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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Riagán O'Rourke Lun Abr 04, 2016 12:02 am


“The final mystery is oneself. When one has weighed the sun in the balance, and measured the steps of the moon, and mapped out the seven heavens star by star, there still remains oneself. Who can calculate the orbit of his own soul?”
― Oscar Wilde, De Profundis


Tenía tan poco tiempo en la ciudad que se le había antojado un nuevo inicio durante todo su viaje desde Dublin hasta Dover, que ahora no sabía qué hacer. París era todo lo que había imaginado y aún así, se sentía insatisfecho. Su viaje y su arribo no habían sido como los había planeado, pero tampoco se podía quejar. La única anomalía era esa chiquilla Murphy en la que por ahora no quería pensar.

Como recordatorio de la vida que dejó atrás en las islas, y como bienvenida al nuevo inicio, en esa metonimia que era su existencia entera, una metáfora continua y sin final, había recibido un recado apenas había llegado. Y eso, sin duda, era lo más extraño de todo. Se suponía que había huido de territorio británico porque Francia era un lienzo en blanco, ¿quién lo conocía ahí? Tan lejos del lugar usual para sus fechorías. No obstante, siendo un artista del engaño que debía forjarse un nuevo nombre, no podía desaprovechar la oportunidad. Con él, dentro el saco y escondida de la vista de todos, llevaba la fiel pistola que siempre lo acompañaba, irónicamente cerca de la cicatriz de bala que le había dejado el incidente en en su ciudad natal donde había muerto su esposa y su hijo nonato.

El mensaje que le había llegado era escueto. Apenas una dirección y un nombre, que le pareció un alias: Cagnazzo. No sabía para qué podía requerir sus servicios, sin embargo, la casa que estaba rentando no se iba a pagar sola, necesitaba el trabajo, ya se enteraría cuando llegara; en todo caso, parte de su trabajo no era cuestionar a su empleador. Al fin arribó al lugar acordado, una taberna que le pareció demasiado sórdida, aunque perfecta para usos de la reunión, donde los parroquianos, ebrios e ignorantes, pasarían por alto lo que se dijera esa tarde.

No conocía a su invitador así que se quedó en el umbral de la puerta, esperando. Nadie le prestó atención. ¡Qué bien se sentía ser un desconocido! Qué bien se sentía no estarse cuidando las espaldas, tener todo eso y más para cometer sus crímenes de cuello blanco, sin embargo, no podía dejar de ser desconfiado, quizá era eso lo que lo había mantenido con vida durante tanto tiempo. Aguardando y sin saber qué hacer, fue tomado por sorpresa cuando una mano lo sostuvo del hombro por la espalda. Dio un respingo y se giró.

Frente a él estaba un hombre, Cagnazzo, supuso. Lucía joven e iba muy bien vestido, incluso algo fuera de lugar en el mugriento local. Riagán se tomó un momento para observarlo. No dejar escapar detalles era fundamental. Al final, asintió.

Supongo que eres quien me citó aquí —dijo con aplomo. No era una pregunta. El irlandés tenía la suficiente experiencia como para adivinarlo—. Agradezco que me hayas elegido, aunque yo mismo tengo un par de preguntas —cómo supo de él, por ejemplo. Quizá su fama como pupilo de Fergus lo precedía, pero aún así, era mucha la distancia que lo separa de aquello. Sin embargo, le dio la sensación que su acompañante era de esos que tenían sus métodos para enterarse de las cosas.
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Mensaje por Cagnazzo Miér Abr 20, 2016 11:02 pm


Dicen que los seres inmundos de los Viejos Tiempos acechan
en oscuros rincones olvidados de la Tierra,
y que aún se abren las Puertas que liberan, ciertas noches,
a unas formas prisioneras del Infierno.

—Robert E. Howard.




Se quedó meditando un largo rato sobre la decisión que había tomado. Cagnazzo no veía necesario tener que contratar a un estafador, y menos, siendo él un habilidoso en esa faena (sí así puede llamársele); además, llevaba la marca del octavo círculo, el fraude estaba en su esencia, por lo que no comprendía la insistencia de Malacoda en que hiciera algo así. Ni siquiera lo consideraba importante para el plan que había ideado el vampiro. Sin embargo, luego de haberse pasado bastante tiempo atando cabos sueltos, se dio cuenta sobre la enorme ventaja que tendría si lo hacía. Él, como político, siempre necesitaría de un tercero para hacer el trabajo sucio. Pero no cualquier tercero. Tenía que ser alguien audaz, del que tuviera que desconfiar y confiar al mismo tiempo; tenía que ser un as en lo suyo, una persona con un talento inigualable para ello. Y finalmente, luego de tanto buscar entre sus conocidos, dio con un hombre que cumplía con las expectativas que tenía en mente.

Contactó con Riagán O'Rourke apenas tuvo detalles sobre éste, y en cuanto lo hizo, le habló a Malacoda para participarle sobre quien sería el nuevo peón del grupo. Las ordenes eran bastante claras, tenían que buscar la manera de hacerse con toda la información sobre las embarcaciones que llevaban piezas de gran valor hacia el museo. Luego de que Caraffa se obsesionara con la idea de obtener algo que se hallaba en las ruinas del antiguo Egipto, Los Custodios no tenían descanso y fijaron su atención, tanto en el Louvre, como en el Museo Británico, conociendo las muchas expediciones que se estaban realizando para la exhibición de reliquias antiguas en estos lugares. Lo que podría representar una enorme desventaja para la logia liderada por el Papa.

Cagnazzo no solía frecuentar lugares como la taberna, en realidad, le parecía un lugar despreciable y maloliente, lleno de hombres grotescos, sin una pizca de inteligencia. Aunque, claro, no a todos podía meterlos en el mismo saco. Así como él decidió pautar un encuentro ahí, otros, que también querían resolver algún negocio clandestino, escogían el sitio por lo extrañamente seguro que podía ser. Se podía conversar con cierta libertad, pero aún así, no había que bajar la guardia del todo. Cagnazzo lo sabía perfectamente, por eso, cuando atravesó el umbral del sucio local, barrió con la mirada todo el espacio, guardándose todo rostro que había coincidido con su mirada. Avanzó con cautela, hallando entre los hombres que ahí estaban, a quien había citado. Estaba de espaldas, logró saber que era él porque cumplía con la descripción que tenía; además, era extraño encontrar pelirrojos en la ciudad.

Colocó una mano en su hombro para llamar su atención. Lo observó de manera inquisitiva mientras le hablaba, y ante sus palabras, Cagnazzo se aclaró la garganta y asintió.

—Supongo que sí. De igual manera también tengo mis preguntas, caballero, pero por educación, me gustaría escucharlo primero —respondió con sencillez, buscando algún lugar vacío en donde no pudieran interrumpirlos—. ¿Le parece si buscamos una mesa algo retirada? Con tanto escándalo se hace difícil platicar con tranquilidad. —Sugirió de inmediato. La condición natural de Cagnazzo le hacía repudiar el ruido y los olores excesivos, así que prefería alejarse—. No estoy acostumbrado a estos sitios, pero las alternativas en la ciudad son escasas.
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Mensaje por Riagán O'Rourke Mar Mayo 24, 2016 11:15 pm


“Nothing makes us so lonely as our secrets.”
― Paul Tournier


Con la mano extendida se acomodó el cabello rojo, aún estudiando a su patrón temporal, si es que aceptaba el trabajo, aunque Riagán no era remilgoso en ese aspecto. Tenía sus reglas, pero supuso que si el hombre lo había contactado, ya las conocía. Sonrió de lado ante la irónica respuesta y decidió que de entrada ya le caía bien.

Por supuesto —asintió y oteó el lugar para buscar una mesa con las características que pedía el hombre al que sólo conocía como Cagnazzo. Debajo del rellano de una escalera había un lugar con dos sillas y un florero en medio, con una rosa blanca marchita, adorno que no tenía ninguna otra mesa. Quizá alguien la había olvidado. Con pereza levantó el brazo y señaló ese punto y comenzó a caminar entre la gente.

Ni qué lo diga —agregó soslayándolo mientras caminaba. Era obvio que ese hombre no frecuentaba sitios como aquel. Riagán tenía experiencia en tugurios, no podía ponerse exigente a la hora de hacer todo lo que estuviera en su poder para consumar un trabajo, y sin duda, éste era uno de los peores que había pisado. Tampoco es que se espantara.  

La verdad es que aún me falta conocer París —continuó al tiempo que alcanzaba la mesa y arrastraba una silla para sentarse, fueron palabras temerarias pues eso podía significar una debilidad—, aunque supongo que eso usted ya lo sabe; que acabo de llegar a la ciudad —levantó la vista con suspicacia y luego se sentó; ese era el verdadero motivo de su declaración. Hizo a un lado el florero y entrelazó las manos, mismas que descansó sobre la superficie de la mesa.

Mis preguntas son sencillas, señor Cagnazzo —se rascó la nariz y por cómo dijo aquel apelativo, daba a entender que una de sus cuestiones, definitivamente no sería el nombre verdadero del otro; no era su papel—. Tengo curiosidad de cómo se enteró de mí. Puede no entrar en detalles si eso delatara algo confidencial, entiendo cómo son esas cosas. No puede culparme por querer saber, como le dije, acabo de llegar a Francia, no esperaba tener un trabajo tan pronto —alzó la mano para llamar la atención del tabernero, pues pedir meseros a un cuchitril como ese era pecar de ingenuidad.

Un whisky por favor, y para el caballero… —habló fuerte para ser escuchado y no terminó la frase, para que Cagnazzo pudiera hacerlo y pidiera su veneno de elección. Riagán estaba jugando con fuego, y lo sabía. No llevaba ni una semana en París y ya estaba bebiendo nuevamente. Confió en su autocontrol, aunque el irlandés era de esos que sospechaba hasta de su sombra.

Una vez que el hombre que atendía el lugar fue a por sus bebidas, volvió a concentrar su atención en Cagnazzo. Le sonrió; pero le sonrió de ese modo que sólo Riagán conocía, había algo educado y distante, algo ladino y travieso y algo curioso y ávido. Era la sonrisa de un estafador, no cabía duda; aunque sólo aquellos bastante observadores podrían darse cuenta.

¿En qué estábamos? Ah, sí… el cómo supo de mí. Y ya que estamos en las preguntas, podríamos entrar de lleno en materia —habló con desfachatez y aguardó. Había clientes que eran más dados a andarse por las ramas, otros eran jodidamente directos, no podía adivinarlo y Cagnazzo le demostraba muy poco; era un hombre, adivinó, acostumbrado a guardar secretos.
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Mensaje por Cagnazzo Lun Jun 20, 2016 11:11 pm

En aquellos ojos espantosos se reflejaban todas las cosas sacrílegas
y todos los malignos secretos que duermen en las ciudades sumergidas,
que se ocultan de la luz en las tinieblas de las cavernas primordiales.

—Robert E. Howard.




A diferencia de Malacoda, Cagnazzo solía acudir al soborno para tener peones a su favor y que éstos, como era de suponerse, hicieran el trabajo sucio. Era más que un experto en aquello, y por esa misma razón, el Tribunal de Los Custodios le pidió encarecidamente que se encargara de encontrar a alguien tenaz para cumplir con determinadas tareas, así a ambos no los relacionarían nunca con los sucesos próximos a ocurrir. El extraño grupo solía estar detrás de muchas situaciones que traían consigo terribles consencuencias. Y no era para menos, siendo demonios, su único objetivo era la destrucción del hombre, a quien hundían cada vez más en sus propias miserias.

***

Al detallar mejor el lugar, confirmó, por enésima vez, que era bastante desagradable para su gusto y que hubiera sido mejor acudir a otro sitio más sobrio que ese. Pero al dar con su invitado entre la muchedumbre de aquella taberna, prefirió ignorar todo el aspecto nauseabundo de la estancia y se centró en lo verdaderamente importante; además, siendo él un demonio, se alimentaba de todo lo que ahí ocurría, por más que el buen humor no estuviera muy a su favor. Cargar con la "maldición" de la luna llena no era algo que le fuera muy agradable. Por eso, cuando aquel hombre accedió a su petición de hallar un lugar alejado, sintió que se quitó un peso más de los hombros. Podrían tener una conversación sin mayor incoveniente.

—Gracias —dijo, a pesar de que hacer mención de aquella palabra era absolutamente innecesario. Pero podía más su manía de mantener su estatus, que cualquier otra cosa—. Yo tampoco soy de esta ciudad, vengo de Tolosa, para ser específico.

Resumió, decidiendo finalmente en tomar asiento en la mesa que poco antes le había señalado su acompañante. Echó un último vistazo a dos hombres del fondo, quienes cuchucheaban entre sí. Al tener tan buen oído, logró reconocer algunas palabras y éstas le revelaron la labor de aquellos. Eran inquisidores. Sólo que éstos estaban tan ebrios, que a Cagnazzo le resultó repulsivo. Volvió nuevamente su atención a Riagán, analizando detenidamente sus palabras y hasta sus gestos al expresarse. Eso le proporcionaría información relevante para saber si su elección había sido la correcta.

—Un vino —respondió sin siquiera desviar la mirada de su objetivo. Estaba de más decir que ya había percibido la cercanía de aquel sujeto a varios pasos de distancia y sólo continuó el hilo de la conversación cuando lo creyó conveniente—. Entonces puede considerarse afortunado... o no. Todo depende de su juicio, señor O'Rourke. No todos tienen la suerte, si así puede decirse, de tener un trabajo al estar en una ciudad extranjera. —Hizo una pausa y apoyó un antebrazo en la superficie de la mesa, tamborileando los dedos en la madera, sintiendo la textura áspera de ésta con gran precisión—. No se preocupe, es perfectamente comprensible su duda. No voy a juzgarlo por eso; yo estaría en las mismas condiciones si alguien en un lugar nuevo, y desconocido, se contactara conmigo.

Esta vez fue él quien sonrió. Era una sonrisa ladina, sutil y enigmática, algo que podría resultar una paradoja para él mismo. Cagnazzo sólo mantenía estos gestos finos cuando algo estaba resultando de su agrado. Pero igual debía mantener la guardia, por más que fuera un auténtico guardián del averno, no dudaba de las habilidades y mañas de algunos hombres; había sido testigo de ello en tantas vidas, que ya estaba acostumbrado.

—Un político siempre guarda sus mejores cartas, señor O'Rourke. Mis contactos son los causantes de esta reunión; necesitaba, mejor dicho, necesito a un hombre audaz para cierta labor y su nombre apareció entre varios candidatos. Los demás me decepcionaron, así que me incliné por su reputación —mencionó con seguridad, justo cuando su sonrisa terminó desvaneciéndose y sus ojos verdes parecían dos cuencas oscuras, algo que duró apenas unos segundos—. Dígame una cosa... ¿Qué tan bueno es con los disfraces y las apariencias? Le proporcionaré todo lo necesario si es usted una persona hábil en esto. Aparte de pagarle de manera generosa por sus servicios.
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Mensaje por Riagán O'Rourke Miér Ago 17, 2016 11:17 pm


“If you pass something every day and it has a little character, it begins to intrigue you.”
— Frank Auerbach


Quizá la sonrisa de Riagán se vio eclipsada por su bigote pelirrojo, pero ahí estuvo, esa que le ganó el mote de leprechaun, mismo que ahora odiaba con tanto fervor. El sujeto era lo suficientemente interesante como para mantenerlo intrigado aún si no existiera un negocio de por medio. Era casi como si la transacción fuera un simple extra. Sabía muy bien que en esa profesión suya, tan peligrosa e incierta como era, ese tipo de conexiones era inútiles, sin embargo, hasta la fecha (y dejando de lado lo que sucedió con Íde) lo había hecho bastante bien. Le gustaba encontrar ese tipo de situaciones porque se terminaba por conocer a demasiada gente como para no identificar a los que realmente destacaban.

Fue a hablar, pero por sobre el hombro de su invitador y posible futuro patrón por lo que durara el trabajo, vio acercarse al tabernero con sus bebidas en una desgastada charola de madera tallada, cuyos bordes estaba lastimados. Guardó silencio y observó cómo el whisky y el vino eran dejados frente a ellos en el orden equivocado, además, un pequeño tazón con semillas. Con la mirada pareció comunicar paciencia y en cuanto el hombre dio la espalda, estiró ambos brazos para dejar los tragos en el lugar correcto. Sin más preámbulo, tomó el vaso corto y dio un trago al líquido ambarino. ¡Rayos! Era el peor whisky que había probado en su cochina vida. No quería imaginarse el vino, que seguramente sabría a vinagre. Luego del bol tomó un par de nueces de la india y se las llevó a la boca. La sal le ayudó a tolerar el whisky.

Ya veo, del sur de Francia —retomó la conversación—. Aún me falta conocer mucho te este país, pero todo a su tiempo, supongo —continuó—. Si es buena o mala suerte, eso está por verse, no me gusta adelantarme. En este negocio es peligroso dar por hechas las cosas. En fin… me intriga mucho lo que tiene que proponerme, me halaga también que sus contactos y usted mismo hayan acudido a mí. ¡Me siento como una celebridad! —Soltó con sorna y rio. Volvió a estirar la mano, tomó whisky y luego un pistacho que abrió con facilidad con una sola mano.

Así qué político —reflexionó, pero fue más un asunto personal. No sería la primera vez que trabajaba para uno, aunque bien sabía que eran los más peligrosos, incluso más que algunos maleantes encarcelados ahora mismo. Como fuera, eso no importaba, sólo le daba indicios de qué tanto cuidado debía tener (entiéndase: mucho). Suspiró—. Bueno, ya quedamos que mi fama me precede, así que digamos que tengo algo de habilidad con los disfraces y las identidades, mi trabajo es aparentar algo que no soy todo el tiempo, así que… esa parte está cubierta —sonrió de nuevo, pero era un gesto medido, de negociante. No estaba ahí para hacer amigos y le quedaba claro que su contraparte tampoco.

Del pago… espero que sus contactos le hayan informado bien, pero mis servicios no son baratos, aunque creo que eso no será impedimento. Podemos hablar de eso después, ¿no? —Era así. Nunca hablaba de dinero en un primer encuentro. No era inteligente y a veces incluso podía ser algo ofensivo para sus futuros posibles empleadores que solían ser como Cagnazzo, hombres con recursos.

Así que, podemos continuar. Debo saber más detalles. Aunque debo ser claro —se puso muy serio—, ya me tiene intrigado y ese es el primer paso para que yo acepte —antaño, podía darse el lujo de decir que no a alguna misión, hoy en día simplemente no podía, pero mantenía esa actitud ante su siguiente empresa, pues era mejor tomar al toro por los cuernos.
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Mensaje por Cagnazzo Sáb Dic 03, 2016 11:03 pm


Además, un lobo marino tan anciano
debe haber presenciado multitud de cosas
mucho más emocionantes en los lejanos días
de su ya casi olvidada juventud.

—H.P. Lovecraft, El Anciano Terrible.




La velada no había resultado una pérdida de tiempo, no hasta ese momento. Dada su mala experiencia con candidatos anteriores, Cagnazzo no guardaba tantas esperanzas en un principio; sin embargo, la plática iba tornándose interesante. Podía notar suspicacia en las expresiones de Riagán; esa sonrisa podía ser sólo de un zorro astuto. Eso, sin duda, agradaba al Custodio, quien escuchaba atento las palabras del otro hombre. Malacoda había hecho una magnífica recomendación, pero no quería apresurarse a tales afirmaciones. Se notaba que aquel sujeto no era ningún idiota (tampoco deseaba que lo fuera). Tenía que saber más; probarlo de diferentes maneras; después de todo, él era el guardián del octavo círculo. Si alguien era un especialista en el fraude, era Cagnazzo.

Observó las bebidas con desagrado, aunque no haya probado gota alguna del licor, por el olor ya sabía que sería una pésima idea beber siquiera un poco. Simplemente ignoró el vino y lo dejó a un lado. A la distancia podía escuchar conversaciones corrientes; a pesar de que la taberna podía ser un sitio de encuentros para concretar negocios interesantes, esa noche sólo reunía borrachos de diferentes índoles. Las desdichas del mundo parecían concentrarse en un mismo lugar, de eso no tenía la menor duda.

—Así es, del sur. Una de las sedes más importantes de la Inquisición durante la Edad Media — expresó con orgullo, pues él descendía de un poderoso linaje oriundo de dicha ciudad—. Pero, eso es lo que menos importa ahora. No está aquí por turismo, aunque podría ser un excelente disfraz —agregó, acompañando las palabras de una extraña sonrisa—; no dudo de su capacidad para ello. —Volvió a observar el vino con desdén. No iba a probarlo; ya el olor se estaba volviendo repulsivo, tanto, que sencillamente vació el contenido en el suelo—. Disculpe, pero no termino de acostumbrarme a esto. Quizá no fue lo correcto, porque los mortales no nacimos para eso. Somos tan defectuosos como los desastres de la naturaleza.

Y más que ser una simple expresión, era la pura verdad. Ya había existido lo suficiente como para no reconocer semejante teoría; incluso, él mismo podía entrar dentro de ese grupo, a pesar de su estatus oculto.

—Y dejando a un lado la introducción filosófica, me centraré en detalles sustanciales —dijo, luego de una breve pausa—. Ya lo del dinero sería lo de menos; me han dicho sobre el precio de sus servicios y no me es una cantidad exagerada. Es más, creí que cobraría menos. —Y más si se trataba de su casi inagotable fortuna, y la de los demás Custodios—. Verá, le he preguntado sobre los disfraces porque este trabajo necesita a un buen timador. Tendrá todo lo necesario para mezclarse entre la clase alta allegada a las grandes casa del arte en Francia —explicó—. Es importante lo que le dije, porque luego deberá ingresar al Louvre como mecenas. En el departamento de Arqueología está un amigo mío, pero no deben verlos juntos; necesitamos conocer todo acerca de los envíos que llegan al museo, incluidas donaciones. Me tendrá que informar con detalle cada movimiento —sentenció, mientras se acomodaba en el asiento. Luego, recargándose un poco más de la mesa, acercó su rostro a Riagán—. Son órdenes del Santo Padre. Soy allegado del Papa y hay algunas piezas de coleccionistas y artistas que deben estar en la bóveda del Vaticano y no en museo. Es por simple respeto a nuestra institución. Y no, no soy inquisidor, eso sería demasiado indigno para mi persona.

Cagnazzo había tirado la primera carta. Sabía que aquello no era sencillo de realizar, pero bastaban las influencias de Los Custodios para poder obrar bien.  

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Mensaje por Riagán O'Rourke Lun Ene 23, 2017 5:07 pm


“You realize that our mistrust of the future makes it hard to give up the past.”
― Chuck Palahniuk, Survivor


Observó sin inmutarse cómo el señor Cagnazzo tiró el vino. No lo culpaba, él quería hacer lo mismo con el horrendo whisky que estaba bebiendo, y eso que Riagán era muy poco exigente con las bebidas alcohólicas. Asintió nada más, sin responder. Encontró curiosas sus palabras, pero no les dio más importancia. Era sólo conversación, pensó.

Quizá deba subir mi tarifa —rio de buena gana antes de volver a darle un trago a ese pésimo whisky que tenía en el vaso. Dejó poco, y prefirió terminarlo de una buena vez. Gruñó ante el horrible sabor e incluso sacudió la cabeza. Estaba en eso, mirando el fondo del vaso ahora vacío, cuando el hombre continuó.

Lo escuchó, desde luego y creyó que era una tarea bastante sencilla de infiltración, que para colmo, involucraba arte, uno de sus fuertes. Fue a apuntar eso cuando lo siguiente si lo descolocó y agregó un nuevo riesgo a toda la operación. Dejó el vaso sobre la mesa y se acomodó en su lugar. Tosió y prolongó el momento de dar una respuesta tanto como pudo; simplemente estaba sopesando la situación. No había sido un estafador solicitado allá en Irlanda por nada.

Ya veo. Si tenemos un contacto dentro, eso lo facilita. Sólo… estoy un poco dudoso respecto al tema del Vaticano. No suelo involucrarme con instituciones tan grandes, tienen mucho poder, y luego pueden chantajearte —nunca supo con exactitud qué había pasado con Fergus en Inglaterra que lo hizo regresar a Dublín, pero había escuchado algo por el estilo. No necesitaba más lección que esa. Carraspeó incómodo—. No me malinterprete y me tome por cobarde, por favor. En este oficio uno debe cuidarse de todos lados, ustedes debe de saberlo bien. Sólo… quisiera alguna garantía. No sé, quizá que sólo usted, y tal vez su contacto, conozcan mi rostro y los detalles —estaba negociando.

Sería tonto de su parte simplemente decir que sí a todo, por mucho que necesitara el empleo. En todo caso, estuvo seguro que el hombre frente a él sabría que así se hacían las cosas. Era un estira y afloja hasta llegar a un punto medio que pudiera satisfacer a ambos. Si bien Cagnazzo era quien pagaba, Riagán era quien se estaba exponiendo. Por eso mismo le disgustaba tanto que menospreciaran su labor, como si fuera dinero fácil. Hacer lo que él hacía, de sencillo tenía muy poco.

Del resto no debe preocuparse. Puedo hacerlo. Es un trabajo con sus complicaciones, pero me gustan los retos —sonrió. De nuevo era su habilidad de mercader la que hablaba. Claro, le exponía sus inquietudes, pero al final dejaba claro que no había mejor hombre para conseguir la meta. Había aprendido todo ese tipo de sutilezas de Fergus, y ese hombre había sido el mejor en ese arte, el de la mentira, las máscaras y el engaño.

Espero que, fuera de mi pequeña consternación —hizo un ademán con la mano, con el pulgar e índice indicó tamaño, uno  muy pequeño, e incluso medio cerró un ojo—, podamos concretar. Pocas veces me topo con casos tan llamativos —sonrió, de nuevo, inclinándose un poco al frente, ávido.


Última edición por Riagán O'Rourke el Jue Abr 20, 2017 9:39 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Cagnazzo Dom Mar 19, 2017 4:22 pm

Cagnazzo no hablaba por sólo dejar salir las palabras, no, él en realidad meditaba muy buen todo antes de hablar, sobre todo cuando se trataba de determinados casos. Tratar con estafadores, ladrones, impostores, y demás, era parte de su día a día, por lo que ya estaba acostumbrado a ciertas reacciones por parte de éstos. Como buen político, sabía cómo obrar, y desde luego, lo que quería; como demonio, el fraude era parte de su esencia. A alguien de su tipo no se le escapaba nada, ni el más mínimo detalle, especialmente cuando deseaba llegar a un objetivo importante, no sólo para él, sino para Los Custodios.

Tratar con Riagán no había sido complicado, lo único que le generaba cierto hastío era encontrarse en esa pocilga, pero no le quedaba de otra, tenía que aguantar. Al menos hasta que el negocio terminara de concretarse; para su fortuna, todo marchaba conforme a los planes. Este detalle hizo que desviara su atención del desagradable olor del whisky y demás aromas pésimos que se paseaban por todos los rincones de aquella taberna de mala muerte. Sopesaba en silencio las palabras dichas por el hombre, ni siquiera se molestó en apartar la mirada de éste, estaba estudiándolo, asegurándose de que fuera el candidato perfecto para semejante misión luego de que dejó caer su primera carta. Era obvio, la tarea resultaba arriesgada, en especial, por quien se estaba tratando desde un principio. Riagán pareció comprender que no estaba frente a cualquier hombre que necesitaba de un estafador, que no era cualquier político, sino, que lidiaba con alguien poderoso dentro del círculo cercano al líder de la Iglesia Católica. Y para Cagnazzo estaba bien que así fuera, le gustaba imponerles retos a los mortales, de explotar todo su potencial para saber hasta dónde eran capaces de llegar.

—Puede pedir más de lo que está acostumbrado a cobrar, por eso no hay problema. Sólo se le pide que cumpla adecuadamente con su labor —mencionó con tranquilidad—. No se preocupe, ya me esperaba algo como esto. Estoy acostumbrado a lidiar con diferentes tipos de personajes metidos en este negocio; la mayoría duda en un principio, hasta se acobardan por saber que el oficio en cuestión es demasiado para ellos —aseguró, aún con esa paciencia que parecía inquebrantable—. Y por lo que me dice, veo que no es su caso. Me agradan los hombres que saben negociar adecuadamente, señor O’Rourke.

Cagnazzo era un lobo viejo y astuto, el mismo que se disfrazaba de cordero para timar a las infelices ovejas del rebaño.

—No sólo hay un único contacto, hay varios. No estará solo, pero —alzó el dedo índice, enfatizando aún más sus palabras—, usted es, digamos, la pieza principal mediante la cual se moverá toda la jugada. —Entonces apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó sus dedos. Observaba fijamente a O’Rourke, como si le estuviera escudriñando el alma—. ¿Cree que no había pensado en ello, en su seguridad? Por supuesto que ese detalle no se me escapó. Era obvio que esperaba que fuera a pedir alguna garantía, yo también la habría pedido estando en su lugar. Así que no se haga drama, el simple hecho de trabajar para mí lo custodiará de las leyes del hombre, estará usted bajo el ala protectora de una selecta institución. Pero... toda esa garantía la tendrá a cambio de su lealtad.

E hizo una pausa luego de aquellas palabras, como si quisiera dejar la incertidumbre perenne por escasos segundos. Estaba tratando con el tipo indicado, no cabía duda. Esa era la clase de sujetos que le agradaban, los mismos que no se inmutaban ante situaciones complicadas.

—Sabía que podía contar con usted, señor O’Rourke. Tendrá todo lo que necesita y desee —explicó con una amplia sonrisa—. Ya no tendrá que preocuparse por otros negocios, porque ninguno le generará los beneficios que éste le brindará. Así que, ¿está de acuerdo? ¿Tiene alguna objeción extra?

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Mensaje por Riagán O'Rourke Jue Abr 20, 2017 10:13 pm


“Monsters exist, but they are too few in number to be truly dangerous. More dangerous are the common men.”
― Primo Levi


Era un hombre… peculiar. Cagnazzo, Cagnazzo le parecía curioso, había algo que no terminaba por cuadrarle, no se trataba de alguna situación precisamente repelente, sólo existía esa especie de círculo que no podía cerrar, aunque no sabía el qué. Había tratado con muchas personas poderosas en el pasado, pero este hombre, relativamente joven, demostraba control, no sólo en sus palabras, sino hasta en sus gestos, y quizá era eso lo que no le terminaba embonar en este rompecabezas. Sin embargo, supuso que tendría que callarse todas sus preguntas, porque ese no era su trabajo. Cuestionar a sus clientes debía estar entre las peores prácticas para las personas con su oficio. Se recargó con más desfachatez en la silla y se encogió de un hombro.

¿Sabe? Me gusta tratar con personas como usted. Prevenidos. Uno se siente más… seguro, digamos, si consideramos que en este empleo siempre habrá riesgos. No siempre suelo toparme con personas así, al final de cuentas, no somos importantes para nuestros empleadores —se acomodó en su asiento, aunque no corrigió la casualidad con la que estaba posado, habló con casualidad a pesar de lo que dijo—. Antes de hablar de dinero, me gustaría analizar los riesgos y visitar los sitios recurrentes donde estaré, el museo por ejemplo. Si el contacto que lo condujo hasta mí le informó bien, sabe que espero el setenta y cinco por ciento como adelante y el restante veinticinco una vez concluido el asunto. Además de los viáticos —no, no era algo barato, pero si lo estaban contactando, sería porque podían pagarlo. Esto no debía suponer problema alguno—. Pero por ahora, no hablemos de cifras —sonrió, levantando el bigote pelirrojo y volvió a removerse en su lugar, para ahora recargar los codos sobre la mesa.

Ha venido con el hombre indicado —guiñó un ojo—, como le dije, me gustan los retos. No soy de hablar mal de mis colegas, pero algunos sólo se van por lo fácil —era obvio que estaba bromeando, aunque sus palabras llevaban algo de verdad. Sin embargo, ese no era el tema. Hacer conversación también era parte de su trabajo.

Gente como Riagán quizá no había gozado de la mejor educación, sin embargo, debían tener la capacidad de poder conversar de cualquier cosa y parecer de hecho un experto, de ser necesario. Si no fuera porque eligió ese camino, no sabría ni leer, ni escribir. Pero aquí estaba, luchando por regresar al negocio, fingiendo todo lo que debía fingir.

Además, si usted dice que estaré protegido de las leyes del hombre —enfatizó la frase, porque le pareció curiosa—, bueno, pues no tengo nada realmente a lo cual tener, ¿no? —Arqueó una ceja. Eso no ayudaba en nada a esa curiosidad desmedida que Cagnazzo le provocaba. Sin embargo, de nueva cuenta, fue sólo un atisbo, pues no era su posición la de cuestionar a ese nivel tan personal.

No, ninguna objeción. Salvo detalles que debemos hablar en su momento, creo que estamos en el mismo entendido. A menos que quiera comentarme de algún inusitado peligro al que pueda enfrentarme; ya sabe, aparte de los usuales —inclinó la cabeza, sin despegar los ojos de ese hombre. Tan peculiar, tan extraño, tan complejo.
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Mensaje por Cagnazzo Lun Nov 13, 2017 1:48 am

Una de las tantas cosas que satisfacían a Cagnazzo era, sin duda alguna, salirse con la suya; hallarse victorioso en ese pequeño campo de batalla que resultaba ser la vida misma, a la que fue condenado hacía demasiados siglos, tantos, que hasta ya había perdido la cuenta. Por supuesto, algunos pensarán que ese orgullo insano del que se hacía dueño, era el culpable de aquella sensación tan hilarante que lo embriagaba en ese momento, como lo haría un buen vino. Quizá sí, o quizá no. Helié Seguier, como hombre, podía ser un misterio andante, y era justamente ese efecto el que estaba causando en un personaje tan condenadamente astuto como Riagán O'Rourke, el mismo que había decidido fraguar un trato con él. Tampoco le restaba méritos a sus palabras, en lo más mínimo. El tipo, en cuestión, daba la talla, tal y como se lo aseguraron sus contactos, así que estaba satisfecho con el resultado de aquella curiosa plática, hecha en el peor (y discreto) sitio posible.

Y no pudo evitar regodearse más en su posición cuando lo escuchó expresarse mucho mejor que antes. ¡Si todos los estafadores fueran así! Pero claro, eso era exigirle mucho al mundo en el que se halllaba. En toda su vasta experiencia había lidiado con toda clase de personas, y los que eran como Riagán se ganaban su absoluta admiración. Sí, admiración genuina de un demonio genuino. Si O'Rourke supiera tan curiosa verdad, de seguro estaría mucho más orgulloso que el mismísimo Cagnazzo. Pero eso era algo que no podía darse tan a la ligera. Mejor dicho, no se daría nunca. El Custodio prefería mantener las apariencias, y siempre resultó de ese modo, por lo que no iba a cambiarlo en ese instante, ni siquiera por tener a un empleado tan brillante como aquel irlandés.

—Me parece perfecto entonces. Lo de la cantidad, a eso me refiero. Por el dinero no se preocupe, tendrá más de lo esperado, siempre y cuando cumpla adecuadamente con su labor, que es lo mínimo que exijo. Esta es una cuestión delicada que no puedo dejársela a cualquiera, como habrá notado —agregó, con la debida mesura con la que había empezado a tratar desde el principio, sin abandonar en ningún momento su posición como alguien que, de alguna manera, imponía respeto—. Así que estoy de acuerdo con que tome previsiones, es lo más sensato antes de arriesgarse a nada. ¡Eso me gusta! Ser precavido lo es todo, señor O'Rourke. Le proporcionaré la información pertinente para que empiece a elaborar sus planes, porque supongo que no sólo contará con un plan a, sino con un b y un c, de ser necesario, ¿no es así?

Y de repente quiso asegurarse un poco más, como buen quisiquilloso que era. A Cagnazzo siempre le había gustado mantener el control absoluto de todo, hasta de quienes trabajaban para él. No le agradaba dejar nada al azar, eso era un terrible error en el que caían muchos, y ese no era, para nada, su estilo.

—¿Qué más peligro que la falta de sensatez a la hora de arrojarse a la aventura? Tal vez algunos lo consideren estar al borde del abismo, pero eso depende de cada quien. Yo le he ofrecido, no sólo dinero, sino protección. Tengo muchas influencias, las mismas que me obligan a conservar una imagen, por lo que no puedo ejecutar ciertas labores por mi cuenta —explicó, recargándose en el respaldo de su silla, mientras observaba distraído las nimiedades del mundo a su alrededor—. Los detalles podemos concretarlos en un lugar adecuado para eso —sacó entonces del bolsillo de su abrigo un pequeño trozo de papel con algo escrito. Una dirección más concretamente—. Como ya no nos queda más por ahora, aquí le dejo una dirección a la que deberá acudir en un lapso de tres días. Ahí están todos los detalles. Lo espero ese día, señor O'Rourke.

Se puso de pie apenas terminó de hablar, y haciendo una ligera reverencia, decidió marcharse del lugar, casi esfumándose como un espectro que desaparece entre las tinieblas.

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