AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Animas Perdidas || Michelangelo Alessandri
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Animas Perdidas || Michelangelo Alessandri
Aquella mañana estaba decidida a buscar algo que hacer, el estar encerrada en la casa no era mi principal fascinación y menos a causa de esa supuesta “enfermedad” que madre mencionaba a cada minuto.
A lo mejor madre tenía razón y si estaba enferma pero no me sentía muy cómoda con un hombre más porque son tan superfluos, quería aventura, ver el mundo por mis propios ojos, experimentar todo en esta vida no quiero salir de un encierro para entrar a otro, por eso aquella mañana me visto con uno de los vestidos de mis propias criadas, en secreto salgo por las calles hasta llegar a una mansión, está abandonada al parecer.
Ingresa, haciendo sonar las rendija de la entrada, se oye chillona de lo vieja que está, lentamente voy dando pasos con cautela hasta la entrada, toco la puerta tres veces y se abre mágicamente, no parecía ser tan sombría al contrario por dentro era muy lujosa, llena de excentricidades con espejos por todos lados, un candelabro inmenso en la entrada y un florero con flores frescas en el centro bajo aquel candil; todo estaba limpio y pulcro, aun con más cautela avanzo hasta llegar a una puerta de aquel salón. Una biblioteca, grandes puertas con dibujos tallados en mármol que rezaban “he aquí la puerta al infierno”, empuje y cuando vi, todo estaba lleno de libros hasta en el suelo habían apilados libros.
Como un ratón me fui directo al queso, a los libros leyendo uno a uno, cada nuevo que tomaba era aún más interesante que el anterior, tan metida en la lectura que no me percate del tiempo que había transcurrido y la noche me alcanzó, tuve algo de miedo pero lo que hice fue quedarme ahí al menos nadie estaría. O eso creía yo. Cuando de pronto las luces de toda la mansión se encendieron en segundos, en secuencia. Me alarme por ello pero dejé el miedo aun lado para salir de mi refugio de letras.
El salón estaba todo iluminad y una melodía suave se podía escuchar. —Hola— susurro con un tono de pregunta, mirando a todos lados si había alguien pero no, no veía a nadie aun.
Quizás aquel dueño de la morada tan bella, estaría solo que a lo mejor había ido de viaje y ahora regresaba y no le gustaría que estuviera ahí una intrusa.
“Estas enferma, el no querer un esposo te hace estar loca, y por los clavos de cristo que tendrás un esposo que te quite esa enfermedad”
A lo mejor madre tenía razón y si estaba enferma pero no me sentía muy cómoda con un hombre más porque son tan superfluos, quería aventura, ver el mundo por mis propios ojos, experimentar todo en esta vida no quiero salir de un encierro para entrar a otro, por eso aquella mañana me visto con uno de los vestidos de mis propias criadas, en secreto salgo por las calles hasta llegar a una mansión, está abandonada al parecer.
Ingresa, haciendo sonar las rendija de la entrada, se oye chillona de lo vieja que está, lentamente voy dando pasos con cautela hasta la entrada, toco la puerta tres veces y se abre mágicamente, no parecía ser tan sombría al contrario por dentro era muy lujosa, llena de excentricidades con espejos por todos lados, un candelabro inmenso en la entrada y un florero con flores frescas en el centro bajo aquel candil; todo estaba limpio y pulcro, aun con más cautela avanzo hasta llegar a una puerta de aquel salón. Una biblioteca, grandes puertas con dibujos tallados en mármol que rezaban “he aquí la puerta al infierno”, empuje y cuando vi, todo estaba lleno de libros hasta en el suelo habían apilados libros.
Esa era mi condena.
Como un ratón me fui directo al queso, a los libros leyendo uno a uno, cada nuevo que tomaba era aún más interesante que el anterior, tan metida en la lectura que no me percate del tiempo que había transcurrido y la noche me alcanzó, tuve algo de miedo pero lo que hice fue quedarme ahí al menos nadie estaría. O eso creía yo. Cuando de pronto las luces de toda la mansión se encendieron en segundos, en secuencia. Me alarme por ello pero dejé el miedo aun lado para salir de mi refugio de letras.
El salón estaba todo iluminad y una melodía suave se podía escuchar. —Hola— susurro con un tono de pregunta, mirando a todos lados si había alguien pero no, no veía a nadie aun.
Quizás aquel dueño de la morada tan bella, estaría solo que a lo mejor había ido de viaje y ahora regresaba y no le gustaría que estuviera ahí una intrusa.
Última edición por Aimée C. Wickham el Jue Jun 09, 2016 11:54 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Animas Perdidas || Michelangelo Alessandri
Uno de los hobbies que tenía Mich era recolectar objetos, tenía una larga fascinación por las cosas ajenas, no se consideraba a sí mismo un ladrón, ya que para las circunstancias, los objetos que tomaba de las grandes casas ya se encontraban abandonados. No era que necesitase hacer esto, debido a que poseía sus propias riquezas, la estabilidad económica persistía en su vida. Sin embargo, era como un fetiche del cual no podía escapar. Recolectaba todo lo que podía, cualquier cosa que llamase su atención. Varias veces Alaska le había reñido por traer reliquias que podrían ser peligrosas a su morada. Pero Mich era alguien bastante testarudo, casi tanto como la joven hechicera. Así que no perdió el tiempo y se alejó de su acaudalada residencia, vestido de traje y sombrero, nadie jamás sospecharía que llevaría a cabo una de sus artimañas favoritas. Y decidió dirigirse a las afueras, montándose en su coche de punto y dando las precisas indicaciones a Arthur, su mayordomo. En poco tiempo, estuvo donde deseó desde que se levantó aquella gloriosa mañana. Le indicó a Arthur que no se quedase, Mich prefería caminar por el bosque de vuelta a su hogar para disfrutar de una noche apasionada con la más hermosa de las criaturas.
Por el momento, tenía otras cosas en las que pensar. Estuvo rondando por las diferentes mansiones, unas cuantas con moradores. Desde vampiros hasta cambiaformas que preferían vivir lejos de la movida París. Merodeó durante una hora hasta que con su visión más dotada que la de un ser humano normal, visualizó a una jovencita preciosa. Su corazón latiendo persistente como las alas de un colibrí. Una vestimenta propia de una sirvienta, Mich se quedó un rato apreciándola con su sombrero puesto sobre el corazón. La jovencita estuvo dentro de una de las propiedades abandonadas de la zona y Mich se relamió los labios. Él era un hombre romántico sin medida, amaba a su pareja con locura, pero también se consideraba a sí mismo probador del elixir prohibido. Para Mich, no se sentía como una infidelidad pensar en los placeres que podría proporcionarle otras mujeres, ni siquiera el acto en sí. Simplemente eran otras exploraciones del amor y el sentir de cuerpo y cuerpo. De todas maneras, sabía que Alaska estaría para él sin importar lo que pasase. Así que sin pensarlo con mucho detenimiento se encaminó hasta la casa abandonada, aprovechando su doble objetivo, encontrar reliquias de su interés y seducir a la jovencita preciosa que había decidido entrar a la mansión.
Entró a la casa con mucho sigilo, no evitó que un par de tablones chirriasen debido a la antigüedad del lugar. Con su olfato percibió que aquel lugar pertenecía a un vampiro. No se molestó en corroborar que permaneciera ahí. Tenía un objetivo principal. Siguió los pasos de la chica con extremo cuidado, admirando sus curvas dentro de aquel traje servil, sus ojos la recorrieron de arriba a abajo y no evitó que su boca se hiciera agua. En el camino se encontró con un piano y sus dedos fueron al instrumento como las abejas a la miel, tocó una ligera melodía, sin importarle si era escuchado, ya que ese era el cometido con la jovencita.
Terminó por encontrarse a la jovencita en la biblioteca del vampiro, Mich estuvo fascinado entre las sombras por la cantidad exquisita de libros que poseía el ser frío. Supo en ese instante que tomaría algo de allí para agregarlo a su colección. Las joyas no eran ni la mitad de lo que los libros lo eran para él.
Le vio leer e intercambiar su mirada entre las letras y la puerta, seguramente sintiéndole. Decidió pues hacer acto de presencia, se acomodó su traje y puso su sombrero sobre su cabeza, pulcro e intachable, como si las noches de luna llena no existieran para él. Sus pasos hicieron chirriar los tablones una vez más, esta, sin embargo, adrede y fue su momento de saludar.
—No sabía que alguien viviera aquí. —Comentó Mich con una sonrisa. —Me llamo Michelangelo Alessandri. ¿Podría saber yo, pues, el nombre de tan bella mujer?
Por el momento, tenía otras cosas en las que pensar. Estuvo rondando por las diferentes mansiones, unas cuantas con moradores. Desde vampiros hasta cambiaformas que preferían vivir lejos de la movida París. Merodeó durante una hora hasta que con su visión más dotada que la de un ser humano normal, visualizó a una jovencita preciosa. Su corazón latiendo persistente como las alas de un colibrí. Una vestimenta propia de una sirvienta, Mich se quedó un rato apreciándola con su sombrero puesto sobre el corazón. La jovencita estuvo dentro de una de las propiedades abandonadas de la zona y Mich se relamió los labios. Él era un hombre romántico sin medida, amaba a su pareja con locura, pero también se consideraba a sí mismo probador del elixir prohibido. Para Mich, no se sentía como una infidelidad pensar en los placeres que podría proporcionarle otras mujeres, ni siquiera el acto en sí. Simplemente eran otras exploraciones del amor y el sentir de cuerpo y cuerpo. De todas maneras, sabía que Alaska estaría para él sin importar lo que pasase. Así que sin pensarlo con mucho detenimiento se encaminó hasta la casa abandonada, aprovechando su doble objetivo, encontrar reliquias de su interés y seducir a la jovencita preciosa que había decidido entrar a la mansión.
Entró a la casa con mucho sigilo, no evitó que un par de tablones chirriasen debido a la antigüedad del lugar. Con su olfato percibió que aquel lugar pertenecía a un vampiro. No se molestó en corroborar que permaneciera ahí. Tenía un objetivo principal. Siguió los pasos de la chica con extremo cuidado, admirando sus curvas dentro de aquel traje servil, sus ojos la recorrieron de arriba a abajo y no evitó que su boca se hiciera agua. En el camino se encontró con un piano y sus dedos fueron al instrumento como las abejas a la miel, tocó una ligera melodía, sin importarle si era escuchado, ya que ese era el cometido con la jovencita.
Terminó por encontrarse a la jovencita en la biblioteca del vampiro, Mich estuvo fascinado entre las sombras por la cantidad exquisita de libros que poseía el ser frío. Supo en ese instante que tomaría algo de allí para agregarlo a su colección. Las joyas no eran ni la mitad de lo que los libros lo eran para él.
Le vio leer e intercambiar su mirada entre las letras y la puerta, seguramente sintiéndole. Decidió pues hacer acto de presencia, se acomodó su traje y puso su sombrero sobre su cabeza, pulcro e intachable, como si las noches de luna llena no existieran para él. Sus pasos hicieron chirriar los tablones una vez más, esta, sin embargo, adrede y fue su momento de saludar.
—No sabía que alguien viviera aquí. —Comentó Mich con una sonrisa. —Me llamo Michelangelo Alessandri. ¿Podría saber yo, pues, el nombre de tan bella mujer?
Michelangelo Alessandri- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 31/03/2016
Edad : 26
Localización : París, Francia
Re: Animas Perdidas || Michelangelo Alessandri
Aquel pequeño ruido fue más que suficiente para arrastrarme al presente, el libro cayó abruptamente al suelo y tragué en seco pues sentía que el corazón lo tenía atravesado en la garganta, me ensordecía el latido de mi propio ser por el temor que sentía, mi cabeza se llenaba de conjeturas absurdas y lógicas pero aun así muy en el fondo de este ratón asustadizo un poco de cordura había. Traté de tranquilizarme pero las piernas me temblaban al igual que las manos que corrieron un poco al abrir la puerta para encontrarme nuevamente en aquel amplio salón demasiado amplio para mi propio gusto.
No podía concentrarme en nada más que no fuera el propio latido de mi corazón hasta que la voz ajena hizo que diera un salto del susto; si se puede morir por ello realmente estaría yo muerta, aunque la palidez era más que obvia en mi rostro cuyos ojos están tan abiertos como mi boca que trataba a toda fuerza de tomar el aire que mis pulmones requerían. Todo eso había sido malo, una muy mala idea.
Mi mente era la única que hilaba palabras, mi boca solo tomaba las bocanadas de aire para tranquilizar a mi “rebelde” alma, si, como siempre decían “la conciencia te acusa” y esa era el motivo de estar en ese estado; la culpa de haber huido de aquella forma de estar a la deriva luego de…Mejor no pensar en eso, solo alejo los pensamientos de la cabeza agitándola fuertemente como si negara la existencia.
Más calmada coloco la máscara que aquella persona me había enseñado, con una sonrisa y la reverencia que pedía disculpa por haber ingresado a su propiedad, ¿era de aquella persona?, quizás —Disculpe mi atrevimiento, yo no pude dejar pasar la aventura de conocer lo que se ocultaba tras estas puertas así que solo entre, lamento haberle causado molestias en su propiedad, me retiraré ahora mismo— sabía muy bien que si daba el nombre tendría potestad sobre mí, aun con halagos, ella me había enseñado muy bien sobre eso, aunque siendo como era no pude evitar sonrojarme ante sus palabras atentas, y por eso era que ahora me debatía en decirle la verdad o no —No volveré a meterme en su casa, señor, así que no podré decirle mi nombre o terminaré luego tras barrotes negros y quien sabe luego a donde sea llevada. Si me jura por su meñique que no me entregará a la policía señor Alessandri, le diré mi nombre— con aquella sonrisa nerviosa fue todo lo que pude decir.
En parte odiaba aquella sinceridad de la que siempre pecaba, ahora entiendo porque ella trato de corregir eso.
No podía concentrarme en nada más que no fuera el propio latido de mi corazón hasta que la voz ajena hizo que diera un salto del susto; si se puede morir por ello realmente estaría yo muerta, aunque la palidez era más que obvia en mi rostro cuyos ojos están tan abiertos como mi boca que trataba a toda fuerza de tomar el aire que mis pulmones requerían. Todo eso había sido malo, una muy mala idea.
Siento que el corazón se me acaba de subir directamente a la boca, dios que susto
Mi mente era la única que hilaba palabras, mi boca solo tomaba las bocanadas de aire para tranquilizar a mi “rebelde” alma, si, como siempre decían “la conciencia te acusa” y esa era el motivo de estar en ese estado; la culpa de haber huido de aquella forma de estar a la deriva luego de…Mejor no pensar en eso, solo alejo los pensamientos de la cabeza agitándola fuertemente como si negara la existencia.
Más calmada coloco la máscara que aquella persona me había enseñado, con una sonrisa y la reverencia que pedía disculpa por haber ingresado a su propiedad, ¿era de aquella persona?, quizás —Disculpe mi atrevimiento, yo no pude dejar pasar la aventura de conocer lo que se ocultaba tras estas puertas así que solo entre, lamento haberle causado molestias en su propiedad, me retiraré ahora mismo— sabía muy bien que si daba el nombre tendría potestad sobre mí, aun con halagos, ella me había enseñado muy bien sobre eso, aunque siendo como era no pude evitar sonrojarme ante sus palabras atentas, y por eso era que ahora me debatía en decirle la verdad o no —No volveré a meterme en su casa, señor, así que no podré decirle mi nombre o terminaré luego tras barrotes negros y quien sabe luego a donde sea llevada. Si me jura por su meñique que no me entregará a la policía señor Alessandri, le diré mi nombre— con aquella sonrisa nerviosa fue todo lo que pude decir.
En parte odiaba aquella sinceridad de la que siempre pecaba, ahora entiendo porque ella trato de corregir eso.
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