AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Skyfall | Privado
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Skyfall | Privado
Aquello que tanto la había atormentado en sus fantasías, finalmente, se había concretado. Su padre y su hermano habían encontrado al hombre perfecto para que ella pasase el resto de sus días, un hombre que sembraría en su vientre la semilla de los herederos de dos poderosos clanes. Sería la encargada de traerlos al mundo y hacerlos verdaderos guerreros, de implantar en ellos la educación que correspondía a líderes, para que en el futuro, formasen su propia manada bajo el escudo del león. Harper odiaba aquel discurso, se lo habían repetido desde que tenía uso de razón, y en ese momento, se veía a sí misma diciéndoselo, mientras cubría sus labios con un suave carmín, que resaltaba su generosidad. Una vez que las doncellas habían terminado de colocarle el vestido, una elegante pieza de tonos pastel, con brocados en oro, les había pedido que se retirasen, para maquillarse ella misma. No había querido un peinado demasiado elaborado, por lo que sólo destacaron sus bucles y le colocaron una tiara. No llevaba ni colgantes ni aros, ya su atuendo era una verdadera joya.
Con el corazón en un puño, descendió las escaleras de la residencia. En el final, la esperaba su madre, que le sonrió ampliamente. Harper la juzgó hipócrita, pues sabía de su reticencia al matrimonio y, sin embargo, no se calló al decirle que estaba feliz y que había sido bendecida. La cambiante creía que estaba siendo castigada, pues era de la única manera que justificaba una situación tan adversa a su voluntad. No lo había manifestado de forma explícita, pero sí se había mostrado poco simpática cada vez que se había tocado la idea de su enlace. Pensó que tendría que haber sido más firme y haber adquirido confianza para expresarles, tanto a Benjamin como a Vincent, que no quería formar su propia familia, pero sabía que eso era en vano. Había venido al mundo para cumplir con la voluntad de los Blackraven, ella no era dueña de su propia vida. Estaba deseando no haber nacido…
Se dirigió al salón, acompañada por su progenitora y la doncella que ejercería de chaperona. Era una de las empleadas más ancianas, y una de las pocas que habían logrado la confianza del clan. También era una cambiante, última sobreviviente de una destacada familia caída en desgracia y acogida por los Blackraven. Harper la adoraba, y agradecía su presencia, a pesar de lo incómodo que resultaría todo. Conocía aquello, lo había vivido con sus hermanas, y era lo peor que podía pasarle. Debía mostrar interés, pero no demasiado, ante un desconocido. Debía mirarlo, pero no por mucho tiempo, y tenía que simular decoro y timidez, risas fáciles y las palabras justas y necesarias. Esto último era lo más fácil, ya que Harper, generalmente, era callada e introvertida. Intuía que su futuro marido sería un hombre autoritario, muy parecido a su hermano Vincent, y un frío le recorrió la espalda antes de que la puerta del salón de té se abriese.
Lo encontró de espaldas, observando los jardines, por uno de los ventanales. Tal y como lo había supuesto, tenía el porte de aquellos hombres que no se dejan vencer jamás. Tenía la espalda ancha, el cabello abundante, al cual el último Sol de la tarde le arrancaba ribetes dorados, y era bastante más alto que ella. Cuando volteó, la obligó a contener el aliento por un instante. Era sumamente atractivo, algo que Harper no había esperado. El sonido de la puerta cerrándose tras ella, la obligó a regresar de ese instante de estupor, y se acercó Trevor Wooler. Nunca se habían cruzado, pero el apellido de los Wooler era sumamente respetado, y la muchacha supo de lo importante que sería esa alianza para ambos clanes. Se sentía usada, y esa sensación, la ayudó a alimentar el desprecio que fue abriéndose paso entre los pequeños hilos de atracción.
—Buenas tardes, mi lord —ensayó una pomposa reverencia, como se esperaba de alguien de su posición. —Espero que su estancia aquí esté siendo agradable —agregó, extendiendo su mano para que, quien sería su esposo, la besase. Harper nunca había sido dada a aquellas formalidades, las evitaba, pero las seguía a rajatabla.
Con el corazón en un puño, descendió las escaleras de la residencia. En el final, la esperaba su madre, que le sonrió ampliamente. Harper la juzgó hipócrita, pues sabía de su reticencia al matrimonio y, sin embargo, no se calló al decirle que estaba feliz y que había sido bendecida. La cambiante creía que estaba siendo castigada, pues era de la única manera que justificaba una situación tan adversa a su voluntad. No lo había manifestado de forma explícita, pero sí se había mostrado poco simpática cada vez que se había tocado la idea de su enlace. Pensó que tendría que haber sido más firme y haber adquirido confianza para expresarles, tanto a Benjamin como a Vincent, que no quería formar su propia familia, pero sabía que eso era en vano. Había venido al mundo para cumplir con la voluntad de los Blackraven, ella no era dueña de su propia vida. Estaba deseando no haber nacido…
Se dirigió al salón, acompañada por su progenitora y la doncella que ejercería de chaperona. Era una de las empleadas más ancianas, y una de las pocas que habían logrado la confianza del clan. También era una cambiante, última sobreviviente de una destacada familia caída en desgracia y acogida por los Blackraven. Harper la adoraba, y agradecía su presencia, a pesar de lo incómodo que resultaría todo. Conocía aquello, lo había vivido con sus hermanas, y era lo peor que podía pasarle. Debía mostrar interés, pero no demasiado, ante un desconocido. Debía mirarlo, pero no por mucho tiempo, y tenía que simular decoro y timidez, risas fáciles y las palabras justas y necesarias. Esto último era lo más fácil, ya que Harper, generalmente, era callada e introvertida. Intuía que su futuro marido sería un hombre autoritario, muy parecido a su hermano Vincent, y un frío le recorrió la espalda antes de que la puerta del salón de té se abriese.
Lo encontró de espaldas, observando los jardines, por uno de los ventanales. Tal y como lo había supuesto, tenía el porte de aquellos hombres que no se dejan vencer jamás. Tenía la espalda ancha, el cabello abundante, al cual el último Sol de la tarde le arrancaba ribetes dorados, y era bastante más alto que ella. Cuando volteó, la obligó a contener el aliento por un instante. Era sumamente atractivo, algo que Harper no había esperado. El sonido de la puerta cerrándose tras ella, la obligó a regresar de ese instante de estupor, y se acercó Trevor Wooler. Nunca se habían cruzado, pero el apellido de los Wooler era sumamente respetado, y la muchacha supo de lo importante que sería esa alianza para ambos clanes. Se sentía usada, y esa sensación, la ayudó a alimentar el desprecio que fue abriéndose paso entre los pequeños hilos de atracción.
—Buenas tardes, mi lord —ensayó una pomposa reverencia, como se esperaba de alguien de su posición. —Espero que su estancia aquí esté siendo agradable —agregó, extendiendo su mano para que, quien sería su esposo, la besase. Harper nunca había sido dada a aquellas formalidades, las evitaba, pero las seguía a rajatabla.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Skyfall | Privado
La risa de la prostituta sonaba tan falsa como su aparente buena disposición. Sin embargo eso no detuvo al cambiaformas, se trataba después de todo de un negocio, una transacción donde ella recibía dinero y el placer. Siguiendo sus propias pautas de comportamiento la atrajo contra su cuerpo utilizando una fuerza del todo innecesaria. Los labios de la chica continuaron ofreciendo la insulsa sonrisa aunque en sus ojos se podía observar con claridad el dolor físico y emocional que le ocasionaba el tener que vender su cuerpo a cualquier postor y permitir, al mismo tiempo, aquel tipo de ultrajes. Se encontraban entre las sombras de uno de los tantos burdeles de la ciudad y, aunque ella le propuso que se retiraran a un lugar más privado, él se negó. No contaba con demasiado tiempo así que no estaba dispuesto a perder ni un segundo en desplazamientos innecesarios. Ella le ofreció su boca esperando que él la besara como inicio del ritual, pero eso no se encontraba entre los planes de Trevor. En su lugar la obligó a arrodillarse en el sucio suelo. La felación ocurrió allí mismo, ante la mirada indiferente de alguna esporádica prostituta que pasaba junto al lugar en el que se encontraban. Al finalizar él le arrojó el pago al suelo y se volvió sin detenerse a ofrecer una segunda mirada. Con su deseo momentáneamente satisfecho enfiló rumbo a la mansión de los Blackraven.
El primer acercamiento con Benjamin, la cabeza de la familia, podría catalogarse como un éxito. Los temperamentos habían congeniado y aunque él no compartía del todo algunas de las ideas extremistas del clan Blackraven, tampoco le resultaban insoportables. Serían pues un mal menor con el cual aprender a convivir hasta que el casamiento sellara la unión de las dos familias y le otorgara el completo y total control sobre su futura esposa. Pensó en ella intentado imaginársela a partir de las facciones de su padre y hermano. Cualquier otro estaría preocupado, aunque fuese un poco, por la apariencia de su prometida, pero a él eso le causaba más curiosidad que ansiedad. Estaría satisfecho siempre y cuando fuese apta para darle los herederos necesarios para apaciguar a su padre. Tampoco le desvelaba el posible temperamento de la fémina, habiendo sido criada en el entorno que él percibió en su anterior visita de seguro se trataría de una mujer dócil y de temperamento delicado, sino igual existían métodos más que suficientes para apaciguar a cualquier bestia y no dudaría en aplicarle los que considerase necesarios.
Al llegar adoptó la postura elegante y soberbia que de él se esperaba y procedió a seguir las normas de rigor entre la alta sociedad. Saludó cortésmente, aunque con la frialdad que lo caracterizaba, y luego permitió que le guiasen hasta el salón de té donde habría de esperar la llegada de su prometida. Se encontraba parado ante una de las ventanas d la estancia, intentando decidir el antro al cuál se dirigiría una vez concluida aquella reunión, cuando percibió como la puerta se abría. Y allí estaba ella, hermosa y radiante, mucho más de lo que había esperado o imaginado. La observó en silencio por unos segundos deteniendo su impudoroso escrutinio sobre aquellos labios carnosos. ¡Ah! Solo el imaginarse las delicias que le esperaban gracias a esa boca ocasionaron que su deseo ardiera nuevamente. Sería difícil encontrar una prostituta que pudiese despertar tales ansias ¿Sería igual de generosa y provocativa bajo toda esa tela? Era una suerte que contaran con la presencia de una chaperona pues de otro modo él saltaría sobre ese cuerpo incitante y no se lo pensaría dos veces antes de obligarla a repetir lo que la prostituta había hecho solo una hora antes.
Él sonrió con sorna al escucharla hablar. Le complacía sobremanera que se mostrase educada y sumisa. La siguió observando de arriba abajo sin ningún tipo de consideración a la extremidad que permanecía en el aire durante algunos segundos más antes de dignarse a contestar – Es un placer – entonces tomó la mano que le era ofrecida y la besó – Todo un placer – repitió soltándola y dirigiéndole una mirada cargada de evidente odio a la anciana mujer que los acompañaba. Era un estorbo para él en ese momento y lamentablemente no podía hacer nada al respecto más que soportar su presencia. – Debo confesarle que la descripción que me dio su padre no le ha hecho justicia a su belleza – soltó retornando su atención sobre su prometida – Me alegra que tal falta decaiga a mi favor – ni siquiera fue consciente de la falta de delicadeza en sus palabras o la desvergüenza que mostró al tomar asiento antes que la dama en una casa que no le pertenecía. Una vez acomodado cruzó las piernas y esperó a que ella le imitase – La boda tendrá que realizarse lo más pronto posible - se trataba de una orden más que de un comentario - Dígame Harper ¿Le ha comentado su padre algo sobre la fecha en la que se convertirá en mi mujer? –
El primer acercamiento con Benjamin, la cabeza de la familia, podría catalogarse como un éxito. Los temperamentos habían congeniado y aunque él no compartía del todo algunas de las ideas extremistas del clan Blackraven, tampoco le resultaban insoportables. Serían pues un mal menor con el cual aprender a convivir hasta que el casamiento sellara la unión de las dos familias y le otorgara el completo y total control sobre su futura esposa. Pensó en ella intentado imaginársela a partir de las facciones de su padre y hermano. Cualquier otro estaría preocupado, aunque fuese un poco, por la apariencia de su prometida, pero a él eso le causaba más curiosidad que ansiedad. Estaría satisfecho siempre y cuando fuese apta para darle los herederos necesarios para apaciguar a su padre. Tampoco le desvelaba el posible temperamento de la fémina, habiendo sido criada en el entorno que él percibió en su anterior visita de seguro se trataría de una mujer dócil y de temperamento delicado, sino igual existían métodos más que suficientes para apaciguar a cualquier bestia y no dudaría en aplicarle los que considerase necesarios.
Al llegar adoptó la postura elegante y soberbia que de él se esperaba y procedió a seguir las normas de rigor entre la alta sociedad. Saludó cortésmente, aunque con la frialdad que lo caracterizaba, y luego permitió que le guiasen hasta el salón de té donde habría de esperar la llegada de su prometida. Se encontraba parado ante una de las ventanas d la estancia, intentando decidir el antro al cuál se dirigiría una vez concluida aquella reunión, cuando percibió como la puerta se abría. Y allí estaba ella, hermosa y radiante, mucho más de lo que había esperado o imaginado. La observó en silencio por unos segundos deteniendo su impudoroso escrutinio sobre aquellos labios carnosos. ¡Ah! Solo el imaginarse las delicias que le esperaban gracias a esa boca ocasionaron que su deseo ardiera nuevamente. Sería difícil encontrar una prostituta que pudiese despertar tales ansias ¿Sería igual de generosa y provocativa bajo toda esa tela? Era una suerte que contaran con la presencia de una chaperona pues de otro modo él saltaría sobre ese cuerpo incitante y no se lo pensaría dos veces antes de obligarla a repetir lo que la prostituta había hecho solo una hora antes.
Él sonrió con sorna al escucharla hablar. Le complacía sobremanera que se mostrase educada y sumisa. La siguió observando de arriba abajo sin ningún tipo de consideración a la extremidad que permanecía en el aire durante algunos segundos más antes de dignarse a contestar – Es un placer – entonces tomó la mano que le era ofrecida y la besó – Todo un placer – repitió soltándola y dirigiéndole una mirada cargada de evidente odio a la anciana mujer que los acompañaba. Era un estorbo para él en ese momento y lamentablemente no podía hacer nada al respecto más que soportar su presencia. – Debo confesarle que la descripción que me dio su padre no le ha hecho justicia a su belleza – soltó retornando su atención sobre su prometida – Me alegra que tal falta decaiga a mi favor – ni siquiera fue consciente de la falta de delicadeza en sus palabras o la desvergüenza que mostró al tomar asiento antes que la dama en una casa que no le pertenecía. Una vez acomodado cruzó las piernas y esperó a que ella le imitase – La boda tendrá que realizarse lo más pronto posible - se trataba de una orden más que de un comentario - Dígame Harper ¿Le ha comentado su padre algo sobre la fecha en la que se convertirá en mi mujer? –
Trevor Wooler- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 24/04/2016
Re: Skyfall | Privado
Distante. Fría. Y muy tímida. Así estaba Harper, que detrás de su velo de buenas costumbres, se encontraba completamente abrumada. Y a pesar de que el porte gallardo y la penetrante mirada de Trevor Wooler podían ser más de lo que cualquier muchacha en su condición pudiese pedir, no podía deshacerse de aquel pesar que la hacía sentirse un objeto, un trozo de carne que puede ser vendido al mejor postor. Porque, por supuesto, los Wooler eran un gran negocio para los Blackraven, y ella era el medio para enriquecer las arcas de Benjamin y Vincent. ¡Si tan sólo ella o sus hermanas fuesen a recibir algún beneficio! Pero no, todo quedaría para el heredero mayor, y las más jóvenes de la familia continuarían con su tarea de parir hijos que agrandasen el clan. Harper sentía pena de sí misma, especialmente, porque se sentía reducida a la nada, y todos aquellos años de rebeldía en silencio, de nada habían servido. Allí estaba, mostrando una tenue sonrisa y haciendo gala de sus modales para ser aceptada por el hombre que habían elegido para ella. Su destino era triste, y le era inevitable no querer huir de su propia vida.
La cambiante no estaba acostumbrada a los elogios. Le rehuía a la vida social, optaba por pocas amistades y su intercambio con el sexo opuesto no iba más allá de su hermano, su padre, los empleados y algún que otro cercano a la familia. Por eso, intentó no ruborizarse ante las palabras de Wooler, pero le fue inevitable, ya que un calor muy suave se instaló en sus mejillas, en su nariz y en su cuello. Rogó que la tonalidad que adquiriese su piel no arruinase su estética ni acentuase sus pecas. La chaperona dio un paso hacia adelante, y a Harper le dio mucha tranquilidad saber que contaba con ella, que estaba ahí para protegerla y para cuidar su buen nombre; y, especialmente, lo que más agradecía, era que la mujer no se intimidase ante la presencia del caballero. La muchacha podía sentir su energía masculina, el macho alfa que había en él revoloteando en el ambiente, de la misma forma que lo hacía cuando se encontraban los líderes en la misma habitación que ella. Le temió, como le temía a todo aquello que la sacase de su zona de tranquilidad, de ese mundo solitario en el que gustaba encerrarse para protegerse de todos.
—Le agradezco… —atinó a decir, antes de sentirse descolocada ante su falta de cortesía. Wooler tomó asiento sin esperarla y ella, que había aprendido a sortear situaciones incómodas, lo imitó, sin hacer la más mínima mueca. La chaperona se ubicó en un sillón alejado, pero donde podía escuchar todo de lo que hablaban y no los perdía de vista un segundo. Harper fue tomada por sorpresa, pues imaginó que él querría conocerla mínimamente, entablar una conversación, pero parecía que estaba todo dicho, que no importaba el vínculo, que no hacía falta que ella fuese una mujer interesante o culta, sólo tenía valor su dote. Un matrimonio con Harper Blackraven significaba prestigio, poder y riquezas, y era una verdadera estúpida si creía que podía hacer algo por cambiar, mínimamente, el concepto que se tuviese. Podía ser la mujer más horrenda o la más caprichosa, Trevor Wooler se habría casado con ella de todas formas, pues lo que para él realmente era menester, la trascendía. En ese momento en el que la realidad la abofeteó con dureza, entendió por qué sus difuntos hermanos habían buscado un destino mejor.
—Bueno… —dudó un instante, pues Benjamin no había sido demasiado preciso— Mi padre no me ha comentado demasiado al respecto, pero si no me equivoco, el plazo va de uno a dos meses, ya que hay muchas cosas para preparar —se encontró jugueteando con sus dedos sobre su regazo, estirando de la tela. Odiaba todo aquello. Quería salir de sí misma y ser libre. Podía adoptar una de sus formas y desaparecer, pero la encontrarían. Siempre terminaban haciéndolo, y era demasiado cobarde para morir por sus ideales, como lo habían hecho Bastian y Malayka. — ¿A usted esa fecha le parece adecuada o es demasiado pronto? No es a mí a quien le corresponde fijarla —finalizó, mirándolo a los ojos, por costumbre, no por desafío. ¿Qué había detrás de su mirada? Harper sintió un cosquilleo helado por su espalda. Wooler parecía querer devorarla ¿o matarla?.
La cambiante no estaba acostumbrada a los elogios. Le rehuía a la vida social, optaba por pocas amistades y su intercambio con el sexo opuesto no iba más allá de su hermano, su padre, los empleados y algún que otro cercano a la familia. Por eso, intentó no ruborizarse ante las palabras de Wooler, pero le fue inevitable, ya que un calor muy suave se instaló en sus mejillas, en su nariz y en su cuello. Rogó que la tonalidad que adquiriese su piel no arruinase su estética ni acentuase sus pecas. La chaperona dio un paso hacia adelante, y a Harper le dio mucha tranquilidad saber que contaba con ella, que estaba ahí para protegerla y para cuidar su buen nombre; y, especialmente, lo que más agradecía, era que la mujer no se intimidase ante la presencia del caballero. La muchacha podía sentir su energía masculina, el macho alfa que había en él revoloteando en el ambiente, de la misma forma que lo hacía cuando se encontraban los líderes en la misma habitación que ella. Le temió, como le temía a todo aquello que la sacase de su zona de tranquilidad, de ese mundo solitario en el que gustaba encerrarse para protegerse de todos.
—Le agradezco… —atinó a decir, antes de sentirse descolocada ante su falta de cortesía. Wooler tomó asiento sin esperarla y ella, que había aprendido a sortear situaciones incómodas, lo imitó, sin hacer la más mínima mueca. La chaperona se ubicó en un sillón alejado, pero donde podía escuchar todo de lo que hablaban y no los perdía de vista un segundo. Harper fue tomada por sorpresa, pues imaginó que él querría conocerla mínimamente, entablar una conversación, pero parecía que estaba todo dicho, que no importaba el vínculo, que no hacía falta que ella fuese una mujer interesante o culta, sólo tenía valor su dote. Un matrimonio con Harper Blackraven significaba prestigio, poder y riquezas, y era una verdadera estúpida si creía que podía hacer algo por cambiar, mínimamente, el concepto que se tuviese. Podía ser la mujer más horrenda o la más caprichosa, Trevor Wooler se habría casado con ella de todas formas, pues lo que para él realmente era menester, la trascendía. En ese momento en el que la realidad la abofeteó con dureza, entendió por qué sus difuntos hermanos habían buscado un destino mejor.
—Bueno… —dudó un instante, pues Benjamin no había sido demasiado preciso— Mi padre no me ha comentado demasiado al respecto, pero si no me equivoco, el plazo va de uno a dos meses, ya que hay muchas cosas para preparar —se encontró jugueteando con sus dedos sobre su regazo, estirando de la tela. Odiaba todo aquello. Quería salir de sí misma y ser libre. Podía adoptar una de sus formas y desaparecer, pero la encontrarían. Siempre terminaban haciéndolo, y era demasiado cobarde para morir por sus ideales, como lo habían hecho Bastian y Malayka. — ¿A usted esa fecha le parece adecuada o es demasiado pronto? No es a mí a quien le corresponde fijarla —finalizó, mirándolo a los ojos, por costumbre, no por desafío. ¿Qué había detrás de su mirada? Harper sintió un cosquilleo helado por su espalda. Wooler parecía querer devorarla ¿o matarla?.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 24/08/2015
Re: Skyfall | Privado
El cambiaformas negó levemente con la cabeza mientras su expresión se tornaba más seria – No es para nada adecuada y, de hecho, dos meses es demasiado tiempo – replicó evidentemente disgustado por la revelación que acababa de recibir. Él esperaba que el ritual ocurriese a la mayor brevedad y el que ella hubiese sugerido que dos meses era demasiado pronto le contrariaba – Por supuesto que no le corresponde a usted fijarla Harper – aseveró restándole importancia al asunto – Sin embargo, dada la correspondencia que ha circulado entre nuestras familias, esperaba que los preparativos ya estuviesen adelantados… ¿Me quiere usted decir con esto que su Padre y Hermano no han adelantado nada al respecto? – Aquello le había traído sin cuidado desde el momento en que se enteró de su inevitable matrimonio, pero ahora, al ver a su futura esposa, las ansias por que fuese suya le impulsaban a apresurar las cosas. Se trataba de un comportamiento del todo inusual en Trevor. Que el eterno apático, el irremediable indiferente, se encontrase de improviso no solo interesado en algo de lo que ocurría a su alrededor sino, además, apurado y molesto porque los planes de su padre no diesen fruto a la mayor brevedad resultaba un poco absurdo –Esta situación no es la que yo tenía prevista – puntualizó frunciendo el ceño.
En su mente le daba vueltas a una posible solución cuando cayó en cuenta de algo que no encajaba en la escena: ella le había mantenido la mirada de una forma que contradecía el comportamiento aparentemente tímido manifestado segundos antes. Aquello colocó en un segundo plano por algunos minutos el tema de la ceremonia. ¿Podía ser que no fuese en realidad la fémina sometida y vulnerable que esperaba? ¿Transmitía acaso aquella mirada un murmullo de rebeldía fuertemente anclado en el interior de su mente? En un principio aquella idea le disgustó pero siguiendo el consejo de su madre se permitió verle el lado positivo y, pensándolo con calma, en realidad podría haber muchos ¿Qué tanto demoraría en quebrar la voluntad de la joven? Podría tratarse de un juego entretenido pero primero debería averiguar si sus conjeturas tenían algún matiz de veracidad o si el que ella le sostuviese la mirada solo se trató de una reacción involuntaria debido a su comportamiento. No solo conocía su capacidad para intimidar a las mujeres sino que aprovechaba aquel rasgo, para muchos desagradable, como un instrumento para someter la voluntad de sus concubinas. Algunas reaccionaban incrementando su servilismo, otras con actitudes desafiantes que no albergaban en el fondo ningún deseo revolucionario lo cual era puesto en evidencia al tener que enfrentarse a la intimidación física. Lanzó una nueva mirada a la anciana. Lamentablemente por el momento resultaba impensable cualquier tipo de acercamiento físico.
Recorrió nuevamente a la joven con la mirada. Su atuendo demostraba el estatus de su familia pero a pesar de eso ella misma se encontraba prácticamente despojada de otra decoración más que la de su vestido. Ninguna joya era visible y su peinado era sobrio y hasta un poco pragmático. Se había arreglado para el encuentro pero no había puesto por completo su empeño en engalanarse para él. Recordó a su antigua prometida y su forma de ataviarse. Eran muy diferentes una de la otra y eso, en definitiva, era un punto a favor de Harper. Descruzó las piernas y apoyó los antebrazos en sus muslos, inclinando así el torso hacia la figura a la vez delicada y voluptuosa que lo observaba. – Algo he escuchado sobre los múltiples preparativos de las bodas… y soy perfectamente consciente de que la unión de nuestros apellidos debe realizarse bajo la pomposidad propia de las dos familias. Sin embargo se trata de un requerimiento que puedo estar dispuesto a ignorar. No tendría problema con una ceremonia pequeña, especialmente porque aquello implicaría reducir considerablemente el tiempo entre este momento y su final “Sí, acepto” –
Los ojos claros de Trevor no se despegaron del rostro de Harper mientras hablaba y su tono de voz resultaba más propio de un abogado que manifiesta ante su cliente las opciones de muerte que le esperan tras el veredicto que el de un hombre al que le satisface la idea del matrimonio. Sin embargo su mirada irradiaba un brillo peculiar que variaba entre la malicia, la codicia y una felicidad retorcida pero, al fin y al cabo, felicidad – Pero dígame Harper ¿Usted qué opina? – le cuestionó con el propósito de darse una idea más clara de la voluntad de la joven y poder llegar a una conclusión sobre sus especulaciones pasadas - ¿Dos meses es demasiado tiempo o muy poco? ¿Estaría dispuesta a prescindir de la gala y la pomposidad que seguramente esperan nuestros padres para la boda? – “¿Está dispuesta a apresurar el momento en el que tenga que abrir las piernas para recibir a su marido en su interior?” la pregunta no fue dicha en voz alta pero aun así inundaba la estancia con la misma presteza que la silenciosa presencia de la chaperona.
En su mente le daba vueltas a una posible solución cuando cayó en cuenta de algo que no encajaba en la escena: ella le había mantenido la mirada de una forma que contradecía el comportamiento aparentemente tímido manifestado segundos antes. Aquello colocó en un segundo plano por algunos minutos el tema de la ceremonia. ¿Podía ser que no fuese en realidad la fémina sometida y vulnerable que esperaba? ¿Transmitía acaso aquella mirada un murmullo de rebeldía fuertemente anclado en el interior de su mente? En un principio aquella idea le disgustó pero siguiendo el consejo de su madre se permitió verle el lado positivo y, pensándolo con calma, en realidad podría haber muchos ¿Qué tanto demoraría en quebrar la voluntad de la joven? Podría tratarse de un juego entretenido pero primero debería averiguar si sus conjeturas tenían algún matiz de veracidad o si el que ella le sostuviese la mirada solo se trató de una reacción involuntaria debido a su comportamiento. No solo conocía su capacidad para intimidar a las mujeres sino que aprovechaba aquel rasgo, para muchos desagradable, como un instrumento para someter la voluntad de sus concubinas. Algunas reaccionaban incrementando su servilismo, otras con actitudes desafiantes que no albergaban en el fondo ningún deseo revolucionario lo cual era puesto en evidencia al tener que enfrentarse a la intimidación física. Lanzó una nueva mirada a la anciana. Lamentablemente por el momento resultaba impensable cualquier tipo de acercamiento físico.
Recorrió nuevamente a la joven con la mirada. Su atuendo demostraba el estatus de su familia pero a pesar de eso ella misma se encontraba prácticamente despojada de otra decoración más que la de su vestido. Ninguna joya era visible y su peinado era sobrio y hasta un poco pragmático. Se había arreglado para el encuentro pero no había puesto por completo su empeño en engalanarse para él. Recordó a su antigua prometida y su forma de ataviarse. Eran muy diferentes una de la otra y eso, en definitiva, era un punto a favor de Harper. Descruzó las piernas y apoyó los antebrazos en sus muslos, inclinando así el torso hacia la figura a la vez delicada y voluptuosa que lo observaba. – Algo he escuchado sobre los múltiples preparativos de las bodas… y soy perfectamente consciente de que la unión de nuestros apellidos debe realizarse bajo la pomposidad propia de las dos familias. Sin embargo se trata de un requerimiento que puedo estar dispuesto a ignorar. No tendría problema con una ceremonia pequeña, especialmente porque aquello implicaría reducir considerablemente el tiempo entre este momento y su final “Sí, acepto” –
Los ojos claros de Trevor no se despegaron del rostro de Harper mientras hablaba y su tono de voz resultaba más propio de un abogado que manifiesta ante su cliente las opciones de muerte que le esperan tras el veredicto que el de un hombre al que le satisface la idea del matrimonio. Sin embargo su mirada irradiaba un brillo peculiar que variaba entre la malicia, la codicia y una felicidad retorcida pero, al fin y al cabo, felicidad – Pero dígame Harper ¿Usted qué opina? – le cuestionó con el propósito de darse una idea más clara de la voluntad de la joven y poder llegar a una conclusión sobre sus especulaciones pasadas - ¿Dos meses es demasiado tiempo o muy poco? ¿Estaría dispuesta a prescindir de la gala y la pomposidad que seguramente esperan nuestros padres para la boda? – “¿Está dispuesta a apresurar el momento en el que tenga que abrir las piernas para recibir a su marido en su interior?” la pregunta no fue dicha en voz alta pero aun así inundaba la estancia con la misma presteza que la silenciosa presencia de la chaperona.
Trevor Wooler- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/04/2016
Re: Skyfall | Privado
Agradecía, profundamente, el temple que había obtenido a la sombra de hombres como su padre y su hermano. Era de la única manera que podía mantenerse digna ante el escrutinio imperturbable de su prometido y, por supuesto, ante sus cuestionamientos, que, segundo a segundo, le erizaban la piel. Eran demasiadas preguntas para las cuales tenía una sola respuesta: no quiero casarme ni con usted ni con nadie. El alma temblaba ante aquel grito voraz, que amenazaba con escaparse de sus labios imprudentes. Pero Harper callaba con la sumisión que requería su condición, con la sumisión que había adquirido siendo una mujer Blackraven. Era lo que se había esperado de ella desde que era una niña, y así se manejaba en su familia. Las damas obedecían y los caballeros mandaban. No había medias tintas, tampoco la posibilidad de polemizar mínimamente con aquello. Y así debía ser cuando se casase, y era lo que debía enseñarles a los hijos que tendría. Lo último que quería era darle herederos a esa familia de monstruos, pero ya estaba decretado su destino.
—Si usted considera prudente y necesario que adelantemos la boda, no tengo nada que objetar a ello —respondió con seriedad. Se removió levemente en su lugar, aunque no demostró la incomodidad que estaba sintiendo. Su madre no la había preparado lo suficiente para enfrentar aquella conversación, se sentía vulnerable y desarmada. Y detestaba que las únicas respuestas posibles fueran las que le dieran la razón a Wooler.
Antes de que pudiera continuar, tocaron la puerta. La chaperona se levantó para darle paso a un séquito de empleados y empleadas, que desplegaron todos sus talentos para dispersar, de forma armónica, masas, pasteles y postres, junto a una vajilla especialmente seleccionada para la ocasión. Harper agradeció profundamente la interrupción, ya que alivianó el clima infernal que se había desatado sobre ella. Una marea de pensamientos negros se erigieron sobre ella y, volvieron a colocar la distancia que, por un instante, la belleza de Trevor había hecho titubear. La cambiante era una admiradora de la estética, y aquel gallardo cambiante encerraba todo lo que a ella le habían inculcado que estaba bien. Su aspecto, su aroma, sus modales, su voz. Cualquier muchacha se habría arrancado los cabellos por tenerlo de pretendiente, pero Harper no era como todas, y siempre se había encargado de hacerlo notar. También había mucho de su orgullo en disputa: nunca se mostraría demasiado atraído por nadie.
—Muchas gracias. Pueden retirarse —dijo, finalmente, cuando sirvieron un aromático té en su pocillo. Una vez que el personal se retiró, la joven mojó levemente sus labios con la infusión. Haberse librado de la mirada de Wooler la había relajado por unos momentos. —Mi señor, soy una persona sencilla y de costumbres simples. Contrario a lo que podría esperarse de alguien en mi posición, el lujo y la pomposidad no son parte de mi forma de vida —podía notarse a leguas en su atuendo y en sus costumbres. Harper era tranquila y sencilla, llevaba una existencia monótona que se había visto interrumpida cuando decidió cargar sobre sus hombros el peso de la protección del hijo de Bastian. Debía deshacerse de la joven y el bebé antes de su matrimonio que, seguramente, la llevaría nuevamente a Inglaterra, desde donde ya no podría cuidar de la familia de su hermano.
—Con esto —devolvió la tacita a su correspondiente plato— quiero decir que podemos tener una boda íntima, sin demasiados invitados. Mis padres ya han enlazado a mis hermanas, han tenido suficientes preparativos lujosos. Soy la menor de sus hijos y, salvo que sea el matrimonio de Vincent, no pondrán reparos en la decisión que tomemos sobre nuestra ceremonia —parecía que estaba hablando de otra persona, que no era ella la protagonista de aquel cuento de terror.
— ¿Un mes le parece prudente? —y, nuevamente, sus ojos se clavaron en los de Wooler. Tampoco había desafío, era la costumbre de las personas de buen corazón; así se lo había dicho su nana en alguna ocasión. —Seguramente tendremos que llevar a cabo la boda aquí, y ambos tenemos familia en Inglaterra que querrá asistir, así como también algunos amigos cercanos —ella era una solitaria, no se relacionaba demasiado con nadie, pero era buena negociando. Sólo pedía treinta días más de libertad. —Si está de acuerdo, se lo comunicaré a mi padre y usted al suyo —quería dar por finiquitada aquella reunión lo más pronto posible. Volvió a coger la tacita y a embeberse la boca con el té. El aroma le serenaba el alma. Tenía la garganta seca y el corazón acelerado, pero seguía mostrándose inconmovible, como la Blackraven que era.
—Si usted considera prudente y necesario que adelantemos la boda, no tengo nada que objetar a ello —respondió con seriedad. Se removió levemente en su lugar, aunque no demostró la incomodidad que estaba sintiendo. Su madre no la había preparado lo suficiente para enfrentar aquella conversación, se sentía vulnerable y desarmada. Y detestaba que las únicas respuestas posibles fueran las que le dieran la razón a Wooler.
Antes de que pudiera continuar, tocaron la puerta. La chaperona se levantó para darle paso a un séquito de empleados y empleadas, que desplegaron todos sus talentos para dispersar, de forma armónica, masas, pasteles y postres, junto a una vajilla especialmente seleccionada para la ocasión. Harper agradeció profundamente la interrupción, ya que alivianó el clima infernal que se había desatado sobre ella. Una marea de pensamientos negros se erigieron sobre ella y, volvieron a colocar la distancia que, por un instante, la belleza de Trevor había hecho titubear. La cambiante era una admiradora de la estética, y aquel gallardo cambiante encerraba todo lo que a ella le habían inculcado que estaba bien. Su aspecto, su aroma, sus modales, su voz. Cualquier muchacha se habría arrancado los cabellos por tenerlo de pretendiente, pero Harper no era como todas, y siempre se había encargado de hacerlo notar. También había mucho de su orgullo en disputa: nunca se mostraría demasiado atraído por nadie.
—Muchas gracias. Pueden retirarse —dijo, finalmente, cuando sirvieron un aromático té en su pocillo. Una vez que el personal se retiró, la joven mojó levemente sus labios con la infusión. Haberse librado de la mirada de Wooler la había relajado por unos momentos. —Mi señor, soy una persona sencilla y de costumbres simples. Contrario a lo que podría esperarse de alguien en mi posición, el lujo y la pomposidad no son parte de mi forma de vida —podía notarse a leguas en su atuendo y en sus costumbres. Harper era tranquila y sencilla, llevaba una existencia monótona que se había visto interrumpida cuando decidió cargar sobre sus hombros el peso de la protección del hijo de Bastian. Debía deshacerse de la joven y el bebé antes de su matrimonio que, seguramente, la llevaría nuevamente a Inglaterra, desde donde ya no podría cuidar de la familia de su hermano.
—Con esto —devolvió la tacita a su correspondiente plato— quiero decir que podemos tener una boda íntima, sin demasiados invitados. Mis padres ya han enlazado a mis hermanas, han tenido suficientes preparativos lujosos. Soy la menor de sus hijos y, salvo que sea el matrimonio de Vincent, no pondrán reparos en la decisión que tomemos sobre nuestra ceremonia —parecía que estaba hablando de otra persona, que no era ella la protagonista de aquel cuento de terror.
— ¿Un mes le parece prudente? —y, nuevamente, sus ojos se clavaron en los de Wooler. Tampoco había desafío, era la costumbre de las personas de buen corazón; así se lo había dicho su nana en alguna ocasión. —Seguramente tendremos que llevar a cabo la boda aquí, y ambos tenemos familia en Inglaterra que querrá asistir, así como también algunos amigos cercanos —ella era una solitaria, no se relacionaba demasiado con nadie, pero era buena negociando. Sólo pedía treinta días más de libertad. —Si está de acuerdo, se lo comunicaré a mi padre y usted al suyo —quería dar por finiquitada aquella reunión lo más pronto posible. Volvió a coger la tacita y a embeberse la boca con el té. El aroma le serenaba el alma. Tenía la garganta seca y el corazón acelerado, pero seguía mostrándose inconmovible, como la Blackraven que era.
Harper Blackraven- Cambiante Clase Alta
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