Como perros y gatos ·|· Leona ·|·

Me basta seguir tus pasos…
Para volver a encontrarte.


Apenas llegó a Paris hacía un par de semanas y parecía haber pasado mucho más tiempo. Desde que se marchó de casa a emprender un nuevo futuro, no tuvo noticias de sus padres, ni siquiera una triste y mísera carta ¿es que tan difícil era enviar una? Por su parte, ya envió al menos unas cinco… sin respuesta. Tenían constancia de dónde vivía pues ellos mismos la mandaron a esa casa ¿qué ocurría? por más que intentaba encajar las piezas, su enfado crecía por momentos, tanto que no pudo controlarlo.

Una noche como las demás, podía haber sido así si hubiese controlado su estado de ánimo. La tristeza iba de la mano de la rabia y en este caso, se manifestó con creces. Aún no estaba familiarizada con su naturaleza, ni lo que ocurría cuando alcanzaba un nivel pleno de rabia y enfado. Un gato blanco y negro, conservaba los ojos verdes e intensos de la joven cambiante. Al pronto, sintió como si sus pensamientos se disipasen y solo quisiese, correr sin echar la vista atrás, sentirse libre… no pensar.

Saltó al alfeizar de la ventana , un par de saltos más, hasta llegar al callejón. Miró hacia arriba, a aquella ventana que sin duda, estaba mucho más alto de lo que hubiese imaginado. Como bien pensó y deseó, no miró hacia atrás. Sus patas traseras le impulsaron, apoyando en las delanteras e ir cada vez más y más rápido. No tenía destino, no le importaba donde…solo quería huir, buscar respuestas…unas que nadie aún tuvo el valor de confesarle.

Sus pasos, se detuvieron, despacio… intentando recuperar el aliento. No tenía la más mínima idea de dónde se encontraba pero aquel olor a comida, despertó sus sentidos. Caminó hasta el olor en cuestión, observándolo todo con sus enormes ojos verdes. Algo hizo que se detuviese, no estaba sola, la presencia le hizo detenerse de golpe, sentándose en sus propias patas y esperar. Antes de acercarse, debía saber con quién compartiría ese momento. Estaba perdida, completamente aturdida por aquella sensación de… libertad. Convertirse en felina , era aún más nuevo para ella que su estancia en Paris.

La presencia del can, le alertó, moviendo las orejas y el rabo enérgicamente. La comida se encontraba cerca, lo suficiente como para encontrarla entre aquellos cubos de basura, un trozo medianamente bien. Lo tomó con la boca, sin soltarlo…acercándose hacia el canino. Antes de acercarse, sus pequeños pasos se iban haciendo cada vez más lentos hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para darle con la patita delantera derecha al rabo del can desconocido, como no tuvo suficiente, dio un par de veces más hasta que captó su atención. Ella también olió la comida pero ¿cómo iba a poder saber qué hacer si no lo sabía?

Dejó caer el trozo de carne al suelo , mirándolo fija e intensamente… esperando cualquier reacción por su parte, de algún modo, le recordaba a sí misma…perdido, aturdido, sin saber cuál era su camino…quizás, él era la clave y viceversa.

-Meeeeeew-maulló con ganas, diferente a como seguramente, se hubiese manifestado siendo humana...

Ofrecerte mi ayuda, es mucho más de lo que jamás he dado a nadie.


Ante el felino, el can ansiaba probar y obtener bocado fuese como fuese. Ella no tenía tanta hambre como para mendigar, terminar sumergida en aquellos mugrientos cubos de basura. No le importaba compartir aquel trozo de carne, la urgencia con la que el can buscaba le alertó de que debía finalmente darle por entero el trozo y saciase su gula. Las azabaches orejas del gato, se movieron con curiosidad al apreciar al perro mirándola fijamente, cierto que no se fiaba siendo humana y en su estado felino tampoco es que permitiese que nadie pasase esa línea.

Entornó sus orbes verdes como las esmeraldas, intensas como esos campos de donde procedía de su Irlanda querida y amada. Esperó cualquier cosa menos… aquel gesto. Bufó un tanto, avisándole de que no debía acercarse tanto, aún podía sentir el calor de aquella aún podía sentirla en su frente. No estaba acostumbrada a esas muestras de gratitud, seguía estando sola en Paris sin otros placeres que disfrutar del paseo tras salir del teatro. En esos momentos, no era consciente de que no era ella misma, seguía en la más absoluta ignorancia de su condición.

Dudó pero finalmente, corrió tras él, siguiendo sus pasos y el rastro de su olor. Su olfato, lo divisó no muy lejos, frente a una casa. Sigilosa, rodeó al can , no acercándose…solo observándole ¿qué pretendía? Se achantó al oír los ladridos, encogiéndose un tanto. Estaba asustada, seguía sin comprender muchas cosas y el hecho de que aquel perro quisiese hacer algo por ella…le asustaba aún más, la consumía. ¿Pretendía que llegase hasta aquel delicioso manjar? Maulló , en su cabeza le había dicho algo más que un simple maullido. Poco a poco fue envalentonándose, dirigiéndose hacia él y de un salto, trepó hasta su lomo, su cabeza y finalmente, llegar hasta el alfeizar.

La empanada, desprendía aún calor. Apenas acababan de sacarla a que se enfriase. El murmullo en la casa le alertó para reaccionar rápido, con el morro, empujó la bandeja para que desde abajo , el can pudiese tomarla.

Maulló un par de veces, saltando al suelo y no ser vista, a saber lo que le haría la dueña de la casa por aquella travesura. Alzó la cabeza, olisqueando lo delicioso que olía, mirando al perro fijamente…temiendo que si se acercase a la bandeja, él reaccionase de manera agresiva…así que tan solo se sentó frente a él e imitándole, tímidamente, alzó la pata blanca y le dio un par de veces en la frente.

“Gracias”

Se relamió, moviendo los bigotes, un gesto de lo más gracioso. El minino seguía mirándole, curiosa, esperando que fuese él quien tomase un poco de empanada, estaba hambriento y a ella no le importaba compartir…de momento. Al ver que no se atrevía, dio un par de veces con la patita en la bandeja y maulló mirando hacia la ventana, si no se lo comían pronto…terminarían con los lomos llenos de golpes de escobazos.

El amanecer me recuerda, quién soy de verdad.


La minina, guardaba distancias en todo momento. Solo irrumpía la barrera de acercamiento cuando tenía algo que ganar a su beneficencia. La igualdad se equilibro cuando la situación se convirtió en un “qui pro quo”. No iba a comerse todo aquel pastel ella sola, por lo que esperó que se aceptase su invitación. Verle devorar aquel manjar le causó tal impresión que sin inmutarse, sus ojos verdes como zafiros, se clavaron en el can que no dejaba nada a su paso, parecía un torbellino a la hora de probar bocado.

Similar a una estatua, la gata se estiró en sus propias patas delanteras, bostezando a continuación. Su atención centrada en su acompañante, parecía satisfecho o eso al menos ella lo creía. Todo había acabado en un plato compartido, extraño, pues jamás compartía nada y menos con desconocidos. Entrecerró los ojos, similitud con una risa humana. Qué gracioso se veía manchado de tomate, seguro que si lo supiese… acababa por lamerse a sí mismo. Sigilosa, se acercó al can, dispuesta a terminar de comer ¿qué mejor manera que limpiar los restos que quedaba del plato? Y no de cualquier plato, de su hocico.

La áspera lengua felina, dio una lamida a la mancha de tomate del hocico ajeno. Para más seguridad, apoyó la pequeña pata blanca a su nariz, avisando de que no se le ocurriese moverse. Podía ser pequeña pero se acababa imponiendo de esa manera.


Ronroneaba mientras lamía y limpiaba aquel tomate, relamiéndose finalmente y dejarle tranquilo reposar la comida. No fue muy lejos, se tumbó a su lado, dejando unos centímetros considerables. Panza arriba, cerró los ojos, estaba plena y tranquila, ¿desde cuándo no se sentía así? demasiado.

No podía saber cómo, tampoco su razón le daba por pensar lo que realmente le ocurría cuando se asustaba o enfadaba, la convertían en un gato doméstico, libre y hermoso.

No controlaba su condición, menos sabía porqué terminaba en lugares desconocidos y lo peor, desnuda sin acordarse de prácticamente nada. Pasaron los minutos suficientes para que al abrirlos, sus ojos verdes…ahora humanos, se clavasen en el perro, tumbado en el suelo. Se incorporó sin entender, abrazándose a sí misma ¿por qué volvía a pasarle? Esperaba no hubiese hecho nada de lo que se arrepintiese, tampoco…sabía qué hacer en ese momento.

Asustada, se abrazó con fuerza a sí misma, de las rodillas… intentando pensar con claridad, siendo imposible. Nadie tenía respuesta para ello, tampoco podía despejar ninguna duda. Enterró su rostro entre sus piernas, completamente desnuda, desamparada y perdida, como siempre.

-Vuelve a ocurrir…¿por qué? -esa era la pregunta clave, ¿por qué? ¿quién podría disipar sus dudas? Intentaba no perder los nervios, tranquilizarse pues si no entonces sería peor….

La noche en todo su apogeo, los mecía a ambos en los brazos de Morfeo.



Como era habitual en la cambiante, su desconocimiento hacia su naturaleza, volvía a jugarle una mala pasada. Una situación que se repetía sin cesar y a la que no tenía ni encontraba respuesta. Volvía a encontrarse desorientada, volvía los pasos al mismo sitio: hacia ninguna parte y con personas que desconocía. En este caso, su compañía no era otra que la de un can que la miraba y ella, al igual…curiosa y desesperada por buscar y encontrar por fin una respuesta. Una que no llegaba y se negaba a aparecer por mucho que indagase y nunca descubriese… ¿por qué era tan injusto?

Desnuda, tal y como vino al mundo, se encontraba ante aquel can. Sintió un escalofrío recorrerle la piel, hundiendo su rostro entre sus brazos, sentada en la mullida hierba. Un olor en concreto llegó a sus sentidos ¿atún? No podía ser…si no recordaba mal había cenado sopa, algo de pollo y un poco de tarta de fresa. Alzó el rostro, buscando el origen de aquel olor que flotaba en el ambiente.

Momento en el que apreció como su “nuevo amigo”, le traía un presente que no negó. Se echó encima la prenda, tapándose como buenamente pudo y crear un improvisado vestido. No era la primera ni la última vez que se vería en una situación parecida. Con las mejillas sonrojadas, ató el último nudo que al menos no dejaba a la vista ninguna de sus partes femeninas. Rió por lo bajo, dando una vuelta en sí misma , como si aquel vestido fuera la última moda en alta costura. Leona, se relajó ese momento en el que ya su desnudez no había ningún problema.

-Gracias por esto…aunque, estoy hablando a un perro como si me entendiese -chasqueó la lengua, mirando fijamente al perro e inclinarse, apreciar la herida de una de sus patas. Mantuvo la calma, si se acercaba demasiado podía resultarle al can peligroso. Así que siseó, esperando alguna respuesta de parte del perro que no fuese un ataque y tirando del filo de la tela, arrancó un trozo para poder envolver la herida.

-Tranquilo, no te dolerá -con mucho cuidado, tomó la pata con infinita paciencia. Observó la herida y siseó, era hora de tapar la herida y dejase de sangrar. Hizo un nudo no lo suficientemente fuerte para no hacerle daño y dejó la pata en el suelo. Sus ojos se entrecerraron, acariciando la cabeza del perro junto con una sonrisa, era hora de volver a casa -Lo siento pequeño, espero mejores, tengo que volver a casa, comienza a hacerse de día…-se levantó con la idea de salir corriendo…una vez más.

Volvió a ser extraño, aparecer en un lugar desconocido y completamente desnuda. La verdad por más preguntas que se hiciese a sí misma, no serían respondidas por nadie pues ¿quién iba a desvelarle el secreto de su verdadera naturaleza? No controlaba su don, jamás lo controlaría pues borrado de su mente se encontraba. A veces, era mejor el remedio que la enfermedad y en este caso… era un claro ejemplo de ello. Volvía a encontrarse perdida entre tantas lagunas, sin encontrar el camino correcto hasta la verdad.

Una verdad que la perseguiría durante toda su vida. Sus orbes esmeraldas, seguían fijas en aquel can que la observaba con detenimiento. Nunca , jamás había visto a ese perro. Eso en su forma humana, aún así, podía apreciar en sus papilas gustativas el sabor de aquella empanada que habían compartido y no recordaba…al igual que la aventura de esa noche.

¿Una maldición? ¿Pero cuál? Porque el hecho de no saber que podía adoptar la forma de un felino y olvidar esos recuerdos, era aún peor maldición despertar sin saber qué ocurrirá en la siguiente transformación. Por momentos creyó que se volvía loca, rozar esa locura de la que ya no podría dar vuelta atrás. Y allí estaba, intentando encajar las piezas y todas tan diferentes que no tenían sentido alguno.

Observó al perro con detenimiento, intentando por todos los medios al menos ayudarle en su pesar. Es lo menos que podía hacer, así que tras haberlo curado. Se dispuso volver a su casa, o al menos intentarlo. En mitad del bosque, sin apenas vestimenta que un trozo de tela… su cabeza no podía centrarse y ser coherente, pensar con claridad… solo quería cerrar los ojos y pensar que era un sueño…uno que se había convertido en pesadilla.

Al girarse y buscar salida, o camino que seguir… los ladridos del can le sobresaltaron una vez más. Le seguía, quería su compañía y lo compadeció ¿por qué querría acompañarle en aquel momento de su vida sin sentido? Le hizo un gesto con la cabeza, era hora de volver a casa y sin proponérselo acababa de encontrar quizás su fiel y leal amigo, quién iba a pensar que tenían más en común que cualquier persona.

-Bueno pequeño, ahora… si me entiendes. Ayúdame a volver a la ciudad, volvamos a casa -le dedicó una leve sonrisa… una amistad había surgido de la nada de dos razas totalmente diferentes.

Ajena a lo que acababa de exponerse, Leona se refugió en aquel trozo de tela. Apenas cubría lo justo pero al menos, le sería útil para volver a casa… si supiese donde se encontraba. Se adentró demasiado en el frondoso bosque, sin tan ni siquiera recordar cómo llegó hasta allí. El can, siguió cada uno de sus pasos y en parte, sintió alivio por ello. Completamente perdida, en sus recuerdos y en sí misma… no reparó en la urgencia que necesitaba su amigo de captar su atención.

No comprendía pero algo le decía, que era mejor seguirle. Aún seguía aturdida, mareada y confusa. Su instinto, desconocido para la joven, le avisaba de que era mejor salir de allí cuanto antes. El peligro, los acechaba a ambos y ahora a ella aún más por el aroma que desprendía, un gran festín para todos esos lobos hambrientos que no tardarían en acaparar la zona y salir victoriosos de la búsqueda.

Corrió tras el can, intentando no perder el equilibrio, aún estaba aturdida. ¿Por qué tenía la sensación de haberse inflado a comer en un banquete? Si no lo recordaba… y no cualquier cosa, si no “atún”. ¿En qué situaciones se veía envuelta? En unas que ni en sueños podía tan siquiera explicar pues ¿quién iba a creerla? Detrás de aquel perro, buscando un refugio que pronto encontró y no dudó en esconderse. Tuvo que cerrar los ojos para que la tierra no le cegase, mientras pensaba como salir de allí… sin dejar aquel leal amigo a su suerte.

Su amigo…el cual sin más, tomó forma como uno de ellos, uno de esos seres. Temió no solo por su vida, si eso era posible… algo tenía que ver con ella, o no. Seguía sin comprender porque cada vez que despertaba de ese profundo sueño, pelos blancos y negros acariciaban su piel, ¿Acaso ella podía llegar a ser algo parecido a ese fenómeno que acababa de ver?

Los gruñidos, los alaridos hicieron que Leona se tapase los oídos, cerrando los ojos con fuerza, enterrando su rostro entre sus piernas hasta que… los ladridos le despertaron de su ensoñación. Salió del escondite, acercándose temblando, con miedo en sus hermosas orbes esmeraldas. Sí, estaba de lo más asustada y temía que esos lobos volviesen.

Se acercó al perro, agachándose lo suficiente para pasar la mano por su cabeza y su cuello, calmándose ambos de alguna manera. No iba a dejarle allí, si le ayudó era porque él también necesitaba ayuda, el hecho de pensar en no estar sola nunca más y él fuese su guardián, se le formó una sonrisa.

-¿Vienes? No tendrás que dormir a la intemperie y… te cuidaré, como no puedo cuidarme a mí misma - esperó que le siguiese, a paso rápido, los peligros del bosque los seguían acechando a ambos.