AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vicios Oscuros | Privado
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Vicios Oscuros | Privado
—Dorothea Rilke. Ese es su nombre —anunció Ambrosia con voz despreocupada, casi indiferente, cuando ingresó a la habitación que los hermanos compartían como si se tratara de un legítimo matrimonio.
Lo que obtuvo como respuesta a sus palabras fue un absoluto silencio, como si allí no hubiera nadie más. Sin embargo, no se encontraba sola. Timeus yacía en el otro extremo, sentado sobre la cama. No dio señales de haberla escuchado, aunque lo había hecho. Y es que cuando Ambrosia hablaba o se hacía presente, era difícil ignorarla. Su hermana era poseedora de un porte intimidante y una autoridad innata. Toda su vida le había indicado qué hacer, cómo comportarse, y aunque hacía mucho tiempo que Timeus había dejado de ser un niño y era alguien muy diferente a lo que alguna vez fue, a sus 1982 años de edad, ya convertido en un hombre, un vampiro, seguía permitiéndoselo.
Él sabía lo que significaban aquellas escuetas palabras. Una vez más, la maldita hora había llegado. De ahí que se le hubiera formado un nudo en el estómago, no de miedo, sino de repulsión. Eran las mismas palabras que su hermana había repetido cada cierto tiempo, durante muchos años, demasiados, según el punto de vista de Timeus. Lo único que cambiaba era el nombre de la mujer, mismo que reflejaba su nacionalidad y que a su vez indicaba cada lugar que habían pisado para repetir una y otra vez su desalmada estrategia. Británicas, irlandesas, rusas, escocesas, suecas, italianas... Hoy de nuevo sumaría a su larga lista de esposas, todas muertas en circunstancias lamentables, a una francesa.
Sin necesidad de que Ambrosia diera más detalles sobre la chica, él sabía cómo debía ser ella: joven, soltera, muy rica, de personalidad ingenua y bondadosa, y con una historia triste que la volvía vulnerable y demasiado fácil de atrapar. Timeus mantuvo la boca cerrada, pero en silencio intentó adivinar qué cosa terrible tuvo que ocurrirle a esa muchacha para que su hermana la eligiese de entre tantas jóvenes millonarias que había en París. ¿Sería lisiada como Maureen Bunster, su antepenúltima esposa? Esperaba que no. Aquella inocente joven irlandesa, que tras haber pasado toda su vida atada a una silla de ruedas y por consecuencia perder la ilusión de llegar a ser la esposa de alguien, había caído ante los pies de Timeus, completamente enamorada de su gallardo y encantador caballero de pelo negro y pálida piel, tras haberle jurado éste amor eterno en el altar. Pobre Maureen, de todas sus esposas ella había sido la más inofensiva. Habiendo pasado casi diez años desde que contrajera nupcias con ella, Timeus aún seguía preguntándose cómo su hermana había tenido el valor de asesinar a la criatura. Había sido casi como matar a una niña.
Horrorizado con sus recuerdos, Timeus entreabrió la boca y suspiró. Podía sentir la taladrante mirada de Ambrosia sobre su espalda, a la espera de una mínima reacción. ¿Sabría ella lo cansado que estaba su hermano de aquella vida? Tenía que hacerse una idea, lo conocía más que nadie en el mundo. En el fondo, ella sabía que Timeus poseía un núcleo blando, una mínima parte de su ser que aún no había logrado endurecer pese a todos sus intentos. Era su más latente preocupación, una constante amenaza que le advertía que un día, si se descuidaba, podía perderlo. Por eso seguía induciéndolo a hacer cosas, horribles, las más monstruosas, motivada con la firme convicción de que así, muy pronto, lograría extinguir de su hermano eso que impedía que fueran iguales en todos los aspectos.
—Como siempre, me he encargado de todo. Está listo —continuó ella, dirigiéndose hasta el tocador—. Su madre murió en el parto y aún no acepta la pérdida de su padre, quien murió recientemente. Sólo tienes que presentarte en el cementerio, la encontrarás ahí, arrodillada, llorando su desdicha sobre la tumba familiar —un gesto de desprecio cruzó su rostro. Nada lograba irritarla más que una mujer débil y quejumbrosa, y por desgracia todas las esposas de Timeus debían ser así—. Ya sabes qué hacer.
—Sí, lo sé —respondió él al fin, mirándola de soslayo. Estaba tenso, algo inconforme y puede que hasta molesto pero, como siempre, no rechistó. Hacía mucho que se había resignado a lo inevitable.
Su hermana, a quien le encantó escuchar su afirmación, casi sonrió, pero no llegó a hacerlo. Siempre le había dado mejores resultados mostrarse estoica, severa, incluso ante su propio hermano, pues tal cosa le garantizaba salirse con la suya.
—Bien. Yo ya he cumplido con mi parte, asegúrate de cumplir con la tuya —sentenció como una sutil advertencia. No era del todo una amenaza, confiaba en que Timeus lo sabía, pues ambos saldrían beneficiados.
—Lo haré —tras una breve pausa, Timeus enderezó la espalda e irguió los hombros, determinado, como si finalmente acabara de comprender que era su deber.
¿Quién era él para defraudar a quien le había dado todo? Ambrosia había hecho demasiadas cosas por él y eso lo comprometía. Estaba en deuda con ella, siempre lo estaría. No, no podía fallarle. No lo haría.
Lo que obtuvo como respuesta a sus palabras fue un absoluto silencio, como si allí no hubiera nadie más. Sin embargo, no se encontraba sola. Timeus yacía en el otro extremo, sentado sobre la cama. No dio señales de haberla escuchado, aunque lo había hecho. Y es que cuando Ambrosia hablaba o se hacía presente, era difícil ignorarla. Su hermana era poseedora de un porte intimidante y una autoridad innata. Toda su vida le había indicado qué hacer, cómo comportarse, y aunque hacía mucho tiempo que Timeus había dejado de ser un niño y era alguien muy diferente a lo que alguna vez fue, a sus 1982 años de edad, ya convertido en un hombre, un vampiro, seguía permitiéndoselo.
Él sabía lo que significaban aquellas escuetas palabras. Una vez más, la maldita hora había llegado. De ahí que se le hubiera formado un nudo en el estómago, no de miedo, sino de repulsión. Eran las mismas palabras que su hermana había repetido cada cierto tiempo, durante muchos años, demasiados, según el punto de vista de Timeus. Lo único que cambiaba era el nombre de la mujer, mismo que reflejaba su nacionalidad y que a su vez indicaba cada lugar que habían pisado para repetir una y otra vez su desalmada estrategia. Británicas, irlandesas, rusas, escocesas, suecas, italianas... Hoy de nuevo sumaría a su larga lista de esposas, todas muertas en circunstancias lamentables, a una francesa.
Sin necesidad de que Ambrosia diera más detalles sobre la chica, él sabía cómo debía ser ella: joven, soltera, muy rica, de personalidad ingenua y bondadosa, y con una historia triste que la volvía vulnerable y demasiado fácil de atrapar. Timeus mantuvo la boca cerrada, pero en silencio intentó adivinar qué cosa terrible tuvo que ocurrirle a esa muchacha para que su hermana la eligiese de entre tantas jóvenes millonarias que había en París. ¿Sería lisiada como Maureen Bunster, su antepenúltima esposa? Esperaba que no. Aquella inocente joven irlandesa, que tras haber pasado toda su vida atada a una silla de ruedas y por consecuencia perder la ilusión de llegar a ser la esposa de alguien, había caído ante los pies de Timeus, completamente enamorada de su gallardo y encantador caballero de pelo negro y pálida piel, tras haberle jurado éste amor eterno en el altar. Pobre Maureen, de todas sus esposas ella había sido la más inofensiva. Habiendo pasado casi diez años desde que contrajera nupcias con ella, Timeus aún seguía preguntándose cómo su hermana había tenido el valor de asesinar a la criatura. Había sido casi como matar a una niña.
Horrorizado con sus recuerdos, Timeus entreabrió la boca y suspiró. Podía sentir la taladrante mirada de Ambrosia sobre su espalda, a la espera de una mínima reacción. ¿Sabría ella lo cansado que estaba su hermano de aquella vida? Tenía que hacerse una idea, lo conocía más que nadie en el mundo. En el fondo, ella sabía que Timeus poseía un núcleo blando, una mínima parte de su ser que aún no había logrado endurecer pese a todos sus intentos. Era su más latente preocupación, una constante amenaza que le advertía que un día, si se descuidaba, podía perderlo. Por eso seguía induciéndolo a hacer cosas, horribles, las más monstruosas, motivada con la firme convicción de que así, muy pronto, lograría extinguir de su hermano eso que impedía que fueran iguales en todos los aspectos.
—Como siempre, me he encargado de todo. Está listo —continuó ella, dirigiéndose hasta el tocador—. Su madre murió en el parto y aún no acepta la pérdida de su padre, quien murió recientemente. Sólo tienes que presentarte en el cementerio, la encontrarás ahí, arrodillada, llorando su desdicha sobre la tumba familiar —un gesto de desprecio cruzó su rostro. Nada lograba irritarla más que una mujer débil y quejumbrosa, y por desgracia todas las esposas de Timeus debían ser así—. Ya sabes qué hacer.
—Sí, lo sé —respondió él al fin, mirándola de soslayo. Estaba tenso, algo inconforme y puede que hasta molesto pero, como siempre, no rechistó. Hacía mucho que se había resignado a lo inevitable.
Su hermana, a quien le encantó escuchar su afirmación, casi sonrió, pero no llegó a hacerlo. Siempre le había dado mejores resultados mostrarse estoica, severa, incluso ante su propio hermano, pues tal cosa le garantizaba salirse con la suya.
—Bien. Yo ya he cumplido con mi parte, asegúrate de cumplir con la tuya —sentenció como una sutil advertencia. No era del todo una amenaza, confiaba en que Timeus lo sabía, pues ambos saldrían beneficiados.
—Lo haré —tras una breve pausa, Timeus enderezó la espalda e irguió los hombros, determinado, como si finalmente acabara de comprender que era su deber.
¿Quién era él para defraudar a quien le había dado todo? Ambrosia había hecho demasiadas cosas por él y eso lo comprometía. Estaba en deuda con ella, siempre lo estaría. No, no podía fallarle. No lo haría.
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Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Que la muerte no sólo se lleva a alguien, deja a otra persona,
y en la pequeña distancia entre que a uno se lo lleve o lo deje, las vidas cambian.
Mitch Albom
La gente siempre decía que el tiempo curaba todas las heridas y si bien Dorothea se creyó esa mentira prácticamente toda su vida, ya no lo hacía más, pues su más reciente perdida la dejó destrozada, al punto de pensar que el vacío en su pecho no desaparecería jamás. El dolor de saber que su madre murió al darle a luz había sido fuerte, la culpabilidad fue mucho peor, sin embargo, la joven siempre tuvo a su lado un padre amoroso que se encargo no solo de hacerle ver lo mucho que su difunta madre le amo, sino también lo mucho que él la amaba provocando que el dolor de ser huérfana de madre y una asesina sin intención no le afectara realmente. Jean se encargo después de todo de pudrirle el cerebro a su hija desde su infancia con historias de que el amor todo lo podía, que las personas a las que queremos nunca nos dejaban y cuanta tontería se le paso al hombre por la cabeza. Quien le hubiera dicho que en su intento de proteger a su hija del dolor, le haría sufrir mucho más. Sus intenciones claro nunca fueron malas y aún así, el mundo estaba plagado de buenas intenciones que terminaban de maneras terribles; en el caso de Jean, terminaban con su hija visitando el cementerio diariamente, llorando del dolor y la tristeza en busca de la compañía que ya no tenía más, hablando con los muertos que eran incapaces de responderle y mucho más incapaces de oírle, esperando que el padre que recientemente había muerto apareciera de la nada para decirle lo mucho que la amaba.
Ese día como ya era costumbre de meses, Dorothea uso un vestido verde esmeralda perfectamente confeccionado y arreglado por una de sus doncellas, quien para ese punto se encontraba ya cansada de rogar a la dueña de la casa que dedicara sus tardes a socializar con personas vivas, de decirle que era demasiado joven para sufrir tanto y por supuesto de recordarle que su padre no querría verla de esa manera. La joven no necesitaba que le recordasen lo que su padre quería o no, ella lo sabía a la perfección y aún así, no encontraba el motivo para dejar de ir a visitar a los suyos al cementerio. La Rilke se estaba encargando de los negocios de su padre de una manera excepcional ya que las ganancias iban en aumento, asistía a todas las fiestas y reuniones que ella sabía obligatorias para la clase acaudalada, se mostraba siempre educada con todos y no causaba ningún problema, así que no creía estar incumpliendo con nada al dedicar parte de su tiempo libre en estar con quienes ya no formaban parte del plano material.
Así que después de dejar indicaciones a los sirvientes y tomar un pequeño ramo de flores, salió solitaria en dirección a Montmartre no sin antes dejar tras de si la inconformidad de sus empleados, quienes creían demasiado peligroso que Dorothea insistiera siempre en ir y volver caminando del lúgubre lugar de descanso de sus padres, en especial en días como aquel que su visita era realizaba muy cerca ya del atardecer. Ignorando los desacuerdos y enfocada únicamente en visitar a los suyos, la Rilke caminó con paso constante hasta el cementerio sitio que había acabado conocimiento como la palma de su mano y que no le inspiraba terror alguno, sus personas más amadas estaban ahí después de todo. Montmartre de día además era bastante concurrido, tanto que al pasar por algunas tumbas debió saludar amablemente a quienes visitaban a sus muertos, justo como ella.
– Buenas tardes padre y madre – dijo apenas llegaba hasta la tumba donde podía leerse el nombre de sus progenitores – Hoy ha sido un día atareado, disculpen que no llegará antes a visitarlos – una enorme sonrisa apareció en su rostro mientras que se acercaba mucho más para poder acomodar las flores – lo importante es que ya estoy aquí y que tengo muchas cosas que contarles – y tras decir eso, se sentó muy cerca de la tumba. Tomando aire, la Rilke comenzó entonces con sus vivencias del día sumergiéndose por completo en una charla unilateral que duró demasiado tiempo, ignorando todo a su alrededor, incluyendo los colores del atardecer que se suponía indicaban la hora en que ella debía regresar a su hogar y siendo el momento en que un aire frió le hizo estremecerse cuando se percató de que la oscuridad comenzaba a inundar el cementerio, así como de que ya se había quedado completamente sola.
Un suspiro salió de sus labios y una de sus manos fue a acariciar con devoción la roca fría bajo la que se encontraban sus padres.
– Ya es tarde y tengo que irme, pero nos veremos mañana – su voz sonaba segura de aquel hecho y tras acomodarse el vestido inicio la caminata en dirección al exterior del cementerio. Montmartre se volvía mucho más lúgubre y tenebroso al caer la noche pero no fue eso lo que hizo que Dorothea se sintiera incomoda. Lo que la hizo sentirse realmente mal y como si el corazón fuera a salirse de su pecho era la sombra que estaba segura le acechaba desde la oscuridad, misma que la llevó a correr en dirección al umbral que indicaba la salida del cementerio apenas se hizo visible y a la cual no fue capaz de llegar, pues antes de lograrlo una mano se cerró sobre su brazo y un grito de pánico se ahogo en su garganta mientras que su frágil figura desaparecía entre las tumbas.
y en la pequeña distancia entre que a uno se lo lleve o lo deje, las vidas cambian.
Mitch Albom
La gente siempre decía que el tiempo curaba todas las heridas y si bien Dorothea se creyó esa mentira prácticamente toda su vida, ya no lo hacía más, pues su más reciente perdida la dejó destrozada, al punto de pensar que el vacío en su pecho no desaparecería jamás. El dolor de saber que su madre murió al darle a luz había sido fuerte, la culpabilidad fue mucho peor, sin embargo, la joven siempre tuvo a su lado un padre amoroso que se encargo no solo de hacerle ver lo mucho que su difunta madre le amo, sino también lo mucho que él la amaba provocando que el dolor de ser huérfana de madre y una asesina sin intención no le afectara realmente. Jean se encargo después de todo de pudrirle el cerebro a su hija desde su infancia con historias de que el amor todo lo podía, que las personas a las que queremos nunca nos dejaban y cuanta tontería se le paso al hombre por la cabeza. Quien le hubiera dicho que en su intento de proteger a su hija del dolor, le haría sufrir mucho más. Sus intenciones claro nunca fueron malas y aún así, el mundo estaba plagado de buenas intenciones que terminaban de maneras terribles; en el caso de Jean, terminaban con su hija visitando el cementerio diariamente, llorando del dolor y la tristeza en busca de la compañía que ya no tenía más, hablando con los muertos que eran incapaces de responderle y mucho más incapaces de oírle, esperando que el padre que recientemente había muerto apareciera de la nada para decirle lo mucho que la amaba.
Ese día como ya era costumbre de meses, Dorothea uso un vestido verde esmeralda perfectamente confeccionado y arreglado por una de sus doncellas, quien para ese punto se encontraba ya cansada de rogar a la dueña de la casa que dedicara sus tardes a socializar con personas vivas, de decirle que era demasiado joven para sufrir tanto y por supuesto de recordarle que su padre no querría verla de esa manera. La joven no necesitaba que le recordasen lo que su padre quería o no, ella lo sabía a la perfección y aún así, no encontraba el motivo para dejar de ir a visitar a los suyos al cementerio. La Rilke se estaba encargando de los negocios de su padre de una manera excepcional ya que las ganancias iban en aumento, asistía a todas las fiestas y reuniones que ella sabía obligatorias para la clase acaudalada, se mostraba siempre educada con todos y no causaba ningún problema, así que no creía estar incumpliendo con nada al dedicar parte de su tiempo libre en estar con quienes ya no formaban parte del plano material.
Así que después de dejar indicaciones a los sirvientes y tomar un pequeño ramo de flores, salió solitaria en dirección a Montmartre no sin antes dejar tras de si la inconformidad de sus empleados, quienes creían demasiado peligroso que Dorothea insistiera siempre en ir y volver caminando del lúgubre lugar de descanso de sus padres, en especial en días como aquel que su visita era realizaba muy cerca ya del atardecer. Ignorando los desacuerdos y enfocada únicamente en visitar a los suyos, la Rilke caminó con paso constante hasta el cementerio sitio que había acabado conocimiento como la palma de su mano y que no le inspiraba terror alguno, sus personas más amadas estaban ahí después de todo. Montmartre de día además era bastante concurrido, tanto que al pasar por algunas tumbas debió saludar amablemente a quienes visitaban a sus muertos, justo como ella.
– Buenas tardes padre y madre – dijo apenas llegaba hasta la tumba donde podía leerse el nombre de sus progenitores – Hoy ha sido un día atareado, disculpen que no llegará antes a visitarlos – una enorme sonrisa apareció en su rostro mientras que se acercaba mucho más para poder acomodar las flores – lo importante es que ya estoy aquí y que tengo muchas cosas que contarles – y tras decir eso, se sentó muy cerca de la tumba. Tomando aire, la Rilke comenzó entonces con sus vivencias del día sumergiéndose por completo en una charla unilateral que duró demasiado tiempo, ignorando todo a su alrededor, incluyendo los colores del atardecer que se suponía indicaban la hora en que ella debía regresar a su hogar y siendo el momento en que un aire frió le hizo estremecerse cuando se percató de que la oscuridad comenzaba a inundar el cementerio, así como de que ya se había quedado completamente sola.
Un suspiro salió de sus labios y una de sus manos fue a acariciar con devoción la roca fría bajo la que se encontraban sus padres.
– Ya es tarde y tengo que irme, pero nos veremos mañana – su voz sonaba segura de aquel hecho y tras acomodarse el vestido inicio la caminata en dirección al exterior del cementerio. Montmartre se volvía mucho más lúgubre y tenebroso al caer la noche pero no fue eso lo que hizo que Dorothea se sintiera incomoda. Lo que la hizo sentirse realmente mal y como si el corazón fuera a salirse de su pecho era la sombra que estaba segura le acechaba desde la oscuridad, misma que la llevó a correr en dirección al umbral que indicaba la salida del cementerio apenas se hizo visible y a la cual no fue capaz de llegar, pues antes de lograrlo una mano se cerró sobre su brazo y un grito de pánico se ahogo en su garganta mientras que su frágil figura desaparecía entre las tumbas.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/05/2016
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Re: Vicios Oscuros | Privado
El sol ya había caído. De pie, solo y con una actitud renovada que nada tenía que ver con el dudoso e inconforme Timeus de hacía unas horas, el vampiro permaneció en lo alto de un edificio, agudizando sus sentidos, divisando el panorama que se abría ante él. El cementerio de Montmartre era grande y, sin duda, un magnífico lugar; repleto de mausoleos construidos sobre las tumbas de todos aquellos que ahora descansaban en tierra santa, algunos de ellos personajes demasiado importantes. Poetas, escritores, actores, dramaturgos, compositores, daba igual. A Timeus poco le importaba. No estaba allí para visitar el sepulcro de nadie, pero sí para acechar a la que pronto se uniría a la tumba de los Rilke, completando así un lamentable y trágico cuadro familiar. Una pena, desde luego, sobre todo si se tenía en cuenta lo joven que era la única sobreviviente de su estirpe, pero así tenía que ser. Tanto él como su hermana ya se habían encargado de trazar su destino y la muerte ya la rondaba, lamiéndola ávidamente, ansiosa, desesperada por reclamar cuanto antes lo que ya era suyo.
El lejano sonido de los tacones de unas botas atrajo su atención. Notó cómo la inconfundible figura de una mujer andaba a través de esculturas fúnebres, y justo detrás de ella, una sombra se movía sigilosamente, aproximándose con cada segundo transcurrido. Pronto la sorprendería, dándole un susto de muerte. Timeus supo que, de acuerdo al estructurado plan, orquestado por su astuta hermana, había llegado el momento de hacer acto de aparición. Dio un salto que lo aproximó al lugar y avanzó, aún sin revelar su presencia. Sus pasos eran silenciosos, tanto, que casi parecía que flotaba por el pavimento. Cada uno de sus movimientos eran ejecutados con pericia, con la elegancia propia de un caballero de la corte inglesa. Y su aspecto, así como intrigante, resultaba tan funesto como el lugar. Iba ataviado con el atuendo típico de un vampiro lúgubre como él: levita, chaleco, pantalón y corbata de seda, y encima una capa, larga hasta las rodillas, todo en color negro, contrastando perfectamente con la blancura excesiva de su piel. Evitaba el contacto físico cubriendo sus manos con guantes, también negros. Y para justificar su presencia en el cementerio, llevaba consigo un ramo pequeño de flores.
Cuando escuchó el primer grito femenino, apuró el paso y se preparó para actuar con rapidez. Muy cerca de la salida del cementerio encontró al sujeto contratado por su hermana, acorralando a la pobre muchacha que intentaba defenderse sin demasiado éxito.
—¿Qué cree que hace? —cuestionó, fingiendo confusión. El agresor ni se inmutó—. Pregunté que qué hace —insistió una vez más, acercándose un poco. Pero cuando vio que era inútil y que aquel hombre estaba decidido a cumplir debidamente con el trabajo que le había sido asignado, Timeus soltó el ramo y se abalanzó sobre él.
—¡Suéltala, monstruo! —le exigió, pescándolo de los hombros, utilizando una pequeña parte de su descomunal fuerza para estamparlo contra el muro de un mausoleo.
No era más que una treta, la perfecta simulación de un asalto pero, decidido a efectuar con maestría su papel de héroe, no dudó en arremeterlo con agresividad. Los dos hombres forcejearon ante la mirada atónita de la aterrorizada muchacha. Timeus le atestó un puñetazo en la cara al delincuente, y tras permitir que éste lo golpeara en el abdomen, él volvió a golpearlo, tan fuerte, que ésta vez el sujeto salió huyendo del lugar. Fingiendo una respiración alterada por el reciente enfrentamiento, enseguida se aproximó a ella.
—¿Se encuentra bien, Madame? Dios, está tan pálida. ¿Le hizo daño? ¿Está herida? —la mujer se notaba tan afectada, que supuso que no respondería a ninguna de sus preguntas. Por todos los cielos, ¡era tan joven y parecía tan indefensa! Timeus creyó que se desmayaría, pero aguantó. Aún así la tomó con cuidado de los hombros, siendo precavido para evitar alterarla más, y la ayudó a sostenerse.
—Venga, quédese aquí un momento, en lo que recupera el aliento —le dijo mientras la conducía a una tumba, donde la ayudó a sentarse. Transcurridos algunos minutos, añadió—: ¿Se encuentra mejor ahora? Él no volverá, no hay de qué preocuparse ya. Está a salvo conmigo, se lo prometo.
Pero aquella falsa promesa no era más que el inicio de todo. Un preámbulo a la desgracia. Una muerte anunciada.
El lejano sonido de los tacones de unas botas atrajo su atención. Notó cómo la inconfundible figura de una mujer andaba a través de esculturas fúnebres, y justo detrás de ella, una sombra se movía sigilosamente, aproximándose con cada segundo transcurrido. Pronto la sorprendería, dándole un susto de muerte. Timeus supo que, de acuerdo al estructurado plan, orquestado por su astuta hermana, había llegado el momento de hacer acto de aparición. Dio un salto que lo aproximó al lugar y avanzó, aún sin revelar su presencia. Sus pasos eran silenciosos, tanto, que casi parecía que flotaba por el pavimento. Cada uno de sus movimientos eran ejecutados con pericia, con la elegancia propia de un caballero de la corte inglesa. Y su aspecto, así como intrigante, resultaba tan funesto como el lugar. Iba ataviado con el atuendo típico de un vampiro lúgubre como él: levita, chaleco, pantalón y corbata de seda, y encima una capa, larga hasta las rodillas, todo en color negro, contrastando perfectamente con la blancura excesiva de su piel. Evitaba el contacto físico cubriendo sus manos con guantes, también negros. Y para justificar su presencia en el cementerio, llevaba consigo un ramo pequeño de flores.
Cuando escuchó el primer grito femenino, apuró el paso y se preparó para actuar con rapidez. Muy cerca de la salida del cementerio encontró al sujeto contratado por su hermana, acorralando a la pobre muchacha que intentaba defenderse sin demasiado éxito.
—¿Qué cree que hace? —cuestionó, fingiendo confusión. El agresor ni se inmutó—. Pregunté que qué hace —insistió una vez más, acercándose un poco. Pero cuando vio que era inútil y que aquel hombre estaba decidido a cumplir debidamente con el trabajo que le había sido asignado, Timeus soltó el ramo y se abalanzó sobre él.
—¡Suéltala, monstruo! —le exigió, pescándolo de los hombros, utilizando una pequeña parte de su descomunal fuerza para estamparlo contra el muro de un mausoleo.
No era más que una treta, la perfecta simulación de un asalto pero, decidido a efectuar con maestría su papel de héroe, no dudó en arremeterlo con agresividad. Los dos hombres forcejearon ante la mirada atónita de la aterrorizada muchacha. Timeus le atestó un puñetazo en la cara al delincuente, y tras permitir que éste lo golpeara en el abdomen, él volvió a golpearlo, tan fuerte, que ésta vez el sujeto salió huyendo del lugar. Fingiendo una respiración alterada por el reciente enfrentamiento, enseguida se aproximó a ella.
—¿Se encuentra bien, Madame? Dios, está tan pálida. ¿Le hizo daño? ¿Está herida? —la mujer se notaba tan afectada, que supuso que no respondería a ninguna de sus preguntas. Por todos los cielos, ¡era tan joven y parecía tan indefensa! Timeus creyó que se desmayaría, pero aguantó. Aún así la tomó con cuidado de los hombros, siendo precavido para evitar alterarla más, y la ayudó a sostenerse.
—Venga, quédese aquí un momento, en lo que recupera el aliento —le dijo mientras la conducía a una tumba, donde la ayudó a sentarse. Transcurridos algunos minutos, añadió—: ¿Se encuentra mejor ahora? Él no volverá, no hay de qué preocuparse ya. Está a salvo conmigo, se lo prometo.
Pero aquella falsa promesa no era más que el inicio de todo. Un preámbulo a la desgracia. Una muerte anunciada.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/06/2012
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Había estado tan cerca de escapar, tan cerca de poder llegar a la calle donde seguro alguien la vería y le ayudaría, tan cerca pero a la vez tan lejos. En aquellos momentos donde su pequeña figura era arrastrada a las sombras, Dorothea juraba poder escuchar con más claridad el latido de su aterrorizado corazón que cualquier otra cosa a su alrededor, incluido lo que su atacante pronunciaba muy cerca de su oído y que para ella, no eran más que palabras carentes de todo sentido. De hecho, todo carecía de sentido en esos instantes.
Su cuerpo fue empujado con brusquedad contra un enorme mausoleo, siendo el golpe, seguido del falló en sus piernas y la posterior caída al suelo lo que la hizo finalmente despertar del estado de shock en que parecía estar sumergida. Los ojos de la Rilke se posaron entonces sobre la figura masculina que se encontraba de pie frente a ella y la realidad de la situación a la que se estaba enfrentando la golpeo. Iba a morir. Ahí en el cementerio a manos de un hombre que solo Dios sabía lo que planeara hacerle antes de matarla. Aterrada ante la revelación de su destino y observando como el desconocido se inclinaba para quedar más cerca de ella, Dorothea soltó un grito, esperando porque su ángel guardián actuara y enviase a alguien a salvarla.
Las manos de su atacante fueron a su boca antes de que la voz severa del hombre le ordenara que se callara. El cuerpo de Dorothea temblaba con violencia contra la fría roca del mausoleo y la sensación de ser una mujer sucia comenzó a rondarle la mente apenas las manos masculinas comenzaron a recorrer su cuerpo, ella se decía que en busca de joyas o dinero, pero las intenciones del hombre podían ser de cualquier tipo. En un intento por viajar a un lugar mejor, Dorothea cerró los ojos, temblando y esperando porque su sufrimiento llegará pronto a su fin. Si iba a morir, que fuera pronto, así se reuniría finalmente con los suyos y tanto el sufrimiento de esos momentos como el de los últimos meses, terminaría al fin.
El mundo era un lugar terrible, plagado de malas experiencias y dolor pero también existían momentos de luz. Y en aquella situación completamente oscura, la luz de Dorothea llegó momentos después de su grito. Una nueva voz masculina que cuestionaba las acciones de su atacante resonó en el cementerio y los ojos de la muchacha se abrieron justo en el instante que el maleante era alejado de su tembloroso cuerpo. Segundos después de quedar en libertad, una pelea se desarrollaba entre el ángel y el demonio, mientras que ella no podía hacer nada más que temblar y observar la escena.
Deseo gritarle a su ángel guardián que tuviera cuidado, que el hombre podría estar armado y ser peligroso pero ningún sonido salió de sus labios, ni siquiera cuando la pelea llegó a su fin y su salvador se acercó hasta ella. Las peguntas flotaban en el aire, preguntas que como respuesta recibieron únicamente el sollozo de Dorothea. Con ayuda de su caballero de brillante armadura, se incorporo y tomo asiento en la tumba hasta la que fue guiada.
Aferrada a las ropas ajenas, Dorothea sollozo durante unos minutos más. En otras circunstancias habría tratado de mostrarse un poco más fuerte, pero ¿Quién era verdaderamente fuerte cuando se enfrentaba a la muerte? Lentamente el sollozo se detuvo, al igual que los temblores de su cuerpo. Con delicadeza soltó entonces las ropas masculinas y escuchando las palabras del hombre que permanecía a su lado, asintió.
– Llegó a salvarme justo en el momento preciso aunque no debía hacerlo, no tenía ninguna responsabilidad y puso en peligro su propia vida – susurró con un atisbo de sonrisa en los labios, levantando la mirada para encontrarse con el rostro de aquel que le garantizaba que a su lado estaba segura. Ahora que no se enfrentaba a la muerte, Dorothea podía darse cuenta de que su salvador era un hombre muy bien parecido y que su manera de actuar aunada a su atractivo podía darle el apelativo de príncipe – le estaré en eterna gratitud por ello, así que si existe algo que pueda hacer o darle para compensar su ayuda, solo pida – prosiguió Dorothea, que pasaba de estar viviendo una pesadilla a encontrarse experimentando, lo más cercano hasta el momento a uno de los cuentos que tanto gustaba leer y deseaba más que nada vivir – Dígame, ¿Puedo saber el nombre de quien se ha arriesgado por mi?.
Su cuerpo fue empujado con brusquedad contra un enorme mausoleo, siendo el golpe, seguido del falló en sus piernas y la posterior caída al suelo lo que la hizo finalmente despertar del estado de shock en que parecía estar sumergida. Los ojos de la Rilke se posaron entonces sobre la figura masculina que se encontraba de pie frente a ella y la realidad de la situación a la que se estaba enfrentando la golpeo. Iba a morir. Ahí en el cementerio a manos de un hombre que solo Dios sabía lo que planeara hacerle antes de matarla. Aterrada ante la revelación de su destino y observando como el desconocido se inclinaba para quedar más cerca de ella, Dorothea soltó un grito, esperando porque su ángel guardián actuara y enviase a alguien a salvarla.
Las manos de su atacante fueron a su boca antes de que la voz severa del hombre le ordenara que se callara. El cuerpo de Dorothea temblaba con violencia contra la fría roca del mausoleo y la sensación de ser una mujer sucia comenzó a rondarle la mente apenas las manos masculinas comenzaron a recorrer su cuerpo, ella se decía que en busca de joyas o dinero, pero las intenciones del hombre podían ser de cualquier tipo. En un intento por viajar a un lugar mejor, Dorothea cerró los ojos, temblando y esperando porque su sufrimiento llegará pronto a su fin. Si iba a morir, que fuera pronto, así se reuniría finalmente con los suyos y tanto el sufrimiento de esos momentos como el de los últimos meses, terminaría al fin.
El mundo era un lugar terrible, plagado de malas experiencias y dolor pero también existían momentos de luz. Y en aquella situación completamente oscura, la luz de Dorothea llegó momentos después de su grito. Una nueva voz masculina que cuestionaba las acciones de su atacante resonó en el cementerio y los ojos de la muchacha se abrieron justo en el instante que el maleante era alejado de su tembloroso cuerpo. Segundos después de quedar en libertad, una pelea se desarrollaba entre el ángel y el demonio, mientras que ella no podía hacer nada más que temblar y observar la escena.
Deseo gritarle a su ángel guardián que tuviera cuidado, que el hombre podría estar armado y ser peligroso pero ningún sonido salió de sus labios, ni siquiera cuando la pelea llegó a su fin y su salvador se acercó hasta ella. Las peguntas flotaban en el aire, preguntas que como respuesta recibieron únicamente el sollozo de Dorothea. Con ayuda de su caballero de brillante armadura, se incorporo y tomo asiento en la tumba hasta la que fue guiada.
Aferrada a las ropas ajenas, Dorothea sollozo durante unos minutos más. En otras circunstancias habría tratado de mostrarse un poco más fuerte, pero ¿Quién era verdaderamente fuerte cuando se enfrentaba a la muerte? Lentamente el sollozo se detuvo, al igual que los temblores de su cuerpo. Con delicadeza soltó entonces las ropas masculinas y escuchando las palabras del hombre que permanecía a su lado, asintió.
– Llegó a salvarme justo en el momento preciso aunque no debía hacerlo, no tenía ninguna responsabilidad y puso en peligro su propia vida – susurró con un atisbo de sonrisa en los labios, levantando la mirada para encontrarse con el rostro de aquel que le garantizaba que a su lado estaba segura. Ahora que no se enfrentaba a la muerte, Dorothea podía darse cuenta de que su salvador era un hombre muy bien parecido y que su manera de actuar aunada a su atractivo podía darle el apelativo de príncipe – le estaré en eterna gratitud por ello, así que si existe algo que pueda hacer o darle para compensar su ayuda, solo pida – prosiguió Dorothea, que pasaba de estar viviendo una pesadilla a encontrarse experimentando, lo más cercano hasta el momento a uno de los cuentos que tanto gustaba leer y deseaba más que nada vivir – Dígame, ¿Puedo saber el nombre de quien se ha arriesgado por mi?.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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Aquella mirada. Era la misma que había presenciado tantas veces, en todas esas mujeres, cuyo paradero se desconocía. La historia siempre comenzaba así. El caballero británico se les plantaba enfrente, con un encanto inusual y una seguridad de hierro, y de alguna manera les hacía creer que era su destino. Retacaba sus corazones de esperanza; representaba la luz en sus sombrías y tristes vidas. Las hacía soñar, invadiéndolas de un júbilo salvaje que se apoderaba lenta y permanentemente de ellas. Una vez logrado esto, nada era capaz de obstaculizar sus planes.
Dorothea no dio señales de que fuera a volverse un desafío. Para él, ella había sido hecha con el mismo molde. La miraba y, aunque físicamente fuera hermosa, se negaba a creer que hubiera algo especial en ella, algún rasgo en su personalidad que la diferenciara del resto. No. Era una más. Sólo eso. Así era como su hermana le había enseñado a verlas, no como personas, sino como instrumentos; marionetas; objetos.
—Bajo ningún concepto, señorita —respondió y enseguida mostró un ligero gesto de indignación demasiado breve—. Aún no ha llegado el día en el que Timeus Graves acepte algo a cambio de un acto tan desinteresado —se hizo una breve pausa—. Ése es mi nombre —curvó la boca, dedicándole una pequeña sonrisa, luego se inclinó un poco para hacer una reverencia—. Y si desea pagarme de algún modo lo que he hecho por usted, podría decirme el suyo. Eso, así como el placer de verla íntegra, serán la mayor recompensa.
El gesto en su boca se amplió más, hasta que sin proponérselo se volvió fascinante. Qué extraño era que una criatura como él, tan sombría, tan carente de escrúpulos, tan negligente, poseyera una sonrisa tan cálida. Ambrosia rara vez sonreía, y cuando llegaba a hacerlo, definitivamente no provocaba el mismo sentimiento.
—¿Puedo preguntarle qué hacía aquí tan noche y además sola? No son horas para estar en un cementerio —pronunció con suavidad y paciencia, dos virtudes de las que su hermana carecía. No tenía sentido preguntar algo que Ambrosia ya se había encargado de contarle con lujo de detalles, pero para él no significaba una pérdida de tiempo. Si lograba que ella se animara a hablarle de su familia, de su reciente pérdida, a él, que todavía era un completo extraño, lograría cualquier cosa. Era una excelente táctica, una que debía utilizar, en especial ahora que necesitaba crear un vínculo con ella.
Dorothea no dio señales de que fuera a volverse un desafío. Para él, ella había sido hecha con el mismo molde. La miraba y, aunque físicamente fuera hermosa, se negaba a creer que hubiera algo especial en ella, algún rasgo en su personalidad que la diferenciara del resto. No. Era una más. Sólo eso. Así era como su hermana le había enseñado a verlas, no como personas, sino como instrumentos; marionetas; objetos.
—Bajo ningún concepto, señorita —respondió y enseguida mostró un ligero gesto de indignación demasiado breve—. Aún no ha llegado el día en el que Timeus Graves acepte algo a cambio de un acto tan desinteresado —se hizo una breve pausa—. Ése es mi nombre —curvó la boca, dedicándole una pequeña sonrisa, luego se inclinó un poco para hacer una reverencia—. Y si desea pagarme de algún modo lo que he hecho por usted, podría decirme el suyo. Eso, así como el placer de verla íntegra, serán la mayor recompensa.
El gesto en su boca se amplió más, hasta que sin proponérselo se volvió fascinante. Qué extraño era que una criatura como él, tan sombría, tan carente de escrúpulos, tan negligente, poseyera una sonrisa tan cálida. Ambrosia rara vez sonreía, y cuando llegaba a hacerlo, definitivamente no provocaba el mismo sentimiento.
—¿Puedo preguntarle qué hacía aquí tan noche y además sola? No son horas para estar en un cementerio —pronunció con suavidad y paciencia, dos virtudes de las que su hermana carecía. No tenía sentido preguntar algo que Ambrosia ya se había encargado de contarle con lujo de detalles, pero para él no significaba una pérdida de tiempo. Si lograba que ella se animara a hablarle de su familia, de su reciente pérdida, a él, que todavía era un completo extraño, lograría cualquier cosa. Era una excelente táctica, una que debía utilizar, en especial ahora que necesitaba crear un vínculo con ella.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Los humanos podían pasar demasiado rápido del dolor a la gloria, del cielo al infierno. Dorothea llevaba meses experimentando su caída del cielo y aquella noche en el cementerio, la Rilke pensó que sería el momento en que en definitiva su cuerpo se estrellaría contra el suelo, llevándola a la muerte pero cuando estuvo a punto de abandonarse, había sido salvada, auxiliada a subir un poco más a ese cielo que abandono del todo cuando su padre murió.
El rostro de la muchacha que segundos antes se mostraba tanto aterrorizado como cubierto de lágrimas, ahora exhibía un poco más de alegría pese a que sus ojos mostraran la pena que experimentó. Aquel caballero que se presentaba ante ella como Timeus Graves era su salvador, alguien enviado por gracia divina para auxiliarla en los momentos que más necesitaba y por eso era que Dorothea se sentiría siempre en deuda con él. En la oscuridad de la noche y siendo la luz brindada por la luna la única que les permitía verse, Dorothea aún no se atrevía a observar su vestido así que para desterrar la idea de llevar sus ojos hasta su falda, se forzó a centrar su mirada en el apuesto caballero frente a ella y a desviar sus pensamientos, enfocándolos en responder a las palabras masculinas.
La sonrisa en los labios de Dorothea se ensancho al saber que aquel hombre no solo era valeroso, apuesto y caballeroso sino también bondadoso de corazón. Alguien que ayudaba a los menos afortunados sin esperar nada a cambio. Tras la reverencia mostrada por Timeus, la joven poseedora de la fortuna Rilke se limpió el rostro, tratando de verse más presentable aunque bien sabía que su aspecto debía ser deplorable.
– Dorothea Rilke, ese es mi nombre – la sonrisa que Graves le dedicara la llevó a contener el aliento y a desviar la mirada avergonzada al percatarse de lo sencillo que era perderse en ese sencillo gesto. Su corazón también se había acelerado en su pecho y aunque ella bien sabía que era por Timeus, trató de decirse a si misma, que su cuerpo aún no superaba del todo el ataque del malhechor.
Sus pensamiento, esos que le eran tan confusos en esos segundos tuvieron que ser hechos a un lado. Rilke no era una mujer torpe y no estaba dispuesta a quedar como tal esa noche, mucho menos en presencia de un hombre como Graves, a quien aún tenía que pagar por sus atenciones, con todo y que él no lo quisiera. Haciendo entonces acopio de toda la fuerza mental que le quedaba, se obligo a si misma a recomponerse y a responder a las preguntas de Timeus sin pensar en su sonrisa o en lo apuesto que era.
– Tiene razón, no son horas de estar en un cementerio pero el tiempo se me ha ido sin pensar – sus ojos buscaron entonces lo ajenos – y lo que hago aquí es lo que todos hacen – sonrió con tristeza – visitar a aquellos que no están más con nosotros – dejó de observar los ojos de Timeus entonces para observar a la oscuridad – Mis padres están sepultados aquí y lo visito todos los días, no puedo dejar de hacerlo – guardo silencio entonces. No era un secreto su tragedia y aún así le era doloroso el contarla – ¿Y usted? – soltó sin ningún preámbulo – ¿Usted a quien ha venido a visitar? – cuestionó volviendo la mirada una vez más a su valiente salvador.
El rostro de la muchacha que segundos antes se mostraba tanto aterrorizado como cubierto de lágrimas, ahora exhibía un poco más de alegría pese a que sus ojos mostraran la pena que experimentó. Aquel caballero que se presentaba ante ella como Timeus Graves era su salvador, alguien enviado por gracia divina para auxiliarla en los momentos que más necesitaba y por eso era que Dorothea se sentiría siempre en deuda con él. En la oscuridad de la noche y siendo la luz brindada por la luna la única que les permitía verse, Dorothea aún no se atrevía a observar su vestido así que para desterrar la idea de llevar sus ojos hasta su falda, se forzó a centrar su mirada en el apuesto caballero frente a ella y a desviar sus pensamientos, enfocándolos en responder a las palabras masculinas.
La sonrisa en los labios de Dorothea se ensancho al saber que aquel hombre no solo era valeroso, apuesto y caballeroso sino también bondadoso de corazón. Alguien que ayudaba a los menos afortunados sin esperar nada a cambio. Tras la reverencia mostrada por Timeus, la joven poseedora de la fortuna Rilke se limpió el rostro, tratando de verse más presentable aunque bien sabía que su aspecto debía ser deplorable.
– Dorothea Rilke, ese es mi nombre – la sonrisa que Graves le dedicara la llevó a contener el aliento y a desviar la mirada avergonzada al percatarse de lo sencillo que era perderse en ese sencillo gesto. Su corazón también se había acelerado en su pecho y aunque ella bien sabía que era por Timeus, trató de decirse a si misma, que su cuerpo aún no superaba del todo el ataque del malhechor.
Sus pensamiento, esos que le eran tan confusos en esos segundos tuvieron que ser hechos a un lado. Rilke no era una mujer torpe y no estaba dispuesta a quedar como tal esa noche, mucho menos en presencia de un hombre como Graves, a quien aún tenía que pagar por sus atenciones, con todo y que él no lo quisiera. Haciendo entonces acopio de toda la fuerza mental que le quedaba, se obligo a si misma a recomponerse y a responder a las preguntas de Timeus sin pensar en su sonrisa o en lo apuesto que era.
– Tiene razón, no son horas de estar en un cementerio pero el tiempo se me ha ido sin pensar – sus ojos buscaron entonces lo ajenos – y lo que hago aquí es lo que todos hacen – sonrió con tristeza – visitar a aquellos que no están más con nosotros – dejó de observar los ojos de Timeus entonces para observar a la oscuridad – Mis padres están sepultados aquí y lo visito todos los días, no puedo dejar de hacerlo – guardo silencio entonces. No era un secreto su tragedia y aún así le era doloroso el contarla – ¿Y usted? – soltó sin ningún preámbulo – ¿Usted a quien ha venido a visitar? – cuestionó volviendo la mirada una vez más a su valiente salvador.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Finge, Timeus. Hazles creer que en verdad te conmueven sus historias desgraciadas. Convéncelas. Acógelas en tus brazos, como si se tratara de pequeñas niñas cuyas vidas rotas serás capaz de reconstruir y llevar a la gloria. Haz que su mundo se reduzca a tu sola existencia. Y cuando eso ocurra, cuando ya no conciban una vida sin ti, yo estaré allí, encantada de poder apuñalarles por la espalda…
Una vez más, las brutales palabras de Ambrosia hicieron eco en su cabeza. Como si fuera necesario recordarlas… Con tantos años poniéndolas en práctica, las tenía bien aprendidas. Aun así, cada que tenían una nueva víctima en puerta, ella insistía en recapitular cada movimiento, como si temiera que su querido hermano olvidase alguno de ellos y lo echara a perder. Sin embargo, todavía no había llegado el día en el que la defraudara. Seguía al pie de la letra sus consejos, continuaba satisfaciendo cada uno de sus caprichos, y lo seguiría haciendo, aun si no siempre estaba de acuerdo con ella.
—¿Sus padres? ¿Ambos? Oh… —la voz del vampiro, naturalmente grave y arrebatadora, de pronto se apagó. Timeus desvió y bajó la mirada un breve instante, como intentando comprender la difícil situación. De pronto pareció avergonzado, genuinamente consternado con la desgracia ajena—. No tiene idea de lo mucho que lamento escuchar eso. Es demasiado triste.
De haber llevado un sombrero en la cabeza, sin duda ése habría sido el momento indicado para quitárselo y mostrarle sus respetos. Pero no le hizo falta. Se llevó la mano enguantada hasta el pecho y mantuvo el semblante afligido durante el minuto de silencio que dedicó a la memoria de los Rilke. Cuando se lo proponía, podía ser tan buen actor. No obstante, sabía que no era suficiente. Debía esmerarse un poco más, hacerle creer a la pobre muchacha que sus palabras no eran simple condescendencia, sino que verdaderamente la entendía, mucho más de lo que ella era capaz de imaginar.
—Espero que su pérdida no sea muy reciente, aunque sé que eso no hace la diferencia. Uno, siete, quince años… Uno nunca deja de extrañarlos —liberó un largo suspiro y con contenido desconsuelo presionó la mano sobre su pecho, la inequívoca señal de que aún le dolía demasiado el recuerdo de un ser amado—. El día de hoy pasaba a visitar la tumba de un muy querido amigo, pero mis padres también murieron, hace muchos años, cuando yo era todavía muy joven. Veinte años han pasado desde entonces y le aseguro que no hay un día que transcurra sin que yo piense en ellos —aunque, por supuesto, ella ignoraba los verdaderos motivos por los cuales el recuerdo de su egoísta padre y la tirana de su madre seguían atormentándolo a él y a su hermana—. Ambos descansan en Inglaterra, donde nací.
Probablemente, de haberle relatado la verdadera historia de la muerte de sus padres, cómo su hermana se había encargado de asesinarlos a ambos, a uno envenenándolo y a la otra aventándola de las escaleras, y cómo él había sido su cómplice al no haber hecho absolutamente nada para impedirlo, la reacción de Dorothea habría sido otra muy diferente. Pero se le plantaba enfrente y le contaba una historia conmovedora, y no conforme con ello, se atrevía a dedicarle una mirada afligida, esperando despertar en ella algún sentimiento que lo beneficiara, aunque de su parte no fuera más que una gran actuación.
—Estoy seguro de que su tristeza es profunda y también será duradera, pero aunque entienda a la perfección su dolor, señorita Rilke, debo insistir en que no debería andar sola por ahí. Ya lo hemos visto, es peligroso. En otra ocasión podría no correr con la misma suerte de hoy —avanzó un paso hacia ella. Sus ojos verdes la miraron con una indescriptible intensidad. Timeus Graves era seductor hasta cuando no se lo proponía—. Le ruego me permita acompañarla hasta su hogar. Sólo así podré sentirme en paz —en un mudo gesto protector, le ofreció su brazo para escoltarla.
Estaba sucediendo. Era real. En el momento en que la inocente Dorothea Rilke tomara el brazo del galante y oscuro caballero británico, entraría en un pozo muy profundo en el que comenzaría a hundirse para pronto no encontrar salida.
Una vez más, las brutales palabras de Ambrosia hicieron eco en su cabeza. Como si fuera necesario recordarlas… Con tantos años poniéndolas en práctica, las tenía bien aprendidas. Aun así, cada que tenían una nueva víctima en puerta, ella insistía en recapitular cada movimiento, como si temiera que su querido hermano olvidase alguno de ellos y lo echara a perder. Sin embargo, todavía no había llegado el día en el que la defraudara. Seguía al pie de la letra sus consejos, continuaba satisfaciendo cada uno de sus caprichos, y lo seguiría haciendo, aun si no siempre estaba de acuerdo con ella.
—¿Sus padres? ¿Ambos? Oh… —la voz del vampiro, naturalmente grave y arrebatadora, de pronto se apagó. Timeus desvió y bajó la mirada un breve instante, como intentando comprender la difícil situación. De pronto pareció avergonzado, genuinamente consternado con la desgracia ajena—. No tiene idea de lo mucho que lamento escuchar eso. Es demasiado triste.
De haber llevado un sombrero en la cabeza, sin duda ése habría sido el momento indicado para quitárselo y mostrarle sus respetos. Pero no le hizo falta. Se llevó la mano enguantada hasta el pecho y mantuvo el semblante afligido durante el minuto de silencio que dedicó a la memoria de los Rilke. Cuando se lo proponía, podía ser tan buen actor. No obstante, sabía que no era suficiente. Debía esmerarse un poco más, hacerle creer a la pobre muchacha que sus palabras no eran simple condescendencia, sino que verdaderamente la entendía, mucho más de lo que ella era capaz de imaginar.
—Espero que su pérdida no sea muy reciente, aunque sé que eso no hace la diferencia. Uno, siete, quince años… Uno nunca deja de extrañarlos —liberó un largo suspiro y con contenido desconsuelo presionó la mano sobre su pecho, la inequívoca señal de que aún le dolía demasiado el recuerdo de un ser amado—. El día de hoy pasaba a visitar la tumba de un muy querido amigo, pero mis padres también murieron, hace muchos años, cuando yo era todavía muy joven. Veinte años han pasado desde entonces y le aseguro que no hay un día que transcurra sin que yo piense en ellos —aunque, por supuesto, ella ignoraba los verdaderos motivos por los cuales el recuerdo de su egoísta padre y la tirana de su madre seguían atormentándolo a él y a su hermana—. Ambos descansan en Inglaterra, donde nací.
Probablemente, de haberle relatado la verdadera historia de la muerte de sus padres, cómo su hermana se había encargado de asesinarlos a ambos, a uno envenenándolo y a la otra aventándola de las escaleras, y cómo él había sido su cómplice al no haber hecho absolutamente nada para impedirlo, la reacción de Dorothea habría sido otra muy diferente. Pero se le plantaba enfrente y le contaba una historia conmovedora, y no conforme con ello, se atrevía a dedicarle una mirada afligida, esperando despertar en ella algún sentimiento que lo beneficiara, aunque de su parte no fuera más que una gran actuación.
—Estoy seguro de que su tristeza es profunda y también será duradera, pero aunque entienda a la perfección su dolor, señorita Rilke, debo insistir en que no debería andar sola por ahí. Ya lo hemos visto, es peligroso. En otra ocasión podría no correr con la misma suerte de hoy —avanzó un paso hacia ella. Sus ojos verdes la miraron con una indescriptible intensidad. Timeus Graves era seductor hasta cuando no se lo proponía—. Le ruego me permita acompañarla hasta su hogar. Sólo así podré sentirme en paz —en un mudo gesto protector, le ofreció su brazo para escoltarla.
Estaba sucediendo. Era real. En el momento en que la inocente Dorothea Rilke tomara el brazo del galante y oscuro caballero británico, entraría en un pozo muy profundo en el que comenzaría a hundirse para pronto no encontrar salida.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Existían muchas cosas que podían unir los destinos de dos seres, sin embargo, debían de ser la felicidad, la tristeza y el miedo aquellos que unían de manera más significativas. En su encuentro con Timeus, Dorothea ya había experimentado uno de ellos, el miedo, mismo que parecía desvanecerse con cada segundo que pasaba en compañía del caballero pero que una vez que ella estuviera a solas, aparecería seguramente para causarle no solo inseguridades continuas sino además terribles pesadillas. Pero ya tendría oportunidad de encargarse de lidiar con todo eso, ahora su atención entera se centraba en aquel hombre de sonrisa hermosa y palabras suaves que le rescató de una muerte segura, algo que dejaba a la Rilke en eterna deuda con él, una deuda que le obligaba de cierta manera a responder a sus preguntas, por más dolorosas que esas se tornasen.
Con evidente tristeza, Dorothea asintió.
– Mi madre murió al traerme a este mundo – hizo una pausa – Su ausencia es dolorosa pero creo que me he acostumbrado a ella debido a que no la conocí, por otro lado mi padre – notó como le escocían los ojos y la garganta se le cerraba un poco – su partida es la que más me afecta – La manera en que Graves parecía genuinamente preocupado por ella la llevo a reprenderse. Con que ella se sintiera mal por la partida de sus padres era suficiente, no tenía que hacer que todos a su alrededor cargaran con un poco de esa tristeza, así que levantando el mentón y tragándose su propio dolor, ese que dejaría para cuando se encontrase a solas en su recamara o en una nueva visita al cementerio, interrogó al hombre sobre sus motivos de estar en el cementerio.
Con suma atención escuchó el relato de Timeus sobre su amigo, detalle que sin duda la conmovió, más no al nivel que lo hizo el escucharle decir que la vida de sus padres también había llegado a su fin. El silencio en que se mantuvo Dorothea fue su manera de mostrar sus respetos por aquellos seres a los que él amaba y no se encontraban más a su lado.
– Es imposible apartarlos de nuestros pensamientos, ¿verdad? – ya sabía la respuesta, aun así, esperaba que él le dijese que el dolor disminuía aunque fuera un poco – La muerte nos alcanzara a todos algún día, así que mientras lo hace, debemos vivir lo mejor que se pueda, honrando de esa manera a quienes ya no están con nosotros – mencionó tratando de darse animo no solo a ella misma, sino también al Graves.
La manera en que Timeus también se abría a ella la tranquilizaba. La llevaba a darse cuenta de que tenía más cosas en común con un desconocido que con aquellos a quienes llevaba toda una vida conociendo y saber eso, contrario a hacerle sentir mal, la hacía feliz. Timeus a los ojos de Dorothea era como el príncipe de los cuentos, ese que aparecía en las peores situaciones para rescatar a la princesa y hacerla feliz, aunque claro, no sabía si él era su príncipe, pero cuando deseaba que fuera así.
– Lo sé, siempre he tenido muy en claro que andar sola por Paris en las noches no es lo más adecuado. Me lo han advertido muchas personas. – un ligero sonrojo apareció en sus mejillas pues se sentía como una infante al ser reprendida – Fui tan torpe al descuidar el tiempo pero le aseguro que esta situación no se repetirá – observó con una sonrisa al Graves – He tenido mucha suerte, de eso no cabe duda – sus ojos se mantuvieron fijos en los ajenos, separándose únicamente cuando notó la peligrosa cercanía de ambos. Dorothea estaba por dar un paso para alejarse un poco cuando la caballerosidad del Graves le hizo arrepentirse y en lugar de alejarse, le tomó el brazo – Es usted un hombre muy amable y atento. Ya son dos las deudas que tengo para con su persona – aseguró al tiempo que ambos iniciaban la marcha en dirección a la salida del Cementerio.
Caminaban a paso lento, rodeados de la oscuridad de la noche y el silencio que ofrecía la misma, o lo hicieron hasta que la suave voz de Dorothea se hizo oír.
– Antes ha dicho que nació en Inglaterra, algo que se percibe también por su acento – sus ojos fueron fugazmente a mirar el perfil del caballero – así que no puedo evitar preguntarme ¿Qué hace tan lejos de su hogar? ¿Qué tiene París que le aleja de Inglaterra? – Para ella, nacida y criada en esas tierras, su hogar era hermoso pero no maravilloso como para atraer a tantos extranjeros.
Con evidente tristeza, Dorothea asintió.
– Mi madre murió al traerme a este mundo – hizo una pausa – Su ausencia es dolorosa pero creo que me he acostumbrado a ella debido a que no la conocí, por otro lado mi padre – notó como le escocían los ojos y la garganta se le cerraba un poco – su partida es la que más me afecta – La manera en que Graves parecía genuinamente preocupado por ella la llevo a reprenderse. Con que ella se sintiera mal por la partida de sus padres era suficiente, no tenía que hacer que todos a su alrededor cargaran con un poco de esa tristeza, así que levantando el mentón y tragándose su propio dolor, ese que dejaría para cuando se encontrase a solas en su recamara o en una nueva visita al cementerio, interrogó al hombre sobre sus motivos de estar en el cementerio.
Con suma atención escuchó el relato de Timeus sobre su amigo, detalle que sin duda la conmovió, más no al nivel que lo hizo el escucharle decir que la vida de sus padres también había llegado a su fin. El silencio en que se mantuvo Dorothea fue su manera de mostrar sus respetos por aquellos seres a los que él amaba y no se encontraban más a su lado.
– Es imposible apartarlos de nuestros pensamientos, ¿verdad? – ya sabía la respuesta, aun así, esperaba que él le dijese que el dolor disminuía aunque fuera un poco – La muerte nos alcanzara a todos algún día, así que mientras lo hace, debemos vivir lo mejor que se pueda, honrando de esa manera a quienes ya no están con nosotros – mencionó tratando de darse animo no solo a ella misma, sino también al Graves.
La manera en que Timeus también se abría a ella la tranquilizaba. La llevaba a darse cuenta de que tenía más cosas en común con un desconocido que con aquellos a quienes llevaba toda una vida conociendo y saber eso, contrario a hacerle sentir mal, la hacía feliz. Timeus a los ojos de Dorothea era como el príncipe de los cuentos, ese que aparecía en las peores situaciones para rescatar a la princesa y hacerla feliz, aunque claro, no sabía si él era su príncipe, pero cuando deseaba que fuera así.
– Lo sé, siempre he tenido muy en claro que andar sola por Paris en las noches no es lo más adecuado. Me lo han advertido muchas personas. – un ligero sonrojo apareció en sus mejillas pues se sentía como una infante al ser reprendida – Fui tan torpe al descuidar el tiempo pero le aseguro que esta situación no se repetirá – observó con una sonrisa al Graves – He tenido mucha suerte, de eso no cabe duda – sus ojos se mantuvieron fijos en los ajenos, separándose únicamente cuando notó la peligrosa cercanía de ambos. Dorothea estaba por dar un paso para alejarse un poco cuando la caballerosidad del Graves le hizo arrepentirse y en lugar de alejarse, le tomó el brazo – Es usted un hombre muy amable y atento. Ya son dos las deudas que tengo para con su persona – aseguró al tiempo que ambos iniciaban la marcha en dirección a la salida del Cementerio.
Caminaban a paso lento, rodeados de la oscuridad de la noche y el silencio que ofrecía la misma, o lo hicieron hasta que la suave voz de Dorothea se hizo oír.
– Antes ha dicho que nació en Inglaterra, algo que se percibe también por su acento – sus ojos fueron fugazmente a mirar el perfil del caballero – así que no puedo evitar preguntarme ¿Qué hace tan lejos de su hogar? ¿Qué tiene París que le aleja de Inglaterra? – Para ella, nacida y criada en esas tierras, su hogar era hermoso pero no maravilloso como para atraer a tantos extranjeros.
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Y ahí estaba de nuevo, la trágica historia familiar de los Rilke. Era la misma que su hermana ya se había encargado de reseñar para él, con la frialdad que la caracterizaba. Ya la había memorizado. Sin embargo, en la voz de la ingenua Dorothea, se percibía distinta, casi como si se tratara de una completamente diferente. Era el dolor, que la poseía y hablaba por ella, desgarrándola por dentro. Pero aunque hubiera intentado entender, Timeus jamás llegaría a comprender del todo su pesar, y no solo porque lo prefiriera así, porque su hermana le hubiera ordenado anular por completo cualquier posible empatía hacia las víctimas, sino porque siempre sería alguien completamente ajeno a su mundo. ¿Qué podía saber él del cariño de un padre, o del amor incondicional de una madre hacia sus hijos? Él, un muchacho sensible, había sido duramente reprimido por Piers, su padre, un hombre egoísta y cruel que en su afán de convertirlo prontamente en un hombre, había llegado al extremo de abandonarlo a su suerte en un bosque lleno de lobos. Louisa, su madre, no había sido diferente, y ante la menor provocación había arremetido en contra sus hijos, sometiéndolos no solo a su rechazo, a una exclusión que se hizo más evidente cuando los confinó por semanas al sótano de la casa, sino también a un maltrato constante; emocional por parte de Piers, y físico, por parte de ella.
Así, los hermanos Graves habían sido privados de cualquier muestra de ternura, y era imposible que alguno de los dos pudiera lamentar la ausencia de tan terribles padres. Por el contrario, Timeus tenía tanto que agradecer a su hermana, la única y verdadera autora de sus misteriosas muertes. Y es que si bien Ambrosia podía llegar a ser realmente despiadada, para su hermano todo lo que tenía era afecto. Ése era el único amor que Timeus había conocido, el de su hermana, a quien quería con absoluta devoción. Perderla representaba el único miedo que era capaz de perturbarlo, y de hacerse realidad, seguramente habría entendido a la perfección el dolor de Dorothea. Un poco intranquilo con sus cavilaciones, decidió dejarlas de lado.
—Bueno, señorita Rilke, soy médico. Psiquiatra, para ser más exacto —respondió, retomando ese tono atento y educado que tanto fascinaba a las mujeres y con el que pretendía conquistarla—. Dirijo una institución aquí, en París, desde hace algún tiempo. Así que… supongo que el deber es lo que me retiene. Hay mucha gente aquí que me necesita, y uno debe quedarse donde sea más útil, sin importar cuánto extrañe su lugar de origen, ¿no lo cree?
Buen movimiento el suyo, el de mostrarse como un hombre dedicado que se debe a sus pacientes. ¿Qué podía ser más cautivante que eso? Quizá si sugería que la pasión por su trabajo lo había orillado a privarse de ciertas cosas… Cosas que eran importantes, desde luego, como una esposa. Ella podría encontrarlo aún más fascinante si entendía que procuraba el bien ajeno, sin importarle el propio.
—Oh, pero no vaya a pensar que veo como un verdadero sacrificio lo que hago —añadió rápidamente, mostrando otra de sus deslumbrantes sonrisas—. A diferencia de mi hermana, con quien vivo —enfatizó con discreción—, y que siempre preferirá Brighton por encima de cualquier otro sitio, París me gusta. Aprendí a quererlo durante mi infancia. Mis padres se establecieron aquí una larga temporada, incluso compraron una casa —sí, una propiedad que le provocaba sentimientos encontrados, porque encerraba tanto buenos recuerdos como malos, pésimos en realidad.
—Y a propósito de eso… ¿está cerca la suya? —Preguntó de pronto, inspeccionando la zona en la que se encontraban. Habían llegado a un sector residencial bastante exclusivo, de los mejores que tenía la ciudad—. Estoy disfrutando inmensamente de su compañía, pero me preocupa la hora. Qué pensará su familia de mí cuando se enteren que he logrado retrasarla más de la cuenta.
Timeus no solía interesarse demasiado en aquellas cosas, regularmente era su hermana quien lo hacía, era parte del proceso que la llevaba a elegir a la víctima, pero se preguntó qué tan grande y ostentosa sería la residencia Rilke. Una vez que veía la casa, era mucho más sencillo imaginar a cuánto ascendía la fortuna.
Así, los hermanos Graves habían sido privados de cualquier muestra de ternura, y era imposible que alguno de los dos pudiera lamentar la ausencia de tan terribles padres. Por el contrario, Timeus tenía tanto que agradecer a su hermana, la única y verdadera autora de sus misteriosas muertes. Y es que si bien Ambrosia podía llegar a ser realmente despiadada, para su hermano todo lo que tenía era afecto. Ése era el único amor que Timeus había conocido, el de su hermana, a quien quería con absoluta devoción. Perderla representaba el único miedo que era capaz de perturbarlo, y de hacerse realidad, seguramente habría entendido a la perfección el dolor de Dorothea. Un poco intranquilo con sus cavilaciones, decidió dejarlas de lado.
—Bueno, señorita Rilke, soy médico. Psiquiatra, para ser más exacto —respondió, retomando ese tono atento y educado que tanto fascinaba a las mujeres y con el que pretendía conquistarla—. Dirijo una institución aquí, en París, desde hace algún tiempo. Así que… supongo que el deber es lo que me retiene. Hay mucha gente aquí que me necesita, y uno debe quedarse donde sea más útil, sin importar cuánto extrañe su lugar de origen, ¿no lo cree?
Buen movimiento el suyo, el de mostrarse como un hombre dedicado que se debe a sus pacientes. ¿Qué podía ser más cautivante que eso? Quizá si sugería que la pasión por su trabajo lo había orillado a privarse de ciertas cosas… Cosas que eran importantes, desde luego, como una esposa. Ella podría encontrarlo aún más fascinante si entendía que procuraba el bien ajeno, sin importarle el propio.
—Oh, pero no vaya a pensar que veo como un verdadero sacrificio lo que hago —añadió rápidamente, mostrando otra de sus deslumbrantes sonrisas—. A diferencia de mi hermana, con quien vivo —enfatizó con discreción—, y que siempre preferirá Brighton por encima de cualquier otro sitio, París me gusta. Aprendí a quererlo durante mi infancia. Mis padres se establecieron aquí una larga temporada, incluso compraron una casa —sí, una propiedad que le provocaba sentimientos encontrados, porque encerraba tanto buenos recuerdos como malos, pésimos en realidad.
—Y a propósito de eso… ¿está cerca la suya? —Preguntó de pronto, inspeccionando la zona en la que se encontraban. Habían llegado a un sector residencial bastante exclusivo, de los mejores que tenía la ciudad—. Estoy disfrutando inmensamente de su compañía, pero me preocupa la hora. Qué pensará su familia de mí cuando se enteren que he logrado retrasarla más de la cuenta.
Timeus no solía interesarse demasiado en aquellas cosas, regularmente era su hermana quien lo hacía, era parte del proceso que la llevaba a elegir a la víctima, pero se preguntó qué tan grande y ostentosa sería la residencia Rilke. Una vez que veía la casa, era mucho más sencillo imaginar a cuánto ascendía la fortuna.
Timeus/Ambrosia Graves- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 22/06/2012
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Re: Vicios Oscuros | Privado
Dorothea, siempre demasiado ingenua, noble y bondadosa caía fácilmente en las tramas emocionales tendidas por otros. Su manera de empatizar con otros la llevaba a creer, en muchas ocasiones, que con quienes se topaba poseían la misma capacidad que ella, que eran capaces de percibir el mundo justo como ella lo hacía. Un ejemplo de eso era la manera en que su dolor encontraba cobijo en Timeus aun cuando era un completo desconocido para ella y sus ojos no mostraban verdadero pesar por la historia de la Rilke, detalle que los sentidos de la muchacha ignoraron en un intento de encontrar en el Graves un verdadero apoyo después de todo, ya le había auxiliado una vez.
Decidida a dejar un poco de lado sus penas, Dorothea trató de llevar la conversación en una dirección menos lúgubre y dolorosa, una que le permitiera además conocer más sobre Timeus Graves y su aparentemente bondadoso espíritu.
Un médico, un hombre que, si se basaba en sus conocidos y sus creencias, era recto, bondadoso, buscaba el bien para sus cercanos y pacientes, alguien que no poseía ni maldad ni avaricia en su corazón pues lo primordial en su vida sería el bien ajeno. Lo que suponía no fue más que confirmado por las palabras que fluían seguras de los labios masculinos. Conforme avanzaban más en su andanza y el discurso de Timeus se extendía, Dorothea experimentaba ya no únicamente gratitud sino también cierto grado de admiración.
– Conozco varios médicos, sin embargo, nunca conocí alguno que se dedicara a la psiquiatría – la curiosidad de Dorothea resplandeció en sus ojos – Quisiera saber; ¿Es una rama complicada?, ya que he escuchado muchas historias respecto a ella y sería ilustrativo para mi tener información de primera mano, de esa manera, no tendré creencias erróneas sobre una profesión como la suya.
Un extranjero que daba lo mejor de sí mismo para ayudar a una población que no era la suya, dispuesto a permanecer en una tierra distante el tiempo que fuese necesario con tal de ayudar a sus pacientes. Una sonrisa apareció en los labios de la joven pues encontrarse con el Graves resultaba ser, a pesar del mal momento que se vio forzada a experimentar, lo mejor que le ocurría desde la muerte de su progenitor.
- Me alegra saber que disfruta de su estadía en París y que no vive solo. La compañía de la familia siempre es agradable y en muchas circunstancias necesaria. Espero que su hermana encuentre algún día algo que le haga amar a Francia tanto como ama Brighton.
Timeus y Dorothea caminaban de manera lenta, adentrándose cada vez más en las zonas más ricas de París.
- Así que la ciudad no es algo nuevo para usted y su hermana – sonrió – creo que podemos agradecer a su infancia el que haya aprendido a querer París ya que de otra manera, dudo que decidiera venir aquí – Dorothea hablaba desde lo que pensaba e imaginaba, pero sus pensamientos y su imaginación se encontraban demasiado lejos de la realidad de los Graves.
– Estamos por llegar a mi residencia, gracias por su preocupación – La residencia Rilke no se encontraba ya muy lejos. Necesitaban llegar al final de la calle que recorrían y al girar a la derecha, aparecería la majestuosa mansión de Dorothea, esa donde vivía prácticamente sola – Y le aseguró que los que me conoces estarán felices de ver que finalmente salgo de casa – su mirada se enfocó en el camino que seguían – Todos a mi alrededor me piden que salga más de casa, así que estarán agradecidos con usted – giró ligeramente su rostro para mirar mejor a Timeus – Yo estoy agradecida con usted – dicho eso, Dorothea indicó que era hora de girar y apartando su mirada del Graves señaló con el índice de su mano libre la residencia Rilke – Ahí vivo – aseguró antes de sonreír y continuar al lado del psiquiatra lo poco que faltaba de camino.
Decidida a dejar un poco de lado sus penas, Dorothea trató de llevar la conversación en una dirección menos lúgubre y dolorosa, una que le permitiera además conocer más sobre Timeus Graves y su aparentemente bondadoso espíritu.
Un médico, un hombre que, si se basaba en sus conocidos y sus creencias, era recto, bondadoso, buscaba el bien para sus cercanos y pacientes, alguien que no poseía ni maldad ni avaricia en su corazón pues lo primordial en su vida sería el bien ajeno. Lo que suponía no fue más que confirmado por las palabras que fluían seguras de los labios masculinos. Conforme avanzaban más en su andanza y el discurso de Timeus se extendía, Dorothea experimentaba ya no únicamente gratitud sino también cierto grado de admiración.
– Conozco varios médicos, sin embargo, nunca conocí alguno que se dedicara a la psiquiatría – la curiosidad de Dorothea resplandeció en sus ojos – Quisiera saber; ¿Es una rama complicada?, ya que he escuchado muchas historias respecto a ella y sería ilustrativo para mi tener información de primera mano, de esa manera, no tendré creencias erróneas sobre una profesión como la suya.
Un extranjero que daba lo mejor de sí mismo para ayudar a una población que no era la suya, dispuesto a permanecer en una tierra distante el tiempo que fuese necesario con tal de ayudar a sus pacientes. Una sonrisa apareció en los labios de la joven pues encontrarse con el Graves resultaba ser, a pesar del mal momento que se vio forzada a experimentar, lo mejor que le ocurría desde la muerte de su progenitor.
- Me alegra saber que disfruta de su estadía en París y que no vive solo. La compañía de la familia siempre es agradable y en muchas circunstancias necesaria. Espero que su hermana encuentre algún día algo que le haga amar a Francia tanto como ama Brighton.
Timeus y Dorothea caminaban de manera lenta, adentrándose cada vez más en las zonas más ricas de París.
- Así que la ciudad no es algo nuevo para usted y su hermana – sonrió – creo que podemos agradecer a su infancia el que haya aprendido a querer París ya que de otra manera, dudo que decidiera venir aquí – Dorothea hablaba desde lo que pensaba e imaginaba, pero sus pensamientos y su imaginación se encontraban demasiado lejos de la realidad de los Graves.
– Estamos por llegar a mi residencia, gracias por su preocupación – La residencia Rilke no se encontraba ya muy lejos. Necesitaban llegar al final de la calle que recorrían y al girar a la derecha, aparecería la majestuosa mansión de Dorothea, esa donde vivía prácticamente sola – Y le aseguró que los que me conoces estarán felices de ver que finalmente salgo de casa – su mirada se enfocó en el camino que seguían – Todos a mi alrededor me piden que salga más de casa, así que estarán agradecidos con usted – giró ligeramente su rostro para mirar mejor a Timeus – Yo estoy agradecida con usted – dicho eso, Dorothea indicó que era hora de girar y apartando su mirada del Graves señaló con el índice de su mano libre la residencia Rilke – Ahí vivo – aseguró antes de sonreír y continuar al lado del psiquiatra lo poco que faltaba de camino.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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