Promesa cumplida- Privado Jesse

Habían pasado dos semanas desde el encuentro con promesa de Jesse y Abbey en la heladería. Desde aquel día, el pequeño se iba ilusionado a la cama, con una esperanza, un atisbo de que por fin su vida iba a cambiar e iba a dejar este orfanato para siempre. El pequeño contaba los días para que la señorita Abbey viniera al orfanato a adoptarle. ¿Qué pasaba si ya no venía? Se preguntaba día a día, pero se lo había prometido juntando el meñique, así que no podía romper una promesa de ese calibre.

Un día, mientras pasaba por los pasillos con Tommy, vio a la señorita Abbey hablando con Mirttle. Hoy era el día. El pequeño sonrió y se marchó corriendo a la habitación para hacer la mochila con las pocas pertenencias y ropa de las que tenía. Tras eso, se la colgó al hombro y vió a Abbey buscándolo. Sonrió y se escondió detrás de una columna. Estaba con los suficientes ánimos como para jugar por última vez entre estas cuatro paredes. Escuchó la voz y la amenaza de Abbey y se aguantó la risa mientras abría mucho los ojos. No podía castigarle sin helado con gominolas, eso era una amenaza muy grande.

Escuchó la siguiente frase de la rubia y salió de su escondite, se dirigió a ella y la abrazo con fuerza. ―Claro que quiero irme contigo Abbey.― Sonrió y le dio la mano. Ahora tocaba lo más duro de todo. Despedirse de los niños y de la señorita Mirttle.

El pequeño sujetó con fuerza a la mujer rubia, la había echado de menos. Abbey palmeó su cabeza un poco para luego, separarse y agacharse para poder hablar con Jesse y mirarle a los ojos. El pequeño escuchó las palabras que Abbey le decía con atención, aunque le dolió que no pudiera decir que le habían adoptado. ¿Eso significaba que algún día iba a tener que volver a este lugar? Hizo una mueca, no le agradaba que eso fuera así, pero asintió y permaneció en silencio. Ese tal Milles parecía saber lo que hacía.

De la mano, fueron caminando hasta que se encontraron casi en la puerta, con el que debía de ser el señor Milles y la señorita Mirttle. El joven miró a la señorita y le dio un pequeño abrazo. ―Gracias por todo, señorita.― Escuchó lo que decía Abbey y sonrió, cualquier cosa iba a ser mejor para los niños de aquí que la asquerosa comida que daban en el comedor.

Se pusieron en camino hacia la residencia y sonrió al escuchar a Abbey. ―Me voy a portar muy bien Abbey. Seré la sombra del señor Milles. ¿Podremos estar juntos cuando no estés castigada?― Preguntó divertido, se le hacía descabellado que una persona mayor como Abbey estuviese castigada como una niña de la edad que él tenía. Se abrazó entonces a Tommy y miró a Abbey de nuevo. ―¿El señor Milles ronca? No vamos a poder dormir si lo hace.― Miró de reojo al susodicho y rió.

El pequeño se llevó las manos a la boca en un gesto de horror por lo que le acababa de decir Abbey. Se imaginó como uno a uno, sus dientes se iban cayendo hasta quedarse sin ninguno de ellos debido al exceso de las gominolas. ¿Cómo iba a comer si aquello ocurría? ¡Se moriría de hambre! Miró entonces a Abbey y negó con la cabeza, asustado. ―Te prometo que no comeré muchas, me gustan mis dientes, los necesito para poder comer―

―¿No duermes?― Preguntó extrañado. ¿Cómo no iba a dormir? Todos necesitábamos dormir, para poder hacer cosas al día siguiente y tener energías para poder sobrellevarlos. ¿Abbey era especial? Seguro que lo era, pero eso de que no durmiese no le convencía mucho al chico. En cambio, la idea de gastar una broma a muchas chicas, le gustó. Se las imaginó a todas corriendo de un lado para otro al encontrarse bichos en sus platos. Río mirando a la joven rubia y asintió. ―¡Vale! Buscaré los más asquerosos y grandes, ya verás que divertido. Seremos los únicos que no tendrán bichos en sus platos.―

Se fijó que ya habían llegado a la residencia cuando el señor Milles se paró para poder abrir la verja. Miró a su alrededor y alucinó con la gran casa que había delante de sus ojos. Era la más grande que había visto en mucho tiempo. ¿Aquí iba a vivir? Seguro que podía tener muchas aventuras dentro de esta residencia. Miró entonces a Abbey, la cual le dijo unas bellas palabras. Acarició su mejilla poniéndose de puntillas y sonrió. ―Eres la mejor persona que conozco Abbey. Eso no va a cambiar porque nadie me diga nada. ― Le sonrió, seguro de su amistad, una amistad que el niño iba a recordar siempre, pasara lo que pasara. Así pues, atravesaron las grandes verjas, en busca de su nueva vida.

El pequeño mantuvo toda su capacidad de atención en las palabras de la señorita Abbey, la cual le indicaba que en esta residencia las horas de sueño eran más bien escasas. El pequeño hizo una mueca, a parte de comer chocolate, helados y golosinas, lo segundo que más le gustaba en el mundo era dormir, y no le agradaba dormir con ruidos por todas partes, pero sería el guardián de Abbey, para siempre. Cruzó el meñique con el de la joven y sonrió asintiendo y llevándose una mano al pecho. ―Las haremos callar para que podamos dormir los dos.― Cerró los ojos en un gesto dramático antes de romper a reír con una risueña carcajada.

El lugar, alto como murallas imponía al muchacho que miraba las paredes con recelo, como si estas fuesen a moverse de un momento a otro y aplastarlos a todos. Una señora llegó entonces a recibirles y dijo aquellas palabras que hirieron el orgullo del pequeño. Él no era ningún vagabundo, había tenido un techo donde vivir y dormir todos los días de su vida, para su suerte. El señor Milles mintió para protegerlo y cuando la mujer se fue por donde había venido suspiró aliviado. Tenía que portarse bien, pero Abbey tenía otros planes para él... Llenar la comida de las demás muchachas de bichos.

Se despidió de Abbey cuando esta se fue a su dormitorio y en un descuido del señor Milles, Jesse se escabulló a los jardines en busca de los bichos más asquerosos de aquel lugar. Encontró en unos pequeños matorrales gusanos y escarabajos. Los cogió con la lengua sacada hacía un lado, como solía hacer cuando se concentraba en algo. ¿Dónde los podía guardar? Miró a su alrededor y encontró un árbol con hojas grandes y lo suficientemente flexibles para que no se partiesen al doblarlas. Metió un montón de bichos ahí y se metió la hoja en el bolsillo del pantalón, aquello no le producía ningún asco, cosas peores había tocado aquel pequeño. Una vez la primera parte de la misión encomendada por Abbey estuvo cumplida, volvió a donde había perdido al señor Milles y este le enseño cual iba a ser su nueva habitación a partir de ahora.

A la hora de cenar, se metió a los bichos en el bolsillo del nuevo pantalón que le había puesto el señor Milles, un pantalón demasiado caro para que el bolsillo estuviera lleno de bichos. Sonrió cuando entró al comedor y vio a Abbey de reojo, pero en vez de dirigirse a ella, se dirigió a las cocinas. Al ser pequeño, no tuvo problemas para pasar sin ser visto, cogió dos platos del consomé que iban a cenar hoy y los apartó, estos serían los platos de Abbey y de él.

La tripa le rugió de hambre, pero aún no podía comer. Echó los bichos dentro y salió disparado con los dos platos al sitio que Abbey le había reservado. Colocó un plato delante de Abbey y suspiró, ahogado. ―Todo listo Abbey, ya he echado los bichos. Estos son los únicos que no tienen.― Ahora quedaba esperar para que todo comenzase.

Jesse estaba nervioso por lo que iba a suceder escasos minutos más adelante. Miró a Abbey y sonrió por su leve amenaza sobre que si el plato de ella contenía bichos, él iba a ser el encargado de comérselos. Destapó su plato a la vez que lo hacía Abbey y olisqueó el contenido. Olía realmente bien y las tripas le rugieron como lo hacía un león. Los gritos comenzaron a oirse, las damiselas que estaban en otras mesas comenzaron a correr, algunas en círculos y otras salieron corriendo de la sala del comedor. Comenzó a reír muy fuerte, esperando que nadie se percatase en ellos, pues eran los únicos que estaban riendo como nunca.

Tuvieron que esconderse debajo de la mesa. El pequeño seguía riendo, aunque esta vez lo hacía en un tono más bajo. ¿Había alguna señorita que se habría comido sus bichos? Pobres bichos... Los había condenado a una muerte por ahogamiento en el consomé. Hizo una mueca, no le agradaba que ningún animal muriese, pero bueno, bichos había muchos. Miró como Abbey comenzaba a gatear entre las mesas en dirección a la cocina, la verdad que el pequeño estaba hambriento, por lo que la siguió a gatas hasta la cocina.

Una vez pasaron las puertas de la cocina, se levantó y se limpió el pantalón sucio con las manos. Miró a Abbey mientras le daba instrucciones a la cocinera y se sentaron en una de las sillas que había. ―Sí, esperaremos. Tengo mucha hambre.― Aceptó sin dudarlo un segundo la manzana que le daba Abbey, pero la partió por la mitad para darle a ella también. ―Toma, así tu también comes. ― Mordió la manzana y siguió escuchando las preguntas que le hacía Abbey. Tragó antes de contestarle. ―Sí, la habitación está muy bonita, Abbey. Es más grande que dos habitaciones del orfanato juntas. Espero que el señor Milles no ronque mucho, si no... Dormiré contigo. ¿Podría hacer eso? Prometo no dar patadas.― El pequeño sonrió algo tímido.

Los ojos se le iluminaron al escuchar la posibilidad de tener una colección de mariposas. ―Me gusta esa idea. ¿Podríamos tenerlas en un jardín privado? Solo de mariposas. ¡Exclusivo jardín de mariposas! Mucha gente podría venir a ver nuestra gran colección. ¿Qué te parece? Así podrían conocer mariposas muy guays.― Dejó que Abbey le revolviera el pelo y giró la cabeza cuando la cocinera puso dos platos delante de ellos. El pollo con especias olía mucho mejor que la sopa de antes. Cogió rapidamente un cuchillo y un tenedor y probó el pollo. Se relamió y sonrió con la boca completamente llena de pollo. ―Abbey tienes que probarlo, está muy ― Cogió también un mendrugo de pan y untó la salsa.

Jesse comenzó a devorar el pollo con salsa que la cocinera les había hecho, y deseaba que no le hubiese echado veneno, por la cara en la que les había mirado, se daba a entender que la señorita Abbey no le caía muy bien, pese a que hubiese acatado la orden que la rubia le había dado. Era el mejor pollo que había probado, el del orfanato era lamentable, siempre les solían poner las partes más duras o las más secas... Era como morder una suela de zapato, así que el pequeño estaba en lo más parecido al cielo que había podido experimentar jamás. Escuchó con atención a Abbey y bebió un sorbo de agua para poder hablar con ella y que se le entendiera. ― Bueno, no me preocupan las patadas, soy un chico fuerte. Y Timmy me protegerá.― Dijo haciendo referencia a su oso de peluche.

Terminó de untar el mendrugo de pan a la vez que veía como Abbey ya se había comido todo su plato de pollo. Comía a una velocidad increíble para ser una chica. Eso le hizo sonreír y se dió prisa para terminar también su plato. Dejó los cubiertos sobre el plato, dando a entender que ya había terminado y miró el plato de fruta que les daba la señora cocinera. Cogió una pera y la mordió, manchándose entero. ―¡Vale! Serán nuestras mascotas. ― Se terminó la pera rápidamente y se secó la boca y la barbilla con una servilleta. Escuchó de nuevo a Abbey y dejó escapar una carcajada. Con ella estaba seguro de que se lo iba a pasar realmente bien. ―Vale, pero si da mucho miedo... Me dará miedo a mi también.― Se tapó la cara con las manos un instante, no le gustaba tener miedo.

La pregunta que dijo a continuación Abbey lo mantuvo pensativo un poco más de tiempo de lo habitual. Nunca había pensado que sería una mamá, o al menos, como le gustaría que fuese su mamá. Frunció el ceño y la miró. ―No sé... Supongo que me gustaría que fuese cariñosa conmigo, divertida, que siempre me contase cuentos, me protegiese... Como haces tú conmigo, Abbey.― Se bajó de la banqueta en la que estaba y se acercó a ella, para después, besar su mejilla. Para él, era ella perfecta como mamá, como hermana o como mejor amiga.

Jesse escuchó con atención como la señorita Abbey comenzaba a hablar sobre Timmy. La miraba a los ojos azules y se dejaba perder un poco en ellos, eran de un azul muy bonito, como seguramente era el mar, aunque nunca lo hubiese llegado a ver en realidad, solo en dibujos y relatos. ¿Cómo? ¿Abbey quería cambiar a Timmy por otro? El niño apretó con fuerza al peluche contra sí mismo y negó con la cabeza. ―Si quieres vamos a ver juguetes, pero Timmy es mi mejor amigo desde que tengo memoria... Y lo quiero. No puedo reemplazarlo Abbey... Pero podemos comprarle otro amigo osito. O conejito.― Sonrió, algo más animado, pensando en un nuevo peluche que poder abrazar por las noches, así tendría dos, y estaría más protegido de los monstruos.

Dejó que Abbey le limpiase todo lo que estaba manchando con la maldita pera y continuó prestándole atención. El tema que estaban tratando de hablar era complicado, la señorita Appleby le hacía preguntas que no sabía como contestar. ¿Qué pasaría si su madre volviese a por él? Suspiró y se limpió los morros, dispuesto a contestar algo. ― No sé. Si me dejó allí por algo sería... Y ha pasado mucho tiempo desde que eso ocurrió. Igual está muerta o piensa que el muerto soy yo. Nose como nunca la he conocido... Me da igual que vuelva o que no, para mí es una desconocida.― Cogió un poco de chocolate y se lo comió de un bocado.

Escuchó las palabras de Abbey y aceptó el chocolate de nuevo, estaba muy rico, pero a él le encantaba el chocolate así que... ―Sí, siempre lucho por lo que deseo. ― No dijo nada más acerca de lo otro, estaba todo dicho. Cogió a Abbey de la mano y salieron de la cocina, ya era hora de irse. ―¿Vamos a ver el sitio de las mariposas? ¿O quieres ir a otro lado?― Preguntó el chiquillo, igual la señorita Abbey tenía sueño... aunque ella no durmiera.

Era agradable conocer el pasado de la señorita Abbey, y para suerte del pequeño, ella comprendía su cariño y afecto por un trozo de tela relleno de más telas que lo hacían suave y mullido. ―¿Que le pasó a Bin? ¿Lo perdió?― Preguntó por curiosidad. Si él perdía algún día a Timmy se iba a poner muy triste, aunque la verdad que Timmy necesitaba un buen lavado, estaba sucio como el solo.

Siguió a Abbey cuando esta dijo que le quería mostrar algo a parte de mariposas en el jardín. ¿Qué sería? El niño ya se moría de puro nervio y curiosidad por conocer los secretos de ese jardín misterioso, el cual se iba a convertir en algo solamente para ellos solos, un rincón para escapar de la realidad unos cuantos minutos. Tras andar un rato que al pequeño se le hicieron eternos, llegaron a la linde del jardín y este jardín era el más cuidado y hermoso que los pequeños ojos del niño habían visto nunca.

Entraron en el pequeño sitio y escuchó a Abbey. Todo pronto iba a comenzar. ¿Qué iba a pasar? Meneó su cuerpo de un lado para otro, completamente nervioso. Unas pequeñas luces empezarona a brillar en la oscuridad y el pequeño se quedó con la boca abierta. Nunca había visto un espectáculo así, eran los bichos más chulos que podían existir. - ¡Guau! A partir de ahora las luciérnagas serán mis bichos favoritos. ¡Que bonito Abbey!- Avanzó un poco hasta que logró alcanzar una de las luciérnagas y la colocó con cuidado en su mano para poder observarla de cerca.

El pequeño mantuvo toda su atención en las palabras de Abbey sobre su conejito Bin. Él sabía muy bien lo que era tener que lidiar contra otros niños que querían robarle a Tommy y quedárselo para ellos, por eso no era habitual que Jesse lo prestase a alguien, aunque sí que lo había prestado a aquellos niños más pequeños que se sentían solos por las noches de lluvia. Sabía que aquellos eran buenos niños que le iban a devolver a Tommy por la mañana sin un rasguño, aunque si quizás con algún moco. ―¿Y su amigo Freddy lo cuida bien?― Preguntó, él esperaba nunca separarse de Tommy, era su mejor amigo desde que tenía memoria.

Abbey mencionó que tenía las mariposas en Londres. ¿Que sería Londres? El pequeño desconocía ese lugar, quizás fuese el nombre de una de las muchas casas que seguro tenía Abbey o como llamaba a su habitación. ―¿Qué es Londres? ¿Una casa?― Preguntó antes de abrir la mano y poder ver como la luciérnaga sobrevolaba la mano y luego se volvía a posar en ella, como si pudiera marcharse de allí pero no quisiera hacerlo. Eran criaturas increíbles.

Arrugó la cara cuando Abbey comenzó a decirle aquellas cosas, pero decidió no hacer preguntas, si la rubia se lo decía tenía que confiar en ella como había estado haciendo todo este tiempo. Le dijo que le iba a sacar del orfanato y lo hizo así que confiaba en ella como no había confiado en nadie nunca en su vida. Cogió el tarro que Abbey le daba y metió a la luciérnaga que tenía en su mano. ― ¿No se morirán verdad? Mañana volvemos y las soltamos.― Era un amante de los animales, le encantaban, sobre todo los perritos grandes a los que se podía abrazar. ―Son bichos muy guays. Dan luz abbey, aunque tú tambien tienes luz.― Dijo sonriendo y metió otra luciérnaga en el bote.

Frunció levemente el ceño. ¿Cómo pudo permitir que el tal Freddy se quedase con Bin? Él nunca jamás permitiría que alguien se quedase con su peluche y no lo volviera a ver nunca, era algo que cada niño tenía que respetar. Los peluches de un niño era su peluche, no pasaba nada si lo compartía o si lo prestaba pero nunca se lo podían quedar, porque no era suyo. Dejó estar el tema de Bin, no quería que Abbey se pusiera triste o él mismo tampoco quería enojarse, era muy fácil de enojar cuando se trataba de peluches.

¿Londres era una ciudad? Quizás fuese más grande y más bonita que París, o quizás más pequeña. El niño lo desconocía al completo, no sabía mucho sobre ciudades, incluso pensaba que París era el centro de todos los pueblos, pero no conocía el nombre de ningún otro lugar. Ahora sabía París y Londres. Lo anotó mentalmente y la miró con una sonrisa. ―¿Algún día iremos? ¿Está muy lejos? ¿Cómo es?― Preguntó curioso, era un cotilla excepcional, le gustaba estar enterado de todas las cosas que ocurrían a su alrededor.

El pequeño recibió el abrazo de Abbey con una sonrisa y se lo devolvió, era agradable abrazarla, olía muy bien. ―Vale, mañana venimos y las soltamos.― Apretó con fuerza la tapa del bote, no querían que se le escapase ninguna luciérnaga esta noche. Las pocas que habían metido, brillaban con fuerza e intensidad.

Asintió e incluso llegó a bostezar, no se había dado cuenta del sueño que tenía hasta que Abbey mencionó que tenían que ir a dormir. Escuchó sus palabras y cruzó el dedo índice con el de ella. ―Yo también te cuidaré... Nosotros te cuidaremos, mejor dicho.― Rió y la siguió fuera del jardín donde estaban en dirección a la habitación.