Alguien diferente /privado.

Siempre había tenido curiosidad para adentrarse a tierras lejanas. Aunque estaba temeroso, su inquietud y su instinto siempre le llamaban a recorrer un poco más allá de lo que tenía acostumbrado. Unos cuántos pasos más cada día, para observar cosas nuevas, diferentes, y no solamente su pequeña cabaña protegida por ilusiones.

A recientes fechas y debido al invierno, la comida escaseaba y con ello, los grandes animales de caza ( y a los cuáles les quitaba la piel para guarecerse del frio ) por lo que la comida no abundaba. Los insectos saciaban su hambre por algunas horas únicamente. A mitad del dia, algo dentro de su estómago comenzaba a protestar.

Comenzó a descubrir que si no se alimentaba correctamente, el humor le cambiaba. Se volvía más inquieto e irascible. Su magia se descontrolaba y por ende, pequeños incendios "accidentales" se dejaban apreciar inmediatamente, aunque eran soficados por el mismo. Aún así el problema persistía: Hambre

Fue por la hambruna que decidió armarse de valor y explirar nuevos territorios. Todo lo que veía lo dejaba anonadado. La tierra era de distinta textura que la de los pantanos. Nuevas flores con diferentes colores, agua crustalina que cirría hacia un lado de lo que parecía ser una choza abandonada (la cuál exploró, sin encontrar nada relevante. Estaba en desuso hacía tiempo, había polvo y humedad por todas partes)

No muy lejos de ahí, casi en la naciente del río, tomó un breve descanso para beber de sus cristalinas aguas para refrescarse. Fue justo cuando escuchó un chapoteo y gritos que lo alertaron inmediatamente. Empuñó sus dos hachas y agazapado se aproximó.  Más adelante pidía apreciar a una criatura no mágica, que se estaba hundiendo en el río. Al parecer no sabía salir a flote, moriría muy seguramente si no le ayudaban, más el no estaba seguro de cómo proceder. Nunca. Había visto a nadie más que su rostro reflejado en el agua.

Dos años viviendo cual ermitaño en los bosques, devorando todo ser que pasara por la zona sin remordimiento alguno movido por el odio que sentía hacia el mundo, cambiaron el día que conoció a su hija. La malnacida de su madre le enterró en vida y la hija lo resucitó. Había perdido su navío y el océano, pero encontró otro motivo por el que mirar al sol a los ojos. Aquella zagala, con la boca más sucia que una fulana de puerto y la fortaleza de cualquier aprendiz de corsario, la hacían merecedora del orgullo de su padre.

Volvía a ser el mismo perro salvaje que no conocía límites, aunque sin ser consciente su hija Elora lo estaba domesticando poco a poco. Primero fue esa absurda obsesión de bañarse, algo que en los últimos meses hacía más a menudo de lo que jamás lo hizo en alta mar. Luego sosegó su instinto asesino hacia todo brujo que se cruzara por delante. La promesa de poder volver a subirse a un barco algún día era suficiente para frenar un poco su bestialidad.

No era más que un solitario, pero no necesitaba de mucho para divertirse. De vez en cuando visitaba el burdel y se dejaba caer por las cantinas nocturnas para socializar un poco, pero hacía tiempo que el bosque dejó de parecerle una cárcel. La caza se había vuelto un juego para él, había ocasiones en las que ni siquiera mataba al animal, solo era el placer de acecharlo y perserguirlo. Acostumbrado a moverse entre los mástiles de su joya, pronto aprendió a saltar entre árboles cual mono, sobretodo cuando quería escapar de alguna manada que quisiera convertirle en otro peón.

El animal que Yamil observaba ahogándose cayó durante su huída. Un grito de júbilo, más cercano a un gruñido animal, cruzó el aire antes de que Leif el loco cayera a orillas del río arrojado desde el árbol más cercano. Sus pies se clavaron en el suelo con buen equilibrio y avanzó con una sonrisa hacia el ciervo que luchaba por su vida. Llevando una sencilla falda de piel, que no era más que un par de trozos de cuero mal suturados, se metió en el río a por él.

-Te has cargado la diversión ¿cómo se puede ser tan torpe? - Lo agarró, no sin dificultad pues el ciervo se negaba a ser tocado por su perseguidor, y lo llevó a la orilla donde lo soltó. - Venga, que te doy ventaja. - Le dio un manazo en el trasero silbando cuando lo vio salir como alma que lleva el diablo. En lo que esperaba haciendo tiempo, llegó a sus fosas nasales un olor desconocido que le puso en alerta de inmediato. Se giró dando con su procedencia y mostró los dientes al tiempo que avanzaba dando grandes zancadas. Ver a aquel hombre con dos hachas lo puso más en alerta.

-Si buscas pelea la vas a encontrar, canalla. - Se detuvo a escasos metros del albino, pasándose el brazo por debajo de la nariz para recoger el sudor que bajaba de su frente.

Para cuando se dio cuenta, ya el animal había corrido con mucha velocidad alejándose del Río. Pero no era eso lo que más sorprendido lo tenía, sino la figura de una persona, que al parecer se refería a él. Pero desafortunadamente no comprendía su idioma. Llevaba el cabello largo, como él, pero era de tez morena. Las palabras, la advertencia de su madre, se había referido, única y exclusivamente, a personas que Poseían la piel tan blanca como la que el poseía, y el cabello rubio. Por lo tanto, ese hombre que había posado su vista sobre esta en él, no parecía ser esa clase de personas a las que se pudiese tener miedo. De cualquier modo, no le conocía, y debía ser cauteloso. Lo mejor que podría ser en ese instante, sería alejarse, y buscar alimento en otra parte. Algo que no implicase tener más contacto con la civilización, por un periodo de tiempo prolongado.

Su vida era sencilla, pero apacible. No conocía la soledad, puesto que no había sufrido esa necesidad, más que cuando su murió su madre. Pero hacía ya tanto tiempo de eso, que ese sentimiento de pérdida, lo había superado tiempo atrás. Por instinto de supervivencia era que sobrellevaba el día a día, esperando nada, salvo que esas personas que eran como él, se apareciesen de un momento a otro. Para eso se sentía completamente preparado tanto física como emocionalmente. La encomienda de su madre era que salvaste la vida toda costa, y eso era lo que iba hacer apenas se presentase la oportunidad.

Una vez que el animal se perdió de vista, desistió de su deseo de seguir explorando nuevas tierras. Una leve inclinación de cabeza hacia el hombre que siguía allí parado, fue el modo en el que se despedía, para regresar al sitio de donde había venido.