Sylvia Schneider.

Sylvia es una mujer con confianza en sí misma, segura de lo que puede conseguir y lo suficientemente tenaz para luchar por ello. El haberse pasado toda su vida viajando ha hecho que sea permisiva con otras culturas, que tenga una menta abierta y que admire la diversidad en vez de juzgarla, siendo eso lo más típico. Es independiente e instruida, ya no solo en las artes japonesas, sino en un plano más general; se molesta en saber de todos los temas de actualidad y por supuesto de los más privados de sus clientes y la gente que les rodea.

Es elegante, y eso -mezclado con su belleza natural y su dulzura en el trato- hace de ella algo tan precioso que todo el que la ve quiere poseer. Consigue hacer que la persona más desdichada sonría, su trabajo a pesar de lo que se cree es crear felicidad y belleza, para eso se la paga y vale lo que pide por su compañía. Ha conseguido todo lo que tiene trabajando en vertical y no en horizontal como cree todo el que no la conoce.

Gran parte de la alta sociedad trata de cerrarle las puertas a fiestas y eventos de renombre, ha llegado un momento en que trata de no ofenderse cuando se refieren a ella como prostituta y simplemente silencia esos maliciosos comentarios con su elegancia y saber estar. Aún no sabe si podrá encontrar su propio danna en una ciudad como París, en una cultura tan diferente a en la que ella ha vivido los pasados catorce años; pero es feliz con su vida y la soledad que esta implica.

La de Sylvia no es una historia al uso. Desde prácticamente su nacimiento tuvo que viajar con sus padres por temas laborales de este. Herr Schneider –su padre- era un hombre de clase media que pasaba casi la totalidad de la jornada en la fábrica de telas como tantos trabajadores más, pero él tenía una visión; la de que todas las mujeres pudieran vestir con la misma calidad de tela rebajando el precio de las importaciones. Uno a uno sus patrones le despidieron de sus empleos, siendo ese el motivo por el que la pequeña familia tenía que trasladarse casi continuamente de ciudad. Vivieron en Alemania, Bélgica, Francia, Países Bajos, Italia… A sus ocho años Sylvia hablaba ya los idiomas de todos los países en los que había vivido y estudiado por efímera que fuese la estancia, pues en alguno de ellos no había llegado a un año. Ella toleraba bien dichos cambios pues se había criado con ese vaivén y, de hecho, disfrutaba con la diversidad de culturas que se encontraba; en cambio, su madre (Ragna), cada vez estaba más débil de salud y los viajes no hacían más que agotarla física y mentalmente. La niña ayudaba en casa todo lo que podía, pero llegó un momento en que la luz de su madre simplemente se apagó (París – 1.786). Ahora solo estaban Sylvia y Hugo.

Su padre sufrió una crisis nerviosa tras la muerte de Ragna, se le había venido el mundo encima. Había perdido al que fue su mayor apoyo durante toda su vida, la única que había creído en su visión y la madre de su hija. Él no sabía cómo cuidar a una niña, menos aún consolarla o educarla; jamás se había encontrado más solo. Decidió entonces que debían dejar todo atrás, era el momento de hacer el viaje que siempre había soñado y nunca se había atrevido a llevar a cabo, invirtió todo el dinero que tenían en comprar dos billetes para viajar en barco hasta la tierra de las telas soñadas, Japón. Tanto él como Sylvia llegaron a pensar que no llegarían jamás a su destino, debía ser el viaje más largo posible y los días pasaban uno tras otro haciendo que perdieran la noción del tiempo. Herr Schneider se maldecía por haber arrastrado a la pequeña a tal tortura y rezaba pidiendo perdón a Ragna cada noche tras acostarla. Sin embargo, la paciencia tuvo su recompensa y el barco atracó en el puerto de Osaka.

Dos agotados y delgadísimos occidentales bajaron del barco en busca de algún sitio donde pasar aquella primera noche. Nunca antes habían encontrado personas tan acogedoras como eran los japoneses, enseguida –para Sylvia- la diferencia de rasgos pasó a un segundo plano y se sintió arropada por aquella gente y su cultura. Eran reservados en cuanto al contacto físico, pero generosos y dados a procurar el bien de quien les rodeaba; a pesar de no tener dinero para pagarles una de las familias del puerto les permitió dormir en su casa y les dio de cenar como si de alguien de la familia se tratasen. Al amanecer ambos abandonaron la casa para dirigirse a la zona empresarial, Hugo necesitaba un empleo con urgencia. Tras horas y horas entrando a cada una de las fábricas de telas de la ciudad, y contra todo pronóstico, fue en la última –la más grande e importante de Osaka- en la que le quisieron entre su equipo. Al ser extranjero le ofrecieron una pequeña vivienda cercana a la fábrica hasta que pudiera permitirse alquilar o comprar una vivienda mejor, empezó el mismísimo día siguiente y Sylvia comenzó en la escuela también de la misma empresa. Muchos de los trabajadores tenían hijos y se había contratado a profesores para dar clase allí en vez de tener que desplazarse a varios kilómetros al colegio más cercano. (大阪市 – 1.786)

Tras dos años viviendo allí las cosas les iban muy bien a los Schneider, Hugo había ido ascendiendo en la jerarquía de la empresa y ya no estaba en la fabricación de telas sino en el consejo de la empresa como encargado de la exportación a occidente. Su estatus era remarcable y lejos había quedado ya su primer apartamento cedido por la empresa, ahora vivían en una casa típica, enorme, de grandes espacios y numerosas habitaciones. Sylvia ya contaba con diez años y notó un cambio remarcable en clase, varias de las que habían sido sus compañeras en esos dos años no asistían a clase, y al preguntar el motivo se quedó helada. Se habían cambiado de escuela para prepararse y llegar a ser Geishas (芸者), sin darse cuenta Sylvia las había visto paseando por la calle o incluso en su casa cuando su padre había invitado a compañeros de la empresa a cenar pero nunca había pensado que eran más que mujeres maquilladas y vestidas de la manera tradicional. Su percepción cambió por completo cuando se la explicó quiénes eran y a que se dedicaban, así entendió que su padre era un danna o amante/protector de una de ellas. Estaba confusa e incluso irascible las siguientes veces que vio a dicha mujer en su casa, ¿es que había sustituido a su madre por ella? Saori Izumi –que así se llamaba la geisha- fue quien se sentó a hablar con ella y explicarla lo que realmente era para ella su padre y viceversa, cómo era su vida y cómo la habían educado. Se convirtió en una parte esencial también su vida y aprendió a respetarla y quererla con rapidez. (大阪市 – 1.788)

Los siguientes años fueron un auténtico trajín para Sylvia, iba a clase, regresaba a casa a hacer sus tareas y cuando Saori estaba libre se comportaba como su hermana mayor (onee-san), ejerciendo de mentora en todo lo relativo al aprendizaje por el que toda niña aspirante a geisha debía pasar. Ambas sabían que jamás se la consideraría como tal dado que no era japonesa pero las ganas de Sylvia por aprender hicieron que dominara todas las artes como cualquier local, el shamisen, el shakuhachi, el taiko, canciones tradicionales, baile japonés clásico sadō, ikebana, literatura, poesía y teatro. A los veinte años se podía considerar una geisha, sabía todo lo que había de saberse, se movía como una de ellas, bailaba, tocaba los instrumentos típicos y era experta en la ceremonia del té. A riesgo de ser expulsada del hanamachi, Saori la presentó en una de sus citas con unos clientes franceses, la idea era arriesgada pero aprovecharían sus enseñanzas y el hecho de que Sylvia hablase francés para conquistar a aquel grupo de hombres que quedó encantado. (大阪市 – 1.798)

Así fue como Sylvia supo cómo quería que fuese su vida de ahí en adelante, pero no podría llevarlo a cabo en Osaka, no en el país donde las tradiciones reinaban, sería como una intrusa y jamás sería bien visto por las demás geishas por lo que realizó el viaje inverso al que la había llevado allí, volvía a París. Tenía dinero ahorrado, suficiente como para vivir holgadamente hasta empezar a encontrar clientes. Jamás ni ella ni Saori le dijeron nada a Hugo sobre su secreta relación de hermanas, por lo que tan solo se despidió de él justificando su partida como una nueva etapa en su vida. Ahora a los veintitrés años tiene la vida que desea, con los lujos que le permite su modo de vida, pero con el yugo del prejuicio de una sociedad que no entiende la diferencia entre una acompañante y una puta –etiqueta que lleva desde que se dio a conocer-. (París – 1.800)

- Desde que nació tuvo que viajar con su familia por tema laboral de su padre.

- Su madre murió teniendo ella ocho años.

- Con dicha edad viajó con su padre a Osaka (Japón) donde vivió hasta su regreso ahora a París.

- Fue instruida por una Geisha (Saori) en dicho arte.

- Domina el shamisen, el shakuhachi y el taiko (instrumentos musicales). Es diestra en canciones tradicionales, baile japonés clásico, sadō (ceremonia del té), ikebana (arreglos florales), literatura, poesía y teatro.

- Su padre lo ignora por completo, a pesar de ser él el danna de Saori.

- Saori le puso el apodo de Sakura (cerezo) por cómo había florecido durante sus años de enseñanza.

- La falta de visión y tolerancia de la sociedad occidental ha llevado a que se le ponga la etiqueta de prostituta cuando no lo es.

- Domina el alemán, el francés, el inglés, el italiano y el japonés.