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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Andrei Neverov Dom Feb 20, 2011 5:53 am

Incluso después de varios minutos de intensa carrera, ni el cansancio ni los gritos de los policías a su espalda exigiéndole que se detuviera fueron suficientes para convencer a Andrei de que esa era una buena idea. ¿Cuánto hacía que había empezado a huir de aquellos tres hombres? Al cambiaformas casi le parecieron días, semanas corriendo sin cesar como si la vida le fuese en ello. La vida no, la misión. Casi le causaba más horror que le descubrieran que que le mataran. Quizás esa había sido la razón que le empujó a iniciar la carrera con tanta desesperación. Probablemente si se hubiese limitado a sonreír y a excusarse con alguna mentira mal trabajada nada de aquello habría ocurrido. Pero el miedo le había jugado una mala pasada, y antes de pensar en el embuste que pensaba explicarles a los policías su cuerpo ya había optado por el camino menos racional.

Andrei chasqueó la lengua y viró rápidamente para adentrarse en una calle más estrecha y abandonada, donde podría jugar en su propio terreno. Cuando estaba en Rusia había aprendido, tal vez de la forma menos agradable, a moverse con facilidad en calles estrechas y mal pavimentadas, llenas de basura y de gentes conocidas como "poco respetables". Al joven le gustaba recordarse de vez en cuando que él mismo había formado parte de ese ambiente, y que incluso una parte de él lo seguía siendo. Haber abandonado las calles para visitar de vez en cuando la corte cambiaba su aspecto, pero no su naturaleza.

El cambiaformas ladeó ligeramente la cabeza para calcular la ventaja que había ganado sobre los policías desde que se adentró en aquel sucio callejón. Desgraciadamente no era suficiente como para detenerse a realizar la transformación y esconderse en algún agujero, pues sabía que le acorralarían antes de haberse quitado la ropa de encima. Si debía escoger, Andrei prefería que su habilidad para transformarse quedase en el anonimato tanto como fuese posible.

Con eso en mente, el joven siguió corriendo calle abajo, esquivando a un par de señoras que le gritaron y le amenazaron con el puño en alto. Ya podía ver el final de la calle y eso le ponía en una encrucijada. No podía saber qué había más allá, ni siquiera si había una salida por la que pudiese escapar una vez más o si le quedarían fuerzas suficientes como para mantener aquel ritmo frenético. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de dejarse vencer por la desesperación y el agotamiento, el cielo se abrió frente a él una vez más. Por el rabillo del ojo pudo distinguir, entre cajas y deshechos, la entrada a penas visible de un oscuro callejón. Andrei ni siquiera se lo pensó una segunda vez antes de cambiar abruptamente la dirección de sus pasos y superar de un salto ágil, más propio de un felino que de un humano, los obstáculos que le cerraban el paso.

Una vez bajo la protección de las sombras, el cambiaformas redujo la velocidad de sus pasos hasta limitarlos a un paseo agotado. Apoyó la espalda en una de las paredes del callejón y se dejó caer lentamente hasta el suelo. No estaba seguro de poder reunir fuerzas suficientes como para ponerse en pie más tarde, pero eso poco podía importarle. El corazón le latía en el pecho como si tuviera intensas ganas de escapar de su cautiverio, y de haberlo intentado, Andrei no se habría visto capaz de impedirlo. Al menos, se dijo, había valido la pena.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 20, 2011 8:32 pm

-¿Es eso todo lo que tiene?- Miró con desprecio aquellas cuatro o cinco monedas de oro que el regordete señor le había lanzado a los pies en un acto desesperado por salvar su vida. ¿Salvar su vida? Como si François tuviese el coraje para matar a alguien, su arma ni siquiera estaba cargada, únicamente la usaba para intimidar a quién se le acercase. Por eso la tenía allí, sujetada con firmeza, apuntándole el vientre amenazadoramente. –Estoy decepcionado.- Tomó nuevamente la palabra en vista de que su acompañante no paraba de balbucear cosas sin sentido. Estaba más que nervioso, al borde de un ataque de histeria; su frente sudaba y no paraba de arrastrarse hacia atrás con la esperanza de que en alguna de esos intentos de escape no se toparía con la pared a sus espaldas. Él se arrastraba y François daba un paso hacia delante, mirándolo con aquellos ojos tan poco humanos que hipnotizaban a cualquiera.

-Realmente esperé bastante por usted.- Sacudió la cabeza esperando que el viento se encargara de aquellos inoportunos cabellos que caían sobre su frente. -¿Acaso cree que es divertido esperar a las afueras de aquel teatro por más de dos horas?- Aplastó una de sus manos con su gastado zapato haciendo un poco de presión en los dedos simplemente para ponerle un poco de emoción al asunto. –Pues no.- Dejó de presionar y le permitió a Jean-Paul arrastrarse un poco más lejos. Era realmente una pena que un caballero respetable como él estuviera humillándose tanto ante un simple callejero como François. ¡Le encantaba eso! Toda la aristocracia parisina rendida a sus pies. ¡Poder! Sonrió recreando la escena en su mente.

-Pues no lo es, es bastante aburrido en realidad.- Unos pasos más al frente y la distancia entre ellos volvía a ser la misma. Miró hacia abajo, hacia el humano y sonrió, sonrió a pesar de saber que no podría verlo porque una pañoleta protegía su identidad. –Vamos Jean-Paul, yo sé que tienes más.- Asintió con la cabeza y se acuclilló a su lado. –Tu vida no vale cinco monedas de oro, ¿verdad?- El señor negó frenéticamente con la cabeza y metió la mano en su bolsillo. Un hermoso precioso de oro salió de él que hizo que los ojos del cambiaformas brillaran. -¿Ves?- Le arrebató el reloj antes de que se arrepintiera. -¡Esto es a lo que me refe…- Su frase quedó a medias. Alguien había entrado al callejón, ¡a su callejón! Maldijo por lo bajo en francés y dejó inconsciente al idiota con un buen golpe en la sien antes de que se le ocurriese gritar por ayuda.

Tomó el reloj y las monedas con la misma agilidad, guardó todo en su bolsillo, ajustó el pañuelo a su rostro y se preparaba para saltar el muro cuando un aroma familiar le llegó. –Andrei.- Dijo por lo bajo casi convencido de que se no podía ser nadie más que él. ¿Qué hacía Andrei allí, y por qué tan agitado? Giró sobre sus talones y caminó rápidamente hacia donde se encontraba su compañero. Se plantó frente a él, firme y superior, lo miró de pies a cabeza y al llegar a su rostro enarcó una ceja. La enarcó tanto que casi podía tocar el nacimiento del cabello. -¿Qué estás haciendo aquí?- Preguntó, o más bien reclamó. Esa era su zona de trabajo, no la de él.

Escuchó pasos, gente corriendo, mucho movimiento. Provenía de los callejones aledaños y algo le decía que su amiguito había sido el culpable. –Y traes compañía…- Aseguró divertido mientras admiraba su rostro de pánico. Andrei siempre tan correcto y sigiloso, seguro no estaba acostumbrado a semejantes persecuciones. –Los trajiste directo a mi callejón.- Le dio la espalda cambiando el tono de voz: de divertido a molesto. –Eres un idiota.- Recorrió el lugar a grandes zancadas esperando que el ruso lo estuviese siguiendo si no quería que lo atrapen. Aunque… que lo atraparan allí sería perfecto, ¡así pensarían que fue él quien asaltó a Jean-Paul! Se detuvo en seco. –François, eres un genio.-
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Mensaje por Andrei Neverov Sáb Feb 26, 2011 7:15 am

Pasos. Podía oírlos muy cerca de su posición, aproximándose con sigilo. No eran los policias, que seguían debatiéndose en el callejón contiguo en busca de alguna pista que les permitiese darle caza. Eran pasos mucho más ágiles, imperceptibles para los oídos de un humano corriente; para el felino, sin embargo, no fue ningún reto advertir el suave roce de las ropas del desconocido mientras andaba, ni el crujido del asfalto bajo sus pies.

Andrei guardó un silencio sepulcral, sin atreverse a respirar con demasiada fuerza para no revelar su presencia. Bajó la mirada a sus pies y entre algunas latas vacías y despojos de todo tipo encontró, semiocultos, varios trozos desperdigados de lo que en su día fue un bonito espejo. Sin retirar la mirada del lugar por el que vería aparecer al desconocido cuando hiciese acto de presencia, el joven recogió uno de los fragmentos más grandes, acabado en punta, y lo pegó a su muslo para que no resultase visible a primera vista. Desconocía si se traba de amigo o enemigo, pero no pensaba caer en el error de confiar en su suerte, especialmente cuando aquel día parecía decidida a arruinar sus planes y a llevarle de mal en peor.

El cambiaformas se agazapó ligeramente contra la pared cuando los pasos se escucharon con más fuerza y dejó los colmillos a la vista, preparado para atacar en el mismo instante en que viese un rostro hostil girar por la esquina. Lo que vio, no obstante, difería bastante de lo que esperó. Una oleada de alivio invadió su pecho y su postura se relajó de inmediato, dejando que una suave sonrisa acudiera a sus labios. Suspiró. El rostro del joven se encontraba cubierto a medias por un pañuelo, pero Andrei podría haber reconocido aquellos salvajes ojos verdes incluso en la más absoluta penumbra; los ojos de François.

El ruso se puso en pie apoyándose en la pared y dio un par de pasos hacia el cambiaformas. El cristal que había planeado usar de arma contra él acabó sigilosamente guardado en el bolsillo de su pantalón. Aún no se encontraba a salvo, y no estaba en su naturaleza dejar el futuro en manos de las circunstancias. Las palabras secas y algo rudas de François hicieron que su sonrisa decayera con rapidez. Había esperado algo más cordial después de tan intensa carrera, pero entonces se recordó que era Grand con quien hablaba. La verdadera sorpresa era que no le hubiese puesto una daga en el cuello. Aún.

-Me estaban persiguiendo, yo no he hecho nada. Estaba cerca de la plaza, seguía a una mujer y...-Explicó con evidente nerviosismo, sin dejar de gesticular. Después se preguntó por qué estaba explicándole aquello al cambiaformas, y sus mejillas se llenaron de color cuando comprendió que a él ni siquiera le interesaban sus razones. Gruñó por lo bajo cuando el francés continuó, insultándole como acostumbraba.-Espero que su misericordiosa alteza sepa perdonarme por haber puesto los pies en su callejón. Procuraré que no se vuelva a repetir.-Se burló, cruzándose de brazos.

Acto seguido, le vio alejarse de él con pasos rápidos e impacientes. El cambiaformas alzó ambas cejas abandonando toda su irritación por tan despegada bienvenida.-A...¿A dónde vas?-Inquirió, avanzando un par de metros. ¿Iba a dejarle allí solo, sin más? El ruso correteó tras él para cogerle de la camisa y lograr que se detuviera, pero no contó con que el francés detendría su caminar en seco y acabó chocando con él. Le observó con desconcierto.-¿Me ayudarás?-Quiso saber, no muy seguro. François no era el tipo de persona que se prestaría desinteresadamente a ayuda a alguien, pero era su amigo después de todo. Andrei consideró que se merecía cierta confianza por su parte.
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Mensaje por Invitado Dom Feb 27, 2011 2:56 pm

“A...¿A dónde vas?”

-Pues lejos de tí y de tus perseguidores, eso es obvio.- Contestó tajante sin siquiera voltearse a mirarlo a manera de despedida. En realidad, muy en sus adentros, sabía que no iba a dejar a Andrei sólo en aquel lugar, ya que… lo necesitaba para su plan maestro, ¿no? Se detuvo en seco y sintió algo –o más bien alguien- golpear contra su espalda, no había sido la gran cosa pero no le gustaba que la gente se ande chocando con él y sobretodo no le gustaba que se anden chocando con su espalda: tenía sus motivos. -¡Serás torpe!- Bramó volteándose para encararlo y se topó con una pregunta que le arrancó la más sardónica de las carcajadas. ¿Ayudarlo?, ¿y él por qué haría eso?

-¿Y yo por qué haría eso?- Preguntó levantando una ceja y mirándolo con absoluta superioridad. Analizó el rostro de su compañero y no pudo concebir la confianza que expedía, ¿en serio creía que iba a ayudarlo?, ¿él? Seguro y se había olvidado que era François con quien estaba hablando. Exhaló fastidiado y miró hacia la pared que se alzaba a su izquierda. ¡Genial! Ahora ya no tenía ni ganas de incriminarlo porque se sentía mal haciéndole eso a alguien que “confiaba” en él y en la supuesta bondad que debería tener. –Está bien.- Respondió finalmente de mala gana y nuevamente le dio la espalda. –Tú y tu cara de niño bueno acaban de arruinar mi diversión.- Esquivó un par de cajas con ágiles brincos y esperó que Andrei estuviera haciendo lo mismo. Aunque con lo torpe que era seguro y se tropezaba y armaría un bullicio.

-¿Sabes que por un momento pensé en sujetarte por la espalda y gritar algo como: “¡Aquí!” para llamar la atención de esos imbéciles e incriminarte en un “pequeñísimo” error mío?- Sonrió con cinismo mientras se iban adentrando más en aquel oscuro callejón. –De ese error, antes de que preguntes.- Señaló hacia su derecha cuando pasaron por un lado del cuerpo de Jean-Paul. Giró su rostro para mirar por encima de su hombro a Andrei y admiró su carota de sorprendido. –No está muerto, no te preocupes. Sólo está inconsciente y en parte es tu culpa.- Se encogió de hombros y se detuvo frente a una enorme pared de ladrillos. Era bastante alta pero François la conocía muy bien, sabía de memoria el lugar exacto en el que ciertos ladrillos estaban sobresalidos apenas unos centímetros sirviéndole de soporte para escalarla.

-Sujeta esto.- Prácticamente le aventó su pequeño saco en donde guardaba todas las cosas que conseguía en el día. –Mira como lo hago y haz lo mismo.- Estiró las manos y ladeó su cabeza de izquierda a derecha haciendo traquetear su cuello. Le concedió una última mirada a Andrei, flexionó sus rodillas y saltó hasta agarrarse de los primeros ladrillos sobresalidos: ahora le faltaba encontrar los de más abajo. Comenzó a mover sus piernas con mucha lentitud hasta que sintió que algo se interponía en su camino. ¡Allí estaba! Apoyó las puntas de los pies allí y quedó pegado a la pared como si estuviera pintado.

–Ahora flexionas los brazos.- Habló con esfuerzo mientras levantaba todo el peso de su cuerpo con la ayuda de sus bíceps. Casi llegaba a la cima de la pared, sólo tenía que alzarse un poco más y ayudarse con las piernas. –Y levantas las piernas para agarrarte al filo de la pared.- Finalmente lo consiguió y terminó sentado en el filo de la pared con una pierna a cada lado. Exhaló profundamente. –Lánzame eso y escala.- Se refería a su pequeño saco.

“¡Por aquí! ¡Por aquí se fue!”

François levantó la mirada y sus pupilas se dilataron en señal de alerta: alguien había entrado al callejón. –¡Muévete!- Habló bajo y desesperado y no supo por qué se abalanzó hacia delante estirando las manos, listo para ayudar a Andrei a subir si fuese necesario… al parecer en el fondo lo estimaba más de lo que era capaz de aceptar.
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Mensaje por Andrei Neverov Vie Mar 11, 2011 7:54 am

François, tan amable como siempre. Andrei a veces olvidaba que ni siquiera podían considerarse amigos de verdad. ¿Los amigos solían insultarse? ¿Se pegaban, se mordían? El cambiaformas dejó que las comisuras de sus labios tirasen suavemente hacia abajo en una mueca de disgusto.-Por que se supone que somos amigos.-Argumentó, pero acto seguido se sintió lo bastante estúpido como para decidir que prefería buscar una solución sí mismo. François no era la clase de persona que se dejaba ablandar por algo tan etéreo como la amistad, y él lo sabía. Adelantó al cambiaformas con irritación y sólo se giró cuando este pareció dispuesto a prestarle su ayuda. Frunció el ceño e hizo gala de su desconfianza felina, pero se guardó varios comentarios que podrían haber hecho cambiar de opinión a su acompañante. Aunque no iba a reconocérselo a François, en su fuero interno debía admitir que la ayuda del felino era prácticamente inestimable.

Le siguió por el callejón muy de cerca, atento a los movimientos que se obraban en la calle contigua. La voz de François deshizo su concentración y le obligó a mantenerse atento a sus palabras. Primero llegó la sorpresa cuando observó, casi con compasión, a aquel hombre de aspecto adinerado tirado en el suelo. Estaba convencido de que nunca había estado rodeado de tanta inmundicia, ni abandonado a su suerte en un callejón sucio y oscuro. Quizás fue eso lo que impidió que Andrei sintiese pena por él, saber que mientras ellos dos pasaban una infancia con hambre y miserias, aquel hombre disfrutaba de una vida llena de lujos. Por primera vez podría probar lo duras que podían ser las calles. Apartó la vista de él y la fijó en el camino. Sin embargo, las palabras de François hicieron eco en sus oídos. Había planeado...¿traicionarle? Un profundo gruñido surgió de su pecho, cargado de ira y profunda ofensa, justo antes de propinarle un fuerte empujón al cambiaformas desde su espalda.

- ¿Acaso tienes una ligera idea de lo que podría pasarme si me atrapan?-Acusó, intentando no levantar demasiado la voz.-Eres un...imbécil.-Le insultó entre dientes, mirándole con rabia. Por suerte, no tuvo mucho tiempo de exteriorizar aquellos afilados sentimientos. Recibió el saco con las cosas de François y aunque estuvo tentado a esparcirlas todas por el suelo para dejar que le atraparan mientras las recogía o que tuviese que dejarlas allí a merced de otro ladrón, se contuvo. Le estaba ayudando después de todo; tuvo que reconocerse el ruso, con el ceño profundamente fruncido. A veces sentía unas profundas ganas de dejar que el felino cargase contra él, y cada vez que se convencía a sí mismo de que aquello no era una buena idea acababa preguntándose una y otra vez por qué demonios no había hecho caso al animal. François le sacaba de sus casillas, lo enervaba como nadie más podía hacerlo, y aún así seguía considerándolo su amigo. Andrei fingía no entenderlo y continuamente se decía que aquella sería la última vez que aguantaría sus desdenes, pero en el fondo, en los lugares más remotos de su consciencia sabía que François siempre le ayudaba cuando se encontraba perdido.

Andrei le observó mientras el francés le daba unas aceleradas clases de escalada, sin despegar los ojos de sus extremidades. Eran fuertes, pero esa cualidad no hacía disminuir ni un ápice su agilidad y rapidez; todo un felino. El ruso resiguió con la mirada todos sus movimientos con la esperanza de poderlos recordar cuando le llegase el turno de enfrentarse a la gravedad, pero no tardó en apartarla cuando descubrió una ligera nota de admiración perfilándose en su interior. Cuando llegó a arriba, el cambiaformas le lanzó el saco con sus cosas y se dispuso a seguirle.

Primero las manos, que se agarraron a dos salientes en niveles distintos. Luego el pie izquierdo. Buscó el ladrillo que François le había indicado al principio, en el que apoyaría el pie derecho, y se dio impulso. Andrei sonrió por lo bajo y repitió la operación para seguir subiendo, pero entonces unos gritos en la entrada del callejón hicieron que el corazón le diera un violento vuelco. Soltó un resuello, asustado. Les habían encontrado. Los nervios hicieron que el ruso entorpeciera un poco sus movimientos, pero aún así consiguió escalar un poco más, estaba a punto de llegar al borde. Echó la cabeza hacia atrás para ver cuanta distancia le separaba del final de la pared y descubrió a François extendiendo las manos para alcanzarle. El cambiaformas alargó la suya para cogerla, apenas unos centímetros y conseguiría rozarle los dedos…pero un fuerte tirón de una de sus piernas le obligó a agarrarse de nuevo al ladrillo, soltando un quejido.

El felino miró hacia abajo con el miedo impreso en los ojos y vio lo que tanto temía. Uno de los policías se había adelantado y le tenía fuertemente agarrado por la pantorrilla, gritándole que bajara. Andrei casi pudo verse de camino a su celda. Sus dedos se apretaron al ladrillo que le sostenía, aterrorizado. No, antes muerto que encerrado en prisión una vez más.-Suél…Suéltame.-Siseó Andrei, y más que una orden sonó casi como una amenaza. Pero como previendo que el policía no iba a obedecerle, su mente ya había preparado una respuesta para aquella situación. El ruso no podría haber dicho exactamente cómo lo hizo, pero antes de que pudiera pensar en una estrategia para escapar por otro camino una de sus manos se soltó del ladrillo y encontró casi por conveniencia divina el cristal que había guardado en el bolsillo. Lo apretó con tanta fuerza que el filo le hirió la palma y lo dedos, pero Andrei ni siquiera lo notó.

Del resto, el cambiaformas no tuvo demasiada consciencia. Profirió un fuerte gruñido y acto seguido su mano se movió con precisión para hundir la punta del cristal en la mano ajena, un corte largo y no demasiado profundo pero que le sirvió al joven para liberarse de todo agarre. El policía se cogió la mano herida y profirió un seguido de insultos y maldiciones que harían estremecerse al tabernero menos respetable. Mencionó un par de veces más a las madres de ambos cambiaformas y retrocedió en busca de su compañero. Andrei no se paró a confirmar su ida, pues en el mismo instante en el que se sintió libre de aquella mano opresora y pudo recuperar el equilibrio siguió escalando con desesperación, hasta que vislumbró la ayuda que François le tendía. Agarró aquella mano con la suya, la que no estaba herida, e hizo fuerza para ayudarse a subir.

Una vez arriba, el felino se sentó junto a François con la respiración acelerada y una sombra de miedo oscureciendo su semblante. El esfuerzo no había sido excesivo, pero sentía su corazón palpitar con una fuerza inusitada. Bajó la mirada al suelo y comprobó que los dos policías estaban ocupados con Jean-Paul, casi parecía que se habían olvidado de ellos. Andrei soltó un suspiro de alivio y se giró un poco para mirar a François. Ni siquiera tenía intención de decirle nada, sólo le miró fijamente con una mezcla de gratitud y culpa que ni sabía ni quería expresar.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 21, 2011 1:00 am

-¡Muévete, Andrei!- Estaba inclinado hacia delante, tanto como la gravedad se lo permitía, pero por más que se estiraba no lograba tomar la mano de su compañero. Andrei se estaba estirando también pero no tenían éxito, todavía se encontraban separados por unos poquísimos centímetros. –Intenta impulsarte un poco más.- Exigió pero en ese momento toda la situación se puso de cabeza. Uno de los guardias había llegado al fondo del callejón y ahora sujetaba a Andrei de una de sus piernas.

François no supo qué hacer y atinó únicamente a levantar las piernas hasta el borde del muro para dejarlas fuera del alcance de cualquiera que quisiera jalarlo hacia abajo. Sólo por si acaso miró hacia el otro lado de la pared para percatarse de que no hubiera nadie allí y regresó la vista hasta la penosa escena que se llevaba a cabo en sus narices. Andrei estaba luchando para no ser capturado y el francés veía todo eso sin hacer nada. Era un egoísta, no quería bajar por miedo a verse descubierto. Tenía miedo, sí; miedo de que lo descubran y dijesen: “¡Ese es el que estamos buscando desde hace tres años!”. No, eso no podía pasar; ¡no podía pasar nunca! Y… si tenía que sacrificar su amistad con Andrei a cambio de la libertad pues… lo haría.

Pensó en saltar e irse de una vez por todas pero desistió de la idea al ver a Andrei sacar un pedazo de vidrio. Lo primero que se preguntó fue que por qué guardaba esas cosas, pero luego comenzó a dudar de que el ruso fuese capaz de hacerle daño a alguien para defenderse. -¡Andrei!- Gritó incentivándolo, era lo mínimo que podía hacer por él. Y su amigo pareció escucharlo porque no tardó en enterrar aquel objeto en la mano del guardia. Este lo liberó en el acto y Andrei pudo volver a escalar hacia la libertad.

François lo esperaba con las manos más que estiradas y prácticamente lo levantó en peso en el último tramo del recorrido. Se quedaron sentados en el borde, Andrei con la respiración agitada y François todavía asimilando lo que acababa de pasar. Seguía sintiéndose algo mal por no haberlo ayudado en lo absoluto pero confiaba en que pronto encontraría la forma de recompensárselo. -¿Por qué no cargas ningún arma?- Fue lo primero que se le vino a la mente. Lo miró desaprobatoriamente y se lanzó hacia el otro lado. Cayó con los pies, los cuales flexionó un poco para amortiguar el cimbrón.

-Debes cargar armas.- Escuchó a Andrei caer a su lado y empezó a examinarlo con la mirada, sólo un gato podía mover sus ojos tan rápido. Parecía que no le había pasado nada en el pie, aunque… -¿Qué es eso?- Señaló su mano y ni siquiera esperó por respuesta. Lo tomó del antebrazo y acercó su mano para poder verla mejor. -¿Te enterraste el vidrio?- Preguntó incrédulo, sin darle crédito a lo que veía. –Eres bien inútil.- Lanzó algunos cuantos insultos en voz baja mientras rebuscaba en su bolsa por algo que pudiese ayudar.

Extrajo una botella de aguardiente a medio terminar. La batió un poco y la colocó encima de unos cartones para luego seguir buscando. –Aquí está.- Era una camisa, estaba algo vieja pero podía servir de vendaje. Destapó la botella y empapó la camisa con un poco de aguardiente. –Estira la mano.- Ordenó. –Muévete.- No tenían tiempo que perder, debían moverse rápido porque de seguro esos guardias los seguirían buscando una vez que ayudasen a aquel desagradable humano.
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Mensaje por Andrei Neverov Miér Mar 30, 2011 11:25 am

No fue hasta que saltó al otro lado de la pared que se planteó la respuesta a aquella pregunta. Flexionó las rodillas una vez sus pies alcanzaron el suelo, ayudándose a recuperar el equilibrio con una mano. Se irguió, más bajo que François pero igual de felino. ¿Por qué no llevaba armas? Porque su objetivo no era dañar. Porque tampoco quería hacerlo. Sus órdenes habían sido claras: Observar, escuchar…pero jamás intervenir. ¿Para qué iba a necesitar armas si la mayor parte de las operaciones en el país las había realizado desde el pequeño y peludo cuerpo del gato? Andrei negó suavemente con la cabeza.

-No necesito armas.-Respondió con seguridad; pero un intenso pinchazo en la palma de la mano le llevó la contraria. Soltó un leve siseo de dolor antes de examinar la zona. Allí descubrió dos finas líneas color carmesí que se recortaban irregulares sobre su pálida piel. La sangre había empezado a cubrirlas, pero aún podía distinguirlas, más oscuras y opacas que el resto. Durante un instante quedó hipnotizado por la imagen, sin apartar ni un segundo la mirada de aquella sangre. Su sangre. Andrei observó como las gruesas gotas caían por el borde de su mano con una lentitud agónica, antes de ir a morir al asfalto. Casi parecían rubíes escapando entre sus finos dedos. El ruso cerró la mano para impedir que siguiesen cayendo, pero lo único que consiguió fue intensificar el dolor y provocar que la sangre fluyera más rápidamente. Una mueca de incomodidad se formó en su rostro, pero no aflojó la presión.

Alzó la mirada hacia François; creía recordar que le había preguntado algo.-¿Mmmh?-Devolvió la mirada a la herida, sólo un instante.-No es nada. Estoy bien-Respondió, automáticamente. Quiso bajar la mano para evitar los ojos del cambiaformas, pero él fue más rápido a la hora de cogerla. Ni siquiera tuvo que dar detalles sobre el origen de la herida; el francés se había hecho una idea bastante aproximada. Le fastidió oír un nuevo insulto de sus labios y no tuvo problemas a la hora de demostrárselo con un gruñido.-Suéltame, François. Estoy bien.- Insistió, con el ceño fruncido. Dio un tirón de su mano para liberarla y retrocedió varios pasos, hasta dar con la pared opuesta. No necesitaba ayuda. No necesitaba la ayuda de nadie, él solo se bastaba para solucionar sus problemas.

Miró incrédulo cada pequeño movimiento que efectuaba François. Una botella de alcohol, una camisa…¿Pensaba curarle con aquello? No era que le preocupasen demasiado sus precarios medios, pues probablemente fuesen mejor que nada, pero Andrei pensaba negarse de todos modos. –No lo necesito, sólo son un par de cortes. Además, será mejor que sigamos o…-Dejó el final de la frase en el aire para que el cambiaformas lo imaginara por sí mismo y le dio la espalda para empezar a caminar, ignorando aquel par de órdenes. Él podía curarse solo, siempre lo había hecho; incluso con la mano izquierda. No iba a dejar que François hiciera más cosas en su favor cuando lo único que había hecho él había sido darle problemas. Era un ataque directo a su ya maltrecho orgullo, y no podía permitirlo.

Se detuvo en medio del callejón, con el francés aún a su espalda. Sí, probablemente le había causado muchos problemas. Se había preocupado por la misión, por sí mismo, pero no llegó a pensar en las consecuencias que aquella persecución podrían tener para François. El gobierno ruso probablemente actuaría en su favor si le apresaran, pero ¿había alguien que salvase al francés de pudrirse en una oscura cárcel por el resto de su vida si era a él a quien cogían? No era difícil de imaginar que las contínuas fechorías de François le habrían ganado muchos enemigos en París, gentes que abogarían encantados en su contra. Andrei no había imaginado nada de ello hasta aquel instante, y no pudo evitar sentir la ácida mordida de los remordimientos. Andrei se giró lentamente para mirarle, con los ojos teñidos de culpa.

Quería pedirle perdón, pero no sabía por dónde empezar. No podía hablar con seguridad, pero Andrei apostaría a que no se había disculpado más veces que dedos tenía en una mano. Todo era bastante rígido y serio en los ámbitos en los que se movía habitualmente. Saludos automáticos, gracias que en realidad no se sentían, palabras secas...era difícil equivocarse si se conocía el patrón. Y él lo conocía muy bien.

Andrei se preguntó si un simple “Lo lamento” bastaría o quizás debía hacer algo para redimirse, porque lo cierto era que no tenía la menor idea. Entreabrió los labios para decir algo, lo que fuera antes de que François se preguntara qué hacía allí estúpidamente plantado; pero la voz no surgió. Carraspeó levemente, incómodo, y volvió a intentarlo.- Yo…François, yo…-Patético. Andrei gruñó algo por lo bajo, en ruso, y apretó el puño herido lleno de frustración. El dolor pareció aclararle un poco las ideas.- Siento…haberte metido en todo esto.-Ya lo había dicho. Quizás no fueran unas frases tan expresivas como habría querido, pero le bastaba con haber podido pronunciar aquellas pocas palabras.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 31, 2011 4:49 pm

“No lo necesito, sólo son un par de cortes. Además, será mejor que sigamos o…”

La camisa empapada de aguardiente todavía se encontraba en su mano y chorreaba alcohol que caía al suelo en forma de gotas. Andrei le dio la espalda, despidiéndose con una frase tan típica como estúpida y comenzó a caminar, ¿a dónde creía que iba a ir? Lo miró con atención para ver qué hacía, para ver si en realidad planeaba dejarlo con la mano estirada y sin deseos de aceptar su ayuda; o para ver si al menos recordaba que iban a tener que escalar más muros y que no iba a poder hacerlo con una mano herida. -¿Mejor sigamos o?- Le exigió terminar la frase. -¿O tu orgullo hará que nos atrapen a los dos? Sí, seguramente eso es lo que pasará si sigues dejando gotas de sangre por el pavimento. ¿Por qué mejor no pintamos una línea? ¡Vamos!, ¡pintemos una línea!- Se movió bruscamente y la botella de aguardiente cayó al suelo con un sonido seco que se escuchó a lo largo de todo el callejón: los vidrios se desparramaron por todo el perímetro y el olor a alcohol le inundó las fosas nasales.

El ruso se detuvo a medio camino y algo saltó dentro de François: triunfo. Sí, seguramente Andrei se había dado cuenta que tenía razón e iba a aceptar la ayuda sumisamente. Ahora la pregunta era, ¿François se la daría de todas formas? Tal vez si suplicaba un poco podría perdonar su altanería, tal vez. Andrei se volteó y lo miró directo a los ojos con una cara de cachorro degollado. El francés enarcó una ceja algo contrariado por aquella reacción. -¿Qué te pasa?- Preguntó bruscamente. –Luces como fracasado, ¿acaso ya perdiste mucha sangre?- Burlas y más burlas cuando lo único que quería hacer era limpiarle la herida con la camisa que todavía sostenía. -¡¿Qué?!- Y comenzaba a enervarlo que lo estuviera mirando tanto.

Andrei parecía estar en una especie de crisis porque no lograba hilar ideas coherentemente. Tartamudeaba, balbuceaba; y luego maldecía en su idioma natal el cual François no entendía en lo absoluto. El felino cambió de posición y se cruzó de brazos todavía expectante a lo que su compañero quería decirle. Levantó la ceja, la bajó, suspiró con cansancio; todo para ver si lograba apresurarlo y sacarlo de aquel trance en el que se encontraba. Notó un indicio de dolor en su rostro pero, justo cuando planeaba acercársele –sin importarle si se dejaba o no- Andrei habló y lo que dijo fue tan extraño que el gato no pudo reaccionar de otra manera diferente que reírse. ¿Acaso le estaba pidiendo disculpas?

Se tapó la boca con el antebrazo y miró hacia la pared, para ver si así se tranquilizaba y solo después de eso volteó a mirar a Andrei. –Andrei…- Pronunció su nombre con suavidad, de la manera como un padre llamaría a su hijo. -¿Realmente te crees tan importante?- Sintió que iba a reír de nuevo así que se apresuró a taparse la boca. Tomó aire con rudeza y lo soltó muy lentamente por la boca. -¿Meterme tú en problemas? No seas ridículo.- Rompió la distancia que había entre los dos y tomó su mano herida. No le iba a consultar si quería ayuda ni mucho menos, se había dado cuenta que a ese maldito no había que dejarle opciones. Necesitaba ayuda, era obvio; pero era tan condenadamente orgulloso que no se dejaba ayudar: como él. Quizá por eso eran tan buenos amigos.

-En lugar de estar perdiendo el tiempo en disculpas mal elaboradas, deberías estar agradeciéndome por haberte ayudado a escapar del callejón y por estar limpiando tu herida.- Depositó la camisa empapada de aguardiente en la palma de su mano y lo obligó a hacer puño. Andrei no hizo un puño lo suficientemente apretado, así que François tuvo que terminar el trabajo y cerrarle la mano con más fuerza. También, en ese mismo instante, le tapó la boca con su mano libre para evitar que gritase, aunque no creía que lo hiciera.

–Te imaginas si te hubieran atrapado, ¿qué te habrían hecho los rusos?- Sí, hace una semana que lo sabía pero no había encontrado el momento oportuno para decírselo. Pero ese, ese momento era perfecto. Andrei estaba herido, se estaba tragando su orgullo permitiéndole a François que lo curase y, por si eso no fuera suficiente, François acababa de hacerle una gran revelación. El francés sonrió y se encogió de hombros. ¿Ahora quién podía decir que François era un inútil? Había descubierto eso sin ayuda de nadie, y ni siquiera se le había hecho demasiado difícil. Sólo fue cuestión de seguirlo durante un día.

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Mensaje por Andrei Neverov Sáb Abr 02, 2011 12:53 pm

Alzó la mirada hasta los ojos de François, con la esperanza de ver allí algo que le liberara de la culpa…y cierto es que lo encontró. Lejos de la pena o los reproches, la risa del cambiaformas llegó para destrozar cualquier nota de arrepentimiento que pudiera haber brotado en su mente. Andrei se quedó allí de pie, a la espera de que se hartara de reír. Inexpresivo. No iba a retirar las disculpas, porque su deber había sido ese. Que François fuera un idiota no iba a impedirle hacer lo que la educación le dictaba. Carraspeó un poco, simplemente para sentir que hacía algo mientras el francés seguía burlándose. Justo después observó cómo se acercaba a él y le agarraba la mano sin ningún reparo. Era realmente insistente. Esta vez no hizo ademán de rechazar la ayuda, aunque no le faltaron las ganas.

-Creo que me cortaría la mano yo mismo antes de agradecer tus magníficas curas.-Murmuró, uniéndose a las burlas únicamente para no concentrarse en lo que François hacía en la palma de su mano. Un leve escozor y Andrei cambió el punto de apoyo al otro pie, incómodo. El intenso olor a alcohol le molestaba y no le dejaba percibir los demás aromas, así que permaneció atento a lo que percibía por el oído. Ni rastro de los policías aún, quizás estuvieran buscando un camino alternativo.-Date prisa, no podemos perder tiempo.- Lanzó una rápida mirada a la mano herida, ahora cubierta por la camisa empapada, y que François le obligaba a cerrar. –Déjalo de una vez, eso duele.- El dolor se intensificó considerablemente sobre todo en la zona de los dedos, así que se opuso a apretar el puño con un suave gruñido de advertencia.-

Advertencia que, por lo visto, François no llegó a captar. Andrei ni siquiera tuvo tiempo de dar un tirón para liberarse. Antes de eso el francés ya le había hecho cerrar el puño envolviéndolo con el suyo y, previendo que quizás pudiera lanzar alguna muestra de dolor, le cubrió los labios con la otra. El ruso cerró los ojos con fuerza notando como el alcohol se colaba entre las heridas, fundiéndose con la carne y la sangre. Le ardía la mano, le ardía como si en vez de una camisa empapada François le hubiese pegado a la piel un par de hierros al rojo vivo. El ruso tembló bajo el agarre del cambiaformas, ahogando cualquier sonido. Le habían enseñado a acallar toda muestra de sufrimiento y a no ceder ante el dolor. Sí, sabía perfectamente cómo hacerlo. Respiró hondo aún con los ojos cerrados y apretó el puño más allá de la fuerza que François pudiese aplicar para mantenerlo de aquel modo. Sentía el pulso allí, entre los dedos. Casi parecía que lo que tenía firmemente agarrado era su propio corazón. El dolor empezaba a enmudecer poco a poco, pero no parecía dispuesto a desaparecer del todo.

Andrei se removió un poco, intentando deshacerse del agarre. No le gustaba que le cogieran, se sentía atrapado e indefenso. Necesitaba su espacio para obrar con comodidad y sentirse un poco más…Su mente calló de inmediato, muy atenta a las palabras de François. ¿Qué acababa de decir? ¿Acababa de…? El ruso abrió los ojos y los fijó en los verdes del cambiaformas. Una mirada incrédula y sorprendida. Después paralizada. Imposible, completamente imposible. No podía ser que…que le hubiera descubierto. ¡No era posible! Extremadamente cuidadoso, siempre procuraba estar atento por si alguien le seguía. ¿Cómo había podido ocurrir entonces? La respiración del joven se aceleró en apenas un instante y su corazón empezó a bombear con desesperación.

Podía ver el triunfo y la satisfacción en los ojos de François, quemando como un fuego vivo, y fue precisamente aquello lo que borró toda duda de la mente del ruso. Aprovechó que el cambiaformas había aflojado la presión sobre sus labios y los abrió para dejar los colmillos a la vista. Ni siquiera se lo pensó cuando los enterró en el dedo pulgar del francés. Presionó con fuerza y no le soltó hasta que notó la piel del joven ceder bajo sus dientes y la sangre manchándole los labios. Tiró con violencia hacia atrás para liberar la mano herida y la alzó en un puño. Descargó el puñetazo sobre la mejilla izquierda del francés. La fuerza que solía faltarle se la proporcionó la rabia en aquella ocasión, suficiente para aturdir un instante a François. Acto seguido retrocedió rápidamente hasta alcanzar la pared contrária del callejón, consciente de que las represalias no tardarían en llegar. Observó al cambiaformas desde allí, con el ceño fruncido, los labios manchados de una sangre que no le pertenecía y los ojos ardiendo de ira.
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 02, 2011 4:40 pm

Una frase podía cambiar todo si se sabía bien cómo y cuándo decirla. Una frase podía terminar con una relación, una frase podía ocasionar la muerte de alguien, podía desencadenar una guerra entre dos naciones y; en el menos grave de los casos, una frase podía perturbar la amistad y la confianza que dos personas podían llegar a tener. ¿Qué lo había espiado? Sí. ¿Qué esperaba encontrarse con aquella sorpresa de que era un espía de una nación asiática? No. ¿Qué planeaba contárselo a alguien? Jamás, nunca iba a contárselo a nadie. ¿Qué había sido un error habérselo dicho a Andrei? Tal vez. –Hace una semana que lo sé.- Apartó un poco la mano de la boca del ruso para que pudiera hablar y decir lo qué pensaba al respecto. Seguro le gritaría que era un atrevido y que no sabía nada de límites; y bueno sí, era cierto. Pero él también tenía que aceptar que era un descuidado, un perfecto descuidado.

Todo pasó tan rápido. Algo detuvo el alejar de su mano y un agudo dolor invadió uno de sus dedos. Miró sorprendido lo que estaba ocurriendo. Andrei lo estaba mordiendo, masticaba su dedo como si se tratase de carne cruda y no lo soltó sino hasta perforarle la piel, dejándole una pequeña pero punzante herida de la cual comenzó a emanar aquel líquido carmesí que se conocía como sangre. -¿Pero qué te ocurre?- Sacudió la mano varias veces en el aire para sofocar el dolor, pero la respuesta que recibió fue una nueva agresión. Un golpe seco en su mejilla que le obligó a girar el rostro en un intento fallido de amortiguar el puñetazo. Sus nudillos impactaron fuerte contra su quijada, y sintió su mandíbula cimbrarse un tanto por el impacto. Sus dientes rasparon su mejilla interna, sacándole sangre, pero el daño no pasó a mayores: no se había desencajado ningún hueso y tampoco había perdido ningún molar.

Tenía ira, no podía negarlo. Demasiada ira y no había nada más que deseara en esos instantes que atravesar la garganta de aquel jovencito con una de sus dagas. ¿En qué estaba pensando cuando le pegó?, ¿en qué podía irse así sin más sin pagar las consecuencias? ¡Pues qué equivocado estaba! Se irguió muy lento, casi en cámara lenta; como si quisiera hacer alarde a su agresor de su porte y de su complexión. Tocó la mandíbula con la yema de sus dedos y luego escupió hacia un lado: un gargajo lleno de sangre. Revisó su dedo y lamió la herida intentando que la hemorragia calmase, pero no lo consiguió sino hasta el tercer intento en el cual succionó con fuerza, tragándose un poco de su propia sangre. Miró a Andrei: con seriedad, directo a sus ojos. Él sabía lo que acababa de hacer y él sabía lo que pasaría a continuación.

-Al menos has tenido la decencia de quedarte allí luego de semejante acto de cobardía.- Comenzó a caminar hacia él, muy lentamente y acariciando el filo de sus pantalones. Allí guardaba las dagas y había decidido que era un buen momento para darles uso. Se plantó frente a él, penetrándolo con la mirada, haciéndolo sentir inferior: ridículo, miserable, el más deplorable de los seres. -¿Me pegas a mí por tus propios errores?- El movimiento fue rápido, Andrei ni siquiera pudo notarlo. En cuestión de segundos una de las manos de François se había apoderado del cuello del cambiaformas, y era la mano herida para darle más emoción al asunto. Aquella noche Andrei no iba a poder dormir al ver la sangre de François por todo su cuerpo. -¿Acaso fui yo quién no se da cuenta que alguien lo está siguiendo?, ¿acaso fui yo quién no tiene la precaución de revisar puertas y ventanas antes de comenzar una conversación de tan importancia como esa?- Apretó más su cuello. -¿Acaso fui yo quién no tiene un arma y que se ve en aprietos por su ineptitud y torpeza?-

Lo soltó con brusquedad, haciendo presión en el cuello para tumbarlo directo al suelo. Ya no iba a usar sus dagas, ni siquiera iba a agredirlo, suficiente era el darse cuenta que había sido tan inútil como un niño de cinco años podía llegar a serlo. -¿Podemos seguir o no?- Se acuclilló a su lado, levantándole el mentón para que lo mirase. –Estás hartándome Andrei, tú y tu estúpido orgullo me están colmando la paciencia. ¿Qué creías que iba a hacer?, ¿a delatarte?- Se puso de pie de un brinco. –Que poco me conoces.- Negó con la cabeza, notoriamente decepcionado. No quería saber nada más de Andrei en un buen tiempo, ahora únicamente iba a dejarlo en un sitio en el que esté a salvo y se iría. -¿Pero sabes qué? Todo esto es culpa mía, por buscar ayudar a un malagrecido como tú que no puede confiar ni en tu propia sombra. Creía que era yo, cuya vida estaba llena de persecuciones y desconfianza; pero acabo de darme cuenta que tu situación es mucho más lamentable.- Tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie. -¿Nos vamos?- Preguntó de nuevo. -Los guardias están por venir, escucharon el sonido de la botella.-
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Mensaje por Andrei Neverov Lun Abr 04, 2011 11:18 am

Probablemente podría haber huído. Podría haberse lanzado a la carrera y haber trepado de nuevo el muro, porque lo cierto era que los dos policías le asustaban bastante menos que François en aquel momento. Le había golpeado en un ataque de rabia descontrolada que se había ido tan rápido como llegó, pero las consecuencias seguían allí. Lo había sabido con certeza, pero aquel lado de él que se había sentido tan terriblemente ofendido por el descubrimiento del cambiaformas no quiso hacerse cargo de aquel lado de la historia. Le vio erguirse después del golpe con una lentitud que casi le pareció un producto de su imaginación y después acortar los metros que les separaban. Andrei ni siquiera hizo ademán de retroceder: Tenía que afrontar las consecuencias de sus actos.

Ni siquiera pudo reaccionar cuando el francés apresó su cuello con la mano. Llevó sus propios dedos a la muñeca del joven con la vaga esperanza de que eso fuera suficiente en caso de que intentara estrangularle. El cambiaformas tragó saliva duramente y alzó la mirada hacia aquellos iracundos ojos verdes. Parecían querer exterminarle. Y quizás fue eso, más que el rostro plagado de rabia de François o las armas que podía intuir bajo su ropa, lo que provocó aquel miedo paralizante. Se apresuró a cerrar los ojos con fuerza para que él no pudiera ver aquel brillo asustado en sus ojos oscuros, pero no había forma de esquivar sus palabras. No quería escucharle, no quería oír nada de lo que tuviera que decirle. Quería que dejase de hacerle aquellas preguntas para las que no tenía ninguna respuesta.

El ruso apretó los dedos en torno a la muñeca del joven, aunque no intentó hacerle retirar la mano. Podía sentir la sangre de François resbalando desde su dedo en pequeñas gotas hasta entrar en contacto con la piel de su cuello. Andrei no podía verlas pero las notaba con toda claridad empezando a empaparle la camisa, mezclándose con su propio olor. Era incluso peor que sentir su rabia descargada directamente sobre él. Aquella sensación y aquel olor le perseguirían en sueños, no le cabía ninguna duda. François apretó el agarre, pero el ruso casi se había olvidado de respirar. Escuchó un par de frases más y sintió al joven soltarle bruscamente, haciéndole caer al suelo. Se golpeó la coronilla contra el asfalto, pero no soltó ni una queja. Se cubrió el rostro a medias con una mano, respirando aceleradamente y con el miedo a flor de piel. Por fin había abierto los ojos y podía ver a François, que parecía mucho más alto e imponente ahora que él estaba en el suelo.

Fue entonces cuando se dio cuenta de algo. No era al francés a quien temía. Después de todo, ¿qué era lo peor que podía hacer? ¿Matarle? Le habían entrenado para no retroceder ante la muerte, le habían enseñado que era peor perder el honor que perder la vida. No, no era François quien despertaba aquel miedo visceral que le atenazaba el pecho. Era aquella verdad que sólo pudo intuir en aquel instante, mientras el cambiaformas le había tenido agarrado del cuello y le tiraba a la cara la dura realidad. Era un inútil y un inepto, y había pagado sus errores con François porque le había irritado conocer esas verdades. Ni siquiera iba a darle explicaciones, ni iba a confesar que la culpa de que le hubiese descubierto no era enteramente suya, no iba a decirle que él le recomendó a su contacto en París reunirse en un lugar más apartado; porque el resultado era exactamente el mismo. De haberse tratado de un enemigo real estaría en graves problemas, y eso era todo lo que importaba.

Sin embargo, François continuó, incansable. No, realmente no creía que fuese a delatarle. Le conocía, y aunque no podía confiar en él para problemas menores, sabía que jamás le pondría en un aprieto semejante. ¿Entonces por qué? Había desconfiado de él como respuesta automática, y aunque en un primer momento no le resultó extraño, ahora se sumaba a sus dudas. Siempre había supuesto que no podía confiar en nadie, y tras su inicio en el espionaje aquella sensación se había acentuado. Había sido testigo de tantas mentiras y engaños, había sido cómplice de tantos teatros que realmente llegó a creer que no podía haber a su lado nadie más que él mismo. Clavó los ojos en François, herido y confuso, y se atrevió a pronunciar las primeras palabras desde que el francés le confesara lo que sabía.- Tienes razón.- La tenía.- Tienes… toda la razón.-Prefirió no mencionar los puntos en los que debía concederle la verdad de aquel asunto; quizás algún día se sintiese con ganas de hacerlo.

Se sentía abatido, terriblemente cansado después de aquella escueta confesión, como si le hubiese costado un horrible esfuerzo sacarla a la luz. Lo había hecho, pero había arrastrado consigo muchas de sus más firmes creencias. Aceptó aquella mano que François le ofrecía sin darles tiempo a las dudas y se puso en pie. Caminó junto al cambiaformas en un silencio sepulcral, sumergido en sus pensamientos. Ya ni siquiera se acordaba de aquella herida en la palma de su mano.
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Mensaje por Invitado Jue Abr 07, 2011 12:53 am

Andrei tomó su mano y François asintió con la cabeza. Quizá y su amigo no lo había anotado pero, más allá de ayudarlo a ponerse de pie, había hecho las paces con él. Sí, había sido sutil, casi ni se había notado la forma en cómo había hecho presión en su dorso; todo muy discreto para que ni el mismo François se diese cuenta de que, de una u otra forma, estaba disculpando a alguien. Y es que eso no era algo muy común en el cambia formas, su filosofía de vida era: “ojo por ojo, diente por diente” y era más que obvio que en aquella ocasión no la había aplicado. Si no, Andrei ya estuviese con un moretón en la quijada y un dedo magullado.

Comenzaron a caminar, en sepulcral silencio puesto que la incomodidad se había apoderado de la escena. El francés ya no quería decir nada más porque aquella extraña confesión de que “tenía la razón” lo había hecho sentir mal. Y era raro, porque no debía sentirse así, se suponía que debía regocijarse por haberle restregado a Andrei sus errores en la cara; debería estar riéndose, haciendo más burlas, destilando ego por todos y cada uno de sus poros. Pero no: estaba callado, serio, caminando casi sin hacer ruido por los callejones parisinos en busca de un lugar seguro para los dos. Doblaron a la izquierda, luego a la derecha, avanzaron largo por lugares que destilaban horripilantes olores y llegaron a los suburbios de París, aquellos abandonados lugares que casi colindaban con el campamento gitano.

-Los guardias del reino no vienen para acá.- Las casas dejaban mucho que desear. Las ventanas se encontraban selladas con maderos y las puertas –si es que tenían puertas, ya que la mayoría usaba cortinas para tapar la entrada- estaban hechas de tablas apolilladas. Los sujetos que allí vivían no lucían muy diferentes. Sucios, andrajosos, con barbas desaliñadas que no habían sido afeitadas en meses. Todos los miraban y más a Andrei con su aspecto tan prolijo. François no lucía tan perfectamente arreglado como el ruso pero definitivamente no lucía como aquella gente. Cualquier cosa podían decir de François menos que no era aseado. Podía vestir las ropas más andrajosas que existan pero se notaba que estaba limpio, que se esmeraba en su aseo personal. Y no era para menos si dormía tan cerca del lago.

-No les prestes atención.- Le recomendó a su compañero al notar sus ojos inquietos. –Deja de mirar para todos lados, sólo conseguirás ponerlos nerviosos.- Sí, la escoria de París era desconfiada. Siempre creían que los estaban persiguiendo, que sus paredes tenían oídos. –Camina más rápido.- No iban a quedarse allí, no era ningunos idiotas. Dejaron atrás todas aquellas caras poco agraciadas y llegaron a una casa destruida. En sus mejores días quizá fue una hermosa construcción pero ahora, y luego de ese terrible incendio, no era más que un vejestorio. La pocilga de gatos y ratas. François se internó en aquel laberinto de maderas chamuscadas y puertas de metal. Levantaba las piernas para esquivar obstáculos bajos, y agachaba su cuerpo para ocuparse de los de más altura. –Hubiera sido más fácil hacerlo como gatos, pero no podíamos transformarnos con tantos ojos viéndonos.- Removió varias maderas con algo de esfuerzo y descubrió una puerta. Era la puerta que llevaba al comedor de la casa, o… a lo que quedaba del comedor. Entró primero y esperó a que Andrei lo siguiese.

-Sé que no es a lo que estás acostumbrado pero sirve de escondite.- Miró el techo y las paredes para cerciorarse de que no se les vendría encima en cualquier momento. –Nos quedaremos aquí hasta que las cosas se calmen en el centro de París.- Tomó asiento en el suelo y no dijo nada más. Sacó un cigarrillo y un encendedor robado del bolsillo derecho de su pantalón. Prendió el cigarrillo con evidente maestría y se lo llevó a los labios para darle una larga calada. -¿Y qué haces exactamente?- Ni siquiera lo miró. Estaba más entretenido con su cigarrillo y en botar el humo rítmicamente. –Para el gobierno ruso y todo eso.-
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Mensaje por Andrei Neverov Mar Abr 12, 2011 12:46 pm

Caminaban en completo silencio. Andrei no recordaba que alguna vez hubiesen estado tanto tiempo callados, pero tampoco recordaba haber golpeado alguna vez a François, con todo lo que eso conllevaba. Se sentía extraño, incapaz de alargar la mano como había hecho otras veces para llamar la atención del francés y decirle algo, lo que fuera. Cualquier comentario que poco o nada tuviese que ver con la situación en la que se encontraban, pero que consiguiese romper la escarcha que parecía estar congelando la amistad que había entre ambos.

Algo se había cambiado allí e impedía que todo siguiese su curso incluso cuando el cambiaformas se había cobrado una pequeña venganza por el súbito ataque. Algo se había roto y Andrei sabía que era su responsabilidad arreglarlo. Alzó la vista suavemente hasta fijarla en la espalda del francés, unos pasos por delante de él. La pregunta era ¿cómo iba hacerlo si François no parecía querer mirarle demasiado? Con cierta ansiedad el ruso se percató de que ni siquiera se había burlado de su incompetencia, ni había sacado a relucir todo su ego. Bajó de nuevo la mirada, porque casi habría preferido que se riese hasta perder el sentido antes que tener que sufrir su indiferencia.

Siguieron un poco más, Andrei no habría podido decir cuánto. Simplemente se dejaba llevar sin apartar la mirada de los talones de François, quizás por eso cuando levantó la vista y se vio rodeado de tantos ojos extraños y rostros sucios y descuidados no pudo evitar sentirse intimidado. ¿Por qué no dejaban de mirarle? Frunció levemente el ceño mientras les devolvía la mirada a todos aquellos hombres que a duras penas apartaban los ojos de ellos. Suponía que era aquel aspecto pulcro y cuidado el que atraía la atención de la gente, pero eso no le hizo sentir mejor. Gruñó por lo bajo, sintiéndose cada vez más nervioso bajo aquellas miradas atentas. Nunca le había gustado que le observaran. Tenía la impresión de que en cualquier momento descubrirían un punto débil y le atacarían justo allí. Durante un instante, mientras los dos cambiaformas atravesaban aquella zona poco segura, Andrei se preguntó cuál de aquellos hombres les atacaría primero. Su pregunta se quedó sin respuesta, cosa que, en el fondo, agradecía.

François se detuvo entonces frente a una casa que en su día quizás fue bonita y acogedora. El ruso miró la fachada derruida en algunos puntos y aunque sentía una ligera nota de inquietud por tener que entrar allí, siguió obedientemente a su compañero. Lo observó todo con cuidado, los muebles y paredes ennegrecidos por la mano del fuego, las ventanas rotas y las vigas sosteniendo agónicamente un techo que parecía a punto de venirse abajo. Un escenario extraño para un momento igual de extraño. Andrei tomó asiento en el suelo también, pegando la espalda a la pared opuesta a la que había escogido François, de manera que quedaron uno frente al otro. No había querido hablar durante todo el trayecto, pero en aquel instante sintió la necesidad de responder a las palabras del cambiaformas.-No soy ningún señor. Antes también vivía en sitios así.-Mencionó en voz baja, sin mirarle. Vestir como algo parecido a un caballero no le convertía en uno. Visitar la corte tampoco le ennoblecía. Que le hubiesen puesto la máscara de hombre respetable no borraba lo que la vida le había grabado en la sangre: Que seguía siendo un gato callejero, un hijo de nadie.

El joven se abrazó una de las rodillas, adivinando que los minutos siguientes no iban a ser los mejores de su vida. En otras ocasiones encontrarse en compañía de François habría significado diversión y calma, pero en aquel momento todo lo que podía sentir era incomodidad y vergüenza. Las últimas frases del francés le sorprendieron. No esperaba que quisiera saber algo de su misión allí, pero el hecho de que pareciera poco interesado en el tema le hizo sentir más dispuesto a hablar. Miró entre los cristales rotos de la ventana más cercana, distraído.-Las relaciones entre Rusia y Francia no son precisamente distendidas en estos momentos. Al Zar le preocupa la turbulenta situación que se está viviendo aquí; cree que podría ser peligrosa para la estabilidad de otros países y que de seguir así podría que afectar también a Rusia.-Explicó escuetamente. No quería dar muchos detalles sobre algo que se suponía debería permanecer en el más estricto secreto. Se sentía inquieto ante la simple mención de las razones que le habían arrastrado a la ciudad francesa.-No soy el único espía ruso aquí.-Acabó añadiendo segundos después, quizás para hacerle ver a François que no quería esconderle tantas cosas.-Yo me limito a observar e informar, pero otros con mayor experiencia tienen permiso para llegar más lejos.-Finalizó la explicación mirando a François fijamente, tal vez para conocer a través de su rostro qué opinaba de aquello.

Acto seguido, la pregunta que tantas veces se había hecho pero nunca se atrevió a formular surgió de sus labios casi sin que pudiera pensarlo: -¿Y tú? ¿Cómo has llegado aquí?-Se refería a las calles, a la situación en la que se encontraba. ¿Había nacido ya en la zona oscura y decadente de París o hubo algo que le arrastró hasta allí? ¿Tendría familia, quizás? Sólo entonces Andrei se dio cuenta realmente de lo poco que conocía sobre su amigo, de que apenas sabía sobre él lo que había podido descubrir en el día a día, pero nada sobre su pasado. Que tuviese que conocerlo en aquellas circunstancias le hizo sentir terriblemente miserable.
Andrei Neverov
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