado. Se rascó la nariz.

Escucha —comenzó—, no es que yo sea un experto, pero tengo más pericia —miró a la oscuridad, ahí donde había arrojado los trozos de vidrio y luego giró la cabeza, para verla. Le sonrió casi paternal—. Barbilla arriba, hombros atrás, espalda recta. Eres la próxima esposa de un parlamentario, lo primero que debes hacer es creértelo. Eres Muriel Montgomery, nadie más, y Muriel Montgomery sabe lo que quiere. Cuando entres a una habitación, piensa en eso, que todo es tuyo. La mejor forma de hacer esto es… continuar, siempre al frente, no dudes, aunque tu mentira suene inverosímil, tú dila con convicción —pausó y se acomodó para estirar una mano y tocar el hombro de la mujer.

Habrá situaciones que no te gustarán, si lo sabré yo. Habrá ocasiones en las que pienses que ya no te queda moral, ni dignidad, pero ¿sabes? Ten presente por qué lo haces. Ya sea para convertirte en millonaria o por tu hija, el motivo no importa, sólo aférrate a él. Dicen que si estás atravesando el infierno, lo único que te queda por hacer es seguir caminando —chasqueó y amenazó con reírse, pero al final no lo hizo.

Uno cree que todo va a ser risa y diversión, ¿no? Y al final te ves envuelto en situaciones que no pediste —ahora sí rio, pero fue breve y tosco, como una tos—. Pero alguien debe hacer el trabajo sucio —se encogió de hombros.

Miéntele al mundo, ¡al diablo con ellos! Pero nunca te mientas a ti misma —dijo de un modo más contenido, aunque maldijo, era irlandés, ¿qué podía esperarse? Esa era la más grande verdad en ese mundo de mentiras que personas como ellos construían. Y era, también, una enseñanza que Riagán había aprendido sólo, no por medio de su mentor. Era a primera vez que la compartía con alguien. Al mismo tiempo, estiró la mano y rozó con los dedos la mejilla ajena.
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Mensaje por Bathsheba Jue Dic 08, 2016 11:44 pm

Ella había atravesado el Infierno. Pensó que, cualquier cosa que le ocurriese a partir de ese día, no sería tan espantosa como lo que había vivido desde que era pequeña. El Paraíso le había sido vedado, pero estaba segura que todo lo malo que podía pasarle, ya formaba parte de otra vida. Nunca lograría saber cómo se atrevió a romper las cadenas, pero lo había hecho enlazándose a otras. Quizá su destino radicaba allí, en vivir bajo las órdenes de un macho alfa que la dominase y la guiase, así había sido desde que la razón había acudido a su mente. Pero, se consolaba, no volvería al orfanato donde las peores vejaciones le dejaron marcas eternas en el cuerpo y en el alma. Ya no existía aquel miedo visceral a que la tocasen de manera impropia contra su voluntad, ni tampoco debía someterse a los más bajos instintos de aquel hombre en el que ella había depositado toda la confianza, y al que había llegado a considerar un padre. La había estafado moralmente y había utilizado su cuerpo como un trozo de carne, que una vez putrefacto, puede descartarse por completo.

Bathsheba había hecho un festín de su propia carroña. Cuando ya nada le quedaba, brotó el instinto que la obligaba a proteger a Emily, y ese había sido el impulso necesario para cruzar los muros que la habían aprisionado desde que era una bebé. No se arrepentiría nunca de aquel paso, por más que la vida que ahora la esperaba fuese difícil. Ella había salido de la mierda, donde la habían revolcado hasta ahogarla. Si en algún momento llegase a titubear, recordaría cada palabra que el desconocido le repetía. La hechicera, con esa extraña capacidad con la que había nacido, tendría presentes la forma en que las había pronunciado, todo aquello que los rodeaba, y se le grabaría a fuego. A veces, solía preguntarse cómo los otros vivían sin recordar, o cómo sería ser normal, alguien a quien lo cotidiano le pasase de largo, como si fuera irrelevante. Para Bathsheba, ningún detalle lo era. Todo quedaba en un rincón, listo para sacarlo a relucir cuando menos lo esperara.

¿Cómo hago para no creerme mi mentira? —preguntó, aunque fue más para sí misma que para él. Cada detalle de él la intrigaba, y aún no estaba segura de sus intenciones. ¿Por qué era tan amable con ella? ¿Le tendría lástima? Seguramente. Era fácil sentir pena por alguien como ella, tan insignificante y carente de talento. No creía sobrevivir a la cruzada que llevaba adelante junto a su marido. Él confiaba y tenía esperanza, pero ella no. Bathsheba se lo atribuía a que su esposo había logrado cierto grado de instrucción. Ella, en cambio, era una bruta, una analfabeta, que había tenido la suerte de ser bendecida con una memoria prodigiosa y con una belleza casi incomparable. No le hacía falta inteligencia. Los hombres, frívolos, sólo veían el envase que constituía su rostro precioso y su cuerpo juvenil, ese que tanto habían vapuleado.

Tengo miedo de no lograrlo —seguía anonadada por la capacidad de aquel extraño de sonsacarle información, sin que ella se diese cuenta. ¿Lo hacía a propósito? Bathsheba estaba gusto hablando con él. —Es decir. No temo por mí, pero temo por ella. Sin mí, mi hija no tiene a nadie, y seguramente termine…termine en un sitio como el del que huimos —y la irlandesa se arrancaría el corazón antes de que Emily corriese con su mismo destino. Si algo tenía claro, era que nadie tocaría a su pequeña sin su consentimiento, que nadie la violaría, que nadie tendría un trato indebido hacia ella. Por su hija era capaz de morir, y también de matar. No había nada que no hiciese por Emily. No le importaba que ella representase a ese que la había arruinado. El haberla sentido en su vientre y haberla parido, fue suficiente para aferrarse a ella como la única posibilidad de redención. Bathsheba, como le había enseñado su verdugo, lo había obligado a él a pecar y a traicionar la confianza de Dios; y ella estaba convencida de que así había sido. Era como Eva, tentando a Adán a renunciar al Paraíso.
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Mensaje por Riagán O'Rourke Lun Feb 20, 2017 10:14 pm


“There are no words to express the abyss between isolation and having one ally. It may be conceded to the mathematician that four is twice two. But two is not twice one; two is two thousand times one.”
― G.K. Chesterton


Existía un código no escrito entre ellos, entre los que estaban en ese negocio tan engañoso, o eso le gustaba pensar a Riagán para no sentir que era un terreno sin ley, que deambulaba por un lugar sin justicia. A pesar de todo, aún no perdía ciertos principios que su madre le había legado; lo único que una mujer tan humilde con ella podía dejarle a sus hijos. Y en ese código, verdadero o inventado para el momento, creyó que estaba escrito que no podían embaucarse a sí mismos, como los gitanos que no se leen la mano entre ellos. Deseó pedirle a la desconocida —no dejaba de serlo— que se uniera a ellos, a Fergus y a él. Sabía que su mentor no era la persona más fácil, no recordaba que su primera vez, hubiera sido así de traumática. En cambio, tuvo que morderse la lengua, si esta mujer trabajaba con alguien más o lo que fuera, no podía robar su talento. Notó, también, que ella misma se subestimaba, aunque eso lo encontró más normal, no quitaba el hecho de que podía ser un error fatal en el trabajo de ambos. No podías dudar, no podías no creerte tu papel. Tu vida dependía de ella y debías aferrarte.

Giró el rostro ante la pregunta. Era una muy válida, una que él mismo se había formulado incontables veces y a la que a veces respondía de manera obvia, y que otras tantas le robaba el sueño. Se encogió de un hombro y pareció por un instante que esa sería toda su respuesta. Luego se acomodó, recargado en la baranda del balcón.

Supongo que depende —pronunció en medio de un suspiro—, es peligroso, ¿no lo crees? Creerte de manera tan fehaciente algo que no es verdad, que llegue el día en que no puedas distinguir —clavó esos ojos tan verdes como los valles de Irlanda, mismos que, debido al acento ajeno supuso ella conocería también. Hizo una pausa, como si reconsiderara lo que estaba diciendo y al final sacudió la cabeza.

No es tan difícil. Mentir y creértelo, quiero decir. Lo demás, queda en cada quien y su fuerza de voluntad, su habilidad para separar los mundos. Sólo tienes que, por un momento, olvidarte quien eres, pero no botar eso… no tirarlo lejos, sino guardarlo en algún sitio seguro, para que cuando tengas que regresar a ser tú misma, esté ahí, esperándote, como si se tratara de tu vestido favorito. Eso hacemos, portamos identidades como ropa, pero tenemos una que nos gusta más, nos va mejor y en la que nos sentimos más cómodos, la propia. No lo sé, así lo veo… —su voz se fue disminuyendo con la brisa nocturna, se fundió con las sombras.

No temas —de un movimiento rápido, estuvo frente a ella una vez más y la tomó del mentón para obligarla a verlo a los ojos—, huelen tu miedo, y no temerán usarlo en tu contra —le dijo meridiano. Serio, como si le soltara una advertencia—. Hazlo por tu hija, yo… no sé de dónde huyes, y quizá no es mi papel preguntar, todos huimos de algo, ¿no? Aunque presiento que lo tuyo es más real —la soltó suavemente—, si no quieres regresar a ese sitio, tu única salvación es mentir, y hacerlo de manera convincente. ¿Sabes? Te estuve viendo, tienes fallas, pero para ser tu primera vez, lo haces muy bien, y puedes arreglarlo, disfrazar el nerviosismo con algo que tenga que ver con tu futuro marido —le sonrió de lado, aconsejó y halagó porque era verdad, aunque Riagán no era de adular a nadie. De hecho, se trataba de un hombre bastante desapegado en todo aspecto, causa de ese mismo trabajo que adoptó. Lo hizo por eso, pero también, para infundirle confianza.

Otro consejo. No confíes en cualquiera. Pude ser un detective, o un policía, o un amigo de tu próximo marido. No lo soy, pero pude serlo. Es algo… complicado, pero en este negocio, nunca sabemos quién es nuestro aliado. Aunque, si te sirve de consuelo, si algún día nos volvemos a ver, sabrás que puedes confiar en mí —continuó de manera calmada, con un tono parecido al que Fergus usaba con él para hacerle sugerencias, aunque claro, Riagán era mucho más suave en sus modos.
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Mensaje por Bathsheba Vie Jun 23, 2017 11:26 pm

Aprendiendo a conciliar con sus poderes, la joven Bathsheba también había desarrollado una fuerte creencia por su propia percepción. Por eso, cuando se abrió con aquel que era su igual, sabía estaba depositando su pecado en un cofre seguro. Agradeció a ese Dios que tanto la había desprotegido, por haberla cruzado con alguien como él. Hizo propias todas y cada una de sus palabras, con la certeza de que iría a ellas cada vez que sintiera desesperación, cuando creyera que ya no podría con toda la farsa. No duraría demasiado, de eso estaba segura. Ese era el plan. No podían perpetuar ninguna actuación, pues caería fácil y no sería difícil que los señalaran. La cautela debía ser el estandarte, el sigilo. Y podía verlo en el hombre, que se acercó a ella con tanta destreza, que lo notó sólo cuando lo tenía a una imprudente distancia. Asintió suavemente a sus palabras, con los ojos bien abiertos, la mente atenta… Tragó con dificultad, producto de los nervios, y le costó volver a su propio eje cuando él finalmente se alejó.

—Eres muy generoso de compartir todo esto conmigo —no sabía bien por qué lo hacía, pero le estaba agradecida. —Me ha dado seguridad. Ojala…ojala alguien me hubiera hablado de esa forma alguna vez, hubiera sido agradable. Guardaré tus palabras, las haré mías… Me has enseñado, he aprendido y, a pesar de que soy una mujer inculta y sin estudios, tengo esto —apoyó su dedo índice en la sien izquierda- bastante ágil, como si alguien me hubiera compensado por todo —sonrió, con cierta amargura. Le hubiera encantado aprender a leer y a escribir, como todos los niños que vivían en el orfanato con ella. Sólo a Bathsheba –y a aquellos elegidos- se le prohibía el acceso a la educación. Y si bien en su momento no había entendido por qué, ahora lograba verlo con exactitud. Ella no servía con el cerebro activo, pues empezaría a cuestionarlo todo.

—Tengo ciertas…virtudes —continuó— que me permiten ver en quién puedo confiar y en quién. Estoy descubriéndolas —estiró la mano y delineó el brazo del estafador, a varios centímetros de distancia—, pero puedo ver tus colores. Estás claro, por eso sé que no me mientes, que no harán algo que me perjudique. Nunca me permitieron usar esto, porque era pecado, pero ahora lo veo como un don… —llevó ambas manos a la boca del estómago. —Sé que serán una ventaja en algún momento. No sé en cuál, pero lo serán…

—Espero que volvamos a cruzarnos, más exitoso, y yo sin tanto miedo —se atrevió a sonar divertida, como si la amargura que cargaba se hubiera disipado cual tormenta ante el poder innegable e irrefutable del Sol. —Tú sí, tú tienes la carta del éxito, puedo verla en tu mirada. Toma… —extrajo de un pequeño bolso una roca de color celeste pálido. Extendió el brazo, le tomó la muñeca, dejando la palma hacia arriba y depositó la piedra en el centro. Luego, lo cubrió con su mano libre. Cerró los ojos, sintió la calidez de su energía emanando hacia el objeto, un suave resplandor iluminó las extremidades superiores de ambos. En su mente, repitió aquella oración que le habían enseñado. Fueron segundos hasta que soltó. —Llévala siempre contigo, te cuidará de todo mal. Así, sé que nos volveremos a encontrar —volvió a sonreír, esta vez con alegría.
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La trama del pasado | Privado [Flashback] Empty Re: La trama del pasado | Privado [Flashback]

Mensaje por Riagán O'Rourke Dom Nov 19, 2017 11:15 pm


Esta mujer era un misterio, pero había sido bendecida con algo que él no tenía, mucho menos Fergus. Poseía una belleza obvia, esa que captura tu atención, y esa era su arma más valiosa, misma que aprendería a usar, ya la estaba usando.

Oh —expresó nada más al escucharla. Riagán desde luego conocía de seres sobrenaturales, debido a su trabajo. Fergus evitaba tratar de timarlos, por esas mismas habilidades de las que la mujer hablaba. No dijo nada más.

En cambio, se quedó atento y se sorprendió ante el pequeño regalo. Miró las manos de ambos con el ceño fruncido y luego a ella. Quiso decir algo pero no supo el qué, entonces decidió callarse, dejarla hablar. Sus palabras calaron hondo, aunque las sintió demasiado optimistas para un tipo nacido bajo un mal signo como él. Tanto era así, que ahí estaba, se dedicaba a estafar gente para vivir. ¿Qué éxito le deparaba a alguien con él? Ni siquiera lo merecía, pensó.

Gracias —musitó y se llevó la piedra azul al bolsillo del pantalón—, la cuidaré, y espero que sea verdad, que nos volvamos a ver. —Sonrió apenas, y eso porque Riagán no era de los que sonrieran mucho, no por otra cosas. Suspiró después.

Deberías regresar. La fiesta es en tu honor. Recuerda, mentón el alto, espalda y hombros rectos —le dijo—, sé que lo harás bien.

Pareció que ello se iba a despedir, incluso se movió en dirección a la puerta que conectaba el balcón con el lugar de la fiesta. Se detuvo y se giró.

Riagán, mi nombre es Riagán, recuérdalo por si nos volvemos a ver. Pero es un secreto, eh. —Le guiñó un ojo y entonces sí, dejó el balcón y regresó a donde estaba su mentor.

Fergus quiso pelearle su ausencia, que Riagán sólo estuvo atento a la chica. Cuando ella también regresó, notó que había hecho caso a sus consejos y se sintió orgulloso, a pesar de que apenas si la conocía. Sobreviviría esta, y muchas más noches.

TEMA FINALIZADO.
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