Amistad , odio o Hermandad ( François Grand )

Robar en la madrugada siempre había sido sencillo, tenía la ventaja: los humanos no podían ver tan bien como él en la penumbra, no eran tan ágiles como él; y que lo igualen en velocidad era algo que nunca iba a suceder… hasta ahora. Jamás se imaginó que aquel caballero fuese miembro de la guardia real y que tuviera un caballo a pocos metros que él, por descuido, no había visto. Se había confiado demasiado y ahora estaba pagando las consecuencias, aquel señor quería atraparlo a como dé lugar y su obsesión era tanta que ni siquiera se había sentido contento cuando François había arrojado la bolsa de dinero que le había quitado. ¡Demonios!

Ni siquiera podía transformarse, lo tenía allí pisándole los talones y no pensaba, bajo ninguna circunstancia, revelar su disfraz, ¡era suyo!, le había permitido sobrevivir todos estos años. Sus pies a duras penas rozaban el empedrado del suelo, corría tan rápido que los muslos habían comenzado a arderle. No resistiría mucho, eso lo sabía, y por ello tenía que idear algo para distraerlos. Sí, distraerlos, porque no sólo era aquel señor, sino también su caballo que corría demasiado rápido. Lo malo era que ya había intentado de todo, se había metido por callejones llenos de obstáculos y el caballo simplemente los había destrozado. Claro, ¿cómo no los iba a destrozar?, ¿qué era una caja de madera frente a la fuerza de un caballo de la realeza?

De repente, un angostísimo callejón apareció a su derecha y sin pensarlo dos veces dobló con brusquedad para meterse en él. Perdió el equilibrio por la tremenda velocidad que llevaba y cayó al suelo, pero logró apoyarse con las manos y levantarse en cuestión de segundos. Se detuvo para descansar y miró hacia atrás con la esperanza de haber dejado botado a aquel guardia y su caballo: los vio rondar la entrada al no poder entrar –el callejón era demasiado angosto para su caballo.- y pudo ver la intención del guardia de bajarse para inspeccionar el callejón por su propia cuenta, pero se arrepintió. Se le hacía tarde, o eso pensó François porque lo había visto mirar su finísimo reloj.

Volteó para recorrer el callejón, su respiración todavía era bastante agitada, y le dolían las piernas como nunca le habían dolido. Además, creía que le iba a salir alguna ampolla en la planta de los pies ya que esos viejos zapatos no eran precisamente los ideales para ese tipo de huídas. –Maldito caballo.- Iba maldiciendo por lo bajo hasta que una voz puso sus sentidos nuevamente en alerta, ¿ahora quién era? Escuchó con atención. No era la voz del guardia, él había escuchado sus insultos durante toda la carrera; era otra persona definitivamente. Pero… ¿qué hacía alguien en ese callejón tan estrecho? Ni siquiera él, que dormía en cualquier parte, dormiría allí.

-¿Quién es?- Respondió sin acercarse demasiado, si algo le había enseñado la vida en la calle era a no confiar en nadie y mucho menos dentro de un callejón oscuro. Para muestra tenía sus cicatrices en la espalda.

La voz le exigió que saliera de inmediato y François no pudo hacer otra cosa más que enarcar la ceja. ¿Qué saliera?, ¿y quién creía él que era para venir a exigirle que saliera? Estaban en un callejón, en un terreno anárquico, allí nadie mandaba. Además, ni siquiera estaba escondido, simplemente no estaba lo suficientemente cerca como para que pueda verlo, y si el dueño de aquella voz pensaba que se iba a acercar estaba muy equivocado. El callejón tenía dos salidas, y él -François- bien podía dar media vuelta y salir por donde entró, sólo no lo había hecho porque creía que el guardia seguía rondando en su caballo.

Al cabo de pocos segundos la voz habló de nuevo, esta vez para decir otra desfachatez. ¿Qué no le haría daño? ¡Vaya! Que aliviado se sentía al escuchar aquello. Evidentemente el joven de identidad desconocida no significaba ninguna amenaza: su manera tan torpe de expresarse y aquella promesa de no hacerle daño lo habían delatado. ¡Estaban en las calles de París! Prometer no hacer daño era como tirarse a morir, uno tenía que hacer tanto daño como fuese necesario para mantenerse a salvo.

Así que se acercó, la curiosidad le pudo más, quería ver quién era el dueño de aquella voz. Seguro era algún niño rico que se había perdido y que se escondía en ese callejón de los ladrones como él; y si ese era el caso, pensaba robarle unos cuantos francos. Caminó con paso firme y, en cuanto sus ojos pudieron verlo, una mueca de decepción se dibujó en el rostro de François. No era ningún niño rico, se notaba por sus fachas. Era un simple joven callejero, unos dos o tres años menor a él.

-¿Aquí duerme?- Preguntó sin ni siquiera saludar o presentarse como era debido.

“¡Por supuesto que no!”

Le sorprendió bastante el tono tan agresivo en sus palabras, parecía que él había considerado un insulto el que François haya concebido la idea de que él dormía allí. Lo miró ceñudo. ¿Y qué otra cosa quería él que pensara? Lo había encontrado allí a las tres de la mañana, lo más lógico era creer que ese era lugar su descanso. Y bueno, así no lo sea, el tono empleado no había sido el más oportuno; y no necesariamente porque consideraba una falta de respeto gritarle a las personas sino porque había gente que dormía en lugares como esos, y por esa gente él no podía referirse con tanto desprecio a aquel callejón.

Pensó en reprocharle y decirle de la forma más amable posible que se relaje pero el extraño se le adelantó, lanzando una pregunta con aquel tono de superioridad que ya estaba comenzando a incomodarle. -¿Que qué hago aquí?- Repitió la pregunta al mismo tiempo que analizaba sus movimientos, ¿por qué caminaba en círculos y lo miraba con tanto detenimiento? Lo estaba poniendo nervioso y algo le decía que era mejor no quitarle los ojos de encima así que comenzó a girar al mismo ritmo que el joven desconocido.

–Pues nada.- Respondió por fin sin entrar mucho en detalles. –Vine a dar aquí por casualidad, pero ya me voy.- Dejó de girar y se colocó frente a donde se suponía estaba la salida del callejón, esa salida que precisamente estaba siendo bloqueada por el extraño ser. –Me disculpa…- Sí, no podía pasar, el callejón era demasiado estrecho y para completar el panorama justo en el sitio en donde se encontraban se hallaban un pilo de cajas que lo estrechaban aún más. Si esas cajas no hubieran estado, François hubiera pasado por un costado sin ningún problema.

–No puedo regresar por donde entré.- Su interlocutor parecía ser el prototipo de persona que le encantaba meterse en problemas, pero él no tenía ánimos para los problemas en ese instante y esperaba que con esa frase le haya quedado claro. Sólo quería irse, nada más. Había corrido demasiado, estaba cansado y lo único que quería era descansar.

Eran extraños los altibajos anímicos que su interlocutor presentaba: en momentos se notaba altanero, luego inquisitivo y por último hasta melancólico. Sí, en ese mismísimo orden. Primero le había gritado por haber pensado que dormía allí, luego lo había mirado de pies a cabeza como si estuviese buscando algo de lo que no podía fijarse a simple vista y, finalmente, le había preguntado su nombre para poco después ofrecerse a ayudarlo a salir de allí. ¡Cómo si él necesitara ayuda! Era un callejón, no un maldito laberinto. Pero bueno, no iba a responderle de aquella manera porque con lo disfuncional que parecía ser, seguro y hasta terminaba golpeándolo.

-Louis Dufaure.- Se presentó rápidamente con un nombre que acaba de inventar, nunca decía su nombre verdadero por mera precaución. El joven empezó a caminar y François lo siguió manteniendo siempre una distancia prudencial, no le daba mucha confianza y en su mente pensaba que en cualquier momento se voltearía y lo apuntaría con un arma. –Estás paranoico, François.- Repitió para sus adentros. Y sí, tal vez lo estuviese, y no era para menos: acababa de escapar de una reñida persecución. Estuvo cerca, cerquísima de ser atrapado y encerrado en un calabozo. Aunque bueno, tampoco es que fuese tan grave estar encerrado en un calabozo, fácilmente podría convertirse en gato y escapar.

De repente, el joven paró el andar y François hizo exactamente lo mismo. ¿Ya habían llegado? Él no veía ninguna salida, sólo veía una puerta de madera excesivamente descuidada y vieja.

“Es aquí, entre a este lugar le dará la salida a las calles.”

-¿Qué entre allí?- Todavía no creía que fuera cierto, ¿cómo era posible que una puerta sea la salida de ese callejón?, ¿y a dónde carajos iba a dar esa puerta? Se adelantó para obtener la respuesta por sí mismo pero al tocar la puerta para abrirla sólo consiguió arrancar un pedazo de madera, ¡vaya que estaba podrida! -¿Está seguro?- Se volteó hacia el joven y lo tomó por sorpresa el hecho de que lo estuviera mirando con tanta concentración. Tragó saliva. ¿Qué le pasaba? Desde hace minutos atrás sospechaba que el chico tenía actitudes extrañas pero esto sobrepasaba todos los límites, ¿por qué lo miraba tanto?

-¿Qué?- Preguntó. No tenía ni la menor idea de qué tramaba aquel ser pero algo le decía que debía estar preparado para todo. Por suerte habían muros a su derecha y a su izquierda, podría saltar y escabullirse si la situación lo ameritaba.

“Usted es muy extraño, pero bueno, esta es la salida”.

Enarcó una ceja ante tal comentario, ¿él era extraño? Él no era el que andaba mirando a las personas fijamente sin tener la cortesía de disimularlo. Simplemente había preguntado si estaba seguro que esa era la salida porque se le hacía extraño que un callejón desemboque en una puerta, y mucho más si era un callejón tan estrecho como en el que se encontraban en esos instantes. Todavía tenía muchas preguntas acerca de lo que podría encontrarse del otro lado del umbral, pero prefirió guardárselas para no ser visto con rareza por aquel jovencito.

-Está bien, muchísimas gracias.- Colocó la mano en la puerta y la empujó con delicadeza para que no vaya a desmoronarse frente a sus narices. Levantó un pie dispuesto a irse cuando un, grito a sus espaldas, lo obligó a voltearse y ver lo que sucedía. Le sorprendió ver al chico en el suelo, revolcándose y quejándose como si le doliera algo. Lo primero que se le vino a la mente fue el guardia al que le había robado, quizá sí había entrado al callejón y le había disparado a aquel muchacho equivocadamente pensando que era él. Y si las cosas eran así, mejor sería que se largue antes de que se diera cuenta de que se había equivocado.

-Lo siento.- Se disculpó por no quedarse a ayudarlo. Lamentablemente las cosas eran así, él tenía que velar por su bienestar porque sino nadie lo haría. Cruzó el umbral con rapidez y… un momento, ¿por qué el joven no estaba sangrando? Se volteó nuevamente y examinó el suelo para ver si encontraba algo de sangre, pero nada. Levantó la vista al callejón y dilató sus pupilas para obtener una mejor visión nocturna y… nadie. Pero, ¿si no le habían disparado entonces qué le estaba pasando?

Regresó sobre la marcha y se detuvo cerca del chico mirándolo con cierta inquietud. -¿Qué le sucede?- Preguntó.

El desconocido no respondió, se quedó allí, tirado en el suelo, gimiendo y revolcándose de dolor antes los sorprendidos ojos de François que no sabía a ciencia exacta qué era lo que estaba ocurriendo. No sabía qué podía hacer: no podía llamar por ayuda porque a esas horas nadie estaría despierto; y tampoco podía acuclillarse a brindarle auxilios porque sus conocimientos de medicina llegaban hasta limpiar las heridas y el joven no tenía ninguna herida, al menos no una que François pueda ver.

“Son espasmos que me quedan en los músculos”.

Se sorprendió aún más al escuchar aquellas palabras, ¿qué clases de espasmos eran esos? Parecía que le estaba dando una especie de ataque.

“Suelo ejercitarme demasiado, y tal vez la falta de alimento es lo que lo origina”.

Enarcó una ceja incrédulo y respiró con algo de tranquilidad, si hablaba era porque no estaba demasiado grave. Aunque… ¿espasmos por ejercitarse demasiado y no comer apropiadamente? Él se ejercitaba en demasía y su alimentación no era de las más apropiadas exactamente y sin embargo estaba allí, de pie, con los muslos ardiéndole por semejante carrera, pero de pie. No estaba en el suelo revolcándose cuan animal.

A continuación el muchacho tomó una de las piernas de François, ante la mirada atónita del mismo, y la usó a manera de apoyo para lograr ponerse de pie. Una vez que lo hizo se presentó como “Pock Sterman” y el francés se limitó a asentir con la cabeza. ¿Qué más esperaba? No se podía ser demasiado efusivo luego de semejante teatro, ni siquiera le había prestado atención a sus disculpas por interrumpirlo y cuando mencionó aquello de “gracias por haber vuelto” hizo un gesto con la mano intentándole decir que no había sido nada.

-Bueno…- Ya había perdido demasiado tiempo e iba siendo hora de que se marche. Y lo hubiese hecho sino fuera porque el tal Pock había comenzado a lanzar ideas a diestra y siniestra; y, muchas de ellas eran muy ciertas. Los ojos de François se abrían más y más con cada palabra que el chico agregaba y sus verdes pupilas se clavaron en las de su interlocutor denotando pánico y consternación. ¿Cómo sabía todo eso de él?, ¿cómo sabía que era un cambia formas? Nuevamente permaneció enmudecido y agradeció a los dioses el haber tenido la precaución de presentarse con un nombre falso.

-Sí, Louis.- Afirmó con rapidez y desvío rápidamente sus ojos de la mirada inquisidora de Pock. Su voz se notaba algo trémula, pero era normal, no todos los días uno se encontraba con un joven que sufría de extraños dolores musculares y que conocía uno de tus secretos mejores guardados. –Será mejor que me vaya.- Miró por última vez al chico para memorizar sus facciones y dio un paso hacia la puerta aquella. Se detuvo. Quizá no era buena idea salir por allí. Dio media vuelta y ahora sí emprendió un lento caminar para salir por donde había entrado.

El ver que se alejaba del chico con facilidad y sin recibir ningún sorpresivo ataque por la espalda lo llenaba de calma. Y no era que el joven Pock le hubiese caído mal, de hecho parecía ser bastante agradable, pero… el que sepa todas esas cosas de él le había jugado en su contra, consiguiendo así que François lo categorizase como una posible amenaza.

“¡Hey!”

Aceleró el andar al escucharlo, ¿podría ser posible? Quizá acababa de darse cuenta que él hablaba en serio con lo de irse y ahora planeaba detenerlo. Palpó su cintura en busca de su daga y respiró aliviado al sentirla allí. Podría defenderse si las cosas se ponían difíciles.

“Es que no somos tan diferentes.”

Disminuyó paulatinamente la velocidad hasta adoptar un paso bastante prosudo pero sin llegar a detenerse por completo. ¿Qué estaba queriéndole decir?

“Yo… soy como tú.”

Listo, había captado su atención. Se detuvo por completo y giró sobre sus talones encarando nuevamente al chico. Más le valía que nada de eso fuese una broma, él no era la burla de nadie y no tenía tiempo para aquellos jueguitos. Caminó de regreso todos los metros que se había alejado y se ubicó en donde estaba en un principio: frente al tal Pock.

Escuchó con atención todas y cada una de sus palabras, posando su mirada inquisidora en los ojos del muchacho con el objetivo de detectar vestigios de mentira o engaño, vestigios que nunca encontró. Habló de mantener el secreto y que él no había elegido ser lo que era. –Nadie.- Repitió en su mente para no interrumpir el discurso del presente. Agregó también que era solitario ya que jamás había encontrado a alguien con su “problema” y que él era el segundo al que se encontraba. ¿Había más? Él nunca había encontrado ninguno; de hecho, Pock era el primero; pero, a diferencia de él, François no se sentía para nada solo.

-“Esto”, como lo llama, no es ningún problema.- Habló por fin con absoluta seriedad, observando como el presente posaba sus ojos en los de él. –Y no debería andar contándoselo a cualquier persona que se encuentre.- Parecía que lo estaba reprendiendo.

-¿Cómo supo lo que era?- Preguntó finalmente, lo había querido hacer antes, pero antes creía que la prioridad era huir. Ahora se sentía en más confianza, después de todo “padecían del mismo problema”.

El chico se atrevió a contradecirlo y a inventar una excusa para poder catalogar, “con fundamento”, a su condición de cambia formas como un problema. François enarcó una ceja: no compartía su manera de pensar pero sin embargo era su deber como caballero respetarla. –A veces la gente ve problemas donde no los hay.- Claramente se refería a Pock. –Al menos para mí lo que diga o no diga la sociedad me tiene sin cuidado, nunca me han prestado atención y yo tampoco a ellos, no veo por qué las cosas tengan que cambiar.- Dio por terminada su respuesta y se quedó allí para ver qué más tenía para decirle. Tenía que admitirlo, era interesante compartir ideas con otro de los suyos.

Cuando le dijo que él no era cualquiera y que se lo había contado porque estaba seguro que lo entendería, François se sintió un poco mal. Mal porque él no le había tenido la misma confianza, ni siquiera le había dicho su nombre verdadero y no pensaba hacerlo. Su instinto de supervivencia era superior a cualquier cosa. –No se preocupe, no le contaré a nadie lo que es, señor…- No sabía si llamarlo por su nombre o no, no quería que el presente se haga muchas ilusiones y piense que podrían ser amigos. -…Pock.- Al final lo había dicho.

Finalmente, el joven dio un paso hacia él, y François instintivamente bajó la mirada hacia su cintura, tenía esa mala costumbre de siempre andarse fijando si la persona que se encontraba cerca de él tenía un arma. Pock no tenía ninguna, así que podía permitirle la cercanía. –Sí, a mí también me alegra.- Agregó y prefirió no reclamar por lo de “monstruos”, al parecer él tenía un muy mal concepto de sí mismo y eso era algo que no podría cambiarse. -Es el primero que conozco a decir verdad, pensé que no había más cambia formas por estos lares.- Asintió con la cabeza y lo miró a los ojos.

-¿Y usted en qué se transforma? He escuchado que cada cambia formas se especializa en un tipo específico de animales. Yo, por ejemplo, parezco tener afinidad con los felinos.- Explicó con tranquilidad y ligeramente emocionado, era gratificante sentirse sabio al menos por unos instantes. Sólo faltaba que Pock le diga: “Ya lo sabía”, y todo su orgullo se desmoronase.