Chèvaliers de Sangreal · Parte I /Privado/

por **Jessica Saint-Bonnet** Lun Abr 25, 2016 11:29 am

Tinieblas. Aquella palabra era muy usada por aquellos que adoraban la oscuridad mas no tenían de otra, pues la luz quedaba tan lejos de ellos que ni aunque aparentasen bondad podrían siquiera acariciarla; no sin antes convertirse en cenizas.

Jessica Saint-Bonnet

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No era de extrañar ver a Jessica en constante movimiento. No era para nada una mujer nerviosa, sin embargo repasaba una y otra vez las notas y los mapas que sus contactos le proporcionaban, haciendo ella el mismo cálculo una y otra vez para asegurarse de que todo era correcto, con el simple obstáculo que presentaba el temporal. Las noches previas a la misión, la hacían sumirse en un estado de pura presión y concentración, dejando que las demás cosas en su vida diaria pasasen a un segundo e incluo a un tercer plano. Aquella actitud no era saludable, pues se la veía dormir a penas cuando el cuerpo ya no resistía el cansancio y eso conllevaba a que fuera ciertamente más irascible.
"Iré a ver a unos familiares." Le había dicho a los padres de la niña a la que cuidaba, esa niña que se había convertido en parte fundamental de su vida, y no por el simple hecho de la oscura historia y enredos que ocultaba su familia, ya que ella no era hija del hombre de la casa sino de Cahir, su antíguo compañero y amante. Sabía que la niña necesitaba todo el apoyo del mundo ya que pretendían casarla y era por ello que consiguió alargar las citas impuestas debido a la ausencia que Jessica escusaba con la idea de ver a unos familiares que ni siquiera existían; era la escusa perfecta para desaparecer de París y del mundo, dejando en manos de los dioses su propio destino. Le costó años planear dicha misión, con ayuda de su leal amigo y capellán. Aquello se volvió su obsesión tras la partida de Lazarus; creía que había conseguido por fín dejar a un lado los temores y las cosas absurdas que la separaban de él, desnudando así tanto su cuerpo como su alma, para luego ser despreciada. Así se sintió.

Aprovechaba justo cuando dejaba de trabajar para ir a caballo hasta sus contactos, recobrando información o simplemente pactando reuniones furtivas para dar a conocer el tipo de trabajo que se trataba, el dinero que ganarían (en algunos casos, ya que muchos de ellos se movían simplemente por el olor del dinero) o de las armas que planeaban llevar equipadas, algunas de ellas eran detal calibre que no estaba permitida su venta en cualquier armería ilegal de París, así que imagínense hasta qué límites llegaba la operación. No todos los detalles podían ser dados; a algunos de los cazadores, Jessica les dió una pequeña recompensa antes de iniciar el trabajo, un mero regalo que les abriría boca para así aceptar la recompensa final. En aquella misión el dinero estaba lejos de ser la finalidad de la misma, dejando así que los cazadores saciaran su sed a la hora de hacer su trabajo como dios mandaba. Lazarus siempre solía dar su visión sobre sus misiones, sin meter la mano en ningún momento sino dando opciones que Jessica bien agradecía, ya que eran parecidas a las suyas pero quizás dando cierto toque que a ella no se le hubiese ocurrido nunca. Se complementaban en la guerra como nadie, pero en el amor era otra cosa.

Su maldito error fué creer en él, en sus promesas de incertidumbre y amor banal, en su capacidad de hacerle olvidar al homre con el que se casó con el simple rozar de sus dedos sobre sus labios. Su error fué el fantasear con la posibilidad de apaciguar las aguas a su camino y el hecho de poder sentirse segura y amada entre sus brazos. Estaba claro que ella no debía de haber confiado nunca en él, pero sin embargo, no se arrepentía de nada; tan sólo se arrepentía de no haber sido tan lista como él.

- Acá tienes lo necesario para cubrir mis pasos. Te dejo algo de dinero para que subsistas al menos tres meses; en caso de que no vuelva, en el arcón que hay en mi habitación encontrarás una carta, fotos y algunos papeles que te servirán para subsistir al menos por un año más. - Dijo al capellán, su fiel amigo, mientras se ajustaba los guantes, pues el frío que amenazaba con instalarse por meses en París, era el peor visto en años. Dicho aquello, se subió al caballo, cubriendo gran parte de éste y los bártulos con su propia capa, para luego desaparecer en la espesa y nevada noche, recibiendo así las bendiciones de su gran y creyente amigo.