Psychotic Thoughts. [Michelangelo Alessandri]

por **Georgette McHusband** Miér Abr 13, 2016 1:04 pm

Por una de las tantas ventanas que estaban quebradas en éste lugar para locos, veía al sol avecinarse por los altos cerros de éste país tan matutino, era tan de mañana y ya centenarios de individuos venían a visitar a aquellas personas psicópatas que tanto les interesaba, yo solo desgarraba el papel tapiz de las paredes que se encontraban tan destrozadas, y me ahogaba entre tantos pensamientos que tenía por segundo, como si nunca hubiera aprendido a navegar por mi propia conciencia.

[ Me dirigí hacia la silla giratoria que tenía a pocos metros de mi, e inmediatamente me aseguré de que no estuviera rota de nuevo, y afiancé mi trasero sobre ella. Tomé el vaso con café que estaba sobre la mesa y en seguida tomé un sorbo de éste, estaba más amargo que cada uno de mis sentimientos. Observé toda la habitación de forma muy detallada, y algo me llamó demasiado la atención, una pequeña caja que estaba situada encima de un alto armario, con bordes hechos a la perfección, decidí no tomarle mucha importancia, y bajé los anteojos que tenía sobre mi cabeza.
Agarré la libreta que estaba en el suelo de madera putrefacata, y empecé a leer cada una de la interesante información que había anotado de cada paciente que había atendido. La curiosidad me mataba, y no entendía por qué mis pensamientos sólo se centraban en aquella pequeña caja que había notado hace pocos segundos, sentía como si una pequeña voz me reclamase y exclamaba altos gritos de auxilio, estaba muy decidido a tomarla, hasta que una extraña persona entró por la puerta con uno de mis psicóticos clientes.

—¿No cree que primero debió tocar? Pero que falta de respeto, señor. —Pregunté algo encolerizado, con mi voz un tanto ronca, ésto gracias al ron con el que me había embriagado cada noche, con una de mis mejores amigas, "la soledad".

por **Michelangelo Alessandri** Miér Abr 13, 2016 4:30 pm

Detestaba ir al sanatorio, pasar por los crudos e inhóspitos pasillos llenos de tanto dolor, de poca libertad, de la locura más tétrica entre tantos pacientes que vivían encerrados en este lugar. Sin embargo, era mi deber venir a visitar a Ludovica. Con mis padres había perdido contacto, sin embargo, había permanecido muy consciente de toda la familia. Siempre pendiente a pesar de que la mayoría de mis primos vivían encajándome las garras en el cuello buscando heredar algo de lo que me pertenecía. Lamentablemente, a pesar de la separación, de las horribles circunstancias que me hicieron alejarme de mis progenitores—nada más y nada menos que lastimando a mi madre—ellos no desistieron, querían verme siendo el heredero único de todos sus bienes y es por ello que ahora vivía de la mejor manera en París, era por esa razón que no venía más allá de la incondicionalidad y el amor de ambos padres, que ahora podía darme la vida que quería, no solo a mí, sino a Alaska y a Sephora. Lejos de ser como mis primos y tíos creían, yo no era un desgraciado que les echaría a la de Dios. Por el contrario, consideraba que les ayudaba en lo más estrictamente necesario. Por ejemplo, pagando la estadía de mi prima menor en uno de los mejores sanatorios que se pudiesen pagar. Ubicado en París, donde actualmente vivía. Siendo yo el que menos debía estar implicado, era el que siempre estaba ahí, cuidando de ella, de su salud y del trato a veces aberrante que podía recibir de los enfermeros del lugar. Estaba muy seguro que habían vampiros, otros licántropos y cambiantes trabajando en dicho lugar, podía oler el aroma incipiente de los seres fríos. Conocía a los de mi clase y mantenía contacto con otras razas. Por eso sabía bien que me debía andar con cuidado. Y debía cuidar de Ludovica, así no lo quisiese, mi corazón me lo indicaba y a veces tenía esperanza en que al seguirlo, la paz de alguna forma me calaría.

Estuve un rato rondando por los pasillos, mientras los gritos incesantes y los rezos satánicos inundaban aquel lugar. Uno de los lugares más traumáticos para cualquier ser, incluso para los más infernales.

Encontré fácilmente la habitación cerrada de mi prima. Gracias a mi poderoso olfato y mi característico sigilo. La puerta estaba sonando, como si alguien intentase tumbarla desde dentro, respiré hondo antes de asomar los ojos por la pequeña rendija. Mi prima de tan solo quince años, se encontraba golpeándose contra todas las paredes con un bozal en el rostro y el cuerpo enfundado en una camisa de fuerza, chocaba sin cesar contra todos los rincones de su habitación, más una celda que un lugar para considerarle sitio de descanso. Tenía los ojos inyectados en sangre y parecía haber desmejorado completamente desde la última vez que le había visitado, me echó una mirada que me heló la sangre. Sobre todo porque lucía como una asesina, ya no se veía como la niñita de seis años que me había dedicado a querer y a alejar de los comentarios de mis primos mayores y astutos.

Lucía como una muerta en vida, una desquiciada chiquilla sin rumbo, lucía como todos los temores de las personas vueltos realidad en aquel cuerpecito en crecimiento. Apreté mis labios y fruncí el ceño antes de alejarme.

Quien la hubiese dejado así, iba a pagar por esto. Me lancé en picada hasta las oficinas superiores, donde seguramente estarían los médicos, varias enfermeras intentaron detenerme, no olí más que humanidad en cada una de ellas. No perdí tiempo en llegar, unos hombres intentaron detenerme pero no lo lograron cuando me lancé sobre la puerta de quien traía por apellido "Dr. McHusband". Me permití ser imprudente para demostrar mi rabia, entré sin más, forzando la puerta y a los hombres que habían intentado detenerme.

Su pregunta y me hizo reír profundamente, cómo se atrevía a posar su culo en una silla y beber mientras mi prima se deterioraba convirtiéndose nada más y nada menos que una joven sin alma, a pesar de que la humanidad la acarreaba.

—Necesito muchas explicaciones, señor McHusband—Su olor me penetró las fosas al igual que su aura vibrante. Un jodido cambiante. —¿Me brinda un poco de su tiempo? —Mi sonrisa lucía asesina y mis palabras como un rugido, porque nada más que la embriagadora ira cruzaba mi mente y mi cuerpo sin ton ni son.

por **Georgette McHusband** Miér Abr 13, 2016 7:06 pm

No me encuentro alarmado, pero, ¿dónde he dejado mi descripción? El doctor me ha recetado pastillas, para evitar la alergia a la estupidez.

—Que imprudente, señor. —Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro. —¿Acaso me necesita para algún problema que tiene? Porque en realidad analizo que tiene demasiados. —Me puse de pie, y en seguida enlacé mis manos y las llevé hacia mi espalda. Rápidamente mis instintos me enviaron una alarmante noticia, já, un tonto e ordinario licántropo, lo que me faltaba.
El absurdo hombre se notaba algo rudo, y también enojado, pero ésto no tiene por qué asustarme, al contrario, creo que van a ser siglos que no veía un lobito.
El ambiente se sentía tenso, pero alguien inigualable como yo, no podía dejar que ésto sucediera, así que me dirigí hacia ellos y toqué la mano de la pequeña dama con la que se encontraba, me arrodillé, y la besé algo precipitado. Sentí de repente un enorme aroma, que penetró todos los sentidos que obtenía hasta el momento, evoqué algo en seguida, ¿acaso es ésta la familia de licántropos que destrozó y robó las pertenencias de mis "padres"? Me puse de pie con mucha dificultad, y mi corazón casi marchándose de mi pecho, como si éste sintiera un enorme miedo frente a lo que estaba sucediendo. Divisaba mi entorno de una forma muy extraña, veía doble, me convencí de que tenía pavor a lo que estaba por pasar, pero ésto fue por sólo unos segundos.

Encontré mi libreta sobre la silla en la que antes permanecía, y busqué hoja por hoja hasta encontrar el nombre de aquella chica con la que el hombre se encontraba, y mi búsqueda dio a fruto a un nombre algo conocido y también odiado por mi conciencia, "Ludovica".

Sentía una gran fuerza sobrehumana, que me conducía a algo hórrido y aterrador, todo lo que recordé fue lo que había notado hace pocos segundos, aquella pequeña caja que esperaba para conducirme a tal perdición.

"¿Piensas que me encuentro loco? Pues las mejores personas lo son."

por **Michelangelo Alessandri** Vie Abr 15, 2016 8:42 pm

Pero por supuesto, el médico también debía estar loco. ¿De qué otro modo este hombre podía acarrear con tantas almas perdidas en este sanatorio? El cambiante era tan desquiciado como sus pacientes, yo apostaba que un poco más. Verle dar un beso cortés al aire me dejó anonadado por unos instantes, pero luego comprendí la razón. No podía ser otra.

Me crucé de brazos, el traje siendo un poco estrecho y el sombrero siendo un fastidio en mi cabeza, haciéndome sudar. Respiré hondo para calmarme, él sabía tan bien como yo que ambos éramos seres sobrenaturales, sin embargo los guardaespaldas olían a humanidad pura y no me apetecía tener un altercado con el cambiante. Solo me dispuse a alzar una ceja para responder a su pregunta.

—Puedo tener demasiados problemas, aunque no dejo de creer que usted posee más, doctor... —Detuve mis palabras para darle un poco de suspense a mis palabras, para que sonara más como una blasfemia que su simple nombre borbotando de mi lengua —McHusband...

Sonreí de corrido, sabiendo que el tipo era, probablemente, otro loco que debía estar encerrado. Más cuando empezó a dar esa mirada salvaje, como si mi olor fuese algo perturbador para él.

—En realidad, vengo solo por uno de mis problemas, que estoy seguro que le concierne. —Decidí caminar para sentarme frente a su escritorio. Crucé mis dedos, mientras le veía fijamente. —Sobre Ludovica Alessandri. Mi prima, hija del hermano de mi padre. He de suponer que usted la trata o al menos lo ha hecho, ¿Sabe de ella? —Pregunté con una suavidad letal, mis palabras saliendo como pequeñas dagas en busca de atajar al cambiante por todos los lados posibles.

No me consideraba un personaje violento, no mientras la luna llena no hiciera sus peculiares actividades en mí, convirtiéndome en un demonio de la noche. Así que traté de sonar estoico pero no tan contundente.

De todas maneras, si el cambiante no cooperaba las cosas entre ambos serían muy diferentes. Y no me apetecía iniciar una escena desagradable justo ahora.

Así que me recosté hacia atrás en la incómoda silla y esperé su respuesta con una apariencia relajada muy lejos de caracterizar lo que verdaderamente estaba sintiendo.

por **Georgette McHusband** Vie Abr 15, 2016 10:22 pm

"I'm nuts, baby, I'm mad,
The craziest friend that you've ever had
You think I'm psycho, you think I'm gone."

—Yo era un completo trashumante, ¿Qué más esperaba usted de mi? —Expresé, y me coloqué de pie al tanto que contemplaba como aquella figura de la bella chica se desvanecía como un inservible papel calcinándose. Estiré mi mano con un intento de encerrarla en ella, como a una pequeña mariposa, pero desdichada desapareció.

El hombre intervenía con palabras irreverentes de un momento a otro, procurando herir alguno de mis extraños sentimientos, o quizá es así como yo lo conjeturo, pero es una completa lástima que, simple y sencillamente yo me asemeje demasiado a la nieve, soy demasiado frío.

—Así que, no estoy tan loco como usted supone. —Mencioné, aún sabiendo que soy un completo psicópata. —Cuando usted llegó a la puerta, lo vi con una hermosa joven, su aspecto se me hacía bastante conocido, se me asemejaba a un hermoso gorrión azul con el que algún día soñé. Definitivamente su aroma llegó a mi cerebro y lo afectó un poco, creando una forma física de su propia prima, ¿que cómo ha sucedido éso? ni yo tengo la mínima idea. —Me detuve un momento para trasladarme hasta donde mi armario se ubicaba y cuidadosamente retiré mi bata y la guardé junto a más objetos que tenía dentro, y obstaculicé mi vista con los parpados. —Es que, relativamente no sabes absolutamente nada de lo que le ha sucedido a tu desdichada prima. Ha sido infeliz desde que pisó el suelo de este espantoso lugar. Su celda se inunda en llanto cuando ya todos se han ido, y sus labios se resecan de tanto blasfemar de aquél día en el que la trajeron, y todavía me pregunto el por qué ella está acá, ¿acaso es por su radiante belleza?

Me dirigí a la puerta y la abrí pausadamente. —Ahora, puede irse, señor Alessandri.

por **Michelangelo Alessandri** Lun Abr 18, 2016 11:15 pm

No le hago caso alguno a su exigencia, no pretendía salir de aquella sala la cual poseía un penetrante olor dulzón, lucía como lo menos fúnebre de ese lugar en el que mi prima se encontraba recluida. Me apoyé contra la pared, igual de destrozada que la mayor parte del sanatorio y sin importarme el polvo o cualquier otra nimiedad, penetré con mi mirada al cambiante.

Lucía tan...tan... había algo en su mirar que me generaba dos emociones contradictorias: la primera un odio irreverente por su astucia y la segunda, nada más y nada menos que pesar. Al igual que todos sus pacientes, lucía roto. Demasiado para un humano, un cambiante o cualquier ser que morara en la tierra.

Lo contemplé durante unos instantes que parecieron eternos antes de expresar: —Si usted no cree que mi prima deba estar aquí y veo pues, que con sus palabras adornadas de halagos para ella y de pesares por su condición, he de suponer que la puedo sacar de aquí sin ningún problema. ¿Verdad?

Espero durante un rato para que responda, sabiendo que no hay forma de que evada la pregunta, si lo hace, sabré como seguir encaminado, muchos me conocen por mi astucia, no solo con las mujeres sino en muchos otros aspectos.

Muevo mis dedos aleatoriamente en mi brazo izquierdo, como un signo de insistencia hacia el cambiante. Necesito una respuesta justo ahora.

Si es posible que mi prima no esté loca, si es posible que todo haya sido producto de su familia, quienes no son más que crueles almas codiciosas, entonces me veré en paz sabiendo que puedo traerla a vivir conmigo. Sé que se podría acostumbrar al mundo al que he sido sometido sin necesidad de convertirse en un ser oscuro, bien sabía yo lo sociables que eran Alaska y Sephora, lo bien que la tratarían, si en mí estaba el sacarla de aquí en contra de todos los prejuicios de una familia que rara vez la visitaba, entonces me pondría manos a la obra para que mi prima recuperase su libertad.

Para ello, necesitaba mantener las garras afianzadas lejos del cambiante. Si quería conseguir mi cometido necesitaba ser menos tajante, debía ganármelo. Como fuese posible.

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