Espejismos {Cédric Moncrieff}

por **Gyda** Sáb Abr 30, 2016 5:22 pm

21:30, teatro.
Hace una semana.

A Gyda no le apasionaba el teatro más que otras cosas como las fiestas en el palacio o las cenas de gala a las que no acudía nunca. No, el teatro no le gustaba tanto como para acudir a diario, pero, de entre todos los lugares que había en la ciudad, era el único al que acudía de forma constante. ¿Por qué? La respuesta era simple: a él siempre le había gustado. Su subconsciente siempre terminaba llevándola a la misma butaca de la platea, escondida entre la multitud mientras miraba a la gente a su alrededor. Su único interés en todo aquello era encontrar una cara conocida siglos atrás y que hacía demasiado tiempo que no veía. Una cara que, aunque ella creía no haber olvidado, empezaba a difuminarse en su mente. Tan sólo quedaba la forma general y los rasgos más característicos, así como la forma en la que se movía. De su voz ya no quedaba nada que recordar, igual que de su olor. Aunque no lo decía, Gyda temía llegar a olvidarle del todo, cruzarse con él y no reconocerle.

En cuanto se bajó el telón la mujer se levantó de la butaca y salió al recibidor. Allí se concentraban todos los espectadores que iban saliendo poco a poco por todas las salidas, aglomerandose y llenando la estancia de un murmullo que terminaba siendo ensordecedor. Miró a su alrededor y, al fondo, vio la silueta de un hombre que le resultó familiar. De pronto, el rostro que empezaba a difuminarse se volvió claro como el agua en su mente. Lo siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta principal y ella corrió tras él. Pero, para cuando consiguió salir del teatro, la silueta había desaparecido.

23:00, frente al teatro.

Llevaba toda la semana visitando el teatro sin llegar a entrar. Quería volver a verle salir, necesitaba asegurarse de que, efectivamente, era él y no otro el causante de su agonía. Había conseguido seguirle durante un par de calles tan sólo, como si supiera que ella iba detrás de él. La visión de aquel hombre le había hecho perder casi hasta el sentido de la supervivencia, haciendo que durante aquella semana se alimentara lo suficiente para no desfallecer, pero ni por asomo todo lo que acostumbraba hacer.

Sentada en un pequeño muro, esperó hasta que la función acabó y los espectadores abandonaran el edificio. Ahí estaba. Aunque su vista era exquisita, no estaba lo suficientemente cerca para apreciar sus rasgos, pero era la misma persona de cada noche. Con fingida parsimonia, bajó del murete y comenzó a seguir sus pasos. Caminó entre calles y callejones, cada vez más lejos aparentemente, cuando, en realidad, sólo caminaban en círculos. Gyda aceleró el paso para acercarse a él, pero el hombre misterioso giró por un callejón y, simplemente, desapareció. La pelirroja se quedó parada en el sitio intentando disimular su frustración. Lo había vuelto a hacer, la había dejado atrás. «Sabe que le espero» supo al instante. No sabía quién era y no sabía por qué, pero estaba jugando con ella.

Apretó los puños y enseñó los dientes a la oscuridad. Sentía una rabia tan fuerte que se encaminó hacia un hombre que pasaba por allí para lanzarse a su cuello y saciar su sed. Un grupo de hombres que apareció tras él hizo que se detuviera en el último momento. Agachó la cabeza y pasó a su lado, ignorando los comentarios que alguno le dirigió. Cuando se quedaron atrás miró hacia un lado y otro de la calle y, al fondo, volvió a ver la silueta del hombre del teatro. Éste la miró y volvió a desaparecer como si nunca hubiera estado allí.

por **Cédric Moncrieff** Miér Mayo 04, 2016 9:05 pm

Ser nombrado líder de los Condenados, no había sido fácil. Le había tomado todo un maldito año, ganarse el puesto. No ayudaba que hubiese matado a muchos inquisidores en el proceso. Cuando algunos miembros de la Iglesia, habían acudido a su hogar y tomado como rehén a su cachorro, Cédric había actuado por instinto y atacado a sus enemigos. La lluvia de balas de plata para incapacitarlo, habían puesto fin a la refriega, pero no antes de que mordiera yugulares y arrancara miembros que no volverían a crecer. Sangre que había alimentado a la tierra y el odio de los sobrevivientes. Tan débil como estaba, fue puesto en confinamiento mientras su sistema expulsaba el metal. También, se habían llevado a su hijo para asegurar que, de esa forma, no lastimara a nadie más durante su estancia. Una táctica que les había funcionado, jodidamente bien. El cambiante, no se había separado nunca del pequeño. El joven Moncrieff, tenía sólo cuatro malditos años. Dos de los cuales, los había pasado atrapado en su forma de husky. Desesperado y, sintiéndose culpable por ese hecho, había visto los pros de unirse a sus filas. La Santa Inquisición, se dividía en facciones y tener acceso al área de los Bibliotecarios, sin nadie vigilándolo, sólo se les era permitido a los líderes y a sus manos derechas. Desde que no le gustaba recibir órdenes, había ido por el más alto puesto. Ayudaba que una cacería había iniciado en contra del anterior líder, que se había rebelado contra los suyos, llevándose consigo objetos de incalculable valor para los inquisidores. Entre ellos, un grimorio y un libro que contenía los árboles genealógicos de las familias, que comprendían a la organización. Si caía en las manos equivocadas, podría dar inicio a una guerra. Por ello, no era de sorprenderse que enviaran al mismo líder en una misión tan importante.

Aunque ir de caza, excitaba a su lobo, Cédric no podía estar menos furioso. La Iglesia había decidido que, para incentivarlo, no vería a su cachorro hasta que consiguiera la información que necesitaban. Razvan, el anterior líder de los Condenados, al parecer, había estado recibiendo ayuda de otros vampiros. Era en ese sitio, dónde se había dado el intercambio. Fue así, como había terminado en ese estúpido teatro, fingiendo un interés que no sentía, durante varios días. Desaparecer cuando la fémina le perseguía, había sido una de las más difíciles tareas por hacer; sobre todo cuando podría haberle puesto fin, enfrentando a su adversario. Si quería volver a ver a Baltic, sin embargo, debía actuar con precaución y sigilo. Dado que otro inquisidor estaba espiándolo, porque desconfiaban de él y de todos los que operaban en esa facción, esperó por la oportunidad para burlarse de éste y atraer a la hembra a su territorio. El bastardo caería en la trampa. Esa noche, habían enviado a un simple mortal y él, había usado esa ventaja en su contra. Lo perdería en una de las calles de París, mientras que los sentidos de la mujer, servirían para que se encontraran. El cambiante no buscaba volverla una pieza más en el tablero de la Inquisición, ni ponerla en sobre aviso de a quiénes servía. De ese modo, ella consentiría hablar. Mientras que no sabía qué la motivaba a perseguirlo, él sí sabía por qué la quería. Frustrado, miró al firmamento, donde una Luna esplendorosa, le invitaba a aullarle en los bosques. Tan atractivo como sonaba, no podía dejar salir al lobo. Estaba en calidad de inquisidor, después de todo. Eso no causó que no se dirigiera hacia ese sitio. Los árboles, le dieron la bienvenida y Cédric, se apresuró hasta las entrañas de la zona. Cuando ella apareció, él estaba reclinado contra un tronco, con los brazos cruzados. – Te has tardado. – Gruñó, refiriéndose a las noches que le había tomado, encontrarlo.

por **Gyda** Lun Mayo 09, 2016 4:15 pm

La voz de los hombres fue atenuándose en la medida en que se marchaban por la esquina de la calle, pero Gyda tenía la mirada fija en la dirección contraria, justo por la calle donde aquel hombre había desaparecido hacía tan sólo unos pocos segundos. Casi se podía apreciar la estela que el cuerpo caliente había dejado tras de sí al caminar. La mujer entornó la mirada y esperó. Por un momento creyó que él se daría la vuelta y la enfrentaría cara a cara para pedirle lo que fuera que quisiera de ella, pero no lo hizo.

Con paso decidido se encaminó hasta la esquina por la que había desaparecido el hombre y se asomó. La calle que tenía al frente era larga y estaba extrañamente concurrida para la hora que era, pero al fondo vio la silueta que llevaba tantas noches persiguiendo. Continuó caminando en línea recta y la vista fija en él. Algunas de las personas que pasaban a su lado la miraban un tanto extrañadas debido a la expresión de su rostro. Gyda nunca había tenido unos rasgos cálidos que invitaran a acercarse a ella, pero en aquella ocasión parecía que llevara una máscara esculpida en mármol. Sin apenas darse cuenta, la gente le iba abriendo un camino con cada paso que daba; el instinto les decía que no debían acercarse a ella.

Giró en otra esquina, y más adelante en otra más. Aquel juego del gato y el ratón empezaba a cansarla, pero era la primera noche que había conseguido llegar tan lejos. Sabía que no era el hombre que ella buscaba, pero eso sólo había hecho que su curiosidad aumentara. «¿A dónde me llevas?» Sentía que comenzaba a impacientarse por la larga espera y por un momento pensó en echar a correr para darle caza, pero en el último segundo decidió que le dejaría ir. Empezaba a reconocer su olor entre la multitud, con lo que sería fácil seguir su rastro aunque lo perdiera de vista. Aminoró el paso y adoptó una actitud más humana que la ayudó a pasar inadvertida los metros que quedaban de camino empedrado.

Guiada por su olfato, terminó frente al bosque a las afueras de la ciudad. No pudo evitar reír por lo bajo, debía haberlo imaginado. Un lugar apartado donde las emboscadas y las trampas eran tan fáciles de preparar que hasta un niño podría llevarlas a cabo con éxito. A pesar de que sus sentidos le pedían darse la vuelta, Gyda siguió el rastro que había dejado el hombre, que resultaba más intenso ahora que antes. Cuando llegó a lo profundo del bosque le vio recostado contra un árbol. Él parecía estar en terreno conocido; ella, en cambio, se había metido en la boca del lobo.

—Mmm —fue más un gruñido que un sonido agradable—. De haber sabido que tenías tantas ganas de verme me hubiera esforzado más en encontrarte. —Se acercó hasta quedar a unos pasos de él, una distancia suficiente para poder reaccionar en caso de necesitarlo—. Aunque, pensándolo mejor, también podrías haber sido tú el que viniera donde mi. ¿No te han enseñado nunca que es de mal gusto jugar con las mujeres? —Se cruzó de brazos y clavó sus ojos azules en él—. ¿Qué quieres?

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