AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
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Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Podría escribirse un libro acerca de la inmovilidad de Miklós en aquel instante. Aquellos que no le prestaban atención podían pensar que se encontraba distraído, mirando a la nada y con la mente a muchos kilómetros; si se daban cuenta de que era extranjero, tal vez incluso creerían que pensaba en el hogar. Si se le prestaba una mayor atención, era evidente para el observador profundo que Miklós estaba tenso y rígido como un tronco, que su respiración era deliberadamente pausada y seguía un ritmo constante, y que los latidos de su corazón, visibles en la vena que se entreveía en su cuello, eran acelerados. Claramente, Miklós se encontraba cautelosamente a la defensiva ante un posible ataque, pero no lo hacía como lo haría un felino, erizando el lomo y marcando su territorio. No, él se estaba comportando como una serpiente, tan inmóvil que, de no respirar, parecería muerto, y aguardando a Dios sabía qué mientras los segundos pasaban y el tic tac de un reloj lejano se escuchaba. Al menos, si se tenían sus sentidos tan extremadamente desarrollados por su faceta animal; de lo contrario, el silencio habría parecido absoluto hasta que él dio un salto y se arrojó contra un hombre que le sacaba, fácilmente, cabeza y media y medio metro de musculatura a lo ancho. Pero ¿en qué momento hemos dicho que al húngaro le funcionara bien la cabeza cuando se trataba de su extraño y peligroso trabajo…? El hombre era como dos veces él, pero Miklós contó con el factor sorpresa al atacar primero y con el salvajismo de un animal, siéntase libre el lector de elegir cuál. Rápido y sin dejarlo reaccionar, Miklós golpeó, arañó, mordió incluso y desgarró, molestando tanto a su rival que, en cuanto éste reaccionó, lo arrojó callejón a través hasta que el húngaro dio con su espalda en la pared.
Mareado y momentáneamente desorientado, Miklós fue presa fácil para el hombre durante los primeros segundos, lo que le costó beber del dolor físico de los golpes y sentir la familiar punzada de fuerza y velocidad (comúnmente denominada adrenalina) que le permitió devolver los envites. Y, en aquel momento, su velocidad de cambiante se reveló como su mejor aliada, porque fue lo que le permitía esquivar los peores puñetazos del otro, aprovecharse de los (escasos) puntos flacos en la defensa de su rival y finalmente dar el golpe de gracia que concluyó con el cuello del toro partido y con Miklós temblando, ya sin fuerzas. Con la ropa desgarrada, el labio partido, la nariz hinchada y cubierto de sangre, pisoteó con desprecio al hombre por quien le habían pagado por adelantado, creyendo de forma ufana que necesitaría el dinero para su funeral, y se alejó dando tumbos de allí. Como de costumbre, en cuanto pasó el momento de desgarrarse los nudillos y de partirse huesos, la apatía volvió a caer sobre él como una losa, y ni siquiera el dolor de las varias costillas quebradas que sentía con cada bocanada de aire le servía para, en fin, sentir algo. Cualquier cosa, lo que fuera; hasta el dolor era agradable, si al menos iba acompañado de ira, de rabia, de satisfacción o de alegría. Pero la triste realidad era que se encontraba vacío por completo, que no había ningún estímulo a su alrededor que le permitiera ver algo aparte de ese vacío de su corazón podrido en el que estaba atrapado, y si lo traducíamos todo a un lenguaje más mundano, realmente le daba igual lo que pasara a su alrededor o incluso a él mismo. Ayudaba a esa situación que casi hubiera perdido las fuerzas por completo y que, en otro callejón (qué práctico que la zona medieval de París estuviera llena de ellos, ¿no?), se dejara caer sobre los adoquines, con una nueva quietud: la de la pasividad, la del guerrero moribundo, la del hombre que miraba sin ver porque su mente, ahora sí, se encontraba a muchos kilómetros de allí.
Mareado y momentáneamente desorientado, Miklós fue presa fácil para el hombre durante los primeros segundos, lo que le costó beber del dolor físico de los golpes y sentir la familiar punzada de fuerza y velocidad (comúnmente denominada adrenalina) que le permitió devolver los envites. Y, en aquel momento, su velocidad de cambiante se reveló como su mejor aliada, porque fue lo que le permitía esquivar los peores puñetazos del otro, aprovecharse de los (escasos) puntos flacos en la defensa de su rival y finalmente dar el golpe de gracia que concluyó con el cuello del toro partido y con Miklós temblando, ya sin fuerzas. Con la ropa desgarrada, el labio partido, la nariz hinchada y cubierto de sangre, pisoteó con desprecio al hombre por quien le habían pagado por adelantado, creyendo de forma ufana que necesitaría el dinero para su funeral, y se alejó dando tumbos de allí. Como de costumbre, en cuanto pasó el momento de desgarrarse los nudillos y de partirse huesos, la apatía volvió a caer sobre él como una losa, y ni siquiera el dolor de las varias costillas quebradas que sentía con cada bocanada de aire le servía para, en fin, sentir algo. Cualquier cosa, lo que fuera; hasta el dolor era agradable, si al menos iba acompañado de ira, de rabia, de satisfacción o de alegría. Pero la triste realidad era que se encontraba vacío por completo, que no había ningún estímulo a su alrededor que le permitiera ver algo aparte de ese vacío de su corazón podrido en el que estaba atrapado, y si lo traducíamos todo a un lenguaje más mundano, realmente le daba igual lo que pasara a su alrededor o incluso a él mismo. Ayudaba a esa situación que casi hubiera perdido las fuerzas por completo y que, en otro callejón (qué práctico que la zona medieval de París estuviera llena de ellos, ¿no?), se dejara caer sobre los adoquines, con una nueva quietud: la de la pasividad, la del guerrero moribundo, la del hombre que miraba sin ver porque su mente, ahora sí, se encontraba a muchos kilómetros de allí.
Invitado- Invitado
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
La venta de las frutas y verduras que tenía en el pequeño verde frente a su cabaña había dado sus frutos y por suerte llevaba de vuelta a casa los bolsillos con monedas que le aseguraban poder comer bien al menos por una semana. No estaba siendo una mala época para ella la verdad, entre el comercio –tanto de comida, como de pulseras y demás- y la adivinación del futuro conseguía todos los días al acabar la jornada, llevar dinero a sus hermanos. Además recientemente había tenido la suerte de conocer a un hombre que se había empeñado en retratarla y para ello pagaba generosas sumas de dinero cuando iba a verle. Acostumbrada como estaba a que los hombres le pagaran únicamente por tener sexo con ella, dicho trato era nuevo y agradable para la muchacha que iba feliz a cada cita que Lance establecía. Gracias a él, no estaba ahogada a la hora de comprar ropas o alimentos para los cinco pequeños de la casa, pero sabía bien que el dinero se iba con facilidad de la que llegaba por lo que aunque ahora contara con el apoyo del vampiro, ella seguía con sus rutinas de trabajo como de costumbre.
Fue regresando del mercado con Ákos –su inseparable perro-lobo- que escuchó un respirar pesaroso proveniente de uno de los callejones laterales a la calle principal. El animal ya estaba gruñendo junto a ella, pero eso no detuvo el paso de la gitana avanzando hacia lo que parecía un hombre recién salido de una pelea brutal. Tan sólo veía su figura dada la poca luz que había en el callejón por lo que despacio se fue acercando hasta acabar agachada junto a él y elevar la barbilla de este alcanzando a ver su rostro. -Dios mío…-, se llevó la mano libre a la boca incapaz de reprimir el tono de sorpresa al descubrir a un hombre que conocía demasiado bien. Las preguntas se agolparon en su mente sin orden ni pausa, ¿qué hacía allí?¿por qué se encontraba en ese estado?¿se acordaría de ella? Ákos no dejó de olfatearle hasta que la propia Lili apartó el hocico del lobo de Miklós y sujetó su cara con ambas manos buscando la mirada de este, que parecía demasiado lejos de allí. -Miklós, mírame. Soy Liliane, nos conocimos en Hungría-, empezó con suavidad esperando poder hacerle regresar de donde fuera que estuviera su mente vagando en ese instante, -no sé qué te ha ocurrido pero voy a llevarte al poblado y curar esas heridas-. La debilidad del cambiante era más que evidente por lo que por el momento lo único que pudo hacer fue dejarle apoyado en la pared y ordenar al lobo que cuidara de él hasta que ella regresara. París estaba repleto de gitanos y por suerte, entre ellos, siempre sabían dónde encontrarse. Para la muchacha dar con uno de ellos fue sumamente fácil así como pedir que le dejaran un carro tirado por un percherón. Esos caballos eran tan grandes y fuertes que podría con diez hombres como Miklós sin problema alguno.
Después de conseguir tumbar al cambiante en la parte trasera del carro y dirigirse al poblado llegó la hora de atenderle de manera concienzuda. No sabía en qué lío se habría metido esa vez pero lo cierto es que tenía el cuerpo destrozado, no parecía haber parte en él intacta. Moratones, sangre, huesos rotos, la cara magullada… Debería guardar reposo absoluto si de verdad quería curarse sin tener que soportar dolores en años venideros. Son sumo cuidado lo desnudó y lavó por completo, las curas de hierbas no se le antojaban difíciles por lo que cubrió las heridas abiertas con ellas y vendó las manos y costillas de Mik. El hombre estaba consciente en todo el proceso pero no estaba segura la gitana del motivo por el que guardaba silencio, si porque no la recordaba o porque simplemente aún no estaba preparado para recibir ayuda de alguien que antaño era quien la necesitaba de él. Fue cuando le dejó reposando sobre la cama, que se paró a pensar en cómo le había conocido y todas las veces que se habían visto. No podía decir que hubiera sido su amante o cliente más dulce, pero sí de los más generosos y por ese motivo ahora era ella quien posiblemente le estuviera devolviendo el favor de salvar su vida.
Fue regresando del mercado con Ákos –su inseparable perro-lobo- que escuchó un respirar pesaroso proveniente de uno de los callejones laterales a la calle principal. El animal ya estaba gruñendo junto a ella, pero eso no detuvo el paso de la gitana avanzando hacia lo que parecía un hombre recién salido de una pelea brutal. Tan sólo veía su figura dada la poca luz que había en el callejón por lo que despacio se fue acercando hasta acabar agachada junto a él y elevar la barbilla de este alcanzando a ver su rostro. -Dios mío…-, se llevó la mano libre a la boca incapaz de reprimir el tono de sorpresa al descubrir a un hombre que conocía demasiado bien. Las preguntas se agolparon en su mente sin orden ni pausa, ¿qué hacía allí?¿por qué se encontraba en ese estado?¿se acordaría de ella? Ákos no dejó de olfatearle hasta que la propia Lili apartó el hocico del lobo de Miklós y sujetó su cara con ambas manos buscando la mirada de este, que parecía demasiado lejos de allí. -Miklós, mírame. Soy Liliane, nos conocimos en Hungría-, empezó con suavidad esperando poder hacerle regresar de donde fuera que estuviera su mente vagando en ese instante, -no sé qué te ha ocurrido pero voy a llevarte al poblado y curar esas heridas-. La debilidad del cambiante era más que evidente por lo que por el momento lo único que pudo hacer fue dejarle apoyado en la pared y ordenar al lobo que cuidara de él hasta que ella regresara. París estaba repleto de gitanos y por suerte, entre ellos, siempre sabían dónde encontrarse. Para la muchacha dar con uno de ellos fue sumamente fácil así como pedir que le dejaran un carro tirado por un percherón. Esos caballos eran tan grandes y fuertes que podría con diez hombres como Miklós sin problema alguno.
Después de conseguir tumbar al cambiante en la parte trasera del carro y dirigirse al poblado llegó la hora de atenderle de manera concienzuda. No sabía en qué lío se habría metido esa vez pero lo cierto es que tenía el cuerpo destrozado, no parecía haber parte en él intacta. Moratones, sangre, huesos rotos, la cara magullada… Debería guardar reposo absoluto si de verdad quería curarse sin tener que soportar dolores en años venideros. Son sumo cuidado lo desnudó y lavó por completo, las curas de hierbas no se le antojaban difíciles por lo que cubrió las heridas abiertas con ellas y vendó las manos y costillas de Mik. El hombre estaba consciente en todo el proceso pero no estaba segura la gitana del motivo por el que guardaba silencio, si porque no la recordaba o porque simplemente aún no estaba preparado para recibir ayuda de alguien que antaño era quien la necesitaba de él. Fue cuando le dejó reposando sobre la cama, que se paró a pensar en cómo le había conocido y todas las veces que se habían visto. No podía decir que hubiera sido su amante o cliente más dulce, pero sí de los más generosos y por ese motivo ahora era ella quien posiblemente le estuviera devolviendo el favor de salvar su vida.
Última edición por Liliane Aleksandrova el Lun Abr 11, 2016 7:24 am, editado 1 vez
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Miklós no era un poeta, no era ducho con las letras salvo si se trataba de verbalizarlas con los labios finos y expresivos que poseía, y la realidad era que, seguramente, el cambiante húngaro que sabía leer y escribir por pura suerte jamás lo sería. Tal afirmación no resultaba aleatoria dadas sus circunstancias: su apatía podía resultar hermosa para un artista lírico que pudiera transformar lo que veía sin ver, lo que se reflejaba en sus ojos de puro hielo, en arte y en pura belleza, pero Miklós no valía para eso, y ante el mundo putrefacto que lo rodeaba él sólo podía ver dos cosas: podredumbre y la nada más absoluta y carente de emociones. A decir verdad, el dolor se estaba esfumando y el cansancio se empezaba a apoderar de sus músculos, pero él bien sabía que las sensaciones físicas no tenían demasiado que ver con la vida interior que él anhelaba y que buscaba de las maneras más destructivas posible. Totalmente a propósito, por supuesto: era un descerebrado, y actuaba como tal, pero Miklós era capaz de darse cuenta de la realidad que tenía frente a sus narices, y esa era, en aquel momento, que estaba hecho un maldito desastre. Ello no obstó para que, cuando oyera el gruñido de un perro, se pusiera alerta, pero ¿se le podía culpar acaso? El húngaro era, en más de un sentido, un felino, y antinatural habría resultado que no se erizara ante la presencia de un perro y… de una humana. Aquello era más interesante; Miklós intentó prestar atención, pero sus heridas, que aún no empezaban a sanar, le impedían siquiera enfocar la vista en un punto fijo, así que debió esperar a que ella lo cogiera de la cara para verla. Y vaya que la vio, sí, aunque no tan bien como cuando en el antiguo Imperio, en su ciudad natal, la había visto de arriba abajo y hasta sin cubrirse por aquellos ropajes que ahora la tapaban.
No sin sorprenderse mínimamente (¡un rayo de esperanza, Miklós había sentido una pequeña emoción, aunque fuera un simple instante!), el húngaro se preguntó para sus adentros qué demonios hacía la chiquilla, comparada con él al menos lo era, en París. Él había actuado como un prisionero de guerra al que habían derrotado y puesto en busca y captura, pero ¿ella? ¿No tenía hermanos que cuidar? Ese había sido su trato: él pagaba para ayudarla, y a cambio podía hacerle lo que quisiera. Menuda eternidad parecía que hacía de eso mientras ella lo curaba y después lo depositaba en la cama; cuánto se habían tornado los roles, al haber pasado él de ser un hombre que nadaba en la abundancia y ella alguien desesperado por sobrevivir a ser justo lo contrario. Curioso… Y con semejante curiosidad la miraba, sin perderse ni uno solo de sus movimientos, pues si bien no estaba emitiendo ningún sonido, ni siquiera un mero quejido de dolor, Miklós no le había quitado el ojo de encima desde que ella lo había obligado a mirarla, como un audaz castigo por la osadía de sacarlo de su apatía. No, si encima debería estar agradecido… – Liliane Aleksandrova. Te recordaba más joven. Y menos vestida, he de añadir. – su voz sonó ronca, seguramente por la falta de uso, y por su mente pasó fugazmente un pensamiento que lo hizo sonreír un tanto mientras se incorporaba, indiferente a sus heridas o al hecho de encontrarse prácticamente desnudo: ya era tan animal que ni siquiera hablaba. No era como si aquella situación no le gustara en absoluto. – En cuanto a tu pregunta… Simple. He golpeado a alguien, me ha devuelto el golpe. Varias veces, con bastante fuerza. Me he defendido, lo he tirado al suelo y destrozado, y él me ha llevado consigo, nada grave. Me curo rápido, soy duro, eso lo recuerdas. – respondió, rápidamente, y sus labios volvieron a curvarse en una sonrisa, esta vez más pícara, ante el fácil doble sentido de la dureza que ella podía recordar. Miklós no se lo estaba tomando en serio porque el estado de su cuerpo le daba igual: empezaría a curarse rápido, tarde o temprano, y ella no tendría ni que vigilarlo ya. Aun así, sentía cierta curiosidad, y la novedad de ese ansiado sentimiento lo llevó a mirarla con más atención. – Pensaba que seguirías allí. ¿Qué haces en París?
Y por primera vez en toda la conversación, su voz apática lo fue menos, y su húngaro natal, que estaba utilizando con ella sin pensar, sonó mínimamente interesado.
No sin sorprenderse mínimamente (¡un rayo de esperanza, Miklós había sentido una pequeña emoción, aunque fuera un simple instante!), el húngaro se preguntó para sus adentros qué demonios hacía la chiquilla, comparada con él al menos lo era, en París. Él había actuado como un prisionero de guerra al que habían derrotado y puesto en busca y captura, pero ¿ella? ¿No tenía hermanos que cuidar? Ese había sido su trato: él pagaba para ayudarla, y a cambio podía hacerle lo que quisiera. Menuda eternidad parecía que hacía de eso mientras ella lo curaba y después lo depositaba en la cama; cuánto se habían tornado los roles, al haber pasado él de ser un hombre que nadaba en la abundancia y ella alguien desesperado por sobrevivir a ser justo lo contrario. Curioso… Y con semejante curiosidad la miraba, sin perderse ni uno solo de sus movimientos, pues si bien no estaba emitiendo ningún sonido, ni siquiera un mero quejido de dolor, Miklós no le había quitado el ojo de encima desde que ella lo había obligado a mirarla, como un audaz castigo por la osadía de sacarlo de su apatía. No, si encima debería estar agradecido… – Liliane Aleksandrova. Te recordaba más joven. Y menos vestida, he de añadir. – su voz sonó ronca, seguramente por la falta de uso, y por su mente pasó fugazmente un pensamiento que lo hizo sonreír un tanto mientras se incorporaba, indiferente a sus heridas o al hecho de encontrarse prácticamente desnudo: ya era tan animal que ni siquiera hablaba. No era como si aquella situación no le gustara en absoluto. – En cuanto a tu pregunta… Simple. He golpeado a alguien, me ha devuelto el golpe. Varias veces, con bastante fuerza. Me he defendido, lo he tirado al suelo y destrozado, y él me ha llevado consigo, nada grave. Me curo rápido, soy duro, eso lo recuerdas. – respondió, rápidamente, y sus labios volvieron a curvarse en una sonrisa, esta vez más pícara, ante el fácil doble sentido de la dureza que ella podía recordar. Miklós no se lo estaba tomando en serio porque el estado de su cuerpo le daba igual: empezaría a curarse rápido, tarde o temprano, y ella no tendría ni que vigilarlo ya. Aun así, sentía cierta curiosidad, y la novedad de ese ansiado sentimiento lo llevó a mirarla con más atención. – Pensaba que seguirías allí. ¿Qué haces en París?
Y por primera vez en toda la conversación, su voz apática lo fue menos, y su húngaro natal, que estaba utilizando con ella sin pensar, sonó mínimamente interesado.
Invitado- Invitado
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
El cambio en Miklós era curioso pues de alguna manera parecía ser el mismo hombre que ella conoció y de otra carecía de ese porte lujoso que poseía antaño. Las ropas sucias, ajadas y ensangrentadas del cambiante dejaban bastante claro que había perdido la fortuna de la que tanto disfrutaba años atrás, ahora no tendría dinero si quiera para pasar unas horas con ella como a él le gustaba. En cierta manera Lili lo agradecía, las noches que habían compartido siempre acarreaban dolorosas mañanas con el cuerpo magullado por el salvaje. Pero de eso se había tratado siempre su relación, nada más allá de un intercambio de intereses, ella se sometía a su voluntad y él se aseguraba de dejarla el suficiente dinero para vivir hasta la próxima cita. La mirada del húngaro continuaba teniendo esa intensidad que bien recordaba, aún con el cuerpo machacado a golpes no quitaba ojo a la gitana que iba y venía por el reducido espacio de la cabaña buscando todo lo que necesitaba para atenderle. Si bien era cierto que hacía años que no le veía y por tanto había perdido la costumbre de estar junto a él, en ese momento poco le importaba lo que pudiera estar pasando por la mente del hombre, y tan solo se preocupaba de que quedara reposando para que se recuperara. Tuvo que echarse a reír por el primer comentario que escapó de los labios ajenos, -y yo a ti mejor vestido-, devolvió quedando ahora en desventaja por la altura de Miklós y su envergadura respecto a la propia. Qué mal carácter tenía ese hombre, era algo surrealista para una personalidad como Liliane, siempre tratando de sobrevivir sin dañar a nadie, pero no se podía sorprender pues era típico de él y por tanto le hacía más gracia que otra cosa.
Se lavó las manos y bufó de resignación viendo que no le hacía caso alguno y caminaba por allí en vez de guardar el reposo que debía. Lanzó el paño con el que se secó a la cara de Mik en respuesta a otro de sus comentarios, -recuerdo todo a la perfección pero no creo que sea necesario ahora remover el pasado, ambos tenemos cosas que no queremos recordar-, respondió tratando de buscar algo de empatía en él. Por supuesto que recordaba de lo que hablaba pero también sabía que era más agradable hablar de esos tiempos para Miklós que para sí misma, pues por muy bien que tratara de llevar el hecho de haberse vendido por dinero, nunca sería una situación en la que se hubiera visto envuelta de no ser por la muerte de sus padres. Dado que ni él mismo se tomaba en serio sus heridas, la gitana se puso a pelar unas verduras y prepararlas para dejar cocinando mientras charlaban. No creía que tardara en salir del poblado y volver a la vida que fuera que llevara actualmente, su conciencia estaba tranquila y sabía que había hecho bien en llevarle allí, pues por duro que fuera en el pasado nunca pasó una raya que esta le marcara –aunque realmente fueran mínimas-. Ahora estaban prácticamente empatados, ambos se habían salvado la vida de una forma u otra.
Fue bajando el ritmo al pelar las verduras hasta detenerse, la pregunta de Miklós tenía una explicación larga y pesada pero no deseaba –como ya había dicho- remover el pasado, por lo que le haría un breve resumen. -Nada me ataba a Hungría, sabes la vida que llevaba allí y aunque aquí en París no es muy distinta necesitaba salir de aquel país y llevar a mis hermanos a un lugar mejor para ellos-, relató pues era de los pocos que llegaron a saber la historia de la joven y el cuidado que profesaba a sus hermanos pequeños. - Parte del poblado decidió viajar por Europa y finalmente nos asentamos aquí, no hay tanta persecución a los gitanos como puede ser Inglaterra, por lo que no estamos tan mal… -. Elevó sus ojos cristalinos orbes a los salvajes de Miklós, nunca tendría en él a un confesor pues no encajaba con su personalidad pero sí era consciente de que si algo malo la pasaba podría acudir a él en el peor de los casos –y viceversa-. Ahora que le dejaba conocer una nueva parte de su vida necesitaba saber cuál era el motivo por el que su único amigo húngaro se encontraba en esas condiciones, -¿qué es lo que te ha pasado a ti para encontrarte tan cambiado?-. Había acabado de dejar la comida preparándose por lo que se puso en pie y salió al exterior de la cabaña haciéndole un gesto para que la siguiera, todo allí era campo pues al estar en las afueras de París tan solo los demás gitanos tenían sus cabañas y sembrados. Tenía dudas sobre él y su tipo de vida pero tan solo conocería la verdad si él confiaba en ella, no indagaría en su vida, no era su estilo…
Se lavó las manos y bufó de resignación viendo que no le hacía caso alguno y caminaba por allí en vez de guardar el reposo que debía. Lanzó el paño con el que se secó a la cara de Mik en respuesta a otro de sus comentarios, -recuerdo todo a la perfección pero no creo que sea necesario ahora remover el pasado, ambos tenemos cosas que no queremos recordar-, respondió tratando de buscar algo de empatía en él. Por supuesto que recordaba de lo que hablaba pero también sabía que era más agradable hablar de esos tiempos para Miklós que para sí misma, pues por muy bien que tratara de llevar el hecho de haberse vendido por dinero, nunca sería una situación en la que se hubiera visto envuelta de no ser por la muerte de sus padres. Dado que ni él mismo se tomaba en serio sus heridas, la gitana se puso a pelar unas verduras y prepararlas para dejar cocinando mientras charlaban. No creía que tardara en salir del poblado y volver a la vida que fuera que llevara actualmente, su conciencia estaba tranquila y sabía que había hecho bien en llevarle allí, pues por duro que fuera en el pasado nunca pasó una raya que esta le marcara –aunque realmente fueran mínimas-. Ahora estaban prácticamente empatados, ambos se habían salvado la vida de una forma u otra.
Fue bajando el ritmo al pelar las verduras hasta detenerse, la pregunta de Miklós tenía una explicación larga y pesada pero no deseaba –como ya había dicho- remover el pasado, por lo que le haría un breve resumen. -Nada me ataba a Hungría, sabes la vida que llevaba allí y aunque aquí en París no es muy distinta necesitaba salir de aquel país y llevar a mis hermanos a un lugar mejor para ellos-, relató pues era de los pocos que llegaron a saber la historia de la joven y el cuidado que profesaba a sus hermanos pequeños. - Parte del poblado decidió viajar por Europa y finalmente nos asentamos aquí, no hay tanta persecución a los gitanos como puede ser Inglaterra, por lo que no estamos tan mal… -. Elevó sus ojos cristalinos orbes a los salvajes de Miklós, nunca tendría en él a un confesor pues no encajaba con su personalidad pero sí era consciente de que si algo malo la pasaba podría acudir a él en el peor de los casos –y viceversa-. Ahora que le dejaba conocer una nueva parte de su vida necesitaba saber cuál era el motivo por el que su único amigo húngaro se encontraba en esas condiciones, -¿qué es lo que te ha pasado a ti para encontrarte tan cambiado?-. Había acabado de dejar la comida preparándose por lo que se puso en pie y salió al exterior de la cabaña haciéndole un gesto para que la siguiera, todo allí era campo pues al estar en las afueras de París tan solo los demás gitanos tenían sus cabañas y sembrados. Tenía dudas sobre él y su tipo de vida pero tan solo conocería la verdad si él confiaba en ella, no indagaría en su vida, no era su estilo…
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Fecha de inscripción : 14/09/2015
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Cuando se habían conocido, ella era poco más que una chiquilla en una situación desesperada y con el mundo totalmente en su contra, una situación de la que él se había aprovechado, como muchos otros no obstante. Algo le había tocado el alma que entonces sabía que tenía, pues era cuando cuidaba de su pequeña Imara; algo le había dicho que aprovecharse de ella estaba mal, y por eso lo compensaba dándole mucho más de lo que ella exigía, también en pago por su dureza. Pues si bien Miklós sabía controlar sus impulsos más bajos cuando trataba de seducir a una mujer, con las prostitutas era cuando sacaba su verdadero rostro a relucir, el del hombre que adoraba la violencia y el control incluso en el lecho, eso si llegaba a apoyar la espalda en la cama, bien él o bien su acompañante. Y por mucho que le fastidiara a ella, Liliane había sido una mera prostituta que se había cruzado en su camino cuando lo había tenido todo y que ahora, cuando ya no tenía nada, volvía a aparecer en su vida, sin venir a cuento y sin que ninguno de los dos comprendiera demasiado bien por qué. No es como si Miklós fuera a reflexionar sobre ello; en ocasiones como aquella se notaba que era un creyente bastante fervoroso, pues consideraba que si se habían vuelto a encontrar sería por designios de Dios. No dejaba de resultar curioso que un pecador tan ávido como él, que además solamente se arrepentía lo justo de sus pecados (creía, no sin cierta lógica, que al ser un pecador por su naturaleza de cambiante, tenía algo más manga ancha que el resto de seres que no habían nacido ya mancillados), creyera sinceramente en la religión, pero así era él: una contradicción constante. Una contradicción que la siguió fuera de la cabaña después de estar presenciando cómo cortaba verduras. Fascinante.
– El pasado también tiene cosas que merece la pena recordar. – comentó, y su mirada bajó directamente a su ropa andrajosa, a su cuerpo que antaño estaba impoluto de cicatrices y que ahora el tiempo y las circunstancias habían mellado un tanto, aunque no lo hubieran destruido por completo. Miklós se negaba a desaparecer del mismo modo que una mala hierba nunca termina de morir, y por eso siempre regresaba, hasta si lo hacía en unas condiciones que incluso a una gitana le parecían deplorables. No dejaba de resultar irónico cómo habían cambiado los papeles por completo, él convirtiéndose en un mendigo y ella en una mujer que, si bien no era enteramente aceptada (nunca lo sería siendo gitana, Miklós lo sabía porque compartía parte de esa ascendencia), al menos tenía algo que llevarse a la boca sin tener que partirse la mandíbula y la nariz para conseguirlo. Como si a Miklós no le gustara, en cierto modo, hacer lo que hacía… Era un sadomasoquista, en algún aspecto de su vida tenía que salir a relucir su naturaleza, hasta si se le habían terminado las posibilidades de hacerlo en el lecho, donde, una vez más, a él más le gustaba demostrar su facilidad para causar dolor y para recibirlo. – Recuerdo Hungría, sí. No lo tenías fácil si decías que eras gitano, y mucho menos si todo el mundo sabía que lo eras. Me toca de cerca eso. – rememoró, sin ningún pudor al admitir que parte de la sangre de ella corría por sus propias venas, junto a otras de índole tan diversa que era un milagro que Miklós no tuviera más conflictos de personalidad que los que ya tenía. Porque si la Rákóczi era la que dominaba, era una plena contradicción con la gitana, lo más alto con lo más bajo, siempre unidos por ese orgullo que él sabía que era suyo, pero que, estaba seguro, también le venía de sus variopintos ancestros.
– Tampoco quiero rememorar todo lo que pasó entonces. Te diré lo básico: intentaron asesinarme y me quitaron absolutamente todo lo que tenía, incluso lo que realmente apreciaba más allá del dinero. Por lo que a ellos respecta morí esa noche, pero aquí me ves, vivo y llevándolo en secreto. – fue un resumen rápido, y tal vez un tanto incomprensible si ella no sabía de la existencia de Imara, pero el húngaro no estaba dispuesto a decir nada más, y menos a una desconocida. Por mucho que esa desconocida le hubiera salvado la vida, había aspectos demasiado dolorosos en lo que le habían hecho para compartirlos con ella. Liliane lo respetaba, igual que él respetaba que ella no quisiera mencionar su pasado como ramera pese a que estuviera implícito entre ambos que éste había tenido lugar unas cuantas veces entre ellos. Más que nada porque así era cómo se habían conocido, no porque le gustara hurgar en la herida, aunque de nuevo era mutuo conocimiento que efectivamente así era. No sorprendió, pues, o eso supuso él, cuando levantó parte de la tela de su camisa ajada y se arrancó un pedazo de madera de una de las heridas sin, prácticamente, inmutarse. Hacerlo significaría gastar energía en poner cara de dolor en vez de disfrutar de los pinchazos en su herida abierta, que se puso a sangrar en cuanto él retiró la madera que le había estado lacerando aún más. – No tengo ni la más remota idea de cómo ha llegado eso ahí. – comentó, y echó un vistazo al resto de heridas sin que le sorprendiera comprobar que, efectivamente, ya estaban empezando a curarse.
Su naturaleza de cambiante jamás lo dejaría del todo indiferente, por suerte para sus ansias por sentir algo y por desgracia para aquellos que quisieran ser efectivos para sacarlo de su apatía y fueran incapaces de conseguirlo.
– El pasado también tiene cosas que merece la pena recordar. – comentó, y su mirada bajó directamente a su ropa andrajosa, a su cuerpo que antaño estaba impoluto de cicatrices y que ahora el tiempo y las circunstancias habían mellado un tanto, aunque no lo hubieran destruido por completo. Miklós se negaba a desaparecer del mismo modo que una mala hierba nunca termina de morir, y por eso siempre regresaba, hasta si lo hacía en unas condiciones que incluso a una gitana le parecían deplorables. No dejaba de resultar irónico cómo habían cambiado los papeles por completo, él convirtiéndose en un mendigo y ella en una mujer que, si bien no era enteramente aceptada (nunca lo sería siendo gitana, Miklós lo sabía porque compartía parte de esa ascendencia), al menos tenía algo que llevarse a la boca sin tener que partirse la mandíbula y la nariz para conseguirlo. Como si a Miklós no le gustara, en cierto modo, hacer lo que hacía… Era un sadomasoquista, en algún aspecto de su vida tenía que salir a relucir su naturaleza, hasta si se le habían terminado las posibilidades de hacerlo en el lecho, donde, una vez más, a él más le gustaba demostrar su facilidad para causar dolor y para recibirlo. – Recuerdo Hungría, sí. No lo tenías fácil si decías que eras gitano, y mucho menos si todo el mundo sabía que lo eras. Me toca de cerca eso. – rememoró, sin ningún pudor al admitir que parte de la sangre de ella corría por sus propias venas, junto a otras de índole tan diversa que era un milagro que Miklós no tuviera más conflictos de personalidad que los que ya tenía. Porque si la Rákóczi era la que dominaba, era una plena contradicción con la gitana, lo más alto con lo más bajo, siempre unidos por ese orgullo que él sabía que era suyo, pero que, estaba seguro, también le venía de sus variopintos ancestros.
– Tampoco quiero rememorar todo lo que pasó entonces. Te diré lo básico: intentaron asesinarme y me quitaron absolutamente todo lo que tenía, incluso lo que realmente apreciaba más allá del dinero. Por lo que a ellos respecta morí esa noche, pero aquí me ves, vivo y llevándolo en secreto. – fue un resumen rápido, y tal vez un tanto incomprensible si ella no sabía de la existencia de Imara, pero el húngaro no estaba dispuesto a decir nada más, y menos a una desconocida. Por mucho que esa desconocida le hubiera salvado la vida, había aspectos demasiado dolorosos en lo que le habían hecho para compartirlos con ella. Liliane lo respetaba, igual que él respetaba que ella no quisiera mencionar su pasado como ramera pese a que estuviera implícito entre ambos que éste había tenido lugar unas cuantas veces entre ellos. Más que nada porque así era cómo se habían conocido, no porque le gustara hurgar en la herida, aunque de nuevo era mutuo conocimiento que efectivamente así era. No sorprendió, pues, o eso supuso él, cuando levantó parte de la tela de su camisa ajada y se arrancó un pedazo de madera de una de las heridas sin, prácticamente, inmutarse. Hacerlo significaría gastar energía en poner cara de dolor en vez de disfrutar de los pinchazos en su herida abierta, que se puso a sangrar en cuanto él retiró la madera que le había estado lacerando aún más. – No tengo ni la más remota idea de cómo ha llegado eso ahí. – comentó, y echó un vistazo al resto de heridas sin que le sorprendiera comprobar que, efectivamente, ya estaban empezando a curarse.
Su naturaleza de cambiante jamás lo dejaría del todo indiferente, por suerte para sus ansias por sentir algo y por desgracia para aquellos que quisieran ser efectivos para sacarlo de su apatía y fueran incapaces de conseguirlo.
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
El pasado de ambos les perseguía y más aún ahora que se habían vuelto a reunir, debían pensar que era cosa del destino pues si no no había una explicación probable para aquel encuentro. Dedicó una mirada de reproche a Miklós cuando hizo aquel comentario sobre recordar el pasado. Si algo había aprendido Liliane –además de a enfrentar la vida con la mejor de las intenciones- era a no remover temas que habían quedado atrás. Por ejemplo, la muerte de sus padres estaba grabada a fuego en su memoria y muchas veces sus hermanos la habían preguntado acerca de ello pero tan solo se lo explicó una vez y jamás volvió a mediar palabra sobre lo acontecido tan lejana noche. Asintió a los recuerdos que este tenía de su patria, del poco cariño que la sociedad profesaba a los gitanos y a todo aquel que se saliera lo más mínimo de lo considerado normal y moral. Por muy diferentes que el cambiante y ella fueran, tenían varias cosas en común y eso les había llevado a salvarse mutuamente la vida. Años atrás él a ella y ahora la relación había dado un giro de ciento ochenta grados. Ambos tomaron asiento en un tronco ancho que hacía las veces de banco, se agradecía poder disfrutar del aire libre, al menos a Liliane siempre le había gustado y prefería vivir en un lugar así que en los concurridos centros de las ciudades europeas.
Para ser Miklós quien hablaba resultó de lo más chocante lo que relató, por poco que fuera, había hablado de sí mismo y de los motivos que le llevaron a alejarse de su patria. Era más de lo que Liliane esperaba de él y por tanto tardó un poco en contestar y poder procesar la información, -¿estás intentado o vas a intentar vengarte de esa gente?-, Lili no sabía cómo actuaría ella en una situación así. Le habían arrebatado a sus padres sí, pero había sido una criatura fuera de control, no alguien que quería causar daño a conciencia. Se mantuvo junto a él en silencio imaginando que alguien les atacara, que la quitara las pocas posesiones que había logrado obtener y quitara de su vida a sus hermanos. Entonces comprendió el odio que albergaba el pecho ajeno, le miró mas no dijo nada al respecto. Se propuso en secreto, pues si se lo decía lo más probable es que él se negara, a ayudarle en todo lo que fuera posible. Ya no era tan sólo cuestión de sacarle de aquel callejón y curarle, deseaba de verdad rescatar de su interior al hombre que fue, al que no estaba destruido por extraños y carcomido por la pena y el odio. Él trataba de disimular y lo hacía demasiado bien pero poco le importaba eso a Lili, siempre había visto más allá en las personas de lo que estas querían demostrar y en ese instante sintió más conexión con Mik de lo que había podido notar en los años en que lo conoció.
La visión del húngaro sacándose aquel trozo de madera, sin embargo, hizo que se recompusiera y una mueca de desagrado se instaló en sus labios. -No suelo dar consejos pero ahí va uno, si quieres lo tomas y si no…-, alzó las manos dando a entender que no le tendría en cuenta que lo pasara por alto, es más lo esperaba siendo tan tozudo como era. -Hacerte daño a ti mismo no te va a devolver lo que has perdido ni va a debilitar a quien te dañó, deberías enfocar tu rabia hacia algo que no fueras tú mismo-. Negó al ver de nuevo la sangre emanar de la herida y se colocó ante él para taparla con una gasa limpia. -Nunca fuimos amigos y se que no confías en mi pero piensa si alguna vez te he causado algún mal-, musitó ante las negativas de él a los cuidados.
Para ser Miklós quien hablaba resultó de lo más chocante lo que relató, por poco que fuera, había hablado de sí mismo y de los motivos que le llevaron a alejarse de su patria. Era más de lo que Liliane esperaba de él y por tanto tardó un poco en contestar y poder procesar la información, -¿estás intentado o vas a intentar vengarte de esa gente?-, Lili no sabía cómo actuaría ella en una situación así. Le habían arrebatado a sus padres sí, pero había sido una criatura fuera de control, no alguien que quería causar daño a conciencia. Se mantuvo junto a él en silencio imaginando que alguien les atacara, que la quitara las pocas posesiones que había logrado obtener y quitara de su vida a sus hermanos. Entonces comprendió el odio que albergaba el pecho ajeno, le miró mas no dijo nada al respecto. Se propuso en secreto, pues si se lo decía lo más probable es que él se negara, a ayudarle en todo lo que fuera posible. Ya no era tan sólo cuestión de sacarle de aquel callejón y curarle, deseaba de verdad rescatar de su interior al hombre que fue, al que no estaba destruido por extraños y carcomido por la pena y el odio. Él trataba de disimular y lo hacía demasiado bien pero poco le importaba eso a Lili, siempre había visto más allá en las personas de lo que estas querían demostrar y en ese instante sintió más conexión con Mik de lo que había podido notar en los años en que lo conoció.
La visión del húngaro sacándose aquel trozo de madera, sin embargo, hizo que se recompusiera y una mueca de desagrado se instaló en sus labios. -No suelo dar consejos pero ahí va uno, si quieres lo tomas y si no…-, alzó las manos dando a entender que no le tendría en cuenta que lo pasara por alto, es más lo esperaba siendo tan tozudo como era. -Hacerte daño a ti mismo no te va a devolver lo que has perdido ni va a debilitar a quien te dañó, deberías enfocar tu rabia hacia algo que no fueras tú mismo-. Negó al ver de nuevo la sangre emanar de la herida y se colocó ante él para taparla con una gasa limpia. -Nunca fuimos amigos y se que no confías en mi pero piensa si alguna vez te he causado algún mal-, musitó ante las negativas de él a los cuidados.
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Nadie lo había cuidado nunca tanto. Esa era la cruda realidad: ni siquiera su madre, Eszter, cuando él era una criatura diminuta que necesitaba de toda su atención y que se desarrollaría más despacio que los demás críos por su naturaleza de cambiante, le había cuidado más de lo necesario para sobrevivir, y punto. Únicamente su hermana Imara, antaño, lo había cuidado de forma parecida a como la había cuidado (y casi criado) él mismo, y esa era la única referencia que Miklós tenía para entender que alguien se ocupara de él, pero no como lo estaba haciendo Liliane. Ella le curaba las heridas, indiferente al hecho de que éstas se curarían solas; ella lo mantenía tumbado y descansando, indiferente al hecho de que necesitaba gastar todas las energías que le quedaban para que su cuerpo le pidiera tomarse una pausa. Indiferente a su poco entusiasta resistencia (¿es que acaso podría ser ésta de otra índole, dada la indiferencia generalizada que sentía el húngaro ante la vida?), Liliane lo había acogido bajo su ala y lo estaba tratando, por sorprendente que pareciera, como a un humano cualquiera, algo a lo que él no estaba acostumbrado. Siempre que le había tocado relacionarse con alguien, lo había hecho como una auténtica bestia o como un cambiante que sólo por accidente parecía haberse quedado atrapado en su forma de humano; los humanos, a los que él había visto y a los que golpeaba tan a menudo como seducía, le eran ajenos, y sin embargo Liliane insistía en tratarlo así, para su completo... asombro. Una sensación que hacía demasiado que no sentía. – Estoy intentándolo, sí. Es un tanto complicado cuando no tienes dónde caerte muerto, pero ya sabes que me gusta cuando las cosas se ponen duras. – replicó, divertido, y no pudo evitar sonreír.
Aquella sonrisa no tuvo nada de cálida, ni siquiera de juguetona, que era lo que podría haberse pensado por sus palabras y por el tono en el que las había pronunciado. Su sonrisa fue decididamente bestial, parecida al gesto que haría un felino si sintiera una mezcla de amenaza con genuina diversión; la sonrisa de Miklós hablaba de los derroteros que había tomado su mente al decantarse por pensar no en las experiencias relacionadas con dureza del pasado de Liliane y del propio Miklós, sino en quienes lo habían despojado de todo lo que conocía y había llegado a amar. Eso último a su manera, eso sí. – No... no busco herirme. Al menos, no del todo. – pasó de la bestialidad a un tono dubitativo en un momento, mientras sus pensamientos intentaban formar palabras que tuvieran sentido para explicarle algo a ella que ni siquiera se había explicado a sí mismo de forma consciente. ¿Para qué, si viviendo en su propia cabeza ya conocía los motivos, aunque no supiera explicarlos? Ni siquiera estar usando su húngaro natal, algo que solamente ella le permitía, parecía sentir más facilidad, pero hizo un esfuerzo de concentración impropio de él para el cual llegó, incluso, a apartar la mirada de la menuda y curvilínea Liliane. – Busco dinero. La manera fácil de conseguirlo es hacer lo que nadie quiere hacer, lo que nos dejan a los desesperados y a los extranjeros. Dar palizas a cambio de una paga no es gran cosa para mí, y si me hieren a cambio sé que me curaré, lo hago rápido. Lo que me pueda herir es momentáneo, mientras que lo que consigo a cambio, el dinero y sentirme vivo un rato, permanece algo más. – terminó de explicarlo y alzó la mirada hacia ella de nuevo, nada sorprendido de su respuesta (lógico) ni, tampoco, de la elocuencia con la que la había dicho.
¿Cómo podía sorprenderse si, no tanto tiempo atrás, Miklós era sinónimo de lengua de plata y no había hombre o mujer que se resistiera a sus encantos gracias a su labia y a las cosas que salían de sus labios?
Aquella sonrisa no tuvo nada de cálida, ni siquiera de juguetona, que era lo que podría haberse pensado por sus palabras y por el tono en el que las había pronunciado. Su sonrisa fue decididamente bestial, parecida al gesto que haría un felino si sintiera una mezcla de amenaza con genuina diversión; la sonrisa de Miklós hablaba de los derroteros que había tomado su mente al decantarse por pensar no en las experiencias relacionadas con dureza del pasado de Liliane y del propio Miklós, sino en quienes lo habían despojado de todo lo que conocía y había llegado a amar. Eso último a su manera, eso sí. – No... no busco herirme. Al menos, no del todo. – pasó de la bestialidad a un tono dubitativo en un momento, mientras sus pensamientos intentaban formar palabras que tuvieran sentido para explicarle algo a ella que ni siquiera se había explicado a sí mismo de forma consciente. ¿Para qué, si viviendo en su propia cabeza ya conocía los motivos, aunque no supiera explicarlos? Ni siquiera estar usando su húngaro natal, algo que solamente ella le permitía, parecía sentir más facilidad, pero hizo un esfuerzo de concentración impropio de él para el cual llegó, incluso, a apartar la mirada de la menuda y curvilínea Liliane. – Busco dinero. La manera fácil de conseguirlo es hacer lo que nadie quiere hacer, lo que nos dejan a los desesperados y a los extranjeros. Dar palizas a cambio de una paga no es gran cosa para mí, y si me hieren a cambio sé que me curaré, lo hago rápido. Lo que me pueda herir es momentáneo, mientras que lo que consigo a cambio, el dinero y sentirme vivo un rato, permanece algo más. – terminó de explicarlo y alzó la mirada hacia ella de nuevo, nada sorprendido de su respuesta (lógico) ni, tampoco, de la elocuencia con la que la había dicho.
¿Cómo podía sorprenderse si, no tanto tiempo atrás, Miklós era sinónimo de lengua de plata y no había hombre o mujer que se resistiera a sus encantos gracias a su labia y a las cosas que salían de sus labios?
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Notó un cambio en el rostro de Miklós, quizás había sido notar que de nuevo alguien se preocupaba por él o simplemente el cansancio por su estado físico pero ya no parecía estar tan a la defensiva con ella y era realmente agradable. Para alguien tan positivo y enérgico como era Liliane era indispensable que las personas de su alrededor se sintieran de igual manera y aunque eso no era siempre posible, ella le ponía todas sus ganas. A lo que él parecía dedicarse en la actualidad era todo lo contrario con lo que la gitana defendía, ella prefería sufrir a hacer sufrir a los demás pero era consciente de que pocos eran los que pensaban como ella. El cambiante debía ganarse la vida y después de todo el sufrimiento que había tenido que soportar había decidido odiar a la sociedad, pelearse con ella y consigo mismo. No había sido capaz de perdonar y hasta que lo hiciera no conseguiría estar en paz, pero no haría comentario alguno sobre ello; ni tenían aún la confianza suficiente ni le parecía correcto meterse de aquella manera en la vida de su acompañante. -No sé si tendrás un lugar en el que quedarte mientras estés en París-, comentó mirándole, -pero aquí puedes quedarte el tiempo que necesites-. Estiró las piernas dejando que le diera el aire en las espinillas y los tobillos, así como el sol. -En la cabaña estamos mis hermanos y yo pero podemos hacer sitio para uno más-. Muchos la tildarían de loca, de confiada o de inocente, pero no pecaba de nada ello; para Liliane ayudar a alguien que estaba en una situación peor que la de sí misma era normal y necesario.
Un sonido poco común llamó la atención de la gitana. Nadie había a esas horas por el campamento, se habían ido todos al mercado –incluso los más pequeños- por lo que un ruido en el interior de la cabaña era cuanto menos curioso. -Quédate aquí un momento, creo que la comida está lista ya-, mintió antes de ponerse en pie y regresar a la cabaña. No sabía bien el motivo por el que le había ocultado su temor a que hubiera alguien robando –lo poco que tenía-, quizás por el estado en que lo encontró no quisiera que forzara más su cuerpo o simplemente aún no tenía claro si era amigo o no. El caso es que sus pasos la llevaron a ella sola a la puerta abierta de la diminuta vivienda. Empujó la puerta de madera que respondió con su chirrido característico. La edificación tan solo constaba con tres estancias, la habitación de Liliane, la de los pequeños y la cocina que hacía las veces de comedor y salón también, el aseo era comunitario y estaba en la parte trasera del poblado. Nada más entrar recogió un cuchillo de la cocina y paseó la mirada por el lugar en busca de algo fuera de sitio o que le indicara si había alguien allí. De nuevo un golpe. Liliane ahogó un grito por el susto y se llevó la mano libre a la boca para calmarse y lograr permanecer en silencio, ahora sabía hacia donde debía encaminar sus pasos, a su dormitorio. Desde la puerta pudo apreciar la sombra de alguien que estaba abriendo el armario y sacando cada prenda, aunque no las prestaba ninguna atención; más parecía interesarle la sangre que había quedado en las sábanas tras curar al cambiante. La diferencia de tamaño entre la gitana y el extraño era más que evidente, aquel hombre pasaría del metro ochenta y estaba claro que no tenía especial cuidado con pasar desapercibido pues movía todo de manera brusca y poco prudente.
Liliane dudó, no sabía si alejarse de allí y esperar a que se fuera o enfrentarle y quizás ahuyentarle al saber que ella estaba allí. Esa vez la había encontrado a ella sola, pero, ¿y si hubiesen estado sus hermanos? No podía permitirse el lujo de tener a alguien merodeando por el poblado y menos aun entrando en su casa y poniendo en peligro a quienes ella llevaba años protegiendo. Usando el cuchillo empujó la puerta y se quedó descubierta ante el extraño, tenía rasgos marcados, tez morena y complexión fuerte, -¿quién eres y qué… qué haces en mi casa?-, preguntó con dificultad la menuda sosteniendo el arma entre las manos. La sonrisa de su oponente le aseguró que había sido una mala idea entrar allí pero no había marcha atrás, dio un paso hacia ella y esta rasgó el aire con el arma dándole a entender que no quería juegos. Pero, ¿qué oportunidad iba a tener una mujer sin entrenar de la envergadura de Lili contra aquel mastodonte? Tan sólo tuvo la oportunidad de asestarle una puñalada cuando este saltó contra ella...
Un sonido poco común llamó la atención de la gitana. Nadie había a esas horas por el campamento, se habían ido todos al mercado –incluso los más pequeños- por lo que un ruido en el interior de la cabaña era cuanto menos curioso. -Quédate aquí un momento, creo que la comida está lista ya-, mintió antes de ponerse en pie y regresar a la cabaña. No sabía bien el motivo por el que le había ocultado su temor a que hubiera alguien robando –lo poco que tenía-, quizás por el estado en que lo encontró no quisiera que forzara más su cuerpo o simplemente aún no tenía claro si era amigo o no. El caso es que sus pasos la llevaron a ella sola a la puerta abierta de la diminuta vivienda. Empujó la puerta de madera que respondió con su chirrido característico. La edificación tan solo constaba con tres estancias, la habitación de Liliane, la de los pequeños y la cocina que hacía las veces de comedor y salón también, el aseo era comunitario y estaba en la parte trasera del poblado. Nada más entrar recogió un cuchillo de la cocina y paseó la mirada por el lugar en busca de algo fuera de sitio o que le indicara si había alguien allí. De nuevo un golpe. Liliane ahogó un grito por el susto y se llevó la mano libre a la boca para calmarse y lograr permanecer en silencio, ahora sabía hacia donde debía encaminar sus pasos, a su dormitorio. Desde la puerta pudo apreciar la sombra de alguien que estaba abriendo el armario y sacando cada prenda, aunque no las prestaba ninguna atención; más parecía interesarle la sangre que había quedado en las sábanas tras curar al cambiante. La diferencia de tamaño entre la gitana y el extraño era más que evidente, aquel hombre pasaría del metro ochenta y estaba claro que no tenía especial cuidado con pasar desapercibido pues movía todo de manera brusca y poco prudente.
Liliane dudó, no sabía si alejarse de allí y esperar a que se fuera o enfrentarle y quizás ahuyentarle al saber que ella estaba allí. Esa vez la había encontrado a ella sola, pero, ¿y si hubiesen estado sus hermanos? No podía permitirse el lujo de tener a alguien merodeando por el poblado y menos aun entrando en su casa y poniendo en peligro a quienes ella llevaba años protegiendo. Usando el cuchillo empujó la puerta y se quedó descubierta ante el extraño, tenía rasgos marcados, tez morena y complexión fuerte, -¿quién eres y qué… qué haces en mi casa?-, preguntó con dificultad la menuda sosteniendo el arma entre las manos. La sonrisa de su oponente le aseguró que había sido una mala idea entrar allí pero no había marcha atrás, dio un paso hacia ella y esta rasgó el aire con el arma dándole a entender que no quería juegos. Pero, ¿qué oportunidad iba a tener una mujer sin entrenar de la envergadura de Lili contra aquel mastodonte? Tan sólo tuvo la oportunidad de asestarle una puñalada cuando este saltó contra ella...
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Fecha de inscripción : 14/09/2015
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Tan inmóvil e inexpresivo que si no fuera porque respiraba parecería un cadáver, Miklós contempló cómo Liliane le ofrecía mudarse con ella y sus hermanos si no tenía un sitio en París donde hospedarse. La reacción le salía natural, mucho más que sentir cualquier cosa ante un anuncio inesperado por completo, tanto que ni siquiera lo había sacado de su apatía habitual y lo había clavado en su asiento, un tanto incrédulo incluso. Si ella le decía algo de tanta importancia con semejante ligereza es que no tenía ni idea realmente de con quién hablaba, o de qué era capaz el hombre cuyas heridas ya se estaban empezando a curar, y no precisamente por los cuidados de su compatriota. No, la responsabilidad residía plenamente en su naturaleza de cambiante, la misma que le otorgaba un oído extraordinariamente bueno y para el que no pasó desapercibido el ruido que vino antes de la mentira enorme de Liliane. ¿Qué creía, que el húngaro no era como un felino y podía captar sonidos que a los demás humanos les eran ajenos? Ella lo había oído de lejos, pero él lo había escuchado, tanto el golpe como los pasos ahogados que lo siguieron, y aunque por un momento se le pasó por la mente no intervenir, decidió que lo haría en compensación por la ayuda ofrecida por Liliane sin motivo aparente para él. Ni que le hubiera pagado tanto cuando utilizaba su cuerpo, hacía tantos años que los dos eran personas completamente distintas... Aunque suponía que, en comparación con el resto de clientes de aquella joven, él sí podía parecer más generoso, aunque considerarse que las monedas que le lanzaba fueran el pago justo por unos servicios que él tomaba a su antojo. En fin, cosas del pasado; en el presente, Miklós se estiró (y el crujido de su espalda le pareció que sonaba tan fuerte como el golpetazo de antes), se incorporó y se palpó las ropas en busca de una navaja pequeña pero muy afilada que siempre solía llevar encima: ventajas de dedicarse a su campo.
Con paso discreto y el oído abierto por completo, siguió los ruidos y las palabras hasta donde tenía lugar una escena esperpéntica: Liliane Aleksandrova, diminuta y delgada, enfrentándose a un gorila con menos inteligencia que una hoja de papel y aproximadamente dos veces el tamaño de ella. Incrédulo, sonrió y probablemente dejó escapar un ruido, pues la mirada del hombre que acababa de atacar a Liliane pasó a él y se convirtió en una de cierta cautela, pues Miklós era más alto, más fuerte e infinitamente más agresivo y peligroso que ella, y reconocía un buen rival cuando lo veía. Sin embargo, ver subir tanto el nivel debió de atontarlo aún más si cabía, e hizo lo más estúpido que se le podía haber ocurrido: cogerla a ella para utilizarla de escudo humano. Ante semejante visión, Miklós puso los ojos en blanco y a continuación se los tapó con la mano libre, frotándose las sienes con incredulidad. – ¿De verdad vamos a jugar a eso...? – preguntó, retóricamente por supuesto, y lo siguiente que aconteció fue tan rápido que seguramente ni Liliane pudo verlo bien: se descubrió los ojos, adoptó una postura más sólida y anclada en el suelo y lanzó el cuchillo a su rival, con tan buena puntería que éste se clavó en su cuello y se vio obligado a soltarla para intentar sacarse el arma. Un error, por supuesto, como descubrió cuando la sangre comenzó a salir a chorro de la herida y Miklós, asqueado, se le acercó para empujarlo y que muriera si eso fuera de la cabaña, donde no lo dejaría todo hecho un cristo. Una vez se ocupó de él, al menos momentáneamente, se acercó a Liliane, que estaba en el suelo, y se acuclilló junto a ella para examinar sus heridas con ojo crítico. – No son muy graves, tienes suerte de que lo haya oído y no me haya creído tu mentira. Deberías aprender de mí: se te nota muchísimo cuando intentas mentir. – recomendó, sin particular acritud, y se arrancó un trozo de tela de sus ropas para envolver una de las heridas de Liliane, la que peor aspecto tenía. – Te curarás. ¿Tienes una pala? Me ocuparé de él. – pidió, con los codos apoyados sobre sus largos muslos.
Miklós no se había dado cuenta, pues su atención estaba centrada en ella y no en sí mismo, pero la piel que se mostraba a través de la tela que acababa de romper se encontraba mucho más curada que cuando ella la había tratado, y para alguien mínimamente observador eso era señal inequívoca de que había algo tremendamente antinatural en el húngaro.
Con paso discreto y el oído abierto por completo, siguió los ruidos y las palabras hasta donde tenía lugar una escena esperpéntica: Liliane Aleksandrova, diminuta y delgada, enfrentándose a un gorila con menos inteligencia que una hoja de papel y aproximadamente dos veces el tamaño de ella. Incrédulo, sonrió y probablemente dejó escapar un ruido, pues la mirada del hombre que acababa de atacar a Liliane pasó a él y se convirtió en una de cierta cautela, pues Miklós era más alto, más fuerte e infinitamente más agresivo y peligroso que ella, y reconocía un buen rival cuando lo veía. Sin embargo, ver subir tanto el nivel debió de atontarlo aún más si cabía, e hizo lo más estúpido que se le podía haber ocurrido: cogerla a ella para utilizarla de escudo humano. Ante semejante visión, Miklós puso los ojos en blanco y a continuación se los tapó con la mano libre, frotándose las sienes con incredulidad. – ¿De verdad vamos a jugar a eso...? – preguntó, retóricamente por supuesto, y lo siguiente que aconteció fue tan rápido que seguramente ni Liliane pudo verlo bien: se descubrió los ojos, adoptó una postura más sólida y anclada en el suelo y lanzó el cuchillo a su rival, con tan buena puntería que éste se clavó en su cuello y se vio obligado a soltarla para intentar sacarse el arma. Un error, por supuesto, como descubrió cuando la sangre comenzó a salir a chorro de la herida y Miklós, asqueado, se le acercó para empujarlo y que muriera si eso fuera de la cabaña, donde no lo dejaría todo hecho un cristo. Una vez se ocupó de él, al menos momentáneamente, se acercó a Liliane, que estaba en el suelo, y se acuclilló junto a ella para examinar sus heridas con ojo crítico. – No son muy graves, tienes suerte de que lo haya oído y no me haya creído tu mentira. Deberías aprender de mí: se te nota muchísimo cuando intentas mentir. – recomendó, sin particular acritud, y se arrancó un trozo de tela de sus ropas para envolver una de las heridas de Liliane, la que peor aspecto tenía. – Te curarás. ¿Tienes una pala? Me ocuparé de él. – pidió, con los codos apoyados sobre sus largos muslos.
Miklós no se había dado cuenta, pues su atención estaba centrada en ella y no en sí mismo, pero la piel que se mostraba a través de la tela que acababa de romper se encontraba mucho más curada que cuando ella la había tratado, y para alguien mínimamente observador eso era señal inequívoca de que había algo tremendamente antinatural en el húngaro.
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
El miedo de Liliane era patente en el temblor de su cuerpo, pero lo que más se podía destacar de su estado era la confusión, ¿quién era aquel hombre y qué pretendía encontrar en una cabaña gitana? Su clan no era conocido por las riquezas ni mucho menos por lo que un mero robo no tenía sentido para ella, todo pasaba por su mente con una rapidez inimaginable pero su cuerpo no era capaz de responder. Lili se había repuesto a todos los palos que la vida le había dado pero un ataque físico, pelear con un hombre que la doblaba en tamaño y fuerza… a eso no podía enfrentarse con optimismo. Lo tenía todo en contra, el cuchillo que había recogido en la cocina yacía ya en el suelo y su oponente estaba a punto de saltar contra ella. Fueron varios los cortes que el gorila hizo en el cuerpo menudo de la gitana, pero ninguno parecía doler demasiado por lo que al menos los movimientos rápidos de esta le estaban ayudando haciendo que el hombre tan solo hiciera cortes superficiales en sus brazos y vientre. Cuando quiso darse cuenta, el intruso estaba plantado en el marco de la puerta mirando a un punto fijo en tensión, la húngara giró el rostro para descubrir el motivo por el que todo había parado. Miklós parecía una estatua observando la situación, el tirón del hombre la situó ante este y aprisionó el cuello de esta con la manaza haciéndole complicado respirar.
Todo lo siguiente ocurrió con demasiada rapidez. Acto seguido a Miklós lanzar el cuchillo, el grandullón soltó a la gitana que aprovechó –por mero instinto- para escabullirse hasta una esquina , desde allí escuchaba los jadeos del hombre y los gruñidos del cambiante que luchaba por sacar el cuerpo de la casa.
Debieron pasar unos minutos, no lo sabía con certeza, cuando su compatriota regresó al interior y buscó a una diminuta y aún aterrorizada Liliane. Oía lo que la decía pero no lo escuchaba, es como si estuviera muy lejos, como si su mente no asimilara las palabras de Mik. Lo único que sabía –que sentía- es que estaba viva gracias a él y por ello actuó como lo hizo, recorrió la mínima distancia que los separaba y se colocó entre las piernas y brazos del cambiante. Era el único lugar en que en ese momento se sentía a salvo y aunque notaba la tensión, quizás incluso incomodidad de este, necesitaba ese contacto. Se dejó hacer sin abrir la boca, tan sólo mirando las manos de Miklós tapar los cortes en su cuerpo, nunca había sido tan suave con ella, jamás en sus encuentros fue dulce ni cariñoso y sin embargo, la estaba cuidando. Pudiera ser que Miklós se creyera mala persona, podría serlo, pero con la mínima muestra de cariño que Liliane le había dado ese día, él se había arriesgado por ayudarla. Eso bastaba para la gitana, para ver que había en él más bondad de la que él quería dejar ver. No se daría por vencida con él.
-Iré a por la pala-, las palabras de agradecimiento sobraban por lo que simplemente se alejó de él y fue al exterior de la casa a por ella. Acompañó a Mik hasta la zona en la que solían dejar los deshechos y donde nadie buscaría nada. Se quedó sentada a un lado aún en silencio pensando en todo lo ocurrido y en el propio cambiante. Había algo que la aterraba y era la idea de que él fuera un licántropo. De todos los seres existentes era a los hombres lobo a quienes más temor y odio tenía, había visto heridas cerrar rápido pero no como las del húngaro, había algo en él que se ocultaba tras su apariencia humana y necesitaba saber qué era, -por favor dime que no eres un licántropo-. Su mundo volvería a venirse abajo si resultara serlo, ya perdió a sus padres por el ataque de uno y si ahora debía su propia vida a otro no sabría cómo actuar…
Todo lo siguiente ocurrió con demasiada rapidez. Acto seguido a Miklós lanzar el cuchillo, el grandullón soltó a la gitana que aprovechó –por mero instinto- para escabullirse hasta una esquina , desde allí escuchaba los jadeos del hombre y los gruñidos del cambiante que luchaba por sacar el cuerpo de la casa.
Debieron pasar unos minutos, no lo sabía con certeza, cuando su compatriota regresó al interior y buscó a una diminuta y aún aterrorizada Liliane. Oía lo que la decía pero no lo escuchaba, es como si estuviera muy lejos, como si su mente no asimilara las palabras de Mik. Lo único que sabía –que sentía- es que estaba viva gracias a él y por ello actuó como lo hizo, recorrió la mínima distancia que los separaba y se colocó entre las piernas y brazos del cambiante. Era el único lugar en que en ese momento se sentía a salvo y aunque notaba la tensión, quizás incluso incomodidad de este, necesitaba ese contacto. Se dejó hacer sin abrir la boca, tan sólo mirando las manos de Miklós tapar los cortes en su cuerpo, nunca había sido tan suave con ella, jamás en sus encuentros fue dulce ni cariñoso y sin embargo, la estaba cuidando. Pudiera ser que Miklós se creyera mala persona, podría serlo, pero con la mínima muestra de cariño que Liliane le había dado ese día, él se había arriesgado por ayudarla. Eso bastaba para la gitana, para ver que había en él más bondad de la que él quería dejar ver. No se daría por vencida con él.
-Iré a por la pala-, las palabras de agradecimiento sobraban por lo que simplemente se alejó de él y fue al exterior de la casa a por ella. Acompañó a Mik hasta la zona en la que solían dejar los deshechos y donde nadie buscaría nada. Se quedó sentada a un lado aún en silencio pensando en todo lo ocurrido y en el propio cambiante. Había algo que la aterraba y era la idea de que él fuera un licántropo. De todos los seres existentes era a los hombres lobo a quienes más temor y odio tenía, había visto heridas cerrar rápido pero no como las del húngaro, había algo en él que se ocultaba tras su apariencia humana y necesitaba saber qué era, -por favor dime que no eres un licántropo-. Su mundo volvería a venirse abajo si resultara serlo, ya perdió a sus padres por el ataque de uno y si ahora debía su propia vida a otro no sabría cómo actuar…
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
El cuerpo de Miklós se encontraba rajado, ajado y aún en tensión, pero tenía la certeza de que se curaría, en parte porque ya había empezado a hacerlo y en parte porque conocía sus habilidades después de casi sesenta años valiéndose de ellas. Por todo ello, no le preocupaba lo más mínimo su estado físico, y cuando recibió la pala, la hincó en la dura tierra con una fuerza que a los humanos les resultaba completamente ajena, y que se debía únicamente a que él era mucho más que un simple humano, a la vista estaba dadas las circunstancias. Así, sin necesidad de un pico y valiéndose de su tremenda fortaleza, Miklós fue cavando en la tierra un hoyo del tamaño de una persona, ajeno en parte a la gitana aterrorizada que lo acompañaba y que, al borde del ataque de nervios, le preguntó por su naturaleza. Al húngaro le costó unos minutos responder, lo cual probablemente no ayudó mucho a Liliane, pero no lo hizo por maldad, sino porque estaba tan concentrado en su tarea que no fue hasta que no terminó que su cerebro registró la pregunta que ella le había hecho. – Juraría que recuerdas bien mi cuerpo, ¿no? ¿Recuerdas alguna cicatriz de mordeduras? – inquirió, y casi como si quisiera darle más fuerza al argumento se deshizo de la camisa, aunque ese gesto se debió más a su acaloramiento que a una necesidad particular de que ella examinara su piel en busca de la dentellada de un licántropo. A continuación, clavó la pala en el suelo y apoyó ambos antebrazos en el mango de dicha herramienta, recuperando el aliento que no era consciente, tampoco, de haber perdido. – No, no soy un licántropo. Es totalmente seguro estar cerca de mí durante la medianoche, o todo lo seguro que pueda ser que alguien esté cerca de mí en cualquier momento. – respondió, finalmente, encogiéndose de hombros y apartándose de la pala.
Tal vez, por el gesto que hizo, Liliane pensó que iba hacia ella, pero aunque el húngaro caminó en su misma dirección, lo hizo para coger el cuerpo del hombre al que había asesinado y quien nunca poblaría su conciencia para arrastrarlo por el terreno hasta el hoyo, en el que encajaba a la perfección. En cuanto el golpe secó que hizo el cadáver le indicó que había tocado fondo de la forma más literal posible, Miklós desclavó la pala para volver a cubrir el hoyo con tierra recién removida… ¡y tanto, pues él mismo se había encargado de hacerlo! Solamente al terminar volvió a hablar, y lo hizo al tiempo que se secaba el sudor de la frente y recuperaba la respiración de nuevo. – Yo soy algo distinto. No te mentiré diciendo que soy como tú, porque es evidente que no, pero ¿un lobo? Ni de broma. No soy ningún chucho, Liliane, la duda ofende. – puntualizó, y aunque había mencionado la ofensa, lo cierto era que no se le veía en absoluto molesto, sino únicamente cansado y con el cuerpo con la tensión de haberlo utilizado, ya que el esfuerzo físico realizado era, y eso era indiscutible, notable, hasta para él. Sin embargo, dado que lo había terminado, optó por soltar la pala de mala manera, mirar a su alrededor para asegurarse de que estaban todo lo solos que podrían llegar a estarlo y, sin hacer ningún tipo de aviso para prepararla, transformarse en la hermosa pantera negra que mejor se ajustaba a su personalidad. Ante los atónitos ojos de Liliane, Miklós había dado paso a un felino elegante pero peligroso, herido igual que lo había estado él, y con los ojos amarillentos con exactamente la misma mirada fiera del húngaro al que ella había conocido e incluso probado en algunas ocasiones. Sin embargo, antes de que ella pudiera tocarlo, Miklós-pantera se echó hacia atrás y volvió a transformarse en el humano, quien, por cierto, apenas tenía ya heridas, pues la transformación aceleraba increíblemente el proceso de curación. – Eso es lo que soy. – sentenció, con la simpleza que solamente las verdades irrefutables poseen.
A decir verdad, y aunque su padre fuera un licántropo, a Miklós no le pegaba para nada ser un chucho sarnoso… no cuando podía ser un felino, como ya lo era también en su forma humana, pues su comportamiento, a la vista quedaba, no podía ser más parecido al de un gato ni siquiera si lo intentaba conscientemente.
Tal vez, por el gesto que hizo, Liliane pensó que iba hacia ella, pero aunque el húngaro caminó en su misma dirección, lo hizo para coger el cuerpo del hombre al que había asesinado y quien nunca poblaría su conciencia para arrastrarlo por el terreno hasta el hoyo, en el que encajaba a la perfección. En cuanto el golpe secó que hizo el cadáver le indicó que había tocado fondo de la forma más literal posible, Miklós desclavó la pala para volver a cubrir el hoyo con tierra recién removida… ¡y tanto, pues él mismo se había encargado de hacerlo! Solamente al terminar volvió a hablar, y lo hizo al tiempo que se secaba el sudor de la frente y recuperaba la respiración de nuevo. – Yo soy algo distinto. No te mentiré diciendo que soy como tú, porque es evidente que no, pero ¿un lobo? Ni de broma. No soy ningún chucho, Liliane, la duda ofende. – puntualizó, y aunque había mencionado la ofensa, lo cierto era que no se le veía en absoluto molesto, sino únicamente cansado y con el cuerpo con la tensión de haberlo utilizado, ya que el esfuerzo físico realizado era, y eso era indiscutible, notable, hasta para él. Sin embargo, dado que lo había terminado, optó por soltar la pala de mala manera, mirar a su alrededor para asegurarse de que estaban todo lo solos que podrían llegar a estarlo y, sin hacer ningún tipo de aviso para prepararla, transformarse en la hermosa pantera negra que mejor se ajustaba a su personalidad. Ante los atónitos ojos de Liliane, Miklós había dado paso a un felino elegante pero peligroso, herido igual que lo había estado él, y con los ojos amarillentos con exactamente la misma mirada fiera del húngaro al que ella había conocido e incluso probado en algunas ocasiones. Sin embargo, antes de que ella pudiera tocarlo, Miklós-pantera se echó hacia atrás y volvió a transformarse en el humano, quien, por cierto, apenas tenía ya heridas, pues la transformación aceleraba increíblemente el proceso de curación. – Eso es lo que soy. – sentenció, con la simpleza que solamente las verdades irrefutables poseen.
A decir verdad, y aunque su padre fuera un licántropo, a Miklós no le pegaba para nada ser un chucho sarnoso… no cuando podía ser un felino, como ya lo era también en su forma humana, pues su comportamiento, a la vista quedaba, no podía ser más parecido al de un gato ni siquiera si lo intentaba conscientemente.
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
El silencio que se generó tras su pregunta fue aterrador para la gitana, creía que se le iba a salir el corazón del pecho. Miklós parecía estar ignorándola a propósito y estuvo muy cerca de levantarse e irse de allí por el puro pánico que sentía al pensar en estar al lado de un licántropo, si tan solo hubiera pasado un segundo más al cambiante no lo habría dado tiempo a negarlo. Cogió una bocanada de aire cuando este dejó claro que no era una de esas criaturas, era cierto que no recordaba cicatrices en su cuerpo pero quizás fuera porque era Liliane la que acababa con marcas después de sus encuentros. Mik no se había caracterizado por su manera cariñosa de actuar, siempre había sido frío y dominante –al menos con ella-. Aun así, por raro que pudiera ser, Lili veía algo en él que no estaba corrompido, se sentía a salvo al lado de quien el resto seguramente huiría. -No recuerdo marcas pero estaba más preocupada porque no se te fuera la mano y me dejaras medio muerta-, rodó los ojos y se encogió en la postura en que se encontraba, recorrió el torso de Miklós con la mirada en busca de alguna marca de todas maneras –sin éxito-. Se mantuvo en silencio, creía haberle molestado con aquella pregunta y estando como estaba ocupándose de un problema que ni era suyo prefirió dejarle respirar y no insistir en el tema. Era entretenido mirar cómo se movía, a pesar de lo tosco y grande que era, se movía con una precisión milimétrica, juraría que podría caminar sin hacer una gota de ruido.
-No quería ofenderte. No me gustan esos seres, me dan miedo y no quiero tener a ninguno cerca, solo causan dolor-, para cualquiera que conociera un poco a la gitana sería evidente que ese tema era punzante. Sin embargo, poco la duró la tensión por ese tema dada la siguiente escena. Sabía de la existencia de cambiantes pero jamás había podido presenciar la transformación de uno de ellos y fue realmente magnífico, no comparable a nada que hubiera visto a lo largo de su vida. Cada parte del cuerpo de Mik se modificó como por arte de magia y apareció ante ella un felino de un pelaje negro brillante, con motas camufladas, no hubiera adivinado jamás que se trataba del húngaro sino fuera por los ojos, a pesar de ser totalmente diferentes tenían algo del humano que había tenido delante un momento antes. Deseaba acariciar la pantera pero este pareció notarlo y se lo impidió, -quería tocarla… ¿tocarte? No se cómo decirlo-. -¡Es lo mejor que he visto en mi vida!-, exclamó pegando un salto con entusiasmo, aquello la había alejado el miedo por el intruso y tan solo podía pensar en Miklós y su fascinante naturaleza, -¿aparte de eso te transformas en algo más? ¿cómo es ser un animal? ¿me dejarás volver a verte así?-, las preguntas se le amontonaban en la lengua y salían disparadas una tras otra, no tenía filtro y estaba tan excitaba que pareciera que bailaba alrededor de Miklós como si de una niña pequeña se tratara.
Lo más seguro es que le agobiara y la hiciera callar de algún modo pero en ese momento Liliane no tenía freno, la apasionaba la magia, las distintas razas más allá de los humanos y acababa de presenciar algo tan especial que era incapaz de calmarse. -Ven, la comida estará lista ya, seguro que tienes hambre y sed-, propuso tirando de él de nuevo hacia la cabaña. -¿Comemos fuera? Hace bueno-, preguntó antes de entrar en busca de platos y vasos.
-No quería ofenderte. No me gustan esos seres, me dan miedo y no quiero tener a ninguno cerca, solo causan dolor-, para cualquiera que conociera un poco a la gitana sería evidente que ese tema era punzante. Sin embargo, poco la duró la tensión por ese tema dada la siguiente escena. Sabía de la existencia de cambiantes pero jamás había podido presenciar la transformación de uno de ellos y fue realmente magnífico, no comparable a nada que hubiera visto a lo largo de su vida. Cada parte del cuerpo de Mik se modificó como por arte de magia y apareció ante ella un felino de un pelaje negro brillante, con motas camufladas, no hubiera adivinado jamás que se trataba del húngaro sino fuera por los ojos, a pesar de ser totalmente diferentes tenían algo del humano que había tenido delante un momento antes. Deseaba acariciar la pantera pero este pareció notarlo y se lo impidió, -quería tocarla… ¿tocarte? No se cómo decirlo-. -¡Es lo mejor que he visto en mi vida!-, exclamó pegando un salto con entusiasmo, aquello la había alejado el miedo por el intruso y tan solo podía pensar en Miklós y su fascinante naturaleza, -¿aparte de eso te transformas en algo más? ¿cómo es ser un animal? ¿me dejarás volver a verte así?-, las preguntas se le amontonaban en la lengua y salían disparadas una tras otra, no tenía filtro y estaba tan excitaba que pareciera que bailaba alrededor de Miklós como si de una niña pequeña se tratara.
Lo más seguro es que le agobiara y la hiciera callar de algún modo pero en ese momento Liliane no tenía freno, la apasionaba la magia, las distintas razas más allá de los humanos y acababa de presenciar algo tan especial que era incapaz de calmarse. -Ven, la comida estará lista ya, seguro que tienes hambre y sed-, propuso tirando de él de nuevo hacia la cabaña. -¿Comemos fuera? Hace bueno-, preguntó antes de entrar en busca de platos y vasos.
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
A Miklós no le sorprendió, en absoluto, el instinto que se había apoderado de ella cuando lo había visto en su forma animal, la más auténtica (y hasta la propia Eszter se había adelantado a los acontecimientos y lo había sabido de antemano; maldita fuera), la que podía llamarse Laborc sin miedo al error. Que no le sorprendiera, sin embargo, no significaba que fuera a permitirle que lo tocara; la pantera era tan orgullosa como lo era Miklós, ya que ambos eran uno y a la vez eran diferentes, y no iba a permitirle que lo tratara como a un gato domesticado, pues no lo era. Si algo caracterizaba al húngaro, en cualquiera de sus formas, era su salvajismo y su carácter indómito, y no iba a permitirle a Liliane que por haber compartido un par de momentos íntimos en varios de los sentidos posibles de la palabra, se creyera con la cercanía suficiente para permitirse tocarlo como si fuera un gato doméstico. La sola idea le resultaba desagradable, hería su considerable orgullo, y por eso se mantenía alejado mientras ella, ignorando deliberadamente su incomodad, hablaba y hablaba sin parar, emocionada (obviamente) por lo que acababa de presenciar. – No te habría dejado medio muerta, Liliane. Me gusta dominar a mujeres, no a cadáveres. – dejó de lado que también le gustaba dominar a otros hombres porque no era algo que Liliane quisiera oír, aunque, siendo fiel a la verdad, probablemente no lo habría escuchado aun en el caso de que Miklós lo hubiera dicho. La joven seguía tan emocionada, tan sumamente sobreexcitada frente a la apatía existencial de su húngaro compatriota, que estaba en su propio mundo, únicamente atenta a lo que ella misma hacía, como adentrarse de nuevo en la cabaña y arrastrarlo hacia allí como si fuera un guiñapo, no un hombre hecho y derecho. Irritado, la siguió, y pronto se vio cargado con vasos que llevó fuera, arrastrado de nuevo por ella, que no respondía a la razón ni lo haría a la lógica. Por ello, Miklós hizo lo único que podía hacer en esa situación: la cogió de la barbilla y atrapó su boca en un beso rápido, pero experto, como solían serlo los suyos.
La sorpresa invadió a Liliane al instante, lo suficiente para que se detuviera y Miklós pudiera devolverla al estado más lento, habitual, que la podía llegar a caracterizar. – León y jaguar. No soy un gato doméstico, así que no te confundas y me trates como tal: no se me toca si yo no te lo pido. ¿Tan rápido te has olvidado de cómo funciono? Porque creo recordar, si no me falla la memoria inmediata, que tienes bastante en mente cómo solíamos encontrarnos. – argumentó, encogiéndose de hombros, y a continuación dispuso los objetos en la mesa, rindiéndose a la evidencia de que, efectivamente, iba a comer fuera aunque no hubiera tenido elección alguna en el asunto, no tanto por no haber respondido sino porque sabía que, aun habiéndolo hecho, ella no le habría hecho caso. Aprovechándose de que ella seguía con la atención y la vista clavadas en él, Miklós decidió que ese sería el momento para seguir hablándole, ya que, quizá, después ella volvería a distraerse y no podría responderle. – No me has ofendido. A mí tampoco me gustan particularmente los licántropos, pero que mi progenitor sea uno probablemente no ayude en absoluto a mejorar mi opinión de ellos. Son bestias pardas, incapaces de controlarse, mientras que yo… bueno, ya me has visto. Soy humano cuando quiero serlo y animal cuando se me antoja, aunque no sería la primera vez que me dicen que soy animal hasta cuando ni siquiera lo parezco. – repuso, simplificando algo que ni de broma era tan sencillo, pero no le apetecía explayarse lo más mínimo, especialmente porque era algo tan intrínseco a él, tan Miklós, que podría pasarse una vida entera intentando explicarlo y ni siquiera se acercaría al quid de la cuestión. – He nacido así, no conozco otra cosa. Para mí, convertirme en un león o una pantera es tan natural como respirar, así que tal vez vuelvas a verme transformado, no lo sé. Depende de si seguimos viéndonos. – planteó, sin decantarse por una respuesta o por otra, porque en realidad, no dependía de él (le era bastante indiferente una cosa u otra, por el momento), sino de ella y de lo que ella deseara hacer.
Qué curioso era que hubieran llegado, sin darse cuenta ninguno de los dos, hasta aquel punto, en el que por mucho que él dijera que era quien tenía el control, lo cierto era que ella no se quedaba corta de poder sobre el indomable, porque seguía siéndolo, Miklós.
La sorpresa invadió a Liliane al instante, lo suficiente para que se detuviera y Miklós pudiera devolverla al estado más lento, habitual, que la podía llegar a caracterizar. – León y jaguar. No soy un gato doméstico, así que no te confundas y me trates como tal: no se me toca si yo no te lo pido. ¿Tan rápido te has olvidado de cómo funciono? Porque creo recordar, si no me falla la memoria inmediata, que tienes bastante en mente cómo solíamos encontrarnos. – argumentó, encogiéndose de hombros, y a continuación dispuso los objetos en la mesa, rindiéndose a la evidencia de que, efectivamente, iba a comer fuera aunque no hubiera tenido elección alguna en el asunto, no tanto por no haber respondido sino porque sabía que, aun habiéndolo hecho, ella no le habría hecho caso. Aprovechándose de que ella seguía con la atención y la vista clavadas en él, Miklós decidió que ese sería el momento para seguir hablándole, ya que, quizá, después ella volvería a distraerse y no podría responderle. – No me has ofendido. A mí tampoco me gustan particularmente los licántropos, pero que mi progenitor sea uno probablemente no ayude en absoluto a mejorar mi opinión de ellos. Son bestias pardas, incapaces de controlarse, mientras que yo… bueno, ya me has visto. Soy humano cuando quiero serlo y animal cuando se me antoja, aunque no sería la primera vez que me dicen que soy animal hasta cuando ni siquiera lo parezco. – repuso, simplificando algo que ni de broma era tan sencillo, pero no le apetecía explayarse lo más mínimo, especialmente porque era algo tan intrínseco a él, tan Miklós, que podría pasarse una vida entera intentando explicarlo y ni siquiera se acercaría al quid de la cuestión. – He nacido así, no conozco otra cosa. Para mí, convertirme en un león o una pantera es tan natural como respirar, así que tal vez vuelvas a verme transformado, no lo sé. Depende de si seguimos viéndonos. – planteó, sin decantarse por una respuesta o por otra, porque en realidad, no dependía de él (le era bastante indiferente una cosa u otra, por el momento), sino de ella y de lo que ella deseara hacer.
Qué curioso era que hubieran llegado, sin darse cuenta ninguno de los dos, hasta aquel punto, en el que por mucho que él dijera que era quien tenía el control, lo cierto era que ella no se quedaba corta de poder sobre el indomable, porque seguía siéndolo, Miklós.
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Maldito salvaje. La había dejado totalmente bloqueada en ese instante, había pasado de un completo estado de euforia a eso. Se mordió el labio algo cohibida por la reacción de Miklós y se mantuvo en silencio dejando que él la sermoneara levemente. Eran como el agua y el aceite, no podrían juntarse jamás pero guardaban ciertas similitudes que les hacían “soportarse” de cierta manera que –al menos para Liliane- no dejaba de ser agradable. Por supuesto que recordaba sus encuentros, era lo único que quedaba en su memoria sobre él pues a eso se limitaba todo, ciertos momentos de intimidad cuando él la requería. Cobraba lo que este consideraba que debía pagarla y no volvía a verle hasta que el cambiante la hacía llamar o iba a buscarla. Detestaba ese estilo de vida, siempre lo hizo y agradecía no encontrarse en un momento tan bajo en la actualidad pero con Miklós cerca parecía revivir ese amargor de cada encuentro.
-Me parece bonito-, no… bonito no era la palabra adecuada para hablar de su naturaleza, -más bien increíble y lo más impresionante que ha visto-, eso estaba mejor. Si ella tuviera ese don y lo calificara alguien como “bonito” muy probablemente se sentiría menospreciada, era algo demasiado perfecto como para poder hablar de ello y, de hecho, Miklós no parecía muy cómodo charlando sobre el tema. Decidió callarse y mantener esa calma –forzada- con que actuaba ahora, para servir la comida para ambos. A menudo pensaba cómo sería vivir en una casa real, de las que adornaban los laterales de las callejuelas del centro, pero finalmente siempre llegaba a la misma conclusión, acabaría sintiendo que se ahogaba. Para bien o para mal Liliane siempre había tenido una vida nómada, una vida de poblados en las afueras de las ciudades y por tanto, pensar en estar atada para toda su vida a una casa y además sin un espacio de libertad como tenía ahora… era imposible. -Yo sí quiero seguir viéndote-, respondió cuando se dio cuenta de las últimas palabras del húngaro. -Aunque a veces eres como sal en una herida, eres lo más cercano a mi hogar que tengo ahora-, quizás hablaba de más y sí, seguramente decía cosas que debía guardar para sí misma pero la gitana no tenía filtro y ya fueran miedos, sueños o sentimientos todo lo acababa expresando de una u otra manera.
-¿Me enseñarías a pelear? Bueno a defenderme…-, hablar de pelear cuando apenas pesaba cincuenta kilos seguramente sería irrisorio para él. -Puedo pagarte de alguna forma… Puedes dormir aquí si lo necesitas o venir a comer-, encogió los hombros. Los gitanos siempre hallaban trueques satisfactorios para ambas partes y eso era lo que ella quería ahora. -Se que no vas a estar por aquí con asiduidad y si viene alguien como ha pasado hoy me gustaría al menos tener una oportunidad de escapar-. Se sentía como una niña pequeña en presencia de Miklós y no era agradable, él siempre tan serio, con una apariencia tan calmada y fiera y ella, en cambio, un manojo de nervios saltarín a la que podría hacer caer con un soplido. Con ese pensamiento, y medio enfurruñada consigo misma, se dispuso a recoger los platos que ambos habían apurado. Dejó un rato a Miklós a solas mientras se dedicaba a fregar todo a conciencia antes de dejarlo escurrir. -¡Tienes manzanas en un cesto en la parte de atrás!-, exclamó desde el interior de la cabaña para que la escuchara. Se dio cuenta al acabar de hablar de que la habría podido escuchar igualmente si su tono hubiera sido normal. Bien Liliane, tú a tu ritmo…, se dijo a si misma mentalmente antes de regresar al exterior y coger ella misma una pieza de fruta. Fue cuando hincó el diente a la manzana cuando se dio cuenta de que Miklós estaba sentado con los brazos cruzados sobre el pecho y mirándola. Si no le conociera hubiera llegado a notar un toque de diversión en sus ojos, -¿qué...?¿qué pasa?-, automáticamente se miró la ropa porque si es que se había manchado o tenía algo ridículo pero no era así, por lo que torció el gesto y puso los brazos en jarras picada.
-Me parece bonito-, no… bonito no era la palabra adecuada para hablar de su naturaleza, -más bien increíble y lo más impresionante que ha visto-, eso estaba mejor. Si ella tuviera ese don y lo calificara alguien como “bonito” muy probablemente se sentiría menospreciada, era algo demasiado perfecto como para poder hablar de ello y, de hecho, Miklós no parecía muy cómodo charlando sobre el tema. Decidió callarse y mantener esa calma –forzada- con que actuaba ahora, para servir la comida para ambos. A menudo pensaba cómo sería vivir en una casa real, de las que adornaban los laterales de las callejuelas del centro, pero finalmente siempre llegaba a la misma conclusión, acabaría sintiendo que se ahogaba. Para bien o para mal Liliane siempre había tenido una vida nómada, una vida de poblados en las afueras de las ciudades y por tanto, pensar en estar atada para toda su vida a una casa y además sin un espacio de libertad como tenía ahora… era imposible. -Yo sí quiero seguir viéndote-, respondió cuando se dio cuenta de las últimas palabras del húngaro. -Aunque a veces eres como sal en una herida, eres lo más cercano a mi hogar que tengo ahora-, quizás hablaba de más y sí, seguramente decía cosas que debía guardar para sí misma pero la gitana no tenía filtro y ya fueran miedos, sueños o sentimientos todo lo acababa expresando de una u otra manera.
-¿Me enseñarías a pelear? Bueno a defenderme…-, hablar de pelear cuando apenas pesaba cincuenta kilos seguramente sería irrisorio para él. -Puedo pagarte de alguna forma… Puedes dormir aquí si lo necesitas o venir a comer-, encogió los hombros. Los gitanos siempre hallaban trueques satisfactorios para ambas partes y eso era lo que ella quería ahora. -Se que no vas a estar por aquí con asiduidad y si viene alguien como ha pasado hoy me gustaría al menos tener una oportunidad de escapar-. Se sentía como una niña pequeña en presencia de Miklós y no era agradable, él siempre tan serio, con una apariencia tan calmada y fiera y ella, en cambio, un manojo de nervios saltarín a la que podría hacer caer con un soplido. Con ese pensamiento, y medio enfurruñada consigo misma, se dispuso a recoger los platos que ambos habían apurado. Dejó un rato a Miklós a solas mientras se dedicaba a fregar todo a conciencia antes de dejarlo escurrir. -¡Tienes manzanas en un cesto en la parte de atrás!-, exclamó desde el interior de la cabaña para que la escuchara. Se dio cuenta al acabar de hablar de que la habría podido escuchar igualmente si su tono hubiera sido normal. Bien Liliane, tú a tu ritmo…, se dijo a si misma mentalmente antes de regresar al exterior y coger ella misma una pieza de fruta. Fue cuando hincó el diente a la manzana cuando se dio cuenta de que Miklós estaba sentado con los brazos cruzados sobre el pecho y mirándola. Si no le conociera hubiera llegado a notar un toque de diversión en sus ojos, -¿qué...?¿qué pasa?-, automáticamente se miró la ropa porque si es que se había manchado o tenía algo ridículo pero no era así, por lo que torció el gesto y puso los brazos en jarras picada.
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
Por supuesto que quería verlo, eso Miklós no había llegado a dudarlo, no realmente, porque lo que los unía era algo más que unos cuantos revolcones que se habían dado a cambio de dinero hacía unos cuantos años. Desde el mismo momento en que el húngaro había tenido a bien enseñarle cuál era su verdadera forma, una parte de él sabía con tanta certeza como que su nombre era Laborc y que su madre era Eszter Rákóczi (en paz descanse) que no la dejaría irse tan fácilmente. ¿Y por qué, cabía preguntarse? Bueno, la respuesta era sencilla, y no dejaba mucho espacio para las dudas: prefería tenerla vigilada y continuar embrujando su percepción para que lo viera como algo bello, pero secreto entre ellos, porque el húngaro ya tenía los suficientes problemas como para que encima una jovencita a la que podría hacer volar de un soplido se inmiscuyera. No, lo cierto es que no terminaba de fiarse de ella, pero no era enteramente culpa de Liliane, sino de las circunstancias de Miklós, sobre todo el haberse visto arrebatado de todo lo que alguna vez había amado y despojado de todas las posesiones que habían sido suyas salvo, únicamente, él mismo, que se había visto obligado a utilizar con la mayor inteligencia posible. – Bonito… Has hecho bien en corregirte, los dos sabemos que es algo más que eso. – comentó, y no lo dijo reprendiéndola, sino de acuerdo con ella en lo que había añadido de que era impresionante. Si no fuera porque él había nacido ya con semejante don y que durante todos sus días lo había experimentado, incluso si no se transformaba alguna jornada concreta, probablemente también le habría resultado difícil creerse que era capaz de algo así. A eso había que sumársele que Liliane conocía al Miklós violento y brutal, aunque no tuviera ni idea de hasta qué punto llegaban las aristas del húngaro más allá de las que veía en su rostro transformadas en rasgos hermosos pero duros, así que razón de más para no creerse que fuera capaz de semejante belleza…
Sin embargo, lo era. Hasta en su forma humana Miklós era atractivo, no había manera de negarlo, e incluso mientras hacía algo tan vulgar como estirarse y coger una manzana del cesto para hincarle el diente, había algo profundamente sensual en él. Probablemente por la sonrisilla que se le había grabado en los labios y le había torcido la boca en un gesto que irritó a Liliane en cuanto ésta volvió de fregar y se lo vio en todo su esplendor. – ¿Que qué pasa? Liliane, puedo tumbarte con la yema de un dedo, ¿y quieres que te enseñe a pelear? Por favor. ¿Por qué no me pides algo más imposible como bajarte la luna del cielo y regalártela en un maldito collar? – se burló, esta vez no hubo ninguna duda al respecto, y con ello se ganó la rabieta de esos cinco minutos de la húngara que lo había llamado, a su manera, hogar, aunque él, pronto y bien mandado, se hubiera esforzado en ignorarlo. No estaba seguro, dentro de su apatía habitual, en qué categoría sentimental compartimentar lo que le produjo que ella lo tuviera mínimamente en cuenta, así que prefería evitarse el mal trago y refugiarse en su frialdad habitual. Alguna ventaja tenía que tener ser capaz de mantener bajo control las emociones de uno, ¿no…? Aunque eso supusiera dejar de sentirlas, pero era capaz de ignorar esa batalla con la que se enfrentaba a diario si el momento lo precisaba o para enseñar una lección, como era el caso en ese momento con Liliane. Así, se aprovechó de que ella se hubiera rebotado y hubiera decidido atacarlo para, con una facilidad pasmosa y una sola mano, pues la otra sostenía aún la manzana que ella misma le había ofrecido (¿una suerte de manzana de la discordia?), detenerla y continuar comiendo, orgulloso y moralmente superior. – El pago es lo de menos: mírate. Eres pequeña y débil, se te puede derrotar sin intentarlo demasiado. – criticó, alzando una ceja, y entonces la soltó.
Por supuesto, lo que sucedió a continuación no lo sorprendió lo más mínimo: Liliane, haciéndose eco del orgullo húngaro que ambos poseían en diferente medida, volvió a atacarlo, y él, en un alarde de soberbia Rákóczi que bien podía ser también un resquicio de algo que había nacido de él, defendiéndose con una mano. Casi parecía aburrido, comiéndose la manzana y con actitud indiferente, y de hecho eso parecía molestarla aún más, lo cual, por supuesto, lo hacía sonreír todavía más, hasta el punto de que para cuando la atrapó y la detuvo, manzana en el suelo y ya terminada, el húngaro sonreía abiertamente. – Vamos, Liliane, tú misma lo has dicho: sal en la herida. Y hogar, pero eso yo lo asocio con dolor, con insultos y con rabia, no con algo a lo que volver gustosamente. Tengo una reputación que mantener, y es precisamente la que tengo en esa cabecita tuya. – le recriminó, y aprovechó el instante en que terminó de hablar para apartarla de un empujón y cruzar los brazos sobre el pecho, observándola. – En tu caso, lo mejor que puedes hacer es jugar sucio. Deberías valerte de los elementos que te rodean para sacar ventaja, porque con tu cuerpecillo, ahora mismo, eres presa fácil. En factor sorpresa es tu mejor amigo; por ejemplo, así. – advirtió Miklós, casi arruinando su argumento, pero no lo hizo porque, con la velocidad que caracterizaba a la pantera, pudo situarse enseguida tras ella, inmovilizándola con los brazos y con la barbilla dolorosamente clavada en la clavícula izquierda de Liliane. – La arena es siempre una buena opción. Una patada, como la que intentas darme, en la hombría, probablemente funcione, pero si tu enemigo te domina como lo hago yo, no tendrás la oportunidad ni de moverte. Sé rápida, es lo único que te puede salvar. – aconsejó, inmovilizándola aún más.
¿No había querido ella que Miklós le enseñara…? Pues Miklós le enseñaría, pero como lo hacía el padre que no sabía (aún) que tenía: con dureza, sin piedad, con violencia y, sobre todo, con una fuerza que ni cien Lilianes serían capaces de quebrar si él no se lo permitía, así que debía empezar a ganárselo si deseaba liberarse de verdad.
Sin embargo, lo era. Hasta en su forma humana Miklós era atractivo, no había manera de negarlo, e incluso mientras hacía algo tan vulgar como estirarse y coger una manzana del cesto para hincarle el diente, había algo profundamente sensual en él. Probablemente por la sonrisilla que se le había grabado en los labios y le había torcido la boca en un gesto que irritó a Liliane en cuanto ésta volvió de fregar y se lo vio en todo su esplendor. – ¿Que qué pasa? Liliane, puedo tumbarte con la yema de un dedo, ¿y quieres que te enseñe a pelear? Por favor. ¿Por qué no me pides algo más imposible como bajarte la luna del cielo y regalártela en un maldito collar? – se burló, esta vez no hubo ninguna duda al respecto, y con ello se ganó la rabieta de esos cinco minutos de la húngara que lo había llamado, a su manera, hogar, aunque él, pronto y bien mandado, se hubiera esforzado en ignorarlo. No estaba seguro, dentro de su apatía habitual, en qué categoría sentimental compartimentar lo que le produjo que ella lo tuviera mínimamente en cuenta, así que prefería evitarse el mal trago y refugiarse en su frialdad habitual. Alguna ventaja tenía que tener ser capaz de mantener bajo control las emociones de uno, ¿no…? Aunque eso supusiera dejar de sentirlas, pero era capaz de ignorar esa batalla con la que se enfrentaba a diario si el momento lo precisaba o para enseñar una lección, como era el caso en ese momento con Liliane. Así, se aprovechó de que ella se hubiera rebotado y hubiera decidido atacarlo para, con una facilidad pasmosa y una sola mano, pues la otra sostenía aún la manzana que ella misma le había ofrecido (¿una suerte de manzana de la discordia?), detenerla y continuar comiendo, orgulloso y moralmente superior. – El pago es lo de menos: mírate. Eres pequeña y débil, se te puede derrotar sin intentarlo demasiado. – criticó, alzando una ceja, y entonces la soltó.
Por supuesto, lo que sucedió a continuación no lo sorprendió lo más mínimo: Liliane, haciéndose eco del orgullo húngaro que ambos poseían en diferente medida, volvió a atacarlo, y él, en un alarde de soberbia Rákóczi que bien podía ser también un resquicio de algo que había nacido de él, defendiéndose con una mano. Casi parecía aburrido, comiéndose la manzana y con actitud indiferente, y de hecho eso parecía molestarla aún más, lo cual, por supuesto, lo hacía sonreír todavía más, hasta el punto de que para cuando la atrapó y la detuvo, manzana en el suelo y ya terminada, el húngaro sonreía abiertamente. – Vamos, Liliane, tú misma lo has dicho: sal en la herida. Y hogar, pero eso yo lo asocio con dolor, con insultos y con rabia, no con algo a lo que volver gustosamente. Tengo una reputación que mantener, y es precisamente la que tengo en esa cabecita tuya. – le recriminó, y aprovechó el instante en que terminó de hablar para apartarla de un empujón y cruzar los brazos sobre el pecho, observándola. – En tu caso, lo mejor que puedes hacer es jugar sucio. Deberías valerte de los elementos que te rodean para sacar ventaja, porque con tu cuerpecillo, ahora mismo, eres presa fácil. En factor sorpresa es tu mejor amigo; por ejemplo, así. – advirtió Miklós, casi arruinando su argumento, pero no lo hizo porque, con la velocidad que caracterizaba a la pantera, pudo situarse enseguida tras ella, inmovilizándola con los brazos y con la barbilla dolorosamente clavada en la clavícula izquierda de Liliane. – La arena es siempre una buena opción. Una patada, como la que intentas darme, en la hombría, probablemente funcione, pero si tu enemigo te domina como lo hago yo, no tendrás la oportunidad ni de moverte. Sé rápida, es lo único que te puede salvar. – aconsejó, inmovilizándola aún más.
¿No había querido ella que Miklós le enseñara…? Pues Miklós le enseñaría, pero como lo hacía el padre que no sabía (aún) que tenía: con dureza, sin piedad, con violencia y, sobre todo, con una fuerza que ni cien Lilianes serían capaces de quebrar si él no se lo permitía, así que debía empezar a ganárselo si deseaba liberarse de verdad.
Invitado- Invitado
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
¡Sería cabrón! Parecía una niña colgada del brazo de su padre solo que en una posición muy poco agradable para ella. Miklós, sin embargo, dejaba claro que no le suponía esfuerzo alguno impedirla el movimiento, incluso parecía recrearse en esa superioridad física. Se revolvió contra él, obviamente no con intención de pelear o enfrentarle sino tan solo de zafarse del agarre de cambiante, no soportaba sentirse sometida, había pasado una vida entera de esa manera y deseaba aprender a no hacerlo. Si conocía mínimamente a Miklós creía saber por qué lo hacía, había empezado como un mero juego para él, una manera de dejarle claro a la gitana que no era buena idea intentar pelear, que sería mejor que saliera corriendo si tenía oportunidad… Pero algo había cambiado en la dureza con que ahora la oprimía contra la pared, -te pareceré ridícula pero me estás enseñando pedazo de animal-, gruñó como pudo tratando de no dejar que se percibiera el dolor que estaba sufriendo.
Era una mala fiera, la daba los consejos y acto seguido impedía que esta pudiera ponerlos en práctica por lo que se valió de lo único que podía y sabía utilizar. Haciendo un esfuerzo supremo por no moverse se centró en percibir el aura del húngaro, le era extremadamente complicado dada su posición y el placaje que sufría por su parte; aun así cerró los ojos y consiguió crear un vínculo mental entre los dos. Lo que pretendía no era fácil pero era lo único que haría –si salía bien- que este se relajara y fuera ella la que atacara de alguna forma. Pocos eran los gitanos que ella conociera que tenían ese don, pero ella lo había desarrollado y aprendido a manejarlo con los años, controlar el humor de otra persona requería –al menos para ella- de una concentración brutal y fue por ello por lo que se aisló de los comentarios de Miklós.
Seguramente el húngaro lo único que percibiría sería la falta de lucha de Liliane, su rendición… pues la argucia de esta no era perceptible como una manipulación de la mente. Una vez ella misma consiguió relajarse giró el rostro para ver la mirada fiera de su mentor, -suéltame Miklós…-, necesitaba que su voz fuera tranquila, suave, que causara en él un efecto sedante y por inercia aflojara el agarre con que la tenía sujeta hasta entonces. Con él no valía jugar limpio porque estaba claro que él no lo hacía, ninguno había tenido opción de llevar una vida fácil y cómoda, cada uno había sobrevivido de una manera y ahora estaban enfrentando sus trucos. Liliane, aun así, sabía perfectamente que a pesar de tener la opción de darle –quizás- un golpe certero o salir corriendo este o se recompondría rápido o la daría caza en un abrir y cerrar de ojos; pero sentía la necesidad de demostrarle que no era la niña que él creía, que era fuerte y lucharía como fuera para mantenerse viva. El motor de su vida eran y siempre serían sus hermanos, mataría por ellos, dejar que Miklós la machacara a golpes si así conseguía aprender a defenderse era el menor de los males que pudiera sufrir. El caso es que su oponente estaba notablemente más relajado, sus manos no ejercían la misma fuerza y el peso de su cuerpo no asfixiaba a la gitana, ahora solo tendría una oportunidad antes de que él pudiera volver a reaccionar contra ella y recuperar el control de la situación. Miró a su alrededor, necesitaba encontrar algo que poder usar contra él ya que su propio cuerpo era inservible contra la masa de músculos y bestialidad que era el cambiante. El cuchillo de este estaba entre su ropa pero no podía darse la vuelta y cogerlo a tiempo… la pala con que habían enterrado a aquel energúmeno, demasiado lejos… ”Piensa Liliane, piensa.”
¡La ballesta! ¡¿Cómo no se la había ocurrido antes?! Hacía ya un tiempo, un cazador había acudido a ella en busca de consejo. Habían llegado a él ciertos rumores de su odio hacia los licántropos y aseguró querer eliminarlos de París, para ello pidió a Lili que le echara las cartas, ver su futuro y cómo había de actuar para que esa caza fuera efectiva, aseguró no tener dinero para pagar y la gitana sugirió el trueque de sus servicios a cambio de la ballesta que este llevaba consigo. Así fue como se hizo con un arma para cazar en el bosque y por qué no, para defenderse en algún momento aunque hasta entonces no la había usado para ese propósito. La cuestión es que el arma estaba metido en el barril que se situaba al lado de donde ellos estaban, “solo” tendría que meter la mano entre la paja que lo ocultaba de miradas curiosas, colocar la flecha y apuntar a Miklós… No tenía ni idea de si su plan iba a salir bien o ser un auténtico desastre pero era un ahora o nunca, en el momento en que Miklós más relajado estaba –dentro de lo que cabía esperar siendo él- Lili se agachó para zafarse y metió las manos en el barril sujetando con rapidez la ballesta, solo quedaba colocar la flecha…
Era una mala fiera, la daba los consejos y acto seguido impedía que esta pudiera ponerlos en práctica por lo que se valió de lo único que podía y sabía utilizar. Haciendo un esfuerzo supremo por no moverse se centró en percibir el aura del húngaro, le era extremadamente complicado dada su posición y el placaje que sufría por su parte; aun así cerró los ojos y consiguió crear un vínculo mental entre los dos. Lo que pretendía no era fácil pero era lo único que haría –si salía bien- que este se relajara y fuera ella la que atacara de alguna forma. Pocos eran los gitanos que ella conociera que tenían ese don, pero ella lo había desarrollado y aprendido a manejarlo con los años, controlar el humor de otra persona requería –al menos para ella- de una concentración brutal y fue por ello por lo que se aisló de los comentarios de Miklós.
Seguramente el húngaro lo único que percibiría sería la falta de lucha de Liliane, su rendición… pues la argucia de esta no era perceptible como una manipulación de la mente. Una vez ella misma consiguió relajarse giró el rostro para ver la mirada fiera de su mentor, -suéltame Miklós…-, necesitaba que su voz fuera tranquila, suave, que causara en él un efecto sedante y por inercia aflojara el agarre con que la tenía sujeta hasta entonces. Con él no valía jugar limpio porque estaba claro que él no lo hacía, ninguno había tenido opción de llevar una vida fácil y cómoda, cada uno había sobrevivido de una manera y ahora estaban enfrentando sus trucos. Liliane, aun así, sabía perfectamente que a pesar de tener la opción de darle –quizás- un golpe certero o salir corriendo este o se recompondría rápido o la daría caza en un abrir y cerrar de ojos; pero sentía la necesidad de demostrarle que no era la niña que él creía, que era fuerte y lucharía como fuera para mantenerse viva. El motor de su vida eran y siempre serían sus hermanos, mataría por ellos, dejar que Miklós la machacara a golpes si así conseguía aprender a defenderse era el menor de los males que pudiera sufrir. El caso es que su oponente estaba notablemente más relajado, sus manos no ejercían la misma fuerza y el peso de su cuerpo no asfixiaba a la gitana, ahora solo tendría una oportunidad antes de que él pudiera volver a reaccionar contra ella y recuperar el control de la situación. Miró a su alrededor, necesitaba encontrar algo que poder usar contra él ya que su propio cuerpo era inservible contra la masa de músculos y bestialidad que era el cambiante. El cuchillo de este estaba entre su ropa pero no podía darse la vuelta y cogerlo a tiempo… la pala con que habían enterrado a aquel energúmeno, demasiado lejos… ”Piensa Liliane, piensa.”
¡La ballesta! ¡¿Cómo no se la había ocurrido antes?! Hacía ya un tiempo, un cazador había acudido a ella en busca de consejo. Habían llegado a él ciertos rumores de su odio hacia los licántropos y aseguró querer eliminarlos de París, para ello pidió a Lili que le echara las cartas, ver su futuro y cómo había de actuar para que esa caza fuera efectiva, aseguró no tener dinero para pagar y la gitana sugirió el trueque de sus servicios a cambio de la ballesta que este llevaba consigo. Así fue como se hizo con un arma para cazar en el bosque y por qué no, para defenderse en algún momento aunque hasta entonces no la había usado para ese propósito. La cuestión es que el arma estaba metido en el barril que se situaba al lado de donde ellos estaban, “solo” tendría que meter la mano entre la paja que lo ocultaba de miradas curiosas, colocar la flecha y apuntar a Miklós… No tenía ni idea de si su plan iba a salir bien o ser un auténtico desastre pero era un ahora o nunca, en el momento en que Miklós más relajado estaba –dentro de lo que cabía esperar siendo él- Lili se agachó para zafarse y metió las manos en el barril sujetando con rapidez la ballesta, solo quedaba colocar la flecha…
Liliane Aleksandrova- Gitano
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Fecha de inscripción : 14/09/2015
Re: Home Sweet Hole {Liliane Aleksandrova}
¿Pedazo de animal? ¡Por favor, qué suavidad! ¿Qué iba a ser lo siguiente que le llamaría, dulce bestia parda? ¡Maldito bastardo, por Dios, que de eso no bajara o se pensaría que a ella en realidad sí que le gustaba cuando él era un salvaje en todos los sentidos! Pero ¿qué podía esperar de una muñeca débil como lo era ella? La paciencia del húngaro se estaba terminando con ella, que pretendía hacerle creer que se merecía que la tratara bien cuando ella misma le había pedido que le enseñara, y él, Laborc, lo estaba haciendo lo mejor que sabía. Si pretendía que alguien estuviera ahí para darle nociones de teoría, primero, y que después pasara a la práctica... bueno, pues estaba equivocada: el húngaro no era esa clase de persona. Ya ni siquiera esa clase de hombre, pues había conocido mujeres (entre las que no se encontraba ella, eso por descontado) aún más duras y frías que él, pero vamos, el húngaro no era suave, ni delicado, ni mucho menos se relajaba en esas circunstancias. Precisamente por eso último, cuando su cuerpo empezó a hacer lo que le daba la gana y a no contar con su cerebro, Miklós comenzó a molestarse, pues aunque no supiera exactamente qué era lo que ella le estaba haciendo, sí que sabía que estaba haciendo algo, y para más señas, algo a lo que él no podía resistirse. ¡Era un cambiante, sí, pero no un maldito brujo! Y si ni siquiera sabía de dónde venía el ataque o qué demonios había hecho ella para controlar su cuerpo sin moverse, pues él simplemente podía seguir batallando (inútilmente, debía decir) contra la gitana que, con trucos sucios, había conseguido cierta ventaja. – ¿Qué es exactamente lo que quieres que te enseñe si a hacer trampas ya has aprendido tú solita? – inquirió, y la frialdad de su voz, más de serpiente que de felino, hablaba de peligro mucho más de lo que él podría.
Miklós no soportaba, no toleraba, que otros lo dominaran sin su permiso, y eso era exactamente lo que ella estaba haciendo. La gitana a la que había ayudado, que era una cría débil a la que él podía destripar con un zarpazo bien dado (y empezaban a no faltarle las ganas, maldita fuera la muy desgraciada), estaba intentando resistírsele, y no contenta con eso, encima se apartó y buscó una ballesta en la que él, lo admitía, debería haberse fijado. ¿Quién demonios se creía, eh, una cazadora? La fría apatía de Miklós estaba dando paso a ardiente rabia, y era tan evidente en sus ojos que cualquier amago de lo que ella hubiera hecho para dominarlo se esfumó al instante y él, gruñendo, se lanzó a por ella antes de que pudiera encajar la flecha en la ballesta. Así, como el “pedazo de animal” que ella lo había acusado de ser (¡y bien orgulloso, sí señor!), destrozó la flecha en su propia rodilla, le arrebató la ballesta y la lanzó lejos, a donde ella no pudiera alcanzarla. – Maldita lagarta desagradecida. He estado portándome bien, ¿sabes? Y así es como me lo pagas. – amenazó, y ni siquiera necesitó elevar el tono porque las palabras resultaban, por sí mismas, lo suficientemente intensas para que ella las captara a la perfección e incluso se estremeciera de miedo. Sí, eso le satisfacía al húngaro, pero no de la forma sensual a la que ella podía estar más acostumbrada, sino de la forma bestial que le había despertado ella misma, con su insulto anterior, que a él le había picado un tanto porque, por una vez, no le había dado motivos para su actitud. ¿Qué demonios se creía, eh, que las luchas callejeras a las que ella quería “aprender a sobrevivir” eran buenas, pacientes y cordiales? No, se basaban en la rapidez y en los juegos sucios como los de él; si quería aprender, debía prestar atención y no pasarse de lista, pero él se había hartado de juegos.
Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, laxos, y la frialdad volvió a su rostro al tiempo que retrocedía un paso y se alejaba de ella. Aún quedaban a su alrededor y en sus ropas los rastros de la flecha que había destrozado sin inmutarse porque no era de plata, que era lo único que realmente podía hacerle un daño significativo. – La lección ha terminado; las bestias no tenemos tiempo ni ganas de enseñar a las gitanas. Búscate a otro a quien controlarle la cabeza, Aleksandrova. – sentenció, con la voz tan suave que casi podría parecer melosa, pero únicamente debido a la musicalidad de la lengua que tenían en común y que ambos estaban utilizando. Las palabras, por su parte, no habían dejado lugar a ninguna duda, ya que él no iba a perder más tiempo con ella, y le faltaba anunciarlo en un diario de París para que ella se diera completamente cuenta. Así era: la había pillado por sorpresa, pero lo cierto era que no podía importarle menos, y no pensaba dedicarle ni una sola palabra más, porque eso era lo que sucedía cuando se ofendía a alguien con un orgullo del tamaño del de Miklós. ¿Qué podía decir al respecto? Seguía siendo Rákóczi para lo que menos le convenía de todas las malditas posibilidades que existían con respecto al apellido, ya que por descontado la nobleza no la había heredado, pero los vicios... esos eran otra historia totalmente diferente. Cosas que venían adheridas a eso de ser un bastardo, ¿no? Y aunque Liliane no se lo hubiera echado en cara (ni eso ni que mataba gatitos, tal vez porque sabía que él era un gato grande. Por lo demás, hasta de eso la veía capaz), él lo sabía bien, así que eligió comportarse como tal y alejarse sin echar la vista atrás.
Ese era el mayor riesgo de relacionarse con un hombre como Miklós, cuando decidía dignarse a serlo y comportarse como tal: lo más fácil de dañar en él era su orgullo, y una vez se hacía, había muchas posibilidades, como había sucedido, de que él no se dignara a permitir que arreglaran la afrenta cometida.
Miklós no soportaba, no toleraba, que otros lo dominaran sin su permiso, y eso era exactamente lo que ella estaba haciendo. La gitana a la que había ayudado, que era una cría débil a la que él podía destripar con un zarpazo bien dado (y empezaban a no faltarle las ganas, maldita fuera la muy desgraciada), estaba intentando resistírsele, y no contenta con eso, encima se apartó y buscó una ballesta en la que él, lo admitía, debería haberse fijado. ¿Quién demonios se creía, eh, una cazadora? La fría apatía de Miklós estaba dando paso a ardiente rabia, y era tan evidente en sus ojos que cualquier amago de lo que ella hubiera hecho para dominarlo se esfumó al instante y él, gruñendo, se lanzó a por ella antes de que pudiera encajar la flecha en la ballesta. Así, como el “pedazo de animal” que ella lo había acusado de ser (¡y bien orgulloso, sí señor!), destrozó la flecha en su propia rodilla, le arrebató la ballesta y la lanzó lejos, a donde ella no pudiera alcanzarla. – Maldita lagarta desagradecida. He estado portándome bien, ¿sabes? Y así es como me lo pagas. – amenazó, y ni siquiera necesitó elevar el tono porque las palabras resultaban, por sí mismas, lo suficientemente intensas para que ella las captara a la perfección e incluso se estremeciera de miedo. Sí, eso le satisfacía al húngaro, pero no de la forma sensual a la que ella podía estar más acostumbrada, sino de la forma bestial que le había despertado ella misma, con su insulto anterior, que a él le había picado un tanto porque, por una vez, no le había dado motivos para su actitud. ¿Qué demonios se creía, eh, que las luchas callejeras a las que ella quería “aprender a sobrevivir” eran buenas, pacientes y cordiales? No, se basaban en la rapidez y en los juegos sucios como los de él; si quería aprender, debía prestar atención y no pasarse de lista, pero él se había hartado de juegos.
Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, laxos, y la frialdad volvió a su rostro al tiempo que retrocedía un paso y se alejaba de ella. Aún quedaban a su alrededor y en sus ropas los rastros de la flecha que había destrozado sin inmutarse porque no era de plata, que era lo único que realmente podía hacerle un daño significativo. – La lección ha terminado; las bestias no tenemos tiempo ni ganas de enseñar a las gitanas. Búscate a otro a quien controlarle la cabeza, Aleksandrova. – sentenció, con la voz tan suave que casi podría parecer melosa, pero únicamente debido a la musicalidad de la lengua que tenían en común y que ambos estaban utilizando. Las palabras, por su parte, no habían dejado lugar a ninguna duda, ya que él no iba a perder más tiempo con ella, y le faltaba anunciarlo en un diario de París para que ella se diera completamente cuenta. Así era: la había pillado por sorpresa, pero lo cierto era que no podía importarle menos, y no pensaba dedicarle ni una sola palabra más, porque eso era lo que sucedía cuando se ofendía a alguien con un orgullo del tamaño del de Miklós. ¿Qué podía decir al respecto? Seguía siendo Rákóczi para lo que menos le convenía de todas las malditas posibilidades que existían con respecto al apellido, ya que por descontado la nobleza no la había heredado, pero los vicios... esos eran otra historia totalmente diferente. Cosas que venían adheridas a eso de ser un bastardo, ¿no? Y aunque Liliane no se lo hubiera echado en cara (ni eso ni que mataba gatitos, tal vez porque sabía que él era un gato grande. Por lo demás, hasta de eso la veía capaz), él lo sabía bien, así que eligió comportarse como tal y alejarse sin echar la vista atrás.
Ese era el mayor riesgo de relacionarse con un hombre como Miklós, cuando decidía dignarse a serlo y comportarse como tal: lo más fácil de dañar en él era su orgullo, y una vez se hacía, había muchas posibilidades, como había sucedido, de que él no se dignara a permitir que arreglaran la afrenta cometida.
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