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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Adriel d'Auxerre Lun Abr 18, 2016 4:02 pm

Aquel desolado descampado era el escenario de una guerra interminable, un conflicto que se daba día tras día y noche tras noche desde el albor de los tiempos. Era una contienda en la que no importaba quién vencía o quién era derrotado, ya que ninguno de los bandos enfrentados podía perder definitivamente, pues el uno no existiría sin el otro. Al caerse el sol del cielo y como una densa y letal bruma, las tinieblas se escurrían silenciosamente por todos los rincones de la faz de la tierra, asfixiando la luz con una paciencia propia sólo de aquel que se sabe de antemano victorioso. La luz empezaba entonces a perecer, estallando en un reguero de sangre que, con su rojo, inundaba el cielo, antes de que las sombras se hicieran con el dominio sobre todo ente en aquel paraje, fuera vivo o inerte. Y entonces despertaban ellos, los hijos de la oscuridad, portando en sus frías venas la semilla de su tenebrosa madre.

Adriel se encontraba alerta incluso antes del ocaso, como acostumbraban a obligarle sus instintos. Al no poder salir de la pequeña estancia en la que habían pasado el día, no se movió más que a una pared para apoyarse contra ella y observar desde allí a su nuevo compañero. Brandon dormía plácidamente bajo las mantas que intentaban darle el calor que el cuerpo del vampiro no podía proporcionarle, iluminadas sus facciones por la exigua luz de la vela que había encendido. En un par de ocasiones se había planteado abandonar el lugar antes de que el hombre recobrara la consciencia, quizás allí estaría más seguro que junto a él en el cometido que tenían que realizar un par de horas después. Sin embargo, no podía dejarle allí, desprotegido ante cualquier cazador -y cazador sería si tuvieran suerte- que les estuviera siguiendo el rastro, no sólo por la amenaza que suponía para el humano, sino también porque era consciente de que la preocupación pesaría sobre su cabeza. Y, por mucho que quisiera, no podía dividirse en dos mitades para protegerle a él y abandonar aquel refugio. Por tanto, tenía que ir con él.

Un par de horas después, llegaron a aquella llanura encerrada entre el final de un viejo camino de tierra y el linde de un bosque carente de nombre. La lluvia les había sorprendido a medio trayecto y para entonces tanto el suelo se hallaba embarrado como sus cabelleras chorreaban pequeños ríos que caían sobre sus hombros. Bajo los mechones que se pegaban a su piel, el vampiro mantenía una expresión severamente grave, callado y parco en palabras como pocas veces se encontraba, como si la garganta se le hubiera secado o a sus labios les costara despegarse. Esto era porque notaba una pesadez en el pecho, una constante presión que le hacía tragar saliva de vez en cuando, como si un corazón ya hacía demasiado tiempo muerto luchara por emular el antiguo latido desbocado, fruto de una desmedida ansiedad. Estaba intranquilo, nervioso y angustiado, consciente de que se dirigían a uno de esos pocos momentos clave que se dan la historia de cada uno, una vuelta de hoja a cuyo reverso no sabía qué palabras podía hallar.

Mientras se encontraban en París avanzaban a buen ritmo, según la percepción humana, lo cual se traducía en que, para él, la premura con la que movían sus piernas era demasiado lenta. Por tanto, en cuanto dejaron atrás las últimas casa de la ciudad, tomó a Brandon en brazos y comenzó a correr. Las antes suaves gotas de lluvia se convirtieron de pronto en cientos de agujas que golpeaban contra su piel, lo cual, de todas formas, no podía importar a un ser insensible al dolor como él. Pese a que el caso de Brandon no fuera el mismo, ni paró ni aminoró el ritmo, necesitado de llegar a su destino. Sin embargo, al llegar a aquel límite, se paró de lleno, dejando al inglés teniéndose de nuevo sobre sus pies y clavó sus pupilas en la línea de árboles que se alzaban ante ellos. Éstos parecían adoptar una irreductible postura intimidatoria, como si se trataran de un ejército que hubiera sido colocado allí para impedirles el paso.

El vampiro suspiró con la intención de tranquilizar una respiración alterada, no a causa de una carrera que poco podía cansarle, sino por lo que les aguardaba oculto entre la oscuridad que había instalado bajo aquellas copas. Y lo que él esperaba que les aguardase no podía ser sino una cosa:

- Denisse – murmuró él para darse ánimos y para recordarle que, fuera lo que fuera a encontrar allí, debía avanzar por ella. Entonces, se atrevió a mirar fijamente a Brandon, siendo ésta la primera vez que lo hacía desde que habían salido a la intemperie -. No sé lo que nos encontraremos ahí delante, pero no puedo echarme atrás – casi se disculpaba, ya que sabía que era por un error suyo el hecho de que él hubiera terminado envuelto en aquella situación -. Creo que deberías venir conmigo, pero no voy a obligarte, así que es tu decisión qué hacer – una parte del vampiro quería forzarle a acompañarle, por la distracción que podía suponer tenerle en otro lugar, pero en un momento de lucidez en medio de toda aquella enajenación en el que el asunto de su hermana le había inmerso, el Adriel comprensivo surgió a la superficie para darle la oportunidad de decidir el camino que iba a tomar.
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Mensaje por Brandon Amnell Miér Abr 27, 2016 6:04 am

Para Brandon, aquel día había sido un día de locos. Adriel lo había llevado a una estancia perdida en algún lugar que él no conocía, donde se suponía que ambos iban a estar seguros durante el día. Los peligros, al parecer, no solo se encontraban bajo el manto de tinieblas y estrellas, sino que también estaban a plena luz del Sol, y en esos momentos el vampiro no podía pelear durante esas horas. Aún hacía el frío suficiente como para que en el refugio, desprovisto de mobiliario, hicieran falta unas cuantas mantas. Sin embargo, cuando Adriel fue a dormir, el humano se levantó y exploró el lugar. No era gran cosa, y todo estaba algo dejado, como si a nadie le importara realmente el refugio. La mayor parte de las ventanas estaban entablonadas, y olía a cerrado.

En su cabeza había como mil ideas revoloteando, intentando digerir aquello como si fuera algo normal, intentando no volverse loco o convencerse a sí mismo de que el mundo en el que vivía era lo más loco que jamás iba a conocer. Se acercó al cuerpo de Adriel. Realmente, parecía un cadáver cuando dormía, y estaba tan pálido que el inglés realmente se preguntaba si iba a poder volver a despertar por la noche. Suspiró. Posó un beso en la frente del vástago y se dirigió a su improvisado camastro, donde se tapó con todo lo que el pelirrojo le había ofrecido para intentar dormir algo hasta la noche.

El despertar fue extraño. Adriel apenas le había dirigido la palabra, y Brandon, que aunque el lugar no era el idóneo, había descansado, pudo responder con premura. Iba con ropas sencillas y cómodas, por si tenía que correr, pelear o esconderse, aunque algo le decía que era estúpido por pretender evitar una muerte a manos de aquellas criaturas. Sus pasos por la ciudad eran rápidos, y no le importó la lluvia que empezó a caer hacia su rostro. Le gustaba la lluvia y la sensación del agua recorriendo su pelo, su rostro y su cuerpo.

No sabía si decirle algo, estaba más raro que de costumbre, pero pensó que lo mejor sería dejarlo estar, para no poner en peligro la misión. Encontraba en él ahora algo que no había visto antes… tal vez una oscuridad oculta que, ahora, no se molestaba en esconder al inglés. No sabía si sentirse bien o temeroso de lo que pudiera pasar. Lo que pasó a continuación no se lo esperó. Adriel lo cogió en sus brazos, como si fuera un muñeco de trapo, y corrió con él hasta su destino. La lluvia se clavaba en la piel del rubio hasta tal punto que hacía daño, y todo pasaba tan deprisa que sus ojos perdieron por un momento la visión, aunque lo peor fue, sin duda, el dolor de oídos. Cuando el otro lo dejó en el suelo, Brandon tuvo que apoyarse para no caer al suelo redondo. Estaba tan pálido como el vampiro, y agradeció no haber comido nada aquella noche antes de marchar, o ya lo habría expulsado de una forma muy poco señorial.

Por fin el otro habló en toda la noche, pero no se dirigió a él. Denisse. Tal vez la había sentido, visto u olido… desde luego, su plan de correr contra esos seres quedaba descartado por completo. Y, si podía hacer eso, tal vez la estaba viendo a varias horas de distancia. Siguió sin decir nada hasta que pudo recomponerse. Apoyó sus manos en sus muslos, manteniendo la cabeza algo baja, pose que a él le ayudaba bastante cuando se encontraba en tal estado. Poco a poco, recuperaba la compostura. Al ver los zapatos del otro girarse, se irguió de nuevo. Por fin lo miraba a los ojos de nuevo.

—Lo comprendo. Yo no volvería atrás —dijo él en apenas un susurro —. ¿Tú quieres que vaya? Da igual lo que sea o no mejor… es tu misión y, por tanto, la decisión la tienes que tomar tú. No quiero ser una distracción, ya sea aquí o allí, ni tampoco una carga para ti.

Mantuvo la mirada con el vástago, algo tenso por la situación, preguntándose si de verdad aquello era lo que tenía que hacer… y, en lo más profundo de su corazón, sabía que la respuesta era afirmativa. Quería ayudarlo. Ahora la cuestión era si una pequeña hormiguita podía ayudar a un titán en una misión suicida.
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Mensaje por Adriel d'Auxerre Dom Mayo 01, 2016 3:03 pm

Aunque el vampiro presentara una apariencia fría y decidida, como si hubiera dejado atrás la humanidad a la que tendiera a aferrarse, lo cierto era que era entonces cuando su fortaleza resultaba más quebradiza. Tras aquella máscara se escondía una confusa contradicción, fruto de la unión de lo que realmente era y de lo que debía ser. No se trataba de alguien impasible, incapaz de empatizar con el sufrimiento ajeno y, sin embargo, la situación lo requería de él. Él no era consciente de aquella incoherencia, tan sólo actuaba tal y como sentía que debía actuar, y, por tanto, aquel conflicto yacía en su interior, siendo su ánimo demasiado susceptible a cualquier pequeño cambio, tanto en su pensamiento como en el ambiente que le rodeaba. Eso fue lo que le había sucedido cuando volvió a mirar a Brandon a los ojos, como si, de pronto, recordase que éste era un ser humano, un ser vivo como pretendía ser él, y no un mero muñeco de trapo, que resultara casi más carga que ayuda. ¿Era realmente capaz de ser así? ¿Era realmente capaz de dejar a un lado a la gente que apreciaba y, más importante, de olvidar quién era él como última prueba para demostrar que era capaz de darlo todo por su familia? La traición que había sufrido había hecho mella en su seguridad y, sin embargo, todavía tenía la certeza de que, quizás por su hermana cualquier cosa mereciese la pena.

Había algo de irracional en todo aquello. No estaba enamorado de Denisse, no siguiendo el concepto que los mortales tienen del amor, pero sentía una devoción hacia ella que sólo podría compararse con la que el devoto tiene con Dios o con la que un buen padre siente para con sus vástagos. No era capaz de atribuir motivo alguno para ese lazo tan estrecho que llegaba a trastocar la base misma de su alma hasta convertirla en razón y motor mismo de su existencia y por ello no tenía más remedio que aceptarlo sin más. Y, sin embargo, comenzaba a dudar de que debiera actuar de tal modo. Sí, estaba claro por qué hacía lo que hacía, pero, ¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar y cuánto estaba dispuesto a sacrificar? Y, además, ¿desde cuándo había comenzado a ver el mundo en únicamente dos tonos en vez de abrirse a nuevas opciones? Aquella radicalidad había aprovechado la terrible situación en la que se veía inmerso para iniciar una batalla por la conquista del vampiro y le incitaba por todos los medios a alcanzar lo más pronto posible sus objetivos, sin importar el coste, algo a lo que se resistía el viejo Adriel, el cual buscaba reafirmarse en la confianza y fidelidad que Brandon depositaba en él. Y era entonces, cuando le miraba, cuando dudaba de quién necesitaba más a quién.

- Gracias, Brandon – le dijo él, sin importar realmente que él no pudiera sumergirse en lo que ebullía en su interior. Intentó sonreírle, pero sencillamente sus labios parecían de carecer de la fuerza suficiente como para hacerlo -. Si quieres que sea sincero, no puedo estar tranquilo si no te tengo a la vista, hay una parte de mí que no se perdonaría si te ocurriese algo, así que creo que sería mejor que vinieses conmigo – omitió el hecho de que ese otro fragmento de su ser que buscaba arrasar con todo lo que había sido hasta entonces le consideraba una debilidad y, por tanto, alguien como poco prescindible. Quería tener fe en sí mismo y creer que era capaz de mantener al humano a salvo -. Pero tendrás que hacerme caso en todo, aún no has visto todos los horrores que suceden por las noches – le acarició la mejilla y su seria mirada se rompió por un instante, dejando ver por ese resumido momento un ánimo que comenzaba a flaquear. Pero tomó aire profundamente para intentar recuperar su resolución y su rostro retomó un aspecto severo.


Comenzó entonces a andar hacia la fila de árboles. La luna iluminaba el camino, pero hacía a sus pupilas acostumbrarse a tal entorno y, por lo tanto, le resultaba difícil adivinar qué se escondía en el bosque. Las pisadas eran suaves y, lejos de recurrir a sus poderes, el vástago avanzaba a ritmo lento, no sabiendo si lo hacía para que el humano pudiera seguirlo o como consecuencia de sus temores. Sin embargo, el avance no tenía pausa y, por ello, terminaron por llegar a aquel linde. Y entonces se impidió volver a detenerse, no queriendo sumirse de nuevo en unos pensamientos que era bien consciente de que no le llevarían a tomar ninguna resolución.

Los troncos se dejaban ver macizos y, de pronto, la lluvia pareció ser un fenómeno lejano cuya presencia tan sólo se manifestaba por la humedad en el ambiente y las pesadas gotas que, de tanto en tanto, se desprendían de las hojas. Pronto su mirada se acostumbró a la nueva oscuridad, la cual paulatinamente parecía hacerse más dominante en aquel entorno. Era evidente que por allí hacía mucho que no transitaba ningún humano corriente y el pelirrojo no fue ni tan siquiera capaz de percibir el rastro de algún animal. Eso le intranquilizaba, pero, nuevamente, se negó a titubear. Sus pasos eran decididos, como si pudiera vislumbrar entre la hojarasca un camino invisible, el cual realmente tan sólo se formaba a medida que sus pies lo hilvanaban paso a paso, aunque parte de su atención se centrara en asegurarse de que el hombre le siguiera. Y, sin embargo, sus músculos se hallaban claramente en tensión, respondiendo a un ambiente cuya principal amenaza se manifestaba precisamente en la aparente ausencia de la misma.

Justo cuando el largo trayecto empezara a hacer pensar a Adriel que estaban andando en círculos, vislumbró lo que estaba buscando. Se trataba de una pequeña cabaña medio en ruinas en medio de un claro, tan escueto que las ramas de los árboles no distaban mucho del aquel tejado que amenazaba con desmoronarse de un momento a otro. Parecía no ser gran cosa, ni tan siquiera algo en lo que debiera repararse. Y, sin embargo, sabía que ese era su destino.

- Es ahí – le informó a Brandon en poco más que un susurro -. Quédate pegado a mí – requirió de él, ya que quería tener la mayor capacidad de reacción ante cualquier imprevisto. Luego, comenzó a avanzar hacia la estructura.

La entrada era una vieja puerta de madera que no parecía ir a resistir más que un pequeño golpe. Pero, en vez de empujarla, se dispuso a abrirla con el mayor cuidado del que fue capaz, intentando ni hacerla chirriar, ni que se cayera. Quería evitar por todo medio que estuviera en su mano alertar a quien quiera que estuviera dentro de aquel lugar. En cuanto dejó espacio libre para la vista, se descubrió un único espacio al fondo del cual se abría un angosto agujero en el suelo, unas escaleras que se precipitaban a una negrura total.

- Tenemos que bajar – confirmó la obviedad, reafirmando su resolución al hacerlo. Y, dicho esto, se dispuso a avanzar.


Última edición por Adriel d'Auxerre el Vie Mayo 13, 2016 12:17 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Brandon Amnell Sáb Mayo 07, 2016 10:14 am

Durante unos instantes, cuando el otro le respondió, Brandon volvió a ver al Adriel que había visto en el prostíbulo, cuando fue en busca de ayuda. Ese Adriel que parecía más un humano que un… vampiro —aún le sonaba raro—. No obstante, la expresión del pelirrojo volvió a tomar ese tono oscuro, férreo, y se lanzaron hacia la linde, donde estarían ya expuestos a las criaturas de la noche. ¿Cuántas habría? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Qué iba a hacer él contra tantas, si dudaba siquiera poder defenderse de uno?

A pesar de que seguía nublado, había dejado de llover. Las gotas de agua caían de su pelo y sus ropajes aún de forma continua, y se tenía que esforzar el doble para que sus movimientos fueran silenciosos y, al mismo tiempo, rápidos, para no apartarse de Adriel y no sentirse una carga. Creía que, tal vez, él solo podía haberlo hecho mejor, pero ya habían ido una vez a por él y, aunque tuvo suerte, la fortuna no siempre iba a estar de su lado. Por lo tanto, siguió avanzando como podía, intentando vislumbrar y apoyándose en la espalda del otro cuando la oscuridad era tal que ni siquiera alcanzaba a ver a más de un metro de él.

Al final, después de un rato andando, llegaron a un punto en el que Adriel paró. El inglés, aún algo torpe por la humedad y el esfuerzo, se estrelló contra la espalda del otro, que ni se inmutó ni se movió del suelo. Era como una columna. Brandon se frotó la nariz y achinó sus ojos, intentando ver el lugar donde estaba señalando el pelirrojo. Apenas veía una construcción en mitad de un claro. Una cabaña, tal vez. Una parte de él esperaba ir a un cementerio abandonado, o una mansión al borde del derrumbe. Pero no, estaban en una pequeña cabaña en mitad de un pequeño claro.

Asintió con la cabeza cuando el otro le ordenó que se mantuviera pegado. Como no sabía cuán pegado tenía que estar, posó su mano sobre la espalda del otro, y no la despegó en ningún momento mientras avanzaban hacia la cabaña. Tal vez era demasiado cerca, tal vez no, pero al menos el contacto lo hacía sentir ligeramente más seguro que si fuera solo. Correr completamente cegado no era uno de sus fuertes.

Entraron a la cabaña con mucha paciencia, deteniéndose en todos los detalles y conteniendo la respiración —si el vampiro aún respirara—. El interior estaba vacío, como si aquel sitio llevara abandonado varios años. De hecho, Brandon soltó un pequeño suspiro de alivio al pensar que, tal vez, allí no iban a encontrar absolutamente nada. Entonces Adriel hizo que se sobresaltara volviendo a hablarle de nuevo. Había unas escaleras por las que, al parecer, había que bajar, y el inglés se quedó mirándolas con los ojos muy abiertos. No podía ver el final.

De todos modos, asintió con la cabeza y bajó con él las escaleras. Su mano seguía pegada a su espalda, y bajaba los peldaños al mismo tiempo que el otro, para no tropezarse y hacer que ambos cayeran. O peor, tropezarse con Adriel, que era como una estatua de granito, y darse un golpe que lo dejara irreconocible, sin mencionar con el golpe de aquella interminable escalera. Agitó la cabeza, intentando dejar a un lado esos pensamientos para centrarse en la misión.

Llegaron hasta abajo, donde, tras girar una esquina, había un largo pasillo con antorchas. Los ojos de Brandon sufrieron el cambio a la luz, así que los cerró durante un momento y los volvió a abrir poco a poco. Era como una antigua cripta, mucho más grande de lo que había visto arriba, en las cuatro paredes de la diminuta cabaña del claro. Allí habían invertido tiempo y dinero, o el inglés realmente no sabía hasta dónde podía llegar el poder de un vampiro.

—¿Ahora qué? —dijo apenas en un susurro, apretando la chaqueta de Adriel con su mano derecha, como si aquel gesto hiciera que nada ni nadie pudiera separarlo del pelirrojo. Bermejo, pensó inconscientemente.
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Mensaje por Adriel d'Auxerre Mar Jul 05, 2016 5:34 am

La bajada resultó interminable, un cúmulo de pequeños instantes cuyos límites venían marcados por cada nuevo escalón y cuya sucesión parecía rehuir cualquier indicio de fin. El silencio y la negrura que ya antes se hubieran presentado tan sobrios como amenazantes no sólo les habían acompañado, sino que habían llegado a acrecentarse. Ya ni un vestigio de lluvia, tan sólo el seco sonido del aire rasgando sus gargantas y las prudentes pisadas sobre la desgastada piedra. Ya ni una señal de la apacible luz de luna, tan sólo aquel vacío infinito en el que lentamente se sumergían. El vampiro tuvo que olvidarse de la vista para orientarse, confiando en la presión que paredes y suelo ejercían contra su piel, deslizándose lentamente y quizás llegando a dudar, pero no por falta de confianza en sus habilidades, sino por la inquietud que le provocaba esa oscuridad. Sin poder distraerse y rehuyendo de pensar, a lo cual llevaba forzándose desde hacía un tiempo, notaba cómo un nudo se formaba en su garganta y cómo la intranquilidad se instalaba en su pecho. Y era consciente del origen de tal turbación, pero eludía admitirlo, intuyendo que ese era el único modo de evitar que sus propios demonios le asaltaran. En vez de eso, se concentraba en el siempre presente contacto con su espalda, buscando en él un indicio de compañía para no dejarse abrumar por aquella solitaria cueva que tanto sugería no tener fin como aparentaba querer engullírselos. Y, si en algún momento creyó notar su ausencia, su corazón pareció dar un vuelco, acostumbrado ya como estaba a nunca hallarse realmente solo.

En realidad, aquella escalera no era tan larga como sugería la condicionada percepción que el vampiro tenía de la misma y, por tanto, el descenso no duró tanto. Y, al final de aquel artificialmente dilatado periodo, llegaron a un pasillo bien iluminado. El alargado espacio se extendía hacia el fondo, abriendo en su recorrido pequeñas habitaciones laterales, queriendo su estructura asemejarse a las capillas de las viejas iglesias, pero diferenciándose de éstas en el descuidado aspecto que presentaban. Y, al fondo, casi queriendo camuflar su desgastada apariencia entre los pétreos mampuestos de las paredes, se alzaba la única puerta.

Adriel contuvo la respiración y necesitó infundirse fuerzas una vez más antes de centrar sus sentidos en intentar encontrar alguna prueba que delatara la presencia de amenazas. Nada, nada más que el crepitar del fuego coronando las antorchas.

- Creo que estamos solos – se permitió apenas un susurro, apostando a que, si alguien podía escuchar aquello, ya hubiera atendido a los ruidos que habían provocado a nivel de tierra -. Vamos – indicó al frente para avanzar. Sin embargo, sus pasos se sucedían con calma, aún debiendo mantenerse alerta para defenderse contra esos enemigos que, aunque pudieran no hallarse cerca, no podría asegurar si decidirían revelarse. De todas formas, no les costó demasiado llegar al final del corredor, posando el pelirrojo la palma de su mano sobre la superficie de madera y presionando suavemente. La hoja no cedió y debió entonces dirigirse hacia abajo, hasta que sus dedos se hicieron con el viejo y discreto pomo. Y en esta ocasión sí tuvo suerte.

Al no encontrar cerradura o cerrojo alguno, el vampiro supuso que tras aquella sala no se encontraría nada de gran importancia y que, por lo tanto, tan sólo sería otra parada más en su camino. Y, aunque eso le hiciera sentirse angustiado, en cierto modo le tranquilizaba por razones tan egoístas que no estaba dispuesto a admitir. Por ello rompió con el ritmo que había llevado y abrió con menor cuidado la puerta, cuyos goznes chirriaron suavemente al girar.

La oscuridad se vio entonces atacada por una iluminación que se precipitaba a raudales por la abertura, cayendo como el agua de una presa rota e iniciando una contienda por el reducido espacio. Mientras, las sombras se refugiaban del conquistador tras las columnas, intentando preparar un contraataque ya de antemano perdido en un pequeño mundo que, a los ojos del inmortal, era cada vez más claro.

Adriel se hubiera centrado en los detalles de la estancia, se hubiera preocupado de los recodos tras los que podría esperarle cualquier peligro, pero sus pupilas se negaban a desviarse de un único punto de la habitación. Varios pasos por delante, justo en esa línea que marcaba la frontera entre la luz y la ausencia de ésta, se encontraba un cuerpo yaciendo, dándoles la espalda. Por un momento creyó que el corazón volvía a cobrar vida para salírsele del pecho: había reconocido el vestido.

De pronto, se encontraba justo detrás de ella, agachado, alargando su brazo poco a poco para tocar su hombro. Sabía que podía ser una trampa, que, quizás, todo era una estratagema para volver a encerrarle, pero no podía haber llegado hasta aquel punto y echarse atrás. Por ello, su mano rozó la suave seda de color marfil, intentando despertarla y obteniendo nada más que silencio por respuesta. Tuvo entonces que girarla para que quedara boca arriba.

Adriel supo que todo había terminado cuando se encontró la estaca clavada en su pecho y con aquellos ojos azules, que tantas veces le habían contemplado con admiración, cargando un gran vacío que parecía hasta querer engullirle el alma. Por un instante sus labios se curvaron en una cínica sonrisa al querer creer que aquel era un disfraz para engañarle. Pero pronto desapareció, aquellos rasgos eran demasiado perfectos. No había duda, aquella era su hermana. Aquella era Denisse.

Su respiración comenzó a volverse irregular, una mezcla de tristeza, llanto y rabia, mientras sus dedos se deslizaban por su mejilla, su delicada nariz, por los labios secos. Aquella mujer, por la que sentía tal devoción que cuya mano hubiera pedido de haber sido mortales, ya no era mujer, tan sólo una reunión de carne y hueso como los cadáveres que en más de una ocasión había tenido entre sus brazos. Y, de pronto, una gota de sangre cayó sobre la inmaculada piel de aquellos restos. Su origen, el ojo del vampiro, precipitándose tan sólo tras haber dejado un fino rastro en su propio rostro.

Sus manos se cerraron en puños y, por momentos, su boca expelía un sonido más y más agitado. La respiración era tan rápida y profunda que difícilmente un pulmón humano podría haberlo reproducido. Poco a poco alzó la cabeza y perdió la mirada en aquella pared de la estancia, difuminada hasta el punto de que uno podía dudar de si realmente estaba allí o en ese preciso lugar el mundo se precipitaba al abismo. En ese momento nada salvo su hermana muerta existía, siendo así que ni siquiera se percató de que la puerta se cerró a sus espaldas.

Y, de repente, dejó de respirar. Por primera vez en siglos, sus pulmones dejaron de recibir aire y, por primera vez en siglos, la ilusión de un suave latir en su corazón desapareció. Su rostro volvió a la frialdad propia de su especie, pero, lejos de ser la serenidad lo que lo cargaba, era la soberbia, una arrogancia que nacía del saberse fuerte y que se nutría de la necesidad de paliar ese sufrimiento que, de pronto, se había hecho con su ser. Sus músculos se tensaron y sus labios se replegaron para dejar ver unos colmillos que, aunque no lo fuesen, parecían más largos que de costumbre. Se puso en pie y soltó un leve gruñido. Y, entonces, fue derribado.
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Mensaje por Brandon Amnell Miér Jul 06, 2016 12:58 pm

El silencio reinante empezaba a poner a Brandon más nervioso de lo que estaba, si cabía. Tenía la sensación de que se había metido en un lugar en el que no debía de estar, amén de en un asunto de familia que, tal vez, no acabara del todo bien. Aquellas criaturas eran nuevas para él, y si la mitad de las leyendas eran ciertas, todo aquello no iba a acabar bien… pero no por ello se amedrentó. O si lo hizo, no dejó que se le notase. Y si se le notó, Adriel no dijo nada.

Tocaba al pelirrojo aun cuando ya habían pasado a una zona iluminada, ya que el contacto con aquella fría piel, incluso con la ropa de por medio, lo tranquilizaba. Sus ojos azules repasaban el lugar incrédulos, como si lo que hubiera allí abajo fuera una fantasía que, si alguien se la hubiera contado, no se habría creído nunca. Intentaba no hacer ruido con sus pasos, aunque no lo conseguía completamente, al contrario que Adriel, quien a pesar de llevar zapatos también, sus pasos eran tan silenciosos como los de un felino.

Asintió con su cabeza al escuchar la orden que el otro le indicaba, pero no dijo nada. Seguía completamente callado, mientras intentaba controlar ese miedo racional que cualquier estúpido sentiría si se metiera en una jaula con leones hambrientos. El hecho de acompañar a uno no lo tranquilizaba de sobremanera, pero ayudaba. No obstante, no era tonto… si Adriel tenía que salir corriendo, o si las cosas se ponían feas, tal vez tuviera que dejar al inglés atrás.

Avanzaron juntos hasta la puerta que Adriel abrió nada más llegar. La figura de la joven era lo verdaderamente reinante en la instancia, ya que estaba bien a la vista, a modo de señuelo. Brandon la recordaba muy ligeramente, ya que solo la había visto un par de veces, pero no había entablado nunca conversación con ella. De todos modos, eso no quiso decir que no le afectara lo que vio. Al girarla el pelirrojo, dejó ver una estaca clavada en su pecho, justo en el corazón. Los ojos de la joven estaban abiertos en una mezcla de sorpresa y dolor, y su piel nívea la dotaba de una belleza extraña, como a Adriel.

—Adriel…

Vio los cambios que se producían en el otro, como si lo que acabara de ver estuviera convirtiendo a la persona que conocía en otra completamente distinta. En el monstruo del que las leyendas hablaban. Se inclinó con suavidad, junto a él, echando su brazo por encima del otro para darle un calor que no era físico, sino psicológico. Quería decirle que todo iba a estar bien, que lo tenía a él, aunque no fuera ni una ínfima parte de lo que fue Denisse… y que siguiera siendo Adriel. Su Adriel. Pero no pudo.

Cuando despegó sus labios, mientras su dedo corazón rozaba su rostro de forma tímida y lenta, algo se estrelló contra el vástago. Algo que a él lo lanzó contra la pared y que lo hizo estrellar contra una estantería vieja, la cual sostenía libros, frascos y algunos utensilios varios de uso cotidiano. El golpe iba destinado a Adriel, eso estaba claro, él había sido un daño colateral. Sintió un dolor punzante en la pierna izquierda, y descubrió una pequeña estaca clavada en ella. Por suerte, no parecía una herida profunda, aunque decidió no sacarse de ahí eso por si las moscas.

Sus ojos atisbaban en aquella habitación más tenue una pelea casi increíble. La velocidad de los movimientos de ambos era tal que apenas podía captarlos, y la fiereza con la que descargaban golpes hacía que los ruidos parecieran de piedras enormes chocando contra ellas, no puñetazos cualquiera. Algo asustado, se incorporó y miró hacia la salida. Otra figura se acercaba lentamente, y a este sí lo reconoció: era uno de los hombres que había preguntado por Adriel la otra noche en el prostíbulo, el más bajo, por lo que supuso que Adriel estaría peleando con el grandote.

Cojeó hasta llegar a un escritorio, donde había un abrecartas, algunos documentos, sobres, plumas y demás utensilios por el estilo. Cogió el pequeño cuchillo y se acurrucó en la esquina, pendiente a la puerta. Cuando el otro entró en la habitación, entró también a la pelea, y Brandon solo podía creer intuir la forma de Adriel de vez en cuando siendo atacado por dos, algo que le hizo sentir completamente inútil… hasta que cayó en la cuenta. Eran vampiros. Chupasangres. Sangre.

Arrancó la estaca de su pierna, lanzando un grito de dolor, y dejó que la sangre se derramara en abundancia. Por el sitio donde le habían dado, era más llamativo que grave, pero logró lo que quería: que uno de ellos parara para mirarlo… con unos ojos tan desencajados que Brandon vio en ellos la muerte. Sujetó el abrecartas con una mano, mientras apretaba la estaca tan fuerte en la otra que sus nudillos se pusieron blancos. Un golpe certero, y el vampiro estaría muerto… pero él no sabía pelear. Así que necesitaba suerte. O un milagro.
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Mensaje por Adriel d'Auxerre Dom Jul 10, 2016 12:20 pm

El vampiro ya no sentía nada. No sintió nada cuando se acercaron a él, tampoco cuando rozaron su piel y ni tan siquiera sintió algo cuando pronunciaron aquel nombre al que se supone que respondía. No, no era capaz de sentir nada, ya que, de pronto, aquellos muros tras los que se había escondido para que la situación no le abrumara y poder seguir adelante, se habían convertido en su prisión. La esperanza, que era lo único que lograba mantener el orden necesario en su mente, se había esfumado y con su ausencia se había sumido en un caos que pronto había sido aprovechado por aquel viejo enemigo que hacía tanto tiempo que había desterrado a lo más profundo de su ser. ¿Se acordaba acaso de su nombre, si es que nombre había tenido alguna vez? ¿Se acordaba acaso de si en alguna ocasión se había visto abordado por aquel ardor en el pecho, bullendo por dentro y quemándole hasta el punto cde obligarle a rugir? Por primera vez desde que fuera capaz de recordar, aquella bestia se hizo con el dominio y los restos de Adriel quedaron sepultados bajo un agitado mar de rabia y confusión.

Cuando rodó por el suelo hasta chocar contra la estantería con contundencia, ya no era Adriel. Sus músculos se habían tensado y, lejos de sorprenderse, reaccionó como un depredador, enseñando los dientes a su rival. La oscuridad ya no era su enemiga, sino su madre, por lo que era capaz de verle con facilidad, frente a él, erguido y cargando de nuevo. Pero en esta ocasión estaba alerta, por lo que le esquivó con facilidad y, entonces, se abalanzó sobre él. Los colmillos de un vampiro rasgaron el cuello del otro, arrancando la carne y logrando, no sólo debilitarle, sino además enfurecerle en gran medida. Fue por ello que se sacudió al pelirrojo de encima, cuya espalda fue de nuevo a parar contra una columna, arrancándole un quejido. Pero las heridas de estas criaturas sanan rápido y no pasaron más de dos segundos antes de que ambos estuvieran de nuevo en pie, mirándose fijamente a los ojos.

No intercambiaban palabras, ya que no había palabra que intercambiar. Tan sólo bastaba el contacto ocular para decirse todo lo que debían decir. La animadversión era casi palpable y cualquiera que los viese desde fuera sería consciente que de aquella pelea sólo podría salir indemne uno, y tan sólo uno a lo sumo. El vampiro llamado Adriel fue el que atacó, siendo eludida tal acometida y recibiendo un duro golpe a cambio. Intentaron agarrarlo, pero fue capaz de desasirse, enviando a su contrincante al suelo.

Y así prosiguieron, arrojándose el uno contra el otro y evitando cualquier golpe mortal. Una y otra vez, sin un claro vencedor. Ambos eran experimentados vampiros, cargando siglos de vivencias a sus espaldas. Sin embargo, al final uno de los dos se alzó victorioso. El pelirrojo terminó por desgarrar el gaznate del otro y, antes de que pudiera regenerarse, sus garras apresaron la mandíbula, abriendo los tajos y rompiendo el hueso hasta que la cabeza quedó separada del cuerpo. Y, con un grito de satisfacción, lanzó con fuerza el resto que tenía en sus manos contra el frío suelo.

Entonces, se dio cuenta de que no estaba solo. La pelea le había distraído por completo y ni siquiera había notado la presencia de un tercer vampiro. Y ahí estaba él, acercándose a aquel mortal que no era sino una víctima indefensa que lograba acaparar toda su atención. El pelirrojo mostró una retorcida sonrisa antes de hacerse con una silla y romper una pata, haciendo que, de golpe, aquel morador de la noche se girase hacia él, alterado. Pero ya era tarde, medio segundo después, su cuerpo fue aprisionado por los brazos del contrario, impidiendo que escapara de aquella improvisada estaca que le atravesó de lado a lado.

El cadáver cayó al suelo y, entonces, el único vampiro que quedaba allí se giró hacia Brandon. Pero no fue Adriel el que le miró, tan sólo ese monstruo que observó la sangre durante el segundo que precedió a que se acercara. De golpe, aquel fuerte abrazo envolvió al inglés y sus dientes no dudaron en atravesar la piel de su cuello, dejando que la sangre del humano limpiara el amargo sabor que el plasma del muerto le había dejado.
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Mensaje por Brandon Amnell Jue Ene 05, 2017 8:14 pm

El mundo daba vueltas a su alrededor. Nada tenía sentido —si es que en algún momento de esos últimos días lo había tenido— para él, y la incertidumbre de no saber cuál de las dos figuras desdibujadas en la oscuridad era Adriel lo hacía sentir aún más asustado y confuso. Apretaba su pierna con fuerza para evitar que saliera la sangre, pero sus intentos eran tan inútiles como contradictorios. El rojo líquido se derramaba suavemente manchando su pantalón y llenando las fosas nasales del inglés de un fuerte aroma a hierro. Se sentía levemente mareado, pero se puso en pie, apoyado contra la pared, con sus ojos azules aún pendientes de la extraña pelea compuesta por borrones.

En el momento en el que la silla estalló, al rubio se le encogió el corazón. Había sido Adriel quien la había roto, haciéndose con un arma de la misma característica que tenía él. Ciertamente, pensó Brandon, las estacas mataban a los vampiros. El pelirrojo atravesó a su adversario antes de que pudiera escapar, aunque Brandon apenas se podía mover. Sus ojos se encontraron, pero Brandon no vio aquella humanidad que habían reflejado anteriormente. Estaba ido… loco.

—Adriel…

Apenas pronunció su nombre cuando el otro se acercó a él con una velocidad abrumadora. Brandon quiso gritar, correr, deshacerse de él. Pero todos sus intentos fueron inútiles. Era muchísimo más fuerte, como si estuviera apresado por una estatua de mármol que hubieran construido a su alrededor. Sintió como los colmillos del vástago se clavaban en su carne fuertemente, y sintió un pánico abrumador. Adriel se había vuelto loco. Adriel iba a matarlo.

Haciendo acopio de toda la fuerza que le quedaba, propinó un rodillazo al vampiro, y por toda la sala sonó un fuerte “crack” que hubiera helado la sangre de cualquier persona. No obstante, Brandon no fue consciente de su error hasta que se dio cuenta de que se había roto la pierna con aquel golpe, y que Adriel apenas lo había notado. Clavó el abrecartas en su estómago, pero su dura piel hizo que el cuchillo solo lo arañara. Habría intentado hacerlo de nuevo, pero temblaba tanto que el abrecartas cayó al suelo, no muy lejos, pero era un mundo atado a aquellos fuertes brazos.

Asustado, y con un último esfuerzo descomunal, utilizó todas sus fuerzas para clavar el pedazo de madera que tenía en la mano en el pelirrojo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y se sentía mareado. No entendía por qué le hacía aquello. ¿Lo habría utilizado hasta aquel momento? ¿Alguna vez podría haberlo considerado su amigo? ¿Es que era solo una diversión? En cierto modo sí, lo era, y más aún dada su profesión. Pero Brandon pensaba que habían sido algo más. Que habían forjado cierta confianza. Ya no estaba seguro de nada. Bueno sí, de que aquel era su último día en la tierra.

No sabía si la sangre que tenía en las manos era la suya o la del pelirrojo. No sabía si lo había matado, porque estaba seguro de que él iba a morir primero. La sola idea de matar a alguien lo atormentaba… aunque hubiera sido su asesino. No encontraba ningún sentido a aquello, pero su vista empezó a nublarse. Soltó el pedazo de madera y abrazó al pelirrojo con sus últimas fuerzas, que no eran muchas, echando todo su peso sobre él. Solo una palabra pudo articular antes de perder la consciencia en un abismo negro del que jamás se recuperaría:

—Bermejo…
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Mensaje por Adriel d'Auxerre Dom Ene 15, 2017 7:00 pm

La sangre corría por su garganta, le empapaba la lengua, se escapaba por sus labios para manchar su pálida piel. El sucio rojo se extendía mancillando su ser, en una representación de lo que sucedía en su interior. No lo sentía, pero lo debería sentir. No dolía, pero debería doler. Sus creencias, sus sueños, sus razones para tratar de sobrevivir pese a todas las contradicciones y faltas de sentido, las pérdidas y los finales de camino, todo estaba siendo desgarrado desde su interior y por mano de algo que, por mucho que lo negase, formaba parte de sí. Y, lejos de cesar, bebía y bebía de él, una y otra vez, llenándose al tiempo que el hambre se volvía más intensa. Era ansiedad, un reflejo propio del adicto al opio y no de un ser racional como él. Era ese deseo irrefrenable que crecía a cada instante, a cada gota, y que le obligaba a cerrar más y más el abrazo, como si así pudiera calmar aquella dulce aflicción y no fuese la mayor afirmación de ésta. La bestia era Adriel, pero Adriel no era la bestia, una paradoja en la que el ser y el dejar de ser se entremezclaban mientras lo que él creía como su más profunda esencia se ahogaba bajo el cada vez más imponente peso del invasor, de aquella parte de sí que nunca había ni creía poder considerar suya. Si hubiera tenido un mínimo control sobre sí mismo, si hubiera podido abrir sus ojos y si su consciencia no hubiera sido anulada, hubiera gritado hasta que su garganta se desgarrara, se hubiera implorado a si mismo que cesara, que le liberara, que despertara. Pero no, estaba dormido, encerrado en una nada que no era ni muerte, ni vida, sino algo peor a lo que su condición le había condenado. Había sido robado y le habían robado lo más valioso que nadie puede tener: a sí mismo.

El inglés le había llamado por su nombre, pero él no respondía a aquel nombre que no era sino una burda mascarada para burlar en lo que se había convertido. El inglés le gritó; el inglés le golpeó; el inglés le arañó, le apuñaló, le suplicó con su mirada, pero nada, ni la adoración, ni el miedo, ni el odio que pudiera sentir hacia él le importaba. ¿Qué era para aquel vampiro sino un mero mortal, un simple humano cuyo último aliento se sumaría al propio para añadir un punto de belleza etérea a la noche? No, quizás ni siquiera eso, tan sólo un medio para su único objetivo, que no era otro que hartarse de sangre hasta que la necesidad dejase de imperar sobre él. Pero, en el fondo, era consciente de que nunca podría librarse de ella.

Y, entonces, con un ese suspiro final, le llamó de aquella forma tan especial que tan sólo empleaba él. Fue aquello y no otra cosa lo que logró abrir aquella puerta tras la que se había quedado atrapado, la llave que liberó sus muñecas de los grilletes. Y, sin embargo, tan sólo fue el candado el que cayó, permaneciendo allí las cadenas. Por inercia, Adriel siguió bebiendo, no sintiendo más que el intenso sabor empapando su lengua y dispuesto a seguir dejándose a tal placer a causa de la embriaguez que le causaba. Y quería seguir así, hacer caso a aquella voz interna que, aunque muda, le instaba a rendirse a su naturaleza. Sin embargo, pese a malherido, su raciocinio seguía estando presente y pudo obligarse a despegar sus párpados.

Su primera reacción fue soltar aquel cuerpo y dar un par de pasos hacia atrás tan sólo para contemplar cómo éste caía inerte al suelo. Y, después, el silencio. Adriel no podía moverse, tan quieto como su compañero o los cadáveres que aún permanecían cerca de ellos. Por un instante creyó que aquello era una pesadilla, una tortura producto de todo lo que había sucedido y que todo lo que viera, pensara o sintiera no era sino un burdo engaño. Pero, por mucho que intentara mentirse, era más inteligente que cualquier engaño que se inventase.

Fue entonces cuando volvió a respirar, cuando tomó una gran bocanada al tiempo que se precipitaba a Brandon, cuando alzó su cuerpo y le tomó la cara para acercarla a la propia. Fue entonces cuando sus pulmones volvieron a funcionar de manera agitada, doliendo sin doler, ya que su dolor no era físico, sino una ilusión producto de la angustia.

- Brandon – le llamó, repitiendo su nombre una y otra vez, como si en vez de intentar despertarle intentase conjurarle – . Brandon, no, tú también no.

¿Qué había hecho? ¿Por qué había sido tan imprudente? ¿Por qué no había podido prever lo peligroso que era? Su seguridad, su exceso de confianza en sus capacidades habían sido su perdición. Y el amor ciego por su familia, por su hermana, eso era lo que le había dañado más profundamente. A punto estuvo de abandonar al humano, de huir de aquel lugar y de aventurarse en los caminos que le esperaban al abrazo de la noche, junto a aquel ser que habitaba dentro de él y que tan sólo esperaba que le aceptaran o una nueva oportunidad para arrebatarle el control. Pero le bastó mirar una última vez las tan imperfectas como inmejorables facciones del humano para no hacerlo. Pero tampoco supo cómo actuar.

No le fue fácil separarse de él, pero, pese a la reticencia, le colocó en el suelo, apoyando su espalda contra la pared para poder liberarse. Y comenzó a andar de un lado a otro de la estancia mirando de tanto en tanto su cuerpo. Era un atajo de nervios y sus manos se movían sin orden alguno entre su cintura, su frente o su pelo, expresando su turbación. Intentaba buscar una solución, pero sabía que no había forma humanamente posible de salvarlo. Su herida era mortal y había perdido tanta sangre que apenas le quedarían un par de minutos más de vida. Y no sabía qué decisión tomar porque no podía discernir los motivos que le llevaban a tomar una u otra decisión. ¿Era egoísmo y miedo a la soledad lo que le lanzaban a decantarse por una? ¿O era el desprecio y el desdén lo que le llevaban a escoger la otra? Ante tal desesperación y notando que el tiempo le estaba robando su elección no pudo sino soltar un rugido que resonó con fuerza en la estancia. Y, después, se detuvo en seco. Y, después, se acercó a él.

- Perdóname, Brandon, pero no veo otra salida. No puedo dejarte morir – y así mordió su propia muñeca y la acercó a los labios del todavía mortal.
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