AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Parallels [Privado]
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Parallels [Privado]
«La sinfonía siniestra del bosque me destrozaba la razón; yo era presa de mi propio miedo y no sabía decir, con absoluta elocuencia, si aquella figura que veían mis ojos pardos, era completamente real...»
Garabateó con mano temblorosa aquellas palabras, dejando evidencia de la idea que había surgido de las aguas de su mente y sería el inicio de una futura historia. Su mente no paraba de idear nuevas aventuras para plasmarlas en papel y tinta; para Guillaume era imposible dejar a un lado su amor por escribir. Le apasionaba más que nada la literatura y cada día, el talento que tenía para narrar historias, iba creciendo, convirtiéndose en una flama que no se extinguiría jamás. Su mente solía ser muy inquieta, desde muy niño demostró esa cualidad, por ello solían decirle que era un distraído y quizas si había un poco de razón en esto, pero no se trataba de distraerse, sino que, mientras otros tenían la cabeza vacía, la de Guilaume era habitada por fantásticas historias.
Aunque, al igual que las muchas cosas que escribía, su vida también estaba en un constante vaivén de descubrimientos e intrigas; siendo un mercenario, los dramas más siniestros estaban a la orden del día y éstos eran motivo de inspiración. Solía cargar un pequeño libro de apuntes encima, para cerciorarse de no perder detalle de nada; tenía una memoria brillante y todo cuanto le interesara terminaba grabándose a fuego en su mente. Pero esta constante distracción y su labor alterna empezaba a disgustar a Ernest, su padre.
No tenía ánimos de hacer molestar a Ernest, por más que le fastidiara que lo dejara a cargo de determinadas misiones. Estaba completamente agradecido con él por tantos años de crianza y dedicación; llevarle la contraria y no compensarlo de alguna manera, hacía que Guillaume se sintiera un poco mal consigo mismo y se aferrara a la idea de que era un desagradecido, por más que Ernest le insistía en que no era así. Aún así, le dejaba bastante claro que necesitaban hacer sacrificios muchas veces para poder sobrevivir en una época tan falaz como aquella. El joven lo comprendía a la perfección y por ello es que doblaba la rodilla.
Mientras era asaltado por todos estos pensamientos, se paseaba con cuidadosa agilidad por los bosquecillos circundantes de la ciudad. Las zonas alejadas volvían a ser las protagonistas de su siguiente misión, aunque, esta vez no se trataba de algún cliente quisquilloso, sino, de la adquisición de armas. Por ser mercenarios, debían estar armados hasta los dientes, de ser posible. No podían confiarse de sus habilidades físicas para defenderse en determinadas situaciones a las que se veían continuamente expuestos y las armas les eran absolutamente necesarias. Como era acostumbrado hacerse, Guillaume era quien debía hacerse cargo de ello y por eso se dirigió al lugar de un conocido de su padre. Tenía una flojera descomunal, pero no le quedaba alternativa. Se ponía a esquivar los charcos como un crío o se detenía a recolectar alguna que otra cosa para realizar pociones.
Tanta fue su distracción que al poco rato terminó percatándose que un par de metros atrás, algo o alguien estaba siguiendo sus pasos. Rodó los ojos y prefirió continuar, esta vez con más cuidado, pudiendo escuchar el crujir de las hojas secas. Guillaume pensó que podría tratarse de alguien que se dirigía a la misma armería que él, pero, estando tan aburrido, decidió hacerle una pequeña bromita a quien, según él, lo perseguía. Mientras avanzaba, iba evocando lentamente en su mente las formas de la bruma, valiéndose de la humedad del ambiente para que ésta emergiera con facilidad y el lugar quedara bajo el dominio de una espesa niebla.
Cuando finalmente cumplió su misión, se dio cuenta de que había metido la pata y terminó perdido en su propia magia. Él tampoco lograba ver algo...
Y por eso Zéphyr siempre se queja... Debí traerme a Rex.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Parallels [Privado]
“For we all have
our own
twilights
and mists
and abysses
to return to.”
― Sanober Khan, A Thousand Flamingos
our own
twilights
and mists
and abysses
to return to.”
― Sanober Khan, A Thousand Flamingos
¡Ah! Matar, su trabajo, su forma de vida, su manera de contribuir a la familia. La culpa ahora era sólo una sensación deslavada en su interior, aunque a veces se sorprendía realmente angustiado y se daba cuenta que a pesar de la sangre que tenía sus manos y el estigma del lobo que marcaba el ciclo lunar, aún poseía un corazón que bombea sangre con la misma pasión que antes. El acto en sí, no dejaba de ser atroz; la cacería, la persecución, el constante reto a sus habilidades, eso era lo que verdaderamente le gustaba. La emoción, la intriga, el momento previo a consumar una ejecución. Esa adrenalina, sabía, no se experimentaba con ninguna otra cosa y quizá era por eso, porque amaba tanto esa avalancha de sentimientos, que era tan bueno.
Sin embargo, todo lo que rodeaba a su peculiar profesión le aburría, le parecía tedioso, aunque inevitable, como el ir a surtirse de parque y armas cada vez más sofisticadas. Era de la idea que una pistola no hacía al tirador, pero si se podía tener esa pequeña y ligera ventaja, no iba a desperdiciarla. De ese modo, se encaminó a uno de los lugares que frecuentaba para satisfacer esa necesidad.
A mitad del camino hacia allá, se percató que no iba solo. Más adelante alguien parecía dirigirse a donde él lo hacía. Sus sentido de lobo, agudizados tras la mordida pero que aún no controlaba, lo abrumaron a tal grado que, de ser una esencia conocida pasó a ser una maraña de sensaciones que no le decían nada. Sopesó sus posibilidades; regresar sobre sus pasos, poner más distancia entre ambos o fingir que nada sucedía. Sin embargo, sus cavilaciones se vieron interrumpidas cuando una densa niebla comenzó a cubrirlo todo.
Fue aminorando el ritmo de sus pasos. ¿De dónde había salido esa bruma? Hace unos segundos estaba todo despejado; quizá el ambiente en extremo húmedo por los temporales, mismos que provocaban que el camino a la armería estuviera fangoso, pero nada más. Gruñó y el sonido en su boca se escuchó más animal que humano. Si tuviera más práctica, su vista afinada por el lobo que habitaba en él, le serviría para guiarse mejor. Trató de concentrarse y avanzó, quizá podría dejar el banco de neblina si seguía su camino.
En cambio, lo que se encontró fue lo que, en un principio creyó, era un árbol delgado. Chocó directo contra él, la cabeza contra algo igualmente duro y se tiró al suelo sin importarle manchar su fina ropa confeccionada a la medida. Se llevó ambas manos a la cabeza, se dolió.
—Pero qué dem… —fue a decir pero cuando alzó el rostro para ver el árbol, se dio cuenta que no era tal cosa, sino una persona; la misma que iba delante de él—. ¿Qué caraj…? —Una vez más se interrumpió al lograr distinguir mejor al otro, ahora que estaba más cerca. O al menos, lo que podía ver a través de la calina.
Hugo frunció el ceño y olvidó el tremendo golpe que se había llevado en la cabeza, que de todos modos, dada su condición, ni siquiera era importante. Se puso de pie con la agilidad que sólo ser licántropo proporciona y clavó los ojos en la figura del otro muchacho, a quien todavía no alcanzaba a ver. Cualquier cosa que hubiera provocado esa densa niebla, era poderosa y Hugo comenzaba a creer que no era obra de la naturaleza.
—¿Sabes lo que sucede? —Preguntó alzando la voz para que el otro lo escuchara, como si el ambiente enrarecido no sólo dificultara la vista, sino escuchar también—. ¿O has sido tú? —no era indiferente a las potestades de los hechiceros. Uno fue quien informó a sus padres sobre su nueva condición de lobo.
Última edición por Hugo Dārziņš el Lun Oct 03, 2016 9:43 pm, editado 1 vez
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Parallels [Privado]
Quizá se había distraído demasiado con sus pensamientos, o simplemente, le daba pereza ser tan precavido. Guillaume solía ser muy distraído; por más que se empeñaran en recalcarle que debía tener más cuidado, él simplemente alzaba los hombros y continuaba en lo suyo, restándole importancia a los consejos de su padre y de sus compañeros. Estaba muy confiado de sus habilidades, pues, gracias a éstas, pudo salvar su trasero en varias oportunidades. A veces se preguntaba si estaba haciendo lo correcto; él había vivido gran parte de su niñez junto con unos monjes en las montañas, y ahora se dedicaba a hacer el trabajo sucio que algunos cuantos no querían hacer. Aunque, Guillaume no era quien se manchaba las manos con sangre, se encargaba de tender la trampa y hacer caer a la presa. Aquello era más que suficiente para sentirse ligeramente culpable. Pero la vida no le había dado otra alternativa; no en ese momento.
Bostezó tantas veces, que había perdido ya la cuenta. Se preguntaba a sí mismo si de verdad era necesario hacer aquello; era parte de la rutina de un sicario, pero también le aburría de manera monumental. Sólo pensar en la mirada de reproche de Ernest, lo hacía cambiar de idea y con resignación tuvo que apegarse a su búsqueda.
Conocía bien aquel trecho, pues lo había recorrido en veces anteriores. Era un lugar desolado, y con más razón. Estaba en una zona alejada, entre la espesura del bosque, para así evitar que cualquiera pudiera llegar ahí fácilmente. Quizá el dueño lo planeó de esa manera, como lo haría alguien experto en estrategia militar; al menos eso fue lo que le mencionó Ernest hacía ya varios días atrás. Fue por eso que le extrañó percibir a alguien más acercándose; sus sentidos estuvieron atentos a la presencia cercana y no pudo evitar usar sus poderes para confundir al intruso. Pero también reconoció haber metido la pata. Aquello fue, sin duda, una pésima idea de su parte; no pensó bien en lo que pretendía, y por hacerle caso a su innecesario sentido del humor, el otro personaje terminó tropezándose con él. Guillaume dio un brinco y se guardó un bufido. Fue alejándose con lentitud, evitando hacer ruido; sin embargo, la hojarasca no quiso cooperar. A eso se le añadía el enorme esfuerzo que hacía su mente para mantener la bruma en el lugar.
Escuchó la voz que provenía del otro lado de la pared que creaba la niebla; dedujo que se trataba de alguien joven. También, gracias a su magnífica percepción, dedujo que aquel no era un hombre cualquiera, cosa que no le agradó en lo absoluto. Guillaume se quedó pasmado en su lugar, jugando al tin marín en su cabeza, descartando posibilidades y aceptando otras. Concluyó en que debía salir corriendo, pero eso era algo indigno. Así que simplemente terminó aceptando que fue descubierto y dejó que la calina fuera desapareciendo.
—Ehm… sólo fue el bosque, supongo —respondió con desinterés, alzando los hombros—. Es común encontrarse con un paisaje nublado cuando se está en el bosque. Sólo es sentido común.
Mintió con descaro, algo que era inútil, pues era obvio que el otro muchacho estaba al tanto de lo que era. Sólo suspiró y se llevó una mano a la nuca.
—Vale, sí. Fui yo; estando en sitios así, no se puede confiar ni en los árboles —admitió—, a cualquiera le puede pasar. —Cruzó los brazos, observando con detenimiento al otro joven. Ese rostro le resultaba muy familiar—. ¿Ibas a algún lugar en específico o sólo estabas de paseo?
Bostezó tantas veces, que había perdido ya la cuenta. Se preguntaba a sí mismo si de verdad era necesario hacer aquello; era parte de la rutina de un sicario, pero también le aburría de manera monumental. Sólo pensar en la mirada de reproche de Ernest, lo hacía cambiar de idea y con resignación tuvo que apegarse a su búsqueda.
Conocía bien aquel trecho, pues lo había recorrido en veces anteriores. Era un lugar desolado, y con más razón. Estaba en una zona alejada, entre la espesura del bosque, para así evitar que cualquiera pudiera llegar ahí fácilmente. Quizá el dueño lo planeó de esa manera, como lo haría alguien experto en estrategia militar; al menos eso fue lo que le mencionó Ernest hacía ya varios días atrás. Fue por eso que le extrañó percibir a alguien más acercándose; sus sentidos estuvieron atentos a la presencia cercana y no pudo evitar usar sus poderes para confundir al intruso. Pero también reconoció haber metido la pata. Aquello fue, sin duda, una pésima idea de su parte; no pensó bien en lo que pretendía, y por hacerle caso a su innecesario sentido del humor, el otro personaje terminó tropezándose con él. Guillaume dio un brinco y se guardó un bufido. Fue alejándose con lentitud, evitando hacer ruido; sin embargo, la hojarasca no quiso cooperar. A eso se le añadía el enorme esfuerzo que hacía su mente para mantener la bruma en el lugar.
Escuchó la voz que provenía del otro lado de la pared que creaba la niebla; dedujo que se trataba de alguien joven. También, gracias a su magnífica percepción, dedujo que aquel no era un hombre cualquiera, cosa que no le agradó en lo absoluto. Guillaume se quedó pasmado en su lugar, jugando al tin marín en su cabeza, descartando posibilidades y aceptando otras. Concluyó en que debía salir corriendo, pero eso era algo indigno. Así que simplemente terminó aceptando que fue descubierto y dejó que la calina fuera desapareciendo.
—Ehm… sólo fue el bosque, supongo —respondió con desinterés, alzando los hombros—. Es común encontrarse con un paisaje nublado cuando se está en el bosque. Sólo es sentido común.
Mintió con descaro, algo que era inútil, pues era obvio que el otro muchacho estaba al tanto de lo que era. Sólo suspiró y se llevó una mano a la nuca.
—Vale, sí. Fui yo; estando en sitios así, no se puede confiar ni en los árboles —admitió—, a cualquiera le puede pasar. —Cruzó los brazos, observando con detenimiento al otro joven. Ese rostro le resultaba muy familiar—. ¿Ibas a algún lugar en específico o sólo estabas de paseo?
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Parallels [Privado]
“I believe that truth has only one face: that of a violent contradiction.”
― Georges Bataille, Violent Silence
― Georges Bataille, Violent Silence
Cuando sus enemigos, o aliados, lo veían por primera vez, sólo apreciaban a un niño mimado sin habilidades reales. Un chiquillo tratando se hacer el trabajo de un hombre. El enviado de su padre al que no se debe tomar muy en serio. Y Hugo estaba cansado de ello. Una y mil veces habían intentado tomarle el pelo, sin tener idea de con quién se metían. Tampoco es que se creyera el rey de mundo, bueno, tal vez a veces sí, pero entendía, inteligente como era, que tenía mucho que aprender todavía. Sin embargo, que el desconocido, detrás de la neblina, intentara mentirle tan descaradamente, le sentó mal. Torció la boca, aunque seguramente su acompañante no pudo verlo, y no dijo nada ante el engaño tan obvio.
No era sólo que trataran de verle la cara, sino que ni siquiera se esforzaran con un timo creíble.
Fue a decir algo. Quizá alguna palabra altisonante, sin embargo, en ese momento la neblina comenzó a disiparse. Entornó la mirada, el otro sujeto no estaba tan lejos y se esforzó por verlo, por distinguir sus rasgos, odiaba andar a ciegas. Luego simplemente alzó el mentón. Había visto a este joven en otro lado, estaba seguro. Si ambos iban rumbo al mismo lugar, tal vez se habían topado, no pudo precisarlo.
—Ya, entiendo —respondió sacudiéndose la ropa, aunque ésta estaba arruinada ya. Hugo era superficial a ese grado, no le gustaba andar sucio o desarreglado. Tampoco se quejó de ello, no era exagerado—. No, la verdad es que quería adentrarme en el bosque sin razón —respondió con sarcasmo. Sopesó si hablar con la verdad o no. La armería era un sitio clandestino, pero también un secreto a voces para los que, como él, necesitaban de abastecerse de armas. Incluso podría decirse que se trataba de un punto neutral, pues no era raro que cazadores fueran hasta ese lugar por nuevas pistolas y dagas para acabar con lo que eran como él —y el otro, un hechicero— y sin embargo, si se cruzaban ahí, no se hacían daño.
—Iba… para allá —señaló con vaguedad un sendero, el que conducía al lugar a donde originalmente iba. Pero tampoco fue específico—. ¿Y tú? —Preguntó inquisitivo mientras lo veía mejor ahora que la niebla casi se había disipado por completo. La idea de que lo había visto antes se hizo más fuerte en su interior. Como martillazos que no lo dejaban concentrar en nada más.
—Eh… —dudó, viendo en dirección a la armería, que todavía no se alcanzaba a ver desde ahí, como si de una tierra prometida se tratara—. ¿No nos hemos visto antes? —Giró el rostro y clavó los ojos en el inesperado acompañante. Quizá si le confirmaba que sí, y le daba un nombre para darse un Norte, pudiera decirle de una buena vez que iba por balas y pólvora, y ya no andarse con rodeos.
Sí, muchas veces en el pasado, Hugo no había sido tomado en serio, esa forma de ser suya no ayudaba para nada. Pero no importaba, se encargaba de demostrarlo insertando una bala entre ceja y ceja de uno de sus enemigos, sin mayor escándalo. Y ahí estaba la prueba, podía ser imprudente, hablar de más, hacer conjeturas incluso, sin embargo, no lo hacía, aunque andar así de puntitas le desesperara en demasía.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Parallels [Privado]
Sentirse descubierto no era algo que le agradara en lo absoluto. Para Guillaume, que alguien se diera cuenta de su presencia mientras intentaba ocultarse, era una gran falla de sus habilidades, y por supuesto, de sí mismo. Sr recriminaba que debía estar más atento a todo, en especial por dedicarse a hacer cosas que podían resultar peligrosas si no se iba con cuidado. A la más mínima falta, su cabeza podía rodar. Y eso era algo que no quería, no por ser un cualquiera aferrado a la vida, sino porque era como perder una gran lucha. Él tenía otros planes para un futuro cercano y ya se lo había hecho saber a Ernest, quien, aunque reacio, comprendió las intenciones del muchacho. Sin embargo, eso no significaba que Guillaume dejara de ayudarle en lo necesario. Era un hechicero suspicaz que en poco tiempo había logrado dominar sus dotes mágicas, y siempre era bueno contar con alguien así en el grupo. Por eso continuaba en ese trecho que conducía a la armería; por eso se sintió fugazmente molesto al verse sorprendido de aquella manera tan ridícula.
Pero no era sólo eso. Guillaume quiso atender a sus cavilaciones más profundas, queriendo desenterrar algún recuerdo que pretendía olvidar, como si de algo casual se tratara. No podía dejar de darle vueltas a la única idea de que aquel muchacho le era muy familiar, que probablemente lo conocía de algún lado, pero, ¿de dónde? Eso era lo complicado. Incluso se sintió un poco disperso, al punto de no prestar atención al camino, sino a quien hacía acto de presencia luego de que la calina se dispersara.
—¡Oh! Es divertido eso de andar en un bosque sin razón —hizo énfasis en la última palabra, simulando con los dedos unas comillas en el aire—. Yo siempre lo hago, ya sabes, París suele ser tan galante tantas veces, que me desespera. Los escritores necesitamos inspiración. —Mintió con descaro, mofándose de la situación, fingiendo demencia como él sólo sabía hacerlo. Pero la duda no sólo lo había atacado a él, sino al otro joven y fue cuando decidió no hacer más bromas—. Ah, ¿para allá? —Señaló el camino que conducía a la armería y le miró—. ¡Qué cosas! Yo también iba por ahí.
Y tal como lo había sospechado antes, él también se dedicaba a negocios no tan dignos. Era realmente curioso, aunque tampoco nada para alarmarse. Guillaume no se vio en la necesidad de presentir amenaza alguna, sólo tenía sus reservas por ese rostro tan familiar. Volvió a alzar los hombros, sin saber muy bien qué decir.
—Pues... —balbuceó—. ¿A mí? Verme, ¿seguro? —Y volvía a soltar tonterías, hasta que decidió concentrarse mejor y expresarse de manera correcta—. Pues, ¿qué te digo? No soy el único que tiene la idea de que el aparecido del bosque le es sumamente familiar. O sea, no sé, me parece que te he visto en alguna parte. —Hizo una pausa, tratando de convencerse si era prudente hablar sobre su padre y demás compañeros—. ¿Conoces a un tal Ernest de Beaune? Tiene una tienda de antigüedades en la zona comercial. Era un ex inquisidor. No lo sé, es lo más que puedo decirte.
Pero no era sólo eso. Guillaume quiso atender a sus cavilaciones más profundas, queriendo desenterrar algún recuerdo que pretendía olvidar, como si de algo casual se tratara. No podía dejar de darle vueltas a la única idea de que aquel muchacho le era muy familiar, que probablemente lo conocía de algún lado, pero, ¿de dónde? Eso era lo complicado. Incluso se sintió un poco disperso, al punto de no prestar atención al camino, sino a quien hacía acto de presencia luego de que la calina se dispersara.
—¡Oh! Es divertido eso de andar en un bosque sin razón —hizo énfasis en la última palabra, simulando con los dedos unas comillas en el aire—. Yo siempre lo hago, ya sabes, París suele ser tan galante tantas veces, que me desespera. Los escritores necesitamos inspiración. —Mintió con descaro, mofándose de la situación, fingiendo demencia como él sólo sabía hacerlo. Pero la duda no sólo lo había atacado a él, sino al otro joven y fue cuando decidió no hacer más bromas—. Ah, ¿para allá? —Señaló el camino que conducía a la armería y le miró—. ¡Qué cosas! Yo también iba por ahí.
Y tal como lo había sospechado antes, él también se dedicaba a negocios no tan dignos. Era realmente curioso, aunque tampoco nada para alarmarse. Guillaume no se vio en la necesidad de presentir amenaza alguna, sólo tenía sus reservas por ese rostro tan familiar. Volvió a alzar los hombros, sin saber muy bien qué decir.
—Pues... —balbuceó—. ¿A mí? Verme, ¿seguro? —Y volvía a soltar tonterías, hasta que decidió concentrarse mejor y expresarse de manera correcta—. Pues, ¿qué te digo? No soy el único que tiene la idea de que el aparecido del bosque le es sumamente familiar. O sea, no sé, me parece que te he visto en alguna parte. —Hizo una pausa, tratando de convencerse si era prudente hablar sobre su padre y demás compañeros—. ¿Conoces a un tal Ernest de Beaune? Tiene una tienda de antigüedades en la zona comercial. Era un ex inquisidor. No lo sé, es lo más que puedo decirte.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Parallels [Privado]
“Who wishes to fight must first count the cost”
― Sun Tzu, The Art of War
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Chasqueó, como si con ese sonido le dijera al otro «¿y ahora qué vamos a hacer?», podían estarse toda la tarde así, dando círculos y fingiendo que no sabían que ambos iban a la condenada armería y que probablemente se dedicaran a negocios non santos. Es más, que era casi seguro que de esas correrías ambos se conocieran. Por fortuna, el otro dio pie, abrió una posibilidad, rompió, al fin, el círculo que nos llevaba a ningún lado. Entonces Hugo lo miró intrigado, con el ceño ligeramente fruncido.
—Pues si ambos vamos apara allá, quizá podamos hacernos compañía —sentenció. Sonrió de lado. Sabía que no estaba engañando al otro, y tampoco había sido su intención. Luego se entretuvo con una pequeña roca del suelo. La pateó varias veces entre sus pies, con las manos en los bolsillos.
Por un segundo o dos, pareció que Hugo ya no estaba prestando atención; que se había olvidado del asunto tan fácil como un tronar de dedos. O el apagar de una vela. Sólo volvió a levantar el rostro cuando su acompañante le dio un nombre, y todo pareció embonar. Sonrió de lado y abrió ligeramente más los ojos, pero fuera de eso, no expresó demasiado; y eso era bastante, Hugo solía ser bastante demostrativo.
—Conocerlo, yo personalmente, no. Pero mi padre sí que lo hace —dijo entonces mostrando los dientes. Los caninos, desde su ataque, parecían más afilados de lo normal—. ¿Tienes algo que ver con él? Es decir, es evidente que lo conoces, sino no lo hubieras mencionado —agregó como si fuera lo más obvio del mundo—, pero ¿qué relación tienes con él? Verás, es gracioso… —y rio roncamente, masajeándose el tabique nasal con el pulgar e índice diestros—, ese hombre, Ernest de Beaune y mi padre son socios, por decirlo de algún modo —y era dejarlo suave. Podían ser tan aliados como enemigos. No los culpaba, a veces iban en pos de la misma meta.
Entonces se quedó expectante. Ambas cejas arriba, los ojos claros clavados en el joven y una expresión entre divertida y de duda. Entonces se movió, dio dos pasos en dirección a la armería y se detuvo, sólo para girarse un poco, y volver a verlo.
—Bien, ambos vamos para allá —hizo especial énfasis en la vaga dirección, porque ambos ya sabían lo que significaba—, así que, continuemos nuestro camino, y mientras me platicas si trabajas para de Beaune o qué. No sé, mi padre podría encontrar interesante cualquier información —se encogió de hombros y continuó andando. Era obvio que decía aquello de broma, ni en sus más locos sueños imaginaba que la información sobre el otro hombre llegara así en bandeja de plata. Sólo le reafirmaba a su acompañante que ambos parecían transitar los mismos caminos, y no se refería a los senderos del bosque.
—Ah —pareció recordar algo—, me llamo Hugo. Hugo Dārziņš —se presentó sin más pompa y sin tapujos. Sin ocultar su identidad. Era como una guerra de pandillas, y debía marcar su territorio. «No te temo», decirlo en cada movimiento y en cada palabra.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Parallels [Privado]
¡Pero qué par! Par de sonsos que unía el mismo trecho. Aquellos dos, aunque pareciera la primera vez que se encontraban, eran bastante similares, y no por el hecho de que eran, de alguna manera, sobrenaturales; bueno, más el otro muchacho que Guillaume, eso es fácilmente cuestionable. Sin embargo, las conductas que habían tomado, dejaban mucho que desear. Daba la sensación de que estaban jugando a los acertijos, como para determinar quién resultaba ser más astuto, pero no, sólo se hacían los desconfiados (o más bien tontos), mientras la insana idea de la familiaridad plagaba sus mentes. La situación hasta tomaba un tinte divertido, si se le quería ver de esa manera tan peculiar; ambos actuaban como dos adolescentes. ¿Qué pensarían sus padres si los vieran en esa actitud? Sabiendo que se dedicaban a negocios no sacros. ¿Y qué cliente de una armería clandestina es digno? La respuesta ya es predecible por sí misma.
Guillaume intuía que aquel joven le era perfectamente conocido, pero su memoria lo hizo a un lado. ¿Y si acudía a su magia para averiguarlo? No, no. Las cosas era mejor resolverlas de otra forma, aunque, claro estaba, él no solía resolver nada de modos tan moralmente correctos. No tenía muchas opciones, más que seguirle el juego al otro, un licántropo como su padre, de hecho. Se la llevaba bien con esos, esperaba que con éste no hubiera alguna excepción, aunque parecía que no, a pesar de su inminente desconfianza. Bien, él también se la había ganado con crear bruma y esconder el camino, y esas cosas que hacen los hechiceros por ocio.
Sin embargo, sólo bastaría un nombre para avanzar lo suficiente en esa extraña relación (sí se le podía llamar de ese modo), o más bien, coincidencia. Guillaume divagó, como siempre lo hacía; viajaba por pensamientos cósmicos, y luego de su viaje imaginario, decidió responder:
—Sí, compañía, sería... apropiado. Digo, es el mismo lugar, el mismo trecho, o sea —dijo, como si se tratara de cualquier cosa casual. Así era él, siempre tan... raro—. Bueno, ya, en serio. Creo que si seguimos dando tumbos, no vamos a llegar ni a ese árbol que tenemos en frente —se fijó en el lugar en el que estaban, percatándose de que esa frase quedaba fuera de lugar—. Creo que eso no aplica en nuestro caso.
Hizo una mueca. No se esperaba que la respuesta dada iba a ser tan acertada; aquel muchacho, y su familia, tenían algún vínculo con Ernest. Ahora comprendía mejor porque le resultaba conocido de alguna parte, sin embargo, no podía arriesgarse de improviso, debía actuar con el debido cuidado.
—¡Ya decía yo! Con razón te me hacías familiar. Era claro —hizo una pausa, observó a su alrededor, luego miró al otro muchacho—, nos conocemos. Pero yo no recuerdo ocasión en la que hubiéramos coincidido, o tal vez sería muy fugaz. —Pero eso no atendía a las cuestiones de su acompañante, cosa que notó unos segundos después—. Ah sí, es que yo soy hijo de ese Ernest de Beaune, y bueno, tiene muchos socios, por eso no te asocié con algún recuerdo de inmediato. Espera... ¡sí!
Avanzó de inmediato hasta él, quedando a su lado. Ahora todo cobraba mayor sentido; ese chico Hugo lo conoció en su adolescencia, aunque el evento fue algo casual y breve, a decir verdad. Ernest, a pesar de todo, tenía buena relación con la familia Dārziņš. Definitivamente iba a estar mucho más tranquilo.
—¿La armería? —Y hubo un gesto cómplice en su mirada, ese propio de los rufianes que tramaban algún crimen—. Es bueno coincidir con un conocido. Tal vez no te suene mi nombre, es Guillaume.
Guillaume intuía que aquel joven le era perfectamente conocido, pero su memoria lo hizo a un lado. ¿Y si acudía a su magia para averiguarlo? No, no. Las cosas era mejor resolverlas de otra forma, aunque, claro estaba, él no solía resolver nada de modos tan moralmente correctos. No tenía muchas opciones, más que seguirle el juego al otro, un licántropo como su padre, de hecho. Se la llevaba bien con esos, esperaba que con éste no hubiera alguna excepción, aunque parecía que no, a pesar de su inminente desconfianza. Bien, él también se la había ganado con crear bruma y esconder el camino, y esas cosas que hacen los hechiceros por ocio.
Sin embargo, sólo bastaría un nombre para avanzar lo suficiente en esa extraña relación (sí se le podía llamar de ese modo), o más bien, coincidencia. Guillaume divagó, como siempre lo hacía; viajaba por pensamientos cósmicos, y luego de su viaje imaginario, decidió responder:
—Sí, compañía, sería... apropiado. Digo, es el mismo lugar, el mismo trecho, o sea —dijo, como si se tratara de cualquier cosa casual. Así era él, siempre tan... raro—. Bueno, ya, en serio. Creo que si seguimos dando tumbos, no vamos a llegar ni a ese árbol que tenemos en frente —se fijó en el lugar en el que estaban, percatándose de que esa frase quedaba fuera de lugar—. Creo que eso no aplica en nuestro caso.
Hizo una mueca. No se esperaba que la respuesta dada iba a ser tan acertada; aquel muchacho, y su familia, tenían algún vínculo con Ernest. Ahora comprendía mejor porque le resultaba conocido de alguna parte, sin embargo, no podía arriesgarse de improviso, debía actuar con el debido cuidado.
—¡Ya decía yo! Con razón te me hacías familiar. Era claro —hizo una pausa, observó a su alrededor, luego miró al otro muchacho—, nos conocemos. Pero yo no recuerdo ocasión en la que hubiéramos coincidido, o tal vez sería muy fugaz. —Pero eso no atendía a las cuestiones de su acompañante, cosa que notó unos segundos después—. Ah sí, es que yo soy hijo de ese Ernest de Beaune, y bueno, tiene muchos socios, por eso no te asocié con algún recuerdo de inmediato. Espera... ¡sí!
Avanzó de inmediato hasta él, quedando a su lado. Ahora todo cobraba mayor sentido; ese chico Hugo lo conoció en su adolescencia, aunque el evento fue algo casual y breve, a decir verdad. Ernest, a pesar de todo, tenía buena relación con la familia Dārziņš. Definitivamente iba a estar mucho más tranquilo.
—¿La armería? —Y hubo un gesto cómplice en su mirada, ese propio de los rufianes que tramaban algún crimen—. Es bueno coincidir con un conocido. Tal vez no te suene mi nombre, es Guillaume.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Parallels [Privado]
La verdad era que Hugo se estaba divirtiendo, no podía mentirse. Aunque siendo fieles a la verdad, Hugo se divertía con cualquier tontería. Era fácil distraerlo, como un perro con una botella de cristal, y una piedra en su interior. Quizá lo canino siempre había estado en él y el ataque sólo ayudó a que saliera a flote. Fue a continuar, a ver cuánto más se hacían los tontos. Lo más gracioso del asunto, es que eran bastante conscientes del papel ridículo que estaba jugando. No obstante, el nombre encendió algún tipo de chispa dentro del otro.
Cuando se acercó, Hugo se dio cuenta que era bastante más alto. Sonrió con esa idea y parpadeó luego. Escuchó la explicación y empezó a asentir poco a poco, hasta marcar de manera definitiva el movimiento vertical de su cabeza. Un recuerdo, aunque vago, llegó a él. Desde que era licántropo poseía una mejor memoria, pero eso no había hecho que cosas de su pasado anterior estuvieran más nítidas. No era una habilidad retroactiva.
Entornó la mirada y se llevó el índice derecho al mentón. Claramente estaba tratando de recordar algo.
—Guillaume de Beaune —musitó, más para sí mismo que otra cosa. Se alejó dos pasos, y luego regresó sobre ellos. Lo repitió un par de veces, con el ceño fruncido y la expresión de concentración casi inverosímil, viniendo de él.
—Oh, joder, ¡por supuesto! Alguna vez fui a tu casa, o tú a la mía. No lo sé. Nuestros padres se reunieron para algo. De hecho, nosotros acabábamos de llegar a Francia, de eso sí me acuerdo bien, y mi padre buscaba aliados y socios, ya sabes —se encogió de hombros—, mira nada más donde nos volvemos a ver, de camino a la armería. Me pregunto qué diablos buscas tú ahí. No me malinterpretes, pero no luces del tipo que dispara una pistola. Aunque quién soy yo para juzgar, ¿no? Yo tampoco me veo como uno, o eso dicen —rio sombrío y burlón.
Suspiró largamente y se llevó ambas manos a la nuca, para dirigir después la mirada al cielo, ahora despejado sin la bruma que el otro había provocado. Comenzó a caminar con zancadas rectas, como un chiquillo a orilla de un arroyo.
—Vayamos pues, y quizá me puedas aclarar qué fue eso de antes. ¿Tu padre puede hacer eso? Ya sabes, las cosas con la magia —si mal no recordaba, el padre del otro joven era como él, pero bien podía estarse equivocando. Más si consideraba que le costó ubicar de manera más correcta el recuerdo de Guillaume en su memoria.
—Siempre es mejor visitar estos lugares acompañado. Varias veces he sido emboscado. No es como si me hubieran causado problemas —guiñó con arrogancia—, pero es tedioso, y todo eso —continuó caminando, aunque de vez en cuando se detenía para comprobar que era seguido por el inesperado compañero de travesía.
Además, también lo soslayaba para verlo mejor. Alto y apuesto («ugh, le gustaría a mi hermana», pensó), algo en él, también, le hizo verse a sí mismo, aunque no supo dónde o cómo exactamente.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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Re: Parallels [Privado]
¿Podía haber estado antes en una situación menos surrealista que esa? Por supuesto, su trabajo forzoso lo había expuesto a circunstancias extrañas y peligrosas, pero lo de aquella vez no dejaba de ser algo que, de alguna manera, resultaba diferente, divertido, y hasta un poco loco. Y lo afirmaba con rotundidad porque, al ser un hechicero, no significaba que tenía un amplio conocimiento de lo hilarante, o de cosas poco comunes. Desde luego, jamás descartaba... ¡Es que no podía creer tanta coincidencia! Ni siquiera en sus relatos más atrevidos contaba con tanta sorpresa. No por el motivo, sino por el personaje en cuestión. Su mente empezó a divagar; iba de un lado a otro, saltando imágenes, como lo haría un chiquillo evadiendo los charcos de agua abandonados por una lluvia pasajera. ¡Vaya comparación había hecho! Aunque, en el caso de ambos, las metáforas de ese estilo eran muy válidas.
Guillaume solía ser alguien sumamente distraído, y hasta un tanto olvidadizo. En su trabajo inusual simplemente se grababa los rostros de quienes requerían mayor atención. Sin embargo, con el resto solía añadir una equis muy grande y muy roja, pues sabía que su memoria no necesitaba desgastarse con tanta información. Tal vez por eso no logró recordar al joven con el que se topó ese día. Aunque, ya al haber transcurrido tiempo suficiente, se tuvo que convencer a sí mismo que era importante, sobre todo porque se trataba de algo relacionado con su infancia luego de haber abandonado el monasterio de los dominicos. ¡Y eso sí que tenía que ser sustancial! Prácticamente había dejado a un lado a un compañero de su niñez. ¡Qué niño tan malo, Guillaume de Beaune! Bien, nunca se había considerado alguien bueno, así que los calificativos de ese tipo sobraban.
Lo cierto es que, ya después de haber aclarado todo el tema de recordar cosas y personas, pudo sentirse un poco más en confianza. Y hasta pretendió que juntos siguieran el mismo trecho sin problema, pues se dirigían justamente a la armería, así que Guillaume no tenía muchos inconvenientes para que Hugo fuera a su lado, incluso hasta podían ir siguiendo una conversación curiosa. Quizá lo aceptaba con cierta gracia porque, aunque no podía creerlo del todo, toparse con alguien que era un poco más parecido a él, era como hallar una aguja en un pajar. La mayoría de los sicarios siempre mostraban mal aspecto, pero Hugo y él parecían ser un par de buenas excepciones, y eso, para Guillaume, se trataba de un avance importante. ¡No estaba solo en ese mundo de amargados!
—No sé cómo pude hacer caso omiso a eso, a lo de haberme olvidado de alguien conocido de antaño. Quizá mi memoria suele ponerse selectiva en determinados, no lo sé, es un misterio —contestó, alzando ligeramente los hombros, restándole la debida importancia a las palabras—. Yo no me encargo de las armas, esas se las dejo a otros. Yo tengo... otros métodos más sofisticados.
Dijo aquello con cierto deje de misterio, pero también burlón, hasta un poco arrogante, aunque siempre tenía razón. Ernest le enseñó a hacer uso de las armas para ciertas situaciones, sin embargo, debido a sus habilidades, Guillaume aún no consideraba aquello tan necesario.
Desechando la idea de inmediato, como solía hacer casi siempre, se llevó las manos a los bolsillos y empezó a caminar al lado del otro. Parecía reflexivo, y sí, lo estaba, aun así no dejó pasar tiempo suficiente sin decir una sola palabra. A veces pecaba de ser parlachín en exceso.
—No, Ernest no es mago, ni brujo, ni nada de esas cosas. Es licántropo, como tú. Al parecer soy el único que hace esas cosas extrañas —comentó, burlón, incluso rió entre los dientes—. A mí me desagrada venir aquí. La vía no es la mejor, además, vienen muchos tipos raros por estos lados, también inquisidores... Se me eriza el lomo con tan sólo pensar en ellos. —Pudo haber continuado criticando a los inquisidores, pero recordó algo, muy fugaz, lo suficiente para observar con interés al otro y decidir preguntar algo muy fuera de contexto—: ¿Y cómo se encuentra tu hermana? Creo recordar que no eras hijo único.
Guillaume solía ser alguien sumamente distraído, y hasta un tanto olvidadizo. En su trabajo inusual simplemente se grababa los rostros de quienes requerían mayor atención. Sin embargo, con el resto solía añadir una equis muy grande y muy roja, pues sabía que su memoria no necesitaba desgastarse con tanta información. Tal vez por eso no logró recordar al joven con el que se topó ese día. Aunque, ya al haber transcurrido tiempo suficiente, se tuvo que convencer a sí mismo que era importante, sobre todo porque se trataba de algo relacionado con su infancia luego de haber abandonado el monasterio de los dominicos. ¡Y eso sí que tenía que ser sustancial! Prácticamente había dejado a un lado a un compañero de su niñez. ¡Qué niño tan malo, Guillaume de Beaune! Bien, nunca se había considerado alguien bueno, así que los calificativos de ese tipo sobraban.
Lo cierto es que, ya después de haber aclarado todo el tema de recordar cosas y personas, pudo sentirse un poco más en confianza. Y hasta pretendió que juntos siguieran el mismo trecho sin problema, pues se dirigían justamente a la armería, así que Guillaume no tenía muchos inconvenientes para que Hugo fuera a su lado, incluso hasta podían ir siguiendo una conversación curiosa. Quizá lo aceptaba con cierta gracia porque, aunque no podía creerlo del todo, toparse con alguien que era un poco más parecido a él, era como hallar una aguja en un pajar. La mayoría de los sicarios siempre mostraban mal aspecto, pero Hugo y él parecían ser un par de buenas excepciones, y eso, para Guillaume, se trataba de un avance importante. ¡No estaba solo en ese mundo de amargados!
—No sé cómo pude hacer caso omiso a eso, a lo de haberme olvidado de alguien conocido de antaño. Quizá mi memoria suele ponerse selectiva en determinados, no lo sé, es un misterio —contestó, alzando ligeramente los hombros, restándole la debida importancia a las palabras—. Yo no me encargo de las armas, esas se las dejo a otros. Yo tengo... otros métodos más sofisticados.
Dijo aquello con cierto deje de misterio, pero también burlón, hasta un poco arrogante, aunque siempre tenía razón. Ernest le enseñó a hacer uso de las armas para ciertas situaciones, sin embargo, debido a sus habilidades, Guillaume aún no consideraba aquello tan necesario.
Desechando la idea de inmediato, como solía hacer casi siempre, se llevó las manos a los bolsillos y empezó a caminar al lado del otro. Parecía reflexivo, y sí, lo estaba, aun así no dejó pasar tiempo suficiente sin decir una sola palabra. A veces pecaba de ser parlachín en exceso.
—No, Ernest no es mago, ni brujo, ni nada de esas cosas. Es licántropo, como tú. Al parecer soy el único que hace esas cosas extrañas —comentó, burlón, incluso rió entre los dientes—. A mí me desagrada venir aquí. La vía no es la mejor, además, vienen muchos tipos raros por estos lados, también inquisidores... Se me eriza el lomo con tan sólo pensar en ellos. —Pudo haber continuado criticando a los inquisidores, pero recordó algo, muy fugaz, lo suficiente para observar con interés al otro y decidir preguntar algo muy fuera de contexto—: ¿Y cómo se encuentra tu hermana? Creo recordar que no eras hijo único.
Guillaume de Beaune- Hechicero Clase Media
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Re: Parallels [Privado]
Comenzó a caminar al lado de Guillaume. Había algo en el otro joven que reverberaba con inusitada fuerza en él también, y algo le dijo que su acompañante estaba consciente también. No sólo era su condición sobrenatural, sino algo más definitivo, porque Hugo era de la idea de que su recién adquirida licantropía no iba a definirlo, y así era con las demás personas, o seres sobrenaturales.
—Claro —dijo y con ello se giró para comenzar a avanzar de espaldas. Se sintió intrigado, y una pregunta vino a él rampante: ¿podía utilizar su licantropía para su trabajo? No, era diferente, Guillaume podía controlar lo que hacía, y él… bueno, una vez transformado no tenía idea de nada, por eso se alejaba durante las noches de luna llena—. Es una grandiosa ventaja la que tienes —terminó de decir, y le sonrió. Lo decía de corazón, y aunque no encontraba placer en arrancar vidas, sí que lo hacía en todo lo demás que significaba su posición dentro de su familia y el negocio de ésta; por ello mismo siempre estaba encantado de escuchar a otros hablar de ese mismo peligroso oficio, más aún, siendo de Beaune un hechicero.
—Oh —boqueó nada más. Le sorprendió que el padre de Guillaume fuera licántropo, no podía recordarlo tan bien como para precisarlo, quizá si lo viera ahora podría decirlo en un segundo, pero sus recuerdos al respecto no eran tan vívidos. También quiso preguntar sobre la Inquisición; por fortuna y hasta ahora, no se había topado con ningún miembro de tan peculiar organización, que él supiera, pero sabía que debía cuidarse de ellos. No obstante, la última pregunta restó importancia a todo lo demás, y casi tropieza.
En una muestra de agilidad, de hombre lobo y sicario, se giró a tiempo y logró poner un pie al frente, para evitar el estrepito. Carraspeó. Se sabía que Hugo y Alise eran muy unidos, siempre peleando, pero eran hermanos y eso era natural, y aún así, unidos, cómplices en toda fechoría.
—Sí, tengo una hermana. —Continuó avanzando, esta vez mirando al frente—. Es dos años mayor que yo…, que yo antes de mi ataque —aclaró, a pesar de que los estragos de la mordida aún no habían mermado en su desarrollo; sabía que ese era un asunto que tarde o temprano iba a pesarle, pero decidió no pensar en eso ahora—. Se llama Alise, se dedica al arte, ¿la conociste en su momento? —preguntó. Quería saber las intenciones de Guillaume, aunque trató de no parecer obvio.
Y es que el joven hechicero podía estar preguntando por mera educación, y aún así poner a Hugo a la defensiva. Alise era mayor, no obstante, él la veía como su hermanita, aunque no estaba necesitada de protección, más bien al revés, el mundo debía cuidarse de ella.
—¿Y tú? ¿Tienes hermanos? —cuestionó casual, y es que lo hacía sólo para no parecer uno de esos hermanos locos que celan a sus hermanas, aunque sí que lo era. Siempre le decía a Alise que era fea y aburrida, sin embargo, no lo creía, era la viva imagen de Larisa, su madre, y aunque siempre metida en ese mundo de ideas y colores, sin duda era alguien a quien querías conocer. Poseía ese mismo encanto desdeñoso que él—. ¿Tienen alguna… habilidad? Es decir, ya me dijiste que eres el único capaz de hacer magia, pero no sé, otra cosa. Sabía muy poco de este mundo antes de mi ataque, pero ahora veo que es… bueno, vasto y complicado. Parecen existir reglas implícitas, mismas que yo no logro entender del todo —declaró. Alguna vez le habían dicho que los vampiros se iban a convertir en sus enemigos naturales, y la verdad era que, aunque los encontraba insufribles, si su misión no era matar a uno, no lo hacía. Quizá dentro de él ganaba el aspecto de matón sobre el del lobo.
Hugo Dārziņš- Licántropo Clase Alta
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