AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre papel y recuerdos (Hannes)
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Entre papel y recuerdos (Hannes)
La biblioteca. Un lugar en el que leer, llenar mi mente de silencio calmado y de la sabiduría que colmaba esos volúmenes que yacían con calidez sobre las estanterías. No había muchas personas, parecía que la lectura no estaba presente en la sociedad de ese tiempo. El juego y las diversas formas de lucro poco sano estaban ganando terreno a entretenimientos cultos, tales como el teatro o los libros. Caminé a través de los largos pasillos del lugar, mirando a un lado y otro buscando algún título que llamase realmente mi atención. Durante mucho tiempo había dejado de leer, centrado simplemente en mi carrera como actor y en superarme a mí mismo poco a poco con esfuerzo. Cada día me levantaba temprano para ir a los ensayos, y no regresaba a mi pequeño piso hasta pasada la medianoche. Nuestras obras habían sido un éxito, y ya empezábamos a ganar más dinero... Al paso que íbamos, esperaba pasar de ser un actor de tercera a uno de segunda, al menos.
De repente, observé en una de las baldas el lomo de un pequeño libro, en el que se hablaba del destino y de las actitudes que podías tomar ante él. Yo me mordí el labio con curiosidad. Siempre había pensado que mi camino estaba marcado, sobre todo después de las diversas relaciones sentimentales fallidas que se habían sucedido en mi vida. Había terminado aceptando que yo no podía ser feliz de ninguna de las maneras, y que al final siempre terminaba llorando, o amargándome por un motivo u otro. Abrí el libro, dejando que su aroma a papel envejecido y cuero de las tapas inundase mis fosas nasales y me calmase un poco más. Los recuerdos de mi vida eran amargos, pero trataba de superarlos por todos los medios.
Empecé a leer poco a poco el tomo, al menos el principio, sin molestarme siquiera en buscar una mesa en la que sentarme pacíficamente. No sabía cuánto tiempo estaría allí, en cuanto la gente empezase a llegar, yo me iría para no ser molestado ni molestar a nadie; así que no merecía la pena tomar asiento sin tener claro el tiempo que iba a estar en el edificio. A medida que recorría con mis ojos y mente las palabras plasmadas en el papel, más cuenta me daba de que yo no estaba de acuerdo con casi ninguna de las menciones del libro. Yo siempre pensaba de forma optimista, positiva... convencido de que el destino podía cambiarse, aunque fuese complicado. La resignación a la que yo mismo me había sometido, no era fruto de mi debilidad... sino de mi mala experiencia vital.
Siempre se había dicho que el ser humano aprendía las lecciones a golpe de martillo, sufriendo y tropezándose mil veces para levantarse con más fuerzas. Pero precisamente yo, un homosexual sin mucho dinero y con un futuro dudoso, no podía asegurar que fuese a tener un buen fin. Me apoyé en la estantería cercana, cerrando el libro. No necesitaba leer más, lo que menos deseaba en esos momentos era amargarme con una lectura tan pesimista como esa. Dejé el tomo en su sitio, y empecé de nuevo a caminar buscando algún libro que me diese unas ideas más positivas.
De repente, observé en una de las baldas el lomo de un pequeño libro, en el que se hablaba del destino y de las actitudes que podías tomar ante él. Yo me mordí el labio con curiosidad. Siempre había pensado que mi camino estaba marcado, sobre todo después de las diversas relaciones sentimentales fallidas que se habían sucedido en mi vida. Había terminado aceptando que yo no podía ser feliz de ninguna de las maneras, y que al final siempre terminaba llorando, o amargándome por un motivo u otro. Abrí el libro, dejando que su aroma a papel envejecido y cuero de las tapas inundase mis fosas nasales y me calmase un poco más. Los recuerdos de mi vida eran amargos, pero trataba de superarlos por todos los medios.
Empecé a leer poco a poco el tomo, al menos el principio, sin molestarme siquiera en buscar una mesa en la que sentarme pacíficamente. No sabía cuánto tiempo estaría allí, en cuanto la gente empezase a llegar, yo me iría para no ser molestado ni molestar a nadie; así que no merecía la pena tomar asiento sin tener claro el tiempo que iba a estar en el edificio. A medida que recorría con mis ojos y mente las palabras plasmadas en el papel, más cuenta me daba de que yo no estaba de acuerdo con casi ninguna de las menciones del libro. Yo siempre pensaba de forma optimista, positiva... convencido de que el destino podía cambiarse, aunque fuese complicado. La resignación a la que yo mismo me había sometido, no era fruto de mi debilidad... sino de mi mala experiencia vital.
Siempre se había dicho que el ser humano aprendía las lecciones a golpe de martillo, sufriendo y tropezándose mil veces para levantarse con más fuerzas. Pero precisamente yo, un homosexual sin mucho dinero y con un futuro dudoso, no podía asegurar que fuese a tener un buen fin. Me apoyé en la estantería cercana, cerrando el libro. No necesitaba leer más, lo que menos deseaba en esos momentos era amargarme con una lectura tan pesimista como esa. Dejé el tomo en su sitio, y empecé de nuevo a caminar buscando algún libro que me diese unas ideas más positivas.
Claude Lessex- Humano Clase Media
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Re: Entre papel y recuerdos (Hannes)
Sus pisadas, firmes, avanzaban por los escalones principales que llevaban a la biblioteca, como si de la entrada de un antiguo templo del culto romano se tratara. Sus manos, pálidas, frías, muertas, yacían entrelazadas a su espalda mientras sus orbes plateados permanecían congelados con la vista al frente. Sus labios, prietos, ocultaban un par de colmillos afilados como los alfileres que sujetaban la redonda luna en lo alto de los cielos noche sí noche también. Para su fortuna, las nubes formaban una telaraña en el cielo de la que ningún rayo de sol podía huir, por lo que los vampiros podían salir a caminar obviando tales miedos como los de tostarse bajo el abrazo arduo astro. Desenredó las manos y empujó con firmeza la puerta del templo de la sabiduría y se detuvo a medio camino de entrar. No saludó, no pretendía que nadie reparara de su presencia. Siempre sigiloso, la clave de su letalidad. Arrugó la nariz, dibujando una mueca tanto espontánea como atractiva.
Apestaba a celulosa vieja y gastada, como la ropa de su viejo armario. Entrecerró los ojos, alzando el mentón con elegancia antes de dar el paso definitivo al interior de la estancia. La puerta, acobardada, se cerró a su paso. Avanzó por los eternos pasillos, poco frecuentados en un ventoso día que prometía lluvia de un momento a otro. Se masajeó el mentón mientras observaba sus aperitivos, seleccionando los mejores y más apetitosos, ignorando que pocos metros más allá se hallaba la más deliciosa de las tentaciones. Un cachorro asustadizo y resignado de su propio miedo. Alguien que leía sobre lo predecible que resultaba el destino cuando ni siquiera caía en la cuenta de que minutos después, sin que pudiera hacer nada para evitarlo, su mundo y su realidad se vería tergiversada por un golpe no necesariamente físico. Hannes había llegado.
Cruzó de norte a sur esa completa biblioteca, ante la atenta mirada de una bibliotecaria ya de edad madura, que parecía rogar a los cielos que tan apuesto hombre le consultara cualquier nimiedad para poder tratar de coquetear con el mismo desconocido recién llegado. Pobre ilusa. Pobre humanidad ilusa, esperanzada de una fingida buena voluntad por parte de todos los entes sobre la faz de la tierra. Ciegos, todos ellos. Creyendo saberlo todo y siendo por otro lado incapaces de entender que no eran los únicos dueños de ese mundo. Las mañanas, los amaneceres eran suyos, mas las noches y los atardeceres eran de los dueños de la noche. Eran suyas. Eran de él. Hannes Schmitt, el heredero del crepúsculo, del miedo, de la ira y del dolor. El cazador por excelencia, vestido con mayas oscuras, camisa impecable y botines de montar, era el titiritero que manejaba esas marionetas que, inocentes, consultaban libros sobre su destino. Destino que entes malvados como él se encargaban de depravar, corromper, viciar y pervertir. Maleantes de la noche.
Apestaba a celulosa vieja y gastada, como la ropa de su viejo armario. Entrecerró los ojos, alzando el mentón con elegancia antes de dar el paso definitivo al interior de la estancia. La puerta, acobardada, se cerró a su paso. Avanzó por los eternos pasillos, poco frecuentados en un ventoso día que prometía lluvia de un momento a otro. Se masajeó el mentón mientras observaba sus aperitivos, seleccionando los mejores y más apetitosos, ignorando que pocos metros más allá se hallaba la más deliciosa de las tentaciones. Un cachorro asustadizo y resignado de su propio miedo. Alguien que leía sobre lo predecible que resultaba el destino cuando ni siquiera caía en la cuenta de que minutos después, sin que pudiera hacer nada para evitarlo, su mundo y su realidad se vería tergiversada por un golpe no necesariamente físico. Hannes había llegado.
Cruzó de norte a sur esa completa biblioteca, ante la atenta mirada de una bibliotecaria ya de edad madura, que parecía rogar a los cielos que tan apuesto hombre le consultara cualquier nimiedad para poder tratar de coquetear con el mismo desconocido recién llegado. Pobre ilusa. Pobre humanidad ilusa, esperanzada de una fingida buena voluntad por parte de todos los entes sobre la faz de la tierra. Ciegos, todos ellos. Creyendo saberlo todo y siendo por otro lado incapaces de entender que no eran los únicos dueños de ese mundo. Las mañanas, los amaneceres eran suyos, mas las noches y los atardeceres eran de los dueños de la noche. Eran suyas. Eran de él. Hannes Schmitt, el heredero del crepúsculo, del miedo, de la ira y del dolor. El cazador por excelencia, vestido con mayas oscuras, camisa impecable y botines de montar, era el titiritero que manejaba esas marionetas que, inocentes, consultaban libros sobre su destino. Destino que entes malvados como él se encargaban de depravar, corromper, viciar y pervertir. Maleantes de la noche.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/10/2010
Localización : Allí en donde el miedo palpita y te invade: tu más que miserable realidad
Re: Entre papel y recuerdos (Hannes)
Seguí caminando, mientras de vez en cuando examinaba algún libro que llamaba mi atención... pero que al fin y al cabo no me llenaba tanto como yo esperaba. Estaba a punto de marcharme, bastante decepcionado con mi experiencia inteligente, cuando sentí una extraña sensación, como si alguien me observase. A lo lejos, vi a un hombre que no conocía, observando a todas y cada una de las personas que pasaban por el edificio. Sus ojos tenían un brillo extraño... como si planease algo.
Sacudí la cabeza, pensando que mi trabajo de actor empezaba a darme demasiada imaginación... Tendría que plantearme tomarme un largo descanso para librarme de esas fantasías que empezaban a poblarme la cabeza. Me parecía mal irme de la biblioteca de manos vacías, sin alquilar ningún libro, así que tomé dos al azar y me dirigí hacia el escritorio de la bibliotecaria, que me miraba con los ojos entrecerrados, como si esperase que en cualquier momento yo encendiese un fuego allí mismo, haciendo arder sus preciados tomos.O quizás esperase que robase los libros en lugar de pedirlos... A saber.
Tras acordar que devolvería los libros en menos de una semana, me dispuse a marcharme.No tenía intenciones de intrigar mucho más a la pobre mujer. Además aún tenía que llegar a casa, hacer la cena y tomármela. También tenía que repasarme un poco el guión, o se me olvidaría en algún momento clave de la representación que tenía dos días más tarde.
Sacudí la cabeza, pensando que mi trabajo de actor empezaba a darme demasiada imaginación... Tendría que plantearme tomarme un largo descanso para librarme de esas fantasías que empezaban a poblarme la cabeza. Me parecía mal irme de la biblioteca de manos vacías, sin alquilar ningún libro, así que tomé dos al azar y me dirigí hacia el escritorio de la bibliotecaria, que me miraba con los ojos entrecerrados, como si esperase que en cualquier momento yo encendiese un fuego allí mismo, haciendo arder sus preciados tomos.O quizás esperase que robase los libros en lugar de pedirlos... A saber.
Tras acordar que devolvería los libros en menos de una semana, me dispuse a marcharme.No tenía intenciones de intrigar mucho más a la pobre mujer. Además aún tenía que llegar a casa, hacer la cena y tomármela. También tenía que repasarme un poco el guión, o se me olvidaría en algún momento clave de la representación que tenía dos días más tarde.
Claude Lessex- Humano Clase Media
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Re: Entre papel y recuerdos (Hannes)
Las no tan sigilosas pisadas de Hannes tronaban en los oídos de los presentes gracias al ligero eco que proyectaba ese lugar claustrofóbicamente cerrado. Sabía que no podía haber acudido a la biblioteca para irse sin más, sin conseguir nada. La vida de los humanos era corta y, en consecuencia, debían aprovecharla intensamente. La suya, millones de veces más longeba, debía aprovecharla del mismo modo o, por lo contrario, acabaría cansado de su propia miserable eternidad. Así mismo, siguiendo esa regla de tres, se detuvo frente a unas estanterías y resiguió con las gélidas yemas de sus dedos los lomos de esos libros, que se estremecieron mudamente al ser violados por un inmortal. Ladeó la cabeza, desplazando sus implacables irises plateados hacia un muchacho que hablaba con la bibliotecaria que parecía haber dejado a un lado la idea de consumar su cuerpo con el heredero de la noche. Se fijó en ese joven muchacho de piel pálida y cabello oscuro.
Resiguió su nuca con sus orbes color niebla y se relamió los colmillos sin entreabrir los labios, de modo que seguían perfectamente ocultos. Era hermoso, sin lugar a dudas, su piel cándida y tersa. Toda una exquisitez que no se tomaría el lujo de dejar escapar. Lo supo desde que lo vió. ¿Cuanto tiempo hacía que entre sus víctimas y codiciados juguetes no se hallaba un miembro varonil con el que domar una alma mortal? Demasiado, y estaba por ponerle remedio cuando el muchacho se separó de la mujer con un par de libros abrazados al pecho. Entonces, y sólo entonces, se acercó a la mesa de la mujer que se acomodaba un par de gafas alargadas para entreabrir los labios y dejar que un hilo de voz sedujera la estancia, sin miramiento ni remordimiento. - ¿Tiene el libro de H. D. Schmitt? Lleva por título El hombre sin sombra. - Dejó escapar, serio. Sólo erotismo se destilaba por todos y cada uno de los poros de su piel. Así era Hannes, el consquistador, o al menos así había sido en su época dorada.
La mujer, claramente embriagada por el acento alemán del sujeto y sus hipnóticos ojos plateados, balbuceó cosas que el inmortal no se molestó en interpretar. Sabía de sobras que ese libro nisiquiera existía, por lo que aguardó a que la mujer rebuscara en el gran y pesado inventario, resolplando mechones que escapaban de su férreo moño, parecido a un nido de gorriones. Ladeó la cabeza y movió los pies, impaciente, para presionarla. Ella, se disculpó varias veces y susurró con nerviosismo que si era tan amable de hablarle de ese tomo o citárselo, haría lo posible por encontrarlo. Hannes, cuya detallista y maquiavelica mente lo había planeado todo, asintió y se arregló el cuello de la camisa para aclararse la garganta y recitar lenta y pausadamente - "Él yacía tumbado en el frío mármol, agonizando, pero no de dolor, precisamente. Jadeó. Una oleada de placer se expandió por su cuerpo como si de ponzoña se tratara, mientras ese par de labios masculinos decían engullir su varonilidad, humedeciéndola de su propia esencia y succionando como si tratara de sustraer una sustancia no deseada de la erección del hombre..." Creo recordar que decía así. - Puntualizó, serio e impasible. Sabía perfectamente a oídos de qué chico habrían llegado esas palabras.
Resiguió su nuca con sus orbes color niebla y se relamió los colmillos sin entreabrir los labios, de modo que seguían perfectamente ocultos. Era hermoso, sin lugar a dudas, su piel cándida y tersa. Toda una exquisitez que no se tomaría el lujo de dejar escapar. Lo supo desde que lo vió. ¿Cuanto tiempo hacía que entre sus víctimas y codiciados juguetes no se hallaba un miembro varonil con el que domar una alma mortal? Demasiado, y estaba por ponerle remedio cuando el muchacho se separó de la mujer con un par de libros abrazados al pecho. Entonces, y sólo entonces, se acercó a la mesa de la mujer que se acomodaba un par de gafas alargadas para entreabrir los labios y dejar que un hilo de voz sedujera la estancia, sin miramiento ni remordimiento. - ¿Tiene el libro de H. D. Schmitt? Lleva por título El hombre sin sombra. - Dejó escapar, serio. Sólo erotismo se destilaba por todos y cada uno de los poros de su piel. Así era Hannes, el consquistador, o al menos así había sido en su época dorada.
La mujer, claramente embriagada por el acento alemán del sujeto y sus hipnóticos ojos plateados, balbuceó cosas que el inmortal no se molestó en interpretar. Sabía de sobras que ese libro nisiquiera existía, por lo que aguardó a que la mujer rebuscara en el gran y pesado inventario, resolplando mechones que escapaban de su férreo moño, parecido a un nido de gorriones. Ladeó la cabeza y movió los pies, impaciente, para presionarla. Ella, se disculpó varias veces y susurró con nerviosismo que si era tan amable de hablarle de ese tomo o citárselo, haría lo posible por encontrarlo. Hannes, cuya detallista y maquiavelica mente lo había planeado todo, asintió y se arregló el cuello de la camisa para aclararse la garganta y recitar lenta y pausadamente - "Él yacía tumbado en el frío mármol, agonizando, pero no de dolor, precisamente. Jadeó. Una oleada de placer se expandió por su cuerpo como si de ponzoña se tratara, mientras ese par de labios masculinos decían engullir su varonilidad, humedeciéndola de su propia esencia y succionando como si tratara de sustraer una sustancia no deseada de la erección del hombre..." Creo recordar que decía así. - Puntualizó, serio e impasible. Sabía perfectamente a oídos de qué chico habrían llegado esas palabras.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/10/2010
Localización : Allí en donde el miedo palpita y te invade: tu más que miserable realidad
Re: Entre papel y recuerdos (Hannes)
La buena mujer puso todo en orden y me dio el permiso para llevarme los dos libros, los cuales sostuve contra mi pecho como si fuesen tesoros. Yo era un actor, gracias a mi empleo conocía a la perfección la importancia de las palabras sobre el ser humano y su entorno, así que consideraba los libros unas joyas que nadie debería destruir o mancillar. Iba a empezar a caminar hacia la salida, cuando vi que el mismo hombre que había visto antes se acercaba al mismo mostrador, en el mismo lugar que yo previamente había ocupado unos segundos antes. Seguía teniendo ese aura que yo había percibido desde el primer momento, y algo me impulsó a no seguir con mis pasos y quedarme a escuchar...
Unos minutos después me arrepentí de haberlo hecho, cuando escuché el libro que él pedía y el párrafo que recitaba. De no haber sido tan estúpidamente inocente, habría pensado que él lo había hecho sabiendo de mi sexualidad, y que por lo tanto ese tipo de actos me incomodarían. Mis dedos se ciñeron con más fuerza contra los tomos que sostenía, mientras tragaba saliva de una forma mucho más sonora de lo que me habría gustado.
Me giré pero no pude seguir caminando, a pesar de que mi lado racional y más o menos sensato me pedía que lo hiciese. Algo me ataba, algo que no acertaba a comprender demasiado bien.
Unos minutos después me arrepentí de haberlo hecho, cuando escuché el libro que él pedía y el párrafo que recitaba. De no haber sido tan estúpidamente inocente, habría pensado que él lo había hecho sabiendo de mi sexualidad, y que por lo tanto ese tipo de actos me incomodarían. Mis dedos se ciñeron con más fuerza contra los tomos que sostenía, mientras tragaba saliva de una forma mucho más sonora de lo que me habría gustado.
Me giré pero no pude seguir caminando, a pesar de que mi lado racional y más o menos sensato me pedía que lo hiciese. Algo me ataba, algo que no acertaba a comprender demasiado bien.
Claude Lessex- Humano Clase Media
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