La promesa de Loki [privado]

Afiancé mi trato con los dioses oscuros y especialmente con Loki. Volví a matar y sonreí al ver el degollado. Tomé su sangre y la ofrecí en sacrificio esperando que a cambio él me favoreciera y así lo hizo. Estaba complacido conmigo y me fortaleció, ayudándome a sobrepasar aquella fiebre y aquellos delirios que me habían consumido durante días.

Ahora él había regresado su atención hacia mi. ¿Y por qué no habría de hacerlo? El era el caos y yo era su instrumento. Yo era una sombra y el me indicaba el camino. Me hacía sentir como a su favorita y en mis sueños me visitaba, recordándome que me cubriría de gloria, pero él sabía tan bien como yo que lo que realmente deseaba era vengar a mi padre, a mi hermano y el honor de los Rendahl.

Que si iba en busca de aquella espada no era con el afán de permanecer leal a un rey voluble y errático en todo momento. No estaba tan ciega como para no ver lo que pasaba frente a mis narices. Necesitaba la gloria, necesitaba volver a la corte y ser congraciada y favorecida. Así descubriria que había ocurrido en realidad y vengaría mi sangre.

Es por eso que Loki me miraba, a él le agradaban mis planes y deseaba que siguiera adelante, aunque él sabía que al final mi mayor recompensa sería el olvido, así se lo había pedido y esperaba que no se olvidara de recompensarme de esa forma, permitiéndome acabar con todo de una vez.

La noche anterior tuve un sueño diferente a los anteriores, en el vi por primera vez la espada que hasta ahora parecía ser mero material de cuentos sin sentido. El arma descansaba en un altar y estaba resguardada por dos figuras que la vigilaban con ahínco. De ellas no vi mucho, sus rostros permanecían ocultos y solo fueron sus siluetas las que se revelaron ante mi. Supe en ese momento que si había de perseguir aquel destino ellas influirían de una forma u otra en el, aunque el cómo me eludía.

Los cuervos se arremolinaban sobre mi cabeza surcando el cielo, celeste por la luz del día. Me había desviado en mi camino en las afueras de la ciudad y me detuve en una posada de transeúntes adonde pensaba comer algo antes de proseguir.

Ignoré las miradas que me dirigían algunos, poco acostumbrados a ver una mujer con mi aspecto y tomé asiento en una de las mesas del local. Mi mente divagó mientras aguardaba a que trajeran mi orden pero me percaté de que alguien me observaba. O más bien más de uno. –No sé de costumbres en esta tierra pero creo que mirar fijamente a un desconocido se considera una impertinencia.-

Sonreí con lentitud al descubrir a las dos mujeres. Eran ambas extraordinariamente hermosas y más de un hombre se acercó a solicitar sus favores. Un golpe seco proveniente de la rubia fue lo que bastó para ponerle en su lugar. Me entretuve con la escena, finalmente me encontraba con alguien que no olía a perfume caro y que no parecía una muñeca de porcelana lista para ser exhibida en una vidriera con lo cual se ganó si no mi simpatía al menos mi respeto.