AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
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El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
Recuerdo del primer mensaje :
... Aquellas luces y sombras parecían matar toda la belleza a su alrededor. Todo parecía yerto, dormido, bajo el inquebrantable poder de la noche suprema. Y sin embargo, aquellas mismas sombras parecían realzar la belleza de aquel rostro de color marfil, cuyos rasgos parecían tallados con la cruel perfección que el diablo concede a sus ángeles más peligrosos para hacerlos resultar, con una simple mirada fugaz, tan tenebrosamente bellos.
Así era ella. Si bien su cuerpo parecía moverse y responder al mandato de sus extraños deseos, su corazón parecía estar muerto conforme contemplaba la Luna inexpresiva, observando cómo se ocultaba tras el manto grisáceo y espeso que atraía consigo la furia del cielo y que pronto comenzó estallar en millones de lágrimas, que trajeron consigo aquella sinfonía agresiva y tortuosa. La tormenta se desató sobre su rostro, que dibujó una sonrisa complacida, y tan inquietante, que podría helar la sangre en las venas. Se despojó de la capa que había ocultado parcialmente su rostro todo el camino, y la dejó colgada en la rama de un árbol. Sus pasos la llevaron hasta aquel lugar lejano y vacío, tan muerto como su alma... Aquella que alguna vez creyó tener. El pantano estaba agitado, quizá contento con su llegada. Era noche de caza, y sus ojos refulgían como el fuego recién encendido: furiosos.
03:00 de la madrugada, y el espesor del silencio había alcanzado su cumbre suprema.
La noche se extendía en un manto negro de terciopelo, con multitud de luces pálidas y diminutas que la hacían aún más hermosa. Y la Luna, en lo alto, vigilante, llena, plena, encantaba los callejones con su luz serena. Vacíos. La gente no sabía extraer la belleza de la oscuridad, cuando no había nada más hermoso y real que la calma que en ella palpitaba. Pobres aquellos que confunden la noche oscura con el peligro. El peligro está en las criaturas que vagan ocultas en ella, no en la noche en sí. Y aquella criatura que se desplazaba pausadamente, que pisaba las mugrientas losas casi sin hacer ruido, como si levitase, era Ophelia. Podía ser la más letal de todas, o la más tranquila. Pero antes de averiguar si era lo uno o lo otro, tienes que confiar en ella. Y eso puede ser lo último que hagas.
Si alguien podía considerar especial aquel momento, a tan altas horas de la madrugada sin duda se trataba del Ophelia que, silenciosa y taciturna, había recorrido las calles con el sigilo propio de la pantera que se mueve, experta en su hábitat, bajo un reconfortante manto de tinieblas que la podían ocultar a la perfección, del desaborido entorno que la envolvía. Aquella era, sin duda, una estupenda comparación que podía aplicarse exquisitamente a aquella misteriosa "joven" que nada inusual parecía esconder y que, a paso calmo, parecía deslizarse por las sombras con una lentitud escalofriante. ¿Pero acaso era tan joven como su rostro calmo y bello parecía sugerir? Más de un milenio a su espalda contradecían la juventud de su semblante. Y su ferocidad podría sorprender a cualquiera no acostumbrado a cruzarse con "personas" de su calaña. La noche estaba bañada de luces y sombras, de bien y mal, todo mezclado y enrevesado.
... Aquellas luces y sombras parecían matar toda la belleza a su alrededor. Todo parecía yerto, dormido, bajo el inquebrantable poder de la noche suprema. Y sin embargo, aquellas mismas sombras parecían realzar la belleza de aquel rostro de color marfil, cuyos rasgos parecían tallados con la cruel perfección que el diablo concede a sus ángeles más peligrosos para hacerlos resultar, con una simple mirada fugaz, tan tenebrosamente bellos.
Así era ella. Si bien su cuerpo parecía moverse y responder al mandato de sus extraños deseos, su corazón parecía estar muerto conforme contemplaba la Luna inexpresiva, observando cómo se ocultaba tras el manto grisáceo y espeso que atraía consigo la furia del cielo y que pronto comenzó estallar en millones de lágrimas, que trajeron consigo aquella sinfonía agresiva y tortuosa. La tormenta se desató sobre su rostro, que dibujó una sonrisa complacida, y tan inquietante, que podría helar la sangre en las venas. Se despojó de la capa que había ocultado parcialmente su rostro todo el camino, y la dejó colgada en la rama de un árbol. Sus pasos la llevaron hasta aquel lugar lejano y vacío, tan muerto como su alma... Aquella que alguna vez creyó tener. El pantano estaba agitado, quizá contento con su llegada. Era noche de caza, y sus ojos refulgían como el fuego recién encendido: furiosos.
- Atuendo de Ophelia:
Última edición por Ophelia M. Haborym el Vie Jul 19, 2013 7:58 am, editado 4 veces
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
El nombre de Abdiel surgió de repente en su memoria, arrastrado por un recuerdo lejano, aislado, concreto, que se afanaba en mantener apartado de su memoria para lograr concentrarse al cien por cien en la pelea. Debería sentirse orgulloso aquel bello ratoncito acerca de los muchos esfuerzos que estaba consiguiendo obligar a ejercer a la morena. Nunca antes había tenido que centrarse tan fuertemente en una pelea. Y eso era bueno. No para ella, pero sí para el ego ajeno, aquel que era bastante grande de por sí como para que ella lo engordara más... Y allí, tirada sobre el frío y yerto suelo, sintiéndose tan muerta como él -no literalmente-, se vio a sí misma reflejada en los ojos ajenos con un brillo y una intensidad que la hizo parpadear levemente. Aquella imagen retorcida de su persona, de su cuerpo parcialmente enterrado bajo el peso de la otra vampiresa, la trasladó mil ochocientos años atrás, cuando otra figura bien distinta era la que la acorralaba sobre la tierra húmeda de un oscuro bosque. Aunque en aquella ocasión, fuese ella quien no tenía mucho que hacer en contra del otro. La ira comenzó a arder en su interior, reflejándose en sus ojos oscurecidos. Esta vez no estaba en desventaja, era cierto, pero la realidad seguía siendo parecida: era ella la que estaba atrapada contra el suelo. Aunque fuesen sus garras las que amanezaban la integridad de la otra vampiresa y no al revés, era la misma postura que tuvo en aquel momento tan lejano. Sin duda, la buena memoria actuaba como una verdadera maldición para los seres que eran como ellas, y lo peor era que, cuando pensaba en cómo recordaría Fiona aquella pelea, meses, años, siglos después de que acabara, no podía evitar imaginar que sus recuerdos serían totalmente opuestos a los que ella poseía. No sería tan negativo para ella, no lo recordaría como un suceso humillante, sino como una experiencia positiva en tanto que Ophelia, su contrincante, la había tratado como a una igual sin serlo realmente, y en el amplio sentido de la palabra.
Ambas pertenecían a la misma especie, eso era cierto, pero ¿en qué se parecían más allá que en la eterna juventud -fingida, no interna- que caracterizaba a todos los vampiros, o en la belleza, en la atmósfera de misterio que a todos ellos rodeaban? No en muchas más cosas. Ophelia era bastante más fuerte, y bastante más vieja, y eso, para los de su especie, era una enorme diferencia. A ella le hubiese gustado que su primer encuentro con otro inmortal, siendo éste mayor que ella, hubiese tenido aquellas características. Prácticamente todo cuanto sabía acerca del don que les habían regalado, lo había tenido que aprender en solitario, con dificultades y haciendo un enorme esfuerzo por conseguirlo. Nadie había compartido su sabiduría con ella. Jamás. Y entre otras cosas, tras aquellos años de vagar a ciegas por el mundo, había aprendido que una retirada a tiempo cuando el contrincante es más fuerte que tú, suele ser lo más inteligente. Lo contradictorio de aquel hecho, por tanto, era que pese a saberlo, su actitud hubiese sido la misma que la manifestada por Fiona. Huir iba en contra de sus principios. Y prefería la muerte que atentar contra su eterno orgullo. Mejor morir rápidamente que estar lamentándote el resto de tus días, ya que siendo lo que eran, se les harían absurdamente largos... Tal como pasó aquella vez, con aquel odioso ser que la asaltó cuando apenas era una neófita incapaz de diferenciar entre los de su propia especie, a aquellos que eran más fuertes.
En el exterior, todas aquellas reflexiones se hicieron eco en forma de diferentes manifestaciones de la misma emoción: rabia. Ira. En todas sus formas, desde la más simple hasta el odio más intenso. ¿Era culpa de la otra vampiresa? No, no realmente. Pero la vida no es justa, y ella lo era menos. Teniéndola encima sujeta por el cuello con aquella extraña suavidad, mientras que la otra se retorcía como un animal salvaje, frustrada, la hizo imaginar lo sencillo que serí cerrar ambas garras en torno a su pálido cuello, y apretar hasta que la cabeza se desprendiera del lugar que ocupaba sobre los hombros. Saborearía su sangre como si se tratara de un regalo divino, un festín bien merecido... Apreciaría de forma más intensa aquel líquido escarlata, simplemente por el esfuerzo llevado a cabo a fin de no derramarlo demasiado pronto. De momento. Ahora quería beber de ella, recordar a qué sabía la muerte cuando es estraída desde el cuerpo de otro inmortal. Sería un fin estupendo para una vida tan sencilla y absurda. Porque todas las vidas son absurdas en mayor o menor medida. Un broche de oro para una existencia que podría haber sido muchísimo más larga y vacía. En el fondo, le estaría haciendo un favor: y por eso no había cerrado las manos en torno a su cuello, limitándose a apartarla, sin dejar de observarla con intensidad. ¿Podría leerle los pensamientos? ¿Le asustaría ver en su mente oscura las cientos de formas que se le ocurrían para sesgar su vida de raíz? Y lo más importante... ¿Entendería por qué seguía con vida pese a tener tan claro que pendía de un hilo bastante tirante? Ophelia ladeó la cabeza como si fuera una muñeca de porcelana. Su cuello emitió un "crash-crash", amoldándose nuevamente a su forma original. Fascinante la rapidez con que cicatrizaban sus heridas físicas, e irónico lo mucho que tardaban en sanar las de su orgullo, antaño herido. ¿Le pasaría lo mismo a la otra? ¿O era tan orgullosa para no poder reconocer que el suyo también había sido bastante lastimado? Si ambas se parecían tanto como pensaba, lo último parecía lo más factible.
Acató con satisfacción el agudo dolor sobre sus hombros. Las uñas ajenas, como cuchillas perfectamente afiladas, se hundieron bajo su carne con relativa facilidad. Cuando estás muerto, sentir cualquier cosa -aunque sea dolor-, es percibida por tu cuerpo como una verdadera bendición. El dolor tenía algo especial. Era uno de aquellos sentimientos que, cuando pierdes toda humanidad existente en tu cuerpo, se experimenta más como un siniestro placer, que como una forma de tortura o sufrimiento. Y al sentir aquel maltrato sobre sus pálidos hombros, delicados sólo a la vista, experimentó el dolor de una forma retorcida hasta por los de su especie. Como si realmente lo estuviese esperando. Sintió como si sus colmillos le presionaran las encías, intentando crecer más en tamaño, descender hasta alcanzar un límite más allá del que tenían. Se retorció ligeramente, arqueando levemente la espalda. Su cuerpo parecía presa de una emoción carnal, cercana al orgasmo aunque ampliamente superior, pese a lo extraño del contexto en que tenía lugar. Y cuán magnitud adquirió el ego de Ophelia al percibir claramente el terror en el rostro ajeno. Observó la cara de pánico dibujada por aquel animal salvaje en que se había convertido Fiona con una sonrisa tan cruel como divertida. Se carcajeó de forma siniestra, intensa, feroz. Parecía un depredador a punto de abalanzarse sobre una presa indefensa. Pero lo que hacía la situación aún más gratificante para la antigua, era el hecho de que aquella presa, antes fiera y difícil de atrapar, finalmente se rindiera a la evidencia: que no tenía nada que hacer contra ella. Debería apreciar en mayor medida aquellos "minutos de descuento" que Ophelia le ofrecía, sin pedir más que diversión a cambio. Porque la realidad era que ni ella sabía qué acto marcaría el final de aquella siniestra función. ¿Se separarían al alba para nunca más encontrarse? ¿O aquel ser, ya muerto, exhalaría nuevamente su último aliento cuando la mayor acabara por aburrirse? Preguntas complejas que no era capaz de responder con total certeza, y es que ambas cosas parecían estar demasiado lejos de ocurrir.
- ¿Tenéis miedo, bebé vampiro? -Esgrimió la pregunta con un matiz dramático y con una sonrisa que era hermosa y terrorífica a partes iguales. - Un poco tarde... ¿no te parece? -Si alejarse a tiempo era algo inteligente, reconocer el miedo que experimentas, antes de verte acorralado por él, era un acto totalmente lógico y necesario para tu propia supervivencia. Y parecía que la vampiresa se negaba a usar la lógica ni a guiarse por la necesidad, pese a ser su "vida" lo que estaba en juego. Lo peor de todo es que al apreciar aquel hecho en la actuación de la otra, sentía que ella hubiese hecho lo mismo de estar en su lugar. Pero en aquel momento, ella no tenía la desventaja, así que era Fiona quien mantenía aquella forma errónea de proceder. Estaba siendo temeraria. La desesperación de la otra pareció aumentar a medida que se iba dando cuenta de que no tenía escapatora... a medida que se daba cuenta del papel que le había tocado interpretar en aquella obra cuyo guión había sido preestablecido por la propia naturaleza de las cosas. Ophelia siempre sería un gato para Fiona, y Fiona siempre sería un ratón susceptible de ser cazado por Ophelia. Y se lo había puesto tan terriblemente fácil con su actitud, que casi era gracioso. Casi, porque tenía que reconocer que había sabido ser lo suficientemente irritante para sacarla de sus casillas en más de una ocasión. Y eso no sucedía con demasiada frecuencia, además que quien lo conseguía, a esas alturas de un enfrentamiento, llevaría varias horas muerto.
Se mordió la lengua respecto a lo que pensaba. De haber sabido antes que quería darle a probar su sangre, lo hubiese precipitado todo mucho antes. Pero no. Ophelia era más dada a improvisar, además de que las cosas eran mucho más divertidas e interesantes cuando no se forzaban. Fiona parecía un tanto nerviosa, inquieta... - ¡¿Pero qué coño...?! -No estuvo preparada para lo que ocurrió a continuación. Simplemente, no lo vio venir. Todo pasó tan deprisa que no pudo más que abrir los ojos de par en par, mientras su sonrisa se ensanchaba de forma exagerada. ¿Acababa de hacer lo que acababa de hacer? El aroma de su sangre la hizo tensarse casi instantáneamente, mientras sus ojos se dirigieron a gran velocidad, desde los ojos de la vampiresa a la herida abierta de su vientre. Sacó las garras inmersas en su torso en cuanto tuvo oportunidad, frunciendo el ceño con una mueca que era una mezcla de sincera preocupación y ganas de echarse a reír. Aquella "niña", estaba completamente loca. Maldita niña estúpida y temeraria, que no sabía aprender de sus errores. La mayor dejó que su esencia entrase en la otra sabiendo que aquello la elevaría entre las brumas de un "sueño" confuso y abstracto. Vería lo que ella había visto, sentiría lo que ella sintió... Y se estaría quietecita el tiempo suficiente hasta que sus heridas sanasen. Ophelia nunca atacaría a un contrincante mal herido y con la guardia baja. Y mientras se estuviese callada, no tendría motivos realmente. Cuando finalmente cerró los ojos, en un movimiento rápido y brusco, se levantó tomándola en brazos y corrió en menos de un instante hasta el tronco de otro centenario árbol.
Ambas pertenecían a la misma especie, eso era cierto, pero ¿en qué se parecían más allá que en la eterna juventud -fingida, no interna- que caracterizaba a todos los vampiros, o en la belleza, en la atmósfera de misterio que a todos ellos rodeaban? No en muchas más cosas. Ophelia era bastante más fuerte, y bastante más vieja, y eso, para los de su especie, era una enorme diferencia. A ella le hubiese gustado que su primer encuentro con otro inmortal, siendo éste mayor que ella, hubiese tenido aquellas características. Prácticamente todo cuanto sabía acerca del don que les habían regalado, lo había tenido que aprender en solitario, con dificultades y haciendo un enorme esfuerzo por conseguirlo. Nadie había compartido su sabiduría con ella. Jamás. Y entre otras cosas, tras aquellos años de vagar a ciegas por el mundo, había aprendido que una retirada a tiempo cuando el contrincante es más fuerte que tú, suele ser lo más inteligente. Lo contradictorio de aquel hecho, por tanto, era que pese a saberlo, su actitud hubiese sido la misma que la manifestada por Fiona. Huir iba en contra de sus principios. Y prefería la muerte que atentar contra su eterno orgullo. Mejor morir rápidamente que estar lamentándote el resto de tus días, ya que siendo lo que eran, se les harían absurdamente largos... Tal como pasó aquella vez, con aquel odioso ser que la asaltó cuando apenas era una neófita incapaz de diferenciar entre los de su propia especie, a aquellos que eran más fuertes.
En el exterior, todas aquellas reflexiones se hicieron eco en forma de diferentes manifestaciones de la misma emoción: rabia. Ira. En todas sus formas, desde la más simple hasta el odio más intenso. ¿Era culpa de la otra vampiresa? No, no realmente. Pero la vida no es justa, y ella lo era menos. Teniéndola encima sujeta por el cuello con aquella extraña suavidad, mientras que la otra se retorcía como un animal salvaje, frustrada, la hizo imaginar lo sencillo que serí cerrar ambas garras en torno a su pálido cuello, y apretar hasta que la cabeza se desprendiera del lugar que ocupaba sobre los hombros. Saborearía su sangre como si se tratara de un regalo divino, un festín bien merecido... Apreciaría de forma más intensa aquel líquido escarlata, simplemente por el esfuerzo llevado a cabo a fin de no derramarlo demasiado pronto. De momento. Ahora quería beber de ella, recordar a qué sabía la muerte cuando es estraída desde el cuerpo de otro inmortal. Sería un fin estupendo para una vida tan sencilla y absurda. Porque todas las vidas son absurdas en mayor o menor medida. Un broche de oro para una existencia que podría haber sido muchísimo más larga y vacía. En el fondo, le estaría haciendo un favor: y por eso no había cerrado las manos en torno a su cuello, limitándose a apartarla, sin dejar de observarla con intensidad. ¿Podría leerle los pensamientos? ¿Le asustaría ver en su mente oscura las cientos de formas que se le ocurrían para sesgar su vida de raíz? Y lo más importante... ¿Entendería por qué seguía con vida pese a tener tan claro que pendía de un hilo bastante tirante? Ophelia ladeó la cabeza como si fuera una muñeca de porcelana. Su cuello emitió un "crash-crash", amoldándose nuevamente a su forma original. Fascinante la rapidez con que cicatrizaban sus heridas físicas, e irónico lo mucho que tardaban en sanar las de su orgullo, antaño herido. ¿Le pasaría lo mismo a la otra? ¿O era tan orgullosa para no poder reconocer que el suyo también había sido bastante lastimado? Si ambas se parecían tanto como pensaba, lo último parecía lo más factible.
Acató con satisfacción el agudo dolor sobre sus hombros. Las uñas ajenas, como cuchillas perfectamente afiladas, se hundieron bajo su carne con relativa facilidad. Cuando estás muerto, sentir cualquier cosa -aunque sea dolor-, es percibida por tu cuerpo como una verdadera bendición. El dolor tenía algo especial. Era uno de aquellos sentimientos que, cuando pierdes toda humanidad existente en tu cuerpo, se experimenta más como un siniestro placer, que como una forma de tortura o sufrimiento. Y al sentir aquel maltrato sobre sus pálidos hombros, delicados sólo a la vista, experimentó el dolor de una forma retorcida hasta por los de su especie. Como si realmente lo estuviese esperando. Sintió como si sus colmillos le presionaran las encías, intentando crecer más en tamaño, descender hasta alcanzar un límite más allá del que tenían. Se retorció ligeramente, arqueando levemente la espalda. Su cuerpo parecía presa de una emoción carnal, cercana al orgasmo aunque ampliamente superior, pese a lo extraño del contexto en que tenía lugar. Y cuán magnitud adquirió el ego de Ophelia al percibir claramente el terror en el rostro ajeno. Observó la cara de pánico dibujada por aquel animal salvaje en que se había convertido Fiona con una sonrisa tan cruel como divertida. Se carcajeó de forma siniestra, intensa, feroz. Parecía un depredador a punto de abalanzarse sobre una presa indefensa. Pero lo que hacía la situación aún más gratificante para la antigua, era el hecho de que aquella presa, antes fiera y difícil de atrapar, finalmente se rindiera a la evidencia: que no tenía nada que hacer contra ella. Debería apreciar en mayor medida aquellos "minutos de descuento" que Ophelia le ofrecía, sin pedir más que diversión a cambio. Porque la realidad era que ni ella sabía qué acto marcaría el final de aquella siniestra función. ¿Se separarían al alba para nunca más encontrarse? ¿O aquel ser, ya muerto, exhalaría nuevamente su último aliento cuando la mayor acabara por aburrirse? Preguntas complejas que no era capaz de responder con total certeza, y es que ambas cosas parecían estar demasiado lejos de ocurrir.
- ¿Tenéis miedo, bebé vampiro? -Esgrimió la pregunta con un matiz dramático y con una sonrisa que era hermosa y terrorífica a partes iguales. - Un poco tarde... ¿no te parece? -Si alejarse a tiempo era algo inteligente, reconocer el miedo que experimentas, antes de verte acorralado por él, era un acto totalmente lógico y necesario para tu propia supervivencia. Y parecía que la vampiresa se negaba a usar la lógica ni a guiarse por la necesidad, pese a ser su "vida" lo que estaba en juego. Lo peor de todo es que al apreciar aquel hecho en la actuación de la otra, sentía que ella hubiese hecho lo mismo de estar en su lugar. Pero en aquel momento, ella no tenía la desventaja, así que era Fiona quien mantenía aquella forma errónea de proceder. Estaba siendo temeraria. La desesperación de la otra pareció aumentar a medida que se iba dando cuenta de que no tenía escapatora... a medida que se daba cuenta del papel que le había tocado interpretar en aquella obra cuyo guión había sido preestablecido por la propia naturaleza de las cosas. Ophelia siempre sería un gato para Fiona, y Fiona siempre sería un ratón susceptible de ser cazado por Ophelia. Y se lo había puesto tan terriblemente fácil con su actitud, que casi era gracioso. Casi, porque tenía que reconocer que había sabido ser lo suficientemente irritante para sacarla de sus casillas en más de una ocasión. Y eso no sucedía con demasiada frecuencia, además que quien lo conseguía, a esas alturas de un enfrentamiento, llevaría varias horas muerto.
Se mordió la lengua respecto a lo que pensaba. De haber sabido antes que quería darle a probar su sangre, lo hubiese precipitado todo mucho antes. Pero no. Ophelia era más dada a improvisar, además de que las cosas eran mucho más divertidas e interesantes cuando no se forzaban. Fiona parecía un tanto nerviosa, inquieta... - ¡¿Pero qué coño...?! -No estuvo preparada para lo que ocurrió a continuación. Simplemente, no lo vio venir. Todo pasó tan deprisa que no pudo más que abrir los ojos de par en par, mientras su sonrisa se ensanchaba de forma exagerada. ¿Acababa de hacer lo que acababa de hacer? El aroma de su sangre la hizo tensarse casi instantáneamente, mientras sus ojos se dirigieron a gran velocidad, desde los ojos de la vampiresa a la herida abierta de su vientre. Sacó las garras inmersas en su torso en cuanto tuvo oportunidad, frunciendo el ceño con una mueca que era una mezcla de sincera preocupación y ganas de echarse a reír. Aquella "niña", estaba completamente loca. Maldita niña estúpida y temeraria, que no sabía aprender de sus errores. La mayor dejó que su esencia entrase en la otra sabiendo que aquello la elevaría entre las brumas de un "sueño" confuso y abstracto. Vería lo que ella había visto, sentiría lo que ella sintió... Y se estaría quietecita el tiempo suficiente hasta que sus heridas sanasen. Ophelia nunca atacaría a un contrincante mal herido y con la guardia baja. Y mientras se estuviese callada, no tendría motivos realmente. Cuando finalmente cerró los ojos, en un movimiento rápido y brusco, se levantó tomándola en brazos y corrió en menos de un instante hasta el tronco de otro centenario árbol.
No había peor sensación que el miedo. El miedo te corroe, te va matando lentamente... va destrozando tu percepción de la realidad, amoldandola a su extraño y siniestro gusto. El miedo es lo peor que puedes sentir cuando sabes que te quedan apenas unas horas de vida, porque por más que quieras, ya nunca podrás tomar consciencia de ello de forma correcta. Morir temiéndole a la muerte era lo peor que podía pasarle a un humano. Amaban la vida, aunque sus vivencias, su modo de existir, fuera un completo caos, una basura, terrible. Sus ojos visionaron el que quizá sería el último paisaje que divisaría en su corta y horrible vida. La cara demacrada de su hermano, llorando, incapaz de creer que iba a morir. Siendo ella incapaz de aceptar que la culpa había sido suya, y nada más que suya. Los primeros rayos de Sol iluminaron el húmedo calabozo. Había un cadáver apestoso en la esquina derecha de la habitación, cuadrada. Vacía. Apestaba a muerte por cada grieta existente entre los toscos y grandes muros del sótano de aquella fortaleza. Cuando el astro rey estuviese cerca de su ocaso, ambos serían ejecutados por atreverse a vengar la muerte de una madre que a nadie más que a ellos les importaba. Tuvo el tiempo suficiente para reflexionar acerca de lo que había sido -y lo que nunca llegaría ya a ser-, su vida. Y no pudo evitar reírse. A carcajadas. Mientras que las últimas lágrimas que derramaría ensombrecían su ya de por sí melancólico semblante.
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La cabeza de su hermano a sus pies. Sangre y más sangre. Por todas partes. La sensación de haberse quedado sin respiración, sin alma, sin recuerdos... La sensación de estar muerta pese a que su corazón siguiese palpitando. Desorientada. Perdida. Hundida. Desaparecida. Deberían haber acabado con ella en aquel puto momento. Su cabeza debería estar rodando. Su inútil cabeza. Su iracunda mente. Su inhumano ser... Pero no pasó así. Su demonio particular vino a rescatarla y a convertirla en otro, similar a él. Lágrimas. Truenos. Gente riendo. La cabeza de su hermano siendo golpeada. El fragmentarse de su corazón. Su visión pasó del blanco y negro al rojo en menos de un instante. Se alzó, con la sangre hirviéndole en las venas. Se levantó y gritó. Gritó que todos iban a morir. Gritó que los despedazaría. Muerta la persona, sólo queda su dolor... y nadie podía imaginar cuanto dolor guardaba, bien hondo, tras su coraza. Dolor e ira, sentimientos que por siempre la perseguirían, tomando formas bastante diversas, pero sin perder nunca la esencia de lo que realmente eran. Desprecio. Muerte. Asesinato. Odio. Una bestia despertaba, apartando a codazos el alma malherida y nostálgica que siempre fue. Los colmillos no fueron más que un accesorio. Ni que los necesitara realmente...
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Blandir sus recién adquiridos colmillos en el estómago del infante, mientras su padre se retorcía de la impotencia, resultó ser mucho más placentero de lo que nunca hubiese imaginado. Había repetido la misma acción con cada uno de los miembros de su familia. Uno por uno. Les había matado lenta y dolorosamente. Mientras gritaban. Mientras pedían ayuda a aquel ser despreciable que una vez acabó con la única familia que le quedaba. Ahora le tocaba a él sufrir. Y se había vuelto una experta en hacer sufrir. Sacó las tripas del muchacho, que apenas tendría siete años, mientras aún balbuceaba algunas palabras de forma incoherente. Cuando dejase de respirar, ya no le quedaría nadie oficialmente. ¿Notaría la pérdida? ¿Se sentiría tan roto, tan vacío por dentro, como algún día lo estuvo ella? Observó los ojos cada vez más apagados del niño mientras su vida se extinguía... Para luego lanzarlo a la esquina de la habitación donde descansaba el resto de su despedazada familia. Ophelia siempre cumplía lo que prometía. Obligó al padre a saborear los intestinos del niño. Y luego, simplemente, lo mató. Era relativamente piadosa, después de todo. Podría haberle desangrado lenta y dolorosamente, pero finalmente le rompió el cuello como si de un muñeco se tratara. No bebería su sangre. No lo había hecho con ninguno. Los sesenta y siete aristócratas que presenciaron la muerte de su hermano, junto con sus familias, habían muerto de la misma forma. En total, casi ciento cincuenta personas fueron brutalmente descuartizadas, desangradas y apiladas en formas grotescas durante aquel verano... La venganza, más dulce que la miel, no le devolvió a su hermano, pero la hizo cambiar. La hizo dar el salto de humana a criatura de la noche. Era un ente caótico, un vampiro. Una asesina. Y eso seguiría siendo, por y para siempre.
Recostó a la vampiresa, sentándose ella misma frente a ella. Con rapidez, abrió una herida bastante profunda a la altura de su cuello y la instó a beber. Parecía absorta, perdida en alguna parte. ¿Estaba viendo realmente todo aquello que en ese momento inundaba su mente de forma irremediable. ¿Qué sucedería? ¿Se atrevería finalmente a huir?... Y la pregunta más importante... ¿la dejaría ella marchar? - Bebe, Fiona, bebe de mi... -Susurró con voz gutural, a su oído, mientras el líquido escarlata escapaba de la herida abierta con bastante rapidez.
- PD:
- Siento muchísimo la tardanza D: ¿Sabes que amo tus posts? <3 espero que te agrade
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
And now all your love will be exorcised
And we will find you saying it's to be harmonized
And it's an even sum
And we will find you saying it's to be harmonized
And it's an even sum
Las imágenes pasaban veloces ante sus ojos cerrados. No se trataba de las visiones que obtenía normalmente gracias a su don. No, esta vez sentía como era arrastrada por los sentimientos que acompañaban las escenas hacia el oscuro abismo de la miseria y la desesperanza. Perdió momentáneamente la conciencia sobre su propio cuerpo. La realidad de encontrarse en medio de un enfrentamiento con un ser infinitamente más poderoso que ella se vio trasladada a un segundo plano, como un palpitar que llamaba su atención desde alguna parte a sus espaldas pero que no alcanzaba a sonar lo suficientemente fuerte como para que girara y le hiciera frente otra vez.
El irreal brillo del sol atravesando la oscuridad de una celda. Un cadáver putrefacto abandonado como un muñeco de trapo en una esquina. El rostro lloroso y angustiado de un joven que le era al mismo tiempo conocido y completamente ajeno. Y la chica, nada más y nada menos que una Ophelia de piel cálida y tierna. Una humana con las horas contadas, retenida en contra de su voluntad con su hermano en un apestoso calabozo, sabiendo que las últimas horas de vida las pasarían aspirando el fétido hedor y observando el inanimado cuerpo como el reflejo de su propio destino. Fiona sentía el miedo que emanaba de la humana, por lo que le esperaba a su hermano, por lo que ella tendría que soportar, por perder una vida que, a pesar de todo, amaba. Por dulce que pueda resultar la venganza, quien la ejecuta debe estar preparado para el trago amargo de las consecuencias que se puedan generar. La consecuencia para estos jóvenes seria pagar son su propia vida la violenta protesta por la pérdida de su madre. Fiona ignoraba cuales habían sido las circunstancias de la muerte de la mujer, no podía dilucidar más allá de lo que veía y sentía dentro de aquella mazmorra, pero suponía el alcance del afecto de los mocosos teniendo en cuenta que la misma Ophelia definía su existencia como caótica. Una carcajada resonó por el lugar, la manifestación perfecta de la desesperación.
La pelirroja podría pretender que comprendía lo que sucedía, pero en realidad no era así. Como humana nunca le faltó nada. Vivió entre las comodidades de una adinerada posición y el amor que su familia le promulgaba. Jamás pasó hambre, penas o angustias más allá de no poder decidir que vestido colocarse para un baile o un eventual enfrentamiento con alguno de sus hermanos. Amaba a sus padres y pensaba que sería capaz de hacer cualquier cosa por ellos… observó con irritación y un poco de envidia las lagrimas que cursaban el rostro de la chica. Sus propios progenitores se habían encargado de demostrarle lo débiles que podían ser los lazos afectivos. Ellos le repudiaron y ella, en medio del dolor y la decepción, hizo a un lado todo su afecto ¿Cómo podría comprender el sacrificio de aquellos dos jóvenes alguien que ya no creía en el amor de una madre?
La escena cambio solo para empeorar la situación de la humana que la había vivido. El miedo había desaparecido y ahora solo podía percibir la angustia de la vacuidad antes de que la ira tomara las riendas. Los ojos vidriosos del que fuese el hermano de Ophelia miraban en silenciosa acusación desde el suelo mientras ella, encadenada de pies y manos, vociferaba a quien quisiere escucharle la furia de su alma. Una torrencial lluvia acompañaba el entusiasmo de los asistentes. El espectáculo por lo grotesco nunca perdería su fuerza. Si tan solo el verdugo hubiese cercenado la cabeza de la morena en primer lugar la historia hubiese sido diferente, pero son esas decisiones, para algunos inofensivas, para otros determinantes, las que definen el rumbo del destino de miles.
Prácticamente podía sentir el sabor de la sangre en su boca, la sensación de romper y arrancar la tierna carne con sus dientes. El pequeño se convulsionaba en los brazos de la morena mientras esta le arrebataba la vida de una manera en extremo dolorosa. Ya no se trataba de una humana a merced de sus captores. Era ahora un ser de la noche, frio y poderoso, malvado e implacable. Por supuesto su primer objetivo fue la venganza, la misma que había sido su perdición y la de su hermano, solo que ahora era ella quien llevaba la ventaja. Resultaba irónico como una sola muerte podía desencadenar tal infierno. Los despojos del niño fueron arrojados sin contemplación sobre una pila de despedazados cuerpos antes de que la joven fuese por el atormentado y desesperado padre. La ira no se apaciguaría con la venganza, eso sí que lo podía comprender. El cambio se había obrado y el mal estaba hecho. Ahora solo había un futuro lleno de muerte para la que llorase ante la posibilidad de perder la vida. Y no por la trasmutación de su naturaleza, sino por el sufrimiento y asesinato de su alma.
¿Es la maldad innata? ¿Si Ophelia hubiese sido transformada bajo otras condiciones se habría convertido en el ángel oscuro que era ahora? Después de todo la misma Fiona había mantenido algo de su humanidad al principio ¿si sus padres le hubiesen acogido cuando les necesito ella se habría abandonado a la crueldad desmedida? No tenía una respuesta que resultase satisfactoria, sin embargo, no podía concebir que existiera verdadera maldad en la chica ingenua que había sido años atrás. Tal vez fuese solo un engaño, la luz y la oscuridad compartiendo el mismo cuerpo, todos los cuerpos, una sobrepuesta a la otra hasta que algún desafortunado incidente hiciese que los papeles se invirtieran. Si así fuera ¿Podría ella volver a ser una joven risueña y amorosa? ¿Con esperanzas y ambiciones? ¿Desearía acaso serlo después de experimentar el éxtasis que la vida bajo la luna podía proporcionar?
Su cuerpo había sido transportado mientras se mantenía prisionera en recuerdos ajenos. Ahora la otra podría hacer con ella lo que quisiera, sin la inoportuna interferencia de su orgullo y predisposición por la imprudencia, sin tener que soportar sus ácidos comentarios ni su obstinación por alargar lo inevitable. Entonces, finalmente, el palpitar se alzó por sobre las visiones. Sintió su cuerpo recostado contra lo que parecía ser un árbol. El dolor en su abdomen, aunque era un recordatorio de su precaria situación, le producía una satisfacción que ningún espíritu cuerdo debería sentir. ¿Qué esperaba para terminar con ella? Sentía embotados sus sentidos, como si esperase entre una espesa bruma la posibilidad de volver a uno de dos mundos: los recuerdos de Ophelia o la realidad. No tenía idea de que algo así pudiese ocurrir. ¿Había sido por decisión de la antigua el que ella se perdiera en el pasado? ¿Ocurriría esto con la sangre de todos los hijos de los milenios? En realidad lo dudaba. De alguna manera Ophelia ya había demostrado, al inicio de su encuentro, tener el poder para atacarla con su propio don. Esto era, sin lugar a dudas, otra manifestación de superioridad. Esta idea enojó a la pelirroja. No le agradaba la idea de resultar siendo víctima de sus propias facultades.
Un nuevo movimiento y la voz femenina que susurraba algo inaudito en su oído. Quiso negarse, empujarla, repelarla, cerrar sus labios para evitar que la sangre ingresara a su garganta, pero su cuerpo, en lugar de responder ante su voluntad, reaccionó según el instinto. Maldiciéndose percibió como permitía que le inclinaran, sus labios adhiriéndose al frio y duro cuello, su boca alternando la succión con suaves y provocadores lengüetazos sobre la herida abierta. El éxtasis volvía. Su garganta ardía, su estomago se contraía en espasmos al inicio dolorosos y luego netamente placenteros. La bruma se aclaraba mientras el miedo a volver a caer como prisionera mental se evaporaba. Ninguna visión, ningún sentimiento. Contradictoriamente se encontró deseando saber más de la vampiresa que ahora le alimentaba. Si tan solo aquello fuera posible sin que terminase incapacitada. Sus manos cobraron vida propia, abrazando el torso que la sostenía y apretándolo contra sí. Podía sentir las curvas de la otra contra las suyas, la humedad de su vestido, la frialdad de su cuerpo. Su sangre inundándole las extremidades, sanando sus heridas y dejando un delicioso hormigueo sobre toda su piel.
Podría haberse quedado allí indefinidamente, solo experimentando el mar de sensaciones mientras su mente permanecía en blanco. Pero sabía que no debía. Aquello resultaba incluso más peligroso que todos los intentos fallidos de ataque. Le costó toda su fuerza de voluntad el apartarse de la herida. Sin embargo permaneció en la posición cercana e intima que habían adoptado. Ya no tenía dolor alguno, por el contrario, sentía sus fuerzas no solo renovadas sino, además, potenciadas. Podría hacer muchas cosas ahora pero en su interior reinaba la confusión. - ¿Por qué lo hiciste? – las palabras fueron acompañadas por una mirada que combinaba la extrañeza con la incredulidad. El manto de orgullo, dignidad y vanidad se había disipado dejando a la pelirroja más vulnerable de lo que se atrevía a confesarse a sí misma.
It's a melody
El irreal brillo del sol atravesando la oscuridad de una celda. Un cadáver putrefacto abandonado como un muñeco de trapo en una esquina. El rostro lloroso y angustiado de un joven que le era al mismo tiempo conocido y completamente ajeno. Y la chica, nada más y nada menos que una Ophelia de piel cálida y tierna. Una humana con las horas contadas, retenida en contra de su voluntad con su hermano en un apestoso calabozo, sabiendo que las últimas horas de vida las pasarían aspirando el fétido hedor y observando el inanimado cuerpo como el reflejo de su propio destino. Fiona sentía el miedo que emanaba de la humana, por lo que le esperaba a su hermano, por lo que ella tendría que soportar, por perder una vida que, a pesar de todo, amaba. Por dulce que pueda resultar la venganza, quien la ejecuta debe estar preparado para el trago amargo de las consecuencias que se puedan generar. La consecuencia para estos jóvenes seria pagar son su propia vida la violenta protesta por la pérdida de su madre. Fiona ignoraba cuales habían sido las circunstancias de la muerte de la mujer, no podía dilucidar más allá de lo que veía y sentía dentro de aquella mazmorra, pero suponía el alcance del afecto de los mocosos teniendo en cuenta que la misma Ophelia definía su existencia como caótica. Una carcajada resonó por el lugar, la manifestación perfecta de la desesperación.
La pelirroja podría pretender que comprendía lo que sucedía, pero en realidad no era así. Como humana nunca le faltó nada. Vivió entre las comodidades de una adinerada posición y el amor que su familia le promulgaba. Jamás pasó hambre, penas o angustias más allá de no poder decidir que vestido colocarse para un baile o un eventual enfrentamiento con alguno de sus hermanos. Amaba a sus padres y pensaba que sería capaz de hacer cualquier cosa por ellos… observó con irritación y un poco de envidia las lagrimas que cursaban el rostro de la chica. Sus propios progenitores se habían encargado de demostrarle lo débiles que podían ser los lazos afectivos. Ellos le repudiaron y ella, en medio del dolor y la decepción, hizo a un lado todo su afecto ¿Cómo podría comprender el sacrificio de aquellos dos jóvenes alguien que ya no creía en el amor de una madre?
It's a battle cry
La escena cambio solo para empeorar la situación de la humana que la había vivido. El miedo había desaparecido y ahora solo podía percibir la angustia de la vacuidad antes de que la ira tomara las riendas. Los ojos vidriosos del que fuese el hermano de Ophelia miraban en silenciosa acusación desde el suelo mientras ella, encadenada de pies y manos, vociferaba a quien quisiere escucharle la furia de su alma. Una torrencial lluvia acompañaba el entusiasmo de los asistentes. El espectáculo por lo grotesco nunca perdería su fuerza. Si tan solo el verdugo hubiese cercenado la cabeza de la morena en primer lugar la historia hubiese sido diferente, pero son esas decisiones, para algunos inofensivas, para otros determinantes, las que definen el rumbo del destino de miles.
It's a symphony
Prácticamente podía sentir el sabor de la sangre en su boca, la sensación de romper y arrancar la tierna carne con sus dientes. El pequeño se convulsionaba en los brazos de la morena mientras esta le arrebataba la vida de una manera en extremo dolorosa. Ya no se trataba de una humana a merced de sus captores. Era ahora un ser de la noche, frio y poderoso, malvado e implacable. Por supuesto su primer objetivo fue la venganza, la misma que había sido su perdición y la de su hermano, solo que ahora era ella quien llevaba la ventaja. Resultaba irónico como una sola muerte podía desencadenar tal infierno. Los despojos del niño fueron arrojados sin contemplación sobre una pila de despedazados cuerpos antes de que la joven fuese por el atormentado y desesperado padre. La ira no se apaciguaría con la venganza, eso sí que lo podía comprender. El cambio se había obrado y el mal estaba hecho. Ahora solo había un futuro lleno de muerte para la que llorase ante la posibilidad de perder la vida. Y no por la trasmutación de su naturaleza, sino por el sufrimiento y asesinato de su alma.
¿Es la maldad innata? ¿Si Ophelia hubiese sido transformada bajo otras condiciones se habría convertido en el ángel oscuro que era ahora? Después de todo la misma Fiona había mantenido algo de su humanidad al principio ¿si sus padres le hubiesen acogido cuando les necesito ella se habría abandonado a la crueldad desmedida? No tenía una respuesta que resultase satisfactoria, sin embargo, no podía concebir que existiera verdadera maldad en la chica ingenua que había sido años atrás. Tal vez fuese solo un engaño, la luz y la oscuridad compartiendo el mismo cuerpo, todos los cuerpos, una sobrepuesta a la otra hasta que algún desafortunado incidente hiciese que los papeles se invirtieran. Si así fuera ¿Podría ella volver a ser una joven risueña y amorosa? ¿Con esperanzas y ambiciones? ¿Desearía acaso serlo después de experimentar el éxtasis que la vida bajo la luna podía proporcionar?
Su cuerpo había sido transportado mientras se mantenía prisionera en recuerdos ajenos. Ahora la otra podría hacer con ella lo que quisiera, sin la inoportuna interferencia de su orgullo y predisposición por la imprudencia, sin tener que soportar sus ácidos comentarios ni su obstinación por alargar lo inevitable. Entonces, finalmente, el palpitar se alzó por sobre las visiones. Sintió su cuerpo recostado contra lo que parecía ser un árbol. El dolor en su abdomen, aunque era un recordatorio de su precaria situación, le producía una satisfacción que ningún espíritu cuerdo debería sentir. ¿Qué esperaba para terminar con ella? Sentía embotados sus sentidos, como si esperase entre una espesa bruma la posibilidad de volver a uno de dos mundos: los recuerdos de Ophelia o la realidad. No tenía idea de que algo así pudiese ocurrir. ¿Había sido por decisión de la antigua el que ella se perdiera en el pasado? ¿Ocurriría esto con la sangre de todos los hijos de los milenios? En realidad lo dudaba. De alguna manera Ophelia ya había demostrado, al inicio de su encuentro, tener el poder para atacarla con su propio don. Esto era, sin lugar a dudas, otra manifestación de superioridad. Esta idea enojó a la pelirroja. No le agradaba la idea de resultar siendo víctima de sus propias facultades.
Un nuevo movimiento y la voz femenina que susurraba algo inaudito en su oído. Quiso negarse, empujarla, repelarla, cerrar sus labios para evitar que la sangre ingresara a su garganta, pero su cuerpo, en lugar de responder ante su voluntad, reaccionó según el instinto. Maldiciéndose percibió como permitía que le inclinaran, sus labios adhiriéndose al frio y duro cuello, su boca alternando la succión con suaves y provocadores lengüetazos sobre la herida abierta. El éxtasis volvía. Su garganta ardía, su estomago se contraía en espasmos al inicio dolorosos y luego netamente placenteros. La bruma se aclaraba mientras el miedo a volver a caer como prisionera mental se evaporaba. Ninguna visión, ningún sentimiento. Contradictoriamente se encontró deseando saber más de la vampiresa que ahora le alimentaba. Si tan solo aquello fuera posible sin que terminase incapacitada. Sus manos cobraron vida propia, abrazando el torso que la sostenía y apretándolo contra sí. Podía sentir las curvas de la otra contra las suyas, la humedad de su vestido, la frialdad de su cuerpo. Su sangre inundándole las extremidades, sanando sus heridas y dejando un delicioso hormigueo sobre toda su piel.
Podría haberse quedado allí indefinidamente, solo experimentando el mar de sensaciones mientras su mente permanecía en blanco. Pero sabía que no debía. Aquello resultaba incluso más peligroso que todos los intentos fallidos de ataque. Le costó toda su fuerza de voluntad el apartarse de la herida. Sin embargo permaneció en la posición cercana e intima que habían adoptado. Ya no tenía dolor alguno, por el contrario, sentía sus fuerzas no solo renovadas sino, además, potenciadas. Podría hacer muchas cosas ahora pero en su interior reinaba la confusión. - ¿Por qué lo hiciste? – las palabras fueron acompañadas por una mirada que combinaba la extrañeza con la incredulidad. El manto de orgullo, dignidad y vanidad se había disipado dejando a la pelirroja más vulnerable de lo que se atrevía a confesarse a sí misma.
- Off:
- No solo me encanto, lo he amado en verdad… discúlpame ahora tu a mí por la tardanza, ando con tantas cosas en la cabeza estos días que estoy sufriendo de un ligero bloqueo para escribir (:rageguy:)
Fiona Di Centa- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2013
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
These words they fall off my tongue like a poison.
I hope they kill you all,
I hope I never see your faces again...
I hope they kill you all,
I hope I never see your faces again...
O eso hubiera querido. Verse a sí misma en aquella forma tan humana supuso un dramático choque contra su sólida y bien construida personalidad. Pudo percibir con tal precisión su esencia humana, que ni aun esforzándose con todo su empeño por alejar aquellos lejanos recuerdos, fue capaz de apartarlos de su conciencia. La eternidad, entre las muchas cosas que aporta a quienes la poseen, tiene algo curioso, y es imposibilidad de olvidar todo cuanto habías vivido antes... Y así se lo hizo saber su memoria, cohibida, coartada desde hacía muchísimo tiempo, desatando toda su rabia en forma de recuerdos indeseados. Había dado por hecho, de forma evidentemente errónea, que aquellos recuerdos que la atormentaron durante décadas, habrían quedado por siempre relegados a algún rincón oscuro de su tenebrosa mente, junto a su olvidada humanidad... Pero quizá supuso demasiado, y aquellos pequeños fracasos, aquellas pequeñas mentiras que se había dicho a sí misma, que se había instado a creer por miedo a una realidad que ahora la golpeaba, le estaban saltando a la cara sin previo aviso, minando su capacidad de reacción ante ellas. ¡Cuán irónico llegaba a resultarle, si se paraba a pensarlo detenidamente! Ella, la bestia más perfecta que jamás había conocido, había caído presa de su propia trampa sin remedio. Nunca esperó -ni quiso-, que el recuerdo de un "hermano", muerto hacía mucho, volviera para vengarse de ella por haberlo olvidado, por haber apartado su inútil presencia de sus recuerdos más preciados e importantes. Y después de tanto, aquellos sucesos acaecidos muchos años atrás, regresaban para asaltarla, para molestarlas y entrometerse en la cabeza de ambas, y la incapacidad para controlarlos la enfurecía a la par que la hacía sentir más indefensa de lo que jamás se había sentido en su larga existencia.
I don't feel this anymore I need to get away.
All the love in my heart can't even find a way.
All the love in my heart can't even find a way.
La imagen de sí misma, surgida de sus propios recuerdos, resultaba ser tan nítida que casi podía sentir cómo la sangre corría bajo su fina capa de piel. Sangre cálida, dulce, tan henchida de humanidad que la hizo sobrecogerse. Podía percibir el calor del Sol sobre aquel recipiente, aún vivo, las lágrimas mojando su pálido rostro, levemente sonrojado... Podía sentir el dolor, la rabia, la ira, y el amor que emanaban de aquella persona que alguna vez fue, y de la que se había olvidado a propósito. Escrutó su expresión, y aquella extraña tan conocida, le devolvió la mirada con una sonrisa sarcástica. No se había podido deshacer de ella, después de todo. Y ambas, secretamente, lo sabían. Mientras el mundo entero ignoraba lo que había dentro de la Ophelia que todos conocían, aquel esbozo de su pasado, aquella niña asustada, seguía estando allí. Oculta tras capas y capas de rencor acumulado, de atrocidades cometidas con el paso de los siglos, seguía siendo visible para cualquiera que se atreviera -y fuese capaz- de llegar tan adentro. Y Fiona era la única que lo había conseguido hasta ese momento, aunque fuese de forma involuntaria. La vampiresa se resistió a seguir descendiendo en su interior. No quería ver más, no podía ver más... Pero los sentimientos de aquella chiquilla que estaba a punto de morir parecían ser más fuerte de lo que pensaba. La arrastraron más al fondo cada vez, sin que pudiera hacer nada para impedirlo
I don't want you to cry, I don't even want you to care
Don't you dare pray for me, no
These things I bury inside to keep away from the light
Don't you dare pray for me
Don't you dare pray for me, no
These things I bury inside to keep away from the light
Don't you dare pray for me
Un espejo... Un cepillo de madera... Unos dedos largos y cálidos acariciando su cabello... Largo. Oscuro. Sano. Una extraña sensación de calma la invadió repentinamente. La calma del infante que se encuentra entre los brazos firmes y seguros de su madre. La calma del niño que al alzar la vista observa una sonrisa de oreja a oreja. La calma y la suprema felicidad de alguien que acaba de llegar a un mundo lleno de una maldad que no conoce... Aquella época terminó demasiado pronto, o al menos, esa fue la impresión que siempre le dio. Le gustaría haberse sentido así de segura durante muchísimo más tiempo, pero la suerte siempre fue esquiva a su familia. Ella intentaba autoconvencerse de que las cosas podían salir bien siempre, pero a medida que fue creciendo, aquella falsa esperanza fue tornándose venenosa. Un vacío que fue ocupando todo, lenta pero inexorablemente, a medida que la necesidad iba precisando que se convirtiera en todo aquello que siempre había odiado. Era una mala época para los nacidos en clase baja, y aún peor para los bastardos. Nunca nadie se lo dijo, pero tampoco lo necesitaba. La sensación de que todos te miran como si fueses una apestada siempre la persiguió. Y pudo vivir con ello, aunque el rencor se le fue acumulando. El odio, el asco, la sed de venganza, todo confluyó en la constitución de su compleja personalidad. Se estaba gestando el monstruo que algún día seguía, bajo aquella apariencia tierna y sutil. Hermosa y mortal. Irónico que del caos nazca la belleza. Que de las llamas del sufrimiento se alzase una máquina casi perfecta para hacer daño. Aquella Ophelia que alguna vez fue, cada vez se fue pareciendo más y más a la que era actualmente.
La rabia siempre tiende a crecer, y nunca a disminuir, y con el paso de los años, el peso de todas aquellas cargas y silencios, del conformismo que vivió durante tanto tiempo, hicieron mella en su semblante, en su forma de ver la vida... Y en su forma de enfrentarla. Opacado el amor que sentía por el hecho de estar viviendo, el amor hacia su familia, hacia una madre ausente pero que seguía siéndolo pese a todo... Lo único que le quedaba era el dolor. Dolor por llevar esa vida tan miserable, dolor por no haber tenido un padre junto a ella, dolor por no ser más que un objeto para aquellos hombres que tanto llegaba a aborrecer. Sólo quería desprenderse de su propia piel y escapar de aquel maldito mundo sin que nadie se lo impidiera. Pero los sueños siempre serían sueños, y nunca estuvieron a su alcance. Al menos, no en aquella época. Se limitaba a respirar por inercia, a caminar porque tenía que hacerlo, olvidándose de sí misma y alimentando diariamente aquella furia que posteriormente se desbocaría sin remedio. Aunque ni ella misma imaginaba por aquel entonces que pudiese llegar a tal magnitud.
Recordaba la cara de terror de aquel al que nunca llamó padre. Recordaba cómo se retorcía en el suelo, presa del pánico, inmerso en un dolor desgarrador. Recordaba la siniestra satisfacción que aquella imagen le produjo. Sus ansias de destruirle eran enormes. Quería acabar con su pútrida existencia... Y él, patético hombrecillo, no era capaz de creer lo que veían sus ojos. Mientras su piel se resquebrajaba, que achicharraba gracias al fuego que ella misma había encendido, seguía sin concebir cómo su propia hija, aquella a la que no reconoció, era capaz de albergar tanta sed de sangre en su interior. Él había matado a su madre. Era todo el trato que merecía. Su hermano, confidente silencioso de cada una de sus preocupaciones, tomó su mano con cariño y la abrazó. Se sintió protegida, respaldada por lo único que le quedaba en el mundo, por el único motivo que tenía para seguir viviendo... De no ser porque aquellos guardias los asaltaron en pleno espectáculo, aquel día hubiese sido el más feliz de su vida, habiendo acabado con el infernal ser que la trajo al mundo para luego apartarla como si fuese un perro...
Pero no estaba preparada para aquello. La cabeza de su hermano rodando. El mundo entero deshaciéndose a su alrededor. Sangre. Sangre por todas partes. Ahí empezó su locura.
La rabia siempre tiende a crecer, y nunca a disminuir, y con el paso de los años, el peso de todas aquellas cargas y silencios, del conformismo que vivió durante tanto tiempo, hicieron mella en su semblante, en su forma de ver la vida... Y en su forma de enfrentarla. Opacado el amor que sentía por el hecho de estar viviendo, el amor hacia su familia, hacia una madre ausente pero que seguía siéndolo pese a todo... Lo único que le quedaba era el dolor. Dolor por llevar esa vida tan miserable, dolor por no haber tenido un padre junto a ella, dolor por no ser más que un objeto para aquellos hombres que tanto llegaba a aborrecer. Sólo quería desprenderse de su propia piel y escapar de aquel maldito mundo sin que nadie se lo impidiera. Pero los sueños siempre serían sueños, y nunca estuvieron a su alcance. Al menos, no en aquella época. Se limitaba a respirar por inercia, a caminar porque tenía que hacerlo, olvidándose de sí misma y alimentando diariamente aquella furia que posteriormente se desbocaría sin remedio. Aunque ni ella misma imaginaba por aquel entonces que pudiese llegar a tal magnitud.
Recordaba la cara de terror de aquel al que nunca llamó padre. Recordaba cómo se retorcía en el suelo, presa del pánico, inmerso en un dolor desgarrador. Recordaba la siniestra satisfacción que aquella imagen le produjo. Sus ansias de destruirle eran enormes. Quería acabar con su pútrida existencia... Y él, patético hombrecillo, no era capaz de creer lo que veían sus ojos. Mientras su piel se resquebrajaba, que achicharraba gracias al fuego que ella misma había encendido, seguía sin concebir cómo su propia hija, aquella a la que no reconoció, era capaz de albergar tanta sed de sangre en su interior. Él había matado a su madre. Era todo el trato que merecía. Su hermano, confidente silencioso de cada una de sus preocupaciones, tomó su mano con cariño y la abrazó. Se sintió protegida, respaldada por lo único que le quedaba en el mundo, por el único motivo que tenía para seguir viviendo... De no ser porque aquellos guardias los asaltaron en pleno espectáculo, aquel día hubiese sido el más feliz de su vida, habiendo acabado con el infernal ser que la trajo al mundo para luego apartarla como si fuese un perro...
Pero no estaba preparada para aquello. La cabeza de su hermano rodando. El mundo entero deshaciéndose a su alrededor. Sangre. Sangre por todas partes. Ahí empezó su locura.
I wanna watch the whole world,
I wanna watch the whole world burn down, burn down.
I wanna watch the world burn,
I wanna watch the whole world burn down, burn down...
I wanna watch the whole world burn down, burn down.
I wanna watch the world burn,
I wanna watch the whole world burn down, burn down...
Y ardió. Ardió desde sus cimientos mismos. La mujer convertida en bestia... Y la bestia escapando de su control. Ardió con furia, arrasándolo todo y a todos, sin distinguir culpables de inocentes. Nunca le importó. Los remordimientos quedaron tan lejos como su humanidad. Tan escondidos como sus recuerdos. Llegó un punto en que no mataba por venganza, ni siquiera por rencor. Mataba por placer. Le gustaba destruir a aquellos que la destruyeron. El motivo quedó a un lado, olvidado, inservible. Ahora podía infringir todo aquel daño que le habían hecho. Ahora podía destruir el mundo y construirlo nuevamente a su antojo. Ahora podía ser libre. Asesinó indiscriminadamente a todos aquellos ricos, nobles y estúpidos que se fue encontrando, humanos e inmortales, normales o sobrenaturales. No había un límite, y no sería ella quien se lo impusiera. Le gustaba matar. Le gustaba el sabor de la sangre robada... Le gustaba que aquella sensación de caos calmase la parte de su consciencia en la que los ojos de su hermano se quedaban fijos, para siempre, en el horizonte. Había perdido el control, y no quería recuperarlo. No quería llorar. No quería sentir. Quería ser otra. Y lo consiguió.
¿O tal vez no? Se refugió en Lucius y también la traicionó. ¿Qué esperaban de ella y de su orgulloso corazón? ¿Que llorase a sus muertos y acallara su rabia? Pues no podía. Ni quería. Ophelia murió por segunda vez. Y Moira apareció. La temida, la conocida, la siniestra. Así quería que la vieran... Aunque en sus libros, en sus palabras, el dolor siempre estuviera presente, aun sin ser reconocido por nadie. Nadie debía saber la verdad. Cada cara conocida, cada cara que le recordaba a aquellos seres, era un objeto más que destruir. No pensaba. Actuaba. No quería pensar. No quería sentir... ¿Pero por qué narices, después de tanto tiempo, se sentía tan sola? ¿Por qué dolía? ¿Por qué sabía, que aquella herida que había alejado de su memoria, seguía sangrando pese a todo?
¿O tal vez no? Se refugió en Lucius y también la traicionó. ¿Qué esperaban de ella y de su orgulloso corazón? ¿Que llorase a sus muertos y acallara su rabia? Pues no podía. Ni quería. Ophelia murió por segunda vez. Y Moira apareció. La temida, la conocida, la siniestra. Así quería que la vieran... Aunque en sus libros, en sus palabras, el dolor siempre estuviera presente, aun sin ser reconocido por nadie. Nadie debía saber la verdad. Cada cara conocida, cada cara que le recordaba a aquellos seres, era un objeto más que destruir. No pensaba. Actuaba. No quería pensar. No quería sentir... ¿Pero por qué narices, después de tanto tiempo, se sentía tan sola? ¿Por qué dolía? ¿Por qué sabía, que aquella herida que había alejado de su memoria, seguía sangrando pese a todo?
I'm living a lie, there's a creature hiding inside of me
Black as the night with a cold dead heart and a lust for sin
So I shut it out, I bottle up, I hide it from the world...
Black as the night with a cold dead heart and a lust for sin
So I shut it out, I bottle up, I hide it from the world...
Una lágrima solitaria recorrió su pálida mejilla. La primera en mil ochocientos años. Y probablemente la última. Observó a una Fiona demacrada, herida, y buceando en aquellos recuerdos que finalmente pudo apartar de su consciencia. Desconocía cómo funcionaba el don inmortal de la joven vampiresa, pero a juzgar por su expresión confusa, contraída, casi parecía que se hallaba inmersa en una pesadilla sobre la que no tenía capacidad alguna para actuar. Y tal vez así fuera. Se le vino a la mente los recuerdos de su creador, aquellas sensaciones descontroladas que experimentó cuando le dio a beber su sangre. Recuerdos de una vida pasada, llena de sangre, muerte y dolor. ¿Estaría viendo ella sus vivencias con la misma nitidez con que en ella habían despertado? Ahora que había logrado controlarse, se sentía liviana, extraña, como si el hecho de dejar aflorar todo aquello le hubiese supuesto un alivio tremendo. ¿Tanta fuerza estaba teniendo que ejercer sobre su propia psique para que no regresaran? Eso parecía.
Contuvo en su memoria la imagen de la Ophelia antigua, aquella con aspecto idéntico a la vez que tan diferente... Una mujer que lloraba, que sonreía, que soñaba... Aquella Ophelia que sentía. Enfrentarse a la evidencia de cuánto había cambiado en aquellos años, la hizo sentir notablemente orgullosa de sus avances, aunque no pudo apartar el regusto amargo que le suponía volver a echar de menos toda aquella vida pasada. Indudablemente, aquellas dos personas compartían el mismo nombre y la misma grácil y hermosa apariencia, pero eran más elementos los que las alejaban que los que la alejaban. Quizá lo que más las unía era aquel eterno sentimiento de rabia que emanaba de ambas, como si formase parte de su aura misma. Estaban enfadadas con el mundo, consigo mismas, y con todo lo que las rodeaba. La Ophelia de ahora se había deshecho de los sentimientos de la anterior, dejando que la ira ocupara todo el vacío que dejaron al marcharse... O casi todo. Y aquella conexión con la otra vampiresa había descubierto el que quizá fuese su único punto débil... Miró a Fiona con atención. Se limitó a observarla sin ninguna expresión concreta en el semblante. Estaba curada. Y no sabía por qué, pero se alegraba. Se sentó cerca de ella, pensativa, y meditó su pregunta durante unos instantes, dubitativa.
- ¿Matarlos a todos, o dejar que lo experimentases en tu propia piel? -Inquirió con mirada felina y voz suave, aterciopelada. -Si quieres saber la respuesta a la primera pregunta, podría dejarte seguir viendo lo que ocurrió. Si quieres saber la respuesta a la segunda... No me la preguntes a mi, pues ni yo misma sé por qué razón te dejé beber mi sangre cuando todo mi cuerpo ansiaba destrozarte en pedazos. Supongo que mi cordura es mi mayor condena, y me gritaba a pleno pulmón, que, en el fondo, eso no me agradaría... Te necesito para algo, Fiona, y aún no sé para qué. Puede que para malograr tu alma aún humana, puede que para mostrarte los beneficios y la locura que conlleva hacer arder el mundo a tu paso. Eso soy, destrucción, caos, muerte. Todo lo que has visto y más cosas que aún no he llegado a mostrarte. Llevo el sufrimiento a quienes me rodean sólo porque así me siento en mi propio mundo. Siento que lo manejo, que formo parte de él, siento que este universo burdo y patético, formado por criaturas banales y fugaces, se parece más al continuo fluir de imágenes sangrientas que se pasean por mi memoria de forma perfectamente estructurada. La complejidad de las pesadillas que me asaltan en la noche, que para los humanos es el día, asustaría a muchos que se creen indomables por el miedo. Yo no siento nada. No recuerdo qué es sentir. No siento ira, me vuelvo fuego, rabia, confusión, pero no hay emoción alguna en este corazón yerto que ya no cumple ninguna función dentro de este cuerpo, rígido y frío, que se niega a cambiar con el paso del tiempo.
Su mirada se tornó distante, abstraída. ¿Por qué la necesitaba? ¿Qué podría significar una criatura como ella, tan parecida a tantas como había destruido, para su siniestra presencia? La duda se hacía eco en su expresión a medida que los segundos se transformaban en minutos. Y lo único que pudo concluir, es que aquella vampiresa, en su eterna vanidad y orgullo, era valiosa. Ahora sólo le quedaba averiguar a propósito de qué.
Contuvo en su memoria la imagen de la Ophelia antigua, aquella con aspecto idéntico a la vez que tan diferente... Una mujer que lloraba, que sonreía, que soñaba... Aquella Ophelia que sentía. Enfrentarse a la evidencia de cuánto había cambiado en aquellos años, la hizo sentir notablemente orgullosa de sus avances, aunque no pudo apartar el regusto amargo que le suponía volver a echar de menos toda aquella vida pasada. Indudablemente, aquellas dos personas compartían el mismo nombre y la misma grácil y hermosa apariencia, pero eran más elementos los que las alejaban que los que la alejaban. Quizá lo que más las unía era aquel eterno sentimiento de rabia que emanaba de ambas, como si formase parte de su aura misma. Estaban enfadadas con el mundo, consigo mismas, y con todo lo que las rodeaba. La Ophelia de ahora se había deshecho de los sentimientos de la anterior, dejando que la ira ocupara todo el vacío que dejaron al marcharse... O casi todo. Y aquella conexión con la otra vampiresa había descubierto el que quizá fuese su único punto débil... Miró a Fiona con atención. Se limitó a observarla sin ninguna expresión concreta en el semblante. Estaba curada. Y no sabía por qué, pero se alegraba. Se sentó cerca de ella, pensativa, y meditó su pregunta durante unos instantes, dubitativa.
- ¿Matarlos a todos, o dejar que lo experimentases en tu propia piel? -Inquirió con mirada felina y voz suave, aterciopelada. -Si quieres saber la respuesta a la primera pregunta, podría dejarte seguir viendo lo que ocurrió. Si quieres saber la respuesta a la segunda... No me la preguntes a mi, pues ni yo misma sé por qué razón te dejé beber mi sangre cuando todo mi cuerpo ansiaba destrozarte en pedazos. Supongo que mi cordura es mi mayor condena, y me gritaba a pleno pulmón, que, en el fondo, eso no me agradaría... Te necesito para algo, Fiona, y aún no sé para qué. Puede que para malograr tu alma aún humana, puede que para mostrarte los beneficios y la locura que conlleva hacer arder el mundo a tu paso. Eso soy, destrucción, caos, muerte. Todo lo que has visto y más cosas que aún no he llegado a mostrarte. Llevo el sufrimiento a quienes me rodean sólo porque así me siento en mi propio mundo. Siento que lo manejo, que formo parte de él, siento que este universo burdo y patético, formado por criaturas banales y fugaces, se parece más al continuo fluir de imágenes sangrientas que se pasean por mi memoria de forma perfectamente estructurada. La complejidad de las pesadillas que me asaltan en la noche, que para los humanos es el día, asustaría a muchos que se creen indomables por el miedo. Yo no siento nada. No recuerdo qué es sentir. No siento ira, me vuelvo fuego, rabia, confusión, pero no hay emoción alguna en este corazón yerto que ya no cumple ninguna función dentro de este cuerpo, rígido y frío, que se niega a cambiar con el paso del tiempo.
Su mirada se tornó distante, abstraída. ¿Por qué la necesitaba? ¿Qué podría significar una criatura como ella, tan parecida a tantas como había destruido, para su siniestra presencia? La duda se hacía eco en su expresión a medida que los segundos se transformaban en minutos. Y lo único que pudo concluir, es que aquella vampiresa, en su eterna vanidad y orgullo, era valiosa. Ahora sólo le quedaba averiguar a propósito de qué.
Última edición por Ophelia M. Haborym el Mar Abr 29, 2014 9:37 pm, editado 1 vez
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
“Ningún espíritu mortal puede resistir la fuerza
que se encuentra más allá de la imaginación humana.
Ningún alma inmortal puede conquistar aquello
que ha experimentado las profundidades
y hecho de la inmortalidad un momento transitorio”
H.P. Lovecraft
que se encuentra más allá de la imaginación humana.
Ningún alma inmortal puede conquistar aquello
que ha experimentado las profundidades
y hecho de la inmortalidad un momento transitorio”
H.P. Lovecraft
El reflejo de una lagrima recorriendo la nieva y perfecta piel. Incredulidad y sorpresa invadiendo a quien le contemplaba en medio de un pasmoso silencio. No podía moverse, no se atrevía a perturbar aquel revelador momento aunque su alma gritara de deseo por rescatar aquella lagrima, por no permitir que llegase hasta el mentón y desapareciera en la oscuridad de la noche. No había manera de que comprendiera la profundidad de lo que contemplaba pero si percibía que se trataba de algo que muy probablemente no volviese a contemplar en lo que le restaba a su existencia. Los recuerdos ajenos continuaban acudiendo a su mente, sobreponiéndose por apenas una fracción de segundo a la realidad antes de dar paso a más recuerdos, algunos suyos otros de la inmortal con quien se encontraba. No tenía duda que su cuerpo sabría cómo recuperarse, lo que restaba ahora era comprender lo que había visto y sentido, aprender de aquello que no tendría por qué haber presenciado.
El dolor transformado en ira y en venganza. Dos tragedias similares y al mismo tiempo abismalmente diferentes. Ophelia había tenido la capacidad de tomar esa ira y transformarla en la fuerza vital que guiara su vida. Fiona, por el contrario, había agotado esa fuerza deshaciéndose de aquellos que creía merecían su venganza. Luego solo quedo el vacío, un reflejo de quien fuese en vida solo que matizada con el horror de lo que se suponía debía hacer un ente de la noche. Matar por placer, por diversión, continuar día tras día en medio de una vanidad eterna y carente de sentido, de ensalzarse a sí misma e hinchar más su orgullo, de regodearse entre los halagos y el temor que podía generar. Quiso reír pero se contuvo. Pensar en el objetivo resultaba tan absurdo como recapacitar sobre el detonante. La pregunta era sencilla ¿deseaba continuar viviendo? Y la respuesta era automática: sí. Sin embargo reconocía lo vacía que estaba. Seguía esperando un milagro que no sucedería y mientras tanto los años pasaban a su lado sin rozarle siquiera. El rostro masculino que tanto había adorado apareció ante sí, exhibiendo la pecaminosa sonrisa que había sido su perdición. Daría cualquier cosa por poder tocar de nuevo esos labios.
Cerró los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza – Comprendo por qué los mataste, para eso no necesito explicación alguna – reafirmó siendo consciente de lo mucho que deseaba aceptar aquella oferta tan tentadora pero sintiendo miedo, al mismo tiempo, de perderse una vez más en un mar de tiempo y emociones que no le pertenecían. La pelirroja lucia abatida mientras cavilaba sobre las palabras de la morena. – No tengo nada que ofrecer más que lo ves – replicó pero en seguida cayó en cuenta de lo equivocada que estaba. Se sorprendió, además, al notar lo sincera que estaba siendo. Con su carácter no existía la más mínima posibilidad de que aceptase, ante ningún alma, un ápice de inferioridad y, aun así, allí estaba, reconociendo ante su contrincante lo insignificante que se sentía en realidad. Ningún gran secreto oculto, ninguna fórmula secreta, ninguna sabiduría que trasmitir, solo un empaque hermoso que se dedicaba a lustrar noche tras noche.
Sin embargo ella poseía algo de lo que la morena confesaba carecer y es que aún podía sentir. No se trataba de un rasgo en la cual depositara algún tipo de aprecio, de hecho le odiaba. Desde su trasformación las emociones adquirieron una fuerza pasmosa, no importaba si se trataba de alegría, frustración o enojo, todo resultaba demasiado abrumador como para poder ser controlado. Eso la convertía en una criatura impulsiva y, como ya le habían acusado varias veces durante la noche, osada, rayando muchas veces en la estupidez. Con tal de defender su orgullo era capaz, incluso, de ponerse a sí misma en peligro mortal ¿Por qué? ¿Qué tenía de especial el sentir que tenía siempre la razón? ¿Por qué tenía que ser siempre su sentir más poderoso que el de los demás? Es muy simple recurrir a la lógica cuando el alma está serena, obtener las respuestas que parecen coherentes y hacerse promesas sobre lo que debe y no hacerse, sea por bien propio o siguiendo la ética que cada cual considere pertinente según los colores en los cuales este matizado su mundo interior. Pero, para alguien como Fiona, encontrar el yo interior no servía de nada una vez se desbocaban sus sentimientos. Y era justamente lo que poseía, la capacidad de experimentar con intensidad la ira, el deseo por otro cuerpo, la emoción de una cacería y el éxtasis de regodearse en la miseria ajena…
– Creo que tengo la razón al repetir que no somos tan distintas como deseamos ser… tal vez no se trate de que me necesites sino de que, de alguna manera, te recuerdo lo que fuiste… lo que perdiste… – volvió a observar los ojos vacios del hermano de Ophelia, el dolor por la perdida, la satisfacción apenas perceptible en un abismo de cólera. Cualquiera pensaría que nadie en su sano juicio desearía tales sentimientos, solo aquellos que hubiesen sondeado el terror del vacío podría llegar a comprender que algo, por pérfido que fuese, era mejor que nada.
La pelirroja movió la cabeza observando el panorama en derredor y el desastre que habían causado. El enorme árbol yacía caído como un triste recordatorio de un enfrentamiento que debía haber resultado con la muerte de una inmortal, por supuesto no era necesario ni siquiera mencionar cual cabeza debería estar ahora bajo las fétidas aguas. Soltó una risita cuando sus ojos se posaron sobre el sitio en el cual desapareció el cuerpo del borrachín – Resulta irónico como al inicio de la noche llegué a pensar que me sentía vacía. ¡Oh querida Moria! Supongo que debería agradecerte por mostrarme lo que eso en realidad significa. – casi inconscientemente empezó a repasar su cabello con las manos, retirando hojas, ramas y el barro que más pudo. Era una causa perdida pero en realidad no importaba, después de todo no pueden pedírsele peras al olmo. Su humor regresaba, así como su sarcasmo y petulancia. – Es una lástima que hayas que tenido que terminar en estas condiciones para que por fin aceptes mi importancia – canturreó en broma y sonriéndole aunque las palabras destilaban sarcasmo. Luego se puso en pie, experimentando finalmente la fuerza recién adquirida por el néctar que le había sido ofrecido.
– Supongo que con esto sellamos una tregua ¿o me equivoco? – preguntó ofreciendo su mano a la vampiresa en una invitación pacifica, no solo a levantarse, sino a detener, momentáneamente, el conflicto entre las dos. Recapitulando no estaba muy segura de quien había sido en realidad la causante de tal alboroto. Tal vez las dos tuviesen algo de culpa, lo que si sabia Fiona es que, a pesar de haberse visto en las mismísimas garras de la muerte, Ophelia había resultado ser una magnifica contrincante que le había otorgado una noche digna de recordar. Eso no era algo sencillo de encontrar por lo que se guardo muy celosamente la opción de reanudar el enfrentamiento en otra ocasión. – Recordare la oferta de saber más de tu pasado, y quien sabe, tal vez me anime a contarte algo del mío – un encogimiento de hombros seguido por una sonrisa de suficiencia – Por ahora aprovechare la ocasión, y que aún tengo la cabeza sobre los hombros, para reconocer que no lamento en lo absoluto haber perturbado tu descanso ni ensuciado tu “césped” – arrancó una ramita de su propia cabellera antes de lanzársela a la morena. Se sentía rebosante de energía, renovada y poderosa. Deseaba extender sus brazos y entregarse a las estrellas en un vuelo de silenciosa satisfacción. Pero la mañana se aproximaba, tan previsible como implacable.
El dolor transformado en ira y en venganza. Dos tragedias similares y al mismo tiempo abismalmente diferentes. Ophelia había tenido la capacidad de tomar esa ira y transformarla en la fuerza vital que guiara su vida. Fiona, por el contrario, había agotado esa fuerza deshaciéndose de aquellos que creía merecían su venganza. Luego solo quedo el vacío, un reflejo de quien fuese en vida solo que matizada con el horror de lo que se suponía debía hacer un ente de la noche. Matar por placer, por diversión, continuar día tras día en medio de una vanidad eterna y carente de sentido, de ensalzarse a sí misma e hinchar más su orgullo, de regodearse entre los halagos y el temor que podía generar. Quiso reír pero se contuvo. Pensar en el objetivo resultaba tan absurdo como recapacitar sobre el detonante. La pregunta era sencilla ¿deseaba continuar viviendo? Y la respuesta era automática: sí. Sin embargo reconocía lo vacía que estaba. Seguía esperando un milagro que no sucedería y mientras tanto los años pasaban a su lado sin rozarle siquiera. El rostro masculino que tanto había adorado apareció ante sí, exhibiendo la pecaminosa sonrisa que había sido su perdición. Daría cualquier cosa por poder tocar de nuevo esos labios.
Cerró los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza – Comprendo por qué los mataste, para eso no necesito explicación alguna – reafirmó siendo consciente de lo mucho que deseaba aceptar aquella oferta tan tentadora pero sintiendo miedo, al mismo tiempo, de perderse una vez más en un mar de tiempo y emociones que no le pertenecían. La pelirroja lucia abatida mientras cavilaba sobre las palabras de la morena. – No tengo nada que ofrecer más que lo ves – replicó pero en seguida cayó en cuenta de lo equivocada que estaba. Se sorprendió, además, al notar lo sincera que estaba siendo. Con su carácter no existía la más mínima posibilidad de que aceptase, ante ningún alma, un ápice de inferioridad y, aun así, allí estaba, reconociendo ante su contrincante lo insignificante que se sentía en realidad. Ningún gran secreto oculto, ninguna fórmula secreta, ninguna sabiduría que trasmitir, solo un empaque hermoso que se dedicaba a lustrar noche tras noche.
Sin embargo ella poseía algo de lo que la morena confesaba carecer y es que aún podía sentir. No se trataba de un rasgo en la cual depositara algún tipo de aprecio, de hecho le odiaba. Desde su trasformación las emociones adquirieron una fuerza pasmosa, no importaba si se trataba de alegría, frustración o enojo, todo resultaba demasiado abrumador como para poder ser controlado. Eso la convertía en una criatura impulsiva y, como ya le habían acusado varias veces durante la noche, osada, rayando muchas veces en la estupidez. Con tal de defender su orgullo era capaz, incluso, de ponerse a sí misma en peligro mortal ¿Por qué? ¿Qué tenía de especial el sentir que tenía siempre la razón? ¿Por qué tenía que ser siempre su sentir más poderoso que el de los demás? Es muy simple recurrir a la lógica cuando el alma está serena, obtener las respuestas que parecen coherentes y hacerse promesas sobre lo que debe y no hacerse, sea por bien propio o siguiendo la ética que cada cual considere pertinente según los colores en los cuales este matizado su mundo interior. Pero, para alguien como Fiona, encontrar el yo interior no servía de nada una vez se desbocaban sus sentimientos. Y era justamente lo que poseía, la capacidad de experimentar con intensidad la ira, el deseo por otro cuerpo, la emoción de una cacería y el éxtasis de regodearse en la miseria ajena…
– Creo que tengo la razón al repetir que no somos tan distintas como deseamos ser… tal vez no se trate de que me necesites sino de que, de alguna manera, te recuerdo lo que fuiste… lo que perdiste… – volvió a observar los ojos vacios del hermano de Ophelia, el dolor por la perdida, la satisfacción apenas perceptible en un abismo de cólera. Cualquiera pensaría que nadie en su sano juicio desearía tales sentimientos, solo aquellos que hubiesen sondeado el terror del vacío podría llegar a comprender que algo, por pérfido que fuese, era mejor que nada.
La pelirroja movió la cabeza observando el panorama en derredor y el desastre que habían causado. El enorme árbol yacía caído como un triste recordatorio de un enfrentamiento que debía haber resultado con la muerte de una inmortal, por supuesto no era necesario ni siquiera mencionar cual cabeza debería estar ahora bajo las fétidas aguas. Soltó una risita cuando sus ojos se posaron sobre el sitio en el cual desapareció el cuerpo del borrachín – Resulta irónico como al inicio de la noche llegué a pensar que me sentía vacía. ¡Oh querida Moria! Supongo que debería agradecerte por mostrarme lo que eso en realidad significa. – casi inconscientemente empezó a repasar su cabello con las manos, retirando hojas, ramas y el barro que más pudo. Era una causa perdida pero en realidad no importaba, después de todo no pueden pedírsele peras al olmo. Su humor regresaba, así como su sarcasmo y petulancia. – Es una lástima que hayas que tenido que terminar en estas condiciones para que por fin aceptes mi importancia – canturreó en broma y sonriéndole aunque las palabras destilaban sarcasmo. Luego se puso en pie, experimentando finalmente la fuerza recién adquirida por el néctar que le había sido ofrecido.
– Supongo que con esto sellamos una tregua ¿o me equivoco? – preguntó ofreciendo su mano a la vampiresa en una invitación pacifica, no solo a levantarse, sino a detener, momentáneamente, el conflicto entre las dos. Recapitulando no estaba muy segura de quien había sido en realidad la causante de tal alboroto. Tal vez las dos tuviesen algo de culpa, lo que si sabia Fiona es que, a pesar de haberse visto en las mismísimas garras de la muerte, Ophelia había resultado ser una magnifica contrincante que le había otorgado una noche digna de recordar. Eso no era algo sencillo de encontrar por lo que se guardo muy celosamente la opción de reanudar el enfrentamiento en otra ocasión. – Recordare la oferta de saber más de tu pasado, y quien sabe, tal vez me anime a contarte algo del mío – un encogimiento de hombros seguido por una sonrisa de suficiencia – Por ahora aprovechare la ocasión, y que aún tengo la cabeza sobre los hombros, para reconocer que no lamento en lo absoluto haber perturbado tu descanso ni ensuciado tu “césped” – arrancó una ramita de su propia cabellera antes de lanzársela a la morena. Se sentía rebosante de energía, renovada y poderosa. Deseaba extender sus brazos y entregarse a las estrellas en un vuelo de silenciosa satisfacción. Pero la mañana se aproximaba, tan previsible como implacable.
- off:
- Magnifico post, perdona por tan corta respuesta
Fiona Di Centa- Vampiro Clase Alta
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
A veces, el tempo se queda suspendido a tu alrededor, como si algún extraño mecanismo hubiese decidido detenerlo para ti en un preciso instante, a fin de que éste dejase de ser efímero, y se convirtiera en un pedazo de eternidad compartido. En un trozo de realidad significativo, frente a otros tantos momentos banales y vacíos, que nada significaban... Pero esto no era más que una percepción subjetiva de lo que realmente ocurre, por supuesto. El tiempo, ese gran desconocido, ese ente traicionero e insalvable, él no se detenía para nadie. Ni siquiera para aquellos que son, en apariencia, inmunes a su transcurso. Ni siquiera para los que ya estaban muertos, para los que, técnicamente, su tiempo ya había terminado. Al final, ser un inmortal lo único que implicaba era que tu cuerpo se quedaba congelado en un momento concreto de tu vida, para no cambiar jamás. Siempre conservarían la misma apariencia que tenían cuando ese oscuro don les fue concedido. No pasaría lo mismo con su mente. Y quizá por lo primero tenían la falsa creencia de que su tiempo pasaba aún más despacio. Se equivocaban. El mundo sigue girando, como siempre, y los días y las noches siguen transcurriendo con normalidad, aunque ellos se quedasen viviendo siempre en la oscuridad. En una eterna oscuridad. Una oscuridad de la que no había escapatoria posible. Su mundo estaba inmerso en las tinieblas, en la mentira, en la necesidad de ocultarse. No... Los inmortales no eran tan inmunes al tiempo, después de todo. Y esos recuerdos, caóticos, emotivos, se lo habían dejado bastante claro. Había cambiado demasiado. Más de lo que cualquier humano, siempre sujetos al cambio, podría cambiar jamás. Había trascendido la carne, el ente. Se había convertido en algo más. Algo más... Trágico.
Pero pese a todo eso, pese a que fuera consciente de que el tiempo también transcurría para ella, como para el resto de seres que habitaban en aquella tierra... Aún así, no podía negar que lo había sentido. Había sentido ese algo que muchos inmortales sentían -o sufrían, según el caso- en numerosas ocasiones a lo largo de su eterna existencia. Aquella mágica sensación de que el mundo había cesado su normal transcurso sólo para ellos, sólo para su disfrute. O para el disfrute de los fantasmas que solían perseguirlos. Había podido sentir en su misma piel que el tiempo no era nada, nada más que un absurdo invento de la mente humana. No existía. No para ella. Había notado que su existencia transgredía todas las leyes que se supone que gobiernan el paso del tiempo. Se había sentido invulnerable. Y puede que se tratase de un exceso de egocentrismo, o de una muestra más de su percepción de superioridad sobre otros. No lo sabía. Lo único que tenía claro era que había sido real. Demasiado real. Más real de lo que jamás hubiese imaginado. Por un momento, por un pequeño instante, comprendió que su existencia en aquel mundo era fruto de poco menos que magia. De un interesante e incomprensible mecanismo que convertía lo irreal, en posible. Y todo aquello, para alguien que amaba la lógica por encima de todas las cosas, no era sencillo de encajar. Porque si el tiempo existe por igual para todos, inclusive ella misma, ¿por qué había tenido aquella sensación de ingravidez, de inexistencia? Tenía que significar algo. Dudaba mucho que ningún humano pudiera sentirse así jamás. Estaban demasiado anclados en el aquí y ahora -algo lógico si teníamos en cuenta que su destino era la muerte-, demasiado centrados en lo carnal, en lo terrenal. Ellos jamás podrían sentir algo como eso. Y por un microsegundo, sintió lástima por ellos.
Claro que, una cosa era que un fenómeno así lograra sorprenderla hasta el punto de sentirse extasiada, y otra cosa bien distinta es que aquello fuera algo bueno. Y no lo era. Nada en absoluto. Cuando experimentas un fenómeno como ese, cuando toda tu vida pasa por delante de tus ojos en forma de pequeños flashes... Las emociones que iban despertando podían ser bastante difíciles de manejar. Y más si en unos segundos debían resumirse casi dos mil años de vivencias, tan variadas entre sí que nadie diría que se trataba de la vida de una misma persona. Sintió ira. Rabia. Dolor. Pena. ¿Amor? Parecía que, una a una, todas aquellas barreras que tanto se había afanado en construir durante toda su vida, iban desplomándose bajo su propio peso. Era demasiado, incluso para ella. Frente a sus ojos circularon todas aquellas memorias, todas aquellas imágenes polvorientas que ni siquiera recordaba que nunca hubieran estado allí. Una señora arrugada que arropaba a un bebé endemoniadamente parecido a ella. Un niño pequeño correteando a su alrededor. Libros viejos en idiomas que tardaría mucho en aprender. Vestidos. Trajes. Excesos. Dificultades. Llantos. Alegrías. Caos. No tenían orden ni sentido. No tenían razón ni motivo para estar allí, desfilando frente a su impasible mirada. Tuvo que hundir los pies en el suelo a fin de no caer redonda. Sentía que el mundo bajo sus pies se tambaleaba. ¿O quizá fuese su persona, aquello en lo que se había convertido, lo que parecía estar a punto de venirse abajo? No. Ella no podría hundirse. Eso sí lo tenía claro. ¿Acaso se avecinaba un cambio tan tremendo, tan drástico, en su interior, que aquello había sido alguna clase de aviso? Pero la pregunta, en caso de que eso fuera cierto, era ¿por qué? ¿Qué podría provocar que una roca, que algo tan frío como el hielo, volviese a sentir? ¿Cuál había sido el detonante? ¿La melancolía? ¿O había sido Fiona, y el reflejo de ella misma brillando en sus ojos?
La observó nuevamente, tratando de comprender por qué había dicho lo que había dicho. Y lo peor de todo, por qué realmente creía que sí la necesitaba para algo. ¿Tan similares eran? ¿Tanto necesitaba que le recordasen que ella alguna vez también había sido así? Impulsiva. Terca. ¿O quizá lo seguía siendo pero, como tantas otras cosas, lo había estado reprimiendo? Meditó un instante acerca de las palabras de la pelirroja. Una sonrisa fugaz, irónica, se dibujó en su semblante. ¿Cómo podría entenderlo? ¿Cómo podría comprender lo que le había sucedido, por qué hizo todo aquello? ¿Cómo podría comprender todo aquel odio cegador a menos que lo hubiera sentido en su propia piel? No creía que entendiese en absoluto lo que aquellas imágenes que había presenciado significaban. O quizá ese era precisamente su problema. El mayor de todos. Su incapacidad para creer que nadie pudiera ponerse en su lugar. Aunque esta vez no se trataba de superioridad, ni siquiera de indiferencia. Estaba acostumbrada a la soledad. A la frialdad de la noche. A ser la excepción a la regla. A ser diferente a todos quienes la rodeaban. ¿Y si no era cierto? Jamás se lo había planteado. Y pensaba que era lógico. Para todos, los problemas propios son peores que los del resto, independientemente de lo fatales que fueran los ajenos. No eran sus problemas y, por ende, no eran tan importantes. Que engañada estaba. Que engañados estaban todos. - ¿Cómo puedes saber si no eres algo más de lo que ambas vemos? Tampoco sabías que alguien como yo tenía la capacidad de sentir... Y ya lo has visto. No hay cabida para lo imposible en un mundo de monstruos. -No se habría fijado en ella si no hubiera visto algo. Aunque no tuviera ni idea de qué era exactamente lo que había visto.
- Tal vez... Sí seamos similares. Aunque no idénticas. No creo que el mundo tuviera ninguna posibilidad de sobrevivir si existiera dos seres como yo. O dos como tú. Somos demasiado destructivas, Fiona... Aunque yo siempre seré más peligrosa. Y tú, más humana. -Intentó recomponer los pedazos de aquella máscara de indiferencia, de peligro, intentó recomponerse externamente... Y lo consiguió. Su voz volvió a adoptar aquel tono de superioridad, de arrogancia. Casi pareciese que todas aquellas emociones no habían hecho mella en su persona. Casi. La realidad era bastante diferente, aunque no se notara. Habría que conocerla con demasiada intensidad para saber que sólo estaba fingiendo. Y nadie se había acercado tanto, nadie la conocía tanto. Mentir era su especialidad. Lo único en lo que jamás había fracasado. Y aunque intuía que a partir de que esas barreras en sus recuerdos todo se le haría más arduo, nunca dejaría de ser una experta ocultando lo que realmente pensaba. Las rocas, aunque las fragmentes, siguen siendo rocas. Siguen siendo frías. Siguen siendo igual de duras. Se alejó un tanto de la otra vampiresa, dejándole el espacio que hasta ese preciso instante había estado invadiendo. La hostilidad inicial había desaparecido parcialmente, una vez se hubo marchado la rabia inicial. Aunque ambas se mantuvieran en sus papeles, no había duda de que algo había cambiado. Algo que nunca volvería a ser igual que antes. Que eso significara algo bueno o algo malo, sólo el tiempo, aquel estúpido y rastrero enemigo, lo diría.
- Todos piensan en el vacío demasiado a menudo. Emborronan su nombre de modo que se pierde su esencia, lo que realmente significa. Me alegro de que a partir de ahora no vayas a hacer alarde por ahí de que eres el ser más desgraciado sobre la tierra... El ente más vacío. Ya sabes que siempre puedes convertirte en mi. Apuesto a que te gustaría. ¡Parecías a punto de alcanzar el éxtasis al probar mi sangre!... Fiona... Pequeña Fiona... Esta vez te perdonaré lo de la manicura y lo del vestido, pero la próxima vez que nos encontremos... Espero que hayas entrenado o que tengas algo interesante que contarme o no seré tan indulgente. Con suerte, en unos cuantos siglos, seas una rival lo suficientemente digna para que me tome la molestia de no destruirte antes de tiempo. -Le tendió la mano, aceptando sus palabras, su ayuda... ¿Su amistad? No. Era demasiado pronto para eso. - Intenta que no te maten hasta entonces, ¿de acuerdo? Sería una pena que tu sangre se desperdiciara... Para ser una neófita, hueles bastante bien... De tu pelo no puedo decir lo mismo. -Una sonrisa pícara se adueñó de su rostro inmaculado. Una sonrisa terriblemente vacía, aunque sincera en los motivos. Una sonrisa sin luz, sin alma. Una sonrisa lastimada. - Aunque sé que me arrepentiré de decirlo... tampoco lamento que ensuciaras mi lugar "sagrado". Supongo que le hacía falta un lavado de cara. Queda como... moderno, ¿no? Así, medio destruido. -Esquivó la rama que la otra le lanzó ensanchando su sonrisa... Y estuvo a punto de decir algo al respecto, pero el reflejo de los primeros rayos de Sol en el horizonte le recordaron que si había algo a lo que no eran inmunes, era a la luz del astro Rey. - Volveré a por ti, Fiona. Y espero que tengas algo que enseñarme esa vez... O te costará más beber mi sangre. -Se volteó y comenzó a caminar de vuelta a la ciudad, sumida en sus pensamientos. Realmente sabía que iría a por ella en un futuro. Si realmente Fiona era más de lo que aparentaba, era su misión descubrirlo. Y ayudarla a evolucionar.
Pero pese a todo eso, pese a que fuera consciente de que el tiempo también transcurría para ella, como para el resto de seres que habitaban en aquella tierra... Aún así, no podía negar que lo había sentido. Había sentido ese algo que muchos inmortales sentían -o sufrían, según el caso- en numerosas ocasiones a lo largo de su eterna existencia. Aquella mágica sensación de que el mundo había cesado su normal transcurso sólo para ellos, sólo para su disfrute. O para el disfrute de los fantasmas que solían perseguirlos. Había podido sentir en su misma piel que el tiempo no era nada, nada más que un absurdo invento de la mente humana. No existía. No para ella. Había notado que su existencia transgredía todas las leyes que se supone que gobiernan el paso del tiempo. Se había sentido invulnerable. Y puede que se tratase de un exceso de egocentrismo, o de una muestra más de su percepción de superioridad sobre otros. No lo sabía. Lo único que tenía claro era que había sido real. Demasiado real. Más real de lo que jamás hubiese imaginado. Por un momento, por un pequeño instante, comprendió que su existencia en aquel mundo era fruto de poco menos que magia. De un interesante e incomprensible mecanismo que convertía lo irreal, en posible. Y todo aquello, para alguien que amaba la lógica por encima de todas las cosas, no era sencillo de encajar. Porque si el tiempo existe por igual para todos, inclusive ella misma, ¿por qué había tenido aquella sensación de ingravidez, de inexistencia? Tenía que significar algo. Dudaba mucho que ningún humano pudiera sentirse así jamás. Estaban demasiado anclados en el aquí y ahora -algo lógico si teníamos en cuenta que su destino era la muerte-, demasiado centrados en lo carnal, en lo terrenal. Ellos jamás podrían sentir algo como eso. Y por un microsegundo, sintió lástima por ellos.
Claro que, una cosa era que un fenómeno así lograra sorprenderla hasta el punto de sentirse extasiada, y otra cosa bien distinta es que aquello fuera algo bueno. Y no lo era. Nada en absoluto. Cuando experimentas un fenómeno como ese, cuando toda tu vida pasa por delante de tus ojos en forma de pequeños flashes... Las emociones que iban despertando podían ser bastante difíciles de manejar. Y más si en unos segundos debían resumirse casi dos mil años de vivencias, tan variadas entre sí que nadie diría que se trataba de la vida de una misma persona. Sintió ira. Rabia. Dolor. Pena. ¿Amor? Parecía que, una a una, todas aquellas barreras que tanto se había afanado en construir durante toda su vida, iban desplomándose bajo su propio peso. Era demasiado, incluso para ella. Frente a sus ojos circularon todas aquellas memorias, todas aquellas imágenes polvorientas que ni siquiera recordaba que nunca hubieran estado allí. Una señora arrugada que arropaba a un bebé endemoniadamente parecido a ella. Un niño pequeño correteando a su alrededor. Libros viejos en idiomas que tardaría mucho en aprender. Vestidos. Trajes. Excesos. Dificultades. Llantos. Alegrías. Caos. No tenían orden ni sentido. No tenían razón ni motivo para estar allí, desfilando frente a su impasible mirada. Tuvo que hundir los pies en el suelo a fin de no caer redonda. Sentía que el mundo bajo sus pies se tambaleaba. ¿O quizá fuese su persona, aquello en lo que se había convertido, lo que parecía estar a punto de venirse abajo? No. Ella no podría hundirse. Eso sí lo tenía claro. ¿Acaso se avecinaba un cambio tan tremendo, tan drástico, en su interior, que aquello había sido alguna clase de aviso? Pero la pregunta, en caso de que eso fuera cierto, era ¿por qué? ¿Qué podría provocar que una roca, que algo tan frío como el hielo, volviese a sentir? ¿Cuál había sido el detonante? ¿La melancolía? ¿O había sido Fiona, y el reflejo de ella misma brillando en sus ojos?
La observó nuevamente, tratando de comprender por qué había dicho lo que había dicho. Y lo peor de todo, por qué realmente creía que sí la necesitaba para algo. ¿Tan similares eran? ¿Tanto necesitaba que le recordasen que ella alguna vez también había sido así? Impulsiva. Terca. ¿O quizá lo seguía siendo pero, como tantas otras cosas, lo había estado reprimiendo? Meditó un instante acerca de las palabras de la pelirroja. Una sonrisa fugaz, irónica, se dibujó en su semblante. ¿Cómo podría entenderlo? ¿Cómo podría comprender lo que le había sucedido, por qué hizo todo aquello? ¿Cómo podría comprender todo aquel odio cegador a menos que lo hubiera sentido en su propia piel? No creía que entendiese en absoluto lo que aquellas imágenes que había presenciado significaban. O quizá ese era precisamente su problema. El mayor de todos. Su incapacidad para creer que nadie pudiera ponerse en su lugar. Aunque esta vez no se trataba de superioridad, ni siquiera de indiferencia. Estaba acostumbrada a la soledad. A la frialdad de la noche. A ser la excepción a la regla. A ser diferente a todos quienes la rodeaban. ¿Y si no era cierto? Jamás se lo había planteado. Y pensaba que era lógico. Para todos, los problemas propios son peores que los del resto, independientemente de lo fatales que fueran los ajenos. No eran sus problemas y, por ende, no eran tan importantes. Que engañada estaba. Que engañados estaban todos. - ¿Cómo puedes saber si no eres algo más de lo que ambas vemos? Tampoco sabías que alguien como yo tenía la capacidad de sentir... Y ya lo has visto. No hay cabida para lo imposible en un mundo de monstruos. -No se habría fijado en ella si no hubiera visto algo. Aunque no tuviera ni idea de qué era exactamente lo que había visto.
- Tal vez... Sí seamos similares. Aunque no idénticas. No creo que el mundo tuviera ninguna posibilidad de sobrevivir si existiera dos seres como yo. O dos como tú. Somos demasiado destructivas, Fiona... Aunque yo siempre seré más peligrosa. Y tú, más humana. -Intentó recomponer los pedazos de aquella máscara de indiferencia, de peligro, intentó recomponerse externamente... Y lo consiguió. Su voz volvió a adoptar aquel tono de superioridad, de arrogancia. Casi pareciese que todas aquellas emociones no habían hecho mella en su persona. Casi. La realidad era bastante diferente, aunque no se notara. Habría que conocerla con demasiada intensidad para saber que sólo estaba fingiendo. Y nadie se había acercado tanto, nadie la conocía tanto. Mentir era su especialidad. Lo único en lo que jamás había fracasado. Y aunque intuía que a partir de que esas barreras en sus recuerdos todo se le haría más arduo, nunca dejaría de ser una experta ocultando lo que realmente pensaba. Las rocas, aunque las fragmentes, siguen siendo rocas. Siguen siendo frías. Siguen siendo igual de duras. Se alejó un tanto de la otra vampiresa, dejándole el espacio que hasta ese preciso instante había estado invadiendo. La hostilidad inicial había desaparecido parcialmente, una vez se hubo marchado la rabia inicial. Aunque ambas se mantuvieran en sus papeles, no había duda de que algo había cambiado. Algo que nunca volvería a ser igual que antes. Que eso significara algo bueno o algo malo, sólo el tiempo, aquel estúpido y rastrero enemigo, lo diría.
- Todos piensan en el vacío demasiado a menudo. Emborronan su nombre de modo que se pierde su esencia, lo que realmente significa. Me alegro de que a partir de ahora no vayas a hacer alarde por ahí de que eres el ser más desgraciado sobre la tierra... El ente más vacío. Ya sabes que siempre puedes convertirte en mi. Apuesto a que te gustaría. ¡Parecías a punto de alcanzar el éxtasis al probar mi sangre!... Fiona... Pequeña Fiona... Esta vez te perdonaré lo de la manicura y lo del vestido, pero la próxima vez que nos encontremos... Espero que hayas entrenado o que tengas algo interesante que contarme o no seré tan indulgente. Con suerte, en unos cuantos siglos, seas una rival lo suficientemente digna para que me tome la molestia de no destruirte antes de tiempo. -Le tendió la mano, aceptando sus palabras, su ayuda... ¿Su amistad? No. Era demasiado pronto para eso. - Intenta que no te maten hasta entonces, ¿de acuerdo? Sería una pena que tu sangre se desperdiciara... Para ser una neófita, hueles bastante bien... De tu pelo no puedo decir lo mismo. -Una sonrisa pícara se adueñó de su rostro inmaculado. Una sonrisa terriblemente vacía, aunque sincera en los motivos. Una sonrisa sin luz, sin alma. Una sonrisa lastimada. - Aunque sé que me arrepentiré de decirlo... tampoco lamento que ensuciaras mi lugar "sagrado". Supongo que le hacía falta un lavado de cara. Queda como... moderno, ¿no? Así, medio destruido. -Esquivó la rama que la otra le lanzó ensanchando su sonrisa... Y estuvo a punto de decir algo al respecto, pero el reflejo de los primeros rayos de Sol en el horizonte le recordaron que si había algo a lo que no eran inmunes, era a la luz del astro Rey. - Volveré a por ti, Fiona. Y espero que tengas algo que enseñarme esa vez... O te costará más beber mi sangre. -Se volteó y comenzó a caminar de vuelta a la ciudad, sumida en sus pensamientos. Realmente sabía que iría a por ella en un futuro. Si realmente Fiona era más de lo que aparentaba, era su misión descubrirlo. Y ayudarla a evolucionar.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: El pantano de las ánimas [Fiona Di Centa]
Los ciclos son parte indiscutible de la existencia misma. Como todo tiene un inicio también tiene un final y ninguna situación o criatura está exenta de esta ley primordial pues, aunque no se llegase al fin último, a la destrucción absoluta, la trasformación podría ser tan radical como para perder la esencia por la cual se le reconoce. Una piedra podría ser transformada en polvo y entonces más nunca podría ser considerada como “piedra” aunque los fragmentos que la conformaban continuaran por un tiempo indefinido sobre la faz de la tierra. Así la noche, el reino de la oscuridad, por poderosa y aterradora que fuese, o fantástica y maravillosa que resultase, tendría que terminar. Y que mejor manera de hacerlo que morir plácidamente en los brazos de la luz cegadora del amanecer. Un día nuevo avanzaba, naciendo pesarosamente, desplazando la penumbra y llenado los corazones humanos de la esperanza que solo el sol podía traer consigo. Empero, para Fiona y otros inmortales, era el llamado de la muerte. La luz atravesando los cielos, tan débil aún que ningún mortal podría verle en realidad, repicaba en su alma como las campanas del infierno y cosquilleaba sobre su piel como el caminar de cientos de insectos. Sus ojos inmortales empezaban ya arder y a entrecerrarse involuntariamente, como si anticipasen lo que pronto ocurriría. Aquel llamado marcaba el final de una noche para rememorar, una de la cual salía, no solo con vida, sino con enseñanzas poderosas y alentadoras promesas.
También había habido revelaciones, de aquellas de las cuales no se puede extraer una enseñanza verdadera pero que impactan en el momento igual que el azote de un huracán. Una de ellas residió en que podía leer mejor los cambios que sufría el estado de ánimo de su acompañante ¿podría esto solo radicar en que Ophelia era más abierta? Resultaba tan increíble como sonaba pero, después de todo, la misma Fiona se había abierto, manifestando algunas de sus verdades más profundas y celosamente guardadas. Sonrió animada ante la peculiaridad de todo lo acontecido. Ante un enfrentamiento con absurdas disparidades entre sus oponentes. Por la manera en cómo cada una había capeado el temporal, haciéndole frente con sus propias armas y saliendo, al final, las dos victoriosas. Era una manera de pensar que rayaba en lo romántico, pero no pudo evitarlo. – No hay cabida para lo imposible en el mundo de los monstruos – repitió, memorizando las palabras para luego negar con la cabeza – Pones demasiada fe ciega en alguien que no conoces. No estoy tan vacía como pensaba, es algo innegable especialmente después de haber contemplado con mis propios ojos lo que el transcurso del tiempo ha hecho en ti. Pero se allí a poder asumir más pues… - volvió a negar, esta vez sonriendo con tristeza y dejando la frase sin terminar.
Lo siguiente consiguió arrancarle una nueva carcajada. La última frase sentida antes de que retornara a Ophelia, como había retornado a ella misma, la fachada tras la cual ocultaba su verdadero rostro. Ninguna de las dos tenía la autoridad moral suficiente como para culpar a la otra. Lo único que podían hacer ante tal realidad era observarse mutuamente y alegrarse por no tener que continuar mostrándose vulnerables. Después de todo eran seres de la destrucción, fuera hacia otros o hacia sí mismas, tal como ya se había expresado. Era esto tan cierto que la pelirroja no pudo evitar cuestionarse en qué momento había aniquilado la joven que fue, la humanidad que había tenido y de la cual, según la morena, aún conservaba un poco. Gruño ligeramente aunque sin perder la sonrisa ante las palabras de Moria. Nadie era más pulcro que ella, nadie cuidaba más su propia apariencia y se encargaría de demostrarlo la próxima vez que se encontrasen. – De seguro así será, aunque supongo que por ahora solo puedo conformarme con saber que las dos contamos con el mismo aspecto espantoso… similares, aunque no idénticas – nuevamente usaba las palabras de la otra. Una burla innecesaria pero carente de la mezquindad propia de la pelirroja. ¿Era así como se sentía bromear con conocidos cercanos? En realidad no lo recordaba exactamente pero igual se sentía bien.
El contacto de las dos manos fue breve pero muy significativo y le reafirmó a Fiona lo carentes de sustento que le sonaban ahora las amenazas de muerte emitidas por Ophelia. Ella no la deseaba muerta o ya lo estaría…tan simple como eso. – Lo intentare pero no puedo prometer nada – rió abiertamente, conociéndose como lo hacía era poco lo que faltaba para que su impulsividad sacara su fea y deforme cara. No siempre contaría con la suerte de parecer interesante, como esa noche. En algún momento se toparía con algún inmortal que la considerara más una molestia y acabase con tanta alharaca de un solo golpe. No lo deseaba pero física y mentalmente incapaz de rehuirle. – Te gusto, admítelo de una vez y ahorrémonos la cursilería barata… siento que si no interrumpo terminaras besándome – fanfarronería resaltada por el tono despótico del que tan buen uso hacia. Una forma de evitar admitir abiertamente que también a ella le alegraba que sus pasos se hubiesen cruzado. Había perdido su cena humana, pero había ganado mucho más. Sus renovadas fuerzas se lo recordaban y estaba segura de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiese sentir el elixir de otro antiguo pasar por su garganta. No sabía por cuánto tiempo le sustentaría aquella alimentación pero la paz de sentirse saciada era algo digno de recordar.
La ramita paso volando a escasos centímetros de la cabellera de Moria y si no fuera por la interrupción del amanecer, por la finalización del ciclo, sabía que habrían podido quedarse hablando hasta que alguna de las dos sacase a la otra de cabales y empezara todo de nuevo. Inclinando la cabeza en reconocimiento de gratitud Fiona se despidió de la antigua vampiresa – Estaré esperando – y con estas palabras observó como la bella inmortal se alejaba caminando tranquilamente. Puede que el tiempo les hiciese más resistentes a los mortales rayos solares. Tal vez Moria podía darse el lujo de irse con tranquilidad, ella, por otro lado, debía darse prisa en regresar a su mansión si no quería terminar iluminando el amanecer con su propia combustión. Se volvió, lista para salir corriendo cuando vislumbró un objeto olvidado en la rama de un árbol. Se trataba de una lujosa y pesada capa y no había nadie más a quien le perteneciera que a la vampiresa que había partido. Sosteniendo la prenda con firmeza Fiona corrió en busca de refugio.
También había habido revelaciones, de aquellas de las cuales no se puede extraer una enseñanza verdadera pero que impactan en el momento igual que el azote de un huracán. Una de ellas residió en que podía leer mejor los cambios que sufría el estado de ánimo de su acompañante ¿podría esto solo radicar en que Ophelia era más abierta? Resultaba tan increíble como sonaba pero, después de todo, la misma Fiona se había abierto, manifestando algunas de sus verdades más profundas y celosamente guardadas. Sonrió animada ante la peculiaridad de todo lo acontecido. Ante un enfrentamiento con absurdas disparidades entre sus oponentes. Por la manera en cómo cada una había capeado el temporal, haciéndole frente con sus propias armas y saliendo, al final, las dos victoriosas. Era una manera de pensar que rayaba en lo romántico, pero no pudo evitarlo. – No hay cabida para lo imposible en el mundo de los monstruos – repitió, memorizando las palabras para luego negar con la cabeza – Pones demasiada fe ciega en alguien que no conoces. No estoy tan vacía como pensaba, es algo innegable especialmente después de haber contemplado con mis propios ojos lo que el transcurso del tiempo ha hecho en ti. Pero se allí a poder asumir más pues… - volvió a negar, esta vez sonriendo con tristeza y dejando la frase sin terminar.
Lo siguiente consiguió arrancarle una nueva carcajada. La última frase sentida antes de que retornara a Ophelia, como había retornado a ella misma, la fachada tras la cual ocultaba su verdadero rostro. Ninguna de las dos tenía la autoridad moral suficiente como para culpar a la otra. Lo único que podían hacer ante tal realidad era observarse mutuamente y alegrarse por no tener que continuar mostrándose vulnerables. Después de todo eran seres de la destrucción, fuera hacia otros o hacia sí mismas, tal como ya se había expresado. Era esto tan cierto que la pelirroja no pudo evitar cuestionarse en qué momento había aniquilado la joven que fue, la humanidad que había tenido y de la cual, según la morena, aún conservaba un poco. Gruño ligeramente aunque sin perder la sonrisa ante las palabras de Moria. Nadie era más pulcro que ella, nadie cuidaba más su propia apariencia y se encargaría de demostrarlo la próxima vez que se encontrasen. – De seguro así será, aunque supongo que por ahora solo puedo conformarme con saber que las dos contamos con el mismo aspecto espantoso… similares, aunque no idénticas – nuevamente usaba las palabras de la otra. Una burla innecesaria pero carente de la mezquindad propia de la pelirroja. ¿Era así como se sentía bromear con conocidos cercanos? En realidad no lo recordaba exactamente pero igual se sentía bien.
El contacto de las dos manos fue breve pero muy significativo y le reafirmó a Fiona lo carentes de sustento que le sonaban ahora las amenazas de muerte emitidas por Ophelia. Ella no la deseaba muerta o ya lo estaría…tan simple como eso. – Lo intentare pero no puedo prometer nada – rió abiertamente, conociéndose como lo hacía era poco lo que faltaba para que su impulsividad sacara su fea y deforme cara. No siempre contaría con la suerte de parecer interesante, como esa noche. En algún momento se toparía con algún inmortal que la considerara más una molestia y acabase con tanta alharaca de un solo golpe. No lo deseaba pero física y mentalmente incapaz de rehuirle. – Te gusto, admítelo de una vez y ahorrémonos la cursilería barata… siento que si no interrumpo terminaras besándome – fanfarronería resaltada por el tono despótico del que tan buen uso hacia. Una forma de evitar admitir abiertamente que también a ella le alegraba que sus pasos se hubiesen cruzado. Había perdido su cena humana, pero había ganado mucho más. Sus renovadas fuerzas se lo recordaban y estaba segura de que pasaría mucho tiempo antes de que pudiese sentir el elixir de otro antiguo pasar por su garganta. No sabía por cuánto tiempo le sustentaría aquella alimentación pero la paz de sentirse saciada era algo digno de recordar.
La ramita paso volando a escasos centímetros de la cabellera de Moria y si no fuera por la interrupción del amanecer, por la finalización del ciclo, sabía que habrían podido quedarse hablando hasta que alguna de las dos sacase a la otra de cabales y empezara todo de nuevo. Inclinando la cabeza en reconocimiento de gratitud Fiona se despidió de la antigua vampiresa – Estaré esperando – y con estas palabras observó como la bella inmortal se alejaba caminando tranquilamente. Puede que el tiempo les hiciese más resistentes a los mortales rayos solares. Tal vez Moria podía darse el lujo de irse con tranquilidad, ella, por otro lado, debía darse prisa en regresar a su mansión si no quería terminar iluminando el amanecer con su propia combustión. Se volvió, lista para salir corriendo cuando vislumbró un objeto olvidado en la rama de un árbol. Se trataba de una lujosa y pesada capa y no había nadie más a quien le perteneciera que a la vampiresa que había partido. Sosteniendo la prenda con firmeza Fiona corrió en busca de refugio.
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Fiona Di Centa- Vampiro Clase Alta
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