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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Olivier Lémieux Lun Feb 26, 2018 1:03 pm

Como sospechaba Olivier, aquella era otra fiesta más de la alta sociedad. Estaba acostumbrado a ellas, pero eso no significaba que le gustara. Además, el hecho de ostentar el título de mariscal no sólo le dio notoriedad, sino que provocó muchas reacciones. Por un lado, estaban los soldados que le miraban con cierta admiración, acostumbrados a tratar con altos cargos déspotas y autoritarios. Y por otro estaban los recelosos, los que consideraban que alguien tan joven no debería ostentar un título tan importante. Sin duda los ministros más cercanos al rey, la curia experta en consejos había hecho sus cábalas una vez fue nombrado y para apaciguar ánimos y quitar las asperezas sobre Olivier, decidieron hace un baile con motivo de recaudar fondos, para las viudas de guerra, para bonos en el ejército y por supuesto, para rodearse de mujeres guapas. Lo que tenía que ver con Olivier esto, es que estaban empujando al joven a buscar a una mujer con la que desposarse, de esa manera sería visto como un padre de familia y no como un joven oficial.

Fue un éxito, El Palacio Royal solía representar lo mejor de la sociedad parisina, estaban las clases altas y la nobleza, hablando de política y sobretodo de guerra. No escatimaba la comida, la bebida y la música. Se vistió con el uniforme militar de gala, ahora siempre tenía que ir con la condecoración y siempre debía ir vestido con sus trajes militares, los blancos de gala, la chaqueta de mariscal, la espada ceremonial, incluso en alguna ocasión el bastón de mando. Todo eso era demasiado para él, se sentía abrumado con todo aquello. Había pasado de cero a cien en un segundo y el éxito de su carrera le catapultó desde Gévaudan hasta la mismísima París.

Cogió una copa al vuelo y se la llevó a los labios, dio un sorbo largo y después la dejó a un lado, preparado para que los demás oficiales se acercaran y se presentaran ante él. Iba y venía por el salón, intentando no estar en el mismo sitio más de lo que permitiera entablar una conversación más profunda y fue entonces cuando un perfume le paralizó. El tiempo parecía haberse detenido cuando parpadeó, se detuvo en seco y se giró para encontrar ese rastro, celestial, supuso. Se encontró con unos labios carnosos, una piel pálida y perfecta y cada poro respiraba aquel aroma que le hizo flaquear en sus piernas. Frunció el ceño perdido en ese mar de emociones y vio ante sus narices cómo se alejaba aquella cadera acompañada por el vaivén de una melena larga y rubia.

Cuando volvió en sí, todo parecía haber recuperado la velocidad normal. Todo parecía superfluo y fue cuando se giró que encontró al que parecía su acompañante- No vuelvas a mirarla así, vas a asustarla- dijo preocupado el hombre, que empezó a moverse entre la gente como si nadara a contracorriente. Olivier se quedó estático, no entendía que había pasado, empezó a sopesar que era una mala jugada por parte de su mente o que estaba soñando, pero cuando volvió la mirada hacia la dirección en la que ambos se habían perdido quiso ir a buscarla. Volvió sobre sus pasos y entre tantos aromas, tuvo que concentrarse en buscar el aroma de aquella mujer, la encontró de espaldas, sola. Así que se adecentó el traje con cierto nerviosismo y fue directo hasta ella- Buenas noches, mademoiselle. Soy Olivier Lémieux, siento si antes la he asustado, no debería haberla mirado a los ojos de forma tan descarada- se disculpó el oficial, pero en cuanto se encontró con esos ojos, esos labios y esa piel quedó prendado de ella. Como su salvaje naturaleza lo estaba de la libertad de la noche de luna llena, el recóndito rincón de humanidad que anidaba en Olivier, se había prendado de aquella mujer.


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Mensaje por Sylvia Schneider Sáb Mar 10, 2018 9:41 am

Aunque intentase negárselo a sí misma echaba de menos Osaka, todavía no se había creado un espacio propio en París y eso que sus avances habían sido impresionantes. Con el dinero que le entregó su padre al irse de Japón tuvo más que de sobra para comprarse una casa junto a la plaza Tertre -una de las zonas más céntricas de París-, contrató personal de servicio y llenó el vestidor con la última moda europea –tan distinta a la que vestía allá de donde venía-. Lo bueno es que no se sentía del todo fuera de lugar pues al ser europea de nacimiento recordaba la forma de actuar de dicha sociedad, otro punto a su favor era y siempre había sido dominar varios idiomas, obviamente el francés se encontraba entre ellos. Si bien la fortuna de su padre era extensa, el dinero que ella tenía no sería eterno por lo que se puso a buscar clientes potenciales en cuanto estuvo instalada, Saori –su hermana mayor- la había enseñado bien y conocía los lugares en los que debía aparecer para llamar la atención de hombres adinerados y deseosos por pagar por su compañía. Poco a poco fue conociéndoles y ampliado esa cartera de clientes con los que iba conociendo a otros tantos y así sería como conocería  a Olivier esa noche.

Siempre que tenía una cita pasaba un buen rato arreglándose para quien la reclamaría como suya unas horas, pero lo hacía a conciencia cuando este pensaba llevarla a un evento social de remarcable importancia. Esto se debía a dos razones sencillas y claras, la primera que si el hombre en cuestión quería llevarla del brazo era –además de para pasar un buen rato- para que el resto de asistentes se fijaran en ellos y la segunda que egoístamente a Sylvia le convenía ser el centro de todas las miradas, eso era lo que atraía a futuros clientes. Esa noche tenía uno de dichos eventos, el palacio real se llenaría de oficiales del ejército e invitados de clase alta de la sociedad parisina. Una vez se hubo bañado, se paseó en bata por el vestidor buscando el atuendo perfecto. No puede ser azul ni rojo…, pensó para sí misma, si quería llamar la atención sería estúpido ir de alguno de los colores que más se iban a repetir en aquel baile. Señaló una de sus nuevas adquisiciones, un vestido gris con hilos de plata en el escote y el corset, lo adornó con una pluma en pelo y un semi-recogido que dejaba parte de la melena caer por la espalda, algo que sin duda escandalizaría a las damas –pues estaba limitado a la intimidad del hogar-.

Su acompañante, bueno realmente Sylvia era la acompañante, era Monsieur Leblanc, un acaudalado hombre de negocios del sector de la joyería, poseía grandes extensiones de tierra en África desde donde se fletaban barcos con las tan deseadas piedras preciosas –sobre todo diamantes- que se transformaban en joyas en sus talleres. Se trataba de un hombre casado hacía años, de más de sesenta, con un gran sentido del humor y totalmente prendado de ella. Como detalle para él se colocó uno de los collares que le había regalado, una finísima cadena de oro blanco con un diamante en forma de lágrima en el extremo. Los invitados más esperados nunca llegaban a la hora que se esperaba de ellos y por tanto, la pareja llegó con una hora de retraso; ambos dejaron sus respectivos abrigos al servicio y se adentraron a la gran sala de baile. Se entretuvieron un buen rato saludando amistades y conocidos de Leblanc, la diferencia de edad entre ambos ya comenzaba a sobrevolar el salón como un susurro constante, al que ninguno de los dos dieron importancia; de hecho se lanzaron a la pista de baile en cuanto vieron espacio suficiente. Cualquiera que no conociese su relación pensaría que se trataba de una de sus hijas o de una prostituta, pero para Sylvia Leblanc era más que un mero cliente, era atento y generoso con ella, la protegía y cuidaba desde que había llegado a París. Sabía que esto se debía a que aquel hombre estaba enamorado de ella y tenía la esperanza de conseguir todo de ella algún día, cuando en la alemana no causaba más que ternura, cariño y respeto.

-Discúlpame querido necesito algo para beber-, se alejó de su pareja para buscar entre los asistentes o bien una mesa con copas o a algún sirviente que se paseara con la típica bandeja. Escuchó tras de ella a Leblanc recriminar su comportamiento a alguno de los asistentes y rio por lo bajo imaginando la escena. Una vez ya tuvo la copa de champagne en la mano se giró con la suposición de que su acompañante estaría tras ella, pero con sorpresa se encontró con un rostro que no había visto antes, un oficial que ni tiempo le dio para reaccionar. -Sylvia Schneider…-, elevó la mano para recibir el beso de su interlocutor y rio divertida, -así que es usted quien ha hecho enfadar al buen Monsieur Leblanc-, se entretuvo mirando al mariscal mientras daba un sorbo al espumoso. Ambos buscaron con la mirada al acompañante de Sylvia sin éxito, seguramente se había encontrado con alguno de los hombres con quienes hacía negocios o quizás amigos de la familia, no sería la primera vez que desaparecía durante un buen rato de la fiesta. Por tanto no tuvo objeción en aceptar la petición de baile de Olivier y tomó la mano ajena tras dejar la copa. Era relativamente fácil para Sylvia reconocer los puntos fuertes y débiles de los hombres, sus carencias y Olivier pese a tener porte de hombre fuerte y de carácter marcado en ese momento no estaba sacando toda su masculinidad a flote, esta estaba aplacada por –ironía- la feminidad de Sylvia.

-Tenía entendido que estaba mal visto venir sin pareja a esta fiesta-, tanteó en uno de los momentos tranquilos de la pieza en que no tenían que girar ni cambiar de pareja. No veía en las asistentes miradas de odio o cargadas de celos por lo que, al menos de momento, Olivier parecía haber asistido por su cuenta a la velada.


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Mensaje por Olivier Lémieux Sáb Mar 10, 2018 11:51 am

Entornó la mirada cuando escuchó lo referente a venir sin pareja. Olivier no tenía pareja para ese baile y como todos los anteriores. Salvo por algún compañero de armas y algún superior que le caía en gracia, el can prefería estar a solas. Después del desengaño que sufrió a manos de la única persona a la que mostró vulnerable que buscaba únicamente su muerte. Desde entonces, Olivier prefirió mantener una distancia emocional con todo el mundo y no tener que revelar a nadie su secreto. De hecho, todo el mundo estaba más seguro así.

Cuando bailó con Sylvia, evitó pensar en todo lo demás. Parecía que su tacto era onírico, más allá del mundo terrenal y su presencia le reconfortaba. Había caído prendado de su aroma, de aquel rastro que le llamaba la atención por encima cien personas por lo menos. Se trataba de algo que, aunque el mariscal quisiera, no podía evitar. Una vez terminó la pieza, la gente rompió la última nota de la orquesta con un aplauso y esperaron el tiempo suficiente para tocar otra pieza- Si le soy sincero, mis superiores me invitan a estos bailes y estas fiestas para que logre encontrar a una futura señora Lémieux- comentó el joven oficial logrando coger al vuelo un refrigerio para ambos- Sin embargo soy más astuto que ellos y siempre consigo zafarme- se encogió de hombros sin querer darle más importancia y tomó un largo sorbo a la copa- El caballero que le acompañaba parecía algo ansioso por verla, de echo cuando la perdió entre el gentío y se encontró conmigo, llegué a dudar de mi integridad y que se formaría un pequeño escándalo. Parece embelesado y si me permite decirlo, por sus ojos rojos, diría que endemoniado por no perderla de vista- se apoyó contra la pared, su espalda lo agradeció y después elevó la cabeza a un grupo de damas que le miraban y cuchicheaban entre risas- He de serle sincero, justo cuando usted entraba en el salón de baile, yo me disponía a irme. No había nada que despertara mi atención hasta que me crucé con usted y su cómico amigo- y esto último lo dijo con la boca torcida, ya que el hombre se aproximaba hasta ellos.

Olivier se incorporó con su metro ochenta y muchos y ofreció el apretón de manos al señor LeBlanc, que no le gustó para tener que cruzar palabras con alguien más joven que él. El lobo se relamió- Le comentaba a su acompañante que no le he visto últimamente por estas fiestas, Monsieur LeBlanc ¿A qué se dedica? - elevó una mirada con cierto recelo. Una mujer así de guapa y joven, con un hombre así. Solo podía ser por un interés como el dinero, ya que la relación familiar quedó descartada en el momento en el que comprendió el siniestro apego que mostraba ese hombre por Mademoiselle Schneider.

En cuanto escuchó la importación y manufactura de piedras preciosas, el apellido le resultó familiar. Sonrió para sí mismo, seguramente él había sido el encargado de realizar la condecoración que portaba el pecho de su uniforme- Creo que esto es obra suya- dijo siguiendo la mirada del hombre hasta su condecoración- Le felicito por su trabajo, desde luego a mi no se me daría bien trabajar ni apreciar una piedra preciosa- esa falsa modestia, quizá hubiera colado para Monsieur LeBlanc pero sabía que la mujer que se encontraba entre ambos, era más inteligente.

Gracias a un grupo de mujeres que se acercaron al joyero, Olivier volvió a dirigir la atención hacia Sylvia- Menos mal que no me he ido, por mucho que reclame su atención…. Creo que la mayoría la deposita en alguien que no sea usted- le susurró y esta vez se colocó delante de Sylvia, dando la espalda al grupo de damas y el Sr. LeBlanc –No pretendía ser grosero con él. Quizá usted aflore la testosterona de los hombres. Más de uno habrá quedado en evidencia por usted- esa sonrisa lobuna. Esa sonrisa salvaje y ladina, que le dedicó solo a ella- Me alegro de haberla asaltado esta noche. Así la noche es menos deprimente para mí y menos solitaria para usted.


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Mensaje por Sylvia Schneider Mar Mar 13, 2018 10:09 am

Una vez acabado el baile ambos dejaron espacio en la pista para que otras parejas pudieran disfrutar, se mantuvieron ligeramente apartados y Sylvia agradeció tener nuevamente una copa entre los dedos, -así que no está usted interesado en las mujeres, ¿o es simplemente desinterés por el matrimonio?-, sinceramente opinaba que sería la segunda parte la que más le disgustaba, no parecía un hombre con problemas para socializar ni para seducir a alguna dama en un momento determinado. Se echó a reír por la manera en que había percibido a Gaspard –conocido como Monsieur Leblanc-, -de ninguna manera empezaría una pelea, es demasiado educado como para ello, pero sí es cierto que no tiene problema en reclamar mi atención-, había tanto de aquella historia que Olivier no conocía que era imposible que se conformase con aquella respuesta y en algún momento volvería al ataque. -¡No le llame cómico!-, le dio un toque en el brazo a modo de protesta pero tuvo que cubrirse los labios con la copa para ocultar una sonrisa por la manera de hablar tan libre de filtros del mariscal. Era agradable dar con alguien tan fresco, tan natural entre tanto prejuicio y formalidad.

Tuvo el impulso de volver a reír al ver cómo Olivier se erguía ante la llegada de Gaspard pero lo reprimió y recibió al hombre con la misma sonrisa divertida que tenía entonces, -¿quién me ha privado de tu compañía esta vez?-, le preguntó con un cariño que hizo que Olivier arrugase el morro. Aquello era una pelea sin espadas, las miradas, las posturas y la manera en que se hablaban era como una batalla dialéctica para demostrar quien estaba por encima; los tres eran conscientes de ello. Sylvia seguía sujeta al brazo de Leblanc, desde que había llegado junto a ellos, cuando la mirada de los dos se centró en la condecoración del oficial, -seguro que es obra suya, pero tiene trabajos mejores-, tuvo que interrumpir al notar la tensión en su acompañante en ascenso, -como este colgante, fue un regalo suyo y es una pieza maravillosa-, apretó su brazo y, aunque quizás no del todo, consiguió que sonriera y acabase por relajarse.

En el instante en que se alejó para atender a las damas que reclamaban su atención Sylvia aprovechó para lanzar una mirada de reproche a Olivier, -¿por qué ha intentado molestarle? Monsieur Leblanc no le ha hecho nada…-, si siempre debía tener cuidado con lo que decía, esa noche aún más si tenía en cuenta que el cliente del que estaba hablando estaba a unos escasos dos metros. Para Sylvia, dada su experiencia -y para cualquier mujer prácticamente- el motivo estaba claro. El pensamiento egoísta de los hombres cuando les gusta una mujer les impide ser coherentes o actuar con normalidad, sienten la necesidad de marcar su territorio, territorio que –al menos en este caso- no era ni de uno ni de otro. Su cuerpo le pedía quedarse con aquel oficial incorrecto y divertido, pero tenía dos peros, uno que había ido como acompañante de otro hombre y otro que no quería premiar ese comportamiento o se repetiría en más veladas y podía no tener el mismo final pacífico. Por tanto tomó la única decisión que evitaba más tensión, -he de retirarme ya, mañana tengo una jornada ajetreada y debo descansar-, tanto ella como Olivier sabían que era una excusa para salir de allí pero Leblanc no. Se excusó con él y prometió más tiempo en otra ocasión.

*****

Habían pasado ya cuatro días desde la fiesta, Sylvia había acudido a otros compromisos –no tan multitudinarios- y había tenido tiempo para acabar de decorar la casa. Todo estaba perfecto, hasta el más mínimo detalle de su hogar la inspiraba paz y comodidad; otra de las cosas que le agradecía a la cultura japonesa y su pasión por el orden. Eran alrededor de las cinco cuando decidió salir a dar un paseo, vivir en el centro de la ciudad era increíblemente cómodo, apenas tenía que pedir que preparasen la calesa para ella y tenía todo a un tiro de piedra. Esa tarde, como otras tantas, pasearía por la plaza Tertre –su favorita hasta el momento-, los puestos de dulces eran su perdición y el ambiente siempre tranquilo era ideal. Ya con su cucurucho de almendras garrapiñadas en la mano se dispuso a buscar un banco cercano a una de las muchas fuentes del lugar, quizás alguna donde no hubiese excesivos niños jugando. Muchos de ellos estaban ya ocupados, pero uno le llamó en especial la atención al creer conocer el perfil del hombre que se encontraba allí, -¿Mariscal Lémieux?-


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Mensaje por Olivier Lémieux Miér Mar 14, 2018 6:09 am

Fue una decepción para el lobo que se marchara aquella mujer de su vista. Y no sólo para él, sino para el largo trecho de gente que se giraba y la dejaba pasar. Monsiur LeBlanc parecía tener algo que a Sylvia le gustara lo suficiente como para defenderle y tenerle contento. Aunque a Olivier el protocolo y el dinero le pareciera superfluo, parecía ser el idioma preferido de la alta burguesía y la gente notable de Francia. Una vez se quedó solo en el baile, decidió marcharse también y tras unas cuantas copas de whisky escocés, durmió placenteramente. No podía negar que el alcohol suponía el mismo combustible para su cuerpo que los tranquilizantes durante la luna llena. Sin embargo, gracias a la lectura y sus conocimientos de astronomía podía anticiparse y salir de la ciudad antes de que sucediera lo mismo en Gevaudán.

Cuando despertaba, había entrado la mañana. El sol se filtró entre las cortinas y el lobo se revolvió perezoso en un enjambre de sábanas y mantas. Suspiró y se puso en pie. Su rutina iba por desayunar, después se dedicaba a hacer algo de deporte y estiramientos en su despacho para posteriormente, con la cabeza más despejada por un baño caliente, se dedicaba al papeleo.

Intentó huir del recuerdo de Sylvia, del recuerdo del Sr. LeBlanc y como siempre que había algo que le llamara la atención, fue una tarea imposible. Intentó distraerse escribiendo a su familia, pero de nuevo, el papel estaba vacío como su mente. El reflejo de Sylvia y el recuerdo de su aroma le tentaban a escribir su nombre y decidió no omitir aquello. La primera vez que se dio un capricho fue a un baile donde conoció a su buena amiga Anna Vronskaya, cuya protección política estaba a su cargo. Otro de sus caprichos fue el aceptar el ascenso y de alguna forma, salvar a la gente de Gevaudán, así que ahora uno de sus caprichos era el encontrar a Sylvia.

Disponía del poder, el dinero y la influencia para hacerlo. Fue algo difícil, pero al cabo de dos días tenía un dosier bastante completo de ella. Aunque Olivier intuía que se trataba de una prostituta, no iba mal encaminado. La cultura japonesa parecía entrenar a jóvenes para un cometido parecido, del que poco que sabía en occidente. Sin embargo, una vez estudió el contenido del detective descubrió las preferencias de Sylvia. La historia podía ser o no verdad, pero las manías y las costumbres dictaban el día a día de las personas. Parecía una mujer elegante, pero era una mujer, al fin y al cabo. Le gustaba pasear, los dulces y las flores. Tenía embelesados a muchos hombres de la ciudad y parecía recurrente el tiempo que se tomaba para caminar y meditar.

Una vez poseía algo de información, dejó la fortuna en manos del azar, y sintiéndose afortunado decidió salir el cuarto día al centro de la ciudad. Solía pasearse por allí, al lobo le gustaba comprobar el bullicio, los diferentes olores y el vaivén de la gente. Le recordaba con nostalgia su hogar. Fue a una modesta librería, era pequeña y algo oscura. Los libros se agarrotaban por todas las estanterías y algunos de ellos estaban en idiomas que a Olivier se le antojaban trabalenguas y sin sentido- Me gustaría coger todos los libros de cultura oriental que tenga. De hecho…todo lo relacionado con Japón- dijo el mariscal dejando un buen montón de libras sobre el escritorio. El hombre le dio un pequeño paquete con varios de ellos y le prometió que se encargaría de más.

Cuando salió sonrió abiertamente, aquella librería no le decepcionaba. Se habían convertido en conocidos el dueño y él. Le había proporcionado el conocimiento suficiente para que pudiera comprender la naturaleza de su maldición y controlar la astronomía y los cambios lunares.

Con lo afortunado que se sentía, debía haber algún motivo más para salir de allí con una amplia sonrisa, tal fue que, recordando el dosier de información sobre Sylvia, recordó que una de las plazas favoritas de esta. Buscó un lugar donde pararse y meditar en silencio, como acostumbraba y sonrió después de escuchar la voz ajena. Se levantó de la fuente y se acercó hasta la joven- Diría que es una coincidencia, pero mentiría. Te he estado buscando, Sylvia- dijo haciendo una ligera reverencia- Lo cierto es que cuándo te fuiste de la fiesta, no me dijiste dónde encontrarte. Y estaba seguro de que Monsiur LeBlanc sería reacio a decírmelo. Así que he usado varios recursos que tengo para encontrarte, por…”casualidad”- dijo el mariscal- Aunque he de decir que es una plaza preciosa. Es un lugar tranquilo y lleno de vida- miró alrededor- He salido a comprar un par de libros- dijo el ávido lector a la joven- ¿Puedo acompañarte esta tarde? Aunque ya veo que estás servida de dulce, me gustaría invitarte a un té en la terraza de ese salón- indicó uno que no estaba muy lejos- Me gustaría saber más de ti. Llamaste mi atención, y no suelo dejar pasar la oportunidad de conocer a alguien que despierta eso en mí.



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Mensaje por Sylvia Schneider Vie Abr 13, 2018 3:41 pm

No es que no pudiera creer verle allí pero era cuanto menos divertido, estaba segura de que aquella zona no era la que solía recorrer el mariscal por lo que sonrió con jovialidad al escuchar la confesión del hombre, -no… la verdad es que dudo que te diera mi dirección precisamente-, corroboró la idea de Olivier sobre Monsieur Leblanc, -pero veo que te las has apañado bien para dar conmigo y en una plaza…-, ese detalle sí se le hacía extraño pues no había ido a buscarla a casa, -¿es que acaso ha contratado a alguien para seguirme querido mariscal?-, quería fingir enfado pero la situación le inspiraba más diversión y ternura que otra cosa. Con gusto enhebró el brazo con el ajeno y emprendieron juntos la corta distancia que les separaba de la cafetería de la esquina, -mala educación la mía, ¿quiere unas garrapiñadas?-, le ofreció la bolsa para que probara antes de cerrarla de nuevo y guardarla en el bolsito de mano. Cuando tomaron asiento en la terraza, bendito fuera el buen tiempo, ambos pidieron al mesero con rapidez y se miraron al quedarse solos, -ahora que está claro que pasaremos la tarde juntos, ¿qué es lo que le crea curiosidad sobre mi?-, preguntó interesada en lo que Olivier buscaba en ella.

La atracción física era palpable por parte de ambos aunque eran demasiado educados para hacerlo más evidente de lo que sus propios cuerpos declaraban, mas lo que a Sylvia le intrigaba era ese detalle que le había hecho buscarla. Todos sus clientes veían algo en ella que les hacía querer más, ese era el momento de descubrir  ese “algo” que había llevado a Olivier a la plaza Tertre, -si quiere saber más doy por hecho que se ha informado sobre mi-, apuntó con atino esperando a que el mesero dejase ambas tazas con los tés sobre la mesa y unas pastitas, -pasaré pues por alto mi infancia e iré directa a mi actual forma de vida. Mi adolescencia y juventud hasta venir a Paris viví en Osaka, y allí fui instruida para ser Geisha-, resumió. Fue entonces cuando el mariscal sacó los libros que había adquirido recientemente y consiguió que Sylvia se echara a reír de nuevo, -eres un alumno aventajado, de eso no cabe duda-. Recogió los tomos y buscó entre sus páginas la información pertinente sobre las Geishas antes de pasárselo para que pudiera leerlo mientras Sylvia se entretenía viendo el ir y venir de la gente.

-¿Sorprendido, aliviado, apesadumbrado?-, se interesó por el estado de Olivier cuando este cerró el libro y se quedó mirándola pensativo. Las reacciones de ese hombre le parecían más pausadas esa tarde que la noche en que se conocieron y era realmente agradable estar con alguien que no se alterase de la nada y valorara la situación antes de emitir un juicio. -Contestaré lo que desee pero antes de seguir necesitamos aclarar la situación, si quiere ser mi amigo y esperar a que tenga tiempo libre para poder pasar tiempo juntos, perfecto-, bueno perfecto no era porque no era lo que ella deseaba pero cabía esa posibilidad y tenían que valorarla, -si quiere tener otro tipo de relación ha de entender que mi tiempo es una de las cosas más valiosas que tengo y no puedo dedicárselo a alguien que no esté dispuesto a velar por mi-, bien, ahora la situación sí estaba clara y las cartas sobre la mesa. Olivier había ido allí para saber más de ella y para conseguir su atención, había conseguido ambas cosas ahora todo dependía de él.


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Mensaje por Olivier Lémieux Sáb Abr 14, 2018 2:39 pm

Todo parecía ir sobre ruedas, el mariscal había encontrado a Sylvia y desde el primer momento había saltado la chispa, esa conexión incolora pero atrayente que les hacía estar cómodos y relajarse el uno en presencia del otro. O al menos esos pensamientos navegaban por la mente del lupino hasta que Sylvia sacó a la palestra el tema de su empleo de Geisha y de la importancia del tiempo y el dinero. Minutos antes después de haber señalado en los libros de Olivier las páginas referentes a las damas de compañía. Parecía que el dinero iba a ser un problema, pero Olivier se había convertido en un militar de éxito, tenía un buen linaje y reputación y su dinero iba creciendo a ritmos agigantados, hasta tal punto que no sabía cómo gastarlo. Su madre recibía la pensión de ser viuda y su abuelo cada vez empeoraba de salud, por lo que envía más dinero para que tuviera los mejores cuidados. Por primera vez, iba a tener que gastarse el dinero en una mujer, pero después de valorarlo aceptó. Sacó de su chaqueta un papel que simbolizaban varios francos, pero el prefería moverse con libras- Haremos una cosa, dima cual es el banco en el que tiene su dinero, diré a mi banquero que le traspase cada semana, el dinero que me digas. De esta forma tendrás una especie de pensión por el tiempo que tengamos que pasar, pero eso implicaría que en caso de tu no poder o yo no poder hacerlo deberás avisarme con antelación para cancelarlo- la voz era calmada, como siempre que hablaba de negocios. Sonrió al darse cuenta que era la primera vez que lo hacía con una mujer en ese sentido.

Olivier tampoco era estúpido, sabía que Sylvia podía mentirle en cuanto a sentimientos, ganas y emociones que expresara, a sus ojos no era una prostituta, pero si podía ser una muy buena actriz. Su mente era cuadriculada y aún no entendía muy bien el concepto de Geisha, y tampoco entendió que Sylvia tenía poder de decisión de no “gastar” su tiempo con alguien a quien no tuviera estima. El mariscal era más complicado y aunque, le gustaba considerar intelectual, se le escapaban detalles como este. Además, el hecho de haber sacado un tema tan sórdido no le hizo estar cómodo, estaba pagando por su compañía, pero como antítesis se veía reconfortado por la presencia de Sylvia y el saber que dispondría de ella por un módico precio. Al fin y al cabo, era una transacción, pero en ese momento Olivier era la oferta y la demanda.

-Y ahora que hemos superado el tema tan delicado del dinero… vamos a disfrutar el uno del otro- así era el mariscal. Procuraba tener una actitud optimista ante la adversidad, así sobrevivió en el frente, si llegabas a caer mentalmente en una espiral de depresión y miedo jamás hubiera sobrevivido. Pero sacaba la fortaleza necesaria de estar vivo y de que el mayor temor al que podía enfrentarse, no era pagar a una Geisha para que pasara tiempo con él. O ir a fiestas, emborracharse solo en su casa o tomar cantidades ingentes de morfina las vísperas a la trasformación. Lo realmente importante para él, lo que le quitaba el sueño de noche y le ponía nervioso era la bestia que en el habitaba. Recordando su naturaleza salvaje y después de esa conversación con Sylvia agradeció tener cierto espacio con ella- Se que recibirás a otros clientes y por eso no debes preocuparte. No te montaré una escena de celos, ni pensaré en un momento que lo que compartimos es algo único y especial. Sé que esto es una transacción- aunque no lo pareciera, el hecho de ser realista, ahora suponía un jarro de agua fría para él y para ella. Así que esperó a ver la reacción de Sylvia- Siento si ha sonado impersonal, pero ya que hemos sentado las bases para una cosa, mejor sentarlo para otra- dijo el joven militar.

Podría disfrutar de una mujer que tenía bastantes secretos, tenía una vida difícil dentro de la sociedad europea, pero él también tenía los suyos y probablemente, el hecho de delimitarse física como emocionalmente le reconfortaba. Por lo menos sabía que Sylvia estaría con él lo suficiente para atesorarla como deseaba, pero apartada de su demonio nocturno.


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