Un encuentro con las ánimas (Libre -1)

-Eso te viene a pasar por metiche- escudriñé entre las tumbas en el terregal el modo de entrar el cementerio, se hallaba todavía el sol a medio salir pues las nubes algo grises tapaban la vista, el viento estaba bastante leve comparado con otros días definitivamente, los zapatos se hundían en la nieve apenas sin parecer una buscadora de aventuras en medio de un panteón.

La pregunta de qué estaba haciendo aquí era muy sencilla: iba en busca de una tumba bastante antigua de la cuál me había hablado mi padre, se trataba de un negociante en los años 400 con el que había tenido nexos en París las primeras veces que había ido; mencionaba que poseía muchas propiedades en la ciudad que hasta la fecha permanecían en manos de sus generaciones posteriores, el asunto es que mi padre mencionaba algo deforme con su tumbra pues estaba alterado su nombre, fecha de muerte; también mencionó que sólo se ubicaba la piedra con un bulto de tierra puesto, ni siquiera lo habían vaciado de modo decente -´Por lo menos le pudieron haber puesto un costalito- pensé mientras iba fijándome entre los alrededores viendo que hallaba.

-Pirurí, pirurá- iba tarareando una melodía escuchada en una taberna, el sonido era bastante pegajoso pues se había quedado grabada en mi mente -Podrías entonar algo de acuerdo al tema- dijo mi cabeza intentando distraerme, ya de por sí el ambiente era bastante dramático como para seguirle con una canción de luto, no era buena idea. Abrigada hasta las pestañas estaba comenzando a darme por vencida mientras buscaba lo susodicho -Deberían limpiar un poco esto, los muertos polvo son- medité viendo las inscripciones de la lápida cuando el olor tan incofundible a pipa atravesó mis fodas nasales haciéndome toser levemente. Siguiendo el rasto puedo darme cuenta que no estoy sola, al menos es un consuelo (dependiendo de la compañía, si era un blaqnuito prefería evitar el encuentro) ¿Que si creía en los fantasmas? ¿Porqué no? había vampiros, licántrops así que quién sabe más habitaba nuestro mundo.

La silueta de un joven se divisó a lo lejos, no dije nada poniendo atención entre las letras ya desgastadas algunas, seguí moviéndome entre los pequeños callejones y mi bolso fue a dar al suelo no haciendo nada de ruido pues se vio amortiguado por la nieve -Al menos no interrumpes la paz de estos- asintió mi conciencia tratándome como niña bien portada, entrecerré los ojos acomodando el faldón yendo a dar mis ojos hasta un hermoso ramo de flores, me quedé un poco idiotizada pues en medio de tanto blanco resaltaba en modo majestuoso, después me percaté que me hallaba junto al joven, para terminarla de hacerla de emoción a sólo dos tumbas de distancia leí claramente "Sir Fhernand Letrois" fecha de muerte: 17 de marzo 1504. saqué un pequeño papel doblado escrito por mi padre adoptivo en el que reclamaba: Nombre: Fhernand Letrovie Seinder Fecha de muerte: 13 febrero de 1510 causa: mi cena "te ama, tu padre".

Vaya sentido del humor que habitaba sobre mi muerto papá, a veces sólo quería salir huyendo luchando por mi vida para no salir muerta o convertida, en todo caso, las fechas estaba muy dispersas, si ese pretendían que era él, pero no encajaba nada ¿Qué demonios pasaba? -¿Podriáis quitar esa cara de turulata?- me hizo reaccionar la vocecilla interior devolviéndome al cementerio y al caballero fumando de su pipa.

-¿Habéis venido a ver a alguien? ese ramo es sumamente hermoso- sentencié sonriendo levemente de lado, llevaba la cabeza agachada pues el frío comenzaba a calarme por todos lados, por todos los orficios posibles el viento estaba apoderándose de mí, bajando la temperatura corporal -Pareces un pollo castañuelo- pensé asintiendo, mi color amarillento titiritando era una muy buena comparación.

El humo de la pipa parecían mantener a un nivel más caliente que el mío pues mis labios castañeantes pronunciaban una orquesta sinfónica medio desafinada; me colocó el saco sobre los hombros sin pedírselo casi inmediatamente estuve un poco más relajada, sonreí ante su comentario -Parecen que estan sometidos a una dieta sumamente estricta-bromeé cansinamente a mis adentros estupefacta por las tonterías tan grandes que podían ocurrírseme.

-Los muertos deben tener cierta alimentación en específico, quisiera lucir así, bueno... no tampoco- medité para poder responder con un poco más de sensatez, estaba muy rejega ante pensar en pasar la vida condenada a muerte o peor aún morirme tan joven por un ataque hambruno, suspiré, el pequeño punto blanco estaba levantando todo el ambiente blanquecino, proporcionaba un toque menos triste al ambiente gótico del cementerio.

-Mi nombre es Zaskya monsieur, y he de agradeceros infinitamente vuestro gesto; estaba a punto de la hipotermia- sin saber si era de frío o ante la impresión de haber descubierto la tumba que estaba buscando con ese recadillo tan ortodoxo en mis manos, lo escondí sobre el bolsillo de mi vestido.

-El silencio aquí es abrumador, un sitio para pensar, meditar y hablar siendo escuchado pero no criticado- le dije sacudiendo un poco las lápidas de los algodones blanquitos encima de ellas; me agaché para tomar las flores colocadas por él minutos antes para esparcirlas un poco más. Sin poner atención al nombre pues no me incumbía sólo sonreí de lado admirando mi obra.

-Al menos puedo deciros que levantan un poco ese lugar- ladeé la cabeza quedándome sin decir nada. El viento soplaba escalofriante, un cuervo se paró sobre la tumba descubierta caminando sobre ella alegremente -Al parecer es difícil que sepan dónde anda metido este antepasado- pensé mirando lo desolado que se encontraba; la inscripción estaba apenas legible con la piedra partida.

-He venido en busca de historia, al parecer lo he conseguido- le dediqué una sonrisa pícara e inocente al chico -Bruta, si le preguntas su nombre quizá pueda ser mejor- repeló mi cabeza enfadada.

-Cierto, cierto ¿Cuál es vuestro nombre?- le pregunté curiosa notando caer un copo sobre la punta de mi nariz, soplándole levemente se difuminaba entre mis ropajes y el suelo cayendo con tanta delicadeza pretendiendo seguir con el silencio terregal...