AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Fahrenheit - Francois Grand
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Fahrenheit - Francois Grand
Un color, otro. Brillantes, el ojo humano busca inquieto las formas abstractas de los pañuelos desdoblados en el aire como si aquello fuera fascinante. El humo de la pólvora podía sentirse a medida que se iba adosando a las fosas nasales, bajando por la garganta, generando una picazón similar a las ganas de vomitar. Podría ser lavanda, azafrán o jazmín. Era todo un sinsentido que no dejaba de sumar diferentes aromas, obligándolos a esconderse uno debajo del otro, para que al olfato de los que allí estaban solamente pudiera sentirse un aglutinamiento de algo. La individualidad de cada cosa era sola por si sola, pero juntas carecían de sentido.
Miranda por si sola no sabía quien era, Miranda tampoco lo sabía. Pero juntas transformaban lo inexistente en algo complejo, en una razón que no existía. Ambas engañadas como los humanos, fascinadas con un simple truco de magia, con el más básico de todos que consistía en mentirse a uno mismo, algunas formas a tal punto que lo que era mentira, ahora pasa a creer realmente en su verasitud, en que ese algo es real.
Todo esto, y a la vez nada ocurría dentro de la cabeza de la bruja a la par que cada inspiración cargada del azufre y las cenizas del circo desgarraban los pulmones de la bruja. Ella de pie, observando a un costado como los inútiles disfrutaban del espectáculo ¿Quieres un show? No ¿Por qué no miras tu propia vida, mugrienta? Miranda basta.
Pequeñas manos enfermizamente blancas y delgadas cubren los labios carmesí de Miranda, no quería escucharla, no quería volver a sentir como su voz repicaba en su tímpano. Miranda no tenía que hablar. Necesitaba ruido, algo que apagara la voz de la maldita durante al menos una noche, solamente eso necesitaba.
¿Crees que puedes sobrevivir sin mí una noche? Puedo vivir sin ti. Yo no hablo de vivir. Los pájaros viven, los insectos viven. Hablo de llevar todo adelante. Tu no puedes mover una puta uña sin mí. Si no me dejas intentarlo siquiera! ¿Esperanzas en que lo harás? ¿Para qué, para decepcionarme? No tienes una puta idea de lo que soy capaz!
La sonrisa cínica de Miranda tras los párpados de la bruja fueron similares a los que puso aquella pequeña niña pelirroja cuando vio a una muchacha delicada, pero a la vez perdida, con aquel vestido negro quizá demasiado corto por arriba de las rodillas. Hecho de gasa sin mucho esmero, pero el suficiente para que sea una pieza simple. El pelo rubio cayendo en capas, indómito rebuscándose a sí mismo en la lucha contra la leve ráfaga de viento veraniego. Su rostro limpio, decorado con unas simples ojeras que no hacían más que denotar aquellos ojos que no terminaban de ser verdes ni celestes, vivos ni muertos. Ella en sí parecía irreal, Miranda con ella una niña que jugaba a las muñecas.
Pero en ese segundo que la niña la grabó en su retina, la cinta que la bruja tenía en la cabeza desapareció. Lentamente, las uñas que aferraban sus propios labios fueron aflojándose, liberándolos casi con temor. Miranda no estaba, se había ido dejándola sola allí, rodeada de cosas que se llamaban entre sí personas.
Confundida, la única certeza que tenía era la incerteza ¿Podía caminar? ¿Podía llorar? ¿Podía ser Miranda sin Miranda? Tenía que ser mentira.
Al costado de una gran carpa naranja y bordo, la bruja apenas podía reconocerse a sí misma, esquiva de la multitud podía sentir que sus labios se encontraban entreabiertos dado que sus encías estaban secas. Solo se juntaron para pronunciar algo.
-¿Miranda?
Miranda por si sola no sabía quien era, Miranda tampoco lo sabía. Pero juntas transformaban lo inexistente en algo complejo, en una razón que no existía. Ambas engañadas como los humanos, fascinadas con un simple truco de magia, con el más básico de todos que consistía en mentirse a uno mismo, algunas formas a tal punto que lo que era mentira, ahora pasa a creer realmente en su verasitud, en que ese algo es real.
Todo esto, y a la vez nada ocurría dentro de la cabeza de la bruja a la par que cada inspiración cargada del azufre y las cenizas del circo desgarraban los pulmones de la bruja. Ella de pie, observando a un costado como los inútiles disfrutaban del espectáculo ¿Quieres un show? No ¿Por qué no miras tu propia vida, mugrienta? Miranda basta.
Pequeñas manos enfermizamente blancas y delgadas cubren los labios carmesí de Miranda, no quería escucharla, no quería volver a sentir como su voz repicaba en su tímpano. Miranda no tenía que hablar. Necesitaba ruido, algo que apagara la voz de la maldita durante al menos una noche, solamente eso necesitaba.
¿Crees que puedes sobrevivir sin mí una noche? Puedo vivir sin ti. Yo no hablo de vivir. Los pájaros viven, los insectos viven. Hablo de llevar todo adelante. Tu no puedes mover una puta uña sin mí. Si no me dejas intentarlo siquiera! ¿Esperanzas en que lo harás? ¿Para qué, para decepcionarme? No tienes una puta idea de lo que soy capaz!
La sonrisa cínica de Miranda tras los párpados de la bruja fueron similares a los que puso aquella pequeña niña pelirroja cuando vio a una muchacha delicada, pero a la vez perdida, con aquel vestido negro quizá demasiado corto por arriba de las rodillas. Hecho de gasa sin mucho esmero, pero el suficiente para que sea una pieza simple. El pelo rubio cayendo en capas, indómito rebuscándose a sí mismo en la lucha contra la leve ráfaga de viento veraniego. Su rostro limpio, decorado con unas simples ojeras que no hacían más que denotar aquellos ojos que no terminaban de ser verdes ni celestes, vivos ni muertos. Ella en sí parecía irreal, Miranda con ella una niña que jugaba a las muñecas.
Pero en ese segundo que la niña la grabó en su retina, la cinta que la bruja tenía en la cabeza desapareció. Lentamente, las uñas que aferraban sus propios labios fueron aflojándose, liberándolos casi con temor. Miranda no estaba, se había ido dejándola sola allí, rodeada de cosas que se llamaban entre sí personas.
Confundida, la única certeza que tenía era la incerteza ¿Podía caminar? ¿Podía llorar? ¿Podía ser Miranda sin Miranda? Tenía que ser mentira.
Al costado de una gran carpa naranja y bordo, la bruja apenas podía reconocerse a sí misma, esquiva de la multitud podía sentir que sus labios se encontraban entreabiertos dado que sus encías estaban secas. Solo se juntaron para pronunciar algo.
-¿Miranda?
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Fahrenheit - Francois Grand
Dinero, lo ves pasar todos los días frente a ti, en tus narices, pavoneándose e incluso hasta burlándose de aquel que no puede tenerlo. Se ríe desde los finos vestidos de seda que las damas de alta sociedad ostentan, te mira desde las pelucas de los caballeros, te persigue en forma de carruajes y elegantes corceles. Te martiriza en forma de exquisitos manjares, te hipnotiza como cortesana, ¿pero acaso se te entrega? No, se esconde, se escabulle, se hace desear y te impulsa a cometer las más grandes bajezas. ¿Pero qué opción se tiene? Cuando uno es pobre, debe robar; robar para alimentarse, robar para sobrevivir.
Robar… sí, ya se ha convertido en cosa de todos los días, no hacerlo es salir de mi rutina, es como sentarse en la mesa sin antes no haberse lavado las manos –aunque en mi mesa nadie me exige que lo haga-. Y por eso camino hacia el campamento gitano, me gustan sus fiestas, su música y su baile. Me gusta su campamento, pero más que nada me gusta la cantidad de gente que se conglomera en sitios como aquellos.
Mi mano se deleita a medida que voy abriéndome paso entre la multitud, mis expertos dedos no encuentran complicación alguna en apoderarse de lo que encuentren a su paso: anillos que rueden de los anulares, francos que caen al suelo, pulseras cuyos broches ceden a un simple tacto. Un sin fin de objetos que luego venderé. Y sí, soy consciente de que la mitad de lo que consiga me lo beberé, pero no importa, al menos me alcanzará para algunos días.
Termino de recorrer aquel hermoso camino y comienzo a alejarme un tanto de la muchedumbre. Nunca es bueno quedarse cerca, porque siempre cabe la posibilidad de que alguien se percate de la ausencia de un algo. Y seguramente ese alguien no se quedará callado y alarmará a los de su alrededor creando así una reacción en cadena que me dejaría a mí expuesto. Sí, ya me había pasado, pero como bien dicen por allí: “Uno aprende de sus propios errores”. Y yo aprendo, no de todos mis errores pero aprendo.
Saco un cigarro y lo enciendo sin complicación, tengo que hacer tiempo y la idea de quedarme parado no me es del todo atractiva. Además, ese maldito vicio se ha arraigado en mí como sanguijuela y ya, a estas alturas, es imposible dejarlo. Lo llevo a mis labios y… silencio, alguien habla. Es una mujer, ¿dónde? Giro la cabeza para buscar a la dueña de aquel sonido celestial y el shock es aún mayor cuando la encuentro: bella, hermosa, una visión. Está algo desorientada, ¿qué le ocurre? Llama a una tal Miranda, ¿quién es ella?
-Madame.- Me le acerco intentando ser elegante. Sé que mis fachas no me ayudan pero al menos modularé mi voz para hacerme pasar por caballero. –Madame, ¿está todo bien?- De cerca es aún más hermosa y tanta belleza me hace recordar que hace ya mucho tiempo que no he dado rienda suelta a mis deseos. Uno se cansa, ¿sabes? Nadie fue creado para ser su propia fuente de amor. Se necesita, de vez en cuando, de un tercero y algo me dice que aquella noche aquella dama será “mi tercero”.
-¿Busca a alguien?-
Robar… sí, ya se ha convertido en cosa de todos los días, no hacerlo es salir de mi rutina, es como sentarse en la mesa sin antes no haberse lavado las manos –aunque en mi mesa nadie me exige que lo haga-. Y por eso camino hacia el campamento gitano, me gustan sus fiestas, su música y su baile. Me gusta su campamento, pero más que nada me gusta la cantidad de gente que se conglomera en sitios como aquellos.
Mi mano se deleita a medida que voy abriéndome paso entre la multitud, mis expertos dedos no encuentran complicación alguna en apoderarse de lo que encuentren a su paso: anillos que rueden de los anulares, francos que caen al suelo, pulseras cuyos broches ceden a un simple tacto. Un sin fin de objetos que luego venderé. Y sí, soy consciente de que la mitad de lo que consiga me lo beberé, pero no importa, al menos me alcanzará para algunos días.
Termino de recorrer aquel hermoso camino y comienzo a alejarme un tanto de la muchedumbre. Nunca es bueno quedarse cerca, porque siempre cabe la posibilidad de que alguien se percate de la ausencia de un algo. Y seguramente ese alguien no se quedará callado y alarmará a los de su alrededor creando así una reacción en cadena que me dejaría a mí expuesto. Sí, ya me había pasado, pero como bien dicen por allí: “Uno aprende de sus propios errores”. Y yo aprendo, no de todos mis errores pero aprendo.
Saco un cigarro y lo enciendo sin complicación, tengo que hacer tiempo y la idea de quedarme parado no me es del todo atractiva. Además, ese maldito vicio se ha arraigado en mí como sanguijuela y ya, a estas alturas, es imposible dejarlo. Lo llevo a mis labios y… silencio, alguien habla. Es una mujer, ¿dónde? Giro la cabeza para buscar a la dueña de aquel sonido celestial y el shock es aún mayor cuando la encuentro: bella, hermosa, una visión. Está algo desorientada, ¿qué le ocurre? Llama a una tal Miranda, ¿quién es ella?
-Madame.- Me le acerco intentando ser elegante. Sé que mis fachas no me ayudan pero al menos modularé mi voz para hacerme pasar por caballero. –Madame, ¿está todo bien?- De cerca es aún más hermosa y tanta belleza me hace recordar que hace ya mucho tiempo que no he dado rienda suelta a mis deseos. Uno se cansa, ¿sabes? Nadie fue creado para ser su propia fuente de amor. Se necesita, de vez en cuando, de un tercero y algo me dice que aquella noche aquella dama será “mi tercero”.
-¿Busca a alguien?-
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Re: Fahrenheit - Francois Grand
Era extraña la forma en la que el viento ondeaba la tela de aquella carpa. Quien veía una nube y no intentaba imaginar alguna forma en aquella sustancia amorfa, no era digno de ser considerado persona. O quizá, simplemente necesitaba una nueva perspectiva. Miranda necesitaba un nuevo punto de vista ¿Qué mierda le ocurría? Acaso ¿Ella le tenía miedo a las sorpresas? ¿Temía que la bruja la sorprenda?
No, demasiado confiada y descarada, pero ahora no estaba, ahora era la joven de 20 años desnuda frente al mundo, frente a ojos hambrientos por juzgarla, manos dispuestas a tocarla y pecados en los cuales su cuerpo pudieran acallarse. Miranda nunca sería más sin Miranda, eso es lo que ella quería demostrarle por las malas, pero mientras la bruja estaba indefensa ¿Cómo estaría Miranda? ¿Sentiría su nido vacío? ¿O disfrutaría viendo como su impotente cría vagaba ciega, golpeándose una y otra vez con lo mismo?
Las pupilas se dilataron tratando de captar la mayor cantidad de luz posible, no como un cazador al acecho, sino atenta a un porvenir para el cual no estaba preparada, no podría hacerlo sin Miranda ¿la iba a decepcionar? No, porque fue ella quien desde un principio dijo que no ¿Pero por qué acepto? Simple, el humor a lo absurdo. Lo cierto es que Miranda sin Miranda no podría sobrevivir ni tan solo una noche, era un suicidio, tan similar a ofrecerle a la llama un libro a leer. Pero lo incierto era si Miranda podría simplemente vivir una noche sin Miranda.
El viento comenzaba a soplar más fuerte, obligando a la seda negra del vestido a ceder ante la complextura delgada, huesos cubiertos por la mínima cantidad de grasa necesaria para convertir un costal de huesos en un cuerpo imponente, mas no algo desgastado por las adicciones de la vida. Con los labios todavía entreabiertos en la última A que había pronunciado, la mirada perdida vagaba sin rumbo, todavía muerta sin encontrar un lugar de reposo final. Pero entonces, el nerviosismo a lo desconocido, los dedos enroscándose entre sí. Tener el control de uno era la base para el descontrol. A la vez la euforia, la libertad a veces daba miedo.
Basta, Miranda contrólate. Por el amor de Dios si te tienes respeto, no te muevas. Como estatua, esculpida tal una diosa Griega, la bruja no se movió, apenas su pecho asomaba por sobre su cuerpo ante cada inspiración. Inspiraciones que comenzaban a llevar nicotina a sus pulmones, activando un círculo vicioso que solo pedía más.
Los gritos de la feria rápidamente fueron cortados. Todavía reacia al nuevo mundo, Miranda escuchó la mitad de lo que aquel ente decía. Los dedos todavía aferrados a su propia piel, negados a existir por sí mismos.
-No, Miranda se fue, pero no quiero encontrarla ¿Escuchaste eso MIRANDA?
Una sonrisa, quizá una…no. Nada surgió de sus labios ahora cerrados.
-Todo es una mierda. Nada es una mierda. Los extremos son una mierda y por eso nos encantan. Nunca va a estar todo bien.
Esa fue la frase más larga que la bruja dijo desde que tenía uso de razón. El dolor agudo de sus uñas clavadas con mayor ímpetu contra su piel frente al miedo a que pasaría si Miranda volvía, fue lo que la ató nuevamente a la realidad, a ese momento, al tabaco en el aire y al tercero en esa charla entre Miranda, la conciencia ausente de Miranda, y ahora él.
No, demasiado confiada y descarada, pero ahora no estaba, ahora era la joven de 20 años desnuda frente al mundo, frente a ojos hambrientos por juzgarla, manos dispuestas a tocarla y pecados en los cuales su cuerpo pudieran acallarse. Miranda nunca sería más sin Miranda, eso es lo que ella quería demostrarle por las malas, pero mientras la bruja estaba indefensa ¿Cómo estaría Miranda? ¿Sentiría su nido vacío? ¿O disfrutaría viendo como su impotente cría vagaba ciega, golpeándose una y otra vez con lo mismo?
Las pupilas se dilataron tratando de captar la mayor cantidad de luz posible, no como un cazador al acecho, sino atenta a un porvenir para el cual no estaba preparada, no podría hacerlo sin Miranda ¿la iba a decepcionar? No, porque fue ella quien desde un principio dijo que no ¿Pero por qué acepto? Simple, el humor a lo absurdo. Lo cierto es que Miranda sin Miranda no podría sobrevivir ni tan solo una noche, era un suicidio, tan similar a ofrecerle a la llama un libro a leer. Pero lo incierto era si Miranda podría simplemente vivir una noche sin Miranda.
El viento comenzaba a soplar más fuerte, obligando a la seda negra del vestido a ceder ante la complextura delgada, huesos cubiertos por la mínima cantidad de grasa necesaria para convertir un costal de huesos en un cuerpo imponente, mas no algo desgastado por las adicciones de la vida. Con los labios todavía entreabiertos en la última A que había pronunciado, la mirada perdida vagaba sin rumbo, todavía muerta sin encontrar un lugar de reposo final. Pero entonces, el nerviosismo a lo desconocido, los dedos enroscándose entre sí. Tener el control de uno era la base para el descontrol. A la vez la euforia, la libertad a veces daba miedo.
Basta, Miranda contrólate. Por el amor de Dios si te tienes respeto, no te muevas. Como estatua, esculpida tal una diosa Griega, la bruja no se movió, apenas su pecho asomaba por sobre su cuerpo ante cada inspiración. Inspiraciones que comenzaban a llevar nicotina a sus pulmones, activando un círculo vicioso que solo pedía más.
Los gritos de la feria rápidamente fueron cortados. Todavía reacia al nuevo mundo, Miranda escuchó la mitad de lo que aquel ente decía. Los dedos todavía aferrados a su propia piel, negados a existir por sí mismos.
-No, Miranda se fue, pero no quiero encontrarla ¿Escuchaste eso MIRANDA?
Una sonrisa, quizá una…no. Nada surgió de sus labios ahora cerrados.
-Todo es una mierda. Nada es una mierda. Los extremos son una mierda y por eso nos encantan. Nunca va a estar todo bien.
Esa fue la frase más larga que la bruja dijo desde que tenía uso de razón. El dolor agudo de sus uñas clavadas con mayor ímpetu contra su piel frente al miedo a que pasaría si Miranda volvía, fue lo que la ató nuevamente a la realidad, a ese momento, al tabaco en el aire y al tercero en esa charla entre Miranda, la conciencia ausente de Miranda, y ahora él.
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Re: Fahrenheit - Francois Grand
“No, Miranda se fue, pero no quiero encontrarla. ¿Escuchaste eso Miranda?”
Escucho decir a la dama y me asomo por encima del hombro de la misma para ver si logro divisar a la susodicha Miranda. Pero no está, al parecer ella tiene razón y se ha ido. -¿Quién es Miranda?- Pregunto fingiendo interés y manteniendo el cigarro en bajo, sujeto entre los dedos de mi mano derecha. La verdad, me interesa poco o nada quién es Miranda: ya no está. Y, a no ser que me ofrezca una buena recompensa por encontrarla; por mí, bien podría estar del otro lado de la feria. -¿Y por qué se fue?, ¿pelearon acaso?- Indagues, no eran más que ideas que se me ocurren en el momento y las suelto para tener algo de qué conversar. Hacer algo de tiempo antes de atacar: estudiar a la presa.
Rápidamente la conversación cambia de rumbo, a mí “¿Está todo bien?”, la presente me responde con una frase de lo más ambigua que supera mis niveles de comprensión. Sí, soy un ignorante y embellecer las palabras no es una de mis grandes cualidades. Me debato un poco entre qué responder pero finalmente escupo cualquier cosa. Igual, no me interesa que la presente me vea como el más grande de los filólogos, yo sólo me quiero divertir y punto. Ni siquiera tiene que recordar mi nombre porque yo, seguramente, no recordaré el de ella.
-Dígamelo a mí.- Me atrevo a levantar la mano que sujeta el cigarro y, llevándolo a mi boca, le doy una gran calada. Siento como el humo se apodera de toda mi boca y, luego de retenerlo un par de segundos, lo suelto con lentitud hacia un lado y por un pequeño espacio que han dejado mis labios entreabiertos. –No sé que sería mi vida sin los extremos. Los puntos medios, ¿sabe?, no van conmigo.- Chasqueo la lengua. ¿Qué estoy diciendo? No lo sé. Es mi mejor intento por destilar un poco de filosofía y espero que lo sepan valorar.
-Pero bueno, ¿qué está haciendo por aquí tan sola?- Basta de rodeos y de compartir maneras de ver la vida. La situación era clara: “¿Está sola?, ¿dónde va?, ¿la acompaño? Nos perdimos, ¡finito!”. –Es muy peligroso, muy, muy peligroso.- Me desconcentro con su nuca y, con la manera como su pecho se infla y se relaja con cada respiración. Demonios, cuantas ganas de ponerle una mano encima.
Escucho decir a la dama y me asomo por encima del hombro de la misma para ver si logro divisar a la susodicha Miranda. Pero no está, al parecer ella tiene razón y se ha ido. -¿Quién es Miranda?- Pregunto fingiendo interés y manteniendo el cigarro en bajo, sujeto entre los dedos de mi mano derecha. La verdad, me interesa poco o nada quién es Miranda: ya no está. Y, a no ser que me ofrezca una buena recompensa por encontrarla; por mí, bien podría estar del otro lado de la feria. -¿Y por qué se fue?, ¿pelearon acaso?- Indagues, no eran más que ideas que se me ocurren en el momento y las suelto para tener algo de qué conversar. Hacer algo de tiempo antes de atacar: estudiar a la presa.
Rápidamente la conversación cambia de rumbo, a mí “¿Está todo bien?”, la presente me responde con una frase de lo más ambigua que supera mis niveles de comprensión. Sí, soy un ignorante y embellecer las palabras no es una de mis grandes cualidades. Me debato un poco entre qué responder pero finalmente escupo cualquier cosa. Igual, no me interesa que la presente me vea como el más grande de los filólogos, yo sólo me quiero divertir y punto. Ni siquiera tiene que recordar mi nombre porque yo, seguramente, no recordaré el de ella.
-Dígamelo a mí.- Me atrevo a levantar la mano que sujeta el cigarro y, llevándolo a mi boca, le doy una gran calada. Siento como el humo se apodera de toda mi boca y, luego de retenerlo un par de segundos, lo suelto con lentitud hacia un lado y por un pequeño espacio que han dejado mis labios entreabiertos. –No sé que sería mi vida sin los extremos. Los puntos medios, ¿sabe?, no van conmigo.- Chasqueo la lengua. ¿Qué estoy diciendo? No lo sé. Es mi mejor intento por destilar un poco de filosofía y espero que lo sepan valorar.
-Pero bueno, ¿qué está haciendo por aquí tan sola?- Basta de rodeos y de compartir maneras de ver la vida. La situación era clara: “¿Está sola?, ¿dónde va?, ¿la acompaño? Nos perdimos, ¡finito!”. –Es muy peligroso, muy, muy peligroso.- Me desconcentro con su nuca y, con la manera como su pecho se infla y se relaja con cada respiración. Demonios, cuantas ganas de ponerle una mano encima.
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Re: Fahrenheit - Francois Grand
¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo? ¿Quién eres o qué puedes llegar a ser? Todos somos prolongaciones de un acto fallido, de algo que quiso ser pero que nunca llegó a serlo. Miranda era el mejor error o el peor de ellos, realmente nunca lo sabría a ciencia cierta.
Pero ¿Quién era Miranda? … ¿Por qué no respondía? Espera espera, puedo hacerlo sin ella, yo sé que puedo.
La autoconvicción no hace más que enterrar nuestro más temido acto, y era fácil engañar a la duda. Si ambos conceptos fallaban, solo quedaba el miedo a lo desconocido, pero controlando a la duda, o convenciéndote de que algo, por más ridículo que fuera, podías llegar a creer lo que realmente estaba pasando o estabas por realizar. En el mundo de Miranda donde Miranda no existiese era casi imposible que la vida continuara, pero por una extraña razón la bruja estaba segura de que por una noche, una sola, ella podría arreglarse para que sus pulmones continuaran luchando contra sus costillas sobresalientes en el famoso acto de respirar.
El índice de la joven, fino y respingado, con una uña cuadrada que apenas sobresalía por encima del relieve del dedo se alza en el aire, acompasándose a la distancia contra los labios del que hablaba. No, no podía mencionarla, no podía preguntar por ella porque si ella volvía a dudar de que Miranda estuviera allí ¿Ella realmente iba a estar? Podía sentir como la brisa corría en dirección oeste al sentir la caricia suave del viento contra la piel de su dedo, todavía elevado en el aire como una amenaza implícita, un secreto que no podía develar.
-Yo soy Mirada.
Los labios apenas se entreabrieron para dejar escapar un susurro apenas más fuerte que el viento mismo, pero con una modulación que no dejaba duda de cada palabra que había pronunciado.
-Se fue.
Aquella boca que pedía a gritos acabar todos tus pecados contra ella, tentadora de todo lo que el hombre no podía resistirse comienza a curvarse sutilmente. Si, ella se fue indefectiblemente.
Grices, no eran blancos, tampoco negros.
-Tienes miedo de no ser nada.
Era un miedo compartido por varios. Pero peor era el pánico a ser algo y no saber el qué. Lo que ameritaba con ser el rostro de un ángel rápidamente se desfigura al caer en la noción de su propia realidad. Cada uno se daba cuenta de su propia miseria y allí estaba, la bruja sola ¿acaso Miranda estaba buscando que la chica entendiera eso? Maldita sea Miranda!
El vestido se amoldaba a la pequeña fracción de piernas que cubría cuando estas comenzaron a moverse, alejándose un metro o dos del joven y del circo. La brisa ya calma había dejado en paz sus mechones rubios que acomodo apenas hacía un costado sin más remedio. Rebelde la cabellera volvía a desordenarse, cayendo por ambos hombros como una cascada todavía viva en pleno bosque congelado, azotado por el invierno.
-Peligroso es si te importa salir lastimada ¿Acaso te importa terminar herido?
Una de sus cejas de alza, pero sus ojos continuaban muertos cuando su cintura apenas rota sobre su eje, mirando por sobre el hombro al chico allí parado, a la espera ¿De qué? A ella no le importaba, necesitaba vivir sin Miranda, intentarlo. Y nada ni nadie la iba a detener. Porque eso era la libertad, perder toda esperanza era la libertad.
Pero ¿Quién era Miranda? … ¿Por qué no respondía? Espera espera, puedo hacerlo sin ella, yo sé que puedo.
La autoconvicción no hace más que enterrar nuestro más temido acto, y era fácil engañar a la duda. Si ambos conceptos fallaban, solo quedaba el miedo a lo desconocido, pero controlando a la duda, o convenciéndote de que algo, por más ridículo que fuera, podías llegar a creer lo que realmente estaba pasando o estabas por realizar. En el mundo de Miranda donde Miranda no existiese era casi imposible que la vida continuara, pero por una extraña razón la bruja estaba segura de que por una noche, una sola, ella podría arreglarse para que sus pulmones continuaran luchando contra sus costillas sobresalientes en el famoso acto de respirar.
El índice de la joven, fino y respingado, con una uña cuadrada que apenas sobresalía por encima del relieve del dedo se alza en el aire, acompasándose a la distancia contra los labios del que hablaba. No, no podía mencionarla, no podía preguntar por ella porque si ella volvía a dudar de que Miranda estuviera allí ¿Ella realmente iba a estar? Podía sentir como la brisa corría en dirección oeste al sentir la caricia suave del viento contra la piel de su dedo, todavía elevado en el aire como una amenaza implícita, un secreto que no podía develar.
-Yo soy Mirada.
Los labios apenas se entreabrieron para dejar escapar un susurro apenas más fuerte que el viento mismo, pero con una modulación que no dejaba duda de cada palabra que había pronunciado.
-Se fue.
Aquella boca que pedía a gritos acabar todos tus pecados contra ella, tentadora de todo lo que el hombre no podía resistirse comienza a curvarse sutilmente. Si, ella se fue indefectiblemente.
Grices, no eran blancos, tampoco negros.
-Tienes miedo de no ser nada.
Era un miedo compartido por varios. Pero peor era el pánico a ser algo y no saber el qué. Lo que ameritaba con ser el rostro de un ángel rápidamente se desfigura al caer en la noción de su propia realidad. Cada uno se daba cuenta de su propia miseria y allí estaba, la bruja sola ¿acaso Miranda estaba buscando que la chica entendiera eso? Maldita sea Miranda!
El vestido se amoldaba a la pequeña fracción de piernas que cubría cuando estas comenzaron a moverse, alejándose un metro o dos del joven y del circo. La brisa ya calma había dejado en paz sus mechones rubios que acomodo apenas hacía un costado sin más remedio. Rebelde la cabellera volvía a desordenarse, cayendo por ambos hombros como una cascada todavía viva en pleno bosque congelado, azotado por el invierno.
-Peligroso es si te importa salir lastimada ¿Acaso te importa terminar herido?
Una de sus cejas de alza, pero sus ojos continuaban muertos cuando su cintura apenas rota sobre su eje, mirando por sobre el hombro al chico allí parado, a la espera ¿De qué? A ella no le importaba, necesitaba vivir sin Miranda, intentarlo. Y nada ni nadie la iba a detener. Porque eso era la libertad, perder toda esperanza era la libertad.
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