Una obra por principio |Privado|

por **William MacLoughlin** Jue Mayo 19, 2016 12:43 am

La tarde era prematura, apenas la hora de la comida paso y dejo tras de sí la sensación de llenado y el dormitar del sopor. Al salir de casa el cielo se había nublado un poco pero la lluvia no caía aun. Mi deseo de pasear se vio detenido por una obligada visita a mi jaula, en un costado de la casa, donde se resguardaban mis preciados animales. Estaban dentro de un grande invernadero, manteniendo la temperatura interna regulada y la humedad que algunas de las aves necesitaban. Era exigente con quien podía entrar aquí, igual una buena falda podría sentirse inspirada dentro de estas paredes. Los quetzales y las victorias coronadas descansaban, produciendo sus trinos casi con sopor. Abandone el lugar después de un último vistazo y me dirigí a las calles.

De camino al centro la gente aun pululaba en las calles a pesar de la casualidad de la tormenta venidera. Damas tomadas del brazo de caballeros de variantes edades, a veces de otras damas. Los miraba, las miraba. Caminaba sin prisa, pasando por una calle y luego por otra, sin seguir una idea clara del viaje y menos del destino. Los zapatos que usaba seguían tiesos, sin mucho uso debido a que los paseos solía hacerlos en cabrioles y no a pie. Como hoy que el carruaje se quedó fuera de las calles céntricas bajo mi orden y así tome la oportunidad de hacer de esto un paseo. El clima obligo al sol a marcharse antes y al bajar la temperatura caminar fue más cómodo. Mi cabeza se enfrió y mi cabello se revolvió con una briza que iniciaba el proceso de despedir las lluvias cargadas de agua sobre la ciudad, enviándolas más allá, a los bosques y las montañas.

Después de un rato llegue a una calle más amplia y concurrida. Los abrigos sobre las ropas más ligeras habían protegido a la mayoría del clima fresco y los mantuvo en la calle, aglomerados en una presentación callejera de algo. Rodee a la gente, con las manos bien abrigadas dentro de los bolsillos de mi sobretodo y me situé donde pudiera echar un ojo al espectáculo de adelante. Mis pensamientos eran correctos y una presentación teatral se llevaba a cabo al aire libre, sin preocuparse en apariencia por el clima, por lo rudimentario de todo. Me situé casi al frente del escenario junto a uno de los postes. En su punta, allá en lo alto, se sostenían dos farolas de gas, alumbrando el día prematuramente oscuro. Observe al actor que acababa de hacer acto de presencia. Un cuerpo menudo pero esbelto, no despreciable. Con ese tiempo libre en mis manos y la obra tomando lugar allí mismo, me decidí a mirarla un rato.