AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El festival de los gatos Privado
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El festival de los gatos Privado
Paolo estaba inquieto; me inyectaba la mirada desde su cojín y no me dejaba escribir. Yo bufaba en respuesta, más por no hallar la razón que por su insistencia, pues su plato estaba lleno y el agua fresca no le faltaba. Pero un maullido un poco más largo de mi felina compañía hizo que me diera cuenta: era yo la causa. Es que llevaba tres días horizontales, y estaba “muerta” de tedio, aunque sonara redundante. Si por lo menos hubiese podido oír algo de plática vacía, así hubiese tratado de esas temáticas que tanto odiaba; o aprender fallidamente a tejer, como lo hacía a mis trece, frente a la biblioteca aguardando la llegada padre. Pero ahí, frente a mi escritorio de alzada desmontable y vestida para dormir, sólo tenía el conocimiento de que una esperaba, y esperaba, y no pasaba absolutamente nada.
— ¿Me estás sintiendo? No lo hagas. No quiero que me absorbas. Te puedes enfermar.
Mi gato cesó su llanto y saltó hacia fuera. Me dije que debía estar convencido de que yo lo seguiría, y así fue, por mucho que el exterior no me pareciera tan atractivo como se le hacía a los poetas. Sólo llevé conmigo una fina bata que me salvaguardase del frío y unas cuantas gotas de temeridad, mas sobre el calzado ni siquiera cavilé. Dejé que el fango negro tiñera la planta de mis pies. Total las criaturas me hacían sentir desnuda; total no tenía nada.
Ya fuera por percepción del ambiente o por mero amor gatuno, confié en que todo estaría bien.
Y me aventuré, siguiendo las almohadillas de mi compañero entre los arbustos, queriendo pertenecer a su especie. El paseo fue breve, pero significativo. Nos detuvimos en un claro, y para mi sorpresa no éramos los únicos invitados, pues ahí, junto a un riachuelo y bajo el gris de la luna, otras lenguas peludas bebían. Varios pares de ojos resplandecientes se enfocaron en nosotros, examinándonos con atención. No me atreví a mover un músculo, pues aquel era su territorio, y si me aceptaban en él, las bendiciones en mí se multiplicarían como los peces y los panes por causa de Jesucristo.
Sólo cuando los otros gatos se destensaron me atreví a mover músculo para ponerme en cuchillas y admirarlos. Sentí que el pelaje de mi amigo se frotaba contra mi muslo y lo recompensé con caricias; era un muchacho muy listo. Hacía que mi energía vital renaciera, y con ella Ánima.
— Así que este era tu plan — en esos momentos, yo amaba a mi gato más que nunca — Gracias, precioso. Cómo equilibras a tu humana.
Porque jamás podría llamarme su dueña.
— ¿Me estás sintiendo? No lo hagas. No quiero que me absorbas. Te puedes enfermar.
Mi gato cesó su llanto y saltó hacia fuera. Me dije que debía estar convencido de que yo lo seguiría, y así fue, por mucho que el exterior no me pareciera tan atractivo como se le hacía a los poetas. Sólo llevé conmigo una fina bata que me salvaguardase del frío y unas cuantas gotas de temeridad, mas sobre el calzado ni siquiera cavilé. Dejé que el fango negro tiñera la planta de mis pies. Total las criaturas me hacían sentir desnuda; total no tenía nada.
Ya fuera por percepción del ambiente o por mero amor gatuno, confié en que todo estaría bien.
Y me aventuré, siguiendo las almohadillas de mi compañero entre los arbustos, queriendo pertenecer a su especie. El paseo fue breve, pero significativo. Nos detuvimos en un claro, y para mi sorpresa no éramos los únicos invitados, pues ahí, junto a un riachuelo y bajo el gris de la luna, otras lenguas peludas bebían. Varios pares de ojos resplandecientes se enfocaron en nosotros, examinándonos con atención. No me atreví a mover un músculo, pues aquel era su territorio, y si me aceptaban en él, las bendiciones en mí se multiplicarían como los peces y los panes por causa de Jesucristo.
Sólo cuando los otros gatos se destensaron me atreví a mover músculo para ponerme en cuchillas y admirarlos. Sentí que el pelaje de mi amigo se frotaba contra mi muslo y lo recompensé con caricias; era un muchacho muy listo. Hacía que mi energía vital renaciera, y con ella Ánima.
— Así que este era tu plan — en esos momentos, yo amaba a mi gato más que nunca — Gracias, precioso. Cómo equilibras a tu humana.
Porque jamás podría llamarme su dueña.
Última edición por Simonetta Vespucci el Jue Oct 22, 2015 10:23 am, editado 1 vez
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
Soren había ido por las lechuzas, pero había terminado con un montón de gatos. Bueno, así era con el arte, a veces empezabas un cuadro pensando una cosa y cuando lo terminabas era otra. Esa noche había desistido de la idea de ir a la ciudad y había preferido quedarse en el bosque que la bordeaba, la cabaña abandonada en la cual se había instalado temporalmente quedaba a unos 20 minutos a pie adentrándose en el bosque, así se había acostumbrado a estar rodeado por la naturaleza.
Iba vestido con un abrigo largo castaño oscuro y bajo él traía un suéter de lana negro, llevaba botas de cuero que le subían hasta la pantorrilla y el cabello cenizo revuelto pues no se había preocupado en peinarse, después de todo ¿A quien quería impresionar en un solitario bosque como ese? Los animales no le prestarían atención a su apariencia.
Su plan era dibujar un par de bosquejos de lechuzas, le gustaban las lechuzas, quizás era porqué eran pájaros nocturnos y las demás aves se encontraban siempre dormidas cuando el intentaba dibujar, además se sentía algo identificado con ellas, eran silenciosas al cazar, justo como los vampiros. Había seguido el rastro de una lechuza parda por varios minutos y de repente se encontró en la entrada de un claro donde había un riachuelo, media docena de gatos bebían tranquilamente el agua cristalina y a Soren le pareció una curiosa imagen para dibujar. Era una reunión de criaturas de la noche, sin duda el vampiro se sentía como en casa.
Llevaba rayando con el carboncillo sobre el papel de su cuaderno por no menos de 10 minutos, cuando el olor a carne humana llamó su atención del papel, una mujer había aparecido en el lugar, Soren se encontraba recostado contra un árbol cercano, parcialmente cubierto por unos arbustos, los gatos no parecían haber notado su presencia (una de las ventajas vampíricas era poder caminar con sigilo), ella tampoco parecía notar que había alguien más observándola.
¿Debía incluir a aquella mujer en su cuadro? Se preguntó, dudando si debía seguir contemplándola entre las sombras o si debía establecer contacto.
Sin embargo algo llamó su atención ¡No llevaba zapatos! ¿Acaso estaba loca? El suelo debía estar congelado, no nevaba pero aún así la temperatura estaría por los 0 grados. Podía darle hipotermia en un santiamén, inclusive gangrena en los dedos de los pies. Se puso de pie revelando su posición, los gatos giraron su rostro y al notarle sisearon y gruñeron ante la amenazadora presencia de otro depredador.
- ¡Mademoiselle! - Exclamó con expresión preocupada, sosteniendo el cuaderno y el carboncillo contra su pecho - ¿Donde ha dejado los zapatos? -
Iba vestido con un abrigo largo castaño oscuro y bajo él traía un suéter de lana negro, llevaba botas de cuero que le subían hasta la pantorrilla y el cabello cenizo revuelto pues no se había preocupado en peinarse, después de todo ¿A quien quería impresionar en un solitario bosque como ese? Los animales no le prestarían atención a su apariencia.
Su plan era dibujar un par de bosquejos de lechuzas, le gustaban las lechuzas, quizás era porqué eran pájaros nocturnos y las demás aves se encontraban siempre dormidas cuando el intentaba dibujar, además se sentía algo identificado con ellas, eran silenciosas al cazar, justo como los vampiros. Había seguido el rastro de una lechuza parda por varios minutos y de repente se encontró en la entrada de un claro donde había un riachuelo, media docena de gatos bebían tranquilamente el agua cristalina y a Soren le pareció una curiosa imagen para dibujar. Era una reunión de criaturas de la noche, sin duda el vampiro se sentía como en casa.
Llevaba rayando con el carboncillo sobre el papel de su cuaderno por no menos de 10 minutos, cuando el olor a carne humana llamó su atención del papel, una mujer había aparecido en el lugar, Soren se encontraba recostado contra un árbol cercano, parcialmente cubierto por unos arbustos, los gatos no parecían haber notado su presencia (una de las ventajas vampíricas era poder caminar con sigilo), ella tampoco parecía notar que había alguien más observándola.
¿Debía incluir a aquella mujer en su cuadro? Se preguntó, dudando si debía seguir contemplándola entre las sombras o si debía establecer contacto.
Sin embargo algo llamó su atención ¡No llevaba zapatos! ¿Acaso estaba loca? El suelo debía estar congelado, no nevaba pero aún así la temperatura estaría por los 0 grados. Podía darle hipotermia en un santiamén, inclusive gangrena en los dedos de los pies. Se puso de pie revelando su posición, los gatos giraron su rostro y al notarle sisearon y gruñeron ante la amenazadora presencia de otro depredador.
- ¡Mademoiselle! - Exclamó con expresión preocupada, sosteniendo el cuaderno y el carboncillo contra su pecho - ¿Donde ha dejado los zapatos? -
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: El festival de los gatos Privado
Arrobados se tornaron los ojos gatunos ante mí. No era que hubiese cambiado la temperatura súbitamente o un ruido alarmante los instase a ponerse en guardia, sino algo más grave, pero yo no lo supe hasta que sentí una patita de Paolo apoyarse sobre la palma de mi mano derecha. Miré a mi alrededor, pero no había nadie. O eso creí, hasta que quien en las sombras se guarecía decidí mostrarse.
Ay no, quise morir ahí. ¿Hacía cuánto que estaba el susodicho escondido? Era más: ¿era él quien se había larvado o yo la que había irrumpido? Se me llenó la cara de sangre como primera reacción, al descubrirme acompañada. Debí haberme visto muy tonta, porque procesé sus palabras en un principio. Tuvieron que pasar sus cinco segundos para que volviera a la tierra y una vocecita me dijera “¡Oye, te están hablando!”
— ¿Mis pies?
Miré hacia abajo sólo para encontrarme con la verdad. ¡Qué desastre! Ya casi no sentía la sangre correr por mis plantas, y lo peor era que no me había percatado de ello; ¿sería un efecto de la magia? Muy posible; Campagnolo me había dicho que la sangre de quienes heredan el don puede proteger a su portador, aunque dudaba que pudiera salvarme de mi negligencia. Y mis tobillos… ¿hacía cuánto que no pensaba en ellos? Esa mañana no, seguramente, y menos antes de salir de casa. Debía haber sido besada por un ángel, porque mi bata me cubría hasta los tarsos. Imaginaba la cara indignada de mi padre regañándome por siquiera enseñar los talones. Aun estando medianamente decente, estaba frente a un varón, e hice el ademán de cubrirme a pesar de que ya no quedaba más tela para estirar sobre mi cuerpo.
Me reincorporé de inmediato, pensando en una excusa que darle para estar sola, con ropa de dormir, en plena oscuridad. Que no preguntara quién era mi padre, por favor. No soportaría la vergüenza, y él tampoco.
— Es que… perdí mi calzado. Mi gatito no volvía a casa y tuve que salir a buscarlo. El tiempo se me pasó tan rápido. No sé en qué momento pude ser tan descuidada. — era más conveniente ser la damisela en peligro que la desfachatada infeliz.
Hubiera tejido un discurso más sofisticado de no haber mirado a los ojos al individuo. Tenía un no se qué, como fuego serpenteando en la mirada, o hielo impactando contra lava. Nuevamente los felinos tenían algo que decir con sus orejas apuntando hacia atrás.
Fue cuando me dije que, si quería salir intacta, mi próximo paso debía ser extremadamente sensato.
— ¿Quién es usted? — hice hincapié — ¿Qué es?
Ay no, quise morir ahí. ¿Hacía cuánto que estaba el susodicho escondido? Era más: ¿era él quien se había larvado o yo la que había irrumpido? Se me llenó la cara de sangre como primera reacción, al descubrirme acompañada. Debí haberme visto muy tonta, porque procesé sus palabras en un principio. Tuvieron que pasar sus cinco segundos para que volviera a la tierra y una vocecita me dijera “¡Oye, te están hablando!”
— ¿Mis pies?
Miré hacia abajo sólo para encontrarme con la verdad. ¡Qué desastre! Ya casi no sentía la sangre correr por mis plantas, y lo peor era que no me había percatado de ello; ¿sería un efecto de la magia? Muy posible; Campagnolo me había dicho que la sangre de quienes heredan el don puede proteger a su portador, aunque dudaba que pudiera salvarme de mi negligencia. Y mis tobillos… ¿hacía cuánto que no pensaba en ellos? Esa mañana no, seguramente, y menos antes de salir de casa. Debía haber sido besada por un ángel, porque mi bata me cubría hasta los tarsos. Imaginaba la cara indignada de mi padre regañándome por siquiera enseñar los talones. Aun estando medianamente decente, estaba frente a un varón, e hice el ademán de cubrirme a pesar de que ya no quedaba más tela para estirar sobre mi cuerpo.
Me reincorporé de inmediato, pensando en una excusa que darle para estar sola, con ropa de dormir, en plena oscuridad. Que no preguntara quién era mi padre, por favor. No soportaría la vergüenza, y él tampoco.
— Es que… perdí mi calzado. Mi gatito no volvía a casa y tuve que salir a buscarlo. El tiempo se me pasó tan rápido. No sé en qué momento pude ser tan descuidada. — era más conveniente ser la damisela en peligro que la desfachatada infeliz.
Hubiera tejido un discurso más sofisticado de no haber mirado a los ojos al individuo. Tenía un no se qué, como fuego serpenteando en la mirada, o hielo impactando contra lava. Nuevamente los felinos tenían algo que decir con sus orejas apuntando hacia atrás.
Fue cuando me dije que, si quería salir intacta, mi próximo paso debía ser extremadamente sensato.
— ¿Quién es usted? — hice hincapié — ¿Qué es?
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
Los gatos ferales que habían estado bebiendo en el sitio arquearon sus espaldas en forma de amenaza ante la presencia de Soren quien no se había movido del sitio, la excusa de la mujer le pareció coherente, Soren no tenía mascotas de momento, pero sabía que se ganaban el amor y la preocupación de uno a tal punto de uno dejar lo que sea que está haciendo y salir corriendo tras de ellos.
-Mi nombre es Soren Kaarkarogf – Le respondió y la segunda pregunta lo descolocó un poco, ladeó el rostro parpadeando varias veces detrás de sus enormes gafas - ¿Que soy? - Preguntó - Un profesor de historia del Arte desempleado – Respondió con franqueza – Estaba tomando un par de bocetos de los gatos... aunque originalmente había venido por las lechuzas -
Soren era el tipo de hombre que disfrutaba de la soledad, especialmente cuando dibujaba, pero dada la situación, no podía ignorar aquella jovencita y debía actuar en consecuencia de lo que era correcto para un caballero.
-Es peligroso que ande sin zapato s en pleno invierno – Comentó dando un paso hacía adelante, los gatos gruñeron y sisearon - ¡Calma, calma mininos no voy a comeros! - Exclamó dirigiéndose a los gatos, luego volvió su vista a ella – ¿Necesita ayuda para buscar los zapatos? O quizás pueda acompañarla de regreso a su hogar, estas temperaturas realmente no son buenas para su salud -
-Mi nombre es Soren Kaarkarogf – Le respondió y la segunda pregunta lo descolocó un poco, ladeó el rostro parpadeando varias veces detrás de sus enormes gafas - ¿Que soy? - Preguntó - Un profesor de historia del Arte desempleado – Respondió con franqueza – Estaba tomando un par de bocetos de los gatos... aunque originalmente había venido por las lechuzas -
Soren era el tipo de hombre que disfrutaba de la soledad, especialmente cuando dibujaba, pero dada la situación, no podía ignorar aquella jovencita y debía actuar en consecuencia de lo que era correcto para un caballero.
-Es peligroso que ande sin zapato s en pleno invierno – Comentó dando un paso hacía adelante, los gatos gruñeron y sisearon - ¡Calma, calma mininos no voy a comeros! - Exclamó dirigiéndose a los gatos, luego volvió su vista a ella – ¿Necesita ayuda para buscar los zapatos? O quizás pueda acompañarla de regreso a su hogar, estas temperaturas realmente no son buenas para su salud -
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: El festival de los gatos Privado
Me recompuse rápido, cerciorándome de que Paolo continuara a mis pies. Ahí estaba, bien. Una preocupación menos, pero quedaban más.
— Buenas noches, señor Karkaroff. Soy Luciana Marchesi, aunque me hubiera gustado presentarme en una oportunidad más protocolar. — me apresuré a decir el primer nombre que saqué de mi cajón creativo; ni soñando daría el verdadero a un desconocido, y menos cuando me había sorprendido en una situación poco decorosa. Esperaba que no existiera ninguna fulana con el nombre que había propiciado, porque si la había, la desafortunada oiría comentarios pestilentes acerca de su persona.
Así que un profesor. Bastante peculiar, diría. Esas gafas, el cabello desordenado. Se parecía a mí, después de quedarme dormida tras un ataque de lectura nocturna, y eso no era halagador. Curiosa era la sensación que me daba con ese individuo, porque poseía el similor de alguien inocuo y hasta tierno, visto en un entorno pintoresco, pero confiaba más en los animales que en las personas, hasta tratándose de mí misma.
— No, no, no. Yo puedo volver sola, y además voy con mi peludo. El camino está cerca. Mi afán no es molestarlo. Ya lo he importunado lo suficiente con mi aspecto poco apropiado a la presencia de un caballero como usted. — sin querer, estaba dando pasos hacia atrás, no tanto para huir del hombre como de mi vergüenza.
Verdaderamente, no me refería a camino alguno. Lo que estaba próximo era mi casa, pero no le iba a decir a un extraño eso, y menos con el gusto amargo que su presencia dejaba en mi lengua. Y ya comenzaba a sentir el frío, debido a sus palabras, como si éstas tuvieran poder en mi conciencia. Sin embargo, hablando de eso, lo que más llamaba mi atención además de la inquietud de los gatos, era la faz casi calcada de la luna que se aproximaba.
— Discúlpeme si peco de falta de propiedad, señor Kaarkarogf, pero ¿usted está bien? Lo veo… muy pálido.
— Buenas noches, señor Karkaroff. Soy Luciana Marchesi, aunque me hubiera gustado presentarme en una oportunidad más protocolar. — me apresuré a decir el primer nombre que saqué de mi cajón creativo; ni soñando daría el verdadero a un desconocido, y menos cuando me había sorprendido en una situación poco decorosa. Esperaba que no existiera ninguna fulana con el nombre que había propiciado, porque si la había, la desafortunada oiría comentarios pestilentes acerca de su persona.
Así que un profesor. Bastante peculiar, diría. Esas gafas, el cabello desordenado. Se parecía a mí, después de quedarme dormida tras un ataque de lectura nocturna, y eso no era halagador. Curiosa era la sensación que me daba con ese individuo, porque poseía el similor de alguien inocuo y hasta tierno, visto en un entorno pintoresco, pero confiaba más en los animales que en las personas, hasta tratándose de mí misma.
— No, no, no. Yo puedo volver sola, y además voy con mi peludo. El camino está cerca. Mi afán no es molestarlo. Ya lo he importunado lo suficiente con mi aspecto poco apropiado a la presencia de un caballero como usted. — sin querer, estaba dando pasos hacia atrás, no tanto para huir del hombre como de mi vergüenza.
Verdaderamente, no me refería a camino alguno. Lo que estaba próximo era mi casa, pero no le iba a decir a un extraño eso, y menos con el gusto amargo que su presencia dejaba en mi lengua. Y ya comenzaba a sentir el frío, debido a sus palabras, como si éstas tuvieran poder en mi conciencia. Sin embargo, hablando de eso, lo que más llamaba mi atención además de la inquietud de los gatos, era la faz casi calcada de la luna que se aproximaba.
— Discúlpeme si peco de falta de propiedad, señor Kaarkarogf, pero ¿usted está bien? Lo veo… muy pálido.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
- Gusto en conocerte Mademoiselle Luciana - Respondió haciendo una leve reverencia cortés, recordó que no traía sombrero y se avergonzó un poco, un caballero que se respetara nunca olvidaba su sombrero, pero realmente Soren no esperaba encontrarse a nadie en medio del bosque y mucho menos con el frío que hacía.
Varios de los gatos ferales habían corrido hacía arbustos cercanos para observar con ojos fieros al vampiro, los animales eran mucho más astutos que las personas en cuanto a detectar la naturaleza de otros seres, los gatos podían sentir la amenaza aún cuando Soren no estuviera enseñando sus colmillos. La pequeña Luciana que no parecía llegar ni a los 20 parecía un poco prevenida y era lógico, un hombre de apariencia desordenada como la suya en medio del bosque que te ofrece acompañarte a casa no suena del todo bien. Era algo así como el típico cuento de la niña inocente perdida en el bosque y el monstruo que la acecha disfrazándose de apuesto príncipe para seducirla.
Soren no era para nada un príncipe, apenas si tenía unas monedas en el bolsillo, pero si que guardaba un monstruo bajo llave en lo más profundo de su ser.
- ¿Yo? - Preguntó extrañado con la pregunta y luego se llevó una mano al rostro - El frío quizás - Mintió, de repente caía en cuenta de su apariencia, a veces olvidaba hasta esos pequeños detalles, no era el típico vampiro que tenía todo bajo control - Quizás paso muchas horas leyendo libros en vez de haciendo ejercicio bajo el sol - Se encogió de hombros - No es una costumbre saludable... quizás deba tomar más leche - Agregó con expresión pensativa, luego giró el rostro hacía ella - ¿No tienes frío con ese camisón? - Preguntó, le resultaba fácil hablar de forma menos formal cuando su interlocutor era tan joven.
Decidió entonces que un gesto amable no vendría mal, la niña realmente parecía inofensiva, se acercó un par de pasos hacía ella y se quitó el pesado abrigo que traía, debajo tenía un suéter de lana negro con unos pantalones grises, no sentía frío gracias a su condición así que le pareció que lo correcto sería ofrecerle el abrigo.
- Perdona si sueno insistente, pero los humanos... digo las mujeres... - Carraspeó corrigiéndose rápidamente - Son criaturas delicadas, puedes pescar un resfriado que luego se convierta en una pulmonía ¿Sabes lo fácil que es morirse de pulmonía? - Le preguntó estirando los brazos para colocarle el abrigo en los hombros - Si te enfermas, luego será mi culpa por no haberte ofrecido el abrigo - Finalizó, ella era bastante alta por lo que el abrigo no le quedó muy grande.
Varios de los gatos ferales habían corrido hacía arbustos cercanos para observar con ojos fieros al vampiro, los animales eran mucho más astutos que las personas en cuanto a detectar la naturaleza de otros seres, los gatos podían sentir la amenaza aún cuando Soren no estuviera enseñando sus colmillos. La pequeña Luciana que no parecía llegar ni a los 20 parecía un poco prevenida y era lógico, un hombre de apariencia desordenada como la suya en medio del bosque que te ofrece acompañarte a casa no suena del todo bien. Era algo así como el típico cuento de la niña inocente perdida en el bosque y el monstruo que la acecha disfrazándose de apuesto príncipe para seducirla.
Soren no era para nada un príncipe, apenas si tenía unas monedas en el bolsillo, pero si que guardaba un monstruo bajo llave en lo más profundo de su ser.
- ¿Yo? - Preguntó extrañado con la pregunta y luego se llevó una mano al rostro - El frío quizás - Mintió, de repente caía en cuenta de su apariencia, a veces olvidaba hasta esos pequeños detalles, no era el típico vampiro que tenía todo bajo control - Quizás paso muchas horas leyendo libros en vez de haciendo ejercicio bajo el sol - Se encogió de hombros - No es una costumbre saludable... quizás deba tomar más leche - Agregó con expresión pensativa, luego giró el rostro hacía ella - ¿No tienes frío con ese camisón? - Preguntó, le resultaba fácil hablar de forma menos formal cuando su interlocutor era tan joven.
Decidió entonces que un gesto amable no vendría mal, la niña realmente parecía inofensiva, se acercó un par de pasos hacía ella y se quitó el pesado abrigo que traía, debajo tenía un suéter de lana negro con unos pantalones grises, no sentía frío gracias a su condición así que le pareció que lo correcto sería ofrecerle el abrigo.
- Perdona si sueno insistente, pero los humanos... digo las mujeres... - Carraspeó corrigiéndose rápidamente - Son criaturas delicadas, puedes pescar un resfriado que luego se convierta en una pulmonía ¿Sabes lo fácil que es morirse de pulmonía? - Le preguntó estirando los brazos para colocarle el abrigo en los hombros - Si te enfermas, luego será mi culpa por no haberte ofrecido el abrigo - Finalizó, ella era bastante alta por lo que el abrigo no le quedó muy grande.
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Re: El festival de los gatos Privado
Sólo quería irme, bufando, pataleando, maldiciendo en mi cabeza, pero probar a un desconocido era desafiar a escalas mayores a la balanza de la fortuna. No sentía gusto alguno en conocerlo, pero no era su responsabilidad, sino mía. Ahora él tendría para siempre guardada en su memoria el recuerdo de la primera impresión, una moza desmelenada y greñuda. Hasta casi culpable me sentía de ser tan reacia a mantener el contacto visual con él, más allá de que no me fascinaba la idea hablar con extraños; esa cordialidad obligada, la amabilidad, las sonrisas, no iban conmigo, y por eso me costaba mantenerlos. Fingir que me hallaba cómoda en su presencia… ¿por qué? ¿por educación? Si yo no significaba nada para él y él nada para mí. Pero ya, así eran las apariencias.
¿Hacer ejercicio? Oh, así debía al trabajo. Sonaba más bonito dicho a su manera, como tapando la realidad. Porque no había que hacer un examen exhaustivo para darse cuenta del origen humilde del caballero. Esa desprolijidad, esa espontaneidad, la poca atención que le dedicaba a los protocolos, casi como si fuese algo obsoleto y por ende irrelevante, dejaba lugar a pocas dudas o a ninguna. Lo raro era que hablaba de leche; yo me pregunté si acaso podía pagarla, porque para mantener una vaca tendría que disponer de algún terreno por ahí, ¿o no?
No quise cometer su mismo pecado, y enfoqué mi atención en salir de allí con Paolo a cuestas, ambos intactos.
— ¿Esto? Es más abrigado de lo que parece. Por fuera no se nota, pero llevándolo puesto sí. — de acuerdo, mentí, pero no quería exagerar en el papel de boba pues ya estaba haciendo un magnífico trabajo.
A pesar de no haber errado en el cálculo, sí lo hice en el resultado, porque el individuo terminó acercándose a mí, y para no ofenderlo no retrocedí, pero me volví de piedra de la cabeza a los pies. Realmente no quería estar allí. Ya no más. Y menos quería aceptar su ayuda, porque… ¿qué tal si era una artimaña para ganar mi confianza y apuñalarme por la espalda? ¿Qué se lo impedía?
— No, no. Es que señor, usted morirá de frío. Yo estoy bien. — intenté negarme con dulces colores en mi voz, pero el caballero acabó por salirse con la suya. Además, apenas sentí la tela sobre mí, el calor se me hizo demasiado reconfortante como para dejarlo ir. Suspiré rendida — Gracias.
Esta vez lo vi a los ojos, y terminé descubriendo más allá. La cara era de un mármol terso, casi pavonado, y ángulos curvos. Las mandíbulas eran triangulares y suaves; los labios, macizos pero pálidos, se entreabrían en una sonrisa completamente metálica, de plata.
Me hubiera quedado pasmada descifrando el resto del acertijo, pero nuevamente los felinos me salvaron. Un coro largo, gemebundo, como el que produce el viento del Norte por las rendijas, anunció la alerta de los gatos. La delicada seda que prevenía la tensión se estremecía; Paolo se paralizó bajo mis pies, pero yo no podía. Tenía que seguir, seguir despierta, como fuera.
— ¿Va a seguir aquí, dibujando? Mi intención no fue interrumpir su trabajo. Tomaré a mi chico y volveremos a casa. Así podré devolverle su prenda. La cosa es que ya es tarde, señor. Podemos enamorarnos de la noche, sí, pero ésta nunca será completamente nuestra.
¿Hacer ejercicio? Oh, así debía al trabajo. Sonaba más bonito dicho a su manera, como tapando la realidad. Porque no había que hacer un examen exhaustivo para darse cuenta del origen humilde del caballero. Esa desprolijidad, esa espontaneidad, la poca atención que le dedicaba a los protocolos, casi como si fuese algo obsoleto y por ende irrelevante, dejaba lugar a pocas dudas o a ninguna. Lo raro era que hablaba de leche; yo me pregunté si acaso podía pagarla, porque para mantener una vaca tendría que disponer de algún terreno por ahí, ¿o no?
No quise cometer su mismo pecado, y enfoqué mi atención en salir de allí con Paolo a cuestas, ambos intactos.
— ¿Esto? Es más abrigado de lo que parece. Por fuera no se nota, pero llevándolo puesto sí. — de acuerdo, mentí, pero no quería exagerar en el papel de boba pues ya estaba haciendo un magnífico trabajo.
A pesar de no haber errado en el cálculo, sí lo hice en el resultado, porque el individuo terminó acercándose a mí, y para no ofenderlo no retrocedí, pero me volví de piedra de la cabeza a los pies. Realmente no quería estar allí. Ya no más. Y menos quería aceptar su ayuda, porque… ¿qué tal si era una artimaña para ganar mi confianza y apuñalarme por la espalda? ¿Qué se lo impedía?
— No, no. Es que señor, usted morirá de frío. Yo estoy bien. — intenté negarme con dulces colores en mi voz, pero el caballero acabó por salirse con la suya. Además, apenas sentí la tela sobre mí, el calor se me hizo demasiado reconfortante como para dejarlo ir. Suspiré rendida — Gracias.
Esta vez lo vi a los ojos, y terminé descubriendo más allá. La cara era de un mármol terso, casi pavonado, y ángulos curvos. Las mandíbulas eran triangulares y suaves; los labios, macizos pero pálidos, se entreabrían en una sonrisa completamente metálica, de plata.
Me hubiera quedado pasmada descifrando el resto del acertijo, pero nuevamente los felinos me salvaron. Un coro largo, gemebundo, como el que produce el viento del Norte por las rendijas, anunció la alerta de los gatos. La delicada seda que prevenía la tensión se estremecía; Paolo se paralizó bajo mis pies, pero yo no podía. Tenía que seguir, seguir despierta, como fuera.
— ¿Va a seguir aquí, dibujando? Mi intención no fue interrumpir su trabajo. Tomaré a mi chico y volveremos a casa. Así podré devolverle su prenda. La cosa es que ya es tarde, señor. Podemos enamorarnos de la noche, sí, pero ésta nunca será completamente nuestra.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
La jovencita parecía muy educada, cada que hablaba sus palabras estaban llenas de decoro, tal y como se esperaba de una mujer en esa sociedad, era extraño que estuviera sola en medio del bosque, descalza y sólo con un camisón de dormir, en otras circunstancias hubiera podido pensar que estaba enferma o mal de la cabeza, pero parecía bastante cuerda conforme hablaba, ¿Estaría mintiendo? Se preguntó, Soren no era bueno leyendo entre líneas o adivinando las intenciones de las personas. Con el tiempo había descubierto lo complejas que las mentes humanas podían llegar a ser.
Se negó repetidamente y finalmente Soren cayó en cuenta de que ella se sentía incómoda con su presencia. No le pareció raro, no sería la primera persona que se sentía incómoda con él, Soren no era un conversador ameno, de esos que sabían que decir en cada ocasión, socializar era en definitiva su debilidad más notoria, llevaba casi 300 años en la tierra pero aún encontraba difícil comunicarse con los demás.
Si... estaba dibujando – Comentó mostrándole el cuaderno – Me gustan las lechuzas y quería dibujar una... pero ya vez, el destino me trajo muchos gatos – Explicó con una media sonrisa, los gatos se habían escondido y algunos inclusive habían huido corriendo. - Aunque... ya no podré terminar el boceto, la mayoría de mis modelos han escapado – Dejó escapar un suspiro y se encogió de hombros.
Se quedó pensativo sobre como podría ella devolverle el abrigo, no era que lo necesitara, pero era bueno para disimular frente a la gente su falta de humanidad, ella ya había dicho que no quería que la acompañara a casa que podía hacerlo sola y Soren no quería sonar entrometido.
- Mmm... voy a quedarme aquí un rato más – Dijo al fin – A lo mejor puedo capturar algunas lechuzas con mi lápiz si soy paciente - Comentó y caminó hasta los arbustos donde originalmente se había sentado a dibujar – Si desea devolverme el abrigo por aquí estaré... si es demasiado tarde y no puede – Se llevó una mano al mentón y se recostó contra el árbol – Puede dejarlo aquí colgado en las ramas de este árbol, puedo volver por él mañana... no es que sea un abrigo costoso ni mucho menos, nadie lo va a querer robar – Concluyó.
Se negó repetidamente y finalmente Soren cayó en cuenta de que ella se sentía incómoda con su presencia. No le pareció raro, no sería la primera persona que se sentía incómoda con él, Soren no era un conversador ameno, de esos que sabían que decir en cada ocasión, socializar era en definitiva su debilidad más notoria, llevaba casi 300 años en la tierra pero aún encontraba difícil comunicarse con los demás.
Si... estaba dibujando – Comentó mostrándole el cuaderno – Me gustan las lechuzas y quería dibujar una... pero ya vez, el destino me trajo muchos gatos – Explicó con una media sonrisa, los gatos se habían escondido y algunos inclusive habían huido corriendo. - Aunque... ya no podré terminar el boceto, la mayoría de mis modelos han escapado – Dejó escapar un suspiro y se encogió de hombros.
Se quedó pensativo sobre como podría ella devolverle el abrigo, no era que lo necesitara, pero era bueno para disimular frente a la gente su falta de humanidad, ella ya había dicho que no quería que la acompañara a casa que podía hacerlo sola y Soren no quería sonar entrometido.
- Mmm... voy a quedarme aquí un rato más – Dijo al fin – A lo mejor puedo capturar algunas lechuzas con mi lápiz si soy paciente - Comentó y caminó hasta los arbustos donde originalmente se había sentado a dibujar – Si desea devolverme el abrigo por aquí estaré... si es demasiado tarde y no puede – Se llevó una mano al mentón y se recostó contra el árbol – Puede dejarlo aquí colgado en las ramas de este árbol, puedo volver por él mañana... no es que sea un abrigo costoso ni mucho menos, nadie lo va a querer robar – Concluyó.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: El festival de los gatos Privado
Creía captar porqué el señor Kaarkarogf se quedaba pasmado ante las lechuzas y los gatos; por la mirada, esas lanzas divididas en dos, apuntando sin decoro y sin demora, como si hubiesen estado esperando por ti. Así me sentía cada noche antes de dormir, cuando Paolo se trepaba a mi cama y se acostaba en las sábanas, justo sobre mi corazón, para contemplarme intensamente, diciéndomelo todo. Me hacía creer que en sus ojos se escondía la verdad de centenares de las enigmas e intrigas que enceguecían nuestro mundo.
Levanté mi mirada esta vez, como si fuera uno de los michos que se había esfumado, y hablé desde mi centro, no desde el protocolo. Una ligera salida que no planeé, pero que tampoco hacía daño a nadie, salvo, tal vez, al hielo que quería mantener.
— Ellos nunca están ni tan cerca como quisiéramos ni tan lejos como imaginamos. Tampoco regresan; sólo repasan. — dije idiotizada, viendo a un par despedirse de la luna — Fascinantes criaturas.
Pero yo no podía actuar como si fuera una dibujante como él, sin mencionar que mi habilidad con el lápiz era burda y desprolija. Tenía que hacer lo correcto de la forma más delicada posible. El singular caballero tenía razón: Nadie debía querer robarse ese abrigo, pero debía ser valioso para él, porque imaginaba que no debía poseer en exceso. ¿Yo aprovechándome de alguien bondadoso? Con razón él seguía pobre; nadie con tamaña gentileza podía disponer más para él de lo que hacía para los demás.
No me daban a menudo ataque s de buena voluntad, pero entonces pensé: ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro? Maquinar algo para salir del apuro y ayudarlo no debía ser más complicado que no quedarse dormido en una charla de mis tías.
— Sí, sí, podríamos hacer eso. Aunque estoy segura de que disculpará mi intromisión: ¿está mi Paolo en alguno de sus dibujos? Es este, justo el de aquí. — miré hacia abajo, por mi costado derecho, dándome cuenta de la vista fija de mi amigo. No perdía de vista al individuo, pero tampoco se relajaba. Curioso. Me hice la boba y continué. — Desconozco si acaso usted es de esas almas artísticas incapaces de desprenderse de una obra, como si ésta fuera una amante a la cual celar, pero espero no ofenderlo con una inofensiva oferta. Le pagaré un precio justo por él.
Levanté mi mirada esta vez, como si fuera uno de los michos que se había esfumado, y hablé desde mi centro, no desde el protocolo. Una ligera salida que no planeé, pero que tampoco hacía daño a nadie, salvo, tal vez, al hielo que quería mantener.
— Ellos nunca están ni tan cerca como quisiéramos ni tan lejos como imaginamos. Tampoco regresan; sólo repasan. — dije idiotizada, viendo a un par despedirse de la luna — Fascinantes criaturas.
Pero yo no podía actuar como si fuera una dibujante como él, sin mencionar que mi habilidad con el lápiz era burda y desprolija. Tenía que hacer lo correcto de la forma más delicada posible. El singular caballero tenía razón: Nadie debía querer robarse ese abrigo, pero debía ser valioso para él, porque imaginaba que no debía poseer en exceso. ¿Yo aprovechándome de alguien bondadoso? Con razón él seguía pobre; nadie con tamaña gentileza podía disponer más para él de lo que hacía para los demás.
No me daban a menudo ataque s de buena voluntad, pero entonces pensé: ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro? Maquinar algo para salir del apuro y ayudarlo no debía ser más complicado que no quedarse dormido en una charla de mis tías.
— Sí, sí, podríamos hacer eso. Aunque estoy segura de que disculpará mi intromisión: ¿está mi Paolo en alguno de sus dibujos? Es este, justo el de aquí. — miré hacia abajo, por mi costado derecho, dándome cuenta de la vista fija de mi amigo. No perdía de vista al individuo, pero tampoco se relajaba. Curioso. Me hice la boba y continué. — Desconozco si acaso usted es de esas almas artísticas incapaces de desprenderse de una obra, como si ésta fuera una amante a la cual celar, pero espero no ofenderlo con una inofensiva oferta. Le pagaré un precio justo por él.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
La chica acababa de describir perfectamente a las lechuzas, parecía comprender esa enigmática belleza que se cernía a su alrededor como un ahora. Soren asintió ante lo que ella decía y se cuestionó que edad tendría. Hablaba con mucha propiedad pero su físico no parecía el de una mujer madura. Luego le había preguntado por Paolo, Soren desvió la mirada hacía el gato, si que lo había dibujado creyendo que se trataba de un feral.
-Si lo he incluido – Aceptó y lo siguiente le sorprendió ¿Quería comprarle el boceto?, un inesperado sonrojo subió por sus mejillas pálidas dándole apariencia de duraznos maduros, se llevó el cuaderno contra el pecho ocultando el dibujo – Yo... yo no me considero un artista – Murmuró avergonzado – Soy un profesor del historia del arte, estudio obras de artistas pero no me considero uno – Le explicó – Nunca he vendido ninguno de mis cuadros, no creo que tenga talento suficiente... y esto – Estiró el brazo mostrándola el cuaderno con el boceto – No considero que sea digno de ser comprado -
El boceto como tal no era nada del otro mundo, cuando Soren decía que no era bueno para dibujar no lo hacía por modestia ni esperando que su interlocutor le dijera algo como “No digas eso, pero si dibujas muy bien”, en realidad no era bueno y punto. Él había estudiado cientos de artistas a lo largo de los años y tenía un ojo bastante crítico para el arte, por lo tanto juzgaba sus dibujos con ese mismo ojo crítico.
- Llevaba dibujando muy poco, así que ni siquiera está terminado – Continuó aún con las mejillas sonrojadas – Pero me da la impresión de que te gusta el arte ¿No es así? No hay necesidad de comprarlo, si realmente lo quieres te lo puedo regalar – Agregó desviando la mirada al suelo, no estaba acostumbrado a que alguien viera sus dibujos.
-Si lo he incluido – Aceptó y lo siguiente le sorprendió ¿Quería comprarle el boceto?, un inesperado sonrojo subió por sus mejillas pálidas dándole apariencia de duraznos maduros, se llevó el cuaderno contra el pecho ocultando el dibujo – Yo... yo no me considero un artista – Murmuró avergonzado – Soy un profesor del historia del arte, estudio obras de artistas pero no me considero uno – Le explicó – Nunca he vendido ninguno de mis cuadros, no creo que tenga talento suficiente... y esto – Estiró el brazo mostrándola el cuaderno con el boceto – No considero que sea digno de ser comprado -
El boceto como tal no era nada del otro mundo, cuando Soren decía que no era bueno para dibujar no lo hacía por modestia ni esperando que su interlocutor le dijera algo como “No digas eso, pero si dibujas muy bien”, en realidad no era bueno y punto. Él había estudiado cientos de artistas a lo largo de los años y tenía un ojo bastante crítico para el arte, por lo tanto juzgaba sus dibujos con ese mismo ojo crítico.
- Llevaba dibujando muy poco, así que ni siquiera está terminado – Continuó aún con las mejillas sonrojadas – Pero me da la impresión de que te gusta el arte ¿No es así? No hay necesidad de comprarlo, si realmente lo quieres te lo puedo regalar – Agregó desviando la mirada al suelo, no estaba acostumbrado a que alguien viera sus dibujos.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: El festival de los gatos Privado
Me pregunté si Paolo sería visto en los ojos del dibujante de un modo parecido al que yo lo contemplaba a través de mi corazón. Para mí, lo más bello residía en esos zafiros brillantes con los que me vigilaba constantemente, que combinaban de lujo con sus orejas redondeabas y perfectamente delineadas, como alas de mariposa. Sin embargo, el caballero de la ropa apolillada daba la impresión de ser el personaje principal de un cuento infantil, tan diferente, tan ajeno al mundo, y aun así parte de él. ¿Me pregunté si Paolo sería visto en los ojos del dibujante de un modo parecido al que yo lo contemplaba a través de mi corazón. Para mí, lo más bello residía en esos zafiros brillantes con los que me vigilaba constantemente, que combinaban de lujo con sus orejas redondeabas y perfectamente delineadas, como alas de mariposa. Sin embargo, el caballero de la ropa apolillada daba la impresión de ser el personaje principal de un cuento infantil, tan diferente, tan ajeno al mundo, y aun así parte de él. ¿Su trazo marcaría exactamente el espacio que el animal ocupaba o lo ubicaría en un fondo de ensueño, como la luz que lo bañaba?
Tuve que contener mi afán ante el repentino pudor que le dio a mi compañía. Fue hasta tierno verlo contraerse como si fuera un muchacho en plena pubertad, y eso que la adolescente supuestamente era yo, pero no me puso de mal talante, sino que hasta me hizo sonreír tenuemente; le daba un toque de humanidad, a ese individuo tan especial.
— Señor, si quisiera un retrato para presumir a las visitas sobre cuánto dinero puede mi familia gastar, perseguiría a la señorita Marie-Guillemine Benoist, o al pintor Alexis Simon Belle, si mi sangre me hubiese permitido pertenecer a la Corte. — no me interesaba lo que otros pudieran decir al no ver las paredes de mi salón chorreadas de intelectuales del pincel. Quería algo íntimo, para mí. Sí, para la egoísta. Al fin y al cabo, hasta la hora del té prefería pasarla a solas. Bueno, no tanto. Mis gatos eran todo lo que necesitaba para merendar.
Cuando me enseñó lo que llevaba, me dije a mí misma que si bien le faltaba, la expresión de mi chico estaba ahí. El resto podía pulirse, como todo, como captar el alma, eso para mí era lo vital. Aquello marcaba la diferencia entre el talentoso y el aficionado.
Hubiese sido no solamente individualista, sino que también idiota si le hubiese exigido la entrega inmediata. Comprendí que él necesitaba terminar, y yo conseguir el dinero. Podríamos acordar algo.
— Se dará cuenta de que no heredé privilegios, pero heredé otra cosa, Monsieur. Verá usted, papá me enseñó que todo trabajo tiene su recompensa, y el suyo ha sido esmerado. Permítame pagarle. — al segundo maullido de Paolo, lo tomé en brazos. Se cansaría de esa posición en unos minutos, así que no debía tardar. Ahí mismo pensé en cuántas veces alcanzaría a cargarlo en esta vida — Porque mi pequeño estaba destinado a desaparecer, pero ahora usted lo ha vuelto perpetuo. Cuando él no esté, si es que Dios me permite seguir aquí, yo miraré su retrato, lo recordaré, y vendrá la feliz y triste nostalgia a mí. Piense que no le estoy pagando un objeto; le pago por un recuerdo. Soy joven, pero hasta almas verdes como la mía saben que al final del camino se vive de memorias. Al menos esta quedará segura. Se lo prometo, don Soren. Dígame usted cuándo le acomoda, y yo vendré aquí con su abrigo la paga entre mis manos. Así podrá pulirse, y yo guardar en su retina un atuendo más apropiado a su presencia.
Tuve que contener mi afán ante el repentino pudor que le dio a mi compañía. Fue hasta tierno verlo contraerse como si fuera un muchacho en plena pubertad, y eso que la adolescente supuestamente era yo, pero no me puso de mal talante, sino que hasta me hizo sonreír tenuemente; le daba un toque de humanidad, a ese individuo tan especial.
— Señor, si quisiera un retrato para presumir a las visitas sobre cuánto dinero puede mi familia gastar, perseguiría a la señorita Marie-Guillemine Benoist, o al pintor Alexis Simon Belle, si mi sangre me hubiese permitido pertenecer a la Corte. — no me interesaba lo que otros pudieran decir al no ver las paredes de mi salón chorreadas de intelectuales del pincel. Quería algo íntimo, para mí. Sí, para la egoísta. Al fin y al cabo, hasta la hora del té prefería pasarla a solas. Bueno, no tanto. Mis gatos eran todo lo que necesitaba para merendar.
Cuando me enseñó lo que llevaba, me dije a mí misma que si bien le faltaba, la expresión de mi chico estaba ahí. El resto podía pulirse, como todo, como captar el alma, eso para mí era lo vital. Aquello marcaba la diferencia entre el talentoso y el aficionado.
Hubiese sido no solamente individualista, sino que también idiota si le hubiese exigido la entrega inmediata. Comprendí que él necesitaba terminar, y yo conseguir el dinero. Podríamos acordar algo.
— Se dará cuenta de que no heredé privilegios, pero heredé otra cosa, Monsieur. Verá usted, papá me enseñó que todo trabajo tiene su recompensa, y el suyo ha sido esmerado. Permítame pagarle. — al segundo maullido de Paolo, lo tomé en brazos. Se cansaría de esa posición en unos minutos, así que no debía tardar. Ahí mismo pensé en cuántas veces alcanzaría a cargarlo en esta vida — Porque mi pequeño estaba destinado a desaparecer, pero ahora usted lo ha vuelto perpetuo. Cuando él no esté, si es que Dios me permite seguir aquí, yo miraré su retrato, lo recordaré, y vendrá la feliz y triste nostalgia a mí. Piense que no le estoy pagando un objeto; le pago por un recuerdo. Soy joven, pero hasta almas verdes como la mía saben que al final del camino se vive de memorias. Al menos esta quedará segura. Se lo prometo, don Soren. Dígame usted cuándo le acomoda, y yo vendré aquí con su abrigo la paga entre mis manos. Así podrá pulirse, y yo guardar en su retina un atuendo más apropiado a su presencia.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
Lo que ella decía tenía sentido, ¿Porqué pagar a un desconocido por un dibujo mal hecho cuando se podía comprar una obra maestra de los pintores populares de la época? La verdadera intención de ella era conservar una memoria, esa niña adoraba a ese gato como si se tratase de otra persona, para muchos podría ser algo exagerado que le diera tal importancia a un animal doméstico, pero Soren la comprendía completamente, a veces era más fácil amar a un animal que a otro ser humano, los humanos eran criaturas complejas llenas de diferentes facetas, los animales por el contrario, mostraban sus intenciones claramente desde el comienzo. Eran honestos con el amo.
-No quiero sonar entrometido pero... ¿Que edad tienes? - Preguntó al fin luego de escucharla hablar sobre que consideraba era el arte y la finalidad de la pintura del gato – La verdad es que suenas como una mujer muy madura, pero si mi vista no me falla, no debes tener más de 20 – Comentó, lo decía más como un alago que cualquier otra cosa – No es fácil encontrar personas que tenga un punto de vista como el tuyo, especialmente tan jóvenes -
La idea de que su dibujo podía generar sentimientos tan cálidos como el amor hacía el recuerdo de una mascota a través de los años, le animó a tomar el reto. Él nunca hacía comisiones, tampoco vendía sus obras ¡Qué va! Ni siquiera las consideraba 'obras' para empezar. Pero retratar a un gato le pareció mucho mejor que pintar personas, sentía que podía capturar la esencia del felino mucho mejor que la de cualquier ser humano.
-Me parece un trato justo – Comentó y se apresuró a bosquejar el gato en una nueva hoja mientras ella lo sostenía, no era un gato de raza muy fina o pedigree distinguido, pero era sin duda un buen espécimen, lucía muy bien alimentado, sus ojos estaban limpios, lo que indicaba que gozaba de buena salud, se tardó unos 10 minutos con el boceto. - Creo que 3 días estará bien – Comentó dándole unos últimos detalles con el lápiz – Aún no se sobre el pago... realmente nunca le he puesto precio a mis obras – Continuó ladeando la cabeza – Quizás... ¿Una invitación a tomar café? - Se preguntó más como para si mismo.
-No quiero sonar entrometido pero... ¿Que edad tienes? - Preguntó al fin luego de escucharla hablar sobre que consideraba era el arte y la finalidad de la pintura del gato – La verdad es que suenas como una mujer muy madura, pero si mi vista no me falla, no debes tener más de 20 – Comentó, lo decía más como un alago que cualquier otra cosa – No es fácil encontrar personas que tenga un punto de vista como el tuyo, especialmente tan jóvenes -
La idea de que su dibujo podía generar sentimientos tan cálidos como el amor hacía el recuerdo de una mascota a través de los años, le animó a tomar el reto. Él nunca hacía comisiones, tampoco vendía sus obras ¡Qué va! Ni siquiera las consideraba 'obras' para empezar. Pero retratar a un gato le pareció mucho mejor que pintar personas, sentía que podía capturar la esencia del felino mucho mejor que la de cualquier ser humano.
-Me parece un trato justo – Comentó y se apresuró a bosquejar el gato en una nueva hoja mientras ella lo sostenía, no era un gato de raza muy fina o pedigree distinguido, pero era sin duda un buen espécimen, lucía muy bien alimentado, sus ojos estaban limpios, lo que indicaba que gozaba de buena salud, se tardó unos 10 minutos con el boceto. - Creo que 3 días estará bien – Comentó dándole unos últimos detalles con el lápiz – Aún no se sobre el pago... realmente nunca le he puesto precio a mis obras – Continuó ladeando la cabeza – Quizás... ¿Una invitación a tomar café? - Se preguntó más como para si mismo.
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Re: El festival de los gatos Privado
Hace un tiempo atrás, ni tan largo, hablando con franqueza, me hubiese fastidiado enormemente aquella apreciación que el desmejorado profesor expresó de mí; lo habría tomado como si me estuviese refregando en la cara el pasado, donde nunca encajé. Época en que, a pesar de mi mejor esfuerzo para sonreír, se secaban las risas, pero no las lágrimas. Cuando las casas de muñecas eran lugar de encuentro para las reuniones de té de las otras niñas, mas un terreno prohibido para mí. Esos días en que los rincones de los salones eran mi refugio, y la luz que me descubría era la castigadora. Allí me llevaron los recuerdos por un instante. Y volví de inmediato, para evitar que la sal volviera a escapar de mis ojos.
Porque había aprendido, no con un resultado sobresaliente, pero aun así me había cultivado en ver lo que ganaba y no lo que perdía con lo que otros decían sobre mí. Debido a eso, lejos de sentirme ofendida, me sentí halagada. Mi entendimiento se había desarrollado antes que el de las demás jóvenes de mi generación, y eso me había traído no uno, sino miles de problemas, pero también me dotaba del conocimiento que mis padres deseaban haber adquirido antes, y no porque fuera soberanamente inteligente, sino porque comprendía algo: en mente cerrada no entra la luz. Gracias a eso me había armado de coraje para permanecer allí, conversando a solas con un hombre de lo más raro.
— Es usted muy considerado; mi gratitud es para usted. Sepa que acabo de cumplir dieciséis años, señor. Sólo un número, si me permite decirlo. Se aprende a no sentir el tiempo que pasa; de otra manera, se acaba trastocando. — era mi entrenamiento, no contar los días. Una noche más sin las conversaciones con papá, otra vuelta del correo sin noticias de Pedro, y una oportunidad adicional perdida para ser como yo era y al mismo tiempo feliz.
Paolo comenzó a ronronear en mis brazos al tiempo que lo sostenía. Mi mirada encontró la suya, y supe que él podía ver lo que me acontecía. Dirigí mi vista hacia el frente nuevamente, esquivando los sentimientos nostálgicos y pesimistas que querían salir al exterior. La amargura quería visitarme a menudo, pero ni siquiera una ventana se dejaría disponible para que ingresara. Una jorguina infeliz… ¿podía alguien imaginarse algo más inestable?
La voz de don Soren me sacó de mi nube. Yo bajé con suavidad, pero él no supo de sutilezas cuando me hizo esa cordial, pero un poco atrevida invitación. Me comí la expresión de nerviosismo que estuvo a punto de florecer hasta donde pude, y la tapé con más palabras. Sinceras palabras, porque parecía que él no comprendía la magnitud de lo que había dicho.
— Seré franca, señor Kaarkarogf. No estaría bien visto que una moza como yo paseara con usted, que se viera al lado de un hombre que no es de su familia, o con el que no está comprometida. Si papá o mi abuela se enterasen de que… — lo miré apenada, porque inesperadamente había acabado disfrutando el poco convencional encuentro — La dicha de un momento no tiene que ver con su legitimidad ni con su aceptación. Nadie puede saber que nosotros charlamos aquí. No van a entender. Agradecería su discreción, si puedo contar con usted. Deje que yo lo busque. Más de tres días no tardaré. Tiene mi palabra.
Porque había aprendido, no con un resultado sobresaliente, pero aun así me había cultivado en ver lo que ganaba y no lo que perdía con lo que otros decían sobre mí. Debido a eso, lejos de sentirme ofendida, me sentí halagada. Mi entendimiento se había desarrollado antes que el de las demás jóvenes de mi generación, y eso me había traído no uno, sino miles de problemas, pero también me dotaba del conocimiento que mis padres deseaban haber adquirido antes, y no porque fuera soberanamente inteligente, sino porque comprendía algo: en mente cerrada no entra la luz. Gracias a eso me había armado de coraje para permanecer allí, conversando a solas con un hombre de lo más raro.
— Es usted muy considerado; mi gratitud es para usted. Sepa que acabo de cumplir dieciséis años, señor. Sólo un número, si me permite decirlo. Se aprende a no sentir el tiempo que pasa; de otra manera, se acaba trastocando. — era mi entrenamiento, no contar los días. Una noche más sin las conversaciones con papá, otra vuelta del correo sin noticias de Pedro, y una oportunidad adicional perdida para ser como yo era y al mismo tiempo feliz.
Paolo comenzó a ronronear en mis brazos al tiempo que lo sostenía. Mi mirada encontró la suya, y supe que él podía ver lo que me acontecía. Dirigí mi vista hacia el frente nuevamente, esquivando los sentimientos nostálgicos y pesimistas que querían salir al exterior. La amargura quería visitarme a menudo, pero ni siquiera una ventana se dejaría disponible para que ingresara. Una jorguina infeliz… ¿podía alguien imaginarse algo más inestable?
La voz de don Soren me sacó de mi nube. Yo bajé con suavidad, pero él no supo de sutilezas cuando me hizo esa cordial, pero un poco atrevida invitación. Me comí la expresión de nerviosismo que estuvo a punto de florecer hasta donde pude, y la tapé con más palabras. Sinceras palabras, porque parecía que él no comprendía la magnitud de lo que había dicho.
— Seré franca, señor Kaarkarogf. No estaría bien visto que una moza como yo paseara con usted, que se viera al lado de un hombre que no es de su familia, o con el que no está comprometida. Si papá o mi abuela se enterasen de que… — lo miré apenada, porque inesperadamente había acabado disfrutando el poco convencional encuentro — La dicha de un momento no tiene que ver con su legitimidad ni con su aceptación. Nadie puede saber que nosotros charlamos aquí. No van a entender. Agradecería su discreción, si puedo contar con usted. Deje que yo lo busque. Más de tres días no tardaré. Tiene mi palabra.
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Re: El festival de los gatos Privado
¿Dieciséis años? ¿Nada más? Soren no ocultó el asombro que se forjó en su rostro, ¡Si apenas era una niña que comenzaba a vivir! para un vampiro eventualmente los años se volvían como horas y se perdía la cuenta del tiempo fácilmente, pero para los humanos era diferente, 16 años para Soren eran un parpadeo, le pareció increíble que esa niña hablara con tal educación y propiedad a tan temprana edad, los padres de ella debían ser bastante cultos, supuso y la habían educado bien.
- Pues realmente estoy sorprendido - Comentó, no iba a revelarle su edad, porque ella no lo comprendería y además no quería asustarla teniendo que explicarle como era que llevaba tanto tiempo vivo. Continuó dibujando hasta que dio por terminado el boceto, ya luego con más calma lo pintaría en casa en un lienzo y le añadiría color. Tomó nota mental del color de Paolo.
Lo siguiente que dijo ella, le hizo abrir la boca con expresión de sorpresa y vergüenza ¡Pero por supuesto que ella tenía razón!¡ si sólo era una niña, no podría salir sola de casa y seguro que su padre era bastante sobre protector y no aprobaría que estuviese citándose con caballeros mucho mayores que ella (200 años mayor, nada más). Y aunque la finalidad de la cita no era romántica, la gente podría interpretarlo de esa forma.
- Perdona mi imprudencia - Se excusó inmediatamente - Lo he dicho sin pensar... la verdad es que me encanta el olor del café, además es una forma agradable en la que se puede hablar mientras se disfruta de la bebida - Le explicó atolondradamente - No... No tengo malas intenciones contigo, ¡lo juro! - Continuó carraspeando - He tenido alumnas de tu edad antes... e inclusive menores... no soy el tipo de hombre que anda trás niñas...- Le pareció que era necesario aclarar aquello, sabía que existían hombres que se excitaban con los cuerpos aún en formación de niñas de 13 o 14 años, a Soren la sola idea le parecía espeluznante.
Desvió la mirada al suelo y se quedó callado por unos instantes, no sabía como arreglar la situación, le parecía haber metido las cuatro patas una trás de la otra con lo que había dicho.
- Seré discreto - Concluyó luego de la pausa - Entonces podemos vernos en este mismo lugar en tres días y el pago - Dejó escapar un suspiro - Pueden ser uno 100 francos - Le indicó, como nunca vendía sus obras no estaba seguro del precio, pero sabía que la mayoría de aristas cobraban más de 300, así que 100 le pareció lo correcto - Por cierto... ¿Y si tu padre o abuela te preguntan de donde has sacado el cuadro? -
- Pues realmente estoy sorprendido - Comentó, no iba a revelarle su edad, porque ella no lo comprendería y además no quería asustarla teniendo que explicarle como era que llevaba tanto tiempo vivo. Continuó dibujando hasta que dio por terminado el boceto, ya luego con más calma lo pintaría en casa en un lienzo y le añadiría color. Tomó nota mental del color de Paolo.
Lo siguiente que dijo ella, le hizo abrir la boca con expresión de sorpresa y vergüenza ¡Pero por supuesto que ella tenía razón!¡ si sólo era una niña, no podría salir sola de casa y seguro que su padre era bastante sobre protector y no aprobaría que estuviese citándose con caballeros mucho mayores que ella (200 años mayor, nada más). Y aunque la finalidad de la cita no era romántica, la gente podría interpretarlo de esa forma.
- Perdona mi imprudencia - Se excusó inmediatamente - Lo he dicho sin pensar... la verdad es que me encanta el olor del café, además es una forma agradable en la que se puede hablar mientras se disfruta de la bebida - Le explicó atolondradamente - No... No tengo malas intenciones contigo, ¡lo juro! - Continuó carraspeando - He tenido alumnas de tu edad antes... e inclusive menores... no soy el tipo de hombre que anda trás niñas...- Le pareció que era necesario aclarar aquello, sabía que existían hombres que se excitaban con los cuerpos aún en formación de niñas de 13 o 14 años, a Soren la sola idea le parecía espeluznante.
Desvió la mirada al suelo y se quedó callado por unos instantes, no sabía como arreglar la situación, le parecía haber metido las cuatro patas una trás de la otra con lo que había dicho.
- Seré discreto - Concluyó luego de la pausa - Entonces podemos vernos en este mismo lugar en tres días y el pago - Dejó escapar un suspiro - Pueden ser uno 100 francos - Le indicó, como nunca vendía sus obras no estaba seguro del precio, pero sabía que la mayoría de aristas cobraban más de 300, así que 100 le pareció lo correcto - Por cierto... ¿Y si tu padre o abuela te preguntan de donde has sacado el cuadro? -
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 05/06/2010
Localización : Entre libros de historia y lienzos manchados.
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Re: El festival de los gatos Privado
Como lo imaginaba, don Soren estaba dentro del mundo sin formar parte de él. Si yo no se lo hubiera hecho notar, la lengua no le hubiera parado, proponiendo más ideas descabelladas. ¿Tenía algún problema mental? Bueno, ¿quién no lo tenía? Al menos el suyo no daba luces de que fuera a matar a alguien; nada más indefenso que un pobre con alma de niño. Lo único malo era que había que tenerle el doble de paciencia que a un infante, porque evidentemente ya no lo era; se trataba de un hombre adulto, y la sociedad no entendería lo diferente que era.
— Ya, no se preocupe. Se le debió haber pasado. A mí también me pasa. —lo excusé, porque su nerviosismo comenzaba a impacientarme y no quería comportarme como una arpía con él por la misma razón. — Si sus intenciones fueran bascosas, desde un principio habría pasado por encima de mi honra. Tenía una oportunidad inmejorable de hacer y deshacer cuanto quisiese, conmigo con la guardia baja y sin escolta que lo pueda molestar. En lugar de eso, se ha quedado conversando con una mozuela como si lo hiciera con un varón. Casi da la impresión de que soy yo la que se aprovecha de su inocencia.
Porque era ingenuo, y con ganas. Hablaba de muchachas de trece y de catorce como si los hombres comunes no las desearan. Por poco me dio ternura. Seguramente desconocía la función de los manteles, que distaba mucho de cubrir la mesa; lo que debían esconder era lo que estaba debajo de ella. Las sonrisas hacia el piso, los zapatitos blancos, la piel como leche fresca. Niñas aún más frescas que yo vendían sus cuerpos porque había quienes los compraban generosamente, ¿y él se sentía más avergonzado por mi edad que por sus palabras? Ay, no me quise preguntar cómo llevaba a cuestas la vida cotidiana, con esos códigos sociales tan dispares.
— Así será; tendrá lo que le pertenece y yo lo mío. Lo que haga o piense mi familia… eso se queda entre cuatro paredes. No me quite paz hablando del mañana. Eso no sería respetuoso para con nuestros invitados. — porque algunos felinos seguían ahí, aunque quedarían menos tan pronto como me fuese— Bonne nuit. No apresure el paso al volver; las fieras no son las únicas que huelen la desesperación. — una reverencia, y hasta pronto.
No sé por qué razón me nació darle ese consejo, pero tuvo sentido en mi cabeza; yo también lo seguiría.
Así fue como con Paolo en brazos y una prenda ajena, emprendí mi camino de vuelta. Con cuidado procuré mantenerme concentrada en los sonidos que llegaban a mis oídos; no fuera a ser que se me escapasen señales de un pronto ataque. Porque seguía sin conocer a don Soren, más allá de su sonrisa y aparente incredulidad.
¿Volvería a verlo? Dependía de mí. El día de mañana podía odiarlo, o encontrarlo tan común y silvestre como la hierba que crecía en la mitad de los senderos de París. Por eso el compromiso servía, para obligarme a salir de mi refugio, de mi hogar, para enfrentar mi pereza social. Por eso no pensaría en el futuro; para no hastiarme prematuramente.
Aunque sí, desde ya que afirmaba una cosa: Soren Kaarkarogf no era normal. Y lo decía en más de un sentido.
— Ya, no se preocupe. Se le debió haber pasado. A mí también me pasa. —lo excusé, porque su nerviosismo comenzaba a impacientarme y no quería comportarme como una arpía con él por la misma razón. — Si sus intenciones fueran bascosas, desde un principio habría pasado por encima de mi honra. Tenía una oportunidad inmejorable de hacer y deshacer cuanto quisiese, conmigo con la guardia baja y sin escolta que lo pueda molestar. En lugar de eso, se ha quedado conversando con una mozuela como si lo hiciera con un varón. Casi da la impresión de que soy yo la que se aprovecha de su inocencia.
Porque era ingenuo, y con ganas. Hablaba de muchachas de trece y de catorce como si los hombres comunes no las desearan. Por poco me dio ternura. Seguramente desconocía la función de los manteles, que distaba mucho de cubrir la mesa; lo que debían esconder era lo que estaba debajo de ella. Las sonrisas hacia el piso, los zapatitos blancos, la piel como leche fresca. Niñas aún más frescas que yo vendían sus cuerpos porque había quienes los compraban generosamente, ¿y él se sentía más avergonzado por mi edad que por sus palabras? Ay, no me quise preguntar cómo llevaba a cuestas la vida cotidiana, con esos códigos sociales tan dispares.
— Así será; tendrá lo que le pertenece y yo lo mío. Lo que haga o piense mi familia… eso se queda entre cuatro paredes. No me quite paz hablando del mañana. Eso no sería respetuoso para con nuestros invitados. — porque algunos felinos seguían ahí, aunque quedarían menos tan pronto como me fuese— Bonne nuit. No apresure el paso al volver; las fieras no son las únicas que huelen la desesperación. — una reverencia, y hasta pronto.
No sé por qué razón me nació darle ese consejo, pero tuvo sentido en mi cabeza; yo también lo seguiría.
Así fue como con Paolo en brazos y una prenda ajena, emprendí mi camino de vuelta. Con cuidado procuré mantenerme concentrada en los sonidos que llegaban a mis oídos; no fuera a ser que se me escapasen señales de un pronto ataque. Porque seguía sin conocer a don Soren, más allá de su sonrisa y aparente incredulidad.
¿Volvería a verlo? Dependía de mí. El día de mañana podía odiarlo, o encontrarlo tan común y silvestre como la hierba que crecía en la mitad de los senderos de París. Por eso el compromiso servía, para obligarme a salir de mi refugio, de mi hogar, para enfrentar mi pereza social. Por eso no pensaría en el futuro; para no hastiarme prematuramente.
Aunque sí, desde ya que afirmaba una cosa: Soren Kaarkarogf no era normal. Y lo decía en más de un sentido.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: El festival de los gatos Privado
scuchó lo que ella decía y una vez más le dio la impresión de estar hablando con una mujer de como mínimo 30 años, de su boca solo salían palabras complicadas e ideas muy maduras, Soren había conocido muchas mujeres en su larga vida, muchas le habían parecido inmaduras a pesar de estar entradas en años, por el contrario esa niña apenas si comenzaba a vivir y ya veía el mundo desde una perspectiva tan realista, no pudo evitar pensar en si había una razón detrás de ello, en si ella había vivido eventos traumáticos que la hicieran desperar a la realidad y dejar a sus muñecas a edad temprana.
-Esta bien, aquí estaré – Murmuro, hasta ahora lo poco que sabía de ella era que, le gustaban los gatos y que era dueño de uno, también que su casa quedaba cerca a esa entrada del bosque, había algo en ella que le hacía sentir nervioso, era como si estuviera demasiado segura de si misma hasta el punto en el que él se convertía en la víctima y no el victimario. Cómo vampiro no debía sentirse intimidado por la presencia de humanos, pero con aquella chica le resultaba fácil intimidarse, era una extraña contradicción.
Lo último que dijo lo dejó confundido, no creyó comprender bien a que se refería, la vio alejarse por entre el bosque hasta que su silueta se perdió entre el follaje, no pudo evitar preocuparse una vez más por sus pies desnudos, el invierno era la estación más peligrosa del año, cientos de personas caían presas de enfermedades por las bajas temperaturas, no entendía como podía caminar en esos suelos húmedos y congelados como si nada.
Se le ocurrió entonces que a lo mejor no era humana. ¿Que diablos era?. No había caído en cuenta en usar sus poderes mentales para visualizar su aura y descubrirlo, así que cabía la posibilidad de que no fuera del todo humana.
Se quedó un rato más allí, los gatos se habían ido, pero algunos yacían escondidos mirándole desde la oscuridad, Soren podía sentir sus diminutos ojos vigilándole. Los gatos eran criaturas tatúas, reconocían al depredador y a la presa, olían la maldad y la oscuridad en cada individuo. El vampiro dejó escapar un largo suspiro abatido y volvió la vista al boceto que los gatos bebiendo en el pequeño riachuelo que había comenzado antes de que la chica apareciera, ahora nunca podría terminarlo.
(( Off Rol: Creo que con esto el tema puede ser cerrado ^^ ))
-Esta bien, aquí estaré – Murmuro, hasta ahora lo poco que sabía de ella era que, le gustaban los gatos y que era dueño de uno, también que su casa quedaba cerca a esa entrada del bosque, había algo en ella que le hacía sentir nervioso, era como si estuviera demasiado segura de si misma hasta el punto en el que él se convertía en la víctima y no el victimario. Cómo vampiro no debía sentirse intimidado por la presencia de humanos, pero con aquella chica le resultaba fácil intimidarse, era una extraña contradicción.
Lo último que dijo lo dejó confundido, no creyó comprender bien a que se refería, la vio alejarse por entre el bosque hasta que su silueta se perdió entre el follaje, no pudo evitar preocuparse una vez más por sus pies desnudos, el invierno era la estación más peligrosa del año, cientos de personas caían presas de enfermedades por las bajas temperaturas, no entendía como podía caminar en esos suelos húmedos y congelados como si nada.
Se le ocurrió entonces que a lo mejor no era humana. ¿Que diablos era?. No había caído en cuenta en usar sus poderes mentales para visualizar su aura y descubrirlo, así que cabía la posibilidad de que no fuera del todo humana.
Se quedó un rato más allí, los gatos se habían ido, pero algunos yacían escondidos mirándole desde la oscuridad, Soren podía sentir sus diminutos ojos vigilándole. Los gatos eran criaturas tatúas, reconocían al depredador y a la presa, olían la maldad y la oscuridad en cada individuo. El vampiro dejó escapar un largo suspiro abatido y volvió la vista al boceto que los gatos bebiendo en el pequeño riachuelo que había comenzado antes de que la chica apareciera, ahora nunca podría terminarlo.
(( Off Rol: Creo que con esto el tema puede ser cerrado ^^ ))
Soren Kaarkarogf- Vampiro Clase Baja
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