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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Jul 12, 2013 6:37 am


03:00 de la madrugada, y el espesor del silencio había alcanzado su cumbre suprema.
La noche se extendía en un manto negro de terciopelo, con multitud de luces pálidas y diminutas que la hacían aún más hermosa. Y la Luna, en lo alto, vigilante, llena, plena, encantaba los callejones con su luz serena. Vacíos. La gente no sabía extraer la belleza de la oscuridad, cuando no había nada más hermoso y real que la calma que en ella palpitaba. Pobres aquellos que confunden la noche oscura con el peligro. El peligro está en las criaturas que vagan ocultas en ella, no en la noche en sí. Y aquella criatura que se desplazaba pausadamente, que pisaba las mugrientas losas casi sin hacer ruido, como si levitase, era Ophelia. Podía ser la más letal de todas, o la más tranquila. Pero antes de averiguar si era lo uno o lo otro, tienes que confiar en ella. Y eso puede ser lo último que hagas.
Si alguien podía considerar especial aquel momento, a tan altas horas de la madrugada sin duda se trataba del Ophelia que, silenciosa y taciturna, había recorrido las calles con el sigilo propio de la pantera que se mueve, experta en su hábitat, bajo un reconfortante manto de tinieblas que la podían ocultar a la perfección, del desaborido entorno que la envolvía. Aquella era, sin duda, una estupenda comparación que podía aplicarse exquisitamente a aquella misteriosa "joven" que nada inusual parecía esconder y que, a paso calmo, parecía deslizarse por las sombras con una lentitud escalofriante. ¿Pero acaso era tan joven como su rostro calmo y bello parecía sugerir? Más de un milenio a su espalda contradecían la juventud de su semblante. Y su ferocidad podría sorprender a cualquiera no acostumbrado a cruzarse con "personas" de su calaña. La noche estaba bañada de luces y sombras, de bien y mal, todo mezclado y enrevesado.

... Aquellas luces y sombras parecían matar toda la belleza a su alrededor. Todo parecía yerto, dormido, bajo el inquebrantable poder de la noche suprema. Y sin embargo, aquellas mismas sombras parecían realzar la belleza de aquel rostro de color marfil, cuyos rasgos parecían tallados con la cruel perfección que el diablo concede a sus ángeles más peligrosos para hacerlos resultar, con una simple mirada fugaz, tan tenebrosamente bellos.

Así era ella. Si bien su cuerpo parecía moverse y responder al mandato de sus extraños deseos,  su corazón parecía estar muerto conforme contemplaba la Luna inexpresiva, observando cómo se ocultaba tras el manto grisáceo y espeso que atraía consigo la furia del cielo y que pronto comenzó estallar en millones de lágrimas, que trajeron consigo aquella sinfonía agresiva y tortuosa. La tormenta se desató sobre su rostro, que dibujó una sonrisa complacida, y tan inquietante, que podría helar la sangre en las venas. Se despojó de la capa que había ocultado parcialmente su rostro todo el camino, y la dejó colgada en la rama de un árbol. Sus pasos la llevaron hasta aquel lugar lejano y vacío, tan muerto como su alma... Aquella que alguna vez creyó tener. El pantano estaba agitado, quizá contento con su llegada. Era noche de caza, y sus ojos refulgían como el fuego recién encendido: furiosos.

Atuendo de Ophelia:


Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Jul 19, 2013 7:58 am, editado 4 veces


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Mensaje por Fiona Di Centa Vie Jul 12, 2013 10:27 am


La oscuridad envolvía a la estilizada figura. La vestimenta oscura que llevaba aquella noche le procuraba un manto protector extra y, de no ser por su roja y expuesta cabellera, y la pálida piel de su rostro, hombros y brazos descubiertos, se habría mimetizado a la perfección con la densa vegetación de la zona. Se movía con elegancia a pesar de la inestabilidad del terreno y del peso de la carga que arrastraba tras de sí. Ante ella se extendía una quietud y un silencio típicos de la hora y de la zona, solo interrumpido por algún animalillo nocturno merodeando en los alrededores.

El rostro de la pelirroja no denotaba expresión alguna, ni alegría, ni tristeza, ni tedio siquiera. Era una máscara perfecta de serenidad, como si de un cadáver se tratase. Y tal vez así fuese. Y no se refería a su cuerpo preternatural, en antaño cálido y suave, y ahora tan frío y resistente como las rocas que pisaba en su resuelto camino. Esa noche en especial se sentía como una de ellas: tan dura y tenaz como pequeña y vulnerable. Se encontraba vacía. No poseía las intensas emociones que solían acompañarle, ya se tratase de ira, frustración, exaltación o simplemente deseo. Mucho tiempo había pasado desde que la vacuidad le inundara y era, hasta donde podía recordar, la primera vez que esto ocurría desde que había nacido en esta nueva y oscura vida. No se explicaba la razón de ser de su ánimo. La semana entera había transcurrido dentro de la normalidad, sin el acaecimiento de algún evento extraordinario que la hubiese impulsado a cerrarse sobre sí misma.

“Ah, pero no solo se trata de lo que ocurre durante la noche ¿verdad?”. Como odiaba esa voz, siempre lo había hecho. Si hubiese podido la habría arrancado de su cerebro con sus propias uñas. Desde hacía algunos años tenía la facultad de silenciarla o simplemente ignorarla cada vez que soltaba su perorata sobre la ética, la moral, las buenas costumbres… la humanidad y la clemencia. Sin embargo no siempre funcionaba y, de tanto en tanto, resurgía con una fuerza atronadora que conseguía desestabilizarla por algunos segundos. Pues esa noche eso no ocurriría, y aunque se prometió a si misma ignorarla no pudo evitar pensar en que tenía razón. Y entonces encontró el porqué de su situación actual: los sueños. Era el único espacio en donde no poseía el control. Era allí donde sus demonios venían a atormentarla y donde el amor y el dolor le podían atormentar a beneplácito. Por fin una expresión franqueó la máscara  que la había cubierto desde que despertase esa noche. Una sonrisa sarcástica cruzó su rostro como el relámpago que atravesó el cielo nocturno. Era tranquilizador al menos conocer los motivos para el vacio y con este conocimiento era, a su vez, suficiente para empezar a encontrar un objetivo en una noche que aparentaba terminar sin pena ni gloria.

Las gotas de lluvia empezaron a salpicarla. Inicialmente con la suavidad de un arrullo para, posteriormente, transformarse en un temporal que pugnaba por semejar la violencia de sus peores momentos. Levantó su rostro hacia el cielo y permitió que el agua le empapara por completo. Un escalofrió de satisfacción recorrió su columna vertebral. Adoraba el frió y adoraba la lluvia, aunque esta no pudiese compararse con una nevada. A pesar del sonido que producía el agua al caer, de alguna manera la paz y tranquilidad del lugar no se vieron seriamente afectadas, solo fueron transformadas a un estado diferente pero aun así invariable. Al fondo, finalizando el camino que seguía, podía escuchar el sonido del agua contra el agua. Estaba cerca del punto en el cual la vegetación se abría para revelar el espacio yerto y apacible en el cual descansaba la considerable extensión de agua.

Tanta quietud, incluso con el torrencial aguacero, tanta paz. Su vacio se llenó entonces con físico aburrimiento. Demasiada quietud, demasiada monotonía. Solo entonces abrió su mano, liberando la pierna que había utilizado para poder arrastrar al hombre hasta ese lugar. Él seguía inconsciente, en parte por los efectos de la gran cantidad de alcohol que había ingerido, en parte por la sangre que ella le había drenado. Pero aún respiraba y eso era lo importante. Despreciaba a los borrachos y en este en especial se había ganado un espacio  en su fuero interno al pretender aprovecharse de ella al pensarla como una joven adinerada, solitaria y desprotegida.

Sonrió sintiéndose mejor. Solo se trataba de acallar las voces del pasado y tenía la solución perfecta para no interrumpir el poder que ejercían sobre ella en ese momento. Volviéndose se arrodilló y palmeó con firmeza pero suavemente la mejilla del hombre hasta que esté empezó a volver en sí. Un movimiento inconsciente le hizo a él intentar proteger el rostro de la lluvia. Levantó el brazo derecho contra su frente mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad y su embotada mente intentaba vislumbrar en donde se encontraba, al porque estaba empapado, tumbado en el frio suelo y expuesto a tal temporal. Sus pupilas se dilataron ligeramente al empezar a recordar. Sabía que había estado en el bar, consumiendo los pocos francos que había ganado durante una dura jornada en el mercado local. Que había conocido a una jovencita de cabellos del color del fuego y que la había llevado hasta el callejón solitario cerca de la taberna. No era algo inusual. Una chica de clase alta que se presentaba en un bar de mala muerte solo buscaba una cosa y él bien podría haberla satisfecho, solo que la joven no había resultado ser lo que parecía. Sus pupilas se movieron inquisitivas en derredor hasta que se posaron sobre los ojos verde esmeralda que le miraban impasibles.

– Pero qué demonios – alcanzó a pronunciar antes de que una de aquellas delicadas manos le aferraran el antebrazo que tenia levantado, torciendolo en un ángulo poco natural y arrancándole un grito de agonía que habría hecho estremecer hasta al hombre más curtido. El intenso dolor consiguió que su mente se despejara y la borrachera se le deslizó de su cerebro como lo habría hecho una capa de sus hombros. Se encontraba en alguna parte cerca al pantano, podía escuchar el sonido del agua y reconocía la vegetación. ¿Cómo era posible que una joven tan delicada y frágil le hubiese traído hasta aquí? Podría pensar que alguien la había ayudado de no ser porque aún sufría la agonía de la desconcertante fuerza de la joven. Entre jadeos volvió su vista hacia su atacante quien esperaba de rodillas, junto a él mirándole fijamente mientras el agua resbalaba por sus cabellos, rostro y hombros – Por favor, no me mate, hare lo que usted quiera – una súplica desesperada que solo fue replicada por una sonrisa que le profería a aquel pálido rostro una imagen de inocencia que ahora sabia no existía en lo absoluto.


Última edición por Fiona Di Centa el Lun Jul 15, 2013 1:05 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Jul 14, 2013 1:09 pm

El llanto del cielo cada vez se hacía más intenso. Y la tierra, ya convertida en barro, comenzaba a hundirse bajo sus pies. Sin embargo, eso no le desagradaba. Más bien lo contrario. Aunque pudiera parecer extraño le gustaba sentir la crudeza de la naturaleza contra su piel inmortal, eso le recordaba que aunque vacía, seguía estando más viva que una simple roca. Aunque la dureza de ambas fuera la misma. Quizá incluso la suya fuera mayor. La lluvia huracanada le azotaba en el rostro y empapaba sus ropajes sin piedad. Y le encantaba. Se sentía fuerte, fiera, notaba su propia naturaleza rugir en su interior, retorcerse, deseosa por salir a flote una vez más. No es que ella la escondiera, no, no era eso. Pero con el paso de los siglos había aprendido a controlarse. Aunque, algunas veces, no quisiera hacerlo. Ya había adquirido unas formas y criterios para "cazar", y no solía saltárselos, a menos que le apeteciera, o que algo o alguien la hubiese molestado. Sí, ella era Ophelia la cruel, la sanguinaria, la formal y a veces despiadada mujer de labios rojos y mirada fría como el hielo. Muchos la conocían, y eso le encantaba.

¿Pero por qué alguien como ella, con dinero, cierta fama, y poder, se hallaba medio perdida, intentando encontrarse, en un lugar como aquel? Esa era la pregunta que cualquiera podría hacerse, al verla empapada y sonriendo de aquella forma siniestra. ¿Por qué sonreía? ¿Es que algo le había hecho gracia o lo que le agradaba era lo que estaba por suceder? De ser así, cualquiera podría preguntarse la naturaleza de lo que acontecería, arriesgándose a lo peor. Ophelia era impredecible, y no sólo por su carácter o por ser el monstruo que en realidad era... Sino también por todo lo que había hecho en sus muchos años de experiencia. ¿Qué pasaba por aquellos pensamientos tempestuosos que la hiciera indiferente a todo lo demás? Ajena a lo que otros piensen, opinen o vean... Parecía sumida en un sueño irresistible al que cualquiera hubiera querido acceder únicamente para averiguar por qué era tan especial, qué lo hacía tan maravilloso para que aquel ser, bello como la noche hiciera caso omiso al mundo mortal, visto desde el prisma de la sociedad, para observarlo todo desde su propio prisma... aquel que llevaba siglos teñido de sangre ajena. Cualquiera que se atreviese a aventurar en sus pensamientos (de poder hacerlo, cosa que no era posible), se llevaría una sorpresa poco grata.

El dolor ajeno, la sangre corriendo por sus venas yertas, su implacable fuerza y sus deseos de dañar, eso la convertían en lo que era, y en eso era en lo que estaba pensando cuando la tormenta pareció arreciar aún más. Aquel corazón que imaginaba negro, yerto, inanimado, en medio de su pecho, hacía mucho que había muerto. Y cualquier sentimiento benigno había muerto con él, había ardido con la ira que acompañaba su nueva no-vida, se había evaporado cuando emitió su última exhalación. Ella no estaba viva, pero lo estaba. Su existencia iba contra-natura, contradecía el significado de la vida, y de la muerte. Sería eterna, por siempre. Y en este punto, se encontraba la primera falla. Quizá el único punto que podría considerarse "débil" en el ser de ojos sombríos. La inmortalidad, un bien que se convierte en maldición, cuando lo posees y sabes lo que significa en realidad. No es no morir nunca sino el vivir siempre lo que la hace dolorosamente cruel, y a la vez hermosa. Envidiada por los mortales y aborrecida por los inmortales, aunque no todos. A ella el deseo de seguir o detenerse en su caminar por las eras, le venía por temporadas. Quizá por ello nunca duraba demasiado en el mismo lugar. No dejaba que aquel sentimiento incómodo escarbara hasta la superficie. No debía dejar que ocurriese.

Recuerdos... Habían sido los recuerdos, confusos, los que la habían traído hasta allí. Dudaba que nadie excepto ella supiera lo que se escondía muy en el fondo de aquel pantano maloliente. Cadáveres putrefactos, almas arrebatadas, vidas sesgadas por su insaciable sed y deseos de ser cada vez más poderosa, y de borrar de la faz de la tierra a aquella minoría superior, aquella nobleza que la asqueaba tanto como fascinaba. Se había hecho rica gracias a ellos, después de todo. Nadie sospechaba que los crímenes de sus libros, que aquellas atroces escenas que ponían la carne de gallina a más de uno, habían sucedido en realidad. Ella era un respetable miembro de la sociedad, alguien aclamado, deseado, envidiado y odiado a partes iguales. Desde luego, o la humanidad era bastante estúpida, o gustaba de comportarse como tal. En el fondo de aquellas aguas, habían seres que no mucho antes estuvieron vivos. Ella los mató. Todos poderosos, todos nobles, para luego quedarse con todo cuanto tenían. La eternidad te da sabiduría, y también el ingenio necesario para utilizarla.

De pronto, sus finos sentidos captaron movimiento cerca de ella. Se deslizó por las sombras hasta quedar oculta tras un árbol, y se detuvo para observar al intruso que se había aventurado a caminar por aquel remanso de "paz". No tardó mucho en divisar la figura de una joven, vampira, según pudo apreciar, arrastrando sin mucho esfuerzo a un apestoso humano. Y digo apestoso porque apestaba, a alcohol y a suciedad. Observó la escena con soberano aburrimiento. No la divertía en demasía ver cómo otro vampiro tomaba su "cena" delante de sus narices. Aunque, quizá podría divertirse a su costa si conseguía arrebatarle tan desagradable bocado. No porque le apeteciera beber aquella sangre alcoholizada, sino por simple diversión. Sin salir de su parcial escondrijo, y aún oculta entre las sombras, murmuró en voz baja y ronca, pero audible, clavando la mirada en el ser como si todo lo que había alrededor se hubiese disipado por completo.

- ¿Lo has cazado tu sola, querida, o has necesitado ayuda? -Preguntó, simplemente, entre divertida y sarcástica, mientras escuchaba con desgana los quejidos de aquel mortal que pronto cumpliría el destino de los que eran como él: morir.


Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Jul 19, 2013 12:28 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Fiona Di Centa Lun Jul 15, 2013 1:07 pm


Fiona observaba satisfecha la expresión de pánico en el rostro del hombre. Era vanidosa incluso para eso. Le proporcionaba un gran placer el que sus víctimas se dieran cuenta de su inminente final, que lucharan por evitarlo, que la reconocieran y vieran en sus ojos el reflejo de su propia muerte. La sonrisa se ensanchó en su rostro. No estaba especialmente sedienta pues había contado con las primeras horas de la noche para calmar un poco su insaciable apetito. Aún en esos momentos se preguntaba si, con el paso de los años, aquella sed menguaría. Pero sabía que si quería apartar aquella sensación de vacio debía idear algo, y ser creativa se había convertido también en una especie de salvavidas para su propia no vida. Pensaba divertirse un poco con aquella escoria. Le atormentaría lo necesario para que su humor regresara y luego, finalmente, lo drenaría por completo y arrojaría el cadáver a las fétidas aguas. Bien, también sabía que la última parte no era para nada creativa, sin  embargo no era ese fin el que la emocionaba realmente, así que cualquier fin para el cadáver, por corriente que este fuese, estaba bien para ella.

El hombre gemía, observaba, maldecía y volvía a gemir. Sin embargo no intento moverse ni escapar, solo permaneció tendido de espaldas, recibiendo la lluvia que caía con fiereza sobre él y sosteniendo el antebrazo dislocado con la mano contraria. La pelirroja se encontraba de rodillas junto a él, disfrutando el momento y pensando que le haría a continuación cuando una voz la sacó violentamente de sus cavilaciones. La ira ardió en su interior con una velocidad pasmosa y, antes de detenerse a pensar sobre lo sucedido, se encontró envarándose de cara al lugar de donde provenía la voz, con las manos crispadas en forma de garras y con un gruñido muy poco natural escapando de sus labios. ¿Quién se atrevía a importunarle? ¿Cómo le habían encontrado?

La lógica le decía que debía controlarse para poder enfrentar a quien quiera que se encontrara oculto, sin embargo le costó un gran esfuerzo perder aquella postura defensiva y adquirir una mucho más apropiada para su clase. Finalmente la lógica ganó y ella recobró  el porte remilgado y altivo característico. Escrutó la oscuridad que la rodeaba en un intento por encontrar el origen de la voz a la par que abría su mente de par en par, sondeando cualquier pensamiento que pudiese filtrársele. Por lo general ese era un truco que funcionaba, pero en ese momento solo consiguió captar imágenes provenientes del borracho en el suelo, el cual pensaba en emprender la huida aprovechando que su captora se encontraba evidentemente distraída. Con un movimiento elegante, Fiona descargó su pie sobre el empeine de una de las piernas del hombre, partiendo en dos el frágil hueso y consiguiendo un nuevo aullido de dolor. Con ese simple movimiento se aseguró de frustrar las esperanzas de fuga.

Toda la escena se adelantó en cuestión de segundos y sin que ella desviase sus ojos del sitio en donde podía percibir una silueta, pero esa era todo. La ausencia de pensamientos provenientes de la presencia la desconcertó un poco pero se negó a evidenciar su perturbación. Exhibió entonces una enorme sonrisa irónica – El ladrón juzga por su condición – soltó como si se encontrara en un charla ordinaria – Y supongo que alguien que asume semejante necesidad es porque la ha vivido anteriormente en carne propia – cloqueo su lengua un par de veces a la vez que negaba con la cabeza – Casi puedo imaginarme la patética criatura que deberás ser para hacer una pregunta semejante y no tener después las agallas para salir de tu escondite – no tenía idea a quien se enfrentaba. Sabía que ella podría ser considerada una recién nacida entre los suyos y, en consecuencia, ser destruida con facilidad, pero era la ira quien se expresaba a través de los labios carmesí. No le gustaba ser sorprendida y menos aún que una desconocida se atreviese a divertirse a costa suya.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Jul 21, 2013 11:21 am

Oh noche, noche, el escondite preferido de inmortales... Noche, aquella a quien los mortales más temen, no por ser oscura o silenciosa, no por ser ella peligrosa en sí misma, sino por las criaturas que oculta en su seno. Criaturas en su mayoría, peligrosas para su existencia propia. Ophelia sonrió aguardando algún movimiento de la vampiresa, expectante, cobijada entre las sombras que siempre le hacían compañía. De hecho, ás de una vez, y de dos, y de tres, ella misma se había sentido parte de una de aquellas sombras, por su capacidad para moverse con sigilo, siempre acechante ante una posible y potencial víctima. Porque todos eran víctimas, carne de cañón, simple escoria, bajo su prisma de visión, aquel enrojecido con los años y las miles de vidas arrebatadas. Siempre le había divertido ser la fuerte, la incontrolable, la sorprendente, fuera cual fuera la situación en que se hallaba. Como en aquel momento. Ella había sorprendido a la otra, y no al revés, mientras que la castaña se hallaba sumida en sus pensamientos, en su propio tormento, en el fondo de aquel pantano. Recordaba el rostro de todas y cada una de las almas que descansaban debajo de las aguas malolientes. Almas que probablemente la estuviesen esperando en el mismísimo infierno hasta que llegara. Pero para eso faltaban muchos años... tantos que era imposible contarlos todos.

Escuchó las palabras de la joven con cierta ironía. Se hacía la valiente... bien, eso le gustaba, aunque por ello merecía quizá un castigo o un regaño: no se podía ir por el mundo retando a todo quien se pusiera por delante, y menos si no le has visto la cara ni sabes de lo que es capaz. El reto puede aceptarse, y tú morir en el intento. Y ella lo sabía. No porque hubiese retado a nadie, ella era bastante cuidadosa al elegir a las "víctimas" de sus tomaduras de pelo, sino porque a ella sí la habían retado en más de una ocasión, y por supuesto, había vencido. Neófitos descontrolados que no saben que son más frágiles que los más antiguos de su misma especie. Qué decepción. Tantos libros existentes y al alcance de sus manos humanas, que hablaban de vampiros, para luego, al convertirse en uno de ellos, no tener ni idea de nada. Eso la aburría casi más que la estupidez humana, porque para ella, era estupidez por dos. La propia de un humano confundido y asustado, dada la cercanía con su muerte, y la osadía y arrogancia de un vampiro que aún no son. Ella tardó diez años en ser considerada un vampiro normal, que sabía controlarse... Pero había de otros que aún con un siglo de antigüedad, no sabían nada acerca de su propia existencia, ni de sus poderes. Poderes que luego no desarrollaban, o lo hacían mal, y al ponerlos en práctica con alguien como ella, les fallaban. Era más que patético. Por eso les destruía sin ningún tipo de miramientos. Vampiros así no servían para nada más que hacer peligrar el secreto de su existencia. Y ella no tenía la obligación de enseñarles: no les había creado. A cada uno de los que ella creaba, los instruía, y si los consideraba demasiado estúpidos, simplemente les mataba. Podría parecer extraño o cruel lo que hacía incluso con sus semejantes, pero para ella seguían siendo escoria, y no por tener colmillos merecían ser inmortales. La estupidez sí que debería considerarse un pecado capital, y no la lujuria, o el hurto. Eso eran bobadas.

Aun sumida en estos pensamientos, dirigió de nuevo la vista a la mujer que aun se encontraba frente -o sobre, según se mirara- el moribundo hombre, que no hacía más que repetir que le dejara marchar. Sí, claro. Como si algún vampiro dejase escapar a su presa voluntariamente... Si de hecho dudaba que alguno se escapase de forma involuntaria, sin que el inmortal se diera cuenta. Podían oler su sangre a kilómetros, ¿y de verdad pretendían huir corriendo o escondiéndose entre las sombras que siempre sirven de refugio para ellos? Burda humanidad, creyéndose dueña de todo... Queriendo ocultarse en la noche, en la tiniebla, donde gobierna lo imposible, lo impensable, lo sobrenatural... Se crujió el cuello de forma mecánica, y paseó la vista por la anatomía de la vampiresa, ensanchando su sonrisa. No estaba mal del todo, era hermosa y osada, cualidades que siempre le agradaron, aunque la ira en sus palabras denotara demasiada emocionalidad para su gusto. Quizá era demasiado joven... Aunque por su fuerza y determinación, no podía tener menos de medio siglo aproximadamente. Era algo que podía intuir sin más, después de todo, llevaba casi dos mil años sobre la tierra, algo debía haber aprendido, ¿no? Parecía estar concentrada. Quizá pensaba que podía buscar algo en su mente que la delatase. Que triste. Aquello no le gustaba. Ella nunca había sido tan tonta como para practicar poderes y dejar de lado el bloqueo de su mente. Jamás ningún ser, ni mortal ni inmortal, pudo ver qué se escondía dentro. Por lo visto la chica, sondeó la opción contraria, el poder de leerlas. Soltó una carcajada silenciosa y se posicionó de forma que medio cuerpo estuviese en la sombra, y la otra mitad fuese bañado ligeramente por la luz de la luna. Hora de mostrar que ella también tenía poderes, se dijo sin más. Se concentró en el hombre al que la otra inmortal acababa de herir, para hurgar en su mente y provocarle tal dolor que le hizo retorcerse y convulsionarse, mientras de su garganta salían gritos de sufrimiento.

- Oh... querida... ¿Patética? ¿De verdad pensáis eso de mi?... No soy yo quien pretendía hincar sus colmillos en semejante bocado... Tiene más alcohol que sangre en su interior. -Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, hablando con voz alta y clara, serena, con aquel matiz musical que siempre tenía su discurso. La examinó nuevamente, todos sus movimientos, escrutó su expresión. Había controlado su rabia, antes de dirigirse a ella, eso le gustaba, aunque sus palabras estuviesen cargadas de veneno. Hizo caso omiso al tono y prosiguió con su discurso, mientras finalmente salía de detrás del árbol y se acercaba con paso tranquilo, sin apartar los ojos de los de ella. Su semblante no decía nada, nunca decía nada. ¿Qué haría a continuación la otra inmortal? ¿Se dejaría guiar nuevamente por la rabia o trataría de defenderse desde la misma ironía en que ella se escudaba. Podría ser interesante... - Soy como vos... aunque con una diferencia. Y es que no he tenido que golpear al hombre para hacerlo suplicar clemencia. -Dijo con malicia y arqueando una ceja, parándose a unos cinco metros de distancia de los dos cuerpos. El hombre la miraba con lágrimas en los ojos, consciente de que por una u otra parte, su final estaba claro. Probablemente prefería que fuese su captora quien acabara con él, tal vez por la mirada fría y sangrienta de la otra inmortal. - Vamos... ¿acaso os da miedo que os lo robe? Bebed... el pobre hombre está sufriendo... Quizá cree que aún puede escapar... -Veloz como un rayo, se posicionó tras ella y se acercó a su oído peligrosamente. - Bebed, niña... Saciad vuestra sed... -Susurró con voz seductora y cargada de malicia, son una siniestra sonrisa dibujada en su semblante.


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Mensaje por Fiona Di Centa Mar Jul 23, 2013 10:27 pm


Poco a poco la presencia se posicionó revelando a una hermosa vampiresa de aspecto joven y frágil. Sus ojos, por otro lado, le indicaron a Fiona, no bien pudo observarles con más claridad, que se trataba en realidad de un alma muy antigua, tal vez la más antigua con la que se hubiese topado hasta ahora. La ira cedió terreno al miedo pero ella, terca hasta la medula, se negó a dejarse mordisquear con fuerza por aquel despreciable sentimiento. En su lugar se envaró y observó a la vampira. A pesar de que  ninguna imagen, sentimiento o pensamiento llegó hasta ella mantuvo la mente abierta, bien podía ser que en algún momento de distracción algo llegase a filtrarse por parte de la recién llegada. Era esta una de las pocas cartas que podía jugarse ante otro inmortal y, por tanto, representaba una buena alternativa ante su limitado arsenal.

Se esforzó por colocar sobre su rostro una expresión de indiferencia en un intento por que la otra no intuyera lo que ocurría en su fuero interno. Ignoraba las capacidades sobrenaturales de la recién llegada, eso y sus intenciones. Entonces los ojos de la morena volaron sobre el hombre quien de inmediato se retorció en total agonía. Esta acción afectó profundamente a Fiona haciéndole perder la mascará de indiferencia en medio de un rictus de incredulidad que duró un par de segundos. Había escuchado que tales cosas podían llegar a hacerse. La idea de causar dolor físico sin requerir de un contacto que lo mediara le resultaba abrumadora. Podía tratarse de un chisme bastante útil, sin embargo ella prefería no perderse el estimulo que los movimientos y la cercanía podía producir. Era un don del cual prescindía, evidentemente, y que nunca había anhelado. Ahora, tampoco le tenía especial agrado al hecho de encontrase en ese momento a merced de otra criatura que, al parecer, no le importaba en demasía en hecho no usar las manos. En hombre continuaba convulsionándose bajo la lluvia, podía notarlo con el rabillo del ojo pues mantenía casi toda su atención puesta en la vampira que tenía enfrente.

Entonces la desconocida habló y Fiona escucho imperturbable en apariencia pero con la ira encendida nuevamente en su interior. Deseaba lanzarse contra ese pálido cuello y destrozarle a mordiscos pero, en su lugar, permaneció inmóvil, como una estatua. Era impulsiva pero no idiota. La vampiresa ya había desvelado lo suficiente como para que la pelirroja se hiciese una idea de su alcance. No iba a terminar su existencia en ese pantano. No aquí, no ahora. Mordió su lengua cortando las palabras que pugnaban por escapar mientras soportaba la mirada escrutadora. Era verdad que le fascinaba ser el centro de atención e, incluso en un momento de incertidumbre, encontró extrañamente gratificante que un ser como aquel se tomara su tiempo solo observándole. Era una sensación positiva en el tempestuoso mar que hervía en su interior así que se aferró a ella con el propósito de mantener bajo control su temperamento y vivir así una noche más.

– Eso es evidente… querida… así que no veo cual es la necesidad de recalcarlo en voz alta. ¿Inseguridad tal vez o simple vanidad? - soltó ante el comentario de poder causar dolor utilizando y enfatizando la palabra que la otra vampira había usado para referirse a ella. Se encontraban lo suficientemente cerca como para poder darse fácilmente alcance la una a la otra si así lo deseaban. Su tono había cambiado a uno completamente neutro aunque las palabras seguían siendo una bandera a la provocación. Un impulso difícil de controlar incluso cuando su vida dependiera de ello. Sus ojos se posaron sobre el lloroso rostro del hombre al escuchar la siguiente retahíla de palabras y estaba a punto de contestar, otra vez haciendo caso omiso de la lógica y abandonándose en los cálidos brazos de la ironía, cuando sobrevino una inesperada alteración del aire a su alrededor.

El rápido movimiento, aunado a las palabras que escuchó justo en su oído, sobresaltó a Fiona quien saltó hacia adelante con una velocidad similar a la de la morena, alejándose algunos metros y girando rápidamente para no darle la espalda mientras soltaba el aire a través de los dientes en un amenazador siseo. Ya de nada valía intentar mantener una fachada de indiferencia, no después de aquella sobre reacción, así que observó aquel rostro perfecto, que hacía gala de una sonrisa siniestra, con una expresión que se debatía entre alarmada y furiosa. Podía intentar huir pero el mero pensamiento le arranco un quejido bajo. Seguramente la otra le reduciría con facilidad pero no estaba dispuesta a permitirle el placer de verle sometida al pánico absoluto. – ¿Quién te dijo que quería continuar bebiendo? Solo pretendía divertirme un rato. Además beberé cuando se me antoje no cuando una desconocida lo decida – las palabras salieron atropelladamente y denotaban lo trastornada que se encontraba. Le molestaba permitir que la amedrentaran pero era poco probable que cualquier otro, en una situación similar, ignorara las señales de alerta ante semejante situación de potencial peligro.

– No me atemoriza que lo robes, si tanto te importa basta con que lo pidas para regalártelo – continuó señalando con un sutil gesto al hombre quien se encontraba absorto en su propio dolor, ajeno al sutil duelo de voluntades que se cursaba en su cercanía y del cual dependía, no su vida, sino su futuro sufrimiento – ¿Quién eres y porque me importunas? – se maldijo en silencio no bien las palabras abandonaron sus labios. Nuevamente su temperamento había escapado de control y bastó ese segundo para denotar ante la desconocida su creciente inquietud.

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Mensaje por Ophelia M. Haborym Dom Jul 28, 2013 5:59 am

Oh, humanidad... oh candente cúmulo vital de sensaciones y emociones inconclusas e incontrolables, que convierten a los seres que la portan en simples marionetas de sus impulsos... impulsos que jamás lograron ni lograrán controlar. Cegados por la creencia de que saben cómo manejarlas, se pierden en mil y una descripciones que nada tienen que ver con la esencia de la emoción en sí. Pobres soñadores que piensan que saben más que la propia natura, quien dotó a los sentimientos de fugacidad e incontrolabilidad para esos seres con la mayor inteligencia del reino animal, que no tienen idea de cómo utilizarla. Oh humanidad... inestable flujo de percepciones erróneas e incompletas que tratan de resumir el mundo que la rodea. Burdas ensoñaciones que tratan de esquematizar un universo con demasiados matices para que un simple humano los detecte. Tan inútil era intentarlo como pensar que por más que tratasen de conseguirlo, lo harían. Si un inmortal no puede resumir en una frase todos y cada uno de los aspectos del mundo que le rodea... ¿cómo iba a hacerlo un simple mortal que apenas si conoce la mitad de su propia historia?

-Simple vanidad, querida... -Dijo chasqueando los dientes, dibujando una amplia sonrisa ante la reacción desorbitada de la vampiresa. Era valiente, no lo negaba, pero su carácter empezaba a gustarle más que el hecho de tratar de plantarle cara. Lo tomaría como una cuestión de principios, o de orgullo, más que como una provocación que tuviese como intención iniciar una pelea. No... No era eso. Notaba su hostilidad desde la distancia que la mujer había vuelto a interponer entre ambas, casi al mismo instante que su voz en un susurro había hablado en su oído. Era evidente que el hecho de que hubiese invadido su espacio personal, no sólo no le había hecho gracia, sino que había colmado el vaso por completo, aquel que ella misma había empezado a llenar tratándola como a un ser mediocre, poco poderoso. Que sí, en el fondo podía pensarlo, como lo pensaba de cualquiera que se le cruzara por delante. Pero no lo había hecho por querer demostrar su superioridad: quería fastidiarla, y lo había conseguido. Su meta había sido lograda, aunque no pensaba que fuese tan fácil derrumbar la fachada de mujer/vampiro duro de pelar que tanto se había forzado por mantener. Eso denotaba su juventud como ente de la noche, sin necesidad de hacer ninguna pregunta acerca de la edad que tenía. Las palabras envenenadas, que como dardos dedicó a continuación a su persona, no sirvieron más que para deleitarla con semejante rabieta. No obstante, contuvo la risa dejando su recatada y usual sonrisa, más ancha que de costumbre.

Oh humanidad... conjunción de sentimientos cuya simple presencia hace débiles a los seres que la portan, fortaleciendo a aquellos que antaño la perdieron... o renunciaron a ella. Aquella humanidad que alguna vez recordó tener, llevaba años extinguida. Demasiados años como para recordar siquiera cómo se sentía el hecho de ser mortal, de ser humano, de tener una visión limitada de la realidad, y conformarse con esa simple parcela del total. Los años la habían vuelto dura y ansiosa por obtener conocimiento a partes iguales. Aquellas emociones que antaño experimentó, yacían muertas en algún lugar olvidado de su memoria, tan imposible acceder a ellas como recordar qué significaban entonces... Porque ahora no le dirían nada. Serían simples palabras engarzadas para construir un nombre propio a algo que, si bien no desconocía, tampoco le resultaba familiar. Hacía casi dos milenios que no experimentaba una sensación diferente al odio por lo inferior, y a la sed. ¿Cómo veía entonces a la humanidad y a sus sentimientos? Como algo despreciable, absurdo, una pérdida de tiempo que no merecía respeto alguno. No por su parte, al menos. Las emociones era lo primero a lo que un inmortal debería renunciar al tomar con los brazos abiertos la vida eterna. Para ver el mundo tal y como es, la vista no puede estar emborronada por emociones que de nada sirven, más que para añadirle una subjetividad innecesaria a algo totalmente objetivo: la realidad, esa a la que sólo pueden acceder seres superiores... Y aquella joven vampira, aún estaba en proceso.

- Oh, sólo pensé que podríais tener sed, querida, no veo que este patético hombrecillo tenga ninguna herida abierta más que las que podáis haberle causado al arrastrarle desde donde lo trajisteis. -Dijo simplemente, con una sonrisa de oreja a oreja, fingiendo una inocencia que ni tenía, ni había tenido jamás, denotando su sarcasmo característico. Estaba jugando con ella. -O es que quizá aún no os han crecido los colmillos de verdad... -Se llevó una mano al mentón, fingiendo estar pensando durante un instante, mientras la mujer se ponía a la defensiva. - Lo cierto es que me divierto más tomándoos el pelo de lo que me divertiría bebiendo de semejante individuo... Además, querida, alguien como yo... -Se detuvo un instante, para soltar una carcajada, y con otro rápido movimiento se colocó nuevamente tras ella, con los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja alzada. -... No se conforma con las sobras de alguien como tú. - Hubo de hacer un gran esfuerzo por no echarse a reír allí mismo, poniendo su mejor rostro de indiferencia, y alzando los hombros como si lo que acababa de decir fuese lo más obvio del mundo.

Fijó la vista con más intensidad sobre el hombre que yacía en el suelo, implorando a sus dioses para que lo salvaran... Y en el mismo instante en que su mirada se posó sobre su cuerpo tembloroso, un hondo gemido salió de su garganta, mientras se retorcía sobre sí mismo, presa de un dolor indescriptible. Aquel era el tipo de sensaciones que sí se hacían respetar. El dolor, el sufrimiento, la incertidumbre, el dejar en vilo a alguien, sin saber si vivirá o morirá. Esas sensaciones eran temidas y respetadas por todos: tanto mortales como inmortales, y era por eso que merecía la pena prestarles más atención que a cualquier otra. ¿Amor, cariño, honestidad? ¿De qué servían aquellas virtudes si nada obtenías amando, queriendo o siendo honesto? Sin embargo, el dolor siempre cambia las cosas. Cuando el dolor aparecía, el miedo lograba paralizar a las personas, en cuerpo y mente. La capacidad para provocar miedo o infligir dolor, lograba que todos te respetasen. Provocar temor en otros te hacía ser poderoso. Por eso ella se consideraba una criatura superior a cualquier humano, o que muchos seres inmortales, porque cualquier criatura medianamente inteligente le tenía miedo. Tras aquella nueva demostración de poder, volvió a desplazar la vista desde aquel patético humano, ya al borde del colapso, hasta la alterada vampiresa. La rabia brillaba en sus ojos. Y extrañamente, eso le gustó.

Aquello le hizo recordar a sus inicios, a sus primeros pasos en el mundo, visto desde la inmortalidad. La única emoción que sobrevive a la muerte y a la posterior resurrección, es la ira. El odio... Pero no se trataba de un odio superfluo, humano... era mucho más que eso. Era la necesidad de odiar al mundo y a las criaturas que caminan sobre él; era el impulso incontrolable de aborrecer todo cuanto alguna vez llegaste a amar, aunque ya no lo recuerdes... No tenía una explicación. O al menos, ella no la había encontrado por más que la buscase. Simplemente, era así, a todos les pasaba y ninguno podía evitarlo... Le gustaba esa sensación, y aun a veces se dejaba llevar por aquella rabia sobrehumana que hacía resurgir sus instintos más primarios... la sed, las ganas de arrebatarle la vida a algún patético ser, aunque no necesites alimentarte. ¿Por qué? Porque podía hacerlo... Y además, quería hacerlo. Por supuesto, nadie podía impedírselo.


- ¿Acaso crees que necesito robároslo, querida? -Musitó acercándose nuevamente a ella por la espalda, con una siniestra sonrisa brillando en su semblante. - ¿Que quien soy? Soy la peor pesadilla de cualquiera, querida... Camuflada en el rostro de alguno de sus sueños. Muchos me conocen por Moira, otros por Ophelia... A vos os dejo elegir con cuál de los dos os quedáis. Sentíos afortunada... ¿Tenéis nombre? ¿O preferís que os llame niña, como antes hice? -Dijo con voz melosa, aterciopelada, remarcando muy bien las sílabas, bien alto y claro.


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Mensaje por Fiona Di Centa Lun Jul 29, 2013 3:47 pm


Le costó a Fiona toda su fuerza de voluntad y determinación el evitar reaccionar ante el nuevo acercamiento. Esta vez, sin embargo, ya estaba sobre aviso de la jugarreta y por tanto ni perdió de vista los rápidos movimientos de la morena, ni se permitió a sí misma sobreactuar inconscientemente el papel que la otra le estaba intentado obligar a interpretar. Al inicio de la noche ella era la dueña de la baraja. Se había regodeado en el infortunio, la frustración y desespero del humano que ahora gemía en el suelo enfangado. Ella decidía hacia donde quería llevarlo, lo había manipulado y empujado justo hasta donde deseaba. Ahora los papeles se habían invertido. Tenía que reconocer la habilidad de la otra vampira. La había llevado casi sin esfuerzo hacia donde quería. Le había enfurecido y fastidiado. Resultaba tan irónico que no pudo menos que sonreír ante tal escenario. Se había convertido en un indefenso ratoncito ante un gato que lanzaba sus zarpas a diestra y siniestra solo por placer de verle corretear aterrado. Y fue esa imagen, más que nada, la que le obligo a permanecer quieta mientras la otra se posicionaba detrás.

Inclinó un poco la cabeza hacia un lado y esperó, sonriente, a que la tortura mental del pobre infeliz terminara. Podía escuchar como su corazón se aceleraba peligrosamente. No le quedaba mucho tiempo en este mundo pero eso, a ella, no podía importarle menos en ese momento. Solo estaba concentrada en volver a establecer su fachada. En contener la rabia que la poseía y en conseguir someter el impulso de clavar sus colmillos en… básicamente lo que fuera. Lamentablemente, por mucho que se esforzara, sabía que la sonrisa no llegaba a alcanzar sus ojos, los cuales brillaban fieros bajo la luz de la luna, exteriorizando las emociones en su interior. Solo cuando el hombre se relajó ligeramente, indicando así que el numerito había terminado, tomó un poco de aire que no necesitaba para luego girar con lentitud, imprimiendo en sus movimientos toda la elegancia y arrogancia de la que era capaz, y enfrentando cara a cara a la morena.

– Te tomas demasiado trabajo solo para fastidiar a una “niña” ¿me pregunto por qué será? – las palabras sonaron más a una reflexión que a cualquier otra cosa, como si de un pensamiento se tratase, solo que había sido pronunciado en voz alta. Mantuvo la mirada puesta en la otra vampira, la sonrisa aún en su rostro, la ira aún ardiendo bajo un fuego que empezaba a sofocarse ligeramente. La sorpresa conllevaba al miedo, el miedo a la ira, la ira a la reacción y, en este caso, la reacción a la muerte. Una vez sobrepuesta a la sorpresa podía empezar a fragmentar la cadena y era lo que se proponía hacer. Ella también sabía jugar. No dudaba que le serian útiles algunos siglos de experiencia pero tomaría lo que tenia y trataría de sacar partido de ello. No tenía otra alternativa. – En todo caso siempre me ha resultado satisfactorio el que se me reconozca por mi juventud. Nunca anhele ser una veterana decrepita y amargada – le lanzó una mirada significativa, escrutándola de arriba abajo antes de continuar – Así que, como veras, no me molesta el calificativo. Es comprensible que quisieras buscar un referente de comparación en cuyo caso, anciana, yo vendría siendo una especie de bebe – esta vez la sonrisa si alcanzo sus ojos los cuales brillaron por un segundo con renovada malicia.

Pasó sus dedos por entre el cabello mojado, organizándolo un poco antes de continuar y abandonando finalmente la rígida postura que había adquirido para evitar que su cuerpo reaccionara alejándose del peligro –Entonces, Madame Moira, no puedo decir que sea precisamente un placer pero igual, y solo por la deferencia que usted ya ha tenido – nuevamente la ironía – podéis llamarme Fiona - Entonces volvió su vista al hombre en el suelo, o lo que quedaba de él – Es bueno saber que no te conformas con las sobras de nadie, yo no lo haría y me hubiese decepcionado enormemente que alguien como… tú - la recorrió nuevamente con la mirada – hubiese aceptado la oferta. Ahora, el que tenga o no heridas abiertas es algo que nos compete a él y a mí. No te debo ni te daré ninguna explicación al respecto, aunque tampoco estoy muy segura de si agradecer o no tal muestra de preocupación ante la sed de un semejante - “¿tal vez arrancando algunos mechones de ese precioso cabello oscuro?” pensó imaginando que esa sería un excelente forma de agradecimiento pero tenía tantas posibilidades de lograrlo como el hombre de escapar.

Evidentemente la seguridad retornaba a la pelirroja mientras hablaba, al igual que una paupérrima cantidad de serenidad, pero peor era nada ¿verdad? La lluvia empezó a calmar lentamente, pasando del temporal que les empapaba, a una llovizna mucho más sutil. Las ropas de las dos estaban empapadas. En el caso de pelirroja, las múltiples capas de tela de su falda se pegaban unas a otras y sí misma. Si fuese aún mortal, el peso conjugado de la tela y el agua le habría dificultado moverse, sin embargo no era mortal, y algo tan insignificante no le impidió que anduviera lentamente hasta el cuerpo que respiraba con dificultad y se inclinara nuevamente a su lado, ignorando momentánea y voluntariamente a quien se identificara como Moira. Pasó con suavidad su mano por sobre la frente y permitió que esta se deslizará hasta el cuello húmedo. Podría haber sido apuesto, tal vez en otra época. Entonces apretó con fuerza, sintiendo como la delicada piel cedía, se agrietaba y laceraba bajo sus uñas, y como la tráquea y demás estructuras colapsaban bajo la embestida, se rompían y finalmente se desprendían, bañando la pálida mano en la sangre tibia y alcoholizada. Eso era todo, tan sencillo – Llámame romántica pero prefiero sentir como la vida se escapa entre mis manos – murmuró levantando la extremidad y observando como el tibio liquido se escurría por la pálida piel.

– ¿En qué momento deja esto de ser importante, placentero? – preguntó volviendo los ojos hacia la vampira. Se trataba de una pregunta genuina. En verdad se sentía curiosa ante el gusto de la otra por utilizar aquel poder, por prescindir de las sensaciones físicas – Es una excelente manera de demostrar poder, lo admito, aunque bastante holgazán para mi gusto. Después de todo si podrías ser tan patética como imagine en un principio – le miró desde abajo para luego incorporarse lentamente. El brazo del cadáver a sus pies se agitó involuntariamente mientras los últimos rezagos de energía se agotaban en la que ahora fuera solo carne, pero ella le ignoró alegremente antes de continuar - ¿Eres igual de apática para con tus amantes? ¿Acaso los tienes o con los años también a nuestra especie le sobreviene la frigidez? – palabras sarcásticas, preguntas verdaderas envueltas en ironía. No podía evitarlo pero, si igual iban a continuar con aquel enfrentamiento verbal, bien podría tratar de conseguir algunas respuestas o, al menos, tratar de fastidiar a la otra siquiera un poco.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Jul 31, 2013 10:44 am

La noche se había enfriado considerablemente desde que aquella "conversación" se hubiera iniciado. Aunque la lluvia parecía haber disminuido su fuerza, una débil brisa movía el follaje de los árboles. Gélida como el hielo. No sentía frío ni calor, pero era observadora. Se preguntó qué hora sería ya. No porque tuviera prisa, sino porque probablemente fuera cierto que estaba perdiendo demasiado tiempo hablando con aquella "niña", con una recién llegada a la eternidad. Suspiró de forma imperceptible. Tampoco es que tuviera nada más interesante que hacer en otro lugar. Y aquel había sido su remanso de paz, su pequeña burbuja dentro de la ciudad de París, desde que se hubiera establecido allí. Mil ochocientos años dan para mucho, pero por sobre cualquier cosa, te da tiempo para aburrirte, y descubrir los lugares más escondidos de cada ciudad para cometer tus fechorías. ¿Quién importunó a quién, entonces? Puede que ambas se hicieran la guerra la una a la otra, por su cuenta, y ambas tuvieran razones demasiado dispares como para compararlas. Ophelia por simple aburrimiento, y la otra por sentirse humillada o irritada por sus palabras. No es que no tuviese razón, ya desde su llegada la había tratado con cierta hostilidad, mostrando claramente sus intenciones de molestarla. Ojo por ojo, decían, y ella siempre lo había tomado a rajatabla. No le había hecho nada en concreto, o puede que le hubiese hecho todo a la vez. Después de todo, su larga no-vida había transcurrido de la mano con la soledad, y más que otra cosa, era un "animal" de costumbres... Y ya había tenido que cambiar demasiadas con el paso de las épocas y el avance (o retroceso, según se mirase) de las civilizaciones.

Observó cada una de las expresiones de la vampiresa, tratando de descubrir la verdad tras la hermosa máscara de porcelana que ocultaba sus emociones. Tenía que reconocer, que lo estaba haciendo bastante bien para su edad... Aunque ella no creía haberse enfrentado nunca a una situación como aquella en su época de neófita, o de vampira recién creada. De ser así, probablemente hubiese tenido muchos más problemas para contener el carácter y permanecer quieta ante una provocación de aquel calibre. Podría tomárselo como un entrenamiento, puestos a ser positivos... Sonrió para sí ante la ocurrencia, y ladeó el rostro para observarla con más intensidad. Sus movimientos estaban muy cuidados, eran firmes, imponentes. Después de todo, llevaba años practicándolos. Sabía perfectamente dónde debía pisar, y cuál era la línea que no debía traspasar si no deseaba que la simple discusión verbal diese paso a una más física, o quizá psicológica. No tenía nada en contra de aquella mujer. Sólo había tenido mala suerte de encontrársela justamente a ella, y en una noche en que se encontraba particularmente agitada. No sabía los motivos, pero su mente bullía con recuerdos e ideas disparatadas, que iban de una ciudad a otra, de un siglo a otro. Quizá se estuviese volviendo loca de verdad... Alguna vez le dijeron que ese es el destino de todo inmortal: enloquecer sin remedio mientras vagas por las eras, sin envejecer físicamente, pero envejeciendo mentalmente. Algún día la madurez daría paso a la vejez, ¿no? Incluso aunque su rostro siempre fuese de aquel blanco inmaculado, su memoria llegaría un punto en que no podría acumular más... y enloquecería. Pero aquel momento aún no había llegado, y pese a gustarle más que a nadie las confrontaciones, no le apetecía que su discusión verbal diese paso a una pelea seria... Podría fastidiarme la manicura.

Sonrió con cierta ironía al verle caminar con decisión hasta el cuerpo tembloroso del borracho. Ella lo hubiera dejado agonizando durante horas. No es que fuera muy humano, pero le divertía. Sí, el sufrimiento le agradaba, y más si era causado por su persona. Aún así, la muerte que le había otorgado no había estado nada mal. En el fondo, le había gustado. Demostraba crueldad y decisión, aunque mal enfocada hacia a su persona. Como si a ella le importase mucho que aquel ser inferior viviera o no viviera. Para ella no era más que una bolsa de sangre podrida, que pronto se descompondría. Y ahora ya ni eso. La sangre salía a borbotones por la inmensa herida provocada por la vampiresa. Pobre hombre... Su muerte había sido tan patética que casi tuvo pena por él. En realidad, no. Nunca había sentido lástima ni pena por nadie, y menos por un mortal. Sus vidas eran tan patéticas que la muerte más estúpida de todas ya debería ser un halago para ellos, y más si venía de manos de un ser tan superior. Sin embargo, lo que le sorprendió de aquel gesto, más que cualquier otra cosa, es que le demostraba claramente que la mujer no era tonta, después de todo. Su creciente odio o rabia hacia Ophelia podría haberla hecho tomar una decisión incorrecta, haber dado un paso en falso, podría haberse abalanzado sobre ella, intentar acabar con su existencia... Tarea de la que, probablemente, no hubiera salido bien parada. Ophelia siempre estaba atenta. Siempre procuraba no dejar nada al azar. Hubiese previsto algo como aquello sin demasiada dificultad.

Pero entonces, como un torrente con energía renovada, las palabras comenzaron a surgir de entre los labios de la vampiresa, con tono sarcástico y un matiz de burla que la hicieron tensar el semblante y estirar la sonrisa, hasta convertir sus labios en una fina línea que recorría su rostro de lado a lado, dándole un aspecto siniestro. Había recuperado la osadía del principio, dejando a un lado los modales y toda la fachada que hasta entonces había mantenido. Su reacción de enfado no se hizo esperar. Ophelia era un carácter andante, y se enfadaba por mucho menos. Estaba soportando demasiado a un ser tan humano como aquel. Ella no necesitaba motivos para sentir ira u odiar a alguien... Pero se estaba llevando todas las papeletas para ganarse un puesto en esa extensa lista de personas con las que quería acabar. Pero hubiera sido tan simple, que no merecía la pena malgastar sus fuerzas ni en intentarlo. Sabía que la mujer no iba a acercarse. No era tan estúpida, o al menos, hasta ahora, no le había dado motivos para pensar que sí lo era. Cruzó los brazos sobre el pecho y sonrió con cinismo, como si realmente tuviese motivos o ganas para sonreír. ¿Intentaba acaso darle a probar de su propia medicina? ¿Quién, ella? Por favor, podría reírse de ella de un millón de formas diferentes. Y quería que lo supiera. Ella misma oyó un ficticio "clic" en su mente, que dejó paso a un torrente inconcluso de ideas y recuerdos desordenados, que escapaban de forma atropellada desde su mente. Los dejó libres para que la inmortal pudiera recogerlos, aunque dudaba mucho que entendiese nada. Su cerebro estaba estructurado de una forma demasiado compleja. ¿Quería jugar? Ella conocía muchos juegos. Y el grueso de imágenes y recuerdos que dejó escapar de su memoria era de cómo ella despedazaba, destruía, devoraba, asesinaba y quemaba a seres que, como ella, osaron traspasar aquella línea invisible. Muchos de ellos, yacían en el fondo de aquel lago.

- Oh, querida Fiona... -Por primera vez tras todo el monólogo de la pelirroja, se dignó a hablar con voz melodiosa, firme, como si no hubiese hecho caso a su tono irónico. -Simple aburrimiento, creedme. Podría buscar cosas más interesantes que hacer que charlar animadamente con un bebé que apenas si ha aprendido a caminar por las eras... Pero vos interrumpisteis mi descanso en este claro. Sois... mi objeto de distracción, por así decirlo. Y tan fácilmente irritable... Oh, casi oléis a humanidad. -Inspiró con fuerza, como para otorgarle más realismo a su interpretación. Podría ser la mejor actriz que existiese si se lo propusiera. - No sé por qué os tomáis tan a la ligera la madurez, querida... La juventud no aporta nada bueno... Ni nada nuevo para mi. Después de todo, sigo siendo tan atractiva como vos... o más incluso. A ojos de mortales, claro. Los inmortales no se fijarían en vos más que para corregiros, para deciros que no lo hacéis bien, que así no se muerde... Como un niño al que aún no le han crecido los dientes definitivos. -Rió en voz baja, acercándose a ella a paso lento, decidido, sin dejar de observarla. Miró el cadáver y negó con la cabeza, soltando una débil carcajada, fingiendo haber escuchado la mejor broma del mundo. - Yo prefiero dejar que sufran, querida. Es más satisfactorio. Así la sangre se mantiene caliente por más tiempo, pues siguen vivos... Aunque desearían estar muertos. -Tocó la sangre derramada sobre la hierba mojada con la yema del dedo índice, y volvió a negar. - ¿Veis? Todo un desperdicio... No es que su sangre valiera mucho, pero... habéis arruinado Mi césped... -La riñó con una sonrisa, y en un rápido movimiento, arrojó al hombre al agua, como si fuese un despojo. - Además, nada gano tocándoles. Me divierto lo mismo mientras les oigo gritar limándome las uñas, que cuando los mato yo misma...

Nuevamente, se acercó a ella peligrosamente, con su mirada, gélida, escrutando el semblante ajeno. ¿Patética, yo? ¿Por qué usáis esa palabra tan a la ligera si no os dais cuenta de que en su descripción está vuestro nombre escrito? Dijo para sí, consciente de que lo oiría. Quería ver su reacción. Ella no iba a rebajarse a aquellos insultos de adolescentes. Hacía exactamente mil ochocientos cuarenta años que había dejado aquella época atrás, y no sentía ninguna gana por retroceder hasta ella. Podría hacerla retorcerse de dolor si quisiera... Y en lugar de sentirse afortunada, cedía a su aún latente humanidad para tratar de molestarla. Era absurdo, no merecía que le prestase atención a aquel berrinche. Ella no trataba con seres inferiores. La aburrían. Aunque quizá por tratarse de alguien inferior la sorprendía que albergase tanta ira en su interior. Nuevamente supuso que era porque le recordaba a ella en esa época. - Oh, no, tranquila... La experiencia te otorga conocimiento, y el conocimiento dota de más placer ese tipo de relaciones... Claro que, hasta que no aprendáis a ser un vampiro ninguno tan experimentado iba a intentar nada con vos... De hecho, acabaréis cansándoos de tener a tanto baboso persiguiéndoos por las esquinas... Eso si... -se interrumpió a sí misma, para acercarse a su oído, muy muy cerca, y chasquear los dientes, -... Llegáis a cierta edad. -Se alejó levemente con una ceja alzada y una mueca divertida en el semblante. Eso si pasas de esta noche...


Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Ago 02, 2013 3:20 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Fiona Di Centa Jue Ago 01, 2013 10:57 pm

“La locura es tan sólo un puente estrecho. Las orillas son el instinto y la razón”

Fiona observó con un intenso placer como la expresión de la otra vampira se alteraba por sus palabras. ¡Punto para ella! Finalmente había conseguido pagarle con la misma moneda y, aunque fuese solo momentáneamente, la satisfacción de haberlo logrado bien valía la pena el esfuerzo. O eso pensó, justo antes de que se diera cuenta hasta que punto estaba equivocada, pues un solo segundo después su mente fue bombardeada con tal cantidad de imágenes que la sorpresa le hizo retroceder un par de pasos y cubrirse los ojos con las manos. Fiel a su estrategia había mantenido su mente completamente abierta, ignorando los pensamientos del ebrio mientras continuaba con vida, y poniendo todo su empeño en captar algo de su interlocutora. Nada había llegado, ni un pequeño fragmento, hasta ese momento. Fue precisamente ese silencio, y la inesperada y apabullante interrupción del mismo, lo que la desestabilizó. Tortura, dolor, muerte. Todo cayendo sobre ella en una avalancha incontenible que le permitía saber cómo procedía la vampira con sus víctimas pero que, al mismo tiempo, resultaban incoherentes, como trocitos de papel arrojados al viento.

De improviso las imágenes cesaron, dejando a la pelirroja con la mente en blanco. Resultaba este estado tan exasperante que debió sacudir con fuerza su cabeza para retomar el control. No le convenía perderlo en ese momento: debía estar lucida y tranquila. Esto resultaba fácil decirlo pero las emociones se movían y bullían en su interior como un caldero con agua que era retirado del fuego solo para, unos segundos después, volver a encontrarse en medio de las llamas. De hecho, y viendo el panorama de manera objetiva, había mantenido su temperamento bajo control como nunca antes. Sin embargo, una pequeña semilla de desesperanza inicio a crecer en lo más profundo de sus pensamientos, pues sabía que segundo a segundo iba perdiendo esa batalla, no contra la otra vampira, sino contra su propia impulsividad.

Escuchó entonces la melodiosa voz que había aprendido a odiar durante tan breve espacio de tiempo. Despejó su vista y recuperó la compostura en su fachada, pero la lección había quedado bien aprendida. Jamás se le hubiera ocurrido que podrían atacarla con su propio poder. Eso era algo inconcebible y le demostraba, otra vez, lo vulnerable que era y la inmensa necesidad de encontrar quien le guiara en esta nueva existencia. Por supuesto, no se refería al tipo de aprendizaje práctico y rápido al que estaba siendo sometida esa noche. Frunció el ceño al darse cuenta de que había esperado una oportunidad como aquella durante largo tiempo y que, ahora que la tenía enfrente, podría ser que su deseo terminara matándola. No era precisamente así como había imaginado su encuentro con un antiguo.

- ¡¿Qué yo interrumpí tu descanso?! – preguntó ligeramente salida de sus casillas. Aún podía ver en su mente fragmentos de las escenas que Moira le había ofrecido, o más bien, con las que la había atacado, y estaba perfectamente enterada de lo que podía hacer. Solo que la prudencia no logró sobreponerse (otra vez) – Perdona querida, pero si mal no recuerdo fuiste tú quien se acercó a mí y no al revés – un tono abiertamente enojado acompañado de una mirada fulminante desde unos destellantes. Era una cosa curiosa esta de la furia. Se abandonan casi por completo los instintos de supervivencia y resulta prácticamente imposible dominar las ansias de sangre. Fiona permaneció inmóvil, fulminando con la mirada a la morena, indiferente al peligro que representaba, más aún después de haber visto lo que había visto y de haber conseguido que la otra exteriorizara la primera señal de molestia durante el encuentro. No obstante, muchas de las palabras dichas habían hecho mella en ella, en especial el hecho de que reconociera, como bien la otra había expresado, lo fácil que resultaba irritarla. Era un punto en el cual debía trabajar pues, como bien lo sufría en ese momento, resultaba este matiz en su carácter siendo una ventaja para el oponente.

Entonces Fiona rió con fuerza pero el sonido que emitió carecía por completo de felicidad – Reconozco que tiene razón en algunos de sus argumentos, Madame – prácticamente escupió la última palabra – y dado que es comprensible que con el paso del tiempo se requieran nuevas artimañas para reforzar la autoestima voy a permitir que usted crea que en realidad es más atractiva – ¡Oh vanidad! Se habían juntado, con mucha mala suerte de por medio y algunas pocas palabras, el hambre y las ansias por comer. Miró despectivamente a la otra. Hacía rato ya que la máscara de indiferencia se había desvanecido dejando la puerta abierta para que el rostro de la pelirroja adoptara la expresión de lo que  realmente sentía. Escuchaba lo que la otra decía mientras se acercaba y pensó que agotaría las pocas reservas de autocontrol que le quedaban impidiendo que su cuerpo saltara de forma involuntaria lejos del alcance del peligro. Luego la vio inclinarse y tocar la sangre ahora semi-coagulada. – que sufran o no. Qué gran dilema el que me planeas, que gran conocimiento el que me ofreces – replicó con tono displicente y elevando una de sus cejas.

Entonces llegaron por fin las palabras que serian el detonante. Una oleada de indignación la recorrió. Apretó los puños con fuerza y zapateó una vez en franca pataleta - ¿Cómo es esto posible? – vociferó a los cielos antes de volver a mirar a la morena quien arrojaba en ese instante el cadáver al agua – ¿Tú césped?... ¡¿TÚ CÉSPED?! – el hecho de que hablara con los dientes apretados no le impidió hacerlo con el tono alto con el que pretendía que sonara. De haber podido tendría las mejillas ardiendo pero ahora, en su nuevo estado, su tez permaneció pálida y fría. Las manos se le crisparon al percibir aquella poderosa presencia cada vez más cerca y quien ahora decidía continuar con la conversación mentalmente. Otro error identificado. Que poco previsiva y que tonta. ¿Cómo era posible que después de un ataque semejante no cayese en cuenta de cerrar su mente a los pensamientos de la otra? Solo por eso merecía lo que viniera a continuación. -Tonta tal vez. Ingenua, incluso un poco inocente si lo deseáis, pero no patética – susurró, nuevamente con los dientes apretados.

A esas alturas era muy posible que no pudiese pasar de esa  noche. No tenía idea de que tan difícil y cansado resultaría contener su instinto. Nadie la había provocado tanto, nadie la había llevado hasta ese punto solo con palabras, imágenes y una presencia intimidadora. Debería estar aterrada. Tal vez adulando o suplicando porque se le concediera la posibilidad de observar la luna una vez más. No quería morir, adoraba su existencia y estaba segura de que aún le quedaba mucho por ver y experimentar, ¡y quería hacerlo! Necesitaba sobreponerse. La noche avanzaba y si tan solo consiguiera evitar el enfrentamiento podría ser que la suerte hiciera del temido amanecer el aliado que tanto precisaba.  

Pero su suerte se había extinguido, al igual que su paciencia. Un chasquido de dientes cerca de oído transformó la visión de Fiona en una nebulosa rojo sangre. “¿Es que no puedes ver el puente arder?”. Había perdido la batalla, sus reservas de control se habían agotado. Su tenso cuerpo reclamaba liberación y la razón se apagó de pronto como si de una débil llama que luchara contra un temporal se tratara. Lo más probable es que terminara bajo aquellas aguas inmundas, acompañando el cuerpo sobre el cual había alegremente trabajado. Cerró los ojos y se abandonó a su instinto y a una locura que podría ser temporal, pero de lo cual tal vez nunca se enteraría. En un movimiento rápido y feroz arremetió contra el pétreo cuerpo, intentando hundir sus colmillos en la pálida carne.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Vie Ago 02, 2013 3:19 pm

"Estás vivo, y eso significa que puedes morir"
Lestat.

Oh, osadía... Que por un momento dotas a las personas con la fuerza para hacer cosas que ni ellos mismos se creen capaces de hacer, y al momento siguiente, desapareces, dejándoles huecos, rotos, con el alma en vilo y el corazón en un puño... Aunque aquel ser que tenía frente a ella, distaba mucho de tener alma. Y puede que eso fuera en lo único que se parecían. Ambas osadas, sí, pero con motivos diferentes para serlo. Ophelia, por su antigüedad, se sentía en todo su derecho de comportarse como le viniese en gana... Poco le importaba la edad o la inteligencia de quien tuviese delante. Y la otra vampiresa, por juventud, se consideraba capacitada para enfrentarse a cualquier cosa que se le pusiera enfrente, aunque eso significara su destrucción. El orgullo es un defecto que lleva a muchos a encontrar su fin en ocasiones inusitadas, en ocasiones donde, si los acontecimientos se hubiesen dado de otro modo, nada hubiese ocurrido. Pero ninguna de las dos parecía dispuesta a poner de su parte para que aquella confrontación verbal terminase en nada. Ambas estaban enfadadas, con la ira brillando en sus ojos. Dos seres de la noche enfrentándose para determinar cuál tenía la razón. Y sólo uno ganaría... aunque la razón no fuera de ninguna de las dos. Tan similares y tan diferentes. La brisa nocturna atrajo lentamente un espeso velo de niebla que se instaló entre ambas, dando el toque final a un escenario que ya de por sí parecía de pesadilla. El contacto visual entre ambas era perpetuo, sus ojos brillaban con recelo, sin quitarse la vista de encima en ningún momento. Parecían dos bestias a punto de saltar la una encima de la otra, tratarían de destruirse mutuamente hasta que sólo quedase una. Y Ophelia tenía demasiada confianza en sí misma como para pensar siquiera en la posibilidad de perder. No, ella nunca perdía. Jamás. Y no sería aquella la primera vez.

Consciente del efecto que sus palabras y recuerdos habían tenido en la vampiresa, dibujó una sonrisa sarcástica y se relamió los labios. Finalmente le había dado lo que había querido desde el primer momento, ¿no? ¿No era eso lo que buscaba? Sólo pretendía ser amable... Ironizó antes de que aquel "clic" volviese a repetirse, aislando a la mujer nuevamente de sus pensamientos. Gustaba de hacerla rabiar hasta el límite. Quizá así explotaría dejando visible su verdadera naturaleza. Solía hacerlo con todos. Los modales estaban demasiado sobrevalorados: las personas que se guiaban por ellos la hastiaban hasta el punto de desear acabar con ellas de la forma más rápida posible, faltando a su primer y principal principio: tienen que gritar. Sus víctimas tenían que desear la muerte, implorarla, llorar para obtenerla. Quizá así, y sólo así, ella se la otorgaría. La muerte a sus manos debería ser motivo de honra. ¿Y qué mejor forma de honrar a un demonio que implorándole una muerte rápida? Porque eso era ella, en el fondo. Siempre lo había sido. Un ente demoníaco, que por alguna extraña razón nació como humana, para acabar siendo un vampiro. Prefería verlo así, simplemente. ¿Soberbia? ¡Por supuesto! Pero se consideraba con más motivos que nadie para serlo. Tenía la edad y el conocimiento necesarios para ser la mejor persona del mundo... Y siempre eligió ser la peor. Y allí estaba, dándole una lección de inmortalidad a una recién conversa... Despojándola de sus últimos retazos de mortalidad, de contención, desenmascarándola. En aquel mismo pantano habían perecido muchos que, como ella, trataron de enfrentarse a la antigua con la simple ayuda de la osadía, sin saber que poco dura cuando el rival es fuerte. Y ella era demasiado fuerte. Lo sabía, y no iba a contenerse.

Por fin, aquella máscara, aquella burda fachada de mujer con principios, estalló en mil pedazos. Estaba furiosa, y no trataba de esconderlo. Saboreó la victoria con una sonrisa de lado a lado, relamiéndose el labio inferior en una mueca irónica. Oscura. La humanidad no servía para enfrentarse a alguien como ella, y por fin lo había aprendido. Era lo que quería desde el principio. Ophelia siempre había gustado de sacar de sus casillas al más incauto, a cualquiera que se cruzase en su camino, y poco o nada le importaba la capacidad del otro para contenerse. Aunque, francamente, debía reconocer que la joven se había aferrado a aquel estado de fingida indiferencia lo bastante como para irritarla a ella. Tarea no siempre sencilla, y menos por un ser que consideraba inferior. Lo había hecho bien, muy bien... Pero eso no iba a salvarla. Ahora se avecinaba el enfrentamiento de verdad, el que ninguna de las dos planeaba tener al inicio de la noche, y que fue posible gracias a la actitud de Ophelia, y al carácter de la vampiresa. Quizá en otro momento, en otro escenario, en otro lugar... se hubieran llevado lo bastante bien como para conversar juntas, sin aquella problemática. Pero ni estaban en otro lugar, ni la antigua iba a detener el curso de los acontecimientos. Aquello la divertía de sobremanera, ya que no siempre podía enfrentarse a alguien que se asemejase a ella en poder... Aunque fuera un poco. No, no lo haría. Y la otra vampiresa tampoco parecía dispuesta a calmarse. No es que quisiera que lo hiciera, pero Ophelia nunca había dado su brazo a torcer. Ni lo daría.

- Vos fuisteis quién se dejó guiar por la rabia y pidió que saliera a la luz... -Se limitó a decir, con los ojos brillantes y una sonrisa hueca en el rostro. Degustaba la desesperación que cargaba cada una de sus palabras. Había perdido todo atisbo de duda, o indecisión. Todos aquellos modales que de nada servían contra alguien como ella. Le encantaba, lo estaba disfrutando, y eso se notaba tanto en sus gestos exageradamente lentos, y su tono despectivo. Se divertía a su costa. - Podría haber seguido observándoos desde mi escondite, y ni os habríais dado cuenta... así de patéticos son aún vuestros sentidos. -Se relamió los labios entornando los ojos levemente. Estaba tan furiosa que casi podía sentir cómo la atmósfera a su alrededor se iba haciendo más y más pesada. Esa ausencia de todo autocontrol, en ese punto, se le hacía de lo más interesante. Había superado sus límites, y muy probablemente sus expectativas. Probablemente aquella mujer ni en un millón de años habría pensado que Ophelia tendría tal capacidad para hacerla enojar. La antigua dio algunos pasos a su alrededor, observándola fijamente y mirándola de arriba abajo, como examinándola, negando con la cabeza. No pararía hasta hacerla llegar al límite de no retorno. La haría explotar. - Si no fuera porque me dirigí a vos en aquel momento, podría haberos asaltado y aplastado como si de una simple mosca os trataseis. -Se detuvo frente a ella, más cerca que antes. - Y además, me hubiese ahorrado la saliva. -Siguió caminando a su alrededor, con una sonrisita de suficiencia reluciendo en su semblante. Si no fuera porque los años la habían dotado de una fachada casi perfecta de serena indiferencia, se hubiera echado a reír hacía rato.

Volvió a la cómoda posición a su espalda, sin dignarse a responder a ninguna de sus posteriores palabras. La rabia bullía en su interior de tal forma, que poco le importaba lo que dijese. Lo que le gustaba era el sentimiento, la desesperación, no lo que eso la hiciera decir... Palabras que en cualquier otra ocasión y con cualquier otra persona, por otra parte, le hubieran costado la vida. O una buena sesión de cirugía, depende de cómo se lo tomara. Pero no porque realmente le afectaran, sino por el hecho de haberse atrevido a dirigirse a ella en aquel tono displicente. No porque ella se sintiese superior. Simplemente porque lo era. Era muy superior a lo que muchos jamás llegarían a ser. Tratar de enfrentarse a ella y vencer era tan absurdo como tratar de llegar al Sol y no perecer en el intento. No tenía sentido intentarlo. No era una chiquilla que se molestase porque le dijeran que no era hermosa: las pruebas estaban allí. Si no lo fuera, no podría ir libremente por la calle, sin que nadie le mirase de otra forma más que con envidia o deseo. Por ese motivo, poco o nada le importaba lo que aquella criatura, aún demasiado débil para hacer nada en su contra, dijera o dejara de decir. Sin embargo, las palabras que dejó escapar poco después, cargadas de veneno, sí la fastidiaron de sobremanera. Si fuera inteligente, usaría aquellos conocimientos en lugar de tomarlos como una ofensa. Porque pese a que su tono fuese agresivo, el conocimiento seguía siendo valioso. Frunció el ceño y torció el gesto, bostezando de forma exagerada ante la pataleta posterior de la vampira. Aquello empezaba a dejar de ser divertido. Nunca hubiese dedicado tanto tiempo a una "niña" si no fuese porque la creía con el potencial necesario para dejar de serlo.

- Pues sí, querida... Mi césped. ¿O pensáis que es más vuestro, o de esta ciudad humana, que mío? Yo lo he regado con sangre ajena, ha sido testigo de la muerte de criaturas notablemente más fuertes que vos... Y de mis ratos de melancolía. Así que puedo decir con total certeza y sin atisbo de duda, que es MI césped... Y como tal, vos no teníais ningún derecho a mancharlo con sangre tan poco apetitosa. Apesta a borracho... Yo tengo gustos más refinados... -Se carcajeó acercándose nuevamente a ella. Sus ojos brillaban con la eternidad extendiéndose tras ellos. Un abismo de caos se desplazaba en su interior: cualquiera que se asomase a ellos, se perdería sin remedio. Lo sabía, lo utilizaba. Su presencia era magnética, demasiado poderosa para no fijarse en ella. Lo sabía y hacía gala de ello en cada gesto, en cada acción. Sabía que cualquiera que se acercase, cegado por su oscuridad, perecería sin remedio. Esa era su mejor arma, aunque tuviese otras que pudieran ser más fuertes o letales a ojos ajenos. Su mayor arma, la única que nadie podía contrarrestar, era su capacidad de atracción. Porque aunque las personas se alejen de aquello que les da miedo... eso jamás ocurría cuando el miedo lo causaba ella. Quizá fuese eso lo que le pasaba a aquella vampira. Odiaba a Ophelia, odiaba su presencia y su existencia molesta. Pero seguía allí, frente a ella, sin mostrar intención de alejarse o huir. Y eso, en el fondo, era lo que más le agradaba. Que cedía ante la ira, pero no ante el temor. Eso era lo que debía potenciar, al arma que todo demonio o vampiro posee: una rabia inabarcable. - La inocencia es un defecto, querida... pronto os daréis cuenta... -Susurró en su oído, tan cerca que podía notar cada uno de sus movimientos. Y de nuevo, chasqueó los colmillos, sorprendiéndose por primera vez en toda la noche.

Aquella acción malintencionada pareció ser el detonante final, la última puerta por abrir, la que llevaba a su verdadera condición. Cegada por la ira, se abalanzó sobre ella. Ambos cuerpos impactaron fuertemente, justo en el momento en que un trueno hacía las veces de eco de su choque, camuflando el fuerte sonido que debería haberse oído. Ophelia saltó hábilmente hacia atrás un par de metros, dejando ver sus colmillos en una pose ofensiva. Se agazapó levemente. Su aspecto distaba mucho de ser humano. Una larga raja en su cuello comenzó a difuminarse hasta desaparecer, aunque parecía más un resquebrajamiento que una herida abierta. En menos de un minuto, no quedó nada. Ventajas de la inmortalidad, se dijo, sin perder de vista a la vampiresa, que por fin se había dejado llevar por sus impulsos. La pilló desprevenida, era cierto, aunque su capacidad de reacción fue envidiablemente rápida. No vio el enviste, pero sí los colmillos, por lo que se alejó a toda velocidad. Se mantuvo a esa distancia varios minutos, que le parecieron horas. Eternos. Parecían estirarse a voluntad. Entornó los ojos. - Estuviste cerca... Lo admito. Pero no lo suficiente. ¿Qué pretendíais? ¿Tener una muerte rápida o tratar de asesinarme? Porque para lo segundo... os faltan milenios de práctica. -Bufó, tensando los músculos dispuesta a saltar sobre ella en cualquier momento.


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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa] Empty Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]

Mensaje por Fiona Di Centa Sáb Ago 03, 2013 6:30 pm


La ira ciega, insolente, indomable y terriblemente necia se apagó rápidamente ante los acontecimientos que siguieron al ataque. De improviso se generó un espacio prudencial entre Moira y Fiona. Esta última, apenas si empezaba a comprender el alcance de lo ocurrido. Los minutos pasaron, al mismo tiempo lentos y raudos mientras los sucesos se ordenaban y aclaraban en la mente de la vampira. Resultaba enormemente gratificante saber que después de haber perdido los estribos aun continuaba con vida, pero lo era aun más el comprender que había sido capaz de sorprender, por una fracción de segundo, a otra que le aventajaba en todos los aspectos “o en casi todos” pensó reacia a aceptar que fuese menos atractiva que la morena aunque sin desconocer ante sí misma el atractivo de la otra. Observaba ahora a Moira agazapada, lista para saltar si fuese necesario pero sin decidirse a hacerlo. ¿Por qué no le arrancaba la cabeza? Si los papeles estuviesen invertidos Fiona pensaba que para ese momento y lo habría hecho y estaría retirando la piel de sus huesos para hacerse un bonito par de zapatos. Pero los pocos años que llevaba caminando como inmortal le había también enseñado a no estar segura de sus propias reacciones. Era inestable emocionalmente, eso era lo que le había permitido a la otra tener tanta ventaja sobre ella durante la noche. Nunca podía estar cien por ciento segura de cómo reaccionaría, tal vez calmada y sobria, tal vez iracunda y salvaje.

La suave llovizna cesó finalmente y la vida alrededor empezó a emerger nuevamente. Algunos animalillos se movían entre la vegetación y las gotas de agua que caían desde las ramas de los arboles sonaban con una desordenada intensidad para los oídos de la vampira. El cielo también cambiaba, de una manera muy sutil como para alarmarse pero siendo, al mismo tiempo, un recordatorio de las limitantes propias de su especie. Se sentía extraña. No habría otra manera de describirlo. Albergaba en su pecho al mismo tiempo alegría por seguir con vida y por salir airosa en una tan dispar contienda (aun sabiendo que debía su limitado triunfo solo al efecto sorpresa), ira por continuar a merced de un ser más poderoso, ansiedad por no tener claro que ocurriría a continuación y, en cierta medida, malestar por todo lo que había descubierto sobre sí en tan corto tiempo. Eso le recordó algo y con un mínimo esfuerzo de su parte cerró su mente a las imágenes y pensamientos. Si Moira quería transmitir algo tendría que usar su boca para hacerlo. No permitiría ser su víctima mental nuevamente.

Fiona observo entre maravillada y radiante la herida que cerraba rápidamente en el pálido cuello de la morena. Tal había sido su abandono  a la locura y a la furia animal que ni siquiera era realmente consciente de haberle alcanzado. – Que difícil debe ser aceptar que una chiquilla te haya alcanzado – comentó en tono jocoso, como si de la mejor broma del mundo se tratase. No había terminado de salirse con la suya y ya volvía a buscar problemas. El pez muere por su boca. Era lo que decían los pueblerinos y, de hecho, tenían razón.   – Buenos reflejos – afirmó en seguida guiñándole el ojo. Se sentía tan confundida que ni siquiera sabía cómo comportarse. ¿Debía abandonarse a la ira una vez más? Suponía que todo dependía de cómo reaccionara la otra, de hacia dónde quisiera llevarla y de que tanto consiguiera controlarse o no. Resultaba ser un enigma y estaba dispuesta a resolverlo aunque eso implicara el seguir arriesgándose. Qué curioso, nunca se había considerado como una masoquista.

Era evidente que Moira podría saltar sobre Fiona en cualquier momento sin embargo prefirió cuestionar primero sus acciones. Fiona escuchó la réplica y permaneció en silencio algunos segundos antes de contestar – Te ofendo y no lo haces, te ataco y no lo haces. Estas lista, tu cuerpo lo demanda, puedo verlo, y tampoco lo haces… creo que la realidad es que no me quieres atacar – afirmó esbozando una enorme sonrisa. La agitación en su interior crecía - ¿Qué que pretendía? – repitió las palabras en tono curioso y transmitió la respuesta sin pensar en ella previamente. Resultaba que contestaba simultáneamente para las dos – Pretendía intentar asesinarte y al mismo tiempo estaba segura de que no sobreviviría a tal intento. No estoy muy segura en realidad. Simplemente me abandone y deje que fuese mi cuerpo el que decidiera que quería hacer. Eres la criatura más irritante con la que me he topado – – se encogió ligeramente de hombros – Y debo admitir que ha resulta bastante interesante – finalizó con una expresión rebosante de malicia.

Nuevamente se hallaba en control. Creyó que su cuerpo seria vilmente mutilado y en su lugar su ego había sido exaltado. Permitió que su físico retornara a la apacibilidad e indiferencia características. Sin embargo continuó estando alerta a los movimientos de la otra, atenta de si debía, en algún momento, saltar, defenderse o correr, todo era posible. – ¿Que es lo que quieres en realidad? Si solo se trata de divertirte me temo, querida, que el punto de la diversión ya fue sobrepasado hace algún tiempo – le cuestionó. Ahora que sentía su mente en control otra vez podía darse el lujo de recordar con más calma las palabras de Moira. Encontraba verdades en todo lo que había dicho. Hechos que debía recordar e interiorizar como parte de su aprendizaje. Decidió entonces retomar algunos de sus rituales con el fin de afianzar su seguridad. Mientras espera que la otra rezongara, se dignara a contestar sus preguntas o simplemente saltara encima en busca de abrir de un tajo su garganta, empezó un lento trabajo consiste en apretar sus cabellos con el fin de eliminar la mayor cantidad posible de agua del mismo. Luego lo alisó y acomodó, tratando de recuperar un poco de su compostura. No obstante permaneció donde estaba, manteniendo  la prudente distancia que la morena había colocado entre las dos.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Ago 07, 2013 11:18 am

Es mejor ser dueño de tu silencio que esclavo de tus palabras.
William Shakespeare

Maldita seas... Una y mil veces. Aquellas palabras cruzaron por su mente raudas, feroces, sin llegar nunca a salir de sus labios. ¿Acaso pensaba que podía prender la mecha y esperar a que no se produjera ninguna reacción en contra suya? ¿Acaso la creía tan estúpida? Aquellos ojos sombríos, gélidos, reflejaban una ira profunda, contenida, bullendo y expandiéndose, deseosa por liberarse y salir al exterior. No... no puedes prender la mecha y avivar el fuego para luego creer que éste se apagará solo, simplemente. No podía ser tan estúpida. ¿Con quién se creía que se estaba enfrentando? ¿Con una simple neófita, un ser incapaz de controlar sus poderes? ¿Un ente débil, joven, poco metódico? Pues estaba totalmente equivocada. Si había algo en lo que Ophelia destacase, era por su férreo autocontrol, ese que había cultivado durante casi dos milenios. Pero ahora era diferente. Ella había empezado, y aquello no acabaría así. Simplemente, no podía acabar así. La rabia dejó de estar contenida, contraída sobre sí misma, y comenzó a escapar de su interior. Casi podía verse a su alrededor, como un aura enrojecida. Podía percibirse fácilmente en sus gestos, adivinarse en sus facciones... Cerró los puños con tal fuerza que sintió el desgarramiento de la carne de sus palmas bajo la grave presión a la que eran sometidas. Sus ojos se entornaron, peligrosamente atentos a todos los movimientos de la vampiresa. Eran los ojos del demonio. Si tuviera que explicarle a alguien lo que sentía, probablemente no hubiese sabido cómo expresarlo con palabras. Si normalmente no le apetecía controlar la ira que acompañaba necesariamente su naturaleza, aquella... mujer, no ayudaba, precisamente. Con su gesto de fingida indiferencia y sus aires de superioridad... No, no es que ella estuviese descontrolada, es que la otra se lo merecía. Y las ganas de darle una lección iban en aumento, a medida que Fiona comenzaba a relajarse. Por favor, ¿relajarse en su presencia? Se lo tomó como un insulto. Y eso distaba mucho de ser bueno.

El clima se tornó más pacífico a medida que Fiona asimilaba el hecho de que Ophelia no hubiera saltado sobre ella. Y aun siendo la propia Ophelia quien había dejado de llevar a cabo la opción, no tenía muy claro el motivo real de por qué no lo había hecho. No tenía sentido. Teniéndola así, frente a ella, recorriendo sus bonitos cabellos con parsimonia, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Debió haber saltado antes. Debió haberlo hecho. La ira arreciaba en su interior, apremiando su ataque. Pero aún no estaba todo perdido. Ahora estaba algo distraída. Ahora podría acabar con su patética existencia en menos que duraba un parpadeo. Mas... ¿era eso lo que quería? ¿Acabar con su existencia tomando como una venganza aquel patético intento de defender su honor? Se había hecho la valiente y le había salido bien. Quizá le hiciese un favor al demostrarle que no debería contentarse con asestar un ataque de forma correcta, creyendo ser la vencedora de la batalla. Aquello denotaba demasiada confianza en sí misma, y la convertía en una pésima ganadora... Si es que a eso se le podía llamar ganar. Una batalla aislada no te convierte en vencedor de la guerra. Y aquello podría tornarse una auténtica guerra en menos de dos segundos. Pero dependía de la antigua en aquel caso. La había subestimado... Y eso no se lo perdonaría. Le causaba cierta simpatía su ímpetu y sus ganas de abatirla... Pero le fastidiaba su poca consideración. En un encuentro bélico, Ophelia sería Francia... Mientras que Fiona se comparaba más a algún islote sin ejército, fácil de conquistar.

Y entonces, ahí estaba, el broche final para su patética actuación. No contenta con creerse merecedora del premio al enfrentamiento del siglo, hubo de dejar libre nuevamente aquella lengua viperina que tanto enfurecía a la antigua. ¿Acaso pensaba que no podría, simplemente, haberla detenido? De hecho, lo sorprendente era que hubiese acertado. Ella también debió hacerse daño en el choque, no por nada la piel de Ophelia era bastante más resistente que la de la otra vampiresa. Aquel hecho la había sorprendido, pero no le dio demasiada importancia. Después de todo, su "herida" había cerrado en menos de veinte segundos. Los vampiros no sufrían cortes similares a los que sufrían los humanos, más parecían una grieta en la roca sólida, dándole el aspecto de una muñeca de porcelana quebrada. La suerte del principiante... Pensó, entornando la mirada y dibujando una sonrisa sarcástica. Aquella "niña" merecía conocer lo que era la fuerza, lo que era la potencia real de un ser de su categoría. Quizá así dejase de tratar de restregarle una ficticia derrota a la antigua, volviendo a su acostumbrado aspecto de mujer civilizada. Odiaba la civilización tanto como la aborrecía a ella. Al menos, en aquellos instantes. Quería verla arder, desaparecer, convertir su cuerpo en polvo, tornarlo a nada. Eso deseaba, eso parecía pedir a gritos desde la distancia marcada por la mayor, con aquel gesto de suficiencia.

Veloz como un rayo, deshizo la distancia entre ambas sin necesitar más que dos pasos para tal fin. La encaró con ojos brillantes y una mueca contraída. Sus colmillos relucían bajo la Luna, que tímidamente se había ido abriendo paso por el cielo, antes plomizo, que cubría la ciudad. Miró aquellos ojos fieros a menos de diez centímetros de distancia. Casi podía notar su aliento, fruto del aire que aunque no necesitaban, todos acostumbraban a respirar. La observó detenidamente, con el rostro ladeado. Estaba tan cerca que tuvo que contener esa rabia que la gobernaba para no tratar de desgarrar la poca carne que separaba su diestra del corazón ajeno. Un corazón tan muerto como el suyo, pero que albergaba demasiada humanidad como para considerarlo siquiera parecido. Ambas pertenecían a épocas diferentes, a momentos diferentes, a mundos diferentes. Aunque si había algo que Ophelia tenía claro, era que la ira de ambas podría llegar a igualarse en algún momento. Lo había notado antes, y lo sentía ahora, aun cuando la otra parecía haber vuelto a la normalidad. Quizá era eso lo que la fastidiaba, que hubiese abandonado tan rápidamente aquel sentimiento de rabia que ella había conseguido avivar. Odiaba la normalidad, la aborrecía. Odiaba que todas las criaturas tratasen de desviar su tendencia natural al caos, para llevarla a mejor puerto. No dijo nada, no quería decir nada. Si había algo que fastidiase más el silencio, eso eran las palabras vacías, que era lo único que podría dedicarle a su interlocutora. Las bestias no hablan, los demonios no necesitan decir nada para provocar miedo en sus víctimas. Y ella, en su afán por parecerse cada vez más a aquella criatura temida por todos, se limitó a dibujar una renovada y tenebrosa sonrisa, fingiendo una ¿alegría? que nunca había sentido ni su corazón jamás podría llegar a albergar.

- Y vos sois la criatura más osada con la que me he topado... -Clavó su mirada nuevamente en los ojos de la menor. - Aunque no me resulte del todo... lógico. ¿Sabéis, querida? Quizá si no os di fin tan rápidamente fue porque, como dije, prefiero verles sufrir un poco antes de otorgarles un final más o menos digno. Además, no sería gratificante para alguien como yo, acabar con alguien como vos tan rápidamente. Jugáis con demasiada desventaja como para tratar de llevar la delantera... Digamos que, os di un margen relativamente amplio para que os creyeseis capaz siquiera de empatarme... -Su mueca se tornó salvaje, sangrienta, furiosa. No había vestigio alguno de humanidad en sus ojos, ni de bondad en sus gestos. - Aunque lo cierto es que tenéis menos posibilidades de sobrevivir a una pelea conmigo, que exponiéndoos al Sol una vez se muestre por el horizonte... -Dirigió la vista al cielo, aún lo bastante oscuro como para que las vidas de ambas no corrieran peligro... Sobretodo la suya. - Y querida... donde acaba la diversión, lo decidiré yo. -Dijo simplemente para tratar de asestar un golpe firme y rápido en el vientre de la vampiresa, cerrando ambas manos en puños y dirigiéndolos hacia su objetivo a gran velocidad. Su furia, desatada, era el mejor combustible.


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Mensaje por Fiona Di Centa Miér Ago 07, 2013 10:56 pm


¿Pero qué era lo que ocurría con su instinto de supervivencia? ¿Que era lo que la impulsaba a retomar su actitud arrogante cuando sabía que no debería hacerlo? Podría sentarse durante semanas solo para intentar dar respuesta a tales interrogantes. En ese momento era como preguntarle al cielo por que lloraba. No obtendría respuesta alguna y solo ella era capaz de modificar el curso de los acontecimientos. Y en este punto se acercaba a su segundo dilema ¿Qué era lo que ella quería? Definitivamente morir no estaba en su lista de prioridades pero, por lo visto, dejar de lado su orgullo de lado tampoco. ¿Qué opciones le quedaban entonces? Podía observar el cambio que se producía en la vampiresa. Al principio fue algo sutil pero luego fue mucho más evidente. Casi podía sentir la ira que emanaba, como el calor de una hoguera. Incluso había recurrido al truco de clavar sus propias uñas en las palmas de sus manos, tan humano que por poco provoca que la pelirroja soltara una carcajada, pero debido a la fuerza preternatural de la vampira el daño era mucho más considerable de lo que una humana corriente habría conseguido. A tiempo Fiona se contuvo de reír pero, aún viendo a la otra en medio de una furia inhumana, continuaba acomodándose el cabello. Si fuese una espectadora de aquella escena no apostaría un franco por su cabeza y, al mismo tiempo, posiblemente estaría doblada de la risa ante tal desfachatez.

El movimiento fue tan repentino que, a pesar de hallarse alerta, no le dio el tiempo suficiente para reaccionar. Apenas había movido su pierna izquierda hacia atrás, con la intención de apartarse de la trayectoria del ataque, cuando ya tenía frente a sí a la morena, tan cerca que podía observar con pasmosa claridad cada una de aquellas largas y curvas pestañas. Sin embargo el enviste no llegó, por lo que Fiona decidió mantenerse firme en el lugar en el que se encontraba. Ella misma sentía una debilidad extrema con las criaturas que escapaban. Le gustaba la caza y un ser corriendo en un débil intento de huida resultaba siempre vigorizante y tentador. Por eso decidió quedarse frente a frente a la morena. Si corría la otra la alcanzaría y perdería cualquier ventaja, por pequeña que fuese. Su rostro evidenció en un principio sorpresa, luego un atisbo de miedo y, finalmente, la altanería combinada con la ira que la había caracterizado durante la noche. Le hubiese gustado apartarla de un empellón pero el anterior choque le había dejado clara la dureza de aquel cuerpo. Sería como si, en sus tiempos de mortal, hubiese intentado empujar una estatua de granito.

Entonces la otra sonrió generando un escalofrió que recorrió a la pelirroja desde la espina dorsal hasta la base de su cuello. Escuchó mirándole recelosa. Muchas respuestas se agolparon en su mente, cada una mejor que la anterior, o peor, dependiendo del punto de vista. Pero prefirió morderse momentáneamente la lengua, al menos hasta que su interlocutora terminara de hablar. Le incomodaba la cercanía. Sentía vulnerado nuevamente su espacio vital sin su aprobación pero no podía hacer nada para solucionarlo en un futuro inmediato. La vio dirigir sus ojos al cielo pero ella permaneció con los suyos sobre el pálido rostro. Recordó entonces a su marido preguntándose qué habría hecho él en una situación similar. Resultaba ser el único punto de comparación que tenia aunque, claro, él hubiese rehuido el enfrentamiento desde el principio. Posiblemente hubiese entregado a su víctima humana y pedido excusas por pisar un prado que, al perecer tenía dueño. Ella no podría haber hecho algo así. Ni su orgullo, ni su ego ni su temperamento se lo permitirían. La sola idea le hizo reír sin percatarse de que la otra no comprendería el origen de aquella risotada y asumiría que se burlaba de sus palabras. Un poco tarde para detenerse a pensar, lo hecho hecho estaba y dudaba que a la morena le importaran un penique sus explicaciones.

Sus pensamientos se vieron cortados de raíz al ver, de reojo, un rápido movimiento de la vampira. Al igual que durante el acercamiento, la velocidad del mismo le impidió a Fiona hacer nada al respecto. Recibió el fuerte golpe en el estomago y, tal vez por primera vez en su vida preternatural, sintió un dolor lacerante e incapacitarte. El aire que retenían sus pulmones por inercia salió despedido en medio de un siseo de dolor mientras ella era lanzada hacia atrás por los aires con una fuerza demoledora. El tronco de un enorme árbol detuvo su trayectoria y el sonido conjugado de su cuerpo contra la madera y esta, a su vez, partiéndose, estremeció todo el derredor. Esta vez no hubo ningún trueno que pudiese menguarlo. Finalmente cayó de bruces contra el suelo enlodado donde permaneció un par de segundos, recuperándose del golpe.

Bien, eso no lo había esperado. Tenia demasiada confianza en su propia velocidad y lo sucedido le demostraba, otra vez, lo joven e inexperta que era. Con lentitud se levantó de la vulnerable y degradante posición. Sospechaba que si lo hacía rápidamente solo presionaría a la otra a atacarle una vez más. –Demonios. ¿Tienes idea de cuánto me ha costado este vestido? – preguntó enojada al ver el desastre enlodado en que se había convertido. Hizo caso omiso de la sangre que se mezclaba con el barro. Ya sabía que había sufrido heridas abiertas, aunque superficiales, en su estomago, justo en los lugares donde los sólidos puños le habían golpeado. Pero también sabía que en ese momento estaban sanando y que, en unos segundos, su abdomen volvería a estar tan plano y completo como le recordaba. Una idea para nada reconfortante teniendo en cuenta que solo acababan de empezar.

Miró entonces al árbol que, asombrosamente seguía en pie aunque un tanto inclinado y el tronco vencido en el punto donde ella había chocado. El golpe la había alejado de Moira algunos metros, los suficientes para proveerle algún tipo de ventaja si decidía intentar escapar. ¿Sería mejor huir o morir con orgullo? – Por cierto, gracias por lo de osada – reconoció al volver la vista a la enojada vampira. Se sentía complacida consigo misma por haber logrado sacarla de casillas. Todo retorna tarde o temprano y al menos podría llevarse esa satisfacción a la tumba. Entonces le sonrió. Una sonrisa genuina por medio de la cual le expresaba que también reconocía su fuerza, pero no mucho más – Muy bien, muy bien, tú eliges cuando termina tu diversión. Yo solo trataba de expresar objetivamente los hechos. Pues es evidente, Ophelia, que no estás muy contenta que digamos. Alterada e iracunda, tal vez, pero no contenta -por primera vez se refería a ella por el nombre que, sospechaba, era el que usaba en la actualidad. Luego con las manos dibujó en el aire el perfil de la vampiresa – Además demasiado mojada y desaliñada como para seguir pagándote de ti misma – comentó con una expresión burlona antes de girar y correr impulsivamente y a toda la velocidad que sus piernas preternaturales se lo permitían hasta encontrar un antiguo y enorme sauce no muy alejado del sitio del enfrentamiento. Con agilidad subió a las ramas nudosas y retorcidas antes de detenerse y agudizar sus sentidos buscando cualquier indicio de su rival. Las ramas y hojas no impedirían un ataque frontal pero tal vez, si la suerte volvía a estar de su lado, entorpecerían lo suficiente un nuevo asalto como para permitirle actuar. La carrera lastimó sus recientes heridas provocándole un furtivo y poco agradable dolor en el vientre. Sintió su ira acumulándose nuevamente. Si sobrevivía debería contactar un buen sastre porque, la realidad, era que adoraba aquel vestido oscuro.  Sonrió para sí misma, era curioso que a pesar de la situación fuese tan materialista como para preocuparse por semejante nimiedad.


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Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Ago 14, 2013 5:20 am

"Si luchas con monstruos,
cuida de no convertirte también en monstruo.
Si miras durante mucho tiempo un abismo,
el abismo puede asomarse a tu interior."

Friedrich Nietzsche

Enredaderas. Se trata de unos curiosos miembros del reino vegetal. Curiosos por esa personalidad irreverente de que hacen gala sin quererlo. Parten siendo un tallo pequeño e inofensivo, algo a lo que no se le presta demasiada atención a menos que traten de reclamarla de alguna forma... en realidad, así pasaba con todas las personas, con todas las criaturas. Se arrastran por el suelo cual serpientes, con la legendaria mala leche de aquel que ha sido despertado en medio de un profundo sueño. Enfadadas con todo el mundo, lascivas como ellas solas, reptan en silencio en busca de algo a lo que treparse. Y antes de que la victima se percate del lío en el que se ha metido (no a propósito, por supuesto), ya tiene las venenosas hojas de esa planta del demonio, robándole la luz, agua y sustento nutricional... Irónico ¿Verdad? Ni las plantas se salvan de la codicia y la ambición que normalmente solía atribuirles únicamente a los humanos, ya que incluso usan trucos parecidos para conseguir sus objetivos. La seducción, el engaño, la estafa, la... sorpresa. Al final todo el mundo resulta ser una mala persona en esa carrera de obstáculos que llaman vida. No debía haber olvidado aquel precioso detalle aquel día que había salido torcido... Aquella era una de sus mejores comparaciones, sin duda. Ella se veía a sí misma como una enredadera, una venenosa enredadera que retorcía hasta asfixiar a su presa sin que nada más le importase. Eso era ella. Y Fiona bien podría haber sido su presa. En otra ocasión.

Haberla tenido cerca le había desvelado varias cosas sobre ella: en primer lugar, que pasara lo que pasara, la vampiresa no huiría por más motivos que tuviera para hacerlo. Y la segunda, es que aún tenía miedo. Bajo la fachada de mujer hecha y derecha, se hallaba una inmortal reciente, que atemorizada por la presencia de la antigua. Por su presencia o por su actitud. Los delicados dedos diestros de la vampiresa se deslizaron por su cabello, imitando el gesto antes mostrado por la otra mujer. Se había planeado fastidiarle por todos los medios, y eso pasaba por emplear los trucos más banales que encontrase. Incluidos los más humanos. Nada podría decir en su contra que la molestase tanto como para llevarla nuevamente al punto antes alcanzado. Pero debía devolverle el golpe, y eso hizo, propinándole el puñetazo con todas sus ganas. De pronto una brumosa cantidad de aves pequeñas se esparcieron por el claro ante el estruendo generado por el choque, parecían inquietas, asustadas. Y huyendo del peligro que entrañaba ella, se olvidaron de sus principales depredadores. Dos halcones emboscaron a la bandada con una velocidad increíble. Las ardillas, abrumadas, se ocultaron en sus madrigueras. El caos se apoderó de aquel pequeño rincón que antes había sido un remanso de paz. La vida comenzó a surgir de la noche, mientras aquellos dos seres primitivos, fuertes, buscaban la ¿muerte? la una en la otra.

Resultaba que lo que hacía aún más absurda la situación en que se encontraba, era que el continuo intento de la chica por sacarla de quicio, empezaba a gustarle más de lo que su simple presencia la disgustaba. Y eso, era mucho teniendo en cuenta como era Ophelia. La había golpeado con todas sus fuerzas, sí, a sabiendas de que no le haría el daño suficiente para matarla. Ni mucho menos. Probablemente hubiese servido para herirla de forma momentánea. Pero nada más. ¿Qué pretendían? O la otra acababa muerta o estarían peleando durante durante siglos sin que ninguna saliese vencedora. Curioso. Muy curioso. Se relamió. Y entonces vio aquella expresión en su bonito rostro. Sonrió nuevamente, mientras el lento regreso de la conciencia terminó de golpe con las inútiles cavilaciones filosóficas. No pudo evitar sonreír ampliamente ante el destrozo provocado. Había golpeado su marmóreo cuerpo con tal fuerza que un árbol centenario se había doblado sobre sí mismo, como si estuviese cansado. Lo imaginó con rostro, enfadado. Aunque no sabría decir con cuál de las dos lo estaría más. Suspiró y ladeó el rostro para observar su "obra de arte". La muchacha yacía sentada en el suelo, y pudo aspirar el débil aroma de su sangre brotar de ella. La sangre de vampiro siempre le había parecido agradable, aunque insuficiente para calmar su sed. Sólo la de los humanos parecía servir para tal propósito. Eso siempre le había parecido tan absurdo como molesto. Depender de ellos... bah. Devorar aquella vampiresa le aportaría más satisfacción sin duda. Era peleona. Tenía carácter... pero tal vez demasiado.

Soltó una carcajada melodiosa a la par que siniestra, al oír las palabras de la joven. Ni habiendo sido golpeada contenía las ganas de despedazarla... aunque fuera sólo con palabras. Su actitud dictaba mucho de ser la de alguien a quien le preocupase seguir o no con vida, y más teniendo en cuenta que Ophelia le acababa de demostrar que podría haber acabado con ella en apenas segundos si la hubiese querido matar. Si no estaba muerta, de hecho, era porque la divertía. De haber sido un ente aburrido, soso, o pacífico, aquel "jueguecito" hubiese acabado mucho antes. Horas antes, para ser más exactos. Se llevó un dedo a los labios, fingiendo estar sopesando sus palabras, como si le interesara lo más mínimo cuánto le habría costado aquel vestido. Probablemente, lo mismo que había costado el suyo... ¿A quién le importaba? Si la inmortalidad te otorgaba dinero era por la cantidad de años que vives. Incluso sin trabajar demasiado para obtenerlo, te hacías asquerosamente rico. Era natural. A nadie podía extrañarle este hecho. Si Ophelia tenía dinero era porque, cuando acababa con sus víctimas, y las familias de éstas, también se quedaba con todas sus tierras y dinero. Finalmente, negó con la cabeza y se encogió de hombros. O era una pregunta retórica, o realmente había demasiada humanidad en ese cuerpo frío e inhumano.

- ¿Varios cientos de francos? ¿Mil, quizá? No creo que valga mucho más que eso. Además, si me permitís, estáis más... sensual cubierta de barro. Así vestida me recordabais más a una anciana que a una jovencita. No me extraña que ese borracho fuese a lo máximo que pudieseis aspirar... -Le guiñó un ojo con una sonrisa pícara de oreja a oreja. Nuevamente, tratando de tomarle el pelo. Y lo que realmente la sorprendía era que, pese a ser tan sencillo molestarla, le seguía agradando hacerlo. Sentía una mezcla de oscuro interés y decepción para con su interlocutora. Interés porque podría ser fructífero mantener una relación más allá de las palabras ofensivas... Y decepción porque parecía demasiado poco entrenada para ser una inmortal. Aborrecía a los vampiros que abandonaban a sus vástagos a su suerte, arrojándolos a un mundo que ni en un millón de años llegarían a comprender si no fuera por la crueldad del mismo. Eso era comportarse de forma irresponsable, de forma injusta y de forma incoherente: en definitiva, como un humano. Y quien convertía a otro vampiro no debería conservar ni un ápice de humanidad, de lo contrario, no sería apto para convertir a nadie.

Observó los movimientos ajenos con una confusa mezcla de diversión y curiosidad. ¿Qué estaba haciendo? Si pretendía huir, estaba yendo en la dirección opuesta. No entendía aquel movimiento. Y mucho menos, cómo narices había llegado a su posición actual. No fue complicado seguir sus pasos, pero sí averiguar por qué consideraba lícito subir hasta allí arriba. Si bien era cierto que ahora ella estaba en una posición que la ponía en desventaja, no parecía demasiado complicado hacerla bajar. Tarde o temprano, tendría que hacerlo. Y puede que otra cosa no, pero tiempo tenía demasiado. Era eso o subir ella también hasta la cima del sauce, cosa que, aunque hubiera sido lo más lógico, no entraba dentro de sus planes. No quería destrozar aún más su vestido. Siempre cuidaba su aspecto, era algo que, simplemente, la complacía. No por lo que dijeran, sino porque la hacía sentir mejor. Era agradable. Eso y que su exceso de orgullo y amor propio la convertían en una especie de receptor de halagos. Halagos que exigía de forma constante. Llegaba a enfadarse mucho si no le prestaban atención.

- Bueno, querida... No es que os estuviese halagando, realmente... Vuestra osadía puede confundirse fácilmente con un exceso de temeridad... O con simple estupidez. Podéis elegir uno o ambos, pero a mi se me ocurrieron los dos. Por algo será... -Soltó una carcajada que resonó por todo el lugar. No la perdió de vista ni por un segundo. Se acercó a su nueva posición con tranquilidad, haciendo gala de su elegancia en cada paso. No tenía prisa. Se recostó en el árbol dejando caer todo su peso sobre él. - ¿Acaso vos estáis contenta? ¿Feliz? ¿Contenta por la hermosa compañía que os ofrezco?... Deberíais, no suelo aguantar tanto hablando con seres inferiores... Aunque, para ser sincera, he de reconocer que me habéis aportado diversión y momentos de desconcierto a partes iguales... Y eso sí os lo podéis tomar como un cumplido. Normalmente soy yo quien sorprendo a mis presas... -Y dicho esto, comenzó a golpear el árbol con todas sus fuerzas. - Oh, y por cierto... vuestro aspecto es bastante peor al mio, os lo aseguro... Necesitareis muchas sesiones en el salón de belleza para repararlo... Y bueno, ¿pensáis bajar o preferís que os baje yo a la fuerza? -Terminó por decir con el gesto fiero y una sonrisa burlona, siniestra, peligrosa.

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Mensaje por Fiona Di Centa Vie Ago 16, 2013 9:56 am


La pelirroja percibió la poderosa presencia antes de que esta apareciera en su campo visual. Se encontraba con un punto de vista elevado, agazapada entre las ramas en una posición imposible de mantener por más de algunos minutos para un humano. Para ella no significaba nada físicamente hablando aunque, tan pronto lo notó, odió haber adoptado aquella postura tan poco digna. La otra vampira se acercó con lentitud pero se rehusó a trepar tras ella. Eso le indicaba a Fiona que pretendía mantenerle con vida un poco más de tiempo. Una perspectiva alentadora y, al mismo tiempo, irritante. El hecho de que la otra empezase a hablarle nuevamente le confirmó aquella sospecha. Esperó en silenciosa expectativa a que Moira terminara su discurso. Al parecer el único objetivo de la morena para esa noche era tratar de enojarle y tenía una habilidad extraordinaria para lograrlo.

El árbol se zarandeó peligrosamente ante cada uno de los embistes de la vampira. Las ramas se agitaban, las hojas se desprendían y caían parsimoniosamente hasta el suelo, las gotas de agua que aún se aferraban eran lanzadas por los aires simulando una lluvia ligera y concentrada en el área que el Sauce conseguía cubrir. A Fiona le bastó con aferrarse un poco para evitar la caída pero no se le escapó el que la otra podría simplemente derrumbar el árbol, dado que las raíces del antiguo y enorme sauce no resistirían los embistes de la veterana vampira por mucho tiempo. La idea se le hizo repulsiva. Debieron pasar muchos años para que aquel tronco alcanzase la altura que tenía y estaba segura de que era una existencia que valía muchísimo más que la de dos perpetuas asesinas. Pero, por otro lado, la caída de tales dimensiones de madera y hojas se convertiría fácilmente en una escena caótica de la cual podría sacar provecho. El dolor en su estomago había cesado lo que indicaba que las heridas ya habían curado. Se preguntaba si esa velocidad de curación dejaría de sorprenderla alguna vez.

Mientras escuchaba se desplazó por la rama hasta el tronco principal, una vez allí se sentó cómodamente, apoyando la espalda en el tronco y permitiendo que una de sus piernas descolgara y se balanceara libremente mientras la otra permanecía doblada. Daba la impresión de ser una jovenzuela disfrutando de la vista que le ofrecía la altura de la rama en lugar de una inmortal recientemente herida tratando de burlar a su oponente como lo haría un gato con un perro rabioso. Una sonrisa se extendió por su rostro al pensar en aquella comparación – Ladra lo que quieras, pequeña sarnosa, esta minina no bajara por voluntad propia… al menos no en un futuro inmediato – resultaba ser una nueva ventaja el que la morena no deseara trepar al árbol. Tal vez lo considerase demasiado bajo para alguien de su “altura”. Bien, por Fiona podría quedarse allá abajo el tiempo que deseara. Solo tenía dos opciones, según como ella lo veía: o subía por ella o derrumbaba el árbol. ¿Por cuál opción se inclinaría?

– Y para tu información me costó demasiados francos como para que terminen en tan deprimente condición – rezongó volviendo su atención a su embarrado y ensangrentado vestido. En realidad no había esperado una respuesta para aquella pregunta, lo único que pretendía era irritar a la otra demostrándole que le importaba más su atuendo que las heridas que le había causado y la humillación de verse arrojada por los aires como un trozo de papel – además, te sorprendería saber todo a lo que puedo aspirar… al menos me reconforta que reconozcas finalmente mi sensualidad, incluso mojada y cubierta de barro – continuó omitiendo adrede la comparación con una anciana. No encontró objeto alguno en discutir sobre ese punto cuando ella llevaba las de ganar en cuestión de edad. Le lanzó un beso imaginario desde lo alto del árbol. Otra vez jugando a la ruleta con su propia cabeza. Esa era ella y por lo visto no había nada que hacer para evitarlo.

Luego rio por lo bajo – No te culpo por confundirte, las mentes débiles suelen cometer tales errores – bromeó relajando el cuerpo un poco más antes de abordar el siguiente comentario – En realidad no me considero estúpida – “¡mentira!” pensó ocultando cualquier evidencia física de lo que pasaba por su mente. En más de una ocasión se había sentido como el ser más estúpido del planeta, tanto en su existencia mortal como en la actual. Sin embargo se trataba de algo que no admitiría ni aunque le estuviesen mancando con un hierro al rojo vivo   – En cambio temeraria sí, al menos un poco – contestaba sus preguntas y refutaba sus comentarios con el tono calmado y juguetón que utilizaría en una conversación en un bar o en un baile.  Pensó entonces en una de las últimas preguntas. No deseaba dejar nada sin una contestación adecuada, Moira se había tomado la molestia de preguntar y ella, gustosa, se tomaría la molestia de responder.

- ¿Qué si estoy contenta?... ¿Qué si estoy feliz?... ¿Qué si sois una hermosa compañía? – repitió cada pregunta con donaire mientras revisaba sus uñas. Luego se tomó su tiempo retirando un poco de barro que tenia bajo una de ellas debido al impacto contra el suelo. En realidad no estaba muy segura sobre cómo responder a las dos primeras que, en realidad, podrían leerse como una sola en un contexto amplio. Estaba irritada y enojada pero también admitía que el encuentro había resultado de lo más entretenido y enriquecedor a manera personal. No le agradaba en demasía el estar trepada en un árbol, no contaba con eso al salir esa noche de su casa, y menos aún con la posibilidad de resultar herida. Pero con todo la vacuidad que la invadía se había llenado con una gran cantidad de emociones, algunas deseables, otras no tanto, pero en fin, ¿No era acaso ese su objetivo desde el principio de la noche? ¿Acaso no resultaba mucho más excitante lo que ocurría ahora que haber torturado durante horas al borracho que ahora se hinchaba y pudría bajos las aguas del pantano? ¿Podría cambiarlo todo solo por otra noche monótona de cacería y compañía promedio y por una situación en la cual su existencia inmortal no se balanceara peligrosamente hacia un precipicio mortal?

Con ademan desdeñoso limpió su uña y arrojó la suciedad lejos de sí – Si, has resultado ser una… jum, no diría hermosa… tal vez entretenida o interesante compañía – se dignó a responder – y eso solo porque en este momento creo, fervientemente, que nos parecemos más de lo que queremos aceptar. Lamentablemente son los polos opuestos los que se atraen y tal vez sea esa la razón por la cual, aunque permanecemos aquí, las fuerzas del universo insisten en quebrarnos – la sonrisa había desaparecido junto con el tono juguetón y se descubrió escuchándose a sí misma hablar con una inusitada seriedad. Agitó la mano ante sus propios ojos, como queriendo alejar algo que le molestaba antes de retornar a su cara de joker - ¿Si no hubiese mostrado resistencia aún estarías aquí? La verdad lo dudo, tus propias palabras me lo confirman aunque de ninguna manera me estoy reconociendo como un ser inferior – aclaró levantando enfáticamente su dedo índice antes de continuar - Por el contrario, resulto tan encantadora que no puedes resistirte a prolongar un poco más este encuentro causal –

– Haber, repasemos. Mi vestido, mi osadía, mi sensualidad, la hermosa compañía… un nuevo cumplido, gracias por cierto, me encantan los halagos – le lanzó una sonrisa irónica mientras contaba con sus dedos teatralmente cada uno de los temas a los cuales se había referido – ¿Me equivoco o la conversación ha girado en torno a mí? Oh, no te disculpes, es apenas comprensible que haya terminado siendo el centro de atención – balanceó la pierna en actitud infantil mientras enrollaba un mechón de su mojada cabellera en uno de sus dedos – Pero, está bien, en consideración voy a aceptar que tienes razón en cuanto a mi aspecto, demorare un poco en volver a lucir tan bien como siempre – desprendió un pequeño trozo de corteza y se lo arrojó a la vampira con una risita de complicidad. Ya la había provocado suficiente, en realidad estaba segura que podría haber permanecido simplemente callada todo el tiempo y solo esperar a que Moira subiera al árbol o lo derribara, pero no pudo contener ni su espíritu ni su lengua y, ahora, tampoco podía contener las ganas de desprender otro trocito de corteza y arrojarlo nuevamente al blanco bajo ella.

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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa] Empty Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]

Mensaje por Ophelia M. Haborym Miér Sep 11, 2013 7:05 pm

De haberse dado la situación en otro contexto, en un momento diferente de la historia, de su vida, la escena que se estaba reproduciendo en aquellos instantes hubiese sido sustancialmente distinta. Bien podría ser ella la que se hallase agazapada en lo alto del árbol, y cualquier vampiro antiguo podría ser quien lo estuviese zarandeando debido a su incapacidad para mantener la boca cerrada en los momentos más inoportunos. Ella era así, había sido así, osada, sin sentir miedo por lo que podría pasar y, como en aquel momento, acabaría pasando. Y sin embargo, pese a su condición de antigua en la escena y siendo la otra la que estaba tratando de buscarle las cosquillas en respuesta a sus burlas continuas, a diferencia de cualquier otro vampiro que ella hubiese conocido, la mujer seguía hablando en lo alto. Y ella abajo, amenazándola pero sin intención de subir a por ella. Si quisiera matarla, lo habría podido hacer en más de una -y de cuatro- ocasiones. Pero seguía vivita y coleando, haciendo gala de una soberbia admirable y de un carácter de lo más atrevido. Quizá ese era el motivo de que aún hubiera sangre en sus venas: le gustaba. Le gustaba que alguien le plantara cara -y fuera capaz de hacerlo- mientras el resto del mundo sólo huía a su paso. Le tenía miedo, ya que consideraba que no era estúpida, pero su amor propio alcanzaba tal dimensión que no era capaz de dar su brazo a torcer en aquel enfrentamiento. Y gracias a eso, seguía viva. Exactamente como ella.

Pero por mucho que le agradara la idea de una lucha perpetua, Ophelia también era demasiado orgullosa como para firmar una tregua que ni deseaba, ni tendría lugar por sí misma. Y la otra no había pedido tregua alguna, así que se sentía en total libertad de seguir agrediendo a su interlocutora hasta una que las dos cayera... o decidiera que era mejor continuar en otro momento. Y precisamente este era el problema, que a menos que la inexperta vampiresa se rebajase a pedirle una tregua a la mayor, Ophelia no haría nada para detener su ataque, aunque no llegara a agredirle con una magnitud tal como para acabar con su vida. Continuó golpeando al gran sauce con todas sus fuerzas, consciente de que, de seguir así, cedería pronto ante su fuerza sobrehumana. Aquel era uno de los atributos que más le agradaban de la inmortalidad, la capacidad de vencer todas las barreras que su antigua condición humana le imponía. Abrazar la inmortalidad supuso convertirse en una especie de "super-humano", por llamarlo de alguna manera y en términos que cualquier humano vulgar y corriente pudiese esgrimir para tratar de clasificarlo. Aunque no se sentía como tal, sí que guardaría el "super", añadiendo tras este término otro que le hiciese más justicia a su condición actual, tal como especie o raza. Los vampiros no eran humanos por muchas razones, y una de ellas era porque la inmortalidad implícita en su especie, contradecía toda lógica humana existente. Eso y la poca capacidad de sentir, los diferenciaban de forma más que evidente... aunque no para ellos, tal patéticos eran.

Un profundo crujido proveniente de las entrañas de la Tierra, les dio un aviso más que notorio a ambas acerca del estado en que se encontraba el árbol. Sus raíces habían comenzado a sobresalir por encima del terreno y el tambaleo provocado por sus continuos embistes se había hecho evidente. De repente la invadió un sentimiento de angustia que le dejó un amargo reguero de desasosiego, encabezado por la terrible idea, la terrible certeza de saber que estaba destruyendo un ser vivo de cientos de años de antigüedad. No estaba dentro de sus prioridades despoblar al mundo de árboles. Eso siempre había sido una de las tareas favoritas de los humanos. Esos seres estaban acabando con la flora que durante décadas había poblado el planeta de forma pacífica. ¿Acaso no eran conscientes del hecho de que debían su vida a ellos? ¿A su existencia? Hipócritas... Eran seres burdos y afanados en ejercer de gobernadores del planeta cuando no significaban más que un ínfimo porcentaje dentro de éste. Le disgustaba tener que hacer aquello, pero aquella joven vampiresa se lo había buscado después de tanto enfrentamiento y de tal capacidad para ponerle de los nervios, algo no muy común, por otro lado. El Sauce no se lo merecía, pero Fiona tenía que bajar de ese árbol. Ahora. Ella la haría bajar. En ningún cuento el ratón vence al gato, ni en fuerza bruta, ni en inteligencia.

- Podéis murmurar cuanto queráis, gatita... El perro sarnoso siempre atrapa a su presa tarde o temprano... Y será temprano, me temo. -Empezaba a cansarse de tener que replicar a cada uno de sus intentos por enfadarla. Ya lo había conseguido, ¿por qué no se detenía en su afanosa búsqueda de alcanzar el nivel de irritabilidad poseído por ella misma? Sabía cuán irritable podía llegar a ser, y por eso precisamente lo que más le molestaba de la situación, era que estuviesen casi equiparadas en cuanto a las molestias causadas la una a la otra. Nunca había tenido competidora en aquel ámbito -ni en muchos otros- y una cosa era que le plantaran cara, y otra muy distinta, que se acercasen a empatar. Frunció el ceño y continuó golpeando el tronco de forma repetitiva, constante, aunque ejerciendo una fuerza mayor, como para dar constancia de que empezaba a impacientarse. - ¿Demasiados francos? Oh, vaya... sí que debéis ser joven para declarar tan abiertamente que vuestra fortuna no es tan extensa como para permitiros demasiados lujos... -Sostuvo en tono jocoso, deteniéndose un momento para dirigir una fugaz y pícara mirada a la parte superior del árbol. La pierna de la vampiresa colgaba sobre su cabeza, algo que la irritó nuevamente. ¿Acaso no tenía miedo de lo que pasara cuando el árbol cayese estando ella aún encima? - A mucho no podéis aspirar, querida, dado vuestro mal carácter, lo realmente extraño es que aspiréis a algo diferente a ese vil borracho que ahora se pudre en el fondo del pantano. Reconozco que para ser tan similar a un simple humano, eres hermosa... No que seas hermosa sin más. -Mintió sobre lo segundo. Se trataba de una inmortal atractiva, no le cabía la menor duda, pero no estaba entre sus planes reconocerlo, y menos, tan abiertamente. Ya había alimentado su ego bastante por una noche.

Volvió a su repetitiva rutina de golpear el árbol, al tiempo que hubo de enarcar una ceja y reprimir una carcajada ante el comentario dedicado por la joven. La estupidez de su interlocutora no era algo que le preocupara, realmente, había dejado claro con sus acciones que no era tonta, aunque sí demasiado osada para no confundirlo con simple estupidez. Ella misma opinaba que los inmortales sí podían permitirse ser osados sin caer en las garras de la idiotez. Los humanos, en cambio, se creían capaces de afrontar situaciones que les superaban con creces. No obstante, se lo había dicho de esa forma a sabiendas que por su reciente conversión aún le dolían tales comentarios. Que a ella le llamasen estúpida le parecía más un chiste que un insulto, y más si quien se lo decía desconocía que era un vampiro. Siempre le sorprendían las personas que consideraban una ofensa a su persona que les menospreciasen. Para ella se trataba de una ventaja: se guardaba el elemento sorpresa, ya que nadie sabía realmente cuáles eran sus intenciones, ni sus virtudes o defectos, mientras ella se permitía el lujo de escrutar los secretos más oscuros de cada persona. - Temeraria, estúpida, sólo son dos polos de una misma moneda... Y vos sois portadora de los dos polos, así que podéis sentiros afortunada por seguir viva, ya que ambos son altamente negativos en cuanto a bienestar se refiere. -Dijo sin más, sin denotar emoción alguna.

Sabía bastante sobre eso. Había aprendido por experiencia propia que comportarse de forma temeraria siendo humano, te llevaba a cometer estupideces que probablemente no hubieras llevado a cabo de ninguna manera pensándolo fríamente. Había muerto por esa causa, y su hermano también... y aunque actualmente no podía decir que se hubiese arrepentido, sí era cierto que durante siglos estuvo dudando de si había actuado de forma correcta. Cuando eres mortal, no te puedes permitir cometer errores de tal categoría. Los humanos no son invencibles, y no pueden luchar por cualquier causa sin más: sus deseos son más fuertes que los de ninguna criatura, pero sus habilidades son muy limitadas. Irónico que gobernasen el mundo por encima del resto de criaturas. Hasta los árboles resultaban más interesantes. La vampiresa repitió sus preguntas de forma distraída. Con eso le hubiese bastado para adivinar cuál era a respuesta a aquellas cuestiones. Era más que evidente que las dos estaban demasiado alteradas para que su estado se asemejase en forma alguna al de una idílica felicidad, sin embargo, se soportaban. Habían durado mucho tiempo soportándose. Y eso normalmente solía ser una buena señal. Al menos, en su caso. Desconocía las prácticas llevadas a cabo por su interlocutora. Aunque en aquel caso, sin embargo, sí que le habría interesado conocer la respuesta. La mujer le agradaba al tiempo que le irritaba, y eso no solía pasar muy a menudo.

- ¿Debería sentirme halagada, acaso, por vuestras palabras? Sois vos quien me consideráis increíblemente interesante y sabéis que vuestra noche ha mejorado gracias a mi presencia... -Dijo con sorna, y dibujó una sonrisa de oreja a oreja. - En cuanto a si nos parecemos o no, digamos que yo soy la versión mejorada a la que quizá en algún momento de vuestra larga existencia lleguéis a aspirar... o quizá no. -Meditó por un instante acerca de sus palabras. Eran tan diferentes como semejantes, irónico pero cierto. Ambas tenían un carácter similar: complicado, pero a la vez tenían tantos puntos que diferían entre sí que era difícil ver en qué se parecían. Era una de aquellas relaciones espontáneas que, si bien podrían quedar aisladas a un simple recuerdo, podrían ser rememoradas durante muchos años. Destructiva, compleja, sin límites. El único tipo de vínculo que debería existir entre inmortales. Sintió la corteza incrustarse entre sus cabellos, dándole un aspecto aún más desaliñado si cabía. La dejó en su lugar, y se limitó a continuar con su discurso. - No sois para nada encantadora... y quizá por ese motivo he aguantado tanto tiempo hablando contigo... La gente encantadora me da náuseas y no merece ningún tipo de interés por mi parte. Si vos captáis mi interés es por ser precisamente lo contrario. Sois irreverente, de lo más insoportable y carecéis totalmente de sentido del peligro... Curioso. -Dio una última patada al árbol, que con un hondo crujido, comenzó a doblarse sobre sí mismo a gran velocidad.

Retrocedió de un hábil salto, alejándose del estruendo unos cuantos metros. Las aves de la zona alzaron el vuelo en bandada, asustados por el gran estrépito. Una gran nube de polvo se alzó en derredor al lugar. Entornó los ojos buscando la figura de la vampiresa entre aquella neblina artificial. Ahora había logrado su propósito: bajarla del árbol, aunque de ella se esperaba cualquier cosa, como que apareciera de la nada y la asaltara nuevamente. Se lo merecía, sí, aunque sería otra demostración de temeridad por su parte. Sonrió en la tiniebla y dirigió la vista a sus uñas distraídamente. - Vuestro egocentrismo es envidiable, querida... aunque de bastante mal gusto, dada la situación en que os encontráis y el aspecto que tenéis... -Se tensó de forma instintiva, no sabía desde donde vendría el peligro, y por eso, tenía que minimizar el riesgo de que la pillaran desprevenida.


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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa] Empty Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]

Mensaje por Fiona Di Centa Sáb Sep 14, 2013 3:10 pm

La pelirroja apenas si necesitaba sostenerse para resistir en la rama del árbol los embistes de la vampiresa mayor. Se observaba descaradamente relajada mientras continuaba limpiando sus uñas como si nada de lo que ocurría alrededor importase. En el lugar, por el contrario, se sentía una atmosfera pesada y los sonidos naturales se encontraban silenciados o menguados por los gemidos del tronco atacado. Cada momento que pasaba Fiona se convencía más y más de que esa noche no moriría y, de la manera más inoportuna, su ego se inflaba como pez globo que casi no le cavia en el pecho. Ya no había dolor alguno en su abdomen y, aunque la marcha de sangre pudiese servirle como recordatorio de lo que la otra podía ocasionarle a su cuerpo preternatural, ella solo le ignoraba. No tenía la mas mínima idea sobre la manera en como terminaría ese enfrentamiento pero su curiosidad ardía en ansias por enterarse. Un crujido profundo le obligó a apartar los ojos de sus uñas. Al parecer las raíces del árbol se vencían y solo era cuestión de tiempo antes de que el ancestral ser se viniera abajo. Sintió una punzada de tristeza pero así era la vida y no había nada que pudiese hacer ahora para evitarlo. Bueno, de hecho si lo había, pero de ninguna manera bajaría a ponerle cara a Moira ni a suplicar su clemencia solo por salvar la vida de un árbol.

- ¿Mal carácter yo? Permíteme recordarte que no soy la que esta aporreando un pobre árbol solo porque está enojada – bromeó desde las alturas. Fue lo primero que le rezongó desde que notó como los embistes aumentaban su intensidad. La otra estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba pero ¿Qué haría cuando la tuviese al alcance de la mano? El comentario sobre su fortuna le había caído como un balde de agua fría. Tenía dinero más que suficiente como para poder jartarse y codearse con los más ricos entre los ricos, sin embargo no tenía idea de cuál sería la fortuna de la otra. A ella le bastaron unos pocos años para doblar y triplicar lo que había podido salvar de la mansión de sus padres así que ¿Qué podría haber logrado Moira en el transcurso de tantos siglos? – Si claro, y “salvar” es la palabra apropiada ¿verdad? - ¡Como odiaba aquella estúpida y entrometida voz en su cabeza! De la manera más chocante venia a interrumpir sus cavilaciones con un tinte moralista que ella se empeñaba en desaparecer. Acalló la voz concentrándose en las palabras de la morena. Una enorme sonrisa emergió al escuchar la última parte de la frase. Si ella sabía que era hermosa pero igual le complacía enormemente oírlo decir a los demás, incluso con el parafraseo utilizado que no tenía otro fin, sin duda alguna, que el de rebajarla al hacer la comparación con los humanos.

Escuchó la nueva opinión sobre la temeridad y la estupidez y en realidad le encontró bastante sentido. Se encogió de hombros – No puedo negar que el bienestar físico puede ser directamente proporcional al nivel de estupidez, sin embargo no siempre esta última es derivada de la temeridad – lo creía así pero eso no significaba que lo aplicase a sí misma. Todas las acciones estúpidas cometidas esa noche habían radicado de su temeridad, osadía y orgullo. Si desde el principio hubiese asumido una postura mucho más benevolente y dócil no estaría encaramada en un árbol próximo a derrumbarse. También hubiese podido huir desde un primer momento, en ese entonces habría podido contar con alguna oportunidad de escapar. Pero no, ella tenía que quedarse y tratar de sobrepasar los límites de la paciencia de un ser ínfimamente más experimentado y poderoso. Se había colocado voluntariamente en las garras de la muerte y tenía el poco buen juicio como para continuar sonriendo. Solo era una niña malcriada, lo sabía, y se ufanaba de ello. Mala suerte pero ¿Para quién al final?

El segundo trozo de corteza se incrustó junto al primero entre el cabello oscuro de la vampiresa. Wow, se llevó una autentica sorpresa al ver que la otra no reaccionaba como ella esperaba que lo hiciese. Eso significaba una variante inesperada pero no por eso el poder arrojarle basurillas se volvía menos interesante. Podría quedarse allí solo para poder seguir arrojándole pedacitos de árbol. Esta se convertiría en una de esas grandes anécdotas para ser contadas y recontadas a través del tiempo ¿alguien lo creería alguna vez cuando ella misma no podía dar fe de lo que sus ojos inmortales le decían? Obviamente tal pedacito de objeto no podía dañarle, ni a ella ni a nadie, pero resultaba ser una afrenta, una burla más para añadir a las hechas durante esas corto espacio de tiempo. Las palabras que la otra decía le definían de una manera que no creía posible. Era justo en lo que había estado pensando. Poseía una innata irreverencia hacia el peligro que muy seguramente sería lo que causara su fin, ocurriera este en poco tiempo o dentro de muchos siglos. Se encontraba a punto de contestarle cuando el árbol, finalmente, se dobló iniciando su inevitable y estruendosa caída.

La vista periférica de la pelirroja le indicó que la morena retrocedía con un ágil brinco. Pero no tenía tiempo para detenerse a observar las acciones de la vampira pues tenía ahora sus propios problemas. Se irguió rápidamente sobre la rama mientras está asumía una posición inclinada y muy poco natural. Luego, dando brincos de rama en rama y ayudándose con sus manos, consiguió salir por la parte superior del laberinto arboleo antes de que el tronco principal finalizara su caída. Sus ropas terminaron hechas jirones y, de no ser por la fortaleza que caracterizaba su piel, habría terminado con infinidad de laceraciones. Su cabello ahora no solo estaba mojado y embarrado sino también lleno de palitos y hojas. Un último impulso hacia arriba, hacia el cielo oscuro y encapotado que había observado todo el enfrentamiento, la separó finalmente del caos que se producía en tierra firme.

Permaneció suspendida en el aire muy por encima de la altura que anteriormente tuviese el árbol. El polvo emergía desde abajo en una nube de aspecto solido, aunque sabía muy bien que no podía ser así, que le impedía ver momentáneamente a su rival.  El viento agitaba los jirones de lo que en antaño había sido un precioso vestido y los pocos mechones de cabello que no estaban apelmazados o enredados en lo que bien podría ser un nido. Las aves de los arboles circundantes volaban despavoridas en busca de un lugar seguro. Esperaba que el árbol caído no hubiese alojado muchos polluelos. Esa pérdida le dolería más que el árbol mismo.

Sabía que todo se percibía diferente cuando se veía desde arriba. Parecía como si se desplazara a otra dimensión y ella sentía como si fuese solo una simple observadora de una escena dramática, como si estuviese observando una escena en un teatro. En sus primeros meses, cuando aún contaba con la protección y la guía de su creador, había usado y abusado de ese poder. Adoraba la forma en cómo vencía las leyes naturales, como solo con desearlo abandonaba el suelo y podía desplazarse a voluntad por los aires. Él se lo permitía pero siempre limitando su campo de acción. “Alguien podría verte” decía pero ella lo sabría entonces ¿o no? Al fin de cuentas podía saber lo que los otros pensaban, ¿Cómo no iba a enterarse de que alguien la veía volando? Pero entonces sobrevendría el segundo problema ¿Qué hacer al respecto? Ahora no tendría dudas: retorcerles el pescuezo hasta que la vida les abandonase, pero en aquella época las cosas eran diferentes. Él se empeñaba en mostrar compasión y en reducir al mínimo la cantidad de muertes, incluso estaba en contra de matar a los humanos que le servían como alimento. Ella no compartía del todo aquellas ideas pero le seguía gustosa intentando comprenderlo y ajustarse a esa nueva vida. Si no se lo hubiesen quitado todo sería diferente ahora. Aunque diferente no necesariamente significaría bueno según su nuevo punto de vista.

Desde abajo le llegó la voz de la morena. Gracias a eso pudo ubicar exactamente en donde se encontraba aunque aún no pudiese verla. Si no hubiese tenido que renunciar a su capacidad de leerle los pensamientos la ventaja sería completamente suya ahora, pero no estaba dispuesta a volver a arriesgarse a un ataque psíquico por lo que no cedió ante la tentación y permaneció con su mente cerrada. Tenía que apresurarse. En cuestión de segundos el viento haría su parte en toda la puesta en escena, llevándose consigo las partículas de polvo flotantes y permitiendo que las dos vampiresas pudiesen observar con claridad nuevamente. Si pretendía hacer algo debía hacerlo ahora, era la única verdadera oportunidad que tenia de conseguirlo. ¿Huir? Si, podría irse volando. Desaparecer el amparo de la noche como si nunca hubiese estado junto al agua inmunda del pantano.  Pero entonces no sería Fiona Di Centa ¿o sí? - Hay más cosas envidiables en mí de lo que imaginas – pensó muriéndose de ganas por decirlo en voz alta pero sabiendo con eso solo conseguiría que la morena se percatara de su posición y su habilidad para desplazarse por los aires. Entonces, en lugar de soltar en voz alta algún comentario sarcástico o hiriente, levitó en silencio hasta colocarse exactamente encima del punto donde presumía se encontraba Moira. Luego, en un arrebato de velocidad y fuerza se lanzó en picada con las manos en garras y los colmillos descubiertos confiando en poder sorprenderla con el ataque aéreo que la otra tal vez no esperase.


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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa] Empty Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]

Mensaje por Ophelia M. Haborym Sáb Sep 21, 2013 9:07 pm

La vida estaba compuesta por una innumerable cantidad de escenas caóticas, ordenadas únicamente por obra y gracia del cerebro "humano", que se dedicaba a dar sentido a cada una de las experiencias vividas, aunque aisladas en sí mismas y para personas ajenas a la propia vivencia, no significaran absolutamente nada. La memoria, vil instrumento del que la naturaleza dotaba a los seres más inteligentes, actuaba demasiado a menudo como un arma de doble filo, convirtiéndolos en los únicos seres capaces de aprender de sus errores pero sin explicar detalladamente como narices se aprende de ellos. A veces era más sencillo ser un completo idiota que tener un cerebro superdotado que interactuaba con el ambiente quisieras o te opusieras a ello. Un recuerdo fugaz, diminuto, se instaló en su cabeza sin ser invitado. Un recuerdo pertinaz, insidioso, dispuesto a fastidiar aquella noche casi perfecta, de lucha casi perfecta contra un enemigo casi perfecto. Al perder de vista a la joven vampiresa, se vio sola a sí misma, reflejada en un resquicio de su propio ser, intentando refugiarse de una escena similar acontecida mucho tiempo atrás. Sólo que en aquel recuerdo, ella era la que huía con el rabo entre las piernas, y su contrincante se divertía a su costa, intentando hacerle ver que su osadía y fuerza no valían más que para pisarla con mayor satisfacción. Aun recordaba aquel rostro impío ardiendo en el regocijo de ultrajarla a su gusto. ¿Acaso era eso lo que ella intentaba recrear? ¿Y tal vez ese fuera el motivo de no querer finalizar lo que ya había empezado? Podría haber acabado con la existencia de la otra en cualquier momento, y se conformaba con espantarla de poco en poco, con adivinar en el rostro ajeno alguna seña del temor que quería inculcarle.

Y allí estaban, jugando al ratón y al gato en una especie de danza que ella bien sabía que no acabaría nunca. Al menos ella, no daría el paso decisivo que diera por terminado el encuentro. Le satisfacía más su compañía de lo que jamás habría podido reconocer, y si era así sin duda alguna era debido al hecho de mostrar un semblante fiero cuando ella siempre había sido y seguiría siendo el ratón. Un ratoncito molesto, travieso y pícaro, pero un ratón al fin y al cabo... frente a un león demasiado viejo y demasiado listo para dejarse ganar. Pero también estaba demasiado aburrido de acabar las peleas con tal facilidad, y era precisamente esto lo que le estaba dando un tiempo extra. Aquel juego, si fuera por su parte, nunca acabaría, porque pese a lo vieja y a lo lista, estaba demasiado cansada de actuar de forma mecánica en situaciones que requerían más acción. Podría actuar como un autómata y vencer igualmente, pero eso borraba todo rastro de emoción a la pelea. Aquel contrincante no era humano, y no debía tratarlo como tal. Cuestión de principios. Ambas eran de la misma especie, aunque en cuanto a fuerza, la suya triplicara la de la otra. El árbol no corrió la misma suerte.

Una vez más, debía sentirse como uno de los pocos seres capaces de decidir acerca de la vida y la muerte. Podía decidir acerca de quién vivía y quien moría en la velocidad en que tiene lugar un parpadeo. Era juez y verdugo al mismo tiempo. Y en aquel caso, había dictado sentencia de muerte contra el árbol centenario. Una sentencia injusta y totalmente inmerecida, llevada a cabo únicamente para hacer cumplir un deseo propio que no quiso variar. Egoísta. Siempre lo había sido. Sus deseos era lo único que le importaban, todo lo demás era completamente irrelevante. Y el caso es que le disgustaba haber tenido que destruir el pobre árbol para satisfacer su ego, parcialmente herido por las palabras cargadas de veneno dirigidas por la joven vampiresa. Pero ella jamás actuaba en contra de sus propios objetivos, y su objetivo primordial en aquellos instantes, era atrapar a Fiona costara lo que le costase... Y le pareció bastante más sencillo -y lo fue- tumbar el árbol a patadas que trepar en su busca. Más sencillo y menos bochornoso. Si ni siquiera se arrastraba tanto cuando estaba sedienta y necesitaba comida, menos iba a hacerlo para coger a una "recién nacida" en su especie. Vale que deseara con todas sus fuerzas estrujar su bonito cuello con sus propias manos... pero su deseo no llegaba a tanto. No iba a perseguirla. Tarde o temprano se acercaría, daría un paso en falso... y la tendría a su merced. Y el juego seguiría tal y donde lo habían dejado antes de que la otra trepase para tirarle ramas al cabello.

Ugh... su cabello. Aquel era un tema que había dejado de lado por el momento, esperando no pensar en ello hasta estar en su casa, donde podría gritar y destrozar el mobiliario hasta que se quedase totalmente a gusto. Pero el asunto de su cabello le vino a la cabeza de forma repentina. Notaba el leve peso de los trozos de corteza que la vampiresa le había arrojado impunemente. Seguramente se habría creído que el hecho de que no hiciese nada al respecto en su momento significaba que no le concedía importancia. Nada más lejos de la realidad. Su aspecto era todo cuanto la hacía recordar que no era como las demás... sino muchísimo mejor. Bueno, eso y la casi irrefrenable cantidad de ira que acumulaba en su interior, que junto a la aguda inteligencia que la edad y la naturaleza le habían conseguido, la convertían en un arma casi letal en todos los sentidos. Ese había sido su lema desde siempre: bella y letal. Y por culpa de aquella... niña, el primer adjetivo quedaba parcialmente opacado por la gran cantidad de polvo, ramas y barro que ahora la cubrían. Sí, podría verse como una especie de justicia divina por arrojar a la otra por los aires, pero para ella no era más que otro motivo para cogerla y clavar sus blancos colmillos en la tersa piel de su cuello. ¿A qué sabría? A fuerza, seguro. Nunca olvidaría el sabor de los neófitos, mezcla inconfundible de sangre humana y vampírica casi al cincuenta por ciento. Era un sabor sublime.

Poco a poco, el polvo se fue elevando en el aire, formando grandes nubes que se contraían sobre sí mismas al ascender. El graznar de las aves recién despiertas fue acallándose, dejando tras de sí el sepulcral silencio que normalmente acompañaba a las noches en aquella zona alejada del centro de París. Pero cuál fue su sorpresa al no percibir la presencia de su contrincante ni conseguir discernirla entre el pequeño caos aislado en que se había convertido la escena. El árbol yacía a escasos metros de ella, tumbado, yerto, destinado a secarse de forma irremediable. Y no había rastro de la causante de aquel alboroto. Nada. Ni siquiera su voz aguda y aterciopelada recordándole el mal que le había hecho a aquel ser vivo de tanta antigüedad. Se había esfumado. Cuál fue su decepción al pensar que finalmente había optado por huir del lugar, incapaz de mantenerse en escena por más tiempo. Por un momento vislumbró su imagen de niña osada en su recuerdo, incapaz de dar crédito a lo que sus ojos le decían. No, no podía haber huido. Lo habría notado... Y ella no lo había hecho. Si ambas eran realmente tan parecidas, eso le daba la ventaja de prever que no huiría. Y sin embargo, no estaba. Frunció el ceño al tiempo que cerraba sus manos en puños, hasta sentir cómo la carne se desgarraba bajo sus cuidadas uñas, ahora parcialmente manchadas de barro. Pero no, se negaba a aceptar que hubiese escapado justo cuando pensaba que mejor estaban yendo las cosas.

Justo cuando iba a proferir un grito fruto de la frustración acaecida por tal hecho, volvió a notar la presencia de la joven. Cerca. Más cerca. Tan cerca que no entendía cómo demonios podía, simplemente, no estar viéndola. El sonido del aire moviéndose a toda velocidad sobre su cabeza, le dio la respuesta... una respuesta que la pilló totalmente desprevenida. Venía desde arriba, no desde el frente. Alzó la mirada justo para ver cómo su rival, con el rostro contraído en una mueca furibunda, se aproximaba hacia ella a una velocidad simplemente alarmante. Supo reaccionar a tiempo, no obstante, aunque el choque de ambos cuerpos la hizo caer de espaldas con la otra vampiresa sobre ella. Dibujó una sonrisa felina de oreja a oreja, mientras sujetaba firmemente el cuello ajeno sin ejercer presión alguna, manteniendo aquellos colmillos jóvenes y sedientos de su sangre lo bastante alejados de sí misma para que su bonito cuello no corriera peligro. La sonrisa se ensanchó cada vez más, para dar paso a unas limpias y rabiosas carcajadas. Sus colmillos hicieron acto de presencia al tiempo que sus pupilas se dilataron. Ahora sí podían considerarse a la altura de las circunstancias. Ambas, animales salvajes pertenecientes a la noche, cara a cara, mano a mano, choque a choque. Notó la punzada de dolor en su pecho, fruto del golpe, y supo que si a ella le dolía, a la otra no le habría hecho gracia, precisamente.

- ¿Tenéis cosquillas? -Susurró para luego desplazar velozmente una mano hasta el vientre ajeno, abierta en forma de garra, dispuesta a ejercer toda la presión que fuese necesaria contra la piel de la vampiresa. Sería casi como untar mantequilla con un cuchillo excesivamente afilado. Una amenaza que no necesitaba de palabras para que se entendiera. Entornó los ojos y su sonrisa se desdibujó parcialmente, dando paso a una mueca serena... demasiado serena. Estaba disfrutando con aquel juego de una forma tal que nadie la comprendería. Quería ver la reacción de la joven vampiresa, necesitaba ver su reacción, intuir lo que pensaba... averiguar qué se escondía tras esos ojos que fingían ser fríos y osados, inexpresivos. ¿Acaso pensaría nuevamente que le había perdonado la vida? Como si eso fuese más un favor para la otra que un placer para sí misma. Los muertos son aburridos. - Si queríais probar mi sangre, querida, no teníais más que pedirla... -Susurró para después morderse de forma contundente el labio inferior, dejando que un hilo de sangre saliese al exterior de forma repentina, furiosa. Como si hubiese más sangre en su interior de la que debería. ¿Cuál de las dos había caído en la trampa? ¿El gato o el ratón?


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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa] Empty Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]

Mensaje por Fiona Di Centa Miér Sep 25, 2013 8:34 am

Fiona podía sentir el aire agitándose a su alrededor. Se desplaza a una velocidad que no había alcanzado antes y percibía como su cuerpo desfogara toda la furia contenida. Deseaba un pedazo de la pálida carne que la esperaba más abajo y estaba tan segura de que la obtendría que nuevamente olvidó calcular los riesgos de ir tras lo que ansiaba. Tal como había vaticinado la morena no esperaba que ella le atacara desde arriba y no fue sino hasta el último segundo que giró su linda cara. El golpe fue brutal, y por mucho más intenso que el anterior que habían tenido. Los dos cuerpos chocaron con una fuerza incalculable y el sonido emitido resonó con por todo el pantano. Era una suerte que tal enfrentamiento se llevase acabado en una zona tan alejada pues seguro que, de que de no ser así, ya tendrían toda una comitiva de curiosos intentando encontrar la fuente de tal alboroto. Las dos figuras se desplazaron por el suelo varios metros hasta detenerse en medio de la hierba anegada. A sus espaldas una estela de tierra removida daba fé del sitio del encuentro de los cuerpos y de la distancia que los dos había recorrido hasta que la inercia las detuvo.

El cuerpo entero le dolió y la satisfacción inicial de haber conseguido tomar por sorpresa a Ophelia se transformó en incredulidad al notar la sonrisa que la otra exhibía a la vez que la fría y dura mano se cerraba sobre su cuello. Luego llegaron las carcajadas, como si aquel intento le resultara de lo más divertido. La mano que la aferraba por el cuello no ejercía presión alguna pero tampoco es que le hiciera falta. La pelirroja sabia que en ese momento estaba prácticamente a su merced a menos de que lograse zafarse. Aquella maniobra tenía otra intensión, alejarla del blanco cuello. Las esperanzas de poder hincarle el diente por segunda vez se desvanecieron tan rápido como había llegado. Los ojos de Fiona brillaban con un verde sobrenatural y un gruñido de frustración salió de su garganta mientras mostraba sus colmillos en una mueca amenazante.

Su cuerpo estaba dolorido y su mente se sentía enferma ante la idea de haber fallado en su empresa. Tenía la suerte de su lado y aún así allí estaban todavía, juntas caídas y embarradas, las dos aferrándose a la otra pero con una diferencia primordial: el objetivo. Las manos de Fiona se aferraban a los hombros de Ophelia, clavando sus filosas uñas por entre las finas vestiduras. No era mucho el daño que podría llegar a hacerle de esa manera pero no se atrevía a moverlas hasta que no se hubiese estabilizado nuevamente. Aborrecía sentirse atrapada y la frialdad de aquella mano en una de las zonas más expuestas de su cuerpo le enervaba en demasía. Entonces la pregunta que siguió, al parecer inocente, le hizo abrir los ojos con espanto por primera vez en la noche. Se odio a sí misma por permitirse tal expresión de debilidad pero tampoco pudo hacer nada para evitar que su rostro se contrajera y su cuerpo intentara apartarse de la mano que ahora se posaba sobre su vientre recién resarcido. Gruño nuevamente, no porque necesitara aquella expresión arcaica y animalesca, sino porque la acomodación de sus músculos faciales para poder producirlo le obligaría a ocultar parcialmente al menos, el terror que la invadía.

Tenía que poder cambiar aunque no sabía cómo hacerlo. Ahora solo pensaba en como escapar de tan absurda situación y sin embargo algo dentro de sí le decía que muy seguramente esa escena se repetiría hasta que algún antiguo, con menos paciencia e interés, acabase sin contemplaciones con su existencia. Quiso llorar y reír al mismo tiempo. En ocasiones como esta, que le hacían auto cuestionarse y revisar lo acertado de su conducta, se preguntaba porque se veía a sí misma como una roca, invariable por sí misma, tan solida y testaruda que prefería ser destrozada bajo la presión de otra roca más fuerte que admitir que debía cambiar. Resultaba esto muy curioso teniendo en cuanta que mantenía aún muchos sentimientos humanos a flor de piel y no había nada en el mundo más maleable que la humanidad. Ellos se ajustan a las circunstancias. Un bebe de brazos comprendía que debía a responder al dolor y aprendía a relacionar a aquello que lo provocaba y a alejarse en consecuencia. Temor y dolor, eran los eslabones claves. El problema, su problema, era su incapacidad para comprender el temor hasta que era demasiado tarde para alejarse de lo que lo provocaba. Daba igual, cualquier reflexión seria olvidada en cuestión de segundos volviendo al punto de partida… eso sí sobrevivía. Sus reglas, sus decisiones, sus errores y consecuencias. Al menos eso sí lo aceptaba.

Escuchó las palabras y vio la sangre manar de la herida recién abierta en el labio de la morena. – Vamos, de haberlo sabido antes nos habríamos evitado todo este numerito – comentó con sorna mirándola fijamente. No se esperaba ni esa acción ni esa pregunta y, a pesar de su rápida y mecánica respuesta, en realidad estaba momentáneamente confusa. Entonces otra vez retornó la ira, opacando el pertinente y conveniente miedo. Estaba en una trampa, una que ella misma había fraguado. No podía permitir que la morena jugase con ella a su antojo. Iba a apostar las rodillas a cada lado del cuerpo de Ophelia, en un intento desesperado por conseguir una posición ventajosa, pero cayó en cuenta a tiempo de que con aquella maniobra solo conseguiría darle más espacio entre la garra y su vientre. Si ella decidía golpear ese espacio extra le proporcionaría el impulso necesario para potenciar su ataque. No podía simplemente alejarse mientras la otra la sujetara por el cuello así que mejor desplomó por completo el peso de su cuerpo sobre el de la vampiresa. Al hacerlo las uñas de la otra se clavaron profundamente en su abdomen provocándole un dolor extra y un gemido, pero consiguiendo su objetivo. Ahora Ophelia podría lacerar y cortar pero al menos no traspasarle… o en eso confiaba.

Una vez en esta posición se atrevió a sonreír otra vez. Un gesto forzado que no alcanzó sus ojos los cuales relucían aún bajo la luz de la luna. - ¿Cómo se supone que pruebe tu sangre si no me lo permites? – cuestionó a la otra con ironía mientras intentaba infructuosamente bajar su cabeza. Una parte de ella en realidad quería conocer el sabor de esa sangre, tan antigua, tan poderosa. La otra solo pretendía no ceder terreno de un batalla a todas luces perdida. Pudiese ser que estuviese arriba pero eso no significaba nada en absoluto. - ¿Y ahora qué? ¿Vas a destriparme o a permitirme saborear tu esencia? – retiró entonces una de sus manos, sacando con lentitud y una a una las uñas de la carne del hombro de la morena. Con movimientos lentos y pausados para que no se malinterpretase como un intento de ataque repasó con su dedo índice la sangre que manaba del labio herido. Luego llevó ese mismo dedo hasta sus propios labios. El sabor le hizo olvidar su estado, la cercanía de la muerte, el miedo y el dolor de su cuerpo y abdomen. Incluso olvidó la mano que le sujetaba por el cuello como si de una patética gallina se tratase. Aquello era lujuria pura y si todo se reducía a ese placer pues habría valido la pena. El cuerpo de la pelirroja se relajó por un instante. Las uñas que continuaban clavadas en el otro hombro abandonaron su empeño soltando a su presa. Los ojos se cerraron, la protección que había colocado a su mente se desmoronó ante el éxtasis producido por el dulce néctar de la antigua  y las imágenes que empezaban a acumularse en su recién desprotegida mente le dejaron prácticamente fuera de juego… estaba perdida.


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