Sangre de mi sangre | Privado

por **Helena de Bragança** Vie Jun 03, 2016 11:30 pm

La sonrisa de Sofía era la bocanada de pureza que la rescataba de la miseria de su labor. Vivía al límite de la vida, y cualquier día podía ser el último. La aterraba la idea de morir sin haber visto a su hija por última vez, sin haberla abrazado, besado y sin haberle dicho cuánto la amaba. La tenía presente en todas y cada una de sus jornadas, sin importar la concentración que requirieran sus labores. Sofía era lo más importante que tenía, lo único verdaderamente bueno que había hecho en su vida, lo único que realmente había valido la pena. Le habría encantado criarla junto a su padre, ese hombre maravilloso al que amaba en el recuerdo y por el que aún lloraba. Pero nunca nada había sido fácil para Helena, quien parecía haberlo tenido todo, pero a la que la vida le tenía deparado un destino muy diferente. Le había tocado ser mujer, ser la menor y tener aptitudes especiales para ser el sacrificio que la corona portuguesa había decidido enviarle a la Inquisición, como prueba de buena fe y para mantener la relación amistosa entre ambas. La hipocresía había marcado su camino, y a pesar de que en el campo de batalla se había sentido a gusto, siempre pesaría sobre su corazón no poder ser la madre de Sofía.

Arabella, esa amiga tan especial, se terminó convirtiendo en su ángel salvador. Ella la había acogido durante su embarazo, había secado sus lágrimas y la había ayudado a traer a su hija al mundo, y no sólo eso, había asumido el rol de madre de la pequeña, con todos los riesgos que eso conllevaba, especialmente, por su soltería. A Arabella no le había importado su buen nombre, ni tampoco las dificultades que la tarea había tenido, tenía y tendría por siempre. Helena, al mismo tiempo, había terminado ocupando el lugar de la madrina, esa que le enviaba regalos de forma regular, pero que aparecía rápidamente para luego volver a desaparecer. No podía decirse que tuviera un vínculo con Sofía, pero la niña era tan alegre que las contadas ocasiones en las que la había visto, la había recibido con total alegría.

Por eso, cuando la pequeña la divisó entre la multitud, se soltó de la mano de Arabella y corrió hacia el encuentro de quien creía su madrina. Helena, con un nudo en la garganta, se acuclilló y la apretó contra su pecho cuando Sofia se estrelló contra el. Olió su cabello ondulado, impregnó sus fosas nasales con su aroma infantil, con el perfume que su amiga le colocaba. Era la niña más preciosa que ella hubiera visto jamás, y no sólo por sus obvios rasgos preciosos, sino por su personalidad encantadora, que era capaz de conquistar hasta el corazón más reacio. La incomodó el fugaz pensamiento de querer que Aaron la conociera, y más la molestó saber que eso nunca sería posible.

— ¡Sofía! Qué alta estás —fue lo primero que se le ocurrió cuando, finalmente, se separaron. Helena tragó con dificultad y se instó a contener las lágrimas. —Has crecido mucho desde la última vez que te vi —continuó, acariciándole uno de sus bucles.

—Hace mucho que no me visitas, tía —le reprochó, simulando un puchero. Luego, estampó un beso en la mejilla de la inquisidora. —Tú estás más delgada —observó, achinando los ojos.

—Es posible, es posible. No estoy comiendo bien últimamente. Ahí viene tu madre —la interrumpió antes de ponerse de pie. La sorprendió que Sofía le tomase la mano. —Amiga querida… —susurró cuando la tuvo a escasos centímetros. —Tanto tiempo sin vernos —mintió. Se había reunido hacía dos días para concretar el encuentro.

por **Arabella de Léance** Vie Ago 19, 2016 6:27 am

La relación que mantenía con Helena iba más allá de una simple y llana amistad. Ambas se sabían hermanas, quizás no de sangre pero sí de corazón. Para Arabella, la cambiante ocupaba un sitio predilecto en su vida y siempre sería así no importaría lo que sucediese. Años atrás la vida de ambas cambió de manera radical y el nacimiento de Sofía las unió –aún más- de por vida. La llegada al mundo del bebé las puso a ambas en una encrucijada, a Helena porque dado su estilo de vida nunca podría hacerse cargo de una recién nacida y a Arabella porque jamás había tenido pareja estable ni era el estilo de mujer que se planteaba crear una familia, adoraba su vida siendo soltera y trabajando en la morgue. Sin embargo, la vida se encargó de juntarlas y puede que fuera por esa razón, se necesitaban y complementaban y Ara no dudó el hecho de que debía ayudar a su amiga. Claro estaba que una decisión como la que tomó le llevó días dándole vueltas a la cabeza, mas finalmente decidió quedarse junto a Helena apartadas del resto del mundo y así poder fingir que el embarazo lo había vivido ella. Durante todos los meses que pasaron juntas su relación se estrechó aún más y tan solo su hermana, Bianca se encargaba de ayudarlas y llevarlas la comida, ropa y todo lo que fuera necesario. Arabella agradecía profundamente contar con aquellas dos mujeres en su vida, nadie podría sentirse más querida y protegida que ella. Se trataba de una mujer de carácter distante, pudiera llegar a parecer fría y cortante, pero con su gente –cuando llegaba la hora de la verdad- demostraba su amor con actos, aunque no fuera abrazos y besos.

Meses habían pasado desde la última vez que había podido ver a Helena y aquella carta por fin la hizo sonreír de nuevo, la cambiante iba a repetir su visita a París y tanto ella como Sofía podrían verla durante unos días de la próxima semana. -¡Sofía!-, llamó a la niña una vez cerró nuevamente la carta y la guardó en el cajón del tocador, -¿sabes quién viene de visita?-, preguntó dejando que la pequeña lo tratara de adivinar. Se echó a reír cuando vio la cara de concentración de su hija y aplaudió cuando de sus labios salió el nombre de su tía. Sabía que a la niña le hacía ilusión verla, siempre se le iluminaban los ojos cuando se reencontraban y es que el vínculo de madre e hija, por muy en secreto que se llevara, siempre estaría ahí. Una vez llegó el día tanto la madre como la hija se arreglaron juntas en la habitación de la mayor. Arabella le puso a Sofía uno de los vestidos que había enviado como regalo Helena y dejó su pelo suelto aquella tarde, poco le hacía falta a la niña para lucir realmente hermosa, cada día le recordaba más a su verdadera madre…

Cuando vio a Helena esperándolas soltó la mano de Sofía dejando que se adelantara a saludarla. Se mantuvo un tanto alejada dando el espacio necesario a Helena para disfrutar ese efímero momento junto a la niña, sabía que la cambiante bebía de esos instantes y los respetaría siempre que fuera posible, no se imaginaba lo difícil que debía ser para ella ver su propia hija y no poder decirle la verdad, declararle su amor y llevársela. Finalmente sonrió y se acercó a la pareja de mujeres disfrutando ella de haberse vuelto a reencontrar las tres, -Helena, qué ganas tenía de volver a verte-, le confesó fundiéndose en un abrazo con ella. -Espero que puedas quedarte más tiempo que la última vez…-, dijo con tono de ligero reproche ya que tan solo estuvo un par de días con ellas, -Sofía ha insistido en que tienes que quedarte en casa, así que nada de buscar hoteles, ¿verdad?-, buscó el apoyo en Sofía que asintió y se abrazó a la cadera de Helena gritándola que durmiera “en casa”. Caminaron hasta el tiovivo dejando que Sofía diese tantas vueltas como quisiera y así ambas mujeres pudieran hablar, -estás demasiado delgada, ¿qué ha pasado estos meses Helena?-, estaba peor que en todas las anteriores visitas, más que delgada demacrada, como si llevara días sin descansar y el gesto de Arabella era de clara preocupación. -No sé en qué estás metida pero tienes que descansar, ¿por qué no te quedas con nosotras una temporada? Te vendría bien, podrías pasar más tiempo con Sofía y dedicarte a ti…-. Ojalá respondiera que sí, pero con Helena nadie sabía cuál era su próximo paso por lo que sólo la quedaba la esperanza de que al menos valorara la idea.

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