Dorothea Rilke

A pesar de ser parte de la clase alta, Dorothea es una mujer de naturaleza generosa, noble, sincera y siempre muy dulce en el trato con otros, para quienes ofrece sonrisas cálidas y miradas cargadas de afecto. Sumamente empática, en especial con las personas menos afortunadas en cualquier aspecto, cuestión que en muchas ocasiones no le lleva a ser alguien que esté a salvo de sus propias actitudes y deseos de auxiliar a otros, quienes no siempre tienen las mejores intenciones o que no son completamente sinceros. De sus desencantos con las personas saca siempre lo mejor, sin pensar nunca de manera negativa o con recelo, simplemente aprendiendo para las siguientes ocasiones en que un acontecimiento similar se le presente.

Ingenua en aspectos que tengan que ver con lo sentimental. Dorothea es sumamente romántica, hasta el punto de soñar en que cuando llegue el hombre ideal a su vida va a saberlo de inmediato, además de ser creyente ferviente de que el amor todo lo puede; eso pese a que su padre trató de hacerle ver que el amor no era en realidad ese sueño tan infantil en que ella quería creer. Puede que sea ingenua cuando de asuntos sentimentales se trata, sin embargo, en otros aspectos no lo es para nada. Aprendió de su padre todo respecto a cómo mantener una fortuna y hacerla florecer incluso más, ya que cuando se trata de hacer inversiones o desarrollar algún negocio, es sumamente astuta e inteligente, volviéndola una gran empleadora o socia, así como una rival de cuidado.

Desde su más tierna infancia ha tenido un profundo amor por la lectura, el que ha favorecido no únicamente a que florezcan sus ideales sobre el amor y el romanticismo, sino que también ha ayudado a volverla una mujer culta.

Cuando entabla conversaciones, sin importar el estatus de la otra persona, piensa con mucho detenimiento las cosas antes de dar una respuesta, las que siempre da de manera prudente y educada, denotando así toda la educación que recibió no solo durante su infancia, sino que ha seguido recibiendo hasta la fecha, todo debido a que Dorothea es una mujer curiosa quien no se conforma con lo que ya conoce y siempre está buscando cosas nuevas que descubrir, aunque en muchos casos su curiosidad la lleva a caminos o situaciones inesperadas que no son del todo adecuadas para la Rilke.

Dorothea es pues como toda mujer, un acumulo de aspectos positivos y negativos, que interactúan en ella con el único fin de hacer que la joven de clase alta sobreviva en un mundo donde los más fuertes devoran sin piedad a los débiles, siendo ella un ser que sobrevive, alguien perfectamente capaz de valerse por sí misma (eso con ayuda de lo que ha aprendido en carne propia y de todo lo que su padre le inculcó y que él esperaba, ella nunca olvide porque sabía que de sus conocimientos dependerá su supervivencia en  el “mundo real”) o, al menos, lo ha sido hasta ahora.

Los padres de Dorothea fueron una pareja con una historia peculiar, una de esas que muchas veces se piensa únicamente pueden leerse en libros. Su madre era italiana, su nombre Alba. Su padre era francés, de nombre Jean y en un viaje meramente de diversión a Italia fue que se él se topo con Alba en un baile. Ninguno esperaba toparse con el otro y mucho menos esperaban que al verse fijamente a los ojos cayeran en aquella mágica conexión que la gente llama, amor a primera vista.

Fue precisamente esa conexión la que llevó a Alba a abandonar su hogar natal solo para seguir a aquel hombre de quien se encontraba tan perdidamente enamorada. Jean claro que también se encontraba locamente enamorado de ella, tanto que le prometió hacerla la mujer más feliz del mundo y no decepcionarla jamás, siendo era la manera en que terminaron regresando juntos a Francia, donde no pasaron muchos días antes de que se casaran y trataran de formar una familia. La vida de la pareja era sumamente feliz, ya que se encontraban completamente sumergidos en su propia burbuja de amor, donde no existían problemas ni preocupaciones. Los negocios de Jean florecían y daban enormes ganancias, provocando que la pareja ascendiera en la escala social, algo que aún así parecía no importantes pues mientras se tuvieran el uno al otro, no necesitaban nada más. Transcurrieron de esa manera tres maravillosos años, después de los cuales Alba dio la buena noticia de su embarazo a su esposo, quien con alegría comenzó a preparar todo lo necesario para la llegada de su primer hijo o hija.

Los meses siguientes transcurrieron en calma. Alba era mimada por Jean, quien se alegraba cada día más con la idea de la llegada del bebé. Sin embargo, una vez llegó el momento del parto no todo fue tan hermoso como la pareja lo pensó, pues a los ojos de Jean, Alba perdió su luz. ¿Qué hacer entonces cuando el amor de tu vida abandona el mundo de los vivos y deja en su lugar simplemente algo que puede considerarse una parte de su existencia? Simple. Te aferras a esa existencia y la conviertes en la persona más valiosa para ti en todo el mundo o al menos eso es lo que hizo Jean, que llamó a su pequeña Dorothea.

La niña se transformo rápidamente en el centro de la existencia de Jean, quien la cuidaba más de lo que se cuidaba a si mismo. Además de sus excesivos cuidados, Jean se pasaba largas horas planificando que era necesario que su pequeña aprendiera, a dónde es que la llevaría de paseos, qué libros le leería, a qué edad le contaría la historia de su amor con su madre. Y si bien no fue algo sencillo, Jean logró criar según su propio plan y especificaciones a Dorothea, quien creció siendo una joven bastante instruida pero al mismo tiempo demasiado ingenua.

Con 20 años, la Rilke enorgullecía a su padre ya fuera con su manera de actuar como una señorita de clase alta o en sus acertados comentarios al momento  acompañarlo a negociar, así como también honraba la memoria de su madre con su bondad para con otros. Jean en definitiva no creía haber podido criar a una mejor hija, aunque como todo padre sabía aceptar que existían ciertos detalles de personalidad que podían ponerla en peligro, motivo que le llevó a tomar ciertas medidas preventivas a espaldas de su hija.

Y Dorothea pensaba que la vida era tan perfecta como maravillosa; o lo fue hasta un día en que Jean debió salir a atender un negocio de suma importancia mientras que ella esperaba en casa por su regreso, algo que nunca ocurrió, pues Jean murió cuando el carruaje en que viajaba se volcó cerca de una montaña. El accidente no solo dejó destrozada a Dorothea por la perdida del ser que era el centro de su vida sino que además, puso sobre sus hombros la carga de los negocios y la fortuna que poseía su padre.

Tres meses han pasado desde que su padre falleció y aún visita diariamente la tumba donde descansa tanto Jean como Alba, a quienes les cuenta su día a día. Y si bien ya ha dejado de lado las ropas de luto, aún parece llevar algo de la oscuridad de las ropas que usará en su corazón.